domingo, 8 de enero de 2012

Razón de más: Soltanto per me

Domingo, 1 de enero
ME ESFUERZO POR COMPRENDER

Me cuesta ponerme en el lugar de los demás. Es una de mis limitaciones. Después de acostarme temprano, dormir bien, levantarme a las ocho de la mañana, terminar la revisión de los aforismos de Fernando Pessoa, enviársela al editor, me dirijo hacia el Fontán, como todos los domingos. En el camino me encuentro con la fauna habitual en este día del año: jóvenes, y no tan jóvenes, que caminan tambaleantes, babeantes, tartamudeantes, como restos de la basura de ayer que aún el servicio de limpieza no ha terminado de retirar de las calles. Los miro un poco por encima del hombro, como a pobres gentes que aún no han acertado a separarse del rebaño y hacen en cada momento, no lo que les divierte, sino lo que los usos sociales les dicen que tienen que hacer. Pero pronto caigo en la cuenta de que soy injusto. Si de algo sirve la literatura, es para ponernos en el lugar de los otros. Aunque me cueste creerlo, seguro que estos aparentes restos de una trabajosa jornada –incapaces de disfrutar de la maravilla de este primer día del año— han hecho lo mismo que yo: pensar en cuál era la mejor manera de pasar la noche de San Silvestre y actuar en consecuencia. Yo he optado por lo que más me gusta, que es lo que suelo hacer casi todas las noches. Ellos sin duda también han optado por lo que más les gusta, aunque visto desde fuera –aglomeraciones, ruidos, la anestesia del alcohol para seguir soportando la noche y la compañía cuando dejan de resultar agradables y lo único que apetece es volver a casa— no parezca que ese panorama pueda agradar a nadie con una edad mental superior a los catorce años. Para estas cosas –como para el éxito mediático del 15-M— yo siempre tengo la misma explicación: Belén Esteban, una señora insignificante, que no sabe decir más de tres palabras seguidas sin cometer un anacoluto, que no es guapa, y que sin embargo es seguida por no sé cuántos millones de espectadores (incluso, como los arriesgados idealistas del 15-M, mereció ser portada en el suplemento semanal del diario más leído y presuntamente más serio). Yo no le veo la gracia a Belén Esteban, como no se la veo a tantas otras cosas, pero seguro que la tiene. Tanta buena gente no puede equivocarse.
Comienzo el año, relajado y feliz, deseando que todas las noches del 2012 sean como esta noche y todas las mañanas como esta mañana, en la que tomo un café, leo un libro, paseo entre los puestos del Campillín, menos concurridos de lo habitual, y sigo –esperemos que por mucho tiempo— encantado de haberme conocido.


Martes, 3 de enero
HAY QUE TENER CUIDADO

Todas las mañanas necesito libros nuevos, pero  hoy, al pasar por la redacción de Clarín, tras los días de fiesta, resulta que las editoriales parecen haberse tomado vacaciones y no hay ningún envío. Tengo entonces varios recursos: una librería de nuevo y dos de viejo que me cogen de paso cuando vuelvo a Las Salesas, donde se me indigestaría el café de las doce si no lo acompañara de materia fresca de lectura. Me decido por Personajes, a pesar de que casi nunca suelo encontrar nada de interés, y allí abro al azar una obra de teatro y me encuentro con esta frase: “Nadie nos protege tanto como la persona a la que protegemos”. Y esa frase basta para cambiarme el buen estado de ánimo de estas fiestas que temía tanto. No tengo a nadie a mi cargo, no tengo a nadie de quien preocuparme. ¿Significa eso que nadie me protege? De pronto, yo que me sentía tan fuerte, retorcido árbol con las raíces bien hincadas en la tierra y las fuertes ramas mirando hacia las estrellas, me  veo como una quebradiza caña que puede romperse al menor soplo de viento.

          
Entré con un sol radiante, salgo apesadumbrado de la librería. A estas alturas de la vida, lo que soy se parece bastante a lo que quiero ser. He aprendido a valorar y a agradecer cada regalo, un simple viaje en autobús –dos horas de Oviedo a Santander, con la espléndida luz de invierno sobre las verdes colinas y el tímido azul del mar—, la charla con un amigo, el tacto del periódico, el sabor del café… Todavía no me he acostumbrado al milagro de cada amanecer.
            Pero soy muy supersticioso. Y por eso me escama un poco tanta tranquila felicidad. Hay que tener cuidado con esa dama esquiva que yo, a cambio de mucha paciencia y algo de inteligencia, he conseguido seducir. Dicen que trae mala suerte demasiada buena suerte.


Miércoles, 4 de enero
CHOCOLATE CON FANTASMAS

Me gusta recuperar costumbres. Es de noche, hace bastante frío, las bandadas de turistas hace tiempo que han desertado de la plaza, apenas la cruza alguna sombra apresurada, el café está casi desierto, una pareja en uno de los gabinetes, un solitario en otro, yo busco una pequeña sala sin nadie y me siento junto al ventanal. Pido un chocolate y recuerdo otro invierno en esta ciudad en el que me sentía muy solo y venía todas las noches a este lugar a emborracharme de melancolía. Recuerdo uno de los libros que leí aquí por entonces: Mil y un fantasmas, de Alejandro Dumas. El elegante camarero, bandeja de plata, me trae el humeante y reconfortante  chocolate. Aquí lo tomó Leandro Fernández de Moratín, un escritor que ni siquiera había nacido cuando se fundó este café.
            Bebo el chocolate con la fruición de un abate dieciochesco y de pronto, cuando alzo la vista, veo que empiezan a entrar en el gabinete los fantasmas. Son fantasmas amables que vienen a hacerme compañía. No me dan miedo. Aquí llega Víctor Botas a meterme prisa, como siempre, para que escriba el prólogo a la nueva edición de su poesía completa. Y yo le digo que no me resulta fácil releer sus versos sin sentirme enredado en tanta vida perdida. Llegan otros fantasmas, viejos amores que hace tiempo que han dejado de hacer daño. Y llega el que más temo. Pero me mira con amor y no me reprocha nada.
            Me gusta recuperar costumbres. Las últimas veces que estuve en esta ciudad ni siquiera me atrevía a acercarme al Florian, invadido por los turistas, convertido él y la plaza en atracciones de un parque temático.
            Sigo estando solo, como aquel largo invierno, pero la soledad de ahora es amable. He aprendido que, por muy solo que esté, nunca estaré solo: llevo conmigo un mundo, toda la que gente que he querido, toda la gente que quiero. Mucha gente, aunque me guste fingir (ser bueno no tiene ninguna gracia literaria) que soy un egoísta que solo se preocupa por sí mismo.


Jueves, 5 de enero
NO EXISTE Y SONRÍE

Salgo muy temprano, según costumbre, a pasear sin rumbo fijo por una ciudad que se desvanece entre la niebla. Poco a poco va despertando la vida del barrio y abren tiendas, las mujeres van a la compra, algún apresurado transeúnte se detiene a charlar un momento con algún conocido. Creo que yo soy el único que se detiene a admirar un puente, un oscuro canal, una plazuela perdida donde una placa recuerda que “in qvesta casa / abitó e morí / il pittore Francesco Gvardi / che dell’amore alla patria / lasciò dvrevole proba / nel ritratarne con sapiente magistero / la varia originale bellezza”. Me fascina la retórica de estas inscripciones venecianas. ¡Cómo me gustaría a mí dejar también  permanente prueba de mi amor a esta ciudad! Me limito a acariciarla, como amante nuevo, mientras sus habitantes van a sus asuntos, sin siquiera dirigirle una mirada, como a esposa demasiado vista.
No hay nadie en San Francesco de la Vigna: ni en el campo, con la extraña hilera de las columnas de terracota que se alzan junto al canal, ni en el interior de la iglesia. Entro en la pequeña capilla donde se guarda la Sagrada Conversación de Bellini y tras tomar parte, durante un largo rato, en esa conversación con mi silencio paso al primer claustro y luego al segundo, más despojado. El campanile asoma semiborrado por la niebla a hacerme compañía.
Media mañana me quedo en aquella iglesia, toda entera para mí, primero en el silencio de los claustros, luego paseando arriba y abajo –dentro también hace frío— por la gran nave llena de la misteriosa música de un órgano que no parece tocar nadie. Dios, que todo lo puede, puede no existir y a la vez sonreírme, dejar por un instante su apacible nada y ponerse a caminar, arriba y abajo, por la gótica nave de esta iglesia que un día se levantó entre viñedos y que esta fría mañana ofrece su rotunda hermosura solo para él y para mí. ¿Cómo no voy a sentirme un hombre afortunado?


Viernes, 6 de enero
NADA

¿Qué te han traído los reyes?, me preguntan en un mensaje telefónico. Nada, como siempre, respondo.
            ¿Nada? Mientras camino de regreso al hotel hago apresurado recuento. Nada, salvo los higos secos de la drogheria Mascari y el helado de Grom, “il gelato come una volta”, con su sabor a infancia recuperada a voluntad.
            Nada, salvo la nieve de las Dolomitas deslumbrante en la mañana temprano sobre el azul de la laguna.
Nada, salvo un folio escrito a mano y pegado sobre una de las puertas de San Giovanni in Bragora, donde bautizaron a Vivaldi, en el que podía leerse: “Un altro genio de la musica, Wolfang Amadeus Mozart, ha allogiato nella casa qui di fronte al n. 3762”. Pero esa puerta está cerrada y yo he de salir por la principal y dar vueltas  por el laberinto veneciano hasta encontrar esa otra casa en que también vivió Mozart, en un humilde campo, sin encomiástica lápida conmemorativa, con la ropa tendida de ventana a ventana y un niño que, sin saber quizá quién vivió allí, toca el violín.


Nada, no me han traído nada, sino unos versos de Daniel Varijan recordados en  el claustro de San Lazzaro degli Armeni: “Incluos en el Paraíso / a la derecha de Dios padre / seguiré sintiendo nostalgia / de la patria perdida”.
Nada, a no ser los belenes de los niños de Burano expuestos en la iglesia de San Martin, en uno de los cuales, realizado por Igor y Cristina, los reyen llegan al pesebre en góndola.
Y también un jardín secreto, cerca de la Sacca de la Misericordia, que un día supo de fiestas suntuosas y hoy solo sirve de de paseo a los ancianos de la residencia en que se ha convertido el  Palazzo Contarini dal Zaffo.
Y la luna llena, que me seguía a todas partes, y en el  campo del Ghetto Novo se puso a encender uno a uno los nueve brazos del candelabro de la Yanuka.
O la canción que surgió de la niebla y desapareció luego entre la niebla mientras yo distraía mis melancolía apoyado en el pretil de un puente cerca de Fondamente Nove: “Una musica dolce suonaba soltanto per me”. Dos o tres veces, mientras se difuminaba en la mañana, repitió “soltanto per me”, “soltanto per me”. Incluso cuando dejó de oírse seguía sonando esa música “solamente para mí”.
Nada,  los reyes no me han traído nada, pero una nada que es todo, como lo era el mito para Fernando Pessoa.


5 comentarios:

  1. Gracias don José Luis por ser el único que se acuerda del 15M y todos sus desmanes. A ver si esos descuidados perroflautas dejan ya de quitarnos el dinero para dárselo a los bancos. Y además, ya que los hemos elegido democráticamente, a ver si empiezan a gobernar y no a hacer lo que les digan desde Bruselas, Berlín o la CEOE... Menos mal que usted tiene las cosas claras en política, que si no, esto se nos llena de idealistas que piensan que el voto debe servir para algo...

    R. Palafox

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  2. Dígame la verdad: a veces le da pereza escribir su diario y se lo encarga a Enrique Baltanás

    Rodiezmo

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  3. El voto sirve para algo, estimado Palafox: para que nos gobierne quien la mayoría quiere que nos gobierne. Los de ahora no gobiernan con mi voto, que conste. Pero son los que han elegido los españoles (con un poquito de ayuda del 15-M, todo hay que reconocerlo, y aquí en Asturias su descrédito de los políticos en su conjunto resultó decisivo para que saliera Álvarez-Cascos).
    En fin, reconozco que tengo alergia a la acrítica demagogia y por eso no me pueden caer simpáticos los antisistema del 15-M, que lucen muy guapos, lo reconozco, en la portada de "El País Semanal" (y en tantos otros sitios: se han convertido en estrellas mediáticas).

    JLGM

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  4. Cuando se lo encarga a Enrique Baltanás, éste a su vez se lo traspasa a López-Vega o a X. Bello. Pero qué más nos da. Es literatura. De la buena. La que cuenta y. Al ver la foto primera me preguntaba en qué café de Oviedo servían el chocolate en bandeja de plata. Claro que luego ya vi que era una ilustración de la elegante hostelería veneciana.Anónimo.

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  5. Gracias a usted, cada día vuelvo a Venecia.

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