domingo, 19 de diciembre de 2010

Al otro lado: Anónimo, discreto, provinciano

Jueves, 9 de diciembre
COSTUMBRE

No llego a una ciudad, llego a una costumbre. Desciendo las escaleras del Monte Áureo; cruzo la plaza de San Cosimato, con su árbol inmenso que protege de cualquier desventura y los puestos del mercado, fantasmales y solos a esta hora de la noche. Hasta Santa María in Trastevere me guía el rumor de la fuente; en la terraza del caffè di Marzio un solitario bebe y fuma, indiferente al frío. Dejo que los pies me lleven, a ojos cerrados podría seguir este itinerario. Una calle con iluminación navideña (y una mágica tienda en que solo venden relojes de arena: “Il polvere del tempo”) me deja en la Piazza Trilussa, frente al Ponte Sisto. Lo cruzo, me detengo un instante a contemplar la Via Julia, atravieso Piazza Farnese (en una esquina, el café donde tantas veces esperé a quien no llegaba, aunque llegara). Luego Campo dei Fiori, con su oscuro y sufriente Giordano Bruno.


Sí, con los ojos cerrados puedo seguir este camino. A mi izquierda, San Luis de los Franceses y el prodigio de sus Caravaggios; luego la plaza del Pantheon, con la fachada semioculta. En la dieciochesca plaza de San Ignacio hasta el silencio suena a Mozart. Apenas hay gente en la Fontana de Trevi, pocas veces había podido admirarla con tanta soledad. Subo hasta la colina del Quirinale. Ahí siguen los dióscuros, sujetando con la brida a los encabritados caballos. Una calle larga, el San Andrés de Bernini y el San Carlos de Borromini compitiendo en ambos extremos. Tengo días en que me inclino por el barroco fastuoso, todo pompa y oropel, y otros por la geometría torturada: en los momentos malos siempre busco el claustro de San Carlino, que cabe en la palma de una mano.


Via delle Quatro Fontane, a un lado la historiada verja del palazzo Barberini, al otro un pequeño hotel en el que me alojé alguna vez (muy cerca ocurrió el atentado que ocasionó la matanza de las fosas Ardeatinas). Las escaleras de la plaza de España solas a esta hora de la noche. Solitaria también la Via Margutta que me lleva a Piazza del Popolo y a una noche de hace veinte años… Una ciudad no es una ciudad, es una costumbre. Roma para mí es un paseo, siempre el mismo, en una noche de invierno que no termina nunca. Un viaje en el tiempo hacia un tiempo en que ya no sé si fui infinitamente infeliz o infinitamente desdichado. Sé que entonces, por primera vez, estuve vivo. Y desde entonces tengo la impresión de que solo sobrevivo.



Viernes, 10 de diciembre
CRIMEN

A las siete me despiertan las campanas de la iglesia. Comienza a amanecer. Recuerdo los versos de Alberti: “Las campanas del Transtevere / van y vienen por mis sueños”. Sobre el jardín de la Academia, poco a poco el cielo se va volviendo del más intenso azul entre el arcádico piar de los pájaros más madrugadores. Fuera, sopla un viento frío. Doy un primer paseo por los alrededores, solo con mis fantasmas. Una placa recuerda que esta iglesia de San Pietro in Montorio fue uno de los últimos focos de resistencia de la efímera república de 1849; en ella tuvo su cuartel Garibaldi.


En noviembre de 1848, cuando las revoluciones liberales agitaban Europa (Las tormentas del 48 tituló Galdós uno de sus Episodios), el conde Rossi era el hombre fuerte del gobierno pontificio: ministro del Interior, ministro de la policía, ministro interino de Hacienda y comandante general de los carabineros. Pio IX, que había comenzado su pontificado con reformas liberales, le pide que reconduzca la situación, cada vez más fuera de control. El día 15 de ese mes, se dirige al palacio de la Cancillería para exponer su programa de gobierno. La mayoría de los diputados piensan votar en contra; él espera convencerles. Los clubs revolucionarios agitan la situación, piden el asesinato del tirano. Rossi había hecho venir a Roma todos los destacamentos de carabineros que había en los estados pontificios. La tarde del día anterior pasó revista. Quedó satisfecho y seguro de poder reprimir cualquier levantamiento. Los carabineros desfilaron por la via del Corso, en medio de las sorprendidas miradas de los agitadores, que no contaban con aquel inesperado obstáculo. Al día siguiente, en todas las esquinas y en las puertas de iglesias y de cafés un impreso invitaba a todos los buenos ciudadanos a concentrarse en la plaza de la Cancillería.
El conde Rossi volvía de ver al pontífice, solo en su coche, acompañado del subsecretario de Hacienda. Al llegar a la plaza fue recibido por los gritos y los silbidos del gentío que la llenaba. Hizo azuzar los caballos y el carruaje entró al galope en el pórtico del palacio. A un lado y otro de la escalinata había también gente. Rossi, sereno, se apea del coche. De pronto, alguien le golpea con un bastón. Cuando se vuelve, le tiran al cuello una estocada que le corta la carótida izquierda. La sangre inunda el suelo, salpica las paredes y el rostro y las ropas de los que estaban cerca. El ministro cae muerto instantáneamente. Afuera continuaban los silbidos y los gritos. Un hombre de elevada estatura y larga barba sale a la puerta y grita: “¡Tutto è fatto!”. A sus palabras les sucede el repentino silencio. Los soldados que allí había abandonan sus puestos. Los asesinos se alejan despacio entre la multitud. Algunos gritan: “¡Hanno fatto bene!”. En el interior de la Cámara se conoce al momento la noticia, pero todo siguió como si nada hubiera sucedido: se leyó el acta de la sesión anterior, se pasó lista y como no había suficientes diputados se suspendió la sesión. El embajador español, Francisco Martínez de la Rosa, corrió inmediatamente al Quirinal para consolar al Papa y ofrecerle la ayuda de su gobierno. Al anochecer, los integrantes del Círculo Popular, que era el que había organizado el asesinato, salen precedidos de una bandera tricolor, con hachas encendidas, dando gritos. Se dirigen al cuartel de los carabineros a agradecerles que no hubieran hecho fuego contra los asesinos. Iban gritando: “¡Viva la libertad! ¡Bendita sea la mano que mató a Rossi! ¡Viva el puñal del nuevo Bruto!”.
——Yo vi a ese grupo, que apenas llegaría a cien personas, recorrer tranquilo las calles de la capital del mundo, dirigirse a los cuarteles, donde fue acogido con grandes aclamaciones por las tropas, y volver seguido de numerosos soldados— cuenta el conde de Fabraquer, testigo ocular de todos estos acontecimientos.
Los cañones franceses acabaron con aquella revolución iniciada con el cobarde puñal. El Gianicolo está lleno de recuerdos de aquellos días ilusionados y sangrientos.
Roma es para mí una costumbre y una inagotable biblioteca ilustrada.



Sábado, 11 de diciembre
FUGA

En uno de los puestos de libros de la Piazza de la Exedra compré, hace no sé cuantos años, un libro curioso, que luego perdí y que por una de esas raras casualidades que a veces se dan reapareció cuando buscaba algo para leer durante el viaje. Se titula La revolución de Roma y lo escribió el conde de Fabraquer, don José Muñoz Maldonado, diputado a Cortes. El subtítulo dice: “Historia del poder temporal de Pio IX, desde su elevación al trono hasta su fuga de Roma, y convocación de la Asamblea Nacional el 30 de diciembre de 1848”. Se publicó al año siguiente, cuando lo que sería historia era solo periodismo.
Mientras recorro las salas del palacio de Quirinal, pienso en la fuga de aquel papa que perdió por dos veces su poder temporal.


Tras el asesinato del conde Rossi, el papa se encerró en el Quirinal, sin atender las peticiones de los sublevados. Huyó la noche del 24. Fabraquer no estaba allí, pero tiene información de primera mano: “El embajador de Francia llegó al anochecer, con su coche de gala, y pidió ver al papa. Fue introducido en el gabinete pontifical, cuya puerta se cerró enseguida. Creían todos en conferencia al pontífice con el embajador francés, mientras que el papa, cambiando de vestido, se disfraza de campesino, cubre su cabeza con un sombrero redondo de ancha ala, y sale por un corredor estrecho con una palmatoria en la mano. Algunos instantes después, el embajador de Francia, que esperaba ansioso el éxito del plan, oye ruido de pasos en el corredor y piensa que el intento de fuga ha sido descubierto y que traen al papa prisionero. Pero Pio IX había vuelto a su cámara, no porque hubiera encontrado ningún obstáculo, sino porque había olvidado el tabaco. Tranquiliza al embajador, y este se queda todavía algún tiempo en el gabinete, simulando una larga audiencia. Baja luego por una escalera secreta que daba al cuarto de su mayordomo. En la puerta de la calle, hacía tres noches que un coche enviado por el embajador francés se estacionaba por espacio de una o dos horas y después se alejaba llevando a una persona cualquiera, a fin de acostumbrar a los espías a la parada de un coche en aquel sitio y, si sospechaban al verlo, que nada descubriesen. El papa marchó sin llamar la atención. Media hora después de haber dejado al embajador, había abandonado Roma. En una de las paradas de la silla de posta en que viajaba, se encontró con un pelotón de carabineros. El sargento que los mandaba le saludó, sin reconocerle, y le dijo: “Tarde viajáis, señor abate, pero hace buen tiempo; el camino está seguro, y no tenéis nada que temer hasta Terracina. ¡Buen viaje!”. Pío IX le saludó con la mayor sangre fría. Martínez de la Rosa, a quien la prensa romana acusaba de inspirar la fuga, esperaba en Civita-Vecchia la llegada del vapor Lepanto, que debía trasladar al pontífice a España, pero el mal tiempo hizo que el barco se retrasara y el papa buscó refugio en el reino de Nápoles.


Domingo, 12 de diciembre
VIDA

No hay rincón de esta ciudad que no me cuente una historia. Paseo por el Gianicolo, con la ciudad tendida y ofrecida a mis pies, sintiéndome señor del universo, y de pronto me llega un viento frío, un súbito puñetazo, gritos y patadas. Sí, esas cúpulas y galerías son las de Regina Coeli, la prisión donde en 1943 encerraron a los judíos, donde murió León Ginzburg. “Aquella noche –cuenta Natalia— estaba en la enfermería. Le habían golpeado una vez más y tenía destrozado el maxilar. Pidió al enfermero que llamara al doctor, pero se limitó a darle un poco de café. Cuando murió, no había nadie con él. Le encontró muerto el barrendero al amanecer”.


Muchas veces pienso en la insignificancia de mi vida, gris, rutinaria, sin grandes ni pequeñas pasiones (salvo las enteramente imaginarias), sin nada que contar. Nací en un pequeño pueblo y luego he vivido en Avilés y en Oviedo. En cuarenta años solo una vez he cambiado de casa, y ninguna de trabajo. Nuca he tenido pareja estable. A un escritor con esa biografía, con esa experiencia vital, yo jamás me tomaría la molestia de leerle.
Pero cuántas vidas caben en una vida, en cualquier vida.
Soy todo lo que sé, todo lo que he soñado, todo lo que me ha estremecido. Con el conde Rossi he caído bajo el puñal alevoso, en el silencio cómplice de la ciudad; volví a buscar el tabaco que había olvidado, a pesar de que ponía en riesgo mi libertad y a quienes me ayudaban en la fuga, y me rompieron el corazón y la mandíbula las botas nazis en la prisión de Regina Coeli.
Parece que en mi vida no ha pasado nada, pero por mí ha pasado y pasa la entera historia del mundo.

15 comentarios:

  1. Sr. Garcia Martin = no me funciona bien el teclado = lo sublime de nuestra alma es lo que vive en cada viaje, ya sea con o sin maleta a cuestas. Yo no puedo compararme con Ud., aunque usted mismo muestre esa gran humildad de caracter. Naci en Aviles y vivo en Oviedo, y entre estas dos ciudades y algun lugar mas cerca de las dos, siento que todo me pertenece a momentos, y las sensaciones cada vez que entro en cada uno de estos lugares, son distintas. Todas ellas; juegan conmigo, con alegria, nostalgia, curiosidad y olores del pasado.
    Hoy le envio otra musica, si no le gusta a la primera, dele alguna oportunidad, para que se sienta vivo.
    a.r.
    http://www.youtube.com/watch?v=9vopaDE_9aE&translated=1

    ResponderEliminar
  2. tambien para Usted.
    http://www.youtube.com/watch?v=vmF4-9VqdhA&playnext=1&list=PL0C28255A0EEA44A0&index=10

    ResponderEliminar
  3. Why don't you travel with La Pepa?

    ResponderEliminar
  4. para Usted tambien http://www.youtube.com/watch?v=VS0kAYePFc4
    y que se haga una idea de cómo será cuando nos conozcamos

    ResponderEliminar
  5. A veces pierde uno el tiempo por consideración absurda hacia quienes no vamos a ver nunca más... O no es tal pérdida de tiempo, que gracias a tal dispendio nos regalan algo qué recordar (y contar) para siempre.
    Las iglesias italianas suelen acordonar un espacio cercano al altar, para simular un recogimiento -que no es tal, pese el recurrente "per cortesía" que se oye por los altavoces- ajeno al deambular de los turistas que pululan por las naves del templo.
    Visitábamos una tarde de mayo Santa María Trastevere. Como estábamos cansados de patear la ciudad, atravesamos el cordón sanitario y nos sentamos en un banco, entre la numerosa feligresía.
    Contemplábamos el bello mosaico bizantino del ábside, cuando por una puerta lateral comenzó a salir una comitiva de clérigos de soberbias barbas; montaron en un momento un pequeño retablo portátil y dieron comienzo a una misa en rito bizantino.
    Por curiosidad y mientras descansábamos, nos habíamos entretenido leyendo unos libretos con el texto del ritual que iba a celebrarse.
    Ya estaba haciendo ademán a mis acompañantes de levantar el campo, cuando una joven que estaba a mi lado y que cantaba con desparpajo (en italiano) me tocó el brazo y pasó su dedo por los renglones del papel que yo tenía en las manos, con los ojos brillantes -pienso- por ayudar a unos torpes e ignorantes creyentes foráneos, que habían acudido a "su" templo a rezar... en rito bizantino.
    La amable -e inoportuna- mujer repitió con vehemencia el gesto varias veces...
    El desenlace es claro de adivinar: nos tragamos la misa entera por no desairar a quien tan amable era con nosotros.
    No hubo "mal" sin recompensa, pues gocé el hermoso mosaico hasta los menores detalles.

    ResponderEliminar
  6. Aquí hay un amor platónico del copón.!
    ¡Cave, Martín!

    ResponderEliminar
  7. La dulce independencia de no elegir (Manoel Barroso)
    "Voy a por tabaco". Y no volvió

    ResponderEliminar
  8. Via Margutta, ventotto.23 de diciembre de 2010, 0:32

    Buon Natale, amico.

    ResponderEliminar
  9. Ya se sabe: el tabaco mata.

    ResponderEliminar
  10. feliz Navidad, Sr. García Martín.
    Yo no le envío cosas obscenas, no me interesan. Sólo vengo aquí para desearle siempre todo lo mejor, y compartir con Ud. y quién pueda apreciarlo, algunas cosas hermosas con las que me encuentro.
    Cuídese mucho.
    a.r.

    http://www.youtube.com/watch?v=xYmDyHC4Oc0

    ResponderEliminar
  11. A propósito de la Navidad.

    Empieza a madurar el absceso en estos tiestos. Apenas un rubor en el capullo hermético hasta ahora. Falta un trecho para la eclosión de los primeros claveles reventones, como esos que tachonan las ágoras de Grecia. Quizá vaya para largo.
    Entretanto, nos queda la palabra.
    Hay Juanelos venales que se afanan en artilugios que suban el agua a la ciudadela numantina de los necios; carcomida y asediada, resiste a las catapultas de los justos (¿Pero hubo alguna vez once mil justos?) y empiezan a verse las primeras grietas en el Muro de la Vergüenza.
    Tenemos la palabra, que anhela la cercanía de otras palabras, conciencia hecha palabra, palabra hecha piedra.
    Pero me temo que -por ahora- sólo nos queda la palabra.
    A esperar que la modorra se diluya, que se disipe la niebla del marasmo que viene del pantano, que la anquilosis de la inercia no maltrate demasiado las cinturas. Se van a quebrar muchas cinturas...
    Por lo menos, nos queda la palabra.

    Salud.

    ResponderEliminar
  12. Recuerdo mi última visita a Roma y el comentario que nos hizo el guía; "Lo que no saquearon los bárbaros lo saquearon los Barberini" (éstos últimos eran una familia de la que salieron varios papas y que, para construir sus palacios, usaron múltiples piedras y elementos de los antiguos edificios romanos).

    ResponderEliminar
  13. Ya lo sabe, Martín: aquí hay mucho rijoso que manda sus obscenidades a este blog.
    Pero quien denuncia tales vicios debiera ser más explícit@:¿a qué se refiere?, ¿a la mención de las tetas de la Palin?, ¿al indisimulado acoso sexual a que le somoten a usted últimamente?
    ¿Habremos topado (¡no dejan escapar nada!) con la voz del Vaticano?

    ResponderEliminar
  14. Lo de los papas Barberini es un caso de emulación de los mayores, Emilia; ¿acaso no había dicho Cristo a Simón Pedro "sobre esa piedra edificarás mi Iglesia? Pues eso, los Barbi (pa los cercanos) venga a edificar iglesias con las piedras que tenían a mano.
    De la Tarpeya los tiraba yo...

    ResponderEliminar
  15. Hay mucho pagano por aquí, que no sabe las Escrituras. Cristo dijo:" Simón, eres piedra y sobre esa piedra edificare mi Iglesia".
    Lo de los Barbarini, pura rapiña.

    ResponderEliminar