lunes, 28 de octubre de 2013

A buen entendedor: Lisboa, Cataluña, Oviedo


Sábado, 19 de octubre
Y CUANTO TE MIRO MÁS

Camino por la Rua Augusta, contemplando al fondo, sobre el azul del cielo, la negra silueta del rey José I, y al llegar al pie del Arco, como si me estuvieran esperando, se abre una puerta.


            Resulta que, desde hace muy pocos días, se puede subir a lo más alto del Arco de Augusta, como a un mirador más de esta ciudad llena de miradores. No sabía nada. Lo considero como un regalo y en seguida me encuentro arriba, al pie de las grandes estatuas, mientras la campana del reloj da las nueve y el cielo parece desperezarse y despojarse de las pocas nubes que, sábanas matutinas, aún le cubren en parte.
            Solo, sí, solo, pero qué bien acompañado. Delante, la gran plaza que abre uno de sus lados al río, vista como nunca antes la había visto, vista desde el lugar en que se centran todas las miradas; detrás, la recta Rua Augusta, la geometría de la Baixa, el elevador de Santa Justa; a un lado, cerrando el panorama, el puente del 25 de abril y, al otro, el omnipresente castillo de San Jorge. Voy reconociendo lugares, como hago siempre. Y me siento el rey del mundo, aquí en lo alto, con toda la ciudad, a la vez familiar y extraña, en torno mío.
            A la memoria me vienen unos versos de Álvaro de Campos: “Outra vez te revejo –Lisboa e Tejo e tudo–, / transeúnte inútil de ti e de mim…”
            “Extranjero aquí como en todas partes, / fantasma errante por los salones del recuerdo, / con ruido de ratas y maderas que crujen / en el castillo maldito de tener que vivir…”
            La desesperanza, el tedio, el desasosiego de Fernando Pessoa, que no se imaginaba que iba a acabar convirtiéndose en un brinquedo, en un manoseado atractivo turístico de su ciudad.
            Pero contra la verdad hiriente de sus versos nada pueden los coleccionistas de tópicos. Ni contra la descabalada e inagotable seducción de esta ciudad. Me quedaría la mañana entera aquí en lo alto, a solas con ella, repitiéndole los versos de Segismundo: “Con cada vez que te veo / nueva admiración me das / y cuanto te miro más / muy más mirarte deseo”.


Domingo, 20 de octubre
DE LA VIDA QUE PASA

“El azar es el mejor guía” me gusta repetir con Paul Morand. Salgo del hotel sin rumbo fijo y al llegar a la plaza de Martin Moniz me encuentro en su parada al tranvía 28, como esperándome. Es la línea que, trepando y retorciéndose por colinas y callejuelas, lleva hasta Prazeres, el cementerio de paradójico nombre.
No recordaba que fuera tan incómodo el traqueteo. Quizá es que yo me he hecho demasiado viejo. Me bajo en la primera ocasión. No sé donde estoy. Rincones arbolados, calles vacías del domingo. Una calle empinada. Una fachada humilde con una placa: “En esta casa falleció / Angelina Vidal / poetisa, periodista y profesora”.
De pronto, en lo alto, un grupo de árboles y una ermita que he visto muchas veces desde lejos, el mirador de Nuestra Señora del Monte.
El río brillando azul a un lado y a otro convierte la colina del castillo de San Jorge en una especie de isla encantada. Estoy solo. Tengo la ciudad entera a mis pies. Pienso que no podía recibir mejor regalo dominical.


Y en ese preciso momento un escueto mensaje telefónico: “Ha muerto Rafael Ávila”. Fue mi más admirado amigo de la adolescencia, de los años del bachillerato en el Carreño Miranda. Luego le perdí de vista y solo de tarde en tarde me llegaban noticias de su vida aventurera. Le volví a encontrar hace poco, afincado en Salinas, dedicado activamente a la defensa de los animales. Un sábado vino a tomar un café conmigo al Atrio. Y me recitó un poema mío que yo había olvidado por completo y que él se sabía de memoria. “Lluvia en los caminos, / lluvia y soledad”, comenzaba.
Una lluvia que no se ve me empapa de pronto hasta los huesos en la soledad de Nuestra Señora del Monte. Cuando un amigo muere, el mundo se tambalea para nuestros pies. ¿Quién será el siguiente de la lista? Ángel González afirmaba no temer lo que hay después de la muerte, sino a lo que hay antes. A lo que hay después yo tampoco le temo. A mí la nada me parece más apetecible que ninguna eternidad. Dentro de cien años no existiré yo ni nadie que me haya conocido; me tranquiliza pensar en ese futuro. Pero hasta entonces…
El día sigue siendo hermoso y yo desciendo hasta Graça por la rua de Damasceno Monteiro que de inmediato me trae a la memoria una novela de Antonio Tabucchi, La cabeza perdida de Damasceno Monteiro. En el mirador de Nuestra Señora de Graça me acompaña en la contemplación de la ciudad la poeta Sophia de Mello Breyner Andresen. Cuando yo la conocí, era ya una mujer mayor pero tan hermosa como en este busto de bronce. No recuerdo qué año fue, quizá 1988, el del centenario de Pessoa y el incendio del Chiado. La jornada final de aquel congreso fue en el monasterio de los Jerónimos. Ella leyó allí sus poemas; luego hubo una cena de gala. Yo aproveché para pasear a solas por el claustro iluminado solo por la luna.


Ahora camino con la muerte al hombro. Como siempre, aunque a veces lo olvide. Y el mundo, cuanto más precario, más hermoso se vuelve. “No te apresures –me digo– estás de paso, disfruta del camino”.
            Y yo sigo mi camino hasta llegar a otro mirador, el de Santa Luzia, con su pérgola florida y su fuente azulejada y su prócer bigotudo. Lo mejor de mi adolescencia se ha muerto con mi amigo Rafael Ávila. O quizá no. Lo mejor de mi adolescencia lo estoy viviendo ahora. Cada día que pasa es un regalo inmerecido. ¿Por cuánto tiempo? Prefiero no pensar en ello. La muerte del amigo me hace aferrarme con más avidez a la vida que pasa.  


Martes, 22 de octubre
PABELLÓN CHINÉS

Con Víctor Alperi, autor de una novela de hermoso título, Dorado palacio de Lisboa. hablé muchas veces de Lisboa, una ciudad que él conocía como nadie, y coincidíamos en la preferencia por un hotel, el Avenida Palace y su reposada elegancia de otro tiempo. Allí llegó a conocer, según me contó, a Julio Camba, “un tipo antipático que hacía trampas en el póquer”. También había conocido a César González Ruano y a toda la bohemia de los años cincuenta. En Madrid había iniciado una prometedora carrera literaria. Pero luego había vuelto a Asturias por razones familiares y aquí se había ido hundiendo en el provincianismo. Lo que contaba me parecía mucho más interesante que lo que escribía.
            Me da hoy Xuan Bello la noticia de su muerte. Y yo siento un poco de mala conciencia. Hacía tiempo que habíamos perdido el contacto. Escribió generosamente sobre algunos de mis libros. Yo no escribí sobre ninguno de los suyos. Y sospecho que adivinaba la razón, pero no por eso mermó su simpatía.
            Recuerdo ahora su cordialidad, su caballerosidad, su divertida conversación y me gustaría acompañarle hasta el Pabellón Chinés, deteniéndonos antes un rato en el Mirador de San Pedro de Alcántara, y allí repetirle una vez más: “¿Por qué no escribes tus memorias literarias? Sería tu mejor libro”.
“Ya es un poco tarde ¿no crees? Te conozco, amigo Martín, y sé que ni en una necrológica serías capaz de mentir y decir que te interesan mis libros. Pero no te preocupes. Hay catedráticos, como Carmen Bobes, que los valoran mucho y un hispanista llegó a escribir que todas las novelas de posguerra, menos las mías, estaban escritas con los pies. ¿Por qué su opinión va a valer menos que la tuya?”
            Querido Victor Alperi, alzo una copa contigo en el Pabellón Chinés por todas las hermosas cosas de la vida –la amistad en primer lugar– que nada tienen que ver con los justos o injustos escalafones literarios.


Jueves, 24 de octubre
BUEN CID, PASAD

Por una vez, hablando de Cataluña, logro que Rosa Navarro Durán, concuerde conmigo. “Lo están haciendo muy mal, muy mal –me dice–. Aquello cada día está peor”.
“El gobierno español debería tomar como ejemplo las palabras que una niña, en el poema de Manuel Machado, le dirige al Cid. Ya conoces el poema. Marcha el Cid al destierro, con doce de los suyos. Muertos de sed y de cansancio, por fin encuentran un mesón. Pero está cerrado “a piedra y lodo”. Exasperados, están a punto de echar la puerta abajo; entonces se abre y aparece en el umbral una niña ‘muy débil y muy blanca’. ¿Y qué es lo que dice? ‘Buen Cid, pasad’, consciente de que no pueden impedirlo. Y a continuación enumera lo que ocurriría si lo hace: ‘El rey nos dará muerte, / arruinará la casa / y sembrará de sal el pobre campo / que mi padre trabaja’. Confía en el buen corazón del caballero. Es lo que debería hacer el gobierno de España y lo que deberían hacer los nacionalistas españoles, de derechas e izquierdas, que creen que ser español es una obligación o un castigo y no un maravilloso regalo: abrir la puerta, con las reformas legales precisas para ello, a fin de que los catalanes, si así lo deciden por mayoría suficiente, puedan abandonar el Estado español. Y a continuación explicar los pros y los contras de la unión y la secesión. No temer a ningún referéndum. No está nada claro que los independentistas ganen en Escocia. No está nada claro que ganaran en Cataluña, aunque cada día, por las torpezas de nuestros patriotas, no por el buen hacer de los suyos, aumenten las posibilidades. Pero hay que aceptar el hecho de que puedan ganar. Y no pasaría nada, si hay buena voluntad por ambas partes para solucionar cualquier litigio. Yo estoy convencido de que la mayoría de los independentistas, si pudieran votar, votarían de momento que no, preferirían la independencia para un poco más tarde, para cuando se resolvieran ciertos problemas. Es lo mismo que haría yo, republicano de siempre, si hubiera que traer ahora la república. De momento, supondría más problemas que soluciones. Fracasado estrepitosamente el juancarlismo, aún nos queda Felipe de Borbón antes del cambio de Régimen, siempre traumático. También, creo yo, a los catalanes les quedan por probar otras maneras mejores de unión con España antes de recurrir a la independencia. Pero hay que abrirles la puerta y dejarles decidir en libertad. España no puede ser una cárcel. No sé yo si ser español es un honor, pero desde luego lo que no puede ser es un castigo impuesto a golpe de ejército y guardia civil”.


Viernes, 25 de octubre
DESINFORMADA DEMAGOGIA

“¿Y cómo se siente un republicano como tú, una persona de izquierdas como tú, al tener que entrar en el Campoamor entre multitudinarios abucheos?”
            “¿Multitudinarios, amigo Piquero? Había más gente en cualquiera de los encuentros con los premiados que protestando en la plaza de la Escandalera (soy el primero en defender su derecho a protestar, que conste). Me resultó muy emocionante ver a profesores y alumnos desbordando la biblioteca del Milán, sentados incluso en el suelo, para escuchar a un escritor tan ponderado y sensato, tan poco condescendiente con la demagogia, como Antonio Muñoz Molina. Y eso mismo ocurrió en todas partes: con la fotógrafa Annie Leibovitz, con los físicos que descubrieron el bosón de Higgs, con los científicos de la Max Planck… Los periódicos de hoy daban cuenta de toda esa prodigiosa actividad, un privilegio para los asturianos. Seamos serios, amigo Piquero. Cuando fui a buscar a una compañera a su hotel –y era un hotel de cinco estrellas– me encontré con que en uno de los salones anunciaban un banquete de “Izquierda Xunida”. No hago ningún apresurado comentario al respecto; espero a tener más información. ¿Despilfarro, fastos innecesarios los premios Príncipe de Asturias? Los ciento cuarenta miembros de los jurados hacen gratis su trabajo; es el único jurado en que ocurre eso. Yo no me siento avergonzado ante el abucheo; simplemente me divierte tanta desinformada demagogia. Ni me avergüenza reconocer que el discurso del príncipe tenía un rigor intelectual poco frecuente entre los políticos de cualquier país y de cualquier tiempo. 




domingo, 20 de octubre de 2013

A buen entendedor: La verdad de la vida


Sábado, 12 de octubre
VANIDAD Y MISTICISMO

Me gustan los escritos confesionales, aunque de las confesiones ajenas me fío tan poco como de las mías. Leo el Diario de otoño, de Salvador Pániker, escrito cerca de los setenta años, y sonrío cuando, entre alarde eróticos propios de la edad y divagaciones más o menos trascendentales (“lo que más nos traiciona es el lenguaje aristotélico convencional hecho de sujeto, verbo y predicado; un lenguaje que camufla que las cosas separadas solo son reales en un sistema de abstracciones”), me encuentro con esta anotación: “Gran difusión en los medios del testamento vital que de la asociación Derecho a Morir Dignamente. El País le dedicaba ayer una página entera con grandes titulares, incluyendo declaraciones mías y una sugestiva foto. Todo sea por la causa”.
            Da la impresión de que “la causa” –tan benemérita– solo es un pretexto para ocupar páginas en los medios con una sugestiva foto.
Más adelante alguien le dice que una de sus obras, Primer testamento, fue “durante años su libro de cabecera”. Y Pániker responde: “Gracias, yo también pienso que es un buen libro”.
Ese narcisismo y esa vanidad me hacen simpático al místico indio-catalán; algo tenemos en común.


Domingo, 13 de octubre
UNA DE MIS FRUSTRACIONES

Soy una persona llena de frustraciones. Me dedico a escribir y, en el fondo, pienso que eso está al alcance de cualquiera, que es escritor el que no puede ser otra cosa.
Yo habría querido dedicarme a las matemáticas. Me gusta el razonamiento abstracto. Me gusta una disciplina que no tiene nada que ver con la vida, aunque luego acabe modificando la vida. Por eso leo con admiración y envidia las publicaciones de mi amigo Javier Fresán, que aún no ha cumplido los treinta años. Desde el Max Plank Institute, de Bonn, me envía su último libro, Los números trascendentes, escrito en colaboración con Juanjo Rué. Es una obra de divulgación, pero a mí me cuesta seguirle y eso que me armo de calculadora, lápiz y papel. Asisto, una vez más, al fascinante espectáculo de cómo van apareciendo los distintos tipos de números: naturales, enteros, racionales, reales, algebraicos, trascendentes. Al principio todo resulta muy intuitivo, pero luego a uno se le va un poco la cabeza.
            No sé si yo habría sido un buen matemático o si se trata solo de una de tantas consoladoras fantasías. Es un libro de divulgación y me cuesta ir avanzando. Me entretiene más la novela de las matemáticas. Cómo Andrew Wiles encontró, o creyó encontrar, en 1993, la demostración del último teorema de Fermat, por ejemplo. Lo había descubierto, niño aún, en una biblioteca pública de Cambridge. Y le sorprendió la sencillez del enunciado. Al margen de la Aritmética, de Diofanto de Alejandría, escribió Pierre de Fermat, jurista y matemático aficionado: “Es imposible descomponer un cubo en dos cubos, un bicuadrado en dos bicuadrados y, en general, una potencia cualquiera, aparte del cuadrado, en dos potencias del mismo exponente. He encontrado una demostración realmente admirable, pero el margen del libro es muy pequeño para contenerla”.
            En matemáticas la resolución de un problema inaugura otros problemas. Para Andrew Willis investigar en matemáticas es como dar un paseo por una casa a oscuras: “Uno entra en la primera habitación y no ve nada. La oscuridad es completa. Tropiezas y te golpeas con los muebles, pero poco a poco vas aprendiendo donde está cada uno de ellos. Al fin, tras muchos tanteos, encuentras el interruptor y de repente todo está iluminado. Pero hay otra puerta y otra habitación y otra nueva aventura en la oscuridad. Y el número de habitaciones de la gran mansión parece no tener fin”.
            Deduzco entonces que investigar en matemáticas no es muy distinto del mero hecho de vivir. Se acomoda uno a una edad, a una habitación, y de un día para otro se encuentra expulsado a una habitación distinta, donde todo es oscuridad.
            Así estoy yo ahora, tropezando con los muebles, procurando fijar en la memoria cada uno de ellos, tanteando para encontrar el interruptor de la luz.


Lunes, 14 de octubre
EL FIN DEL PODER

“¿Lees todos los libros que recibes?”, me pregunta un ingenuo amigo. Hay libros sobre los que podría dar conferencias sin necesidad de haberlos leído, por ejemplo el Ulises de Joyce; incluso en algunos casos es preferible ver la película, se acaba antes y se ahorra uno la pretenciosa prosa. Para desechar un libro basta con hojearlo. Por ejemplo, El fin del poder, de Moisés Naim. El autor, de mi edad, tiene un currículum verdaderamente aparatoso: doctor por el MIT, ex ministro de Fomento en Venezuela, director del Banco Central y director ejecutivo del Banco Mundial, ex director de la revista Foreing Policy y “uno de los más respetados analistas de la economía y la política internacionales”. Uf. Pero comienza uno a leer su libro y se da cuenta de que no es más que un Javier Marías, en el peor sentido de la palabra (el que se manifiesta en sus artículos semanales sobre esto y aquello). La tesis que Moisés Naim desarrolla en más de cuatrocientas páginas se resume así en la cubierta del libro: “Empresas que se hunden, militares derrotados, papas que renuncian y gobiernos impotentes: cómo el poder ya no es lo que era”.
            ¿Y desde cuándo el poder ya no es lo que era? Una anécdota autobiográfica le permite datar con precisión el comienzo del fin: “En febrero de 1989 me acababan de nombrar, a los treinta y seis años, ministro de Fomento de mi país, Venezuela. Poco después de obtener una victoria electoral abrumadora, estalló en Caracas una fuerte oleada de saqueos y disturbios callejeros –desencadenados por la inquietud que despertaban los planes de recortar subsidios y subir los precios del combustible–  que paralizaron la ciudad en medio de la violencia, el miedo y el caos. De pronto, a pesar de nuestra victoria y el claro mandato de cambio que los votantes parecían habernos otorgado, el programa de reformas económicas que habíamos defendido adquirió un significado muy diferente”.
            Pero la precariedad del poder el ex ministro de Carlos Andrés Pérez la podía haber fechado un poco antes: en 1789, por ejemplo, cuando a un rey absoluto por la gracia de Dios, le cortaron la cabeza; o en 1814, cuando las tropas de Napoleón fueron derrotadas en España; o en la época del papa Luna, al que obligaron a dimitir; o en 1929, cuando quebraron tantas empresas; o cuando cayó el imperio romano … El poder siempre ha sido precario, amigo Moisés Naim, siempre ha costado conquistarlo y mucho más mantenerlo. Eso lo sabían los emperadores romanos, los ministros de Franco y los ejecutivos de cualquier empresa.
            Cierto que ahora, con Internet y las mitificadas redes sociales, hay más medios para protestar y controlar a los poderosos, pero también tienen ellos más capacidad para vigilarnos y controlarnos, así que váyase lo uno por lo otro.
            Moisés Naim, como no podía ser de otra manera, trae y lleva el ejemplo de la primavera árabe. Es tan ingenuo que todavía no se ha dado cuenta de que a Mubarak no le derribaron los tuiteros de la plaza Tahrir, sino el ejército; el mismo ejército que dio un golpe de Estado poco después contra el gobierno democráticamente elegido.
            No se ha vuelto más precario el poder, el mundo sigue siendo plural y contradictorio y para analizarlo hacen falta analistas un poco más rigurosos que un Moisés Naim o un Javier Marías, capaz este último de anunciar el fin de la civilización occidental, y no sé si el Apocalipsis, porque, en una de sus giras promocionales, en la habitación de no sé qué hotel se encontró con que no había bañera ni bidet y tuvo que conformarse con darse una ducha.


Martes, 15 de octubre
EN LOS OJOS DEL GATO

Jardiel Poncela escribió un libro titulado Para leer mientras se sube en ascensor. Eran otros tiempos. Algunas veces he pensado en escribir uno que se titulara Para leer mientras se espera ante el semáforo. Pero quizá sería mejor publicar una antología con mis lecturas en el semáforo de la calle General Elorza, que he de cruzar varias veces al día para ir al centro. Tengo calculado que, si uno llega exactamente en el momento en que cambia a rojo para los peatones, caben, muy holgadamente, un artículo de Millás o media docena de haikus. Hoy me conformo con abrir el delgado volumen que acabo de recoger del buzón y leer un poema de Susana Benet: “En los ojos del gato / se refleja el destello / de la luz encendida, / las páginas del libro / que tan celosamente / recorre mi mirada. / Con felina paciencia / aguarda a que se apague / como siempre la luz / y entonces, sigiloso, / se aproxima a leer / las líneas que traza / sobre mi rostro el sueño”.


Miércoles, 16 de octubre
TODOS MIENTEN

Parece que la generalización abusiva se ha puesto de moda, aunque quizá siempre lo ha estado. Miguel-Anxo Murado publica La invención del pasado, un libro con un título muy sugeridor: “Verdad y ficción en la historia de España”. Pero comienzo a leer y pronto me doy cuenta de que estoy ante otro Marías, en el peor sentido de la palabra. Para él no hay distinción entre las leyendas populares y la historia académica; todo es pura entelequia, reconstrucción a partir de unos documentos siempre escasos y a menudo falsificados. Mienten las fuentes escritas de la historia, miente la tradición oral, mienten las obras literarias, todos mienten. Se equivoca Menéndez Pidal al hablar de la transmisión oral en la poesía medieval: “Lo que nos parece antiguo y popular, como los poemas del Romancero, son en realidad obras escritas por autores muy posteriores que recrean intencionadamente un estilo antiguo, cuando no auténticos fraudes”.
            Todo es un fraude para Miguel-Anxo Murado. Cuando Menéndez Pidal recorrió las montañas de Asturias y escuchó cantar a viejos aldeanos romances que no se habían vuelto a imprimir desde las recopilaciones renacentistas, estaba siendo engañado. En realidad, esos aldeanos guardaban en un rincón de sus casas un ejemplar de aquellas ediciones del XVI y las habían leído poco antes para engañar al sabio investigador. Esa parece ser la tesis de Miguel-Anxo Murado. No se da cuenta de que la exageración invalida su trabajo; si todo es fraude, nada lo es. La misma realidad histórica tendrían los viajes de Simbad el Marino que los de Colón.


Jueves, 17 de octubre
UN PASEO

No leo novelas si no es por aquella razón por la que se inventaron las novelas: para pasar el rato. De las novelas de Maurizio de Giovanni, como de las de Donna Leon, lo que menos me interesa es la trama policial; leo a uno y otra, antes de dormirme, cansado del trajín del día, como quien se da un grato paseo por ciudades que ama, Nápoles o Venecia. Abro El otoño del comisario Ricciardi y en seguida comienzo una larga passeggiata por Via Toledo, con sus edificios nobles y las amenazadoras callejuelas de los Quartieri Spagnoli, hasta el distante Tondo de Capodimonte. Luego, a la vuelta, me siento un rato en el Gambrinus, frente al teatro de San Carlo y el palacio real… Nada me relaja tanto como esos paseos imaginarios. Luego sigo caminando en sueños por ciudades que están fuera del mapa y del calendario.


Viernes, 18 de octubre
NO SIEMPRE

“La verdad de sus sueños era para él la verdad de la vida”, decía Cernuda de Luis de Baviera. ¿La verdad de los libros es para mí la verdad de la vida? No, los libros son solo una parte de la vida, algunas veces la mejor, pero a menudo una parte bastante risible, pretenciosa y deleznable.

domingo, 13 de octubre de 2013

A buen entendedor: Pasajero en Galicia


Sábado, 5 de octubre
AS SAN LUCAS

“Anda uno tan metido en esto de la literatura que tiene literatura hasta en la niña de los ojos”, escribió Álvaro Cunqueiro. Y yo lo recuerdo a menudo y muy especialmente cuando llego a Mondoñedo, menos un lugar que las páginas de un libro.
            En un cartel, muy cerca de la Fonte Vella, a la entrada de la villa, encuentro anunciadas las fiestas de San Lucas de este año. Nunca he estado en ellas y sin embargo forman parte de mis mejores recuerdos. Las he vivido, las he olido, las he bebido gracias a la prosa de Cunqueiro: “Si yo fuese pintor, ya habría pintado veinte veces el mercado de hierba verde, heno y paja que se celebra, los días que duran As San Lucas, en la plazuela de la Fuente Vieja, junto a la Porta da Vila, en mi Mondoñedo natal. Creo que solamente el mercado de rosas en el Farfistán o el mercado de tulipanes en Harlem serán más bellos. Y en perfume, no cede a ningún mercado del mundo”.
            Cierro un momento los ojos para aspirar ese perfume y las estrechas y calladas rúas de la villa se alborotan de gentes. Unos tratantes corren caballos de larga cola, la potrada relincha en el ferial. “He aquí la Edad Media”, pensaba Cunqueiro mientras paseaba por entre los puestos. “Todo es antiguo y hermoso: doblas de carbas para el yugo, talabartería decorada, hierros de Ferreira Vella, jarros, potas y cuncas de los alfares del país”.
            Sentado en un banco, el escritor contempla la plaza de la catedral. Me siento a su lado y callamos un largo rato codo con codo mientras la luz del atardecer se concentra en las piedras de la fachada y el resto del mundo se va difuminando en la sombra.
            ¿Cómo será la vida en Mondoñedo? Quizá gris y deprimente, pero yo nunca he estado aquí más que unas horas, no he tenido tiempo para comprobarlo. Cuando sigo el viaje, tengo siempre la impresión de que cierro las páginas de un libro ilustrado.


Domingo, 6 de octubre
SANTA MARÍA DE MELÓN

Habla Blas de Otero en un poema del destino de su generación y dice que no fue otro que “apuntalar las ruinas”. Mientras visito el monasterio de Santa María de Melón, maltratado por el tiempo y la desidia, pienso que no es el peor destino. Ahora lo están tratando de reconstruir, poco a poco, con las viejas técnicas, y a mí me gustaría que lo dejaran como está, con el ciprés alzándose tras el montón de piedras, los restos de columnas y arcos esparcidos entre la hierba y entremezclados con olorosas manzanas.
El verde campo arbolado se asoma por los grandes boquetes, la galería del claustro parece a medio dibujar sobre el papel japonés del cielo. Hay resonantes bodegas y mucho silencio, perfumado silencio.
            Ojalá se acaben pronto los dineros y lo dejen así, en el majestuoso esplendor de su ruina. Ojalá no conviertan este mágico cenobio cisterciense en otro establecimiento hotelero, en un convencional escenario de bodas y banquetes.
            Antes de marcharme apunto en mi cuaderno el comienzo de un poema que probablemente nunca escribiré: “Las viejas piedras y las frescas aguas / y el murmullo del viento entre las hojas. / Aquí he venido para estar conmigo / y a mí mismo en mí mismo no me encuentro”.
            Pero quienes aquí se refugiaron hace siglos no lo hacían para encontrarse a sí mismos, esa manía contemporánea, sino para encontrar a Dios. A un Dios que quizá no sea más que lo mejor de nosotros mismos.


Lunes, 7 de octubre
EN LEIRO

Se aparta uno de la plaza, junto a la carretera, y en seguida está en otro mundo. “Se aceptan pagos en pesetas durante septiembre”, leo en un cartel. ¿Todavía pagos en pesetas? Y me imagino a recelosos aldeanos con los billetes escondidos bajo el colchón.
            Una ermita contempla el paisaje con sus grandes ojos ciegos, ladra exasperado un perro, hay alguna casona con escudo y gentes que parecen de otro tiempo, pero que quizá solo lo son en mi imaginación, y que se me quedan mirando.
            Muy cerca, en uno de los claustros del monasterio de San Clodio, las noches de luna llena, un fraile se pasea con la cabeza bajo un brazo y un gran racimo de uvas en la otra mano. Al menos eso cuentan.
            Estar de paso es la mejor manera de estar en un lugar. En Leiro, bajo un laurel, muy cerca de la plaza, una mujer vestida de blanco canta una canción que habla de pastores y de amores y de vendimiadores.
O eso creí entender. Cerca se oía el rumor de una fuente. Por un instante sentí la tentación de llamar a la cancela, sonreír mientras la mujer fija en mí sus grandes ojos asombrados, dejarme abrazar luego: ¿Por qué has tardado tanto? Y no volver a apartarme luego nunca de su lado.
            En Leiro, entrevisto, todo es posible, como en los sueños.


Martes, 8 de octubre
DRAGÓN Y CABALLERO

La torre barroca de San Andrés de Camporredondo, vigilando el pequeño cementerio que se acurruca a sus pies, y el verde y dorado de los campos de vides. Desde el corredor de la antigua rectoral, ahora vacía y fantasmal, yo la vigilo a ella.
            Y no sé por qué me vienen a la memoria unos viejos versos: “Del dragón de tres cabezas / San Jorge me ha de librar, / del dragón que llevo dentro / nadie me podrá salvar”.
            Nadie, ni esta torre que parece un esbelto caballero aguardando a pie firme la embestida de cualquier dragón en medio de la redondez de los campos, bajo el compacto azul del cielo.


Miércoles, 9 de octubre
RIVADAVIA

Cuentan que don Vicente Risco, contemplando por primera vez el perfil de Praga desde un puente, exclamó: “¡Pero si é igual que Rivadavia!”
            Al llegar yo por primera vez a esta villa de la orilla de Avia, pienso que quizá Praga recuerde a Rivadavia, pero que Rivadavia no recuerda a Praga. En la plaza soportalada de la Magdalena, allí donde comienza la antigua judería, a mí me recuerda a Avilés.
            Y es que el monte que divisábamos desde la ventana de la casa de la infancia, el bosque en que nos adentramos de niño y en el que quizá nos perdimos, el río en el que nos bañábamos, la ciudad que por primera nos hizo abrir los ojos asombrados ante la inagotable variedad de las gentes y las cosas, serán para siempre el Monte, el Bosque, el Rio, la Ciudad, así con mayúcula, lo más cerca posible que podamos encontrar a los arquetipos platónicos.
En lo alto de Ribadavia, por encima del castillo, junto al convento de Santo Domingo, se encuentra la capilla de la virgen del Portal. Es una Piedad que tiene al crucificado en el regazo, pero su cuerpo no es el de un adulto, sino el de un niño. El escultor supo expresar muy bien que para una madre su hijo, aunque crezca y se crea un dios, no deja de ser un niño.


            Subo la empinada calle de San Martiño. En una esquina está la casona de la Inquisición, llena de amenazadores escudos, resonante con el eco de las antiguas denuncias.
            ¿Antiguas? También don Vicente Risco, el sabio galleguista, participó de los delirios nazis y otro ilustre escritor de estas tierras, Eugenio Montes, elogiaba a los hidalgos del Norte por no estar manchados de sangre mora ni semita.
            En España el odio de los judíos perduró cuando ya no había judíos sino solo cristianos, viejos o nuevos. Pero ahora los recuerdos de aquel pueblo milenariamente maltratado se han convertido en materia de atracción turística. Por eso Ribadavia, además de a Avilés, me recuerda a Hervás. Y a partir de ahora cualquier lugar de viejas piedras hermosamente coloreadas por la luz de la tarde que se alce, fatigado de historia, sobre un río y tras de un viejo puente me recordará a Ribadavia.


Jueves, 10 de octubre
A CIDADE

Después de dar vueltas y más vueltas, de perdernos más de una vez en el laberinto de las retorcidas carreteras aldeanas, llegamos en el momento de la puesta de sol a A Cidade.
            Durante cuatro o cinco siglos bullió de vida este Castro de San Cibrao de Las que ahora solo guarda silencio y melancolía en su triple cerco de murallas. Por la empedrada calle subo a lo más algo, a la acrópolis donde estuvo el templo de no sé qué dioses, y desde allí contemplo el cerco oscuro de las montañas –sierra de San Mamede, monte Faro, Pena Corneira, altos do Vieiro–  y el sol que se esconde vertiendo su esplendor sobre las nubes.
            Más pronto o más tarde, de todos los que ahora andamos galleando por el mundo, de nuestras orgullosas ciudades, no quedará más que lo que queda de esta ciudad que alguna vez parece que se llamó Lansbricae. Y el mundo seguirá siendo igual de hermoso, aunque no haya nadie para contemplarlo.
            Somos un breve paréntesis –yo y toda la historia universal– en la infinita historia del Universo. Algún día, como los habitantes de este lugar, tampoco nosotros habremos sido. Y ese pensamiento, que debería ponerme triste, me reconforta.  


Viernes, 11 de octubre
ALLARIZ

En Allariz, la vieja villa orensana que desde el Campo da Barreira, desciende rápida por calles empedradas con losas del antiguo castillo para mojar sus pies en las aguas del Arnoia, se celebra un festival de jardines. No tenía noticia de que existiera algo así. En la margen derecha del río, doce paisajistas venidos de todas las partes del mundo han hecho realidad sus propuestas. Tienen nombres hermosos: “Pensasueños”, “Finde den Schatz (Encuentra el tesoro)”, “Le jardin de l’arbre que pleura”, “Leku baten saioa (Ensayo de un lugar)”... Son efímeros. Solo a uno se le perdonará la vida y quedará aquí para siempre: el que más votos reciba de los visitantes.
            A mí me gustan todos estos jardines de bolsillo, jardines de autor, pero el que prefiero es el que se extiende por la orilla del río, desde el puente medieval hasta el de San Lourenzo, con sus molinos y antiguas fábricas de curtidos. A ratos me parece estar en Japón y a ratos en Baviera, pero estoy en Galicia. Y a la memoria me vienen unos versos de Eugenio d’Ors: “Al crítico futuro rendidamente ruego, / cuando estudie mi estirpe y mi raza defina, / no olvide que por un tiempo en la Argentina, / tuve el honor de ser también gallego”.

            En los jardines de Allariz, a mí también me gustaría merecer ese honor.


domingo, 6 de octubre de 2013

A buen entendedor: Lágrimas de papel


Sábado, 28 de septiembre
NADIE ESTÁ DE MÁS

“Hay un raro placer en no ser comprendido ni por los que te aman ni por los que te detestan”, escribió Nietzsche. Pero según pasan los años uno tiene la impresión de que todos le comprenden demasiado bien. Y sin misterio nos volvemos transparentes y prescindibles.
            Vuelvo a Nietzsche, siempre vuelvo a Nietzsche, ahora el pretexto es la selección de sus aforismos que acaba de publicar la editorial Renacimiento. Dos de los que más me impresionaron en mi adolescencia, y que no he olvidado desde entonces, no los he vuelto a encontrar:
“Nadie está de más en el mundo, pero sobramos todos”.
“Si Dios bajara a la Tierra y viera lo que había hecho, no podría perdonárselo jamás”.

Domingo, 29 de septiembre
COMO UN MAL SUEÑO

También se miente con la verdad, y yo soy especialista en ello. Dar la impresión de que se cuenta todo, incluso lo que menos nos beneficia, pero callar lo más importante, lo que no nos atrevemos a confesar ni a nosotros mismos. O sí, pero solo en las noches de insomnio, y luego tratamos de olvidarlo como un mal sueño.
            Eso fueron, un mal sueño, los días en la isla, cuando yo había decidido romper con todo y tú no tenías nada con lo que romper. El olor y el sabor del verano, las aguas tan azules, el velero con el que recorríamos los dispersos islotes, las calas escondidas, la ermita remota y blanca en lo alto de una colina, el rebaño de ovejas virgilianas.
            Los días en la isla, la súbita tormenta que estuvo a punto de hacernos naufragar, el sabor de los higos, de las uvas, del queso y de la miel, de la soledad lentamente saboreada en las noches claras en que brillaban todas las estrellas.
            Incluso cuando llegaron los días desapacibles del invierno, cuando soplaba el ventarrón y la lluvia era un látigo helado, era grato quedarse en casa, junto al fuego, que a veces tardaba en encenderse y llenaba de humo toda la gran cocina aldeana. O salir al jardín, cuando la lluvia cesaba, a tratar de arreglar un poco los desperfectos.
            Leíamos mucho aquellos días, había tiempo para todo. Recuerdo que tú siempre volvías a un largo poema de Lord Byron, su Don Juan, y de vez en cuando te entretenías en traducir al castellano una octava que te parecía especialmente brillante. “Amo el amor y soy correspondido”, comenzaba una de ellas, al menos en tu versión.
            Recuerdo aquellos días en la isla, los días más felices de mi vida. No teníamos teléfono, todavía no se había inventado los teléfonos móviles, solo había un teléfono público en la isla, apenas si teníamos noticias del mundo, la radio la encendíamos solo para escuchar música.
            Todos los días eran iguales y ningún día era igual a otro. Antes de cerrar los ojos cada noche, para ser consciente del prodigio, para no darlo por consabido, me repetía, a modo de oración, unos versos: “Tantos años que pasaron / con mis soledades solo / y hoy tú duermes a mi lado”. Y al despertar, por unos interminables segundos, siempre temía que todo hubiera sido un sueño. Pero no, ahí seguías, durmiendo feliz (siempre te despertabas mucho después que yo).
            No, tú no eras un sueño y, sin embargo, todo fue un sueño.
            Un mal sueño. Todavía no me explico cómo pudo ocurrir semejante metamorfosis.
            La vida es un mago bromista que gusta de hacer esos trucos, de gastarnos esas bromas.


Lunes, 30 de septiembre
SOBRE EL AMOR

Según he ido perdiendo la capacidad de estar enamorado, he ido perfeccionando mi capacidad de fingirlo.
            No me gusta enamorarme a menos de estar seguro de que no voy a ser correspondido.
            Yo no le doy más importancia al sexo que a beber un buen vaso de agua cuando se tiene sed.
            ¡Aquel vaso de agua fresca y perfumada una sofocante tarde de verano, cerca de la casa en que vivió Leopardi, tras volver de una excursión al Vesubio!
            Pero según van pasando los años, hasta el agua fresca parece que pierde sabor.
           
Martes, 1 de septiembre
VOY CONTRA MI INTERÉS AL CONFESARLO

Nadie mínimamente decente puede ser feliz, y yo lo soy a menudo.        
            Tener razón es una vulgaridad, pero a mí me encanta.
            En los duelos verbales nunca tiro a matar, me conformo con hacer sangre.
            Hablo para no tener que escuchar.
            Cuanto más me conozco a mí mismo, más me gusta mi gato.
            Odio el silencio: está lleno de ruido.
            Mi deporte favorito es decir lo contrario de lo que pienso.
Cuando quiero hacer el bien, todo me sale mal.
            Tener éxito es otra vulgaridad igualmente encantadora.
            Nada me divierte más que, después de una buena noche de sueño, observar la cara de los que han pasado la noche divirtiéndose; soy así de sádico.
            Puedo prescindir de cualquier cosa, salvo de mis caprichos.
            Sin espolvorearla con un poco de tontería, la inteligencia no sabe a nada.

            
Miércoles, 2 de septiembre
NEGOCIOS RAROS

Al llegar a las siete en punto de la tarde a la cafetería de costumbre a tomar el café de costumbre, la encuentro cerrada. ¿Avería, cierre definitivo? No veo ningún cartel, pero no me extrañaría nada esto último. Mis amigos se ríen de mí porque dicen que cierro todos los locales que frecuento (el más reciente, de esta misma cadena, hace pocos meses en la calle del Rosal). Y lo que ocurre es que, como soy tan rutinario, siempre sigo a bordo hasta que el barco se hunde.
            El naufragio de hoy se veía venir desde hace tiempo. El nuevo gestor parecía empeñado en espantar a los clientes, abundantes hasta hace bien poco, hasta que se hizo con el negocio. Recurrió a todas las artimañas, la más eficaz poner dos televisores enfrentados, cada uno en un canal distinto y siempre en marcha y con estridente sonido aunque nadie los mirara (nunca nadie los miraba) y, por supuesto, acompañarlos con un no menos disonante hilo musical. Recuerdo que un día de verano sofocante, más sofocante todavía el local que la calle, al entrar a la hora en punto para comenzar la tertulia, preguntamos: “¿No funciona el aire acondicionado?” Y el camarero respondió: “Funciona, pero el dueño nos ha prohibido ponerlo en marcha”.
            “Qué raro personaje empeñado en tirar piedras contra su propio negocio”, pensé yo, no menos raro que él, empeñado en ser fiel a mis rutinas contra viento y marea.
            ¿Y cómo soportas una vida tan monótona?, me preguntan a veces quienes me conocen poco. Yo sonrío y no digo nada. Pongo todo mi empeño en evitar el más mínimo cambio y aún, en ventitrés mil ciento dos que llevo de vida, no he conseguido un día igual a otro.
            Nada más cotidiano que el asombro y la aventura, nada más imposible que la monotonía.


Jueves, 3 de septiembre
ILUSIONISMO

Me divierte el programa Brain Games, de National Geographic, y me enseña a conocerme un poco mejor. Viendo lo fácil que resulta engañar a nuestro cerebro –al menos para Apollo Robins, “especialista en el engaño”–, lo extraño es que alguna vez estemos en lo cierto, seamos capaces de conseguir que la realidad no nos dé gato por liebre.
            No se puede ser realista sin mucha imaginación. Y la imaginación nos gasta a veces malas pasadas.
            Yo hago recuento de mi vida a menudo y el resultado pocas veces es el mismo. Hay días en que el saldo resulta negativo, hay días, como hoy, en que llego a la conclusión de que, si no en todo (tampoco hay que exagerar), sí que me he equivocado en todo lo verdaderamente importante.
            Sabemos que ahí fuera hay algo, pero no sabemos qué. Lo que pasa dentro de las cabezas de los otros es un misterio. Cuando esperamos una sonrisa, nos encontramos con un mordisco. Y quien parecía no poder prescindir de nuestra compañía cualquier día, cuando menos lo esperamos, se aleja sin despedirse.
            También es un misterio para mí lo que pasa dentro de mi cabeza, ese laberinto de espejos. Esta noche me siento estafado y yo mismo soy el estafador. Me he creído todos los cuentos que me contaba.
            Los días más felices de mi vida no han existido nunca.


Viernes, 4 de septiembre
LLORO SOBRE TU HOMBRO

Van y vienen las lecturas. Tenía olvidado a François Mauriac, que leí con pasión en la adolescencia, y ahora una película de Claude Millar, Thérèse Desqueyroux, me hace volver sobre los tomos de tapas azules de sus obras completas. Abro al azar uno de ellos y me encuentro con la siguiente anotación del Diario de un hombre de treinta años: “Tarde chorreante de lluvia, tenebrosa y solitaria. Si quisiera telefonear a un amigo para que viniera a acompañarme, no hallaría un solo nombre”.
            ¿Lo hallaría yo? La verdad es que siempre estoy dispuesto a dejar que alguien llore sobre mi hombro,  pero no me veo llorando sobre el hombro de nadie.
            Soy incapaz de abrir en privado mi corazón, pero en público no tengo ningún problema.
            Lo que no le cuento a nadie, con un papel por delante se lo cuento a todos.
            Mis lágrimas son siempre lágrimas de papel.