Sábado,
29 de octubre
CONTRA
LOS LIBROS
Hay pocas razones para leer un libro y muchas
para no leerlo. Quienes gustan de leer detestan leer cualquier libro. Y leer
literatura por obligación puede ser la mayor de las torturas.
No
leo mucho, no me paso el día leyendo, pero todos los días necesito comenzar un
libro nuevo, terminar de leer otro y leer completo alguno que suele ser de
poesía y tener pocas páginas.
No
leo mucho, dejo de leer mucho más. No aspiro a leerlo todo, ni siquiera todas
las obras maestras de la literatura universal, sino a tener al menos el libro
nuevo de cada día.
Si
yo fuera al infierno, Satán inventaría para mí un nuevo tormento: me nombraría
jurado perpetuo de todos los premios de poesía que en el mundo son y han sido.
Me haría pasar la eternidad leyendo, uno tras otro, libros inéditos de poesía.
¿Se
puede ser jurado habitual de un premio de poesía y seguir siendo un buen lector
de poesía? Lo dudo. El paladar se estraga y acaba aborreciendo el género o
sabiéndole todo igual.
Ayudan
ciertas reglas a orientarse bien en el camino de la lectura. Yo suelo dejar de
lado los libros con algún premio, salvo que sea un premio comercial y me
interese el producto (novela negra, por ejemplo). A los nobel no suelo
acercarme, salvo que tenga buenas referencias anteriores. A veces la promoción —la
que se ha hecho del último premio nobel, la francesa Annie Ernaux, por ejemplo— sirve para alejarme gozosamente de un autor.
No
me importa dejar de leer libros que quizá merezcan la pena (siempre me quedarán
muchos por leer), si cada día encuentro al menos uno que vale la pena.
“¿Por
qué sigue usted participando en los concursos literarios si ya es un escritor
conocido?”, le preguntaron una vez a Félix Grande. Y él respondió: “Porque soy
pobre”.
¿Por
qué sigo yo siendo jurado de algún concurso literario si los detesto tanto y
rara vez estoy conforme con el libro que gana? ¿Porque soy pobre? No, rico no
soy, pero me apaño con lo que tengo. Ahora por algún compromiso del que no
acierto a librarme, antes porque me divertía asistir a los tejemanejes del
jurado y luego contarlos.
Domingo,
30 de octubre
LOS
NADIES
Leo un libro de poemas, mientras tomo un café
en Los Prados antes de entrar al cine, y no puedo evitar sentirme conmovido. El
libro quizá no sea un gran libro, seguramente no lo es, pero pocos tan
conmovedoramente humanos. Su autor, William Alexander González Guevara, nació
en el año 2000, pero los poemas los escribió —o eso indica en la contraportada—
entre 2011 y 2017. Son versos de infancia y de adolescencia. El autor no es un
Rimbaud ni hace malabarismos con el lenguaje. Con sobria palabra, deja constancia
de lo que ha vivido: “Entro al colegio por primera vez, / seré el nuevo
extranjero de la clase. / No tengo amigos. No conozco a nadie. / Un profesor me
dice: / Anda, nicaragüense, como Rubén Darío. / Y pienso en ti, Rubén.
En tu melódico timbre, / en tus pisadas al llegar a España. / Más de un siglo
nos separa, Rubén / cuarenta y siete mil silentes noches. / ¿Te habrás puesto
nervioso? / ¿Habrás echado de menos tu patria? / Sabes de lo que hablo, / ese
sabor amargo de nostalgia”.
En
el colegio y en la poesía encontró refugio este niño sin padre y a cuya madre
se le borraron las huellas —lo cuenta en el poema “Lejía”— fregando escaleras.
Toda una sección del libro la forman poemas dedicados a sus profesores. El que
dedica “A Carlos, por su amparo” dice así: “Quiero volver a la infancia, volver
/ a escuchar los consejos que me daba. / Que me reciba una invernal mañana / de
enero, donde mis marchitos ojos / despreciaban problemas familiares. / Solo
quiero retornar a la infancia / y que mi profesor Carlos me diga: Recitemos de
nuevo”.
Poesía
salvavidas, poesía que salva vidas, poesía como documento humano. Y que a mí —pero
esto no se lo digo a nadie— me conmueve hasta las lágrimas.
Martes,
1 de noviembre
VUELVE
ULISES
Día de playa. Llevo mi Ulises en Rodiles a
Rodiles. Mientras uno de los protagonistas del libro juega a hacer castillos de
arena y el otro a derribarlos, yo miro atentamente el horizonte por si diviso
de nuevo el navío de Ulises. “También la verdad se inventa”, escribió Machado.
Y a la realidad a veces le gusta copiar lo que ha visto en algún sueño.
Miércoles,
2 de noviembre
EL
INFIERNO TAN TEMIDO
Uf, qué alivio. Por fin conseguimos Berta
Piñán y yo que Josefina Martínez se suba al taxi. Primero no tiene mascarilla,
luego no encuentra el dinero. Vaya cenita que nos ha dado, que me ha dado,
mejor. Siempre me digo que, tras el fallo del premio de este año y la entrega
del anterior, debería buscar una excusa amable y marchar a casa. Pero nunca
puedo resistir la tentación de quedarme a la traca final. Josefina nunca
defrauda. Va a ser difícil conseguir el permiso de todos, pero estas cenas
emitidas por televisión superarían en audiencia a cualquier edición del Gran
Hermano. Santiago López Navia, ganador del premio del año pasado, no acababa de
creer lo que veía. “No sabía yo que iba a asistir a un recital de Pimpinela”,
dijo. Es profesor y gestor universitario, un académico de los de antes,
representante de un mundo en que se guardan las formas y las puñaladas se dan
por la espalda y sin perder la sonrisa. También estaba en la cena la poeta Dalia
Alonso, pero a ella solo le quedaba comprobar que la realidad supera a lo que
había oído contar en la tertulia. Josefina, en el dúo Pimpinela, lleva la voz
cantante, pero yo soy quien le da pie. No puedo evitar sacar a la gente de sus
casillas. Es mi naturaleza. “¡Eres un mal bicho!”, repite. Y yo sonrío
seráficamente ante el piropo: “Malo no, malísimo”, añade. La razón de esos
denuestos es que yo me pongo de parte de la consejera de Cultura, Berta Piñán,
cuando trata de explicarle por qué Jesús Visor ha dejado de estar en el jurado del
premio Alarcos. “No puede formar parte del jurado porque no es editor oficial del
premio, aunque finalmente lo sea. Para que figure en las bases que el libro lo
va a editar Visor hay que hacer un concurso entre editoriales y que lo gane su
editorial, algo difícil porque no suele ser la más barata”. Y ella: “¡Tú lo que
tienes es una vieja saña contra Chus! ¿No es verdad, Aurora? ¡Todos lo vimos
cuando él venía!”
Ortega
decía que Unamuno era un ornitorrinco o que en cualquier debate soltaba su yo
como un ornitorrinco. Josefina no es Unamuno, precisamente, es solo una
superviviente de otra época caciquil. Está acostumbrada a conseguir lo que
quiere, con razón, sin razón o contra ella. Y suele conseguirlo. Es tan
peculiar que sería inconcebible en cualquier novela, salvo quizá en El ruedo
ibérico.
“Antes
me caía muy mal —me dice Berta Piñán, recordando acaso sus
virulentas campañas contra el asturiano—, pero ahora me produce cierta
ternura”.
A mí me da un poco de pena, aunque me considere “un mal bicho”, pero me cuidaré mucho de decirlo en público, porque eso es lo que más detesta: dar pena. Tampoco diré que en un infierno hecho a mi medida todos los días se falla un premio de poesía y se cena con Josefina Martínez.
Jueves,
3 de noviembre
ELOGIO
DEL MATRIMONIO
“El amor desenfrenado a los libros —subrayo en un libro de Unamuno— debió de ser lo que más contribuyó a que Bartolomé José Gallardo permaneciese toda su vida soltero. ¿Es que don Marcelino Menéndez Pelayo, que tan afectuoso culto guardó a la memoria de Gallardo, habría dejado la espléndida biblioteca que dejó a Santander si se hubiera casado y Dios le hubiera deparado ocho hijos como al que esto escribe? Alguien dijo que los investigadores de las letras no se deben casar, aunque eso no les impida ir al ojeo. Pero eso valdrá para un crítico o un erudito, pero no para un poeta, un novelista o un filósofo. Quien no conoce la vida de pareja no conoce la vida”.
Viernes,
4 de noviembre
CARPE
DIEM
La lección de Horacio creo que la he aprendido
bien. Me importa resolver cada día de la mejor manera posible y confiar en que
el día de mañana no será peor.
Lo
que he hecho, hecho está y no tengo ningún interés en el balance. A mí ahora lo
único que me importa es lo que traigo entre manos y lo que me queda por hacer.
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