Sábado, 19 de octubre
Y CUANTO TE MIRO MÁS
Camino por la Rua Augusta ,
contemplando al fondo, sobre el azul del cielo, la negra silueta del rey José
I, y al llegar al pie del Arco, como si me estuvieran esperando, se abre una
puerta.
Resulta
que, desde hace muy pocos días, se puede subir a lo más alto del Arco de
Augusta, como a un mirador más de esta ciudad llena de miradores. No sabía
nada. Lo considero como un regalo y en seguida me encuentro arriba, al pie de
las grandes estatuas, mientras la campana del reloj da las nueve y el cielo
parece desperezarse y despojarse de las pocas nubes que, sábanas matutinas, aún
le cubren en parte.
Solo, sí,
solo, pero qué bien acompañado. Delante, la gran plaza que abre uno de sus
lados al río, vista como nunca antes la había visto, vista desde el lugar en
que se centran todas las miradas; detrás, la recta Rua Augusta, la geometría de
la Baixa , el
elevador de Santa Justa; a un lado, cerrando el panorama, el puente del 25 de
abril y, al otro, el omnipresente castillo de San Jorge. Voy reconociendo
lugares, como hago siempre. Y me siento
el rey del mundo, aquí en lo alto, con toda la ciudad, a la vez familiar y
extraña, en torno mío.
A la
memoria me vienen unos versos de Álvaro de Campos: “Outra vez te revejo –Lisboa
e Tejo e tudo–, / transeúnte inútil de ti e de mim…”
“Extranjero
aquí como en todas partes, / fantasma errante por los salones del recuerdo,
/ con ruido de ratas y maderas que crujen / en el castillo maldito de tener que
vivir…”
La
desesperanza, el tedio, el desasosiego de Fernando Pessoa, que no se imaginaba
que iba a acabar convirtiéndose en un brinquedo,
en un manoseado atractivo turístico de su ciudad.
Pero contra
la verdad hiriente de sus versos nada pueden los coleccionistas de tópicos. Ni
contra la descabalada e inagotable seducción de esta ciudad. Me quedaría la
mañana entera aquí en lo alto, a solas con ella, repitiéndole los versos de
Segismundo: “Con cada vez que te veo / nueva admiración me das / y cuanto te
miro más / muy más mirarte deseo”.
Domingo, 20 de octubre
DE LA VIDA QUE
PASA
“El azar es el mejor guía” me gusta repetir con Paul Morand.
Salgo del hotel sin rumbo fijo y al llegar a la plaza de Martin Moniz me
encuentro en su parada al tranvía 28, como esperándome. Es la línea que,
trepando y retorciéndose por colinas y callejuelas, lleva hasta Prazeres, el
cementerio de paradójico nombre.
No recordaba que fuera tan
incómodo el traqueteo. Quizá es que yo me he hecho demasiado viejo. Me bajo en
la primera ocasión. No sé donde estoy. Rincones arbolados, calles vacías del domingo.
Una calle empinada. Una fachada humilde con una placa: “En esta casa falleció /
Angelina Vidal / poetisa, periodista y profesora”.
De pronto, en lo alto, un grupo
de árboles y una ermita que he visto muchas veces desde lejos, el mirador de
Nuestra Señora del Monte.
El río brillando azul a un lado y
a otro convierte la colina del castillo de San Jorge en una especie de isla
encantada. Estoy solo. Tengo la ciudad entera a mis pies. Pienso que no podía
recibir mejor regalo dominical.
Y en ese preciso momento un escueto
mensaje telefónico: “Ha muerto Rafael Ávila”. Fue mi más admirado amigo de la
adolescencia, de los años del bachillerato en el Carreño Miranda. Luego le
perdí de vista y solo de tarde en tarde me llegaban noticias de su vida
aventurera. Le volví a encontrar hace poco, afincado en Salinas, dedicado
activamente a la defensa de los animales. Un sábado vino a tomar un café
conmigo al Atrio. Y me recitó un poema mío que yo había olvidado por completo y
que él se sabía de memoria. “Lluvia en los caminos, / lluvia y soledad”, comenzaba.
Una lluvia que no se ve me empapa
de pronto hasta los huesos en la soledad de Nuestra Señora del Monte. Cuando un
amigo muere, el mundo se tambalea para nuestros pies. ¿Quién será el siguiente
de la lista? Ángel González afirmaba no temer lo que hay después de la muerte,
sino a lo que hay antes. A lo que hay después yo tampoco le temo. A mí la
nada me parece más apetecible que ninguna eternidad. Dentro de cien años no
existiré yo ni nadie que me haya conocido; me tranquiliza pensar en ese futuro.
Pero hasta entonces…
El día sigue siendo hermoso y yo
desciendo hasta Graça por la rua de Damasceno Monteiro que de inmediato me trae
a la memoria una novela de Antonio Tabucchi, La
cabeza perdida de Damasceno Monteiro. En el mirador de Nuestra Señora de
Graça me acompaña en la contemplación de la ciudad la poeta Sophia de Mello
Breyner Andresen. Cuando yo la conocí, era ya una mujer mayor pero tan hermosa
como en este busto de bronce. No recuerdo qué año fue, quizá 1988, el del
centenario de Pessoa y el incendio del Chiado. La jornada final de aquel
congreso fue en el monasterio de los Jerónimos. Ella leyó allí sus poemas; luego
hubo una cena de gala. Yo aproveché para pasear a solas por el claustro
iluminado solo por la luna.
Ahora camino con la muerte al
hombro. Como siempre, aunque a veces lo olvide. Y el mundo, cuanto más
precario, más hermoso se vuelve. “No te apresures –me digo– estás de paso,
disfruta del camino”.
Y yo sigo
mi camino hasta llegar a otro mirador, el de Santa Luzia, con su pérgola
florida y su fuente azulejada y su prócer bigotudo. Lo mejor de mi adolescencia
se ha muerto con mi amigo Rafael Ávila. O quizá no. Lo mejor de mi adolescencia
lo estoy viviendo ahora. Cada día que pasa es un regalo inmerecido. ¿Por cuánto
tiempo? Prefiero no pensar en ello. La muerte del amigo me hace aferrarme con
más avidez a la vida que pasa.
Martes, 22 de octubre
PABELLÓN CHINÉS
Con Víctor Alperi, autor de una novela de hermoso título, Dorado palacio de Lisboa. hablé muchas
veces de Lisboa, una ciudad que él conocía como nadie, y coincidíamos en la
preferencia por un hotel, el Avenida Palace y su reposada elegancia de otro
tiempo. Allí llegó a conocer, según me contó, a Julio Camba, “un tipo
antipático que hacía trampas en el póquer”. También había conocido a César
González Ruano y a toda la bohemia de los años cincuenta. En Madrid había
iniciado una prometedora carrera literaria. Pero luego había vuelto a Asturias
por razones familiares y aquí se había ido hundiendo en el provincianismo. Lo
que contaba me parecía mucho más interesante que lo que escribía.
Me da hoy
Xuan Bello la noticia de su muerte. Y yo siento un poco de mala conciencia. Hacía
tiempo que habíamos perdido el contacto. Escribió generosamente sobre algunos
de mis libros. Yo no escribí sobre ninguno de los suyos. Y sospecho que
adivinaba la razón, pero no por eso mermó su simpatía.
Recuerdo
ahora su cordialidad, su caballerosidad, su divertida conversación y me
gustaría acompañarle hasta el Pabellón Chinés, deteniéndonos antes un rato en
el Mirador de San Pedro de Alcántara, y allí repetirle una vez más: “¿Por qué
no escribes tus memorias literarias? Sería tu mejor libro”.
“Ya es un poco tarde ¿no crees? Te
conozco, amigo Martín, y sé que ni en una necrológica serías capaz de mentir y
decir que te interesan mis libros. Pero no te preocupes. Hay catedráticos, como
Carmen Bobes, que los valoran mucho y un hispanista llegó a escribir que todas
las novelas de posguerra, menos las mías, estaban escritas con los pies. ¿Por
qué su opinión va a valer menos que la tuya?”
Querido
Victor Alperi, alzo una copa contigo en el Pabellón Chinés por todas las
hermosas cosas de la vida –la amistad en primer lugar– que nada tienen que ver
con los justos o injustos escalafones literarios.
Jueves, 24 de octubre
BUEN CID, PASAD
Por una vez, hablando de Cataluña, logro que Rosa Navarro
Durán, concuerde conmigo. “Lo están haciendo muy mal, muy mal –me dice–.
Aquello cada día está peor”.
“El gobierno español debería
tomar como ejemplo las palabras que una niña, en el poema de Manuel Machado, le
dirige al Cid. Ya conoces el poema. Marcha el Cid al destierro, con doce de los
suyos. Muertos de sed y de cansancio, por fin encuentran un mesón. Pero está
cerrado “a piedra y lodo”. Exasperados, están a punto de echar la puerta abajo;
entonces se abre y aparece en el umbral una niña ‘muy débil y muy blanca’. ¿Y
qué es lo que dice? ‘Buen Cid, pasad’, consciente de que no pueden impedirlo. Y
a continuación enumera lo que ocurriría si lo hace: ‘El rey nos dará muerte, /
arruinará la casa / y sembrará de sal el pobre campo / que mi padre trabaja’. Confía
en el buen corazón del caballero. Es lo que debería hacer el gobierno de España
y lo que deberían hacer los nacionalistas españoles, de derechas e izquierdas,
que creen que ser español es una obligación o un castigo y no un maravilloso
regalo: abrir la puerta, con las reformas legales precisas para ello, a fin de
que los catalanes, si así lo deciden por mayoría suficiente, puedan abandonar el
Estado español. Y a continuación explicar los pros y los contras de la unión y
la secesión. No temer a ningún referéndum. No está nada claro que los independentistas
ganen en Escocia. No está nada claro que ganaran en Cataluña, aunque cada día,
por las torpezas de nuestros patriotas, no por el buen hacer de los suyos,
aumenten las posibilidades. Pero hay que aceptar el hecho de que puedan ganar.
Y no pasaría nada, si hay buena voluntad por ambas partes para solucionar
cualquier litigio. Yo estoy convencido de que la mayoría de los
independentistas, si pudieran votar, votarían de momento que no, preferirían la
independencia para un poco más tarde, para cuando se resolvieran ciertos
problemas. Es lo mismo que haría yo, republicano de siempre, si hubiera que
traer ahora la república. De momento, supondría más problemas que soluciones.
Fracasado estrepitosamente el juancarlismo, aún nos queda Felipe de Borbón antes
del cambio de Régimen, siempre traumático. También, creo yo, a los catalanes
les quedan por probar otras maneras mejores de unión con España antes de
recurrir a la independencia. Pero hay que abrirles la puerta y dejarles decidir
en libertad. España no puede ser una cárcel. No sé yo si ser español es un
honor, pero desde luego lo que no puede ser es un castigo impuesto a golpe de
ejército y guardia civil”.
Viernes, 25 de octubre
DESINFORMADA DEMAGOGIA
“¿Y cómo se siente un republicano como tú, una persona de
izquierdas como tú, al tener que entrar en el Campoamor entre multitudinarios
abucheos?”
“¿Multitudinarios,
amigo Piquero? Había más gente en cualquiera de los encuentros con los
premiados que protestando en la plaza de la Escandalera (soy el
primero en defender su derecho a protestar, que conste). Me resultó muy
emocionante ver a profesores y alumnos desbordando la biblioteca del Milán,
sentados incluso en el suelo, para escuchar a un escritor tan ponderado y sensato,
tan poco condescendiente con la demagogia, como Antonio Muñoz Molina. Y eso
mismo ocurrió en todas partes: con la fotógrafa Annie Leibovitz, con los
físicos que descubrieron el bosón de Higgs, con los científicos de la
Max Planck … Los periódicos de hoy daban
cuenta de toda esa prodigiosa actividad, un privilegio para los asturianos. Seamos
serios, amigo Piquero. Cuando fui a buscar a una compañera a su hotel –y era un
hotel de cinco estrellas– me encontré con que en uno de los salones anunciaban
un banquete de “Izquierda Xunida”. No hago ningún apresurado comentario al
respecto; espero a tener más información. ¿Despilfarro, fastos innecesarios los
premios Príncipe de Asturias? Los ciento cuarenta miembros de los jurados hacen
gratis su trabajo; es el único jurado en que ocurre eso. Yo no me siento avergonzado ante el abucheo;
simplemente me divierte tanta desinformada demagogia. Ni me avergüenza
reconocer que el discurso del príncipe tenía un rigor intelectual poco
frecuente entre los políticos de cualquier país y de cualquier tiempo.