UNA SONRISA
Viernes, 1 de octubre
ELOGIO DE LA INTELIGENCIA
Rodrigo Olay, que tiene esa inagotable curiosidad que yo tenía a los veinte años, me dice que en una de las revistas que le he prestado, Paraíso, dirigida por Juan Carlos Abril, hay un artículo de Carlos Pardo en que alude a una discusión que tuvimos hace algún tiempo en la Universidad Menéndez Pelayo. Es raro que se me pasara esa mención: el nombre propio suele siempre brillar con luz propia en cualquier página. Recuerdo con tedio infinito aquel encuentro de unos pocos críticos y una docena de poetas jóvenes en Santander. Fue entonces cuando todo lo que tuviera que ver con antologías de gente nueva, tendencias, panoramas, dejó de interesarme.
Qué aburridas, qué previsibles, que ajenas a cualquier ejercicio de la inteligencia la mayoría de las reseñas poéticas. Voy contra mi interés al confesarlo, ya lo sé: he incurrido en ellas semanalmente durante más de veinte años. Me vi en el espejo de Luis García Jambrina, de Túa Blesa, incluso de Prieto de Paula, y me retiré asustado. Qué contento estoy de no jugar ya en ese equipo. Y el terreno de las antologías de poesía joven se lo dejo entero a Luis Antonio de Villena, con el que alguna vez parecí competir. Que sea él quien dictamine la moda joven de cada nueva temporada.
Rodrigo me pasa también una conferencia de Guillermo Carnero, “El poeta subterráneo o mis tres criptomanifiestos”, que yo no conocía. Nunca he sentido especial simpatía por Carnero (en las guerrillas poéticas de los últimos años ha solido tenerme enfrente), pero siempre he admirado su inteligencia. Habla ahora de sus primeros trabajos críticos –sobre la poesía prerromántica, Espronceda, el grupo Cántico— y de cómo en realidad eran más o menos velados manifiestos de su manera de entender la poesía.
Mi manera de entender la poesía y la crítica de poesía está muy clara: si no son una manifestación de la inteligencia, no me interesan. La poesía debe ir más allá de la buena prosa, no quedarse más acá. En la poesía, como en cualquier actividad humana, el órgano principal es el cerebro. Y qué poco lo usan la mayoría de los escribidores de versos o de reseñas que conozco.
Sábado, 2 de octubre
UN VERSO CLARO
Instintivamente, cuando un poeta muere, lo primero que hacemos es abrir uno de sus libros: “Oh muerte soberana, señora de mis rimas, / hoy vengo aquí a pediros un favor, el primero / que, creo, os he pedido y el último que os pida. / Dadme un poco de tiempo para decir mi vida, / la vida de mis muertos y el amor de mi amiga. / Luego podéis venir a buscarme; os prometo / no haceros esperar, y confío en tener / pensado un verso claro, para vos, ese día”.
¿Qué verso claro tendría pensado Miguel Ángel Velasco este día en que la muerte soberana se presentó repentinamente a buscarlo? No me imagino ningún verso, no me imagino nada. Solo siento terror ante las balas que silban cerca; quizá ya está en el aire la que me está destinada.
Ningún verso claro ante el último trago. Solo un negro terror. Todo lo demás es literatura.
Domingo, 3 de octubre
NO DESESPERAR
Creo que tengo olfato para detectar la inteligencia. Me basta una conversación, leer unas pocas páginas, escucharle en una entrevista para saber si alguien es más o menos inteligente que yo. Y siempre, al principio, me fastidia un poco, para qué negarlo, pero pronto puede más la admiración.
Me fascina la inteligencia ajena y por eso me alegra encontrarla en los lugares más inverosímiles. Soy (pero nunca se lo he dicho a nadie: no me gusta meterme en líos) de los que dudan de que en determinados ámbitos, como el Tribunal Supremo o el Constitucional, haya vida inteligente. Y es posible que no la haya, no soy experto en la materia, pero de lo que estoy seguro es de que en el Constitucional la habrá pronto. De Francisco Pérez de los Cobos, el candidato de consenso propuesto por los dos partidos mayoritarios, he leído los aforismos de Parva memoria y también los “cuentos prácticos” que reúne en No hay derecho: pocas veces he encontrado juntas tanta capacidad satírica y tanta bien humorada inteligencia. El que políticos de uno y otro partido puedan ponerse de acuerdo en alguien así, ayuda a no desesperar.
Martes, 5 de octubre
UNA SORTIJA
Anoche no podía dormir. Para espantar los negros pajarracos que daban vueltas en torno a mi cabeza, decidí levantarme y salir a dar una vuelta. Lo hago a menudo. Me gustan las calles desiertas, el aire frío de la noche. Camino a buen paso y cuando vuelvo a casa cansado, si hay suerte, el sueño viene conmigo. Al subir la cuesta de Víctor Chavarri me sorprendió la silueta de una mujer sentada en un portal. Comprobé, extrañado, que vestía traje de noche, los hombros desnudos, alguna relumbrante joya. Era rubia, de una belleza delicada. Me extrañó tanto que volví sobre mis pasos para preguntarle si podría ayudarla. Me imaginé que habría extraviado la llave de casa; quizá su acompañante hubiera ido a buscar un cerrajero. “Perdone que la moleste. ¿Puedo ayudarla en algo?”. Alzó hacia mí los ojos y eran los ojos verdes más mansamente hermosos que yo haya visto nunca. No dijo nada, pero se me quedó mirando un buen rato. Luego susurró: “¿De veras no te acuerdas de mí?”. Se puso lentamente en pie, empujó la puerta (que, contra lo que yo creía, estaba abierta) y desapareció tras ella. Yo traté de seguirla, pero ahora la puerta había quedado cerrada y no sabía a qué timbre llamar. Al retirarme vi que, sobre el escalón en que la mujer había estado sentada, brillaba algo. Lo recogí, era un anillo. La piedra me pareció un zafiro. Recordé entonces el comienzo de una de las obras teatrales de Azorín, el auto sacramental Angelita. Un desconocido le regala a la protagonista una sortija con un zafiro “único, extraordinario, maravilloso”. Al darle la vuelta hacia la derecha avanza el tiempo; hacia la izquierda, retrocede. Yo me puse el anillo en el dedo, pero no me decidí a hacer el experimento.
Esta mañana volví al portal de Víctor Chavarri y hablé con el portero. No conocía a la mujer. “Si alguna mujer así hubiera pasado por esta puerta estando yo delante, no se me habría olvidado”. “Pues pasó por mi vida y yo ni siquiera me fijé en ella; seguramente estaba distraído con un libro”, pensé. Le dejé mi teléfono por si alguien le decía que había perdido una sortija.
También fue desde que conocí Florencia.
ResponderEliminarMe asalta a veces un sueño recurrente, de una pasmosa identidad del material onírico: pasan meses entre cada sueño pero son tan iguales que parece que Delvaux fuese el escenógrafo que congeló en un lienzo el primero de ellos y que se diviertiese mostrándomelo de vez en cuando, mientras duermo y las defensas se relajan.
Veo en el sueño una desierta Piazza della Signoría. Veo el mármol grisáceo del Neptuno de Ammannati recortarse sobre la pietra serena del Palazzo Vecchio. Veo al tosco hijo de Saturno que mira de soslayo a David, que parece, ceñudo y despectivo, reparar en la fealdad de Hércules y de Caco...
Súbito, aprecio un temblor amenazador en el deforme brazo derecho de Neptuno..., y es entonces cuando se desencadena el paroxismo de la pesadilla que hace que me despierte en un espasmódico rictus de terror, bañado en sudor e insomne para el resto de la noche.
Me dice un psicólogo que conozco, que en el sueño va implícito el rechazo que me producen las deleznables estatuas que flanquean al David de Michelángelo... Otra vez David en la jaula de las fieras; aunque creo recordar que quien peligraba en la jaula de los fauves era Donatello, no David... Cosa de sueños.
Habiendo leído "La interpretación de los sueños", de Freud, me cuesta creer que la motivación latente de mi sueño sea tan expresa y tan al alcance del observador atento, pues sostenía el maestro que casi siempre el móvil yacía sepultado debajo de una maraña de ideas que, aparentemente, poco tenían que ver con el sueño expreso.
De lo que sí estoy seguro es de que tanto Bardinelli como Ammanatti eran unos manazas.
Buscando la crítica de un libro que he de regalar, descubro por azar tu blog. Es excelente.
ResponderEliminarGracias
ResponderEliminarJLGM
A modo de comentario de UN VERSO CLARO, copio aquí unos versos que escribí esta mañana:
ResponderEliminarORACIÓN
Señor, si llego a ver una señal que indique
con claridad que el fin es inminente,
te haré una petición, un ruego vehemente;
espero no te escueza ni te pique:
“Déjame con mi cuerpo, y a esa mi alma di que
nunca la quise: fue una carga ingente
que me aplastó y hundió continuamente.
Quédatela y que no te perjudique.
Mientras yo, con mi cuerpo, me reintegro a la Tierra.
Ella fue hermosa madre; y yo fui lindo hijo.
Ella me quiso siempre… Mira cómo se aferra
a este cuerpo yacente, de su entraña retoño;
mira cómo, buen hijo, en ella me cobijo,
abrigado en las hojas caídas del otoño.”
Me alegro que mi nota haya provocado un poema, un conmovedor soneto. Gracias por el envío.
ResponderEliminarJLGM
También a mí me agobiaba de niña la sombra de la muerte. Ahora comprendo que es porque fui a un colegio católico, y esas angustias existenciales las sufría en verano, lejos de ese edén protector. Para consolarme pensaba que, en unos años, envidiaría el momento presente por ser yo más joven. Dejo otro verso claro, de JCereijo:
ResponderEliminarYa te has ido, tan pronto.
Ya te tiene la muerte.
Al menos, sé que cuando también
yo mismo tenga que marcharme,
ella, gracias a ti, me será acogedora.