AMIGAS. Las dos amigas se enamoraron simultáneamente del mismo hombre, un capitán de artillería que no hacía caso a ninguna de las dos. Acabaron viviendo juntas y consolándose mutuamente de su fracaso.
ÁNGEL. Aquel gran pecador, cuando abrió los ojos, se sorprendió de encontrarse en un jardín con frutos de oro y ríos de leche y miel. “La verdad -le dijo al ángel que se acercaba con una botella de su whisky favorito y unos vasos- creí que el infierno sería un lugar menos agradable”. El ángel sonrió: “Te han negado la entrada en el infierno porque cometiste todos los pecados, pero te olvidaste del único que de verdad importa: nunca hiciste mal a nadie”.
CARNAVAL. Un día, en el carnaval, quiso poner a prueba la fidelidad de su mujer y trató de seducirla; la mujer, también enmascarada, resistió todas las galanterías de aquel presunto desconocido. Cuando orgulloso se lo contó al día siguiente, ella se puso colorada y murmuró: “Entonces ¿no eras tú?”
ESPEJO. Buscaba mujer y no encontraba ninguna de su gusto. Esta era un poco cejijunta, aquella estrecha de caderas, la otra demasiado habladora. Un día, cuando ya desesperaba, la encontró al mirarse casualmente en el espejo.
LOBO. Cada noche, cuando el pastor dormía, el lobo se llevaba una oveja. No había manera de evitarlo. Un día al despertarse el pastor se encontró al lobo que lo miraba fijamente. “¿Qué quieres?”, preguntó, “Ya no me queda ninguna“. “Quiero las ovejas que cuentas antes de dormirte”.
MUJER. Para evitar desilusiones, antes de declararse a la mujer que amaba hacía cuidadosas averiguaciones sobre su pasado, su fortuna, sus costumbres. Contrataba detectives, preguntaba a familiares y amigos. Nunca se declaraba a ninguna mujer sin estar bien seguro de que iba a ser rechazado.
NADA. Todo lo que hacía le salía bien, jamás estuvo enfermo, era el hombre más feliz del mundo. Había cumplido ya los noventa años cuando la muerte llamó a su puerta. Se asustó: “Ahora voy a pasar todas las angustias juntas”. Pero la muerte sonreía: “Conoces todos los bienes de la tierra, pero te falta por conocer lo mejor, algo que hasta los dioses anhelan: la dulzura de la nada”.
OBSESIÓN. Su obsesión era convertirse en el autor del cuento más breve del mundo. Primero publicó un libro solo de títulos, ya que un buen título encierra toda la historia; luego pensó que las buenas historias no necesitan título y publicó un volumen con todas las páginas en blanco.
PARAÍSO. Un día, dando una vuelta por el paraíso, se encontró Dios con un santo que, desnudo de cintura para arriba, se golpeaba con aparente saña. “Pero ¿qué haces, buen hombre? Ahora estás en el cielo, ya no es necesario que te mortifiques”. “Si no me mortifico…”, respondió ruborizado.
PERDÓN. A Oscar Wilde, poco después de su salida de la cárcel, le reconocieron unos viajeros ingleses en un café de Nápoles. Se quedaron parados, a cierta distancia, mirándole como se mira a un animal que causa a la vez pasmo, miedo y repugnancia. Pero una niña se soltó de la mano de la madre y, antes de que pudieran impedirlo, se acercó a él y le dio un beso. Oscar Wilde sonrió: “Dios os ha perdonado”.
TESTAMENTO. Cuando se abrió el testamento resultó que el padre había repartido todas sus posesiones entre sus dos hijos mayores y al tercero, al que más quería, no le había dejado nada. Al ir sus amigos a consolarle, dijo: “A mí me ha dejado lo mejor: su talento”.
VIDA. Se paso toda la vida viajando, estudiando, tratando de averiguar lo que era necesario para ser feliz. Cuando estaba a punto de averiguarlo, murió súbitamente. Nunca hubo hombre más feliz.
Me han gustado estos microrelatos.
ResponderEliminarMe alegro haber encontrado tu blog.
Terminaste de leer LAS CUARTILLAS DE UN NÁUFRAGO?
DAGUERROTIPIA. Le dijo Dios al judío: Cree en mí y verás.
ResponderEliminarMÚSICA. La emoción sin razón.
EliminarCINE. Una pasión inútil.
PALABRAS. Las partes del todo.