jueves, 16 de julio de 2009

Cantar de amigo

Sí, como todo el mundo, yo también estuve en Coimbra y siempre que puedo paso de nuevo por allí para emborracharme de melancolía.
Fue en Coimbra donde Eça de Queirós, en el atrio de la Sé Velha se encontró con el mismísimo demonio, un diablo con lentes, con cartera de doctor y sin rabo, que le hizo la oferta que luego contaría en El Mandarín: si con un gesto trivial, por ejemplo tocar una campanilla, muere alguien muy rico a quien no conoces y te deja heredero de toda su fortuna, ¿tocarías esa campanilla?
Fue en Coimbra donde Antero de Quental un día de tormenta subió a una colina, sacó su reloj y con voz firme dijo: “Dios, si existes, te doy cinco minutos para que me lo demuestres enviando un rayo que me destruya”. Pasaron cinco minutos y no pasó nada. Dios, desdeñoso, no quiso tomarse la molestia de hacer lo que el propio Antero haría de un pistoletazo poco tiempo después.
Fue en Coimbra donde un adolescente enamorado, Eugénio de Andrade, encontró el lenguaje de la felicidad: “solo tus manos traen los frutos”.
Sí, yo también estuve en Coimbra y probé de esos frutos. Algo de su sabor me queda todavía en la boca.


Anochece en la colina de la Universidad. Poco a poco ha ido cesando el bullicio estudiantil y ya solo hay lugar para los fantasmas. He subido la escalera monumental y me he detenido frente a la estatua del rey Dom Dinis, un mamotreto que no parece adecuado para quien escribió: “Ai flores, ai flores do verde pino, / si sabedes novas do meu amigo? / Ai Deus, e u é?”
Construir estos edificios que empequeñecen la gracia de la vieja Universidad supuso destruir un ruedo de casucas medievales, como aquella en que vivía Eugénio de Castro, el poeta amigo de Unamuno, al que sacaron con piadoso engaño de su casa y que murió de pena al saber que nunca volvería a ella.
Sí, todo el mundo estuvo en Coimbra, salvo Fernando Pessoa, aunque fue precisamente aquí donde tuvo lugar el comienzo de su gloria. Cuando no era más que un borroso oficinista que perdía su tiempo en los cafés lisboetas, un grupo de inquietos estudiantes supo ver en él al Maestro con mayúscula, al Gran Maestre de la masonería de la modernidad.


Sí, yo también estuve en Coimbra y al pie de la estatua del rey dom Dinis aguardé muchas veces mi ración de felicidad. Mientras esperaba, me repetía los versos del cantar de amigo: “Ai flores, ai flores do verde ramo / si sabedes novas do meu amado”.
Las ascuas del crepúsculo brillan todavía detrás de la torre, sobre la Porta Férrea y la Vía Latina. Como entonces, junto a la estatua del rey, espero. ¿A quién? Al que yo fui hace treinta años que ahora sube apresurado y jadeante la escalera monumental y que pasará a mi lado sin siquiera reconocerme.Sí, yo también estuve en Coimbra y a veces pienso que sigo estando allí contigo, que nunca he estado en ningún otro lugar.

2 comentarios:

  1. Excelente estampa de Coimbra. Manuel Torga, el poeta y novelista (hacedor de diarios también, como usted) era también de esta ciudad.

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  2. ¿¿Dónde está esa campanilla??
    Un abrazo:
    JLP

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