Sábado, 6 de octubre
Siempre sobresaltan las llamadas imprevistas. Estaba a punto de irme a la cama, algo más tarde de lo habitual, cuando llamaron a la puerta. No abajo, en el portal, sino directamente en la puerta del piso. “Será algún vecino”, pensé, “al que le ha pasado algo”. “¿Quién es? ¿Quién es?”, pregunté varias veces sin obtener respuesta. Y de pronto dos palabras que me sobresaltaron: “Soy yo”. No las palabras, sino la voz, tan familiar en otro tiempo. “No puedes ser tú, hace años que has muerto”. “No puedo ser, pero soy. ¿Me vas a abrir o no?”. Abrí, por supuesto, pero el descansillo estaba vacío. Volví a cerrar la puerta y al volver al salón allí estaba, en el lugar en que yo acostumbro a sentarme en el sofá, mirando la televisión, encendida, pero sin voz. Me senté a su lado sin decir nada, sin tratar de explicarme lo inexplicable. Me cogió una mano y la tuvo entre las suyas largo tiempo, luego me besó suavemente en los labios. Yo cerré los ojos. Cuando los abrí, ya no estaba.
Me vine hasta la biblioteca, encendí el ordenador, escribí estas líneas. Ahora me iré a la cama, tardaré en dormirme. Antes de hacerlo, seguro que encuentro una explicación para lo que ha ocurrido. Banal y enteramente racional, seguro. Ningún muerto ha regresado nunca. Ahora no quiero explicación alguna. Solo seguir saboreando la dulzura de sus labios en los míos antes de que se desvanezca para siempre.
Domingo, 7 de octubre
DOMADOR DE DEMONIOS
Tengo fama de ser un hombre rutinario, pero no es enteramente cierto. No tengo inconveniente en cambiar mis costumbres cuando me conviene. Mientras dura la feria del libro viejo, en lugar de darme una vuelta por el Fontán lo hago por el Paseo de los Álamos. No soy coleccionista, no busco rarezas. Me basta un título curioso con el que entretener la tarde antes de ir al cine a pasar Siete días en La Habana. Lo encuentro en seguida. Es uno de los tomos de la colección Musas Lejanas, publicada por Revista de Occidente, que no conocía: Chung-Kuei, domador de demonios.
Lo hojeo y de pronto me viene a la memoria mi particular aventura con los demonios, que había olvidado. Creo que alguna vez he hablado del Rubio, uno de mis héroes de la infancia. Luego, cuando leí a Mark Twain, supe que era una especie de Huckleberry Finn. Vivía solo con su padre, que casi siempre estaba borracho, en las afueras del pueblo. Para los demás niños era un héroe: se bañaba en el río arrojándose al agua desde lo alto del puente romano (nadie más lo hacía); entraba a robar fruta en el huerto del cura, sin miedo a los perros ni a la escopeta del irascible clérigo; tenía novia, a sus diez u once años, y esa novia era nada menos que la hija del cabo de la guardia civil, que había jurado matarle cualquier día de estos… Era además un cazador excepcional, y tenía buen corazón: más de una vez había protegido a un niño de las amenazas de los otros y una vez se había lanzado contra un hombre que pegaba a su mujer en la calle mientras los vecinos formaban corro a su alrededor sin atreverse a hacer nada.
Un día en que hablábamos de fantasmas y aparecidos dijo que todo eso eran paparruchas y que si le dábamos una peseta él se ofrecía a pasar la noche entera en el cementerio. Nadie tenía una peseta, pero la juntamos entre todos, poniendo unos una perra gorda y otros una perra chica. Era el único niño del pueblo que podía pasar la noche fuera de casa sin que nadie le llamara al orden o siquiera se diera por enterado: su padre también muchas noches dormía la mona fuera de casa, tumbado en cualquier cuneta.
Desde el puente de la carretera le vimos saltar las tapias del cementerio antes de que sonara en la radio el parte de las diez de la noche, con su musiquilla familiar, que era en verano la hora del regreso a casa y de la cena.
Apenas pude pegar ojo aquella noche. Yo era un niño apocado y tímido, sin iniciativa, solo cuando cerraba los ojos y me ponía a imaginar fantasías era capaz de cualquier cosa; tenía fama de mentiroso porque a menudo confundía mis ensoñaciones con la realidad. Habría dado cualquier cosa por ser como el Rubio, que no le temía a nada, ni siquiera a pasar una noche entera entre las tumbas.
Tardó en aparecer al día siguiente, y ya temíamos que le hubiera pasado algo. Pero apareció, y recostado en uno de los grandes olmos de la Pista , todos expectantes en torno suyo, comenzó a contar su aventura. Pero se interrumpió a poco, cuando aún no había contado nada, y dijo: “Antes tengo que hacer una cosa”, y fue devolviendo a cada uno la moneda de diez céntimos o de cinco céntimos, la perra gorda o la perra chica, que le habíamos dado en pago. “No necesito vuestro dinero”, dijo. “Tengo todo el dinero que quiero. Se lo he robado a los demonios”. Y de uno de los bolsillos sacó un puñado reluciente de duros.
“¿Qué pasó? ¿Qué pasó?”, gritamos todos con los ojos abiertos como platos. “El que quiera saberlo que me acompañe mañana por la noche porque yo pienso volver”. El único que se atrevió a acompañarle fui yo, el más cobarde de todos. Salté por la ventana a la hora convenida, sin que se enterara ninguno de mis hermanos, que dormían en la misma habitación. Me encontré con el Rubio en la plaza del Mercado y juntos fuimos hasta el cementerio. “¿Te atreverás? Mira que está lleno de demonios”. Yo, muerto de miedo, dije que sí, que si él se atrevía, yo también.
“Eres un valiente”, me respondió, “mereces que te cuente la verdad. Eso de los demonios es un cuento para asustar a los niños chicos”. Y me contó de dónde había sacado el dinero, y a mí me dio mucho más miedo que si se lo hubieran dado los demonios, pero le prometí no contárselo a nadie y yo, que he faltado tantas veces a mi palabra, a esa no he faltado nunca, ni voy a hacerlo ahora.
Lunes, 8 de octubre
NARCISO DESDEÑADO
––Vives solo, y tan contento, porque estás enamorado de ti mismo.
––Estoy enamorado de mí mismo, pero ese amor hace tiempo que ha dejado de ser correspondido.
Miércoles, 10 de octubre
APRENDICES DE FANTASMA
Juan de Lillo presenta su libro sobre Graciano García. No lo he leído aún, pero conociendo al periodista seguro que será una crónica amena y bien informada de un tiempo y de un país, además del retrato de un imaginativo empresario de la cultura, de un hombre que conoce como nadie la escondida senda que lleva de los sueños a la realidad.
Mientras hablan los presentadores, en una gran pantalla tras ellos van apareciendo las fotografías que ilustran el volumen, muchas de ellas con un encanto antiguo: el protagonista en brazos de su madre, frente al mapa de España en la escuela, jugando al fútbol con los compañeros, en las primeras redacciones periodísticas, con los reyes, con el príncipe niño… Y de pronto me veo yo en la librería Cervantes. Me halaga, claro, encontrarme entre tantos ilustres personajes, pero lo que me llama la atención de la fotografía es otra cosa. A mi lado están Antonio Colinas, se presentaba una obra suya, Graciano, que mira de frente con una sonrisa tímida, y Román Suárez Blanco, que me mira a mí con cierta sorna. Banquero exitoso y poeta aficionado, Román sucedió a Martínez Cachero como secretario de los premios Príncipe de Asturias de las Letras. Era bonachón, bien humorado, y no le molestaban nuestras sonrisas antes su peculiar pronunciación de los nombres de los candidatos (nunca los pronunciaba dos veces de la misma manera); tampoco mis comentarios, no precisamente entusiastas, sobre sus versos. “Es que a ti te gusta la poesía que no se entiende”, me decía. “Es que tú no vas más allá de rimar rosa con mariposa”, le respondía yo con mi crueldad característica.
Murió imprevistamente este verano. Tenía más de ochenta años y hasta el último momento conservó el gusto por la buena mesa, la buena conversación, los libros y los versos.
He traído conmigo la Antología de la poesía mexicana, de Eduardo de Ory, que me regaló el otro día Valdés (a las presentaciones y a las conferencias siempre llevo material de lectura por si acaso) y, para escapar de la melancolía y de una cierta mala conciencia que me deja la mirada socarrona de Román desde el más allá, la abro al azar. Y el azar me regala un poema de Amado Nervo: “Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida, / porque nunca me diste ni esperanza fallida / ni trabajos injustos ni pena inmerecida; / porque veo al final de mi rudo camino / que yo fui el arquitecto de mi propio destino”. Seguro que él, al que tanto le gustaba la poesía con rima, se lo sabía de memoria.
“Nada fue un sueño” titula Juan de Lillo su libro sobre Graciano García. ¿Nada fue un sueño? Pasan los años, nos acercamos a la meta, y con asombro descubrimos que al final todo fue un sueño: lo que era sueño y lo que no lo era.
¿Sigues rimando rosa con mariposa, Román? “Sigo rimando rosa con mariposa y camino con destino, y mucho más que antes, aquí en la eternidad el tiempo es lo que sobra; te guardo mis poemas en una carpeta para que los destroces cuando llegues”.
Todos somos aprendices de fantasmas. A mí ya me queda poco que aprender.
Jueves, 11 de octubre
CRISTIANO Y MOURINHO
“Deja de darle consejos a Almuzara”, me dice mi amigo Alfonso. “¿No ves que ya ha crecido y no te hace ningún caso?”. “Pues debería hacérmelo”, le respondo, “porque él será Cristiano Ronaldo, pero yo soy Mourinho”. “Por lo insoportable, no por otra cosa”.
Almuzara habla y escribe muy bien, pero habla tan bien, tan literariamente, que cuando explica sus poemas antes de leerlos en público, a veces ni se nota cuando acaba la explicación y empieza el poema. Trato de decirle, como buen Mourinho que soy, que en público hable o lea, pero no las dos cosas, porque no suman sino que restan. No se pueden poner dos joyas muy brillantes demasiado cerca, ya que una opaca a la otra; mejor colocarlas sobre un fondo neutro. A poemas intensos como son los suyos les viene bien un entorno de silencio no una didáctica y algo redicha explicación.
“Nunca dejarás de ser un maestro de escuela”, me dice Alfonso. “Siempre estás dando lecciones y tratándonos a los demás como niños”.
“Pero como niños inteligentes, que es lo más a que puede aspirar a ser un adulto”, arguyo en mi defensa.
Viernes, 12 de octubre
EL ORÁCULO DE DELFOS RECTIFICA
Procura no conocerte demasiado bien para no llevarte una desilusión.
gracias por la entrada "la visita". Las demás también me gustaron, pero la primera la que más.
ResponderEliminara.r.
""“No puedes ser tú, hace años que has muerto”. “No puedo ser, pero soy. ¿Me vas a abrir o no?""
ResponderEliminarSi no puede ser, pero es; y todo a la vez; entonces es el gato de Shrodinger..
Bienvenido este regreso a temas más vitales y/o literarios, si es que esa separación tiene en su caso sentido. Los otros, los políticos, tienen también su interés, pero muestran en su tratamiento lo lejos que estamos -unos más que otros, eso sí- de aquellos hábitos japoneses que relataba Borges, de quien no quería "tener razón de un modo triunfal", o decía que la estatua era de madera, sabiendo perfectamente que el material era otro, para no desmentir a quien le preguntaba. Aquí lo que se estila, para común desgracia, es sacar el garrote dialéctico (y ojalá fuera siempre solo dialéctico) a la menor provocación, y no sólo creer que la descalificación personal es un argumento válido, sino sentirse a gusto practicándola. En estos otros terrenos, tan agradables cualidades no tienen ocasión de manifestarse. Ojalá fuera siempre así, y pudiéramos razonar sin acusarnos unos a otros de tontos, de interesados o de cosas peores, sólo porque pensamos distinto. ¿Será posible alguna vez? Yo no pierdo la esperanza.
ResponderEliminar**Mini taller de crítica literaria en ciernes**
ResponderEliminarJosé Luis García Martín dijo y no mal dijo:
"tenía novia, a sus diez u once años, y esa novia era nada menos que la hija del cabo de la guardia civil, que había jurado matarle cualquier día de estos…"
Nunca hay que decir demasiado en una línea sola o ¿de qué hablaremos después? Ni juntar a cabos -ni atarlos- potencialmente asesinos y chiquillos noviados o agresivos. Sobra por lo demás el "nada menos"; según como se mire pudiera ser un "nada más"; las palabras que yo llamo "de catering" servidas calientes y con salsa pero que no refrescan.
Y esto es todo amigos. Hasta el siguiente mini taller de crítica literaria en ciernes.
Robín García
El oráculo de Delfos revisitado me recuerda al cortista, especialista en miniaturas, algo olvidado, Ramón Gómez de la Serna, que decía que "Los haikus son telegramas poéticos"en aquellos tiempos sin tuíteres electrónicos ni computaciones, ni comunicación en masa para nada, que "Lo peor de los pobres es que no pueden dar dinero"; mientras que los ricos, muy al contrario, no quieren; que "Las lágrimas desinfectan el dolor" saladamente, no sin salero, o que -y qué verdad - que "La miel es un robo" , tan dulce en ambas partes.
ResponderEliminarQue "El escritor quiere escribir su mentira y escribe su verdad" pues siempre se habla de uno aunque sea bien, que "El león tiene altavoz propio"; el del que escribe es prestado y se llama editor; que "Los socialistas son los que sólo saben que son socialistas"; ya ni eso; sólo se aferran al título mentiroso usurpador, o que "A un mentiroso sólo lo cura un sordo" y habría que añadir que mal y sólo a medias.
Ramón, ese mundano que sabía que "En las grandes solemnidades llenas de personajes uniformados parece que hay algunos repetidos" porque el dinero y la fama repiten y la moda uniformiza tanto como des-de-lo-mismo; conocedor de la verdad genérica : "Lo que defiende a las mujeres es que piensan que todos los hombres son iguales, mientras que lo que pierde a los hombres es que creen que todas las mujeres son diferentes"; crítico de la espectacularidad, Debord en cierto modo avant la lettre : "Al cine hay que ir bien peinado, sobre todo por detrás" ,testigo de las costumbres que se pierden con el tiempo, pues ya ni eso; ahora la gente sólo va a ver la película. Economista del cariño : "Como daba besos lentos, duraban más sus amores" pero aumentaba el alquiler; Sócrates desengañado : "Si te conoces demasiado a ti mismo, dejarás de saludarte".
Cuánto sabe Robin, cuándo sabe. Gracias por la doble lección.
ResponderEliminarJLGM
No es ninguna lección, no tiene ninguna voluntad de serlo, son palabras; mots o quizás mauts en francés; pero de ninguna manera maux.
ResponderEliminarA veces, al ver la reacción de los anfitriones, al azar de donde escribo mal y poco, me pregunto si no me cambian la canción. Espero que no; es la única cosa que sé hacer.
¡Mira lo que han hecho de mi cerebro!
C´es la seule chose que je peux faire; et ce n´est pas bon!...
http://www.youtube.com/watch?v=Cqg3kcwAgso
¡Vivan los mini talleres de crítica literaria en ciernes!