domingo, 3 de julio de 2011

Nueve enigmas con jardín: Gijón en Venecia

Nada me gusta más que pasear al azar de callejuelas y canales en las mañanas de verano, cuando ya el cielo es de un azul espléndido, pero aún no ha comenzado a quemar el sol. Adentrarse en algún oscuro sottoportego, cruzar puentes, discurrir junto a un ciego paredón al que se asoma el verdor de un jardín.
Esa era mi ocupación hace unos pocos días, el último domingo de junio, cuando muy cerca del campo de San Giacomo del Orio me encontré entreabierto el portón de lo que parecía un palacio abandonado. Un cartel escrito a mano protestaba por “la sventita universitaria”, por la venta que la Universidad de Venecia estaba haciendo de varias de sus sedes: Palazzo Pemma, Ca’ Bacchin, Ca’ Tron… Sin dudarlo un momento me colé dentro, llegué hasta el patio sobre el que crecía la hierba, subí rechinantes escaleras, comprobé que todo estaba en gran abandono. En una esquina del gran salón, con frescos muy deteriorados en el techo, había un revuelto montón de papeles: impresos oficiales, periódicos viejos y, para sorpresa mía, una pequeña fotografía que me pareció antigua. Un niño regordete abrazaba en ella a dos perros. Le di la vuelta a la foto y, para mi sorpresa, pude leer en desvaída caligrafía: “Juanín con los perros del palacio de Somió”. ¿Qué Juanín era ese? ¿Cómo había llegado aquella imagen a Venecia desde Asturias?


No tardaría en saber la respuesta. Un anciano de barba blanca, al verme salir del palacio, se me acercó enfadado. “¿Qué hacía usted ahí dentro? ¿No sabe que no se puede entrar, que es peligroso?”. Me hablaba en italiano, pero al notar mi acento en las confusas excusas, pasó inmediatamente al español. “Es un edificio que va ser restaurado, podía habérsele caído encima. Fue de mi familia. Pero lo perdimos antes de que yo naciera”.
Le enseñé la fotografía que acababa de encontrar. “¿Sabe usted cómo puede haber ido a parar ahí dentro el retrato de este niño asturiano?”. Se le llenaron los ojos de lágrimas. “¿No voy a saberlo? Es mi padre”.


 Regresamos al campo, nos sentamos en una terraza cercana a la iglesia, y me contó la extraordinaria historia de aquel niño. “Mi padre podía haber sido grande de España, pero acabó sus días como chófer en la línea de correos y viajeros entre Piedrahita, Alba de Tormes y Salamanca. Entre sus antepasados, y por tanto los míos, hay un rey de Nápoles, Francisco I, y una reina de España, María Cristina, la reina gobernadora. La infancia la pasó con su abuelo, el segundo duque de Riánsares, en su palacio de los alrededores de Gijón. Fue una infancia de príncipe, de niño malcriado. Destrozó el primer automóvil de juguete que hubo en España, hundió en el Cantábrico el más fiel trasunto de fragata que se construyó en Gijón, jugó con los más hermosos ejemplares de perros que le regalaban las casas aristocráticas emparentadas con la del abuelo. Éste, gran jinete, le enseñó a montar los mejores caballos de sus cuadras famosas; le puso los mejores preceptores; le llevó, apenas adolescente, a los viajes más fabulosos y entretenidos para un chiquillo de la época: Burdeos, Marsella, Niza; Génova, Venecia; Berlín, Bruselas Londres… El abuelo era amigo deEduardo VII y mi padre guardaba un retrato que le había dedicado en recuerdo de su visita. También le llevó a ver a su tía abuela, Isabel II, desterrada en París. Porque mi bisabuelo era hijo de María Cristina, la reina gobernadora, y de aquel guapo guardia de corps, Fernando Muñoz, de que ella se enamoró poco después o poco antes de quedar viuda de Fernando VII. Pero esa es una historia que todo el mundo conoce. El segundo duque de Riánsares, don Fernando Muñoz y Borbón, se casó con una asturiana, doña Eladia Bernardo de Quirós y González de Cienfuegos, marquesa de San Agustín. Su hija Eladia, mi abuela, nació el mismo año en que destronaron a su hermanastra, en 1868; él quiso educarla como futura reina; pero ella, en lugar de un príncipe heredero, prefirió a un Canga-Argüelles, y luego, ya viuda, a un hidalgo montañés, don Juan Trueba y Torres, mi abuelo. Pero sospecho que le estoy aburriendo con estas genealogías”.


No me estaba aburriendo, aunque yo no tenía ninguna certeza de la veracidad de lo que me contaba. Alto y erguido, a pesar de la edad, con cuidada barba blanca, su porte era ciertamente aristocrático. Quiso que le acompañara hasta su casa, para enseñarme algunas fotografías y documentos. Vivía muy cerca, aunque tuvimos que dar algunas vueltas por el enrevesado, y siempre fascinante, laberinto urbano. Había que subir unas empinadas y oscuras escaleras antes de llegar a la estrecha habitación, bajo cubierta, que constituía toda su casa. “El baño está en el patio. La comida me la prepara la vecina de abajo, que es quien me alquila este cuarto. Ya ve usted dónde tiene que vivir un descendiente de reyes. Y todo por la mala cabeza de mi padre. Pero no le culpo de nada”.


Las contraventanas del único hueco a la calle estaban cerradas, pero él en lugar de abrirlas prefirió encender la luz eléctrica. Me enseñó otras fotos de su padre y de su abuelo, incluso la copia de un cuadro que al parecer se conserva en Oviedo, en el Museo de Bellas Artes. No parecía un falsario ni un mitómano. “Mi padre tenía veinte años cuando heredó una inmensa fortuna. Era alto, casi un gigante, guapo, generoso, le gustaban las mujeres, le gustaba comer bien, le gustaba sobre todo la velocidad. Fue uno de los primeros en recorrer Europa entera en automóvil. Pero nunca viajaba solo. Iba siempre rodeado de amigos, y de amigos de amigos, gente a la que no conocía. Llegaban a París, al mejor hotel, y lo alquilaban solo para ellos. Aquí todavía se cuenta, como una leyenda fabulosa, el mes entero que pasaron en el Danieli, todo el hotel a su disposición, sin reparar en gastos. Y mi padre tenía un palacio en Venecia, ese en el que usted acaba de entrar, pero no le parecía con las comodidades suficientes para alojar a sus amigos. Mi padre, don Juan Trueba y Muñoz, es un personaje célebre en las crónicas escandalosas de la belle époque. Tuvo muchas mujeres, pero solo se enamoró de una (aparte de mi madre, con la que se casó en Piedrahita cuando ya todo había acabado). Lo curioso es que no he logrado averiguar quién era esa mujer, casada con otro quizá, de familia muy principal, que echó tierra sobre el asunto, a la que raptó un día, y cuando la llevaba en su automóvil deslumbrante, camino de París, a toda velocidad, chocaron con un árbol, ella perdió la vida, mi padre estuvo a punto de perderla, y al recuperarse en el hospital descubrió que apenas si le quedaba dinero para pagar los gastos. Los últimos años los pasó como chófer, el más cuidadoso que haya habido nunca, en el autobús de línea entre Piedrahita, Alba de Tormes y Salamanca. Yo he dedicado mi vida a reunir materiales para escribir su vida, pero sospecho que me moriré antes de ser capaz de hacerlo. Usted piensa que vivo muy pobremente. Y tiene razón. Pero no me falta nada. Y soy dueño de un tesoro. Se lo voy a enseñar”.


Apagó la luz antes de abrir las contraventanas. Y yo quedé deslumbrado con lo que apareció ante mis ojos: un  jardín italiano, con estatuas, higueras, laureles y lujuriosas rosas, una plazoleta geométricamente pavimentada en cuyo centro había un pozo de historiado brocal, y como telón de fondo la fachada de un palacio tras el que se adivinaba el Gran Canal. “Es Ca’ Tron, una de esas sedes con las que ahora quiere hacer negocio la Universidad. Antes fue de mi padre. Lo había comprado para vivir en él con su gran amor. Se lo quedaron los acreedores. Yo debía haberlo heredado. ¿Pero qué iba a hacer yo, que nunca me he casado, que nunca he tenido familia, con un caserón tan grande. Me basta con el jardín. Y eso es precisamente lo que tengo. Cuando estoy triste me quedo mirándolo, en invierno o verano, solo o con grupos de estudiantes, y me siento el rey del mundo. Y lo soy, no le quepa duda”.


22 comentarios:

  1. Que historia más fascinante.

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  2. Hay que ver lo mitómanos que son algunos... Este hombre viejo a quien se refiere Martín pasó toda su vida sobrecogido y narcotizado por el pedigree de su padre. A él le debió de tocar poco de la opulencia paterna, porque entiendo que nació cuando su papá -fané y descangayao- era el proletario chófer de la línea Piedrahita-Alba de Tormes-Salamanca.
    Por cierto: de su rústica y buena madre, ni mu.
    Seguramente que le hacían chiribitas los ojos cuando narraba a nuestro buen funcionario (¿pero cuándo funciona, si siempre está de viaje?) las calaveradas del -con toda probabilidad- manirroto, parasitillo, informal, acosador de criadas (es un suponer), vago, rijoso, clasista y reaccionario papuchi.
    Orgulloso hasta la médula de la fortuna de sus antepasados (Ay, Riansares, Riansares, ¿de dónde saldrían tus caudales? Con el ferrocarril de Langreo ganaste buenos dinares...), le cae la baba al relatar las conquistas femeniles de su progenitor. Seguro que lo que más le enardecía era contar el episodio de la huida en Hispano-Suiza con la desventurada adúltera. Y eso de salir del sopor del cloroformo y enterarse de que está sin blanca... Inefable, romanticismo en estado puro.
    El vejete ensoberbecido con tales ascendientes piensa que ha tenido una vida por encima del rasero de los que sólo somos hijos de honrados menestrales y gente de mayor decencia.
    Vana vida la suya, hueca, ilusa, alucinada...
    Pero si aquellas entelequias le han servido para pasar por la vida como si de un veneciano carnaval se tratara; si ha sido pasablemente feliz (?) creyendo que él es copartícipe de fastos y privilegios que no conoció ni por el forro..., pues nada que objetar: él mismo.
    Lo único que me jode es que Bach, Mozart, Van Gogh, Galileo y un pariente mío nazarí, las hayan pasado canutas en su periplo vital. Y valiendo lo que valían. Y teniendo los padres que tuvieron.

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  3. Estimado F., como no soy un político ni un escritor que viva de la venta de sus libros, no tengo que adular a mis electores o lectores, y por eso puedo permitirme el lujo de decirte lo que pienso de tu comentario último (y de otros por el estilo): ¡cuántas tonterías escribe quien no tiene nada mejor que hacer y no acostumbra a pensar lo que dice!
    Espero que sepas disculparme la descortesía de decir lo que pienso.

    JLGM

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  4. F. que afila la herramienta (part one)5 de julio de 2011, 21:25

    Pues claro que tengo mejores cosas que hacer que darte la vara, iluso y engreído JLGM, claro que sí. Tan engreído como para suponer que lo que escriben en los blogs los transeúntes es para mayor gloria del "titular" y -si hay suerte- que le pase la mano por el lomo. Te olvidas de que un blog es una ventana abierta a quienes tengan a bien opinar (en el tuyo bien escasos, vive dios), y que lo sustancial es el contraste y el eventual rifirrafe: recoger la perorata del dómine no deja de ser -mayormente- un pretexto para largar lo propio. Pues sí, como lo oyes: escribe uno por el placer de ver en tipografía sus cosillas. Y si joden, mejor que mejor.
    A primera vista lo primero que atisbo en tus paliques es una petulancia que me incomoda siempre; no porque sea nefando tener su aquel de presumidillo, que es pecado venial que muchos tienen (tenemos). Lo que no me cuadra es que tan poca cosa se tenga por tanta. Sin negar que tu obra poética dé de sí para algunos poemas con mérito, de las crónicas de tus viajes, salvo que son medianamente entretenidas..., poco más se puede decir en cuanto a calidades. Me propongo adquirir una novela tuya, a ver si me tengo que retractar. Pero qué poca esperanza debes abrigar de tal bicoca... Tengo olfato literario, colega, y no voy a pedir perdón por ello.
    Y no creas que hablo por despecho, no, pues creo que ya lo he dejado caer en alguna ocasión anterior (aunque sin la burda prepotencia de quien se autoproclama detentador de la razón, como tú haces ahora y casi siempre, y que además osa pretender que le convaliden la impertinente grosería por sinceridad de librepensador. ¿Pero qué coño librepensador, si eres un encorsetado prejuicioso, anclado en un pretendido dandismo (no es dandy quien quiere, sino quien tiene palmito; lo otro es paleto arturofernandismo) que confunde llevar gemelos y pasador de corbata con ser elegante.
    Y ya está, ya lo he dicho, compadre.
    Es un punto necio no entender el porqué de mi último pasquín: se trataba de una crítica (no al vejete trasnochado, que posiblemente sea fruto de tu corta -sí, corta- imaginación), a determinada fauna que pulula por el mundo ensoberbecida por lo que el recto pensar tildaría de indecente (regodearse contando las putas que se forro papá es de una miseria incalificable). Algo así como lo que hace un mequetrefe que solía salir no hace mucho en los medios, vanagloriándose de ser hijo bastardo del talentoso reyezuelo Alfonso XIII, fruto de las adúlteras relaciones con una cupletista o cosa así. El personajillo afectaba una pose altiva (barba recortada, monóculo, bastón de pomo dorado) que movía a la hilaridad más que al respeto.
    Pues eso, torpe cazador de matices (¿cómo es eso de ser literato y ser daltónico para los matices?), es lo que estaba detrás de mi chascarrillo. Y no meterme con el seguramente buenísimo descendiente del no menos benemérito y morganático braguetero real.
    Y como a mí sí que me enardece y me priva la polémica, te reto -es un decir- a que refieras con detalle qué sandez se parapeta detrás de "lo mío".
    Desde luego que estoy convencido de que no voy a llegar a la sarta de las tuyas -injustas sandeces- que soltaste para vilipendiar a unos energúmenos que el 15-M hacían "botellón" sin hacerlo.
    Y se dice intelectual el tío...

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  5. Me encantó descubrir tu blog y me quedo entre tus palabras.

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  6. Soy el primer anónimo y vuelvo a decir que historia más fascinante. Coincido con Carla y ha sido un placer descubrir su blog.

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  7. Envidio a F. su capacidad para autorretratarse: con lo feo y lamentable que sale, ya hay que tener valor. Lo de que las "cosillas" que escribe (el término es del todo justo), "si joden, mejor que mejor", le pinta con todo su avinagrado resentimiento. En fin, hay quien tiene vocación por la hiel (y por el chismorreo más o menos imaginativo, al nivel de la telebasura): de todo ha de haber, en este mundo.

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  8. Sr. F, no sea tan injusto consigo mismo, porque no hace falta ser agresivo al no estar de acuerdo. Debería leer "Cartas a un joven Poeta" de Rilke, quizás le desarme y le haga pensar y rehacer de otra forma su crítica. A mí sí me gusta cómo escribe el Sr. Martín, y no me parece justa la manera que tiene Ud. de escribir.
    a.r.

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  9. Son muy tristes este tipo de críticas ad hominem, a las que se les ve bastante el plumero. Como suele decirse, se les ve venir de lejos.
    Yo sigo a Martín desde hace tiempo. He disfrutado muchísimo con sus Diarios (los he leído todos)y sigo cada semana su blog. Espero impaciente al domingo por la mañana a leer su crónica semanal. Sin duda es uno de los mejores escritores de este país. Y un fino y elegante poeta, por cierto.

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  10. Y yo que esperaba el descenso de la Divinidad que me sacara de la sima de tontería en que malvivo..., y es el desfile del mamporrerío del meritoriaje el que viene hacia mí con malas intenciones.
    Quiero desengañar al cruel Marinero sobre mi presunta fealdad, que él cree reflejo de la que percibe en mis cosillas: soy guapo, o así me lo han hecho creer la mujeres de mi vida ,algunas docenas, que fueron amadas por mí con fervor mientras tocaba.
    Nada que ver con el vinagre este carácter mío lúdico y expansivo. Viril donde los haya, abomino de chismes de portera y de los correveidiles de las gacetas. Soy honesto y me tengo por valiente. Y leal.
    A Martín -pese a las riñas- le guardo el respeto (que no la admiración) que merece. Y hasta estoy por darle la razón en que servidor haya dicho alguna tontería (también él las ha dicho y algunas envenenadas). Pero vaya en descargo mío que poseo mente anarco-surrealista, que marca con el estigma de la dispersión del intelecto y que hace que las ideas y los artefactos del cacumen se traben los unos a los otros, lo que trae consigo que a veces los conceptos se colapsen entre anacolutos y discordancias. Pero me dicen que con paciencia y terapia se puede mitigar este síndrome.
    Pienso que el blog de JLGM no tiene que ser un apéndice de los tediosos seminarios, lecturas de poemas, presentaciones de libros y críticas al uso. Él debiera de ser el primero en agradecer que ciertos esperpénticos francotiradores hiciesen volar de entre sus dedos el higiénico papel de fumar; que reconociese que también hay enjundia en lo tabernario y zascandil.
    Y, don Marinero, no se me ponga solemne ni adopte la gravedad del españolito sentado, que me consta (o creo saber) que ha dirigido encendidos elogios a cierta "producción" mía (¡Ay, mi venero lírico). Pero eso era en otro mundo...

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  11. Desconozco qué elogios puedo haber dirigido, o F. imagina que he dirigido, a "cierta "producción" suya"; no desde luego a estas expansiones que aquí se permite, tan llenas de jactanciosa autocomplacencia como vacías de cualquier interés, literario o meramente humano. Dime de lo que presumes... Parece obvio que, si fuera tal como se pinta y se lo hubieran dicho tantas veces, no necesitaría semejante carretada de autoelogios. Más: parece obvio que, si fuera mínimamente sensato, sabría que tan esforzado autobombo suena inevitablemente a lata. Valdrá él personalmente muchísimo, no lo dudo; es lástima que sus textos, al menos en este blog, le desmientan con tal saña. Es lo de Catulo (poema XXII). Sufenos, ¡hay tantos!

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  12. Señor F. expectante déjese de tanta grandilocuencia."Perro ladrador poco mordedor".

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  13. Hombre, Marinero, mis "textos" serán lo que tú quieras pero -en calidad literaria- están a años luz de los tuyos; por hacer un símil entendible, tú serías Almudena Grandes y servidor Valle; habrías escrito "Te llamaré" Viernes", un menda el "Tirano" (al Cyrano confieso que no iba a llegar).
    Otra parábola: si compendiásemos en sendos tomos el léxico respectivo nuestro, resultaría que el tuyo iba a dar para uno del grosor del "Pacual", del por mí detestado Cela; el mío alcanzaría el volumen de "La guerra del fin del mundo", del para mí detestado en lo mundano pero encomiado por la consistencia de su narrativa, don Vargas Llosa.
    Porque entre el lenguaje esquemático y carente de la menor belleza tuyo (me huelo a otro funcionario o pasante de notaría), inhábil para sugerir o desencadenar las imprescindibles imágenes mentales en el eventual lector, y "lo mío", tendrás que reconocer que hay un abismo de calidad: la que media entre la lectura del BOE y lo peor (por ser modesto) de Borges.
    Y es que una cosa es "escribir" y otra escribir. Tú no has sido llamado al festín, Marinero. Prueba con el bricolage.
    Y llegado a este punto de sinceridades, he de decir que lo que hace que no acabe de valorar como él esperaría los textos de JLGM es que los encuentro superficiales: en muchos hace una descripción prolija de los accidentes geográficos, de las piedras, de las esloras de los veleros..., pero poca alma pone en lo que cuenta, de modo que echo de menos que filtre los relatos en el tamiz de la personalidad propia, y así devolvérnos aquellas sensaciones teñidas en la batea del espíritu. Y si en semejante colador quedaran restos de la realidad aparente, tampoco iba a perderse nada que importe: no me cuentes cómo es el Gran Canal, sino cómo era el que has soñado la otra noche.
    Por cierto: es vana empresa buscar a Tadzio en el Laberinto; tomó el expreso de medianoche rumbo a casa... hace un montón de años.

    PD.- Es un prejuicio injustificado que sea censurable el autoelogio. Estamos inmersos en un mundo de propaganda donde todo se acicala y se magnifica para mejor venderlo. En el caso de un autobombero anónimo, no cabe la imputación de que persiga el lucro inmerecido, porque no se puede vender un artículo del que se oculta la marca.
    Soy guapo, inteligente, vital, me adoran las mujeres..., pero no me estoy anunciando.

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  14. Preciso: es censurable el autoelogio, o al menos poco elegante, salvo cuando procede de F., en cuyo caso es mera justicia, o ni eso: no la hace a sus incomparables méritos. Sentado esto, no extrañará mi absoluta inferioridad respecto a él: yo no soy la séptima maravilla del universo, sólo un ser humano más a quien le gusta, vulgarísimamente, escribir y leer. Quien prefiera adornarse y que le admiren, ciertamente tiene muy poco que ver conmigo, que me ofrezco a palo seco y por lo poquísimo que valga. De más está decir que no me adoran las mujeres (demasiado ocupadas, sin duda, en hacerlo con F., tan conspicuo como irresistible). Es más, la adoración me resultaría incómoda: tan inmitigablemente vulgar soy. Y ni siquiera concibo la literatura como un festín, sino como un sitio donde contar (preferiblemente con "unas pocas palabras verdaderas", como quiso Machado) lo que a la gente le pasa, lo que piensa y lo que siente, en lugar del deslumbrante repertorio de brillanteces propias en que F. piensa, ya que él parece preferir (sin duda porque puede) ser admirado a ser leído. En estas condiciones, ¿qué podría yo decirle, aparte de la extrañeza que me causa el que antes pareciera conocerme (recuérdese el elogio mío que decía), y ahora no sepa, ni por el olfato, quién o qué soy? Sólo una modestísima recomendación: procure que no haya espejos en el cuarto en el que escriba; yo creo que le irá mejor. Recuerde lo que le pasó a la madrastra de Blancanieves, a quien usted, amigo F., me recuerda irresistiblemente en esa necesidad compulsiva de elogios que los dos parecen sentir. Sé que los hay mágicos, pero esos mienten mucho. Y, cuando dicen la verdad, es casi peor.

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  15. Tampoco es para que te autoflageles, buen Marinero, que yo no he dicho que seas un negado para las letras, sino que entre nosotros dos existe una diferencia evidente, que yo explicito con desparpajo pero -asómbrate- sin un átomo de jactancia (sí, amigo, no me vanaglorio de nada..., aunque lo aparente).
    Lo que cuento de mi relación con las mujeres es cierto. Desde muy joven gocé de su inclinación hacia mí: un físico agraciado y una vital simpatía parece ser que fueron determinantes. Y que siempre he sido delicado en el trato con ellas. Jamás me jacté de mis conquistas porque, entendía entonces y entiendo ahora, que yo era igualmente conquistado. Y siempre valoré el calor del abrazo de una mujer amante como el mayor don que un hombre pueda apetecer.
    Bien pude gestionar esta fortuna mía de modo diferente y, ensoberbecido, tener por poco aquello que se me brindaba con divina prodigalidad. Pero siempre fui consciente de que la dicha ha de compartirse con quien nos la procura. Y bendigo el nombre de cada una de ellas, que dieron un sentido a mi vivencia ... Pero no voy a seguir con este asunto.
    Y en el otro de las divinas escrituras..., me puede la querencia hacia lo lírico, lo hiperbólico (antes lo llamaban "romántico"). Y me solivianta la mezquindad del pensamiento (?) de este común que me topo a cada paso. Y como poco puedo hacer por cambiarla, procuro con ahínco que no sean ellos quienes me cambien a mí.
    Y por eso uno tiene el empeño de ser como es...
    Y que no me falte.

    Saludos, Marinero.

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  16. Es bueno que F., siendo tan excepcional, añada a las muchísimas virtudes que tan alto proclama la de la humildad; hay virtuosos y humildes (pobres: no son F.) que, precisamente por serlo, dudan y se las callan. En todo caso, decía Jaime Gil de Biedma, citando a Mariane Moore, que "la finalidad práctica de la poesía consiste en la creación de jardines imaginarios habitados por sapos de verdad". A juzgar por lo que F. cuenta, y por cómo lo cuenta, acaso tenga alguna habilidad (no lo sé: para saberlo necesitaría ver algo más, y sobre todo algo distinto, de las trompeteras exhibiciones de ego con que nos obsequia) para la primera parte, la de los jardines imaginarios; la segunda, que es la clave, parece no haberla ni sospechado aún. En fin, acabo; le dejo a él la última palabra, o las últimas. Maravillosísimo, irresistibilísimo, humildísimo..., ¿qué le quedará por decir?

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  17. F., que languidece10 de julio de 2011, 11:16

    "Crees que porque enculas a cualquier muchachito
    alcanzarás el arte de Jaime Gil de Biedma.
    Él era homosexual y altísimo poeta
    y tú un escritorzuelo y un triste maricón."
    Espero que esta estrofa que dedicó J.A. Goytisolo a ciertos émulos del gran poeta no esté encriptada en la intención con que me escribes esto último.
    Después de mi relación amatoria no creo que te haya dado motivos para ello, salvo que hagas caso a ese tópico -que no se cumple en mi caso- de "dime de qué alardeas...".
    Pues sí, mi Marinero: vivo en un jardín que he acotado y el único sapo que halle en él resultó una princesa encantada. Ni que decir tiene que de aquel prodigio siguió un romance...
    Pero para qué seguir, si eres una muralla de escepticismo.
    Saludos, amigo.

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  18. Por alusiones: tranquilícese F., cuya imaginación tan malas pasadas le juega. Yo no "encripto" nada, y menos alusión alguna a sus capacidades de escritura (que, salvo por estos desahogos narcisistas suyos, no conozco), o a sus gustos sexuales (que conozco aún menos, y que no me importan).

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  19. Un beso, Marinero.
    Cambio y corto.

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  20. En la pag.24 de esta revista está la foto de Juanin con los perros en el palacio de Somió

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  21. Descubro tarde este relato, y me gusta mucho. Quizás porque he llegado a él desde la búsqueda de datos históricos sobre la vida de la familia Borbón en Gijón,tras bucear en árboles genealógicos, fichas de herencias, y áridos escritos similares, así que .....muchas gracias por este rato tan interesante (y no entro en ninguna discusión de las que veo más arriba). Por cierto: ¿el relato es real , está basado en alguna memoria, o es solo una historia?

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  22. Es real, salvo alguna cosa, que diría Rajoy.

    JLGM

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