sábado, 25 de mayo de 2013

Nada personal: El rumor de una fuente



Sábado, 18 de mayo
POR EL PARQUE PASEAN

Cuando estuve en Pekín, un grupo de alumnos de la profesora Catarina Valdés se fue turnando para hacerme de guía. Ahora soy yo el que hace de guía de uno de esos alumnos de la Universidad de Estudios Extranjeros en un Avilés pasado por agua. Desde que le recojo en la estación de autobuses hasta el regreso a Oviedo no deja de llover ni un solo instante. Difícil hacer fotos sin poder cerrar el paraguas, salvo en las calles con soportales. Afortunadamente en Avilés abundan.
            Miramos lo mismo, pero qué distintas su fotos de las mías. Los ojos no ven, saben, decía Jorge Guillén. Y los ojos de Da Zjo orientalizan el parque de Ferrera que se asoma a los ventanales de la biblioteca. Miro su fotografía y a la memoria me vienen unos versos de Tu Fu: “Muy juntas, / como buenas hermanas, / por el parque pasean / cogidas de la mano, / la lluvia, las palomas / y la melancolía”.


Domingo, 19 de mayo
TRANSPARENCIA

Ni he tenido tiempo para leer los suplementos literarios de la semana. Lo hago en Los Prados, antes de entrar a ver El gran Gatsby. Anoto una lección de ética periodística que me da mi admirado Luis María Ansón.  Su “Primera palabra” abre, como de costumbre, El Cultural de El Mundo. En este número dedica una encendida loa a Emilio Botín, “que ha sabido situarse en el centro neurálgico de la vida española”, y al Banco de Santander. El artículo termina con las siguientes palabras: “Sé que elogiar un Banco, hoy, significa una provocación. Pero desde niño aprendí que la verdad es lo que nos hace libres, y la verdad es que en España hay una entidad bancaria que en lugar de engrosar sus beneficios dedica una parte de ellos al estímulo de la Universidad, por mucho que eso moleste a cierto presidente mediático de acrisolada deslealtad y digno de toda desconfianza”.
            Pero cuando tras leer el ditirambo damos la vuelta a la página, nos encontramos con que, también a toda página, aparece un anuncio del Banco de Santander. Podía ir en otro lugar más disimulado. Pero entonces no quedaría tan claro que lo que hace el maestro de periodistas es publicidad y que como tal hay que tomarlo. Me gusta su irónico guiño, su tácito aviso de que no tomemos en serio nada de lo que dice. Transparencia se llama esa figura.


Lunes, 20 de mayo
UN CURIOSO OLVIDO

Mercedes Gallego entrevista hoy en La Nueva España a Joaquín Jiménez, magistrado del Supremo que presidió el tribunal que juzgó y condenó a Garzón, y sus palabras están llenas de sabiduría y sentido común, empezando por las que aparecen en el titular: “Quien diga que la justicia es igual para todos es que no sabe de qué habla”.
Pero como para demostrar ese aserto la sensatez desaparece en cuanto se menciona al “mediático” Garzón. Responde con una evasiva cuando se le pregunta si había “animadversión” de sus compañeros hacia el juez condenado y justifica con estas sorprendentes palabras la “unánime” sentencia condenatoria: “En todo proceso penal hay unas líneas rojas y la confidencialidad en el derecho de defensa es una de ellas. La comunicación entre el imputado y su abogado es un derecho absolutamente blindado, no cabe excepción, máxime cuando el cliente está en prisión”.
            Sorprendentes porque son rigurosamente falsas. La comunicación entre un imputado y su abogado no es un derecho “absolutamente blindado”. Se pueden intervenir esas comunicaciones en algunos casos, los señalados en el artículo 51.2 de la LOPJ, tal como indica Garzón en su resolución “prevaricadora”: “Dicho artículo 51 en su segundo párrafo recoge claramente el supuesto fáctico que aquí se denuncia, estableciendo que las comunicaciones de los internos con el Abogado defensor no podrán ser suspendidas o intervenidas salvo por orden de la autoridad judicial y en los supuestos de terrorismo”.
Una sentencia del Tribunal Supremo (nº 538/1997, de 23 de abril) razonaba así esta excepción: “En definitiva la regla general garantiza, en todo caso, la confidencialidad de las comunicaciones de los internos enmarcadas dentro del ejercicio de su derecho de defensa en un procedimiento penal, sin posibilidad de intervención ni administrativa ni judicial. Ahora bien la máxima tutela de los derechos individuales en un Estado de Derecho Social y Democrático no es incompatible con la admisión de reacciones proporcionadas frente a la constatada posibilidad de abusos en supuestos muy específicos y excepcionales. Concretamente, en el ámbito de las actividades de delincuencia organizada en grupos permanentes y estables…”. Por ello, “el art. 51.2 LOPJ faculta para la intervención de este tipo de comunicaciones singulares”.
            O sea, que, en ciertos casos, sí se pueden intervenir las comunicaciones entre los presos y sus abogados. ¿Era la red Gürtel uno de esos casos? El juez Garzón entendió que sí, el Supremo que no, que la única excepción eran “los supuestos de terrorismo” y que no se podía extender a otros ámbitos de la delincuencia organizada e infiltrada en las máximas instancias del poder político.
            Esa era la cuestión, desmemoriado Joaquín Jiménez, una discrepancia en la interpretación de la ley, no que no hubiera base en la ley para intervenir las comunicaciones entre abogados y presos.
            De otro magistrado, el que presidió el jurado que absolvió a Camps, afirma Jiménez que “no cumplió con su obligación de motivar la sentencia, de vigilar que el veredicto no fuera arbitrario”. Un magistrado no cumple con su obligación, deja sin condena a un presunto delincuente, y sin embargo nadie le acusa de prevaricación, ni se le amonesta siquiera. Otro interpreta razonablemente –aunque quizás equivocadamente– una ley y es expulsado de la carrera.
            “Hay que hacer justicia, y que parece que se hace”, afirma Joaquín Jiménez. Pues en el caso de Garzón quizá se haya hecho justicia, pero desde luego no lo parece. Y cuanto más se lee la sentencia condenatoria menos lo parece. Yo recuerdo bien esa sentencia minuciosamente cargada de razones porque la he leído varias veces. Del olvido que hacia ella muestra uno de los que la firmaron, Freud tendría sin duda mucho que decir.


Martes, 21 de mayo
UN CONFORMISTA

Soy capaz de soportar cualquier cosa, salvo la injusticia y las corrientes de aire.

Miércoles, 22 de mayo
ARTESANÍA Y MAGIA

Dios es, como el gran arte, como la gran literatura, una creación del hombre superior al hombre. El demonio en cambio es un invento más hecho a nuestra medida. Yo presumo de estar por encima de las supersticiones de la religión, pero a veces pienso que no soy más que un católito desteñido. Que habré dejado de creer en Dios, pero que sigo siendo inquisitorial y dogmático como mis ancestros del siglo XVI.
Pienso estas cosas mientras escucho a un torrencial, chispeante y paradójico Jesús Beades leer sus poemas. Al igual que sus maestros, Miguel d’Ors, Julio Martínez Mesanza o Enrique García-Máiquez –en este caso más bien un compañero de un curso más adelantado–, escribe poesía, no ya religiosa, sino a veces muy directamente confesional, muy ligada al catolicismo más integrista, al de ciertas organizaciones religiosas, como el Opus Dei, por las que yo no siento precisamente mucha simpatía.
Pero qué poco importan todas esas discrepancias ideológicas cuando un poeta lo es de verdad. Si no me importa que Neruda fuera durante tantos años un aprovechado estalinista, ¿cómo me va a importar que estos autores, además de escribir versos admirables, recen el rosario? Otra cosa es que, como ciudadano, esté muy alerta para que las organizaciones a las que son afines no pretendan imponernos por ley su personal concepción del mundo.
De Jesús Beades y de sus compañeros lo que más admiro es el buen conocimiento que muestran del oficio de poeta. No pretenden ser genialmente originales, como tantos adolescentes de cualquier edad. Respetan la tradición y aprenden de ella, aunque sepan de sobra que eso no basta.
Artesanía y magia es la poesía. La magia no depende de nosotros, pero la artesanía sí. Y sin artesanía no hay poesía.


Jueves, 23 de mayo
LO QUE DE VERDAD ME GUSTA

Partir, partir… Interrumpir las gratas rutinas, subirse al coche, devorar quilómetros. A un sedentario como yo nada debería molestarle más.
Y, sin embargo, qué felicidad. Y es que lo que a mí me gusta, lo que de verdad me gusta, es llevar la contraria. A todo el mundo y, más que a nadie,  a mí mismo.


Viernes, 24 de mayo
CALLEJEAR

Caminar por las calles de esta ciudad es como darse un paseo por la historia de la literatura. Entre los versos de Garcilaso y la prosa de Cervantes, entre la sutil melodía de Bécquer y el tantarantán de Zorrilla, recuerdo de pronto una glosa de Eugenio d’Ors: “Conviene al que ha llegado a Atenas y ha orado en la Acrópolis, y tiene su alma en paz con la Razón y con el Orden, llegarse hasta Santo Tomé de Toledo y ante El entierro del conde de  Orgaz sentir toda la sabiduría del ímpetu y de la pasión”.
            Mientras camino sin rumbo por las callejuelas en cuesta me viene a la memoria Camino de perfección, la novela de Baroja. También Fernando Ossorio, el inquieto protagonista, caminó sin rumbo por estas callejuelas hasta encontrarse de pronto frente a  Santo Tomé. La iglesia estaba a oscuras. El cuadro del Greco, bajo su cúpula blanca, apenas se veía. No importaba. Lo que no percibían los ojos lo completaba la imaginación: “En el ambiente oscuro de la capilla el cuadro aquel parecía una oquedad lóbrega, tenebrosa, habitada por fantasmas inquietos, inmóviles, pensativos”. Súbitamente ocurrió el milagro: un rayo de sol atravesó los cristales de la cúpula y las figuras del cuadro salieron de su cueva.
            Mi experiencia es muy distinta. Yo, en paz con la Razón y con el Orden, no recibo aquí el ímpetu y la pasión que buscaba d’Ors ni la emoción del misterio que encontró el personaje barojiano. La capilla del cuadro ha sido separada de la iglesia y convertida en una fría sala de exposiciones. Al cuadro lo han cambiado de lugar para que pueda verse mejor. Brillante, como recién pintado, parece una perfecta reproducción, solo el tamaño le diferencia de las láminas de una historia del Arte. Le faltan el alma y el aura. O eso me parece a mí mientras me martillea los oídos la explicación que la guía da un grupo de turistas tópicamente japoneses. No entiendo lo que dice, pero más parece una proclama militar que otra cosa.
            El arte, la fascinación del misterio, lo encuentro mejor en la luz matizada por los los toldos que anticipan la procesión del Corpus y serpentean sobre las estrechas calles, en una ventana a la que se asoma fugazmente un rostro, en un caserón en ruinas o en ese alto jardín del que me llega el rumor de una fuente.


sábado, 18 de mayo de 2013

Nada personal: Habladurías y gatos



Sábado, 11 de mayo
FALTO YO

Dicen que la vanidad es la enfermedad profesional de los escritores. No sé si será verdad o una de tantas generalizaciones abusivas, pero en mi caso aciertan. Visito el nuevo museo histórico de Avilés, abierto hace unos días, diminuto y didáctico y lleno de detalles entrañables, como no podía ser de otra manera, para los que aquí hemos pasado la vida, y lo que más me llama la atención es una fotografía en la que yo debería estar y no estoy.
            Fue tomada el 24 de octubre de 1980. Aparecen en ella José Hierro, Luis Antonio de Villena, Ana de Valle y Enrique Molina Campos. Ese día se falló el primer premio de poesía Ana de Valle y con tal motivo hubo un coloquio que luego se publicó en el libro Desde la década de los 70. Yo fui el moderador. Recuerdo que José Hierro nos parecía entonces un poeta de otra época, un representante de la denostada poesía social. Poco después le dieron el premio Príncipe de Asturias y resucitó de entre la apolillada posguerra para convertirse en el poeta conocido y aplaudido de todos que fue hasta su muerte. Luis Antonio de Villena era una de las más rutilantes y escandalosas estrellas de la nueva generación. Se quedó unos días en Asturias y Víctor Botas y yo hicimos de cicerone. Enrique Molina Campos, discreto poeta, escribía por entonces unas muy ponderadas reseñas en la revista Nueva Estafeta. Hablamos en aquella mesa redonda de la estética novísima, que ya sonaba a vieja, y de la que se distanciaba el propio Villena con una poesía más experiencial, aunque sin renunciar a un culturalismo y a un esteticismo que en él resultan consustanciales.
            Aquel primer premio lo ganó un jovencísimo Felipe Benítez Reyes. Se trataba de un premio para poemas y los finalistas se fueron publicando, semanalmente, en el diario local. Recuerdo que entre ellos estaban Fernando Ortiz y Miguel d’Ors.
            Víctor Botas se dedicó a tomar el pelo a los preseleccionadores. Envió anónimamente, según las bases, un poema de Borges, todavía no recogido en libro, y no lo seleccionaron por su escasa calidad. También rechazaron una sextina porque “repetía demasiadas palabras, demostrando así el autor tener muy escaso vocabulario”. Yo estaba en el prejurado y le contaba a Botas –para reírnos los dos– lo que los demás opinaban de aquellos poemas-trampa antes de rechazarlos.
            Transcribí, o inventé porque la grabadora no funcionó bien, la conversación que se recoge en el libro y, sin embargo, no aparezco en la fotografía. Alguien se ha tomado la molestia de cortarme como desconocida figura local. Mi entonces amigo Villena (pronto dejamos de serlo y nos convertimos en antólogos rivales de la poesía joven) me mira burlón desde el centro de la imagen, como alegrándose de ello.


Domingo, 12 de mayo
HABLA LA LITERATURA

Solo miento cuando digo la verdad y solo digo la verdad cuando miento.

Lunes, 13 de mayo
QUE CONSTE

He buscado por casa el libro Desde la década de los setenta, en el que se publica una fotografía de la mesa redonda de la que me hicieron desaparecer, sin encontrarlo, así que recurro a lo que hago siempre en estos casos: pasar por la Biblioteca del Fontán, donde me lo entregan en pocos minutos. Y nada más abrirlo me doy cuenta de mi error. Allí está la desvaída foto de la mesa redonda. Y en ella aparezco yo, pero no Ana de Valle. La foto del museo se tomó al final del acto, cuando subió la poeta homenajeada al escenario para anunciar el fallo del premio y yo bajé de él. Nadie me cortó de ninguna fotografía. Mi vanidad me ha jugado –una vez más– una mala pasada.
            Y, como no soy incapaz de callarme y reflexionar un poco antes de hablar, ya me quejé en Facebook y hasta hubo quien me dio la razón, como mi amiga Herme G. Donis. Menos mal que lo que se cuelga en esa red social solo lo ven los amigos virtuales (en mi caso no creo que ni siquiera lleguen a ochocientos).
            Con Villena nos reímos bastante aquellos días. Le alojaron en un hotel de Salinas y allí íbamos a buscarle cada mañana en el coche de Víctor Botas. Yo le admiraba mucho por entonces, pero pronto le fui admirando cada vez menos y, como soy poco diplomático, las reseñas que dedicaba a sus libros se fueron haciendo cada vez menos entusiastas. Ahora que ya no es mi amigo procuro no escribir de él a no ser que pueda decir algo agradable. Con los enemigos soy mucho más cuidadoso que con los amigos. Cultivo mi imparcialidad. Jamás he utilizado una reseña para adular ni para vengarme de nadie. Me parecería una falta de respeto a los lectores. La crueldad que a veces se trasluce en ellas es siempre gratuita, que conste.


Martes, 14 de mayo
GENIECILLOS TUTELARES

Me llega un nuevo libro de Benítez Ariza y el título, La novela de K., me hace en principio dejarlo a un lado. La verdad es que las novelas me interesan poco, salvo unas pocas (y la mayoría de esas las he leído hace tiempo). Pero lo hojeo casualmente y en seguida descubro que el título es engañoso, puesto para espantar a lectores como yo. La novela de K. no es una novela, sino un diario y la K. del título no se refiere a ningún alegórico personaje más o menos kafkiano, sino a una gata callejera adoptada por el autor. Y que yo también adopto de inmediato.
De Asilah, la ciudad marroquí en que desembarcó el rey don Sebastián rumbo al desastre de Alcazarquivir se trae Benítez Ariza esta enumeración gatuna: “El que dormitaba tras el escaparate de un cafetín. El tuerto que acechaba en la puerta del colmado, y que salió corriendo al ver venir a unos golfillos (no quisimos imaginar por qué). El que corría sobre las tarimas del zoco de Ahfir, persiguiendo una sombra. El que exploraba los bajos cochambrosos de los taxis, en el aparcamiento. El gordo y ceniciento que huyó escaleras arriba, por los tejadillos, cuando abrí la puerta de la azotea. Y K. que lógicamente no ha venido con nosotros, pero a la que vemos tras cada una de esas presencias fugaces, que son como los geniecillos tutelares del cordial batiburrillo de Asilah”.


Miércoles, 15 de mayo
CUANDO NO SÉ QUE DECIR

Esfuérzate por llegar a la meta lo más tarde posible.
En las dos letras de la palabra “yo” cabe todo el mundo.
Sé que soy imprescindible, pero todavía no sé para qué ni para quién.
Para escribir poemas de amor necesito no estar enamorado.
Me gustan las mujeres que me gustan, ni una más ni una menos.
Mi peor enemigo es mi mejor amigo, y se llama como yo.
Cuando no sé qué decir es cuando más cosas se me ocurren.


 Jueves, 16 de mayo
GATO ENCERRADO

Voy de listo por la vida y, como es habitual en estos casos, no hago más que meter la pata. En el último premio Alarcos de poesía ganó un nuevo poeta, Rodrigo Manzuco, del que ni yo ni nadie había oído hablar. Se trataba de un poeta joven, con algunas torpezas, pero también con verdad y gracia. En el original había uno o dos descuidos ortográficos y Josefina Martínez se negaba por eso a votarle: “Que aprenda primero a escribir”. Hace unos días me llegó su libro, Casi, ya editado por Visor, y si no un gran libro me pareció el principio de un poeta más que prometedor.
            Y ahora me entero de que Rodrigo Manzuco no existe, que tras él se oculta el mismo poeta que, hace unos años, inventó a Fernando López de Artieta, ganador de otro premio también publicado por Visor; un poeta del que conozco toda su obra y del que he reseñado todos los libros.
            Hoy, pensando que yo he adivinado la verdad, me escribe una carta (la firma “Rodrigo” entre comillas) en la que me pide discreción: “Quien piense que es un juego no entiende lo que yo entiendo que es literatura. Y menos aún la poesía, donde el factor biográfico tiene la capacidad de intensificar los versos de una manera tan profunda”.
            Y sí, los versos no se leen de la misma manera si quien los ha escrito es un joven informático de poco más de veinte años o un poeta ya conocido y con obra publicada.
            Pero lo que más me fastidia de toda esta historia es que yo fuera el último en sospechar que aquí había gato encerrado. Y que las torpezas y los errores ortográficos eran deliberados. Y que la nota biográfica –“técnico informático especializado en análisis de programación en versiones abreviadas de escritos en sistema ordinario natural”– era una tomadura de pelo.
Pero no te preocupes, amigo Jaime García-Máiquez, que seré discreto y no diré nada.


Viernes, 17 de mayo
HABLADURÍAS Y AUTORRETRATOS

Forman la pareja perfecta: ella le quiere mucho, pero él se quiere todavía más.
No le gustaba salir de casa. Por eso, cuando iba de viaje, compraba solo el billete de vuelta.
Aquel diablo era un pobre diablo, no tenía ni un alma que llevarse a la boca.
Cuando estaba solo, le gustaba hacer solitarios jugando a la ruleta rusa. Siempre perdía. Una vez ganó y ya no volvió a jugar.
 “Nos vemos cualquier día de estos”, me dijo la muerte al cruzarse conmigo en la calle Víctor Chávarri. “Ahora tengo una cita urgente”.
Llamé a la puerta de casa, pero como no me fiaba de mí no quise abrirme.
Acababa de bajarse del platillo volante cuando se cruzó conmigo. Me miró, le miré y los dos salimos corriendo en dirección contraria.
No había visto nunca a aquella mujer que apareció en la puerta de mi casa con una rosa en la mano. “Soy la mujer de tus sueños”, dijo. “Si fueras la mujer de mis sueños –pensé yo–, sabrías que la mujer de mis sueños no es una mujer”.
Era tan acelerado que a veces, cuando volvía a casa, se encontraba consigo mismo en el ascensor, ya de vuelta.
Era tan desconfiado que siempre que se miraba al espejo veía a alguien que le miraba con malos ojos.
Alargó la mano para cerciorarse de que yo era real y yo me estremecí al sentir alrededor de mi cuerpo aquella mano sin cuerpo.
Hacía tiempo que nadie iba al cielo, así que Dios, aburrido, los fines de semana se daba una vuelta por el infierno de ciertas discotecas.
A aquella hermosa maga no le costaba nada adivinar los pensamientos del público, sobre todo del público masculino.
Busco un esclavo que quiera ser mi amo.
Tenía graves problemas de personalidad. No sabía si era yo, tú, él o ella.
Ni siquiera mirándose al espejo encontraba alguien que le quisiera.



sábado, 11 de mayo de 2013

Nada personal: Sin moverse del sitio




Domingo, 5 de mayo
NO VOLVERÉ A ESTAR SOLO

Mientras veo la película de Diego Kaplan, Dos más dos, sobre el intercambio de parejas y otras amenidades para escapar del tedio conyugal, me viene a la memoria un espléndido poema de mi amigo José Luis Piquero.
            Cuando vuelvo a casa, busco su libro Autopsia y lo releo: “Esta noche los cuatro / nos damos libremente, como obsequios. / Ya no somos parejas y formamos / un círculo perfecto. / Un placer sin palabras, / algo así como un juego de calor, / mas con las mismas mañas / del amor entre dos”.
            Un hermoso poema, ciertamente, como escrito a cuatro manos por Jorge Guillén y Gil de Biedma: “Y el latido de manos y de bocas / con su idioma de sed: / en cada piel absorta en que se posan / tocan un corazón bajo la piel. / Sobre este cuarto ha descendido el mundo, / la luz intacta de la vida breve / envolviéndonos juntos / mientras la luz afuera dura y llueve”.
            El placer no como anticipo de la eternidad, sino como la propia eternidad que se hace presente: “No volveré a estar solo. / Después de haber amado así, la muerte / no me tendrá del todo”.
            Pero las experiencias de promiscuidad –quien lo probó lo sabe– solo cuando las fantasea el recuerdo o la memoria son como en el poema. Y pierden toda su gracia cuando se convierten en engorrosa rutina. O cuando uno se enamora, como ocurre en la película.



Lunes, 6 de mayo
SIN COMENTARIOS

Mientras tomo un café, en el lugar de costumbre, leo Autobiografía de papel, de Félix de Azúa. Cuando cierro el libro y lo dejo a un lado, se me acerca un desconocido.
––Perdone que le interrumpa. Le he estado observando. Lee muy rápido. ¿Es este el libro que comentará la próxima semana en el periódico?
––Debería. Pero no lo haré. No pasa de un gracioso disparate. No vale la pena meterse con él. Sería como pegar a un niño.
––A mí Azúa me parece uno de los escritores más brillante e inteligentes con los que comentamos.
––Eso le parece a muchos. Y para que esa opinión se mantenga lo mejor es no leerle, o leyéndole solo por encima, que es lo que harán las próximas semanas los reseñistas de los suplementos más importantes. Pero yo no puedo no leer. Y lo que leo en este librito lleno de pretensiones es, por ejemplo (página 106), que, tras ganar las elecciones en 1982 Felipe González, “el fracaso grotesco del golpe de Estado del coronel Tejero” acabó de asentar el gobierno socialista. ¿Un lapsus? Quizá, pero no precisamente único. Hablando de los Nueve novísimos, la antología en la que se le incluye, nos dice que la única de “cierta relevancia” anterior a ella es la famosa de Gerardo Diego que consagró al 27. Tras equivocar título y fecha, dice que era “delirante, lo que la hacía muy cómica”. No señala las razones de la comicidad, pero sí que “Ernestina de Champourcin tenía casi la misma importancia que Cernuda”. Pero Ernestina de Champourcin no se incluye en esa antología, sino en otra de 1934, elaborada con muy distinto criterio.


La manera de razonar de Azúa no es mejor que su información: “Barral ya había enmendado la plana a Diego con la primera antología preparada por Castellet, con la ayuda de Gil de Biedma, Veinte años de poesía española, 1939-1959. ¿Cómo puede enmendar la plana una antología dedicada a la poesía de posguerra a otra que termina su selección en 1931?  Con candorosa ingenuidad escribe: “Tradicionalmente los escritores españoles leían a escritores españoles y nada más”. Hasta que llegó su generación, la de los novísimos, nadie leía otra cosa e incluso parecía mal que se hiciera: “Yo recuerdo por aquellos años al bueno de Rafael Conte riñéndome porque leía a Julián Gracq en lugar de leer a Baroja”. ¿El afrancesado Rafael Conte riñendo a alguien porque lea a Gracq? Otra razón más para no fiarnos de la memoria de Azúa. ¿Se ha informado él de cuáles eran las lecturas de Baroja? ¿O las de Unamuno? ¿O las de Galdós? ¿O las de Clarín? ¿O las de Lope de Vega? ¿Solo leían a autores españoles? Ni siquiera el público general, en los autárquicos años cuarenta, leía principalmente a autores españoles. Pero esto son los errores menos graves del libro. Más disparatada es su teoría de los géneros literarios. La poesía, por ejemplo, fue el principal género literario hasta finales de los setenta, exactamente hasta el momento en que a él dejó de interesarle la poesía. Le sucedió la novela, luego el ensayo y, finalmente, el periodismo, exactamente tal como se fueron sucediendo las dedicaciones principales del propio Azúa. Sus afirmaciones “científicas” o “sociológicas” son igualmente desopilantes. Pero le estoy aburriendo...


––Me está divirtiendo. Es como si escribiera la reseña para mí solo. Continúe, continúe.
––Nos cuenta que en 1968 un amigo le dijo que en Cuba vivía un gran poeta, Lezama Lima; en una semana, conocieron la noticia sus otros amigos, en unos meses comenzaron las publicaciones. Hoy las informaciones “llegan por Wikipedia al instante”, hoy ya no cuentan “los grupos de amigos ni la información oral”. ¿Tendrá idea Azúa de lo que es la Wikipedia? ¿Cómo voy a buscar yo en la Wikipedia a un desconocido poeta cubano si alguien no me informa de que existe? ¿Y cómo voy a encontrar datos sobre él en la Wikipedia si alguien no se ha ocupado de redactar su entrada y diversos editores de aceptarla y corregirla? La información oral y los grupos de amigos resultan tan decisivos hoy como ayer en la formación de un joven poeta.
––¿Algún disparate científico?
––A ver si encuentro el pasaje concreto. Lo que dice es que, antes, la ciencia precedía a la técnica. Alguien descubría la ley de la gravedad y, como consecuencia, se inventaban los aviones; hoy, en cambio, aparecen los móviles o Internet y la ciencia anda detrás tratando de explicar lo que jóvenes muy espabilados inventan en un garaje.
––No puede decir eso.
––Lo dice, lo dice, lo que pasa es que ahora no doy con la página. Aquí encuentro otra perla. Habla de los escasos vanguardistas en la narrativa española de los años veinte y añade “sobre este punto es imprescindible la lectura de Las armas y las letras, de Andrés Trapiello”. Pero ese libro habla de otra cosa, de la literatura durante la guerra civil (quizá lo confunde con el Diccionario de las vanguardias, de Juan Manuel Bonet). Ni siquiera denostando al nacionalismo vasco da pie con bola. Según él, Arnaldo Otegui arremete “contra los jóvenes vascos que usan ordenadores y asegura que tras el triunfo nacionalista esos mismos muchachos estarían triscando por los montes y los bosques de la patria respirando aire puro”. Sin comentarios…


Martes, 7 de mayo
DE PATRIAS Y PATRAÑAS

Ayer leía a Azúa y hoy presento a Jon Juaristi en la Cátedra Emilio Alarcos. Siempre que veo a Juaristi le recuerdo “Reunión de antiguos camaradas”, el breve poema de José Emilio Pacheco: “Ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte años”.
A sus admiradores y amigos nos sorprendió, y no muy agradablemente, su llamativo cambio de chaqueta cuando el primer gobierno de Aznar; la nueva chupa, director de la Biblioteca Nacional, era bastante más llamativa que la anterior de oscuro profesor en continua gresca con el mundo euskaldún que había sido el suyo.


Pero pasan los años y, más que las discrepancias políticas, puede la admiración por sus versos y por su rara erudición, y la simpatía por la persona.
Me regala su último libro, cuyo título procede de Fray Luis de León, Espaciosa y triste, subtitulado “Ensayos sobre España”. Mientras habla oscuramente de lingüística y lee, demasiado deprisa, sus poemas, yo no puedo dejar de hojearlo. La contraportada nos dice que trata de “los orígenes y la historia de la identidad española, que antecede a todas las identidades regionales contemporáneas”. Vamos, lo de siempre: todos los nacionalismos son un invento, salvo el español.
––Me interesa mucho tu libro –bromeo–. Estoy deseando… destrozarlo, quiero decir, leerlo.
Pero Juaristi no es Azúa ni mucho menos. Su libro reúne trabajos de sobria y antañona erudición y solo muy de tarde en tarde aparecen, como caprichosos pegotes, algunas de las rentables tesis españolistas. En cuanto se olvida de ellas, analiza con igual rigor los mitos de los independentistas como los de la unidad de España.
Tiene Juaristi mucho que contar y en la cena nos entretiene con anécdotas de los “grandes hombres” que ha conocido en su faceta de intelectual orgánico. La mejor es la de la regañina que le dio el rey en la Zarzuela y su chivatazo a José María Aznar. Esperemos que algún día la refiera por escrito. La obligada discreción me impide hacerlo a mí.



Miércoles, 8 de mayo
FIN DE CURSO

Van terminando las clases y yo aprovecho para repetir, como siempre hago, un aforismo de Oscar Wilde: “Lo malo de la educación es que nada que valga la pena aprender puede ser enseñado”.
            Todo lo que de verdad importa tiene que aprenderlo uno por sí mismo.


Viernes, 10 de mayo
LA REINA Y YO

Nada me gusta más que cruzar la puerta que lleva de la vida a los libros, de los libros a la vida. Ayer Marina Lobo me entregó los últimos títulos publicados por su editorial. Abro al azar esta mañana uno de ellos, Nueva York a diario, de Hilario Barrero, y lo primero que leo es una anotación en la que el autor habla de que se encuentra conmigo en la cafetería de Los Porches, “que durante veintiocho años ha sido un poco su oficina y su casa. En ella recibía a sus amigos, enemigos, seguidores y detractores. Mañana la cierran”. La anotación lleva la fecha del martes 28 de septiembre de 2010. Sí, al día siguiente cerraron esta cafetería, pero meses después la volvieron a abrir –muy mejorada– y ahora estoy de nuevo en ella, como casi todas las mañanas desde 1982.
            Un amigo burlón me dijo una vez: “Eres como la reina de Inglaterra. ¿Recuerdas los versos que el poeta laureado Philip Larkin le dedicó en un aniversario? In times when nothing stood / but worsened, or grew strange, / there was one constant good: / she did not change”.
            “¡Lástima grande que no sea verdad tanta belleza! –le respondí–. Nada me gustaría más que el que alguien dijera de mí algo semejante: “Cuando nada perduraba, / sino que desaparecía o se estropeaba, / había al menos un bien inmutable: / él no cambiaba”.
            Pero cambio, y a peor, y desapareceré un día, como todo y como todos. Pero de momento aquí estoy, saboreando un café y unos libros recién salidos del horno, como cada mañana desde hace ya más de treinta años. ¡Cuántas vueltas ha dado el mundo sin que yo me moviera del sitio!




sábado, 4 de mayo de 2013

Nada personal: Noche del hombre y su demonio



Sábado, 27 de abril
EN EL CINE DE MI BARRIO

Cinco horas con Händel, cinco horas de sonrisas y lágrimas y alguna carcajada. Hace años vi Giulio Cesare, también con David Daniels como protagonista, en el Met. Allí, en las distantes alturas, me aburrí un poco y hasta estuve a punto de dormirme.
Asistiendo al espectáculo desde el otro lado del mundo, en el cine de mi barrio, no me pierdo detalle y paladeo cada instante. Claro que el sonido no es el mismo, pero yo he tomado la precaución de no tener demasiado buen oído.
            Natalie Dessay canta bien, pero no actúa peor. Se podría haber ganado la vida como actriz cómica.


Domingo, 28 de abril
NO PUEDE SER, PERO ES

Decía Oscar Wilde que la vida imita al arte y Woody Allen que hoy en día ya no imita al arte sino a los malos programas de televisión. Al volver a casa esta mañana, me encontré la calle Víctor Chavarri cortada, varios coches de bomberos y una larga grúa que llegaba hasta el último piso de uno de los edificios. “¿Qué habrá pasado?”, le pregunté al amigo que me acompañaba. Poco después vi que sacaban, completamente cubierto, un cuerpo sobre una camilla. “Seguramente algún anciano ha muerto solo en casa y han tenido que entrar a rescatarlo por la ventana”, pensé algo absurdamente. Y me olvidé del asunto.
            Pero al salir del cine (Iron Man 3, con Robert Downey Jr., mi alter ego favorito, como protagonista), una llamada de Xuan Bello me informa de lo sucedido. El anónimo guionista de nuestro destino, que unos llaman Azar y otros Dios, esta vez se ha inspirado en los trágicos griegos y en el teatro del absurdo.
            Tomaba el sol Esquilo, sentado plácidamente en medio del campo, cuando un águila que llevaba una tortuga entre las garras, confundió su calva con una roca y sobre ella arrojó la sabrosa presa para romper la concha y devorar su carne.
            Esquilo murió en el acto, con el cráneo destrozado, como en el acto murió Carmen Vilar, amiga de tantos años, que se dirigía junto a su madre, como cada domingo, a dar una vuelta por el mercado del Fontán.
            Mucha gente pasaba por aquella acera. Yo mismo había pasado unos minutos antes. ¿Cerró el Destino los ojos antes de dar un ligero toque a aquel fragmento de fachada mal sujeto? ¿O los abrió muy bien para afinar la puntería?
            La madre de Carmen sintió el ruido de los cascotes al caer. Se volvió y vio a su hija en el suelo. No volvería a levantarse.
            Su marido, el poeta Francisco Alba, pasaba unos días en París. Iban a ir juntos, pero ella, por un trabajo de última hora, no había podido acompañarle y se empeñó en que hiciera el viaje solo. Le acababa de llamar: “Pásalo bien y ten cuidado”, le dijo. Pocos minutos después otra llamada le informaba de lo sucedido.
            La realidad a veces no imita al arte ni a los malos programas de televisión, sino a nuestras peores pesadillas.


Lunes, 29 de abril
NO HAY DERECHO

No he dormido esta noche imaginándome el viaje de regreso del poeta. No sé que decirle cuando lo encuentro esta tarde en el tanatorio. Él parece no ser enteramente consciente de lo sucedido. Hay una especie de anestesia natural cuando nos dan un golpe demasiado fuerte; luego el dolor va volviendo poco a poco, en algunos casos para no irse nunca.
            Una y otra vez me vienen a la cabeza versos de César Vallejo (“hay golpes en la vida, tan fuertes, yo no sé”), Miguel Hernández (“hoy siento más tu muerte que mi vida”) y Dámaso Alonso, su “Adiós al poeta Rafael Melero”: “No hay que llorarte, no quiero. / Fuera llantos. Lo que quiero / es patear, / gritar que está muy mal hecho / –¡no hay derecho, no hay derecho– / y no llorar”.
No llorar, no. Gritar, gritar: “¿Qué bestia gris burriciega / trota idiota, y te nos siega / al trompicón? ¿Qué negro toro marrajo / te metió ese golpe bajo, / a traición?”



Miércoles, 1 de mayo
PAÍS

––¿Te veo muy radical últimamente, amigo Martín? ¡Tú que tanto te metías con los indignados! ¡Acabaremos viéndote participando en algún escrache.
            ––Bastante indignado, sí. Pero sobre todo defraudado.
            ––¿Defraudado por la realidad en general o solo por Fernando Savater, a quien tanto admirabas?
            ––Indignado con él, especialmente. Va dando lecciones de ética por el mundo y avala con su nombre, no solo libros escritos en una prosa deplorable, sino llenos de errores que puede corregir cualquier estudiante.
            ––Pues a Juan Cruz, según leí el domingo, Las ciudades y los escritores le parece una obra emocionante.
            ––Sí, y cita un fragmento en que a Ptolomeo, del siglo II, se le sitúa en el XVI, sin advertir el error. ¡Y es el último Premio Nacional de Periodismo Cultural!
            ––No me creo que el libro sea tan malo como dices y que solo tú lo notes.
            ––No es malo, es una estafa: supuesta hamburguesa de vacuno hecha con carne de caballo. Y no soy yo el único en darme cuenta. Pero sí el único en no mirar para otro lado y hacer como que no me dado cuenta.


Jueves, 2 de mayo
ÉTICA PERIODÍSTICA

Afirma en portada el diario El País de hoy: “La violencia sacudió en la noche del martes la Asamblea de Venezuela cuando representantes oficialistas agredieron a diputados de la oposición, que protestaban porque se les había retirado el uso de la palabra. La trifulca acabó con 11 opositores heridos”.
            Me extraña la noticia porque poco antes he leído La Nueva España y en ella se informa de que el saldo de la trifulca fue “de siete diputados chavistas y cuatro opositores heridos”.
            ¿Tuvo una diferente fuente de información El País? Parece que no. El avance inicial remite a un artículo en la página 9 y en él se nos da el nombre de seis opositores heridos y de cuatro chavistas: Odalis Monzón, Nancy Ascensio, Maigualida Barrera y Claudio Farias. Todos ellos, en portada, para mayor contundencia de la denuncia, se convierten en opositores.
            Después de ofrecernos una información tan toscamente adulterada, El País se pone legalista en su enésimo editorial contra el gobierno de Venezuela e indica que Nicolás Maduro “viola sus propias leyes al rechazar el legítimo recuento de votos que exige Enrique Capriles”.
            Ocurre, sin embargo, que antes de llegar a ese editorial, ya se nos ha informado de que el opositor Carriles ha anunciado que recurrirá el resultado de los comicios ante el Tribunal Supremo de Justicia “para agotar toda la institucionalidad”.
            ¿O sea que la oposición rechaza unos resultados porque no le gustan sin haberlos recurrido oficialmente? ¿Y pide que se haga un nuevo recuento –o quizá unas nuevas elecciones– antes de que los organismos legalmente constituidos determinen si se ha producido alguna irregularidad?
            Mire usted, señor director de El País, antes que los sin duda legítimos intereses que la empresa que le paga el sueldo tiene en Venezuela, está el derecho de los lectores a ser bien informados.
Y alguna autoridad tengo yo para decírselo, porque compré por primera vez el diario que usted dirige un martes 4 de mayo de 1976. Y desde entonces muy pocos días he dejado de comprarlo.


Viernes, 3 de mayo
NO ME ASUSTA

Al volver de la tertulia, de su consoladora rutina, abro al azar un libro y me encuentro con unos versos de Cernuda: “Siento esta noche nostalgia de otras vidas. / Quisiera ser el hombre común de alma letárgica / que extrae de la moneda beneficio, / deja semilla en la mujer legítima, / sumisión cosechando con la prole, / por pública opinión ordena su conciencia / y espera en Dios, pues frecuentó su templo”.
            Yo siento muchas veces nostalgia de otras vidas, pero no cambiaría mi vida por ninguna. Pero en algún momento tendré que cambiarla, inevitablemente por eso, por ninguna, por nada.
            Pero a mí la nada no me asusta. No deseo, como Unamuno, ser inmortal para poder estar durante toda la eternidad dándoles la tabarra a mis semejantes.


Sábado, 4 de mayo
PREPARO LAS MALETAS

Me despierto en medio de la noche y al abrir los ojos me veo sentado en el borde de la cama mirándome fijamente.
            ––¿Y si hubieras sido tú el que muriera de un súbito dardo inesperado? ¿Y si ayer en la tertulia los amigos hablaran de ti como de alguien ido para siempre?
            ––Pues lo sentiría por el mal rato que les haría pasar, pero no por mí.
            ––¿No crees que todavía te queda mucho por hacer? ¿Muchos libros por leer, muchos libros por escribir?
            ––La verdad es que no tengo ninguna gana de morirme, ¿para qué nos vamos a engañar? Pero sé que hay que tener la maleta lista porque, a partir de cierta edad, nos hacemos conscientes de que te pueden llamar en cualquier momento.
            ––¿Y de verdad crees que la tienes lista? ¿No te quedan cuentas que saldar?
            ––Bueno, es posible que se me olvide algo, pero nada importante, salvo un asuntillo que pienso arreglar mañana mismo. Ya sabes que soy un hombre ordenado. ¿Por qué sonríes?
            ––Recuerdo lo que escribió Emilia Pardo Bazán cuando se enteró de la muerte de Clarín: “¡Cuánto daño nos hizo ese perro!”. ¿No temes que alguien pueda decir lo mismo en tu caso?
            ––Es posible. Pero eso me divierte. La verdad es que pinchar a los finchados poetastros, sean o no premios Cervantes, darles una buena patada en la espinilla a los savateres cuando nos toman el pelo cegados por la codicia, o tratar de ponerle el cascabel a algún majestuoso gato, aunque me llene de arañazos, es cosa que me divierte.
            ––¡Eres malo, malo!
            ––Hombre, gracias. Ya sabes lo que decía Oscar Wilde, que la maldad es un mito inventado por las buenas personas para explicar el irresistible atractivo de las otras.



sábado, 27 de abril de 2013

Nada personal: Aprendo a callar



Sábado, 20 de abril
TRANSPARENCIAS

Llegará lejos: dice siempre lo que su interlocutor quiere escuchar.
Me gusta el éxito, pero no lo valoro tanto como para esforzarme en conseguirlo.
Soñó que sus sueños se hacían realidad y se convertían en pesadillas.
Amaba tanto a España que no la distinguía de sus queridas propiedades privadas.
Todo el mundo sabía el secreto que él ni siquiera se atrevía a confesarse a sí mismo.
Vivía en una casa con paredes de cristal, pero dormía vestido.
Aquel político era un encantador de serpientes, pero perdió las elecciones porque en su país los reptiles no tenían derecho al voto.
Pagaba a un periodista para que difundiera falsos rumores sobre él porque no quería avergonzar a los demás con su honestidad sin tacha.
Sabía de sobra lo que le cuesta a un político triunfar en democracia. A él le había costado la mitad de la fortuna de su mujer.
Habría que acabar con el voto secreto para no favorecer la impunidad de los votantes.
En política el que manda solo manda mientras manda.
Era tan vanidoso que no quería ser más que nadie, se conformaba con no ser inferior a sí mismo.
Las leyes no se hicieron para quien hace las leyes.
Los pobres casi nunca son honrados, y esa es una de las pocas cosas que tienen en común con los ricos.


El que se deja engañar a menudo no es más honesto que el que engaña, es solo más tonto.
En aquel país los electores tenían tanta puntería que siempre acertaban con el peor.
Era tan patriota que procuraba que el bien de su país coincidiera siempre con el suyo propio.
Recientes estudios de la Universidad de Harvard han demostrado que todo político, cuando deja el cargo, experimenta una disminución de su estatura que oscila entre los dos y los diez centímetros.
Quienes añadieron a los lemas de Libertad e Igualdad el de Fraternidad, ¿no habían oído nunca contar la historia de Caín y Abel?
Si no sabes disimular que eres más inteligente que tu jefe es que eres muy poco inteligente.
A los buenos políticos no los vota nadie porque nos dicen lo que hay que decir, no lo que queremos escuchar.
Estaba en contra del gobierno y era el único habitante de aquella isla desierta.

Domingo, 21 de abril
HAGO CASO A MIS LECTORES

––Últimamente siempre hablas de lo mismo, amigo Martín. Ya aburres. Deja al rey en paz.
––Por mi parte, bien dejado está. Y tienes razón. No eres el único que se queja. Ya sabes cómo son los lectores. Si algo les gusta, no dicen nada, pero si no les gusta, no te preocupes que te lo harán saber. Y lo que me hacen saber es que ando un poco obsesionado con que si la Constitución esto y la Constitución lo otro y que era más divertido cuando contaba mis aventuras amorosas.
––Todas falsas, por cierto.
––Casi todas. Y no tengo más remedio que reconocer que tienen razón. Por eso no he hablado de las elecciones de Venezuela. Y bien que me cuesta. Porque yo soy de esas personas que no pueden no pensar. Sería como no respirar.
––Una vergüenza esas elecciones. Todo el mundo está de acuerdo. En eso es en lo único en que El País coincide con La Razón. No hace falta que digas nada.
––Una vergüenza, sí. Resulta que fueron antidemocráticas porque la diferencia entre el vencedor y el ganador fue de poco más de un punto. ¿Y cuál fue la diferencia entre Hollande y Sarkozy en las últimas elecciones francesas? ¿Y cuál suele ser la diferencia en cualquier país democrático cuando solo se presentan dos candidatos? En Estados Unidos, no es que el perdedor esté casi siempre muy cerca del ganador, es que a veces incluso le supera en votos, como ocurrió en la primera elección de George Bush. Y con abundantes indicios de pucherazo en el estado de Florida. En cualquier elección puede haber irregularidades, pero han de resolverse de acuerdo con la ley electoral de cada país. No pidiendo a gritos y con violencia que se vuelvan a contar todos los votos, los de las mesas dudosas y los de las que no. ¿Tú te imaginas que, después de la elección de Bush, un grupo de senadores demócratas se hubiera ido en gira por Europa para pedir que no reconocieran al gobierno de su país? Eso lo hacen los venezolanos de la oposición, dicen que democrática, y no solo no pasa nada, sino que hasta los elogian en periódicos democráticos y de izquierdas, como El País. Pero yo de estas cosas no puedo hablar. Porque se aburren mis lectores y porque mi única amiga venezolana, la escritora Marina Gasparini, no simpatiza precisamente con los chavistas. No hablo de esto ni del distinto tratamiento que se ha dado a las elecciones en Paraguay. ¿Tú has visto algún editorial de El País sobre ese vencedor que parece que ha comprado al partido, los votos y lo que haya que comprar? No, los editoriales los dejan para arremeter contra Maduro e incitar, más o menos veladamente, al golpismo contra un gobierno democrático que no nos gusta. Lo mismo de siempre. Pero yo de estas cosas no hablo. Yo respeto mucho a mis lectores. Me dedicaré a escribir haikus, que eso no molesta a nadie.


Lunes, 22 de abril
PARA NO MOLESTAR

Dejo a un lado los periódicos, y abro el cuaderno para anotar algunas reflexiones sobre la actuación de la Fiscalía en el caso de la infanta y en el llamado caso Faisán, pero me acuerdo de que a mis lectores no les gusta que me meta en política, me callo lo que pienso (tenía veinticinco años cuando murió Franco, estoy acostumbrado) y me pongo a escribir haikus, que es algo que no molesta nadie.
Noche de agosto. / En el jardín, desnudos, / la luna y yo.
Cuántas estrellas. / Miro y no encuentro / la que me guíe.
Salgo de casa. / ¿Quién podría decirme / si he de volver?
El niño juega / y el anciano sonríe / mientras se mira.
¿A dónde voy / con tanta prisa / sin despedirme?
Junto al camino / la casa con sus luces / siempre apagadas.
Cantan sirenas. / El puerto, la neblina, / irse muy lejos.


Martes, 23 de abril
EL POETA BURLÓN

Cuando un poeta habla de sí mismo, no hay que hacerle demasiado caso. Antonio Machado decía que nunca corregía sus poemas “porque es muy frecuente, casi la regla, que el poeta eche a perder su obra al corregirla”. Pero Dámaso Alonso demostró que había corregido una y otra vez su primer libro. Víctor Botas afirmaba que había vivido ajeno a la poesía hasta que, pasados los treinta años, había comenzado a escribir los versos de Las cosas que me acechan, que a todos sorprendieron. Ahora sabemos que esos primeros versos tan distintos, tan personales, no cayeron del cielo, sino que venían precedidos de cientos y cientos de borradores y poemas desechados.
            Hoy, día del libro, Paulina Cervero dona a la biblioteca de Asturias el archivo del poeta. Algunos de estos papeles yo ya los conocía, los tuve en la mano a poco de haber sido escritos, incluso hice alguna sugerencia, a veces aceptada. Pero mucho otros no los había visto nunca. Víctor Botas tenía la coquetería de disimular su cultura literaria; presumía de lo mucho que sabía de economía o de derecho, pero en literatura le gustaba aparentar que era el buen salvaje. A veces pienso que nos tomaba el pelo. Como aquella vez que entramos en una librería, se acercó a un estante, cogió un libro grueso y me dijo: “He oído hablar mucho de esta novela. ¿Qué tal está?”. Yo me acerqué solícito, dispuesto a dar mi pequeña lección, como siempre hago, y resulta que el libro que tenía en la mano era el Quijote.
            Al fondo de la sala Clarín, donde tiene lugar la donación, creo entrever por un momento a Víctor Botas que me hace señas, como en tantos actos literarios, para que termine de una vez porque quiere salir fuera a fumarse un cigarrillo. Hay quien nos deja para no dejarnos nunca.


Miércoles, 24 de abril
REGRESOS

En más de una ocasión me han preguntado si creo en los fantasmas. Pues claro que creo. No creer en ellos sería como no creer en mis propios ojos. Camino siempre muy de prisa. Termino la clase y, antes de que los alumnos terminen de guardar sus apuntes, ya estoy en marcha hacia la clase siguiente. Esta tarde me encontraba a mitad del pasillo, en el segundo piso de la antigua Escuela de Magisterio, cuando oí que me llamaba un alumno. Me volví y me detuve a esperarle. Y entonces ocurrió. Fue como el flash de una vieja película en blanco y negro. Yo recorro aquel mismo pasillo, al final de una clase, y de pronto un compañero se me acerca corriendo. Al pasar junto a mí deja caer los papeles que lleva en la mano. Cuando extrañado voy a agacharme a recogerlos, en el otro extremo, corriendo tras él, aparecen dos policías, dos grises con cara de pocos amigos. Los papeles del suelo no son apuntes, como yo pensé en un primer momento (distingo claramente la hoz y el martillo). Estamos en 1970. Se celebra el juicio de Burgos, hay protestas en todas las universidades, se ha declarado el Estado de Excepción. Me he puesto pálido, he comenzado a sudar, súbitamente me cae encima todo el terror de entonces. “¿Le pasa algo, profesor?”, “No, nada, gracias”. Me recupero en seguida y sigo mi camino.
            Sí, yo creo en los fantasmas. Aterradores una veces, otras simplemente burlones. Doy ahora clases en las mismas aulas en que me senté, día tras día, entre 1968 y 1971. A veces, mientras dicto un poema, escucho la voz de mi profesor de entonces, Jesús Neira, y me veo a mí mismo mirándome con ojos curiosos: “Olmo, quiero anotar en mi cartera / la gracia de tu rama verdecida”. Los poemas de Antonio Machado nos los dictaba de memoria, como yo mismo hago; los de Ángel González de un libro, lo recuerdo bien, que tenía en la portada una foto del poeta, todavía sin barba, bastante más joven de lo que yo soy ahora.
            ¿Cómo no voy a creer en los fantasmas? En estas aulas me aguarda el que fui hace casi medio siglo. “Yo mismo me encontré frente a mí mismo / en una encrucijada”, escucho dictar al profesor Neira.
            En estas aulas yo también estoy frente a mí mismo; distingo bien mis ojos burlones entre los distraídos, atentos o aburridos de los alumnos.
            ¿Qué pensará de mí el joven que fui? Temo haberle defraudado.