sábado, 8 de marzo de 2025

Al servicio de quien me quiera: La invasión de los zombis

 

Sábado, 1 de marzo
DOS CIUDADES

Una calle vulgar con muchas tiendas. Sí, una calle vulgar llena de tiendas para turistas en el barrio de Plaka, junto a Monasteraki, una calle como tantas otras y también un poema de Gil de Biedma. “Me acuerdo que de pronto amé la vida / porque la calle olía / a cocina y a cuero de zapatos”.

A él la calle Pandrossou le hizo amar la vida, “después de un año atroz, recién llegado”. A mí, después de una noche de pesadilla, también recién llegado.

            Ayer fue un día de disturbios y de huelga general en Grecia. Se conmemoraba un accidente de tren con muchos muertos y se protestaba por la desidia en la investigación de las causas y en el castigo a los responsables. El avión no pudo aterrizar hasta después de la media noche. No había taxis en la parada. De pronto, apareció uno. El taxista parecía tener prisa. Colocó las maletas en el maletero, casi sin que tuviéramos tiempo a decirle nada, y partió a toda velocidad. Parecía que nos raptaba en lugar de llevarnos al hotel.

Ya en la ciudad, calles mal iluminadas, sin gente y de pronto, al doblar una esquina, una escena de película de terror: un batallón de zombis tumbados, en pie tambaleándose, pinchándose, ocupando las aceras y el centro de la calle.

             El taxi disminuyó la velocidad. Por un momento nos pareció que iba a detenerse, que había ido a buscar carnaza al aeropuerto para alimentar a aquellos infra hombres. Pero no, solo se movía con cuidado para no pasar por encima de nadie. Se levantaban con desgana. Yo me temí que de pronto todos se aglomeraran golpeando las ventanillas.

El hotel estaba a dos pasos, en una avenida que tenía al fondo, muy cerca, la plaza Omonia con su fuente central iluminada y enfrente un gran templo de mármoles neoclásicos.

            Dormí mal, me imaginaba refugiado en el edificio, atrancando las ventanas, racionando los alimentos, esperando que llegara el capitán América –hace poco que he visto la última película de la Marvel-- a salvarnos. Cuando desperté, el cielo estaba azul, sonaban las campanas de la iglesia de los santos Constantino y Elena. Tras un impaciente desayuno, salí a la calle con los ojos muy abiertos, dispuesto a dejarme sorprender por todo, como hago siempre en una ciudad desconocida.

            Enfrente del hotel, está la marmórea iglesia con su cúpula azul y al lado el teatro nacional con una de las puertas protegidas por cariátides. Apenas pongo el pie en la calle, de esa puerta sale una mujer gritando enloquecida, cubierta con una bata, como las que ponen en los hospitales, abierta completamente por atrás y dejando ver sus rotundas nalgas. ¿Es una obra de teatro de vanguardia? ¿Una paciente escapada de un nosocomio?

            Fue al reconocer la calle Pandrossou cuando por primera vez me sentí en casa y protegido por la biblioteca de mi memoria. Recordé el poema de Gil de Biedma y el comienzo de Los intereses creados, que tanto me gusta recitar: “Gran ciudad ha de ser esta, Crispín, en todo se advierte su señorío y riqueza”, “Dos ciudades hay, quiera el cielo que con la mejor hayamos dado”, “¿Dos ciudades dices? Ya entiendo, antigua y nueva, una en cada parte del río”. “¡Qué importa el río ni la vejez ni la novedad! Digo dos ciudades como en toda ciudad del mundo. Una para el que llega con dinero y otra para el que llega como nosotros”.

            Siempre hubo dos Atenas en Atenas, como en toda ciudad del mundo.

Domingo, 2 de marzo
POCO IMPORTA

Poco importa que no sea la primera vez, que estemos cansados de ver imágenes suyas, que caminemos en medio de una multitud. Subir lentamente los propileos hasta llegar a lo alto de la Acrópolis siempre es una experiencia iniciática que nos hace enmudecer. Los dioses que dejaron de existir cuando se dejó de creer en ellos aquí siguen existiendo. Y de vez en cuando me sonríen.

 

Lunes, 3 de marzo
VIAJE EN AUTOBÚS

El autobús a Sunion va bordeando la costa, solo en algún tramo de ella se adentra un poco y deja entrever la vida en los pequeños pueblos. Sube y baja gente, por lo general conocidos del conductor, y yo me entretengo con la sucesión de playas y de calas. El día está nublado, el mar muy gris, no parece que vaya a disfrutar de un colorido atardecer en el promontorio de Sunion, el extremo más al sur y al oriente del Ática.

En el último recodo, lo diviso coronado por los restos del templo, y lo primero que me viene a la mente es el “Elogio del horizonte” gijonés. Seguro que Chillida lo tuvo como ejemplo para situar su escultura.

A la vuelta, ya anochecido, se me acentúa la melancolía con las canciones que suenan en el autobús. Me entretengo en ponerles letra: “Cuando la vida se acaba, / cuando todo se ha perdido, / aún me queda el dulce engaño / de tus ojos en los míos”.

Como las curvas de la carretera me dificultan escribir, le voy dictando mis versos al teléfono: “Dices que no me quisiste / y digo que no te quiero, / pero sin ti el paraíso / es como el peor infierno”.

Son coplas populares que sin duda no se parecen en nada a las que una delicada voz masculina va desgranando mientras llega la noche, pero podrían cantarse con la misma música: “A la muerte no le temo, / yo soy así de valiente. / A lo único que temo, / es a no volver a verte”, “Amores que nunca tuve, / nunca los pude olvidar, / que el amor es mitad sueño / y ensueño la otra mitad”.

Martes, 4 de marzo
SACRIFICIOS

Me gustan los museos que no se limitan a ser un contenedor de curiosidades y maravillas, en los que el propio museo forma parte del museo, como ocurre con el de la Acrópolis. Se levanta sobre restos arqueológicos, su primer piso va ascendiendo en leve rampa, el piso superior se separa del resto, se alinea con el Partenón y lo recrea en su interior, pero no como una maqueta, sino como un modelo sobre el que ir colocando los mármoles de frontones y metopas, reconstruyendo los que están en otros lugares y los desaparecidos. Y mientras damos la vuelta a este otro Partenón, el verdadero nos observa desde su alto pedestal, como vigilando los tesoros que ha prestado para protegerlos de la intemperie.

            A la entrada, en el suelo, protegidos por un cristal, pequeños recipientes y restos de animales. Cuando se comenzaba una construcción, se solía hacer un sacrificio. Se mataba un ave o un animal doméstico y se enterraba junto con vasijas llenas de trigo o miel como ofrendas a los dioses. En el 2009, cuando se inauguró este museo (lo único bueno de aquellos años de crisis económica y terapia peor que la enfermedad: la especialidad de la Unión Europea), ya no hizo falta ningún otro sacrificio, pero se colocaron a la entrada los restos encontrados bajo uno de los edificios del siglo III antes de Cristo sobre los que se construyó el museo.

Miércoles, 5 de marzo
BAZAR Y CARNICERÍA

El mercado Varvakios, en la parte dedicada a las carnicerías, parece un matadero, con los animales colgando enteros de un garfio.

Aquí Atenas es más Oriente que Occidente, igual que en el Gran Bazar que se encuentra al lado donde maltrechos tesoros se amontona en revuelto caleidoscopio, como si alguien acabara de saquear la cueva de Aladino. 

Jueves, 6 de marzo
LIMPIEZA GENERAL

Mucho de pastiche neoclásico tiene la Atenas renacida o reinventada en el siglo XIX, pero es difícil negar la belleza de estos edificios que tiene más que ver con una Grecia soñada por ingleses y alemanes que con la Grecia clásica.

            Al regresar de noche, me sorprende la mágica aparición de una plaza con la antigua universidad, la biblioteca nacional y otro edificio que no acierto a reconocer. Me acerco hasta la universidad, en cuyo atrio, tras las inevitables columnas, un gran fresco representa al rey Otón rodeado de las diversas ciencias a la manera de las musas. Desde lejos, veo algunas parejas sentadas en los escalones. Cuando me acerco, compruebo que quizá sean enamorados, pero que no están besándose, sino pinchándose.

            “Habría que hacer algo para evitar esto”, le dice Mafalda a Susanita paseando por las calles de Buenos Aires llenas de mendigos. “¿Hacer qué? Bastaría con esconderlos”, responde Susanita. Esa respuesta me escandalizaba antes, pero ahora me parece que no le faltaba razón. Luchar contra la pobreza sí, ayudar a la desintoxicación también, pero a zombis y drogadictos esconderlos, que estén en lugares donde solo los vea quien quiera verlos, no en el centro, que es de todos, por el que pasamos todos.

Viernes, 7 de marzo
TERTULIA

Paseando por el ágora, por donde paseó Sócrates, se me ocurre pensar que quizá no nos habríamos llevado demasiado bien si hubiéramos coincidido. Tras debatir dos o tres veces, poniéndonos trampas dialécticas el uno al otro para demostrar quién es el más listo, acabaríamos repartiéndonos los contertulios y haciendo corrillo aparte (yo procuraría llevarme a Platón).

            El gato viejo no soporta a otro gato viejo, pero le encanta jugar con los gatitos.