Sábado, 9 de marzo
ALTERO MI RUTINA
No soy un hombre que cambie de costumbres fácilmente, lo
reconozco. Pero alguna vez cambio, tampoco soy un robot. Desde hace más o menos
un cuarto de siglo, todos los días, también domingos y festivos, también en
vacaciones, si no estoy de viaje, paso un rato a revolver papeles, corregir
trabajos de alumnos, contestar cartas, por mi despacho en la Facultad, a dos
pasos de casa. No siempre es necesario, la verdad, pero es que los días son
demasiado largos y en algo hay que pasar el tiempo.
Ayer, 8 de
marzo, por primera vez no pisé el Milán. Y bien que me costó. Pero estaba en
huelga, con todas las consecuencias.
Domingo, 10 de marzo
LA CASA DE LAS RIMAS
Cuando a Julia Espín le preguntaban por aquel poeta que
había conocido en la juventud y que, tras su muerte, se había convertido en uno
de los más admirados de la lengua española, siempre respondía lo mismo:
––Era un
hombre sucio.
Gustavo
Adolfo Bécquer conoció a Julia y a Josefina Espín una tarde en que paseaba con
su amigo Julio Nombela por las calles del viejo Madrid. Las dos hermanas estaban
asomadas al balcón de su casa, en la calle de la Justa.
Se pensaba
que esa casa había desaparecido cuando se creó la Gran Vía. Juan Carlos de
Lara, tras una detectivesca investigación, nos descubre en El balcón de las golondrinas que todavía sigue en pie, que es el
número 5 de la actual calle de Libreros. En el bajo hay una librería de viejo y
yo recuerdo que en ella compré una curiosa edición de las Rimas con anotaciones de una lectora entusiasta. No podía imaginar
que por el portal en el que yo me había detenido para hojear el breve volumen
había entrado más de una vez el propio poeta y que en su segundo piso tuvieron
lugar los encuentros que dieron lugar a las rimas.
Allí vivía,
con su mujer, vagamente emparentada con Rossini, y con sus hijos, Joaquín Espín y
Guillén, compositor y director del coro del Teatro Real. De las veladas que en
su domicilio tenían lugar daba noticia la prensa, por la que sabemos que en los
intermedios musicales se leían “bellísimas poesías”. Allí se leyeron algunas de
las rimas, que luego Bécquer transcribió en el álbum de las hermanas, junto a
fantasiosos dibujos.
Acompañando
a Juan Carlos de Lara, subimos las escaleras hasta el segundo piso –siguen
siendo las originales –, entramos en el segundo derecha, donde vivía la familia
Espín, nos acercamos a la chimenea de mármol de Carrara en la que sin duda
apoyó su mano Julia; pasamos luego al piso de la izquierda, que también tenía
alquilado don Joaquín y que era donde se celebraban las reuniones, nos asomamos
a uno de los balcones. ¿Es este el balcón al que vuelven las oscuras
golondrinas? No lo sabemos, un poema no es un documento, pero a este balcón se
asomaron alguna vez Bécquer y la hermosa y ambiciosa Julia que con sus desdenes
le rompió el corazón.
En 1861,
poco después de dejar de frecuentar el piso de los Espín, Bécquer se casó con
Casta Esteban, la hija del médico que le atendía.
Julia
intentó abrirse camino en el mundo de la ópera y llegó a cantar en Milán y en
Moscú, luego se casó con uno de los prohombres de la época. Se cuenta que el
último poema que Bécquer leyó ante ella, a modo de despedida, le estaba
dedicado: “Voy contra mi interés al confesarlo, / no obstante, amada mía,
pienso cual tú que una oda solo es buena / de un billete de banco al dorso
escrita.”
Nunca se
arrepintió Julia Espín, que le sobrevivió más de treinta años (murió en 1906),
de haber rechazado a Bécquer. De él solo conservaba el recuerdo de que era un
hombre sucio.
El padre de
Casta Esteban, el doctor que asistió a Bécquer a poco de dejar de frecuentar a
Julia Espín, estaba especializado en enfermedades venéreas. Parece que el
poeta, por aquellas fechas, no solo tenía platónicas relaciones con la musa
desdeñosa de las Rimas.
Lunes, 11 de marzo
EL DÍA MÁS TRISTE
¿Qué diferencia hay entre afirmar que los alienígenas están
entre nosotros, que los gobiernos lo saben y lo ocultan, y exigir, como los
dirigentes de algunos partidos políticos, que se nos diga toda la verdad sobre
los atentados del 11-M? A mí los primeros me divierten (nada me ayuda más a
dormir que los programas del canal Historia en que se nos habla de las líneas
de Nazca y del cinturón de Orión), los segundos me intrigan. ¿Se creerán lo que
dicen? Probablemente sí, la capacidad del ser humano para tragarse sus propias
patrañas es infinita.
¿Cuándo un
bulo se convierte en una hipótesis razonable? Cuando conviene a nuestros
intereses.
Detectar los
de los demás es muy fácil, pero ¿cuáles son los bulos en los que yo creo como
cosa cierta? Me aterra pensar que pueda ser como esa candidata del PP o de Vox
que repite, quince años después, “queremos que nos digan toda la verdad”, algo
que tuvo sentido los días siguientes al atentado, cuando mantener el engaño
constituía una prioridad del gobierno para no perder votos.
¿Seré yo
así de estólido en otros asuntos? ¿En lo que se refiere a Venezuela? ¿Al
independentismo catalán? ¿Al feminismo? ¿A los premios literarios?
Pero yo no
niego el trágico desastre de Venezuela, simplemente sospecho que los causantes
deben buscarse entre aquellos a los que beneficia.
El avispero
catalán, ni tocarlo: no quiero perder más amigos; digo solo que no se puede
resolver sin tener en cuenta la opinión de los catalanes y que, para saberla,
hay que preguntarles. ¡Más moderado no puedo ser, amiga Rosa!
Y no
defiendo a las mujeres por ser mujeres, sino por ser seres humanos: aunque
fueran hombres, las defendería igual.
Lo de los
premios literarios, reconozco que es una manía. Me llega un libro de poemas
premiado con algún galardón y lo mismo me da que lo publique la Diputación de
Soria que Visor o Renacimiento, siempre lo abro temiendo encontrarme lo peor –que
en poesía es lo convencional y lo mediocre– y rara vez me equivoco.
Martes, 12 de marzo
LA INFIEL MEMORIA
La historia de la literatura está llena de escritores muy
justamente olvidados. Uno de ellos, Eusebio Blasco, que conoció a Bécquer y que
lo retrató con escasa simpatía en Mis
contemporáneos. Fue el primero, allá por 1886, en aludir en letra impresa a
Julia Espín, aunque sin nombrarla: “No es un secreto para nadie que el poeta
estuvo ciegamente enamorado de una hermosura que no debo nombrar porque existe
todavía y tiene ya legal y legítimo dueño”. (Quiere decir que estaba casada, no
que había sido vendida como esclava.)
Había otra
razón para que no dijera su nombre. Así la retrata: “Muy hermosa criatura, pero
sin seso. Un admirable busto como el de la fábula, y muy incapaz de comprender
las delicadezas del hombre que quiso vivir para ella. A él no le importaba;
sabía que era ignorante, vulgar, prosaica, pero ¡tan hermosa!”
La mujer
con la que se casó Bécquer no sale mejor parada. “Aún vive”, nos dice, y no le
niega “honradez, carácter tranquilo y cualidades de mujer de su casa”, pero cuenta
que, unos días antes de morir el poeta, fue a visitarle y al ver el hogar en
que vivía pensó que lo mejor era que se muriese pronto: “la casa descuidada, el
cuarto en desorden, la compañera del poeta que no sabe hablaros de nada, el
enfermo solo y entregado a la desesperación sorda”. ¿Y de qué querría que le
hablara la compañera del poeta cuando este se estaba muriendo? ¿De las últimas
novedades literarias?
Pero
Blasco, escritor de éxito en la época, como memorialista es bien poco fiable.
Así comienza su semblanza de Galdós: “Una mañana, hace catorce años, recibí una
carta de Federico Balart, que era entonces el crítico de moda. ‘Querido Eusebio
–me decía–, puesto que tú has llegado al pináculo del éxito, ayuda a los demás.
Te presento a mi paisano don Benito Pérez Galdós, un joven de mucho talento,
que tiene desde hace dos años una comedia en el teatro del Príncipe’. El mismo
joven murciano traía la carta. Un muchacho flaco, serio, casi sombrío, en honor
de la verdad no muy simpático”.
No sabía
nada de Galdós, ni siquiera que era canario, y le dedica una semblanza quizá
solo para decir que ya era famoso cuando el otro empezaba y que se había
dirigido humildemente a él, provisto de una recomendación, para que lo ayudara.
Lo más curioso es que si Galdós, de 1843, era entonces un muchacho, Blasco,
nacido en 1844, lo era aún más.
Miércoles, 13 de marzo
SIN IRONÍA
“Maneras de viajar” titula Eusebio Blasco uno de los
capítulos de Recuerdos. Sube al tren
en París: “Viajeros de diferentes aspectos y distintas condiciones. Todos muy
limpios, todos muy serios. Cada cual lleva un paquete de periódicos y un libro.
Me quedan dieciséis horas mortales para la frontera española. Pensar que yo las
pase sin hablar es pensar boberías. Alguno de los compañeros de viaje debe ser
comunicativo…”
Lo intenta con
un joven de aspecto militar, pero está leyendo la primera hora, y la segunda, y
la tercera. Para entablar conversación, le pregunta si le molesta el humo. “¿A
un hombre tal pregunta?, se me dirá”. Y entonces Blasco aclara que “en Francia
hay caballeros que protestan cuando uno fuma; los reglamentos se cumplen al pie
de la letra, y para fumar está el vagón dedicado a eso”. ¡Estos franceses!
Blasco
respira tranquilo cuando, a partir de Irún, el vagón se llena de españoles –un
tipo cargado de bastones y mantas; un teniente de la guardia civil con botas y
espuelas, capote, sable, una caja de cigarros, una botella envuelta en papel y
una jaula con una cotorra; un obeso matrimonio; un cura con un buen cigarro y
un paquete de bizcochos– que hablan a gritos, fuman, tosen, comen.
“¿Periódicos? ¿Libros? No hay nada de eso, salvo que el cura tiene en el
bolsillo del levitón un número de La
Lidia, colocado de tal modo que la cabeza del Espartero asoma como para
darnos los buenos días”.
¡Qué
grandes los españoles –afirma Blasco sin ironía ninguna– que aprovechan los
viajes para hacer amigos, que fuman en cualquier parte y que no pierden el
tiempo leyendo!
Jueves, 14 de marzo
CAMBIO DE CHAQUETA
Me llaman para invitarme al almuerzo que el 24 de abril
tendrá lugar en el Palacio Real con motivo del Premio Cervantes. Sé de sobra que
para ser consecuente debería rechazar la invitación. Pero acepto encantado. Ya
se me ocurrirá alguna buena razón para justificarlo ante mis amigos. La verdad
es que me hace ilusión comer en la misma mesa que los reyes, pero jamás lo
reconocería públicamente.
No queda claro si Julia Espín, al decir que Bécquer era un hombre sucio, se refería a poca afinidad con el jabón o a otras suciedades más figuradas, si estaba al tanto de la promiscuidad venal del poeta. El sexo es efusión, el sexo mancha, aparte la mancha del pecado. (Magnífico tratamiento literario de esta mancha en El Hijo de Greta Garbo, de Francisco Umbral).
ResponderEliminarEmbrollar el 11-M era lo natural para los que vienen obteniendo rédito político del terrorismo vasco desde hace muchos años. Para ilegalizar, reprimir, perseguir, negar, demonizar. Recuérdese aquello: "el PNV es ETA, Batasuna, es ETA, Bildu es ETA, el PSOE, si pacta, es ETA". Cómo dejar pasar una ocasión tan golosa. Saben que mienten, sabían que mentían desde el primer momento.
Siguiendo con la culpa, no es pecado sentarse a cenar a una mesa donde también cenan unos reyes. Depende de lo que se haga durante la cena. Conociendo la decisión y el carácter de Martín, podemos estar seguros que su cena será una excusa para explicar a los monarcas la necesidad de preparar una república moderna, pactada, votada, aprobada, y del grave error contrademocrático que es prohibir el voto a naciones históricas y reprimir a los que lo promueven, como se está viendo estos días, penosamente, vergonzosamente, en un tribunal de Madrid. Así que, Martín, "tus pecados te serán perdonados".
No será cena, sino almuerzo, estimado Miguel. Y durante una comida a la que acudes invitado no es elegante hablar de política, especialmente si el anfitrión tiene ideas contrarias a las tuyas.
EliminarMartín está perdonado de antemano, porque estoy seguro de que no va a rechazar tampoco la invitación (ya se están imprimiendo los tarjetones) que le van a cursar para que asista a otro banquete, a celebrar el 14 de ese mismo mes de abril, y con patronazgo y poso histórico muy distintos del que convoca el hijo de Juan Carlos (rex).
ResponderEliminarYo siempre celebro el 14 de abril. Este año creo que lo haré en Italia.
EliminarEsa librería, "La Merced", fue mi librería desde mis tiempos de bachiller hasta que surgieron otras que no es necesario mencionar. Y probablemente ahí también compré mis libros de Bécquer aunque no hubieran pasado por las manos de Julia Espín. La Merced no sólo era librería de viejo; era sobre todo libreria de libros de texto, como todas las de la calle Libreros, algunas de ellas -como la famosa "Felipa"- ya desaparecidas.
ResponderEliminarBécquer hizo, al parecer, versos vulgares y malsonantes al pie de dibujos pornográficos de su hermano. Tuvo esa faceta de poeta sucio. Un caso parecido, aunque con más sabor literario en su parte oculta, fue el de Espronceda.
ResponderEliminarLo de la cena del Rey no sé qué decir. A ver si te envenenan o te hacen un hechizo en la comida. No el Rey, sino el poeta que te toque al lado.
Esos versos no son de Bécquer, solo se atribuyen para darle más valor al folleto. Él era un protegido de González Bravo, en absoluto enemigo de los Borbones.
EliminarLas personas de una sola pieza escasean mucho. El puro y el pornógrafo, el manso y el libelista, el amoroso y el que liquidaría colegas por un premio o una mención pueden vivir perfectamemte "en el mismo pecho". ¿No decía Walt Withman "me contradigo, yo contengo multitudes"?
ResponderEliminarQuerido Martín:
ResponderEliminarMuchas gracias por haberme mencionado hace un tiempo en el diario. Es un honor para mí, y más aún que me cuentes entre tus amigos. Hacía tiempo que no te leía, pero no me olvido de ti.
Un fuerte abrazo,
María
Yo tampoco te olvido, María.
ResponderEliminarLlámense Paco o María, viva la perplejidad, vivan las epifanías.
Eliminar¡EN EL AMOR, NADA ES PEQUEÑO!
ResponderEliminarEn el odio, todo es grande.
Eliminar