sábado, 16 de marzo de 2019

Revelación de secretos: Oscuras golondrinas



Sábado, 9 de marzo
ALTERO MI RUTINA

No soy un hombre que cambie de costumbres fácilmente, lo reconozco. Pero alguna vez cambio, tampoco soy un robot. Desde hace más o menos un cuarto de siglo, todos los días, también domingos y festivos, también en vacaciones, si no estoy de viaje, paso un rato a revolver papeles, corregir trabajos de alumnos, contestar cartas, por mi despacho en la Facultad, a dos pasos de casa. No siempre es necesario, la verdad, pero es que los días son demasiado largos y en algo hay que pasar el tiempo.
            Ayer, 8 de marzo, por primera vez no pisé el Milán. Y bien que me costó. Pero estaba en huelga, con todas las consecuencias.


Domingo, 10 de marzo
LA CASA DE LAS RIMAS

Cuando a Julia Espín le preguntaban por aquel poeta que había conocido en la juventud y que, tras su muerte, se había convertido en uno de los más admirados de la lengua española, siempre respondía lo mismo:
            ––Era un hombre sucio.
            Gustavo Adolfo Bécquer conoció a Julia y a Josefina Espín una tarde en que paseaba con su amigo Julio Nombela por las calles del viejo Madrid. Las dos hermanas estaban asomadas al balcón de su casa, en la calle de la Justa.
            Se pensaba que esa casa había desaparecido cuando se creó la Gran Vía. Juan Carlos de Lara, tras una detectivesca investigación, nos descubre en El balcón de las golondrinas que todavía sigue en pie, que es el número 5 de la actual calle de Libreros. En el bajo hay una librería de viejo y yo recuerdo que en ella compré una curiosa edición de las Rimas con anotaciones de una lectora entusiasta. No podía imaginar que por el portal en el que yo me había detenido para hojear el breve volumen había entrado más de una vez el propio poeta y que en su segundo piso tuvieron lugar los encuentros que dieron lugar a las rimas.
            Allí vivía, con su mujer, vagamente emparentada con Rossini, y con sus hijos, Joaquín Espín y Guillén, compositor y director del coro del Teatro Real. De las veladas que en su domicilio tenían lugar daba noticia la prensa, por la que sabemos que en los intermedios musicales se leían “bellísimas poesías”. Allí se leyeron algunas de las rimas, que luego Bécquer transcribió en el álbum de las hermanas, junto a fantasiosos dibujos.
            Acompañando a Juan Carlos de Lara, subimos las escaleras hasta el segundo piso –siguen siendo las originales –, entramos en el segundo derecha, donde vivía la familia Espín, nos acercamos a la chimenea de mármol de Carrara en la que sin duda apoyó su mano Julia; pasamos luego al piso de la izquierda, que también tenía alquilado don Joaquín y que era donde se celebraban las reuniones, nos asomamos a uno de los balcones. ¿Es este el balcón al que vuelven las oscuras golondrinas? No lo sabemos, un poema no es un documento, pero a este balcón se asomaron alguna vez Bécquer y la hermosa y ambiciosa Julia que con sus desdenes le rompió el corazón.
            En 1861, poco después de dejar de frecuentar el piso de los Espín, Bécquer se casó con Casta Esteban, la hija del médico que le atendía.
            Julia intentó abrirse camino en el mundo de la ópera y llegó a cantar en Milán y en Moscú, luego se casó con uno de los prohombres de la época. Se cuenta que el último poema que Bécquer leyó ante ella, a modo de despedida, le estaba dedicado: “Voy contra mi interés al confesarlo, / no obstante, amada mía, pienso cual tú que una oda solo es buena / de un billete de banco al dorso escrita.”
            Nunca se arrepintió Julia Espín, que le sobrevivió más de treinta años (murió en 1906), de haber rechazado a Bécquer. De él solo conservaba el recuerdo de que era un hombre sucio.
            El padre de Casta Esteban, el doctor que asistió a Bécquer a poco de dejar de frecuentar a Julia Espín, estaba especializado en enfermedades venéreas. Parece que el poeta, por aquellas fechas, no solo tenía platónicas relaciones con la musa desdeñosa de las Rimas.



Lunes, 11 de marzo
EL DÍA MÁS TRISTE

¿Qué diferencia hay entre afirmar que los alienígenas están entre nosotros, que los gobiernos lo saben y lo ocultan, y exigir, como los dirigentes de algunos partidos políticos, que se nos diga toda la verdad sobre los atentados del 11-M? A mí los primeros me divierten (nada me ayuda más a dormir que los programas del canal Historia en que se nos habla de las líneas de Nazca y del cinturón de Orión), los segundos me intrigan. ¿Se creerán lo que dicen? Probablemente sí, la capacidad del ser humano para tragarse sus propias patrañas es infinita.
            ¿Cuándo un bulo se convierte en una hipótesis razonable? Cuando conviene a nuestros intereses.
            Detectar los de los demás es muy fácil, pero ¿cuáles son los bulos en los que yo creo como cosa cierta? Me aterra pensar que pueda ser como esa candidata del PP o de Vox que repite, quince años después, “queremos que nos digan toda la verdad”, algo que tuvo sentido los días siguientes al atentado, cuando mantener el engaño constituía una prioridad del gobierno para no perder votos.
            ¿Seré yo así de estólido en otros asuntos? ¿En lo que se refiere a Venezuela? ¿Al independentismo catalán? ¿Al feminismo? ¿A los premios literarios?
            Pero yo no niego el trágico desastre de Venezuela, simplemente sospecho que los causantes deben buscarse entre aquellos a los que beneficia.
            El avispero catalán, ni tocarlo: no quiero perder más amigos; digo solo que no se puede resolver sin tener en cuenta la opinión de los catalanes y que, para saberla, hay que preguntarles. ¡Más moderado no puedo ser, amiga Rosa!
            Y no defiendo a las mujeres por ser mujeres, sino por ser seres humanos: aunque fueran hombres, las defendería igual.
            Lo de los premios literarios, reconozco que es una manía. Me llega un libro de poemas premiado con algún galardón y lo mismo me da que lo publique la Diputación de Soria que Visor o Renacimiento, siempre lo abro temiendo encontrarme lo peor –que en poesía es lo convencional y lo mediocre– y rara vez me equivoco.


Martes, 12 de marzo
LA INFIEL MEMORIA

La historia de la literatura está llena de escritores muy justamente olvidados. Uno de ellos, Eusebio Blasco, que conoció a Bécquer y que lo retrató con escasa simpatía en Mis contemporáneos. Fue el primero, allá por 1886, en aludir en letra impresa a Julia Espín, aunque sin nombrarla: “No es un secreto para nadie que el poeta estuvo ciegamente enamorado de una hermosura que no debo nombrar porque existe todavía y tiene ya legal y legítimo dueño”. (Quiere decir que estaba casada, no que había sido vendida como esclava.)
            Había otra razón para que no dijera su nombre. Así la retrata: “Muy hermosa criatura, pero sin seso. Un admirable busto como el de la fábula, y muy incapaz de comprender las delicadezas del hombre que quiso vivir para ella. A él no le importaba; sabía que era ignorante, vulgar, prosaica, pero ¡tan hermosa!”
            La mujer con la que se casó Bécquer no sale mejor parada. “Aún vive”, nos dice, y no le niega “honradez, carácter tranquilo y cualidades de mujer de su casa”, pero cuenta que, unos días antes de morir el poeta, fue a visitarle y al ver el hogar en que vivía pensó que lo mejor era que se muriese pronto: “la casa descuidada, el cuarto en desorden, la compañera del poeta que no sabe hablaros de nada, el enfermo solo y entregado a la desesperación sorda”. ¿Y de qué querría que le hablara la compañera del poeta cuando este se estaba muriendo? ¿De las últimas novedades literarias?
            Pero Blasco, escritor de éxito en la época, como memorialista es bien poco fiable. Así comienza su semblanza de Galdós: “Una mañana, hace catorce años, recibí una carta de Federico Balart, que era entonces el crítico de moda. ‘Querido Eusebio –me decía–, puesto que tú has llegado al pináculo del éxito, ayuda a los demás. Te presento a mi paisano don Benito Pérez Galdós, un joven de mucho talento, que tiene desde hace dos años una comedia en el teatro del Príncipe’. El mismo joven murciano traía la carta. Un muchacho flaco, serio, casi sombrío, en honor de la verdad no muy simpático”.
            No sabía nada de Galdós, ni siquiera que era canario, y le dedica una semblanza quizá solo para decir que ya era famoso cuando el otro empezaba y que se había dirigido humildemente a él, provisto de una recomendación, para que lo ayudara. Lo más curioso es que si Galdós, de 1843, era entonces un muchacho, Blasco, nacido en 1844, lo era aún más.


Miércoles, 13 de marzo
SIN IRONÍA

“Maneras de viajar” titula Eusebio Blasco uno de los capítulos de Recuerdos. Sube al tren en París: “Viajeros de diferentes aspectos y distintas condiciones. Todos muy limpios, todos muy serios. Cada cual lleva un paquete de periódicos y un libro. Me quedan dieciséis horas mortales para la frontera española. Pensar que yo las pase sin hablar es pensar boberías. Alguno de los compañeros de viaje debe ser comunicativo…”
            Lo intenta con un joven de aspecto militar, pero está leyendo la primera hora, y la segunda, y la tercera. Para entablar conversación, le pregunta si le molesta el humo. “¿A un hombre tal pregunta?, se me dirá”. Y entonces Blasco aclara que “en Francia hay caballeros que protestan cuando uno fuma; los reglamentos se cumplen al pie de la letra, y para fumar está el vagón dedicado a eso”. ¡Estos franceses!
            Blasco respira tranquilo cuando, a partir de Irún, el vagón se llena de españoles –un tipo cargado de bastones y mantas; un teniente de la guardia civil con botas y espuelas, capote, sable, una caja de cigarros, una botella envuelta en papel y una jaula con una cotorra; un obeso matrimonio; un cura con un buen cigarro y un paquete de bizcochos– que hablan a gritos, fuman, tosen, comen. “¿Periódicos? ¿Libros? No hay nada de eso, salvo que el cura tiene en el bolsillo del levitón un número de La Lidia, colocado de tal modo que la cabeza del Espartero asoma como para darnos los buenos días”.
            ¡Qué grandes los españoles –afirma Blasco sin ironía ninguna– que aprovechan los viajes para hacer amigos, que fuman en cualquier parte y que no pierden el tiempo leyendo!


Jueves, 14 de marzo
CAMBIO DE CHAQUETA

Me llaman para invitarme al almuerzo que el 24 de abril tendrá lugar en el Palacio Real con motivo del Premio Cervantes. Sé de sobra que para ser consecuente debería rechazar la invitación. Pero acepto encantado. Ya se me ocurrirá alguna buena razón para justificarlo ante mis amigos. La verdad es que me hace ilusión comer en la misma mesa que los reyes, pero jamás lo reconocería públicamente.



13 comentarios:

  1. Miguel el Entrerriano19 de marzo de 2019, 10:49

    No queda claro si Julia Espín, al decir que Bécquer era un hombre sucio, se refería a poca afinidad con el jabón o a otras suciedades más figuradas, si estaba al tanto de la promiscuidad venal del poeta. El sexo es efusión, el sexo mancha, aparte la mancha del pecado. (Magnífico tratamiento literario de esta mancha en El Hijo de Greta Garbo, de Francisco Umbral).
    Embrollar el 11-M era lo natural para los que vienen obteniendo rédito político del terrorismo vasco desde hace muchos años. Para ilegalizar, reprimir, perseguir, negar, demonizar. Recuérdese aquello: "el PNV es ETA, Batasuna, es ETA, Bildu es ETA, el PSOE, si pacta, es ETA". Cómo dejar pasar una ocasión tan golosa. Saben que mienten, sabían que mentían desde el primer momento.
    Siguiendo con la culpa, no es pecado sentarse a cenar a una mesa donde también cenan unos reyes. Depende de lo que se haga durante la cena. Conociendo la decisión y el carácter de Martín, podemos estar seguros que su cena será una excusa para explicar a los monarcas la necesidad de preparar una república moderna, pactada, votada, aprobada, y del grave error contrademocrático que es prohibir el voto a naciones históricas y reprimir a los que lo promueven, como se está viendo estos días, penosamente, vergonzosamente, en un tribunal de Madrid. Así que, Martín, "tus pecados te serán perdonados".

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    1. No será cena, sino almuerzo, estimado Miguel. Y durante una comida a la que acudes invitado no es elegante hablar de política, especialmente si el anfitrión tiene ideas contrarias a las tuyas.

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  2. Prudencio Guardado Rojo19 de marzo de 2019, 14:03

    Martín está perdonado de antemano, porque estoy seguro de que no va a rechazar tampoco la invitación (ya se están imprimiendo los tarjetones) que le van a cursar para que asista a otro banquete, a celebrar el 14 de ese mismo mes de abril, y con patronazgo y poso histórico muy distintos del que convoca el hijo de Juan Carlos (rex).

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    1. Yo siempre celebro el 14 de abril. Este año creo que lo haré en Italia.

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  3. Esa librería, "La Merced", fue mi librería desde mis tiempos de bachiller hasta que surgieron otras que no es necesario mencionar. Y probablemente ahí también compré mis libros de Bécquer aunque no hubieran pasado por las manos de Julia Espín. La Merced no sólo era librería de viejo; era sobre todo libreria de libros de texto, como todas las de la calle Libreros, algunas de ellas -como la famosa "Felipa"- ya desaparecidas.

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  4. Bécquer hizo, al parecer, versos vulgares y malsonantes al pie de dibujos pornográficos de su hermano. Tuvo esa faceta de poeta sucio. Un caso parecido, aunque con más sabor literario en su parte oculta, fue el de Espronceda.
    Lo de la cena del Rey no sé qué decir. A ver si te envenenan o te hacen un hechizo en la comida. No el Rey, sino el poeta que te toque al lado.

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    1. Esos versos no son de Bécquer, solo se atribuyen para darle más valor al folleto. Él era un protegido de González Bravo, en absoluto enemigo de los Borbones.

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  5. Demetrio Cárdenas20 de marzo de 2019, 16:21

    Las personas de una sola pieza escasean mucho. El puro y el pornógrafo, el manso y el libelista, el amoroso y el que liquidaría colegas por un premio o una mención pueden vivir perfectamemte "en el mismo pecho". ¿No decía Walt Withman "me contradigo, yo contengo multitudes"?

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  6. Querido Martín:

    Muchas gracias por haberme mencionado hace un tiempo en el diario. Es un honor para mí, y más aún que me cuentes entre tus amigos. Hacía tiempo que no te leía, pero no me olvido de ti.

    Un fuerte abrazo,

    María

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  7. Yo tampoco te olvido, María.

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    1. Llámense Paco o María, viva la perplejidad, vivan las epifanías.

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  8. ¡EN EL AMOR, NADA ES PEQUEÑO!

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