Viernes, 8 de mayo
LA HISTORIA SECRETA
“Tengo una historia maravillosa que contar, pero no conozco el modo de contarla”, dice Sherwood Anderson. Cualquier vida está llena de maravillosas historias que contar, pero qué pocos saben contarlas.
Sábado, 9 de mayo
ME GUSTA MANDAR
Perdiendo el tiempo en el patio de vecinos de Internet, me encuentro con que alguien que hace siglos fue mi amigo, o similar, alude a mí como “un memo con mucho poder”. Sonrío. “Memo” es una palabra vacía; en ese contexto significa solo que me resistía a sus interesadas adulaciones, que no formo parte de su club de intercambio de favores. No me molesta en absoluto. Me hace gracia, en cambio, lo de “con mucho poder”. Qué más quisiera yo.
Soy de esas personas a las que les gusta mandar. Pero nunca he podido ejercer mis dotes de mando más que sobre mí mismo. Y lo malo es que, como todas las personas a las que les gusta mandar, soy muy poco obediente.
Domingo, 10 de mayo
DE LA VIDA EN EL CAMPO
Antonio Moreno, hastiado de la vida urbana como tantos, dejo la ciudad para irse a vivir “a uno de los muchos pueblecitos dispersos entre las vertientes de los macizos y barrancos de la sierra norte de Alicante, en torno a la Serrella, Aitana y el Rontanar, las tres principales cumbres de la zona”. Cuenta su experiencia en un libro azoriniano, despojado y hermoso El laberinto y el sueño. Yo leo con emoción esas páginas en esta tarde de súbitos e inesperados chaparrones. Sigo sus pasos por las callejuelas, piso las hojas de las moreras, me acerco a la baranda en donde el aire es más frío frente al oscuro bulto de un monte; allí miro centellear una luz solitaria, bajo las nubes casi negras y la ceniza del atardecer. A veces le acompaño por el camino solitario que lleva hasta el castillo, un camino que pasa junto al cementerio y lo deja en una orilla, encaramado sobre los tejados de la aldea. O ceno con él una noche de invierno en que la nieve todavía cubre los caminos frente a la chimenea encendida. Mañanas frescas con los silbos de los estorninos, atardeceres a los que pone banda sonora el áspero timbre de las urracas. Y la felicidad de admirar los vaivenes de las golondrinas “yendo y viniendo en el aire como sutiles sastrecillos que bordan con sus picos una mágica tela; el encanto de encontrarlas a ras del suelo, en medio de la calle o de un camino, junto a la alberca cuyas aguas rozan con tanta elegancia y levedad, o gárrulas en sus nidos de barro”.
Sí, nada más hermoso que la vida del campo cuando no se vive en el campo. Con Antonio Moreno he vuelto a una aldea entre montañas donde no se escucha más que el canto de los pájaros y el sonido de mis propios pasos en el empinado sendero. Un lugar, para qué nos vamos a engañar, en el que yo no podría resistir ni un fin de semana. Odio el campo, me angustian los lugares pequeños, me asfixian, en seguida noto que en ellos me falta el aire.
No hace falta recurrir a Freud para averiguar la razón. Soy de pueblo, de un pueblo de los de antes, de los de la España unánime en la infinita posguerra. Ya he padecido bastante esa áspera tranquilidad, esa cerrazón mental, ese odio a la inteligencia, ese tener que ser como todo el mundo.
A mí me gusta estar solo en medio de la gente. A mí me gusta saludar solamente a los conocidos, no tener que hablar con todo el mundo. A mi me gusta llegar a un café y sentarme en una esquina y abrir un libro o mirar a quienes pasan por la calle y ser invisible. No me gusta entrar en el único bar del pueblo y tener que charlar del tiempo o de fútbol con el paisano que allí me encuentro o con el dueño. A mí no me gusta ser campechano. Ya sé que eso me inhabilita para rey. Pero qué se va a hacer. Cada uno es como es. Quizá por eso mismo disfruto tanto con las sabias páginas de Antonio Moreno. Gracias a ellas participo de todos los rústicos placeres que me han sido vedados.
Lunes, 11 de mayo
EL EGOÍSTA ENTROMETIDO
“Ya me gustaría a mí ser como tú. Tú nunca dudas. Tú siempre sabes lo que hay que hacer en cada momento”, me dice un amigo particularmente indeciso.
Qué equivocado está. Yo, como todo el mundo, sé lo que los demás deberían hacer en cada momento. Para cada problema ajeno tengo una solución.
Y es que los problemas de los demás casi nunca son verdaderos problemas. Los únicos problemas inquietantes, por pequeños que a los demás les parezcan, son los propios.
Como buen egoísta, que solo se preocupa de sí mismo, ando siempre entrometiéndome en la vida de los demás. Una manera de pasar el rato. Pero no dejo que nadie se entrometa en la mía.
Procuro cerrar bien puertas y ventana antes de ponerme a llorar a solas, antes de emborracharme de desesperación.
Martes, 12 de mayo
OTRO A QUIEN LE GUSTABA MANDAR
La historia la cuenta Jesús Pardo en Borrón y cuenta vieja, el último volumen de sus memorias. Camilo José Cela le invitó a participar en el jurado de un suculento premio literario organizado por no sé qué ministerio. El jurado se reunió en torno a una mesa en una gran sala suntuosamente decorada. Presidía Cela, que abrió la deliberación con estas palabras: “Bueno, amigos, supongo que ya sabéis para quién va a ser el premio”. Luego tocó un timbre y al ujier que apareció le ordenó con voz seca y campanuda: “A ver, copas y canapés”.
Algunos miembros del jurado ya sabían para quién era el galardón, pero la mayoría se enteró al día siguiente, al leer los periódicos, de que había premiado a Mariano Tudela, uno de los protegidos de Cela. Y es que el gran estilista era así de generoso. Cuando presidió el Cervantes, consiguió que se lo otorgaran a una benemérita nulidad poética que le había ayudado en los comienzos. Y no se lo dio, como Calígula, a su caballo, simplemente porque no tenía caballo.
Miércoles, 13 de mayo
CONTRA LA UNANIMIDAD
En la primavera de 1914 un joven escritor vienés se distrae en el cine de una ciudad francesa. Antes de la película, se proyecta un noticiero. De pronto, aparece un momento en la pantalla la imagen del emperador de Alemania, Guillermo II. Inmediatamente se produjo un alboroto. “Todos chillaban y silbaban, hombres, mujeres y niños, como si les hubieran insultado personalmente -cuenta Stefan Sweig-. La buena gente de Tours, que del mundo y la política no sabía más que lo que había leído en los titulares de los periódicos, se había vuelto loca durante un momento”. El escritor presintió entonces todo lo que se avecinaba: “Había durado solo un segundo, pero bastó para mostrarme con qué facilidad en todas partes era posible soliviantar a la gente en tiempo de crisis, a pesar de todos los intentos de entendimiento”.
Me aterra la unanimidad. Qué fácil resulta azuzar al rebaño de los buenos ciudadanos en una dirección o en otra. Y qué fácil entretenerlo. Cada semana se les sirve por televisión el partido del siglo y una cervecita y ahí los tienes, felices como unas pascuas.
----Deduzco que no vas a ver el partido de hoy. Pues a mí no es que me guste mucho el fútbol, pero este partido no me lo pienso perder por nada del mundo, aunque gane quien gane, esta vez la copa del rey la pierde España.
----Serás única persona que no ve el partido, añade Marcos.
----Nada le alegraría más. A Martín le gustaría aplicarse aquel anuncio que decía algo así como “el único que es único”. Pues lo siento mucho, querido, pero de gente única está lleno el mundo. Nada abunda más que los tíos raros, aunque cada cuál tenga su chifladura.
La mía es no gritar cuando todos gritan. Desconfiar de las evidencias. Sospechar de lo obvio. En el cine de Tours permanecería callado al aparecer el káiser, aún a riesgo de que me tomaran por un espía alemán.
Jueves, 14 de mayo
LA VERDADERA HISTORIA
Humo humano, el libro de Nicholson Baker sobre los orígenes de la Segunda Guerra Mundial, termina en diciembre de 1941, cuando todavía seguían vivas la mayoría de las personas que murieron en ese conflicto. La historia no fue exactamente como nos la han contado, no fue un cuento de niños, con los probos demócratas luchando contra el ogro alemán. Nicholson va yuxtaponiendo, sin apenas palabras propias, sin juicios de valor, artículos periodísticos, diarios, cartas, discursos. La conclusión es que no hubo más héroes en aquella guerra que los pacifistas que se opusieron a ella. Al viejo Churchill la vida de los demás le importaba tanto como a Hitler. En agosto de 1940 se le pidió que dejara pasar alimentos para los niños que en Francia se morían de hambre a consecuencia del bloqueo. “Lamento que debamos rechazar esas peticiones”, fue su respuesta.” Las grasas sirven para hacer bombas y las patatas para hacer carburante sintético. Los materiales plásticos que ahora se usan tanto en la construcción de aviones se hacen con leche. Quienes sufren bajo el yugo de Hitler, ya recibirán alimentos cuando se liberen de ese yugo”. La idea de que los alimentos que se querían enviar para los niños (leche, chocolate, grasas, carne) se utilizarían para fabricar municiones era un completo disparate. Pero todos los buenos patriotas aplaudieron entusiasmados.
VISTA
ResponderEliminarSubrayada por las tejas más cercanas,
mecida en el pequeño cuadrilátero,
en la vieja fotografía te contemplo,
Lisboa, horizonte mar y cielo.
El sol te marca el norte de costado,
no deja de mirar por tu ventana
y hasta encender todas las velas vela.