domingo, 1 de febrero de 2009

Para entregar en mano: Los encuentros

Sábado, 24 de enero: Hölderlin en Los Prados

“En el desierto de los días, cultiva tu pequeño jardín”, leí en no sé qué libro de sabiduría más o menos oriental. Las flores de mi jardín están hechas de rutinas y a la vez que cuido las antiguas procuro plantar otras nuevas. Ahora los sábados, después de pasar por correos a recoger algún envío y antes de entrar en el Carrefour a hacer la compra, me gusta sentarme en el Caffé di Roma y allí, de espaldas al ventanal, rodeado de desconocidos, abrir un libro y leer durante una hora. No me molesta el ajetreo ni el barullo familiar. Todo lo contrario, me arropa. “Pero ¿no lees mejor tranquilamente en casa?”, me pregunta un amigo que me encuentra absorto en el Hölderlin, de Antonio Pau. No, no leería mejor. Como a todos los solitarios, me gusta la gente. De vez en cuando, alzo los ojos del libro y observo los grupos de amigos que esperan para ir al cine, las parejas jóvenes con el cochecito del niño, los ancianos que no tienen nada que decirse, los ajetreados camareros. El amigo se aleja y yo vuelvo a quedarme solo, pero bien acompañado con el libro y la gente.
Cuando llego a las páginas finales, cuando Lotte Zimmer escribe la carta en la que comunica la muerte del poeta –“Estoy tan conmovida que no puedo ni siquiera llorar”—, a mí se me llenan los ojos de lágrimas. Este libro me ha hecho amar al Hölderlin de los años oscuros, al que perdida la razón habita en casa de un buen carpintero que le ha acogido con admiración y afecto después de que familia y amigos volvieran la espalda al gran poeta convertido en pobre loco. Pero un loco no es un animal extraño, sino alguien igualmente necesitado de afecto y amor. Hölderlin daba grandes paseos, tomaba a menudo rapé, un café a media tarde, era muy friolero, saludaba ceremoniosamente, se reía mucho cuando agitaban el tronco del ciruelo que había en el jardín y las ciruelas caían sobre las cabezas de todos, le gustaba tocar la espineta y la tocó la tarde misma de su fallecimiento… Al perder la razón, Hölderlin ganó la serenidad.
Al limpiarme las lágrimas, me doy cuenta de que tengo frente a mí a una niña de apenas dos años que me mira con los ojos muy abiertos. Seguro que si supiera hablar me preguntaría por qué lloraba. Le sonrío, ella duda un momento y luego me sonríe también. En ese momento, aparece su madre: “Irene, no molestes al señor”.
No, no me molesta. Ella ha sido la única que se ha dado cuenta de mi emoción al seguir la vida de Hölderlin, paso a paso, hasta el tranquilo final, hasta la inmortalidad. Luego entro en el supermercado y compro pan, yogures, queso y fruta con la banda sonora de los versos del poeta: “¿Qué es lo que empuja mi corazón? / Contempladme y juzgadme. / No podré alcanzar nunca / el vuelo de los grandes que sobrepasa el mundo. / Pero tengo mis sueños, que valen más que el mundo”.


Domingo, 25 de enero: Calle de La luna

Al subir hacia el Fontán, contento después de haber escrito la página del día y dispuesto a cumplir el peripatético rito bibliófilo de todos los domingos, me encuentro con un viejo conocido que sale de un antro de la calle de la Luna. Se tambalea, trata de darme un abrazo, farfulla no sé qué incoherencias. Por fin le entiendo algo: “¿Nunca te has emborrachado, tío? ¿Nunca has pillado una buena cogorza? ¡Tú no sabes lo que es la vida!”
Lo dejo apoyado en la pared, de donde resbala hacia el suelo, y mientras me alejo pienso que tiene toda la razón, que hay muchas felicidades de las que me he librado.


Lunes, 26 de enero: Núñez de Arce

Me gustan los encuentros con desconocidos. Es como abrir la primera página de un libro, como llegar a una ciudad de la que no sabemos nada. Al volver a casa, sin ganas de llegar a casa, comienza la novela. “Usted no me recuerda, pero yo asistí a una charla suya, en Madrid, una charla sobre lenguaje y realidad. Nos presentó Enrique Bueres”. Ni le recordaba a él ni recordaba a aquella charla, pero como los dos conocíamos a Bueres ya teníamos tema de conversación. Hablamos de Bueres y de otros muchos temas, y luego le acompañé a casa. Luis, ese fue el nombre que me dio, vivía en un piso destartalado y antiguo de la calle Milicias Nacionales. Todo estaba descuidado y lleno de polvo, como si allí en realidad no viviera nadie. “Yo vivo en Madrid. Hubo un malentendido con las fechas y la asistenta no ha tenido tiempo de venir a arreglar un poco esto”, dijo. A mí no me importaba. Había encontrado una pequeña biblioteca y me entretenía en curiosear los libros. Estaban muy manoseados y los más recientes habían sido editados hace un siglo. Abrí un pequeño tomo con los Gritos del combate, de Núñez de Arce, dedicado por el autor a Luis Blanco. “Mi bisabuelo”, dijo Paco. “De niño yo me sabía, además de los habituales de Campoamor y Bécquer, poemas de ese libro. Aún recuerdo alguno: Eres ariete formidable, nada / resiste a tu satánica ironía. / A través del sepulcro todavía / resuena tu estridente carcajada”. Y yo seguí luego recitando los versos del soneto hasta llegar al último: “Ya venciste, Voltaire, ¡maldito seas!”. Nos reímos los dos. Charlamos muy agradablemente antes de irnos a dormir. Cuando me desperté, estaba solo. Era ya algo tarde, tenía prisa, así que dejé una nota y me fui. Tomé prestada aquella primera edición de Núñez de Arce, el poeta de la duda, con el soneto a Voltaire que a mí me gusta tanto. Lo indiqué en la nota. En el portal me encontré con una señora. “¿Sabe usted quién vive en el cuarto izquierda?”. Me miró recelosa. Por un momento, pareció que iba a seguir adelante sin contestarme, luego cambió de expresión y dijo: “En ese piso hace mucho tiempo que no vive nadie”. Sonreí: otra historia de fantasmas. Nada más banal. ¿Qué somos cualquiera de nosotros sino seres de otro mundo que por un tiempo habitamos este mundo? Al llegar a casa, abrí al azar el libro de Núñez de Arce: “¡Oh eterno amor, que en tu inmortal carrera / das a los seres vida y movimiento, / con qué entusiasta admiración te siento, / aunque invisible, palpitar doquiera!”



Martes, 27 de enero: Definiciones

“Mujeres: demonios sin los cuales la vida sería un infierno”, afirma Roberto Gervaso. “O ángeles sin los cuales la vida sería un paraíso”, añado yo.


Miércoles, 28 de enero: Alma del mundo

Paso un momento por la tertulia, antes de la ópera, y allí me encuentro, esperándome, a Luis. “¿Así que no eres un fantasma?”, le digo sonriente. “No estoy yo tan seguro”, responde. “Tengo que devolverte a Núñez de Arce. “Puedes quedártelo, todos esos libros se los llevará cualquier día por nada un librero de viejo”.
Para disfrutar de Un ballo in maschera tuve que seguir el método Quintanal: escuchar la música con los ojos cerrados a fin de que no me distrajeran ni irritaran las ocurrencias de la directora de escena, Susana Gómez, que confía tan poco en la historia que cuenta y canta Verdi que se siente obligada a camuflarla con chirriantes pegotes actualizadores. Afortunadamente, tenía en la memoria el montaje del Teatro Real, al inicio de la temporada, que admiré en Los Prados. Mientras Amelia y Ricardo se declaran su amor en un campo solitario de los alrededores de Boston, al pie de un cerro abrupto donde se ahorca a los delincuentes (en la versión del Campoamor, el rey y la mujer de su mejor amigo se encuentran en las afueras de un puticlub), a mí me vienen a la memoria versos de Núñez de Arce: “Los impalpables átomos combinas / con tu soplo magnético y fecundo: / tú creas, tú transformas, tú iluminas, / y en el cielo infinito, en el profundo / mar, en la tierra atónita dominas, / amor, eterno amor, alma del mundo”.


Jueves, 29 de enero: Un negocio

Me llama un amigo, al que han despedido de la Fundación Fernando Quiñones, en la que llevaba trabajando seis años, y yo trato de ayudarle proponiéndole un negocio fácil y rentable. “Se trata –le digo— de crear una empresa dedicada a promocionar a los escritores por Internet. Ya sabes que hoy casi todos tienen un blog. Y que se pasan el día mirando las entradas. Se les ofrece multiplicar por diez en un mes entradas y comentarios. Ese primer mes es gratis. Luego se les cobra una no excesiva cuota. El negocio es sencillo. Se contrata por poco dinero a dos o tres estudiantes que durante unas horas visiten los blogs de los abonados. Leen por encima y escriben un comentario elogioso. Cada uno utiliza varios pseudónimos. También, de vez en cuando, enviarán un correo electrónico al autor hablándole de su último libro o del artículo que ha publicado recientemente. Nada alegra más a un escritor que recibir el comentario elogioso de algún lector anónimo. Los amigos se cansan pronto y los colegas son demasiado reticentes a la hora de elogiar, a menos que tú les devuelvas el elogio duplicado. Pero los lectores anónimos suelen preferir El niño del pijama a rayas o el bodrio que se promocione en cada momento, de ahí que haya que ayudarles un poquito”. “No sé si te has dado cuenta de que ese negocio, que no dudo que pueda ser un buen negocio, tiene algo de estafa”. “Más bien de obra de caridad. Hacemos felices, por poco coste, a un puñado de ególatras grafómanos. Y sin riesgo. Estamos tan ávidos de elogios que procuramos no indagar demasiado, por la cuenta que nos tiene”.



Viernes, 30 de enero: Tiempo detenido

De pronto, en un libro seco y terrible, Dora Bruder, de Patrick Modiano, me encuentro con “uno de esos domingos apacibles y soleados que nos hacen experimentar un sentimiento de vacaciones y de eternidad, el sentimiento ilusorio de que el curso del tiempo se ha detenido, que basta deslizarse por esa brecha para escapar a la tenaza que está a punto de cerrarse sobre nosotros”.
Este viernes es uno de esos domingos y por la brecha entro en un jardín –cercas de rosas silvestres, madreselvas en la pared y algunos cipreses que movidos por la brisa de la mañana acarician el cielo— que de sobra sé que no está en ninguna parte.
Entro en un jardín, o en unos ojos.

3 comentarios:

  1. Genial entrada. Cada día que pasa le admiro más. Está cambiando mi vida. ¡¡Bravo!!

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  2. Descubrí a José Luis García Martín hace algún tiempo a través de la página que publica todos los domingos en "La Nueva España". Ahora, estoy leyendo su poesía en el libro recopilatorio "Material perecedero" y me gusta ese sentimiento de fracaso, melancolía y aceptación serena de la derrota que hay en muchos de sus versos. Sólo apto para espíritus tristes.

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  3. La columna del jueves 29 es pura provocación y la del domingo 25 no aporta nada.
    Las demás si me gustan.
    Saludos Kurtz

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