jueves, 17 de septiembre de 2009

Notas venecianas (1): San Jorge y el dragón

Le reconocí de inmediato. Estaba de espaldas, con el sombrero en la mano, contemplando la iglesia de la Pietà. Habíamos coincidido hacía un año por los mismos lugares. “Hola, André”, le dije. Él me saludó con un gesto y luego se puso a charlar conmigo como si nos hubiéramos visto el día antes.


“¿Ves ese hotel al lado de la iglesia de Vivaldi? Es el Metropole. Hace cien años se alojaron en él por las mismas fechas Thomas Mann y Sigmund Freud. El novelista andaba preocupado por ciertas inconfesables pulsiones sexuales. Le pidió consejo a Freud. ¿Debía psicoanalizarse? Y Freud, en contra de sus intereses, le dijo que para un artista no hay mejor terapia que el propio arte. Poco después Mann convirtió su obsesión por un joven camarero en Muerte en Venecia, que situó en un hotel del Lido.”
También esta ciudad, a la que vuelvo muy de tarde en tarde, me recibe cada vez como si fuera uno de los suyos; como si solo en ella no estuviera de paso.
“¿Estás esperando para ver la película de Peter Greenaway? Yo acabo de salir. Te gustará. Le Nozze di Cana, el cuadro del Veronese, es fascinante, una réplica más verdadera que el original. Y Greenaway acierta a subrayar toda su magia. ¿Conoces la historia de la Fondazione Giorgio Cini? El conde Cini le dio el nombre de su hijo y buscó el lugar más adecuado: el monasterio benedictino, por entonces en ruinas, de la isla de San Giorgio Maggiore. Vittorio Cini inició su fortuna en la época de Mussolini, de quien fue ministro. Dimitió poco antes de que el Gran Consejo destituyera al dictador. Los alemanes lo detuvieron y lo enviaron a Buchenwald. Del campo de concentración lo salvó su hijo Giorgio, quien reunió todas las joyas de la familia y, tras desmontar las piedras preciosas, sobornó con ellas a los vigilantes. El conde Cini se había casado con Lyda Borelli, una de las grandes actrices del cine mudo. Era muy celoso. No solo le prohibió seguir trabajando sino que buscó todas las copias de sus antiguas películas para destruirlas. Casi lo consigue. Milagrosamente se ha logrado salvar alguna. No quería que nadie, salvo él, admirara la belleza de su mujer, ni siquiera en celuloide. Cini tenía una amante, la condesa Dal Pozzo, una aristócrata veneciana.


Todos lo sabían, pero nadie hablaba de ello. En público los dos hacían como si no se conocieran. Cuando le liberaron, cuando llegó la noticia de que estaba sano y salvo en Suiza, Lyda Borelli dijo: “Que alguien avise a esa mujer. Se alegrará”. Sus hijos fingieron no entender. Entonces ella misma buscó un número en el listín y luego telefoneó: “Soy la mujer de Vittorio. Mi marido está libre”. Y colgó. Estas cosas las cuenta Federico Zeri en sus memorias, J’avoue m’être trompé. ¿Las has leído? Un libro fascinante sobre la trastienda del mercado del arte, la miseria de los grandes coleccionistas y los trapicheos entre estudiosos como Berenson o Roberto Longhi y los anticuarios. Bastaba ver a Lyda Borelli, confiesa Zeri, para quedar fascinado. Cini era consciente de ello y por eso la escondía como a la más preciada pieza de su colección.


Pero no podía esconderla de sus propios hijos y Giorgio, el héroe que lo había librado de los alemanes, se enamoró perdidamente de su madre. Buscaba sustituirla con actrices mayores que él. Tuvo muchas amantes. La última, Merle Oberon. Un día en que ella estaba en Cannes y él debía asistir, por obligaciones sociales, a una gran fiesta en Venecia decidió hacerle una visita en su avioneta privada. Al volver le pidió al piloto que hiciera una circense pirueta de despedida y que se acercara lo más posible a tierra para saludar a Merle. El avión se estrelló. Fue uno de esos accidentes que disfrazan un suicidio. Giorgio salvó a su padre, dejó que la princesa, que era su propia madre, muriera de tristeza en su encierro, y dio muerte, nuevo San Jorge, al dragón que llevaba dentro, un dragón que Freud conocía muy bien. ¿Fue un héroe o un cobarde? No sabría decirlo. Pero gracias a esa oscura historia ahora podemos sentarnos en el refectorio palladiano y participar de las bíblicas bodas de Caná, donde Cristo convirtió el agua en vino, y escuchar el rumor de las conversaciones en dialecto y la música que sirvió para la coronación del Dux Marino Grimani”.

1 comentario:

  1. Qué displicente es, Martín: "...la iglesia de Vivaldi".
    Entre esa iglesia y el orfanato de su derecha nació parte de la mejor música que nos ha dado Italia.

    ResponderEliminar