sábado, 5 de julio de 2014

Un café en Union Square


Esté donde esté soy una persona fácil de localizar. Llevo mi rutina conmigo a cualquier lugar que vaya. En Oviedo, el café de la mañana es en Los Porches, y allí puede encontrarme cualquiera que quiera verme; en Nueva York, el café de la librería Barnes & Noble, en Union Square. Me gusta sentarme cerca de las ventanas, a las que antes se asomaban las Torres Gemelas y ahora solo el gran mástil con la bandera. Si se celebra el mercado de productos orgánicos o ecológicos (no sé bien la diferencia), la plaza tiene un color y un olor de otro tiempo, como de lunes en Avilés o de jueves en el antiguo Fontán. En Barnes & Noble tomo un café, hojeo algunos libros, anoto unas líneas, descanso un rato del callejeo urbano, que es mi ocupación preferida cuando estoy en Nueva York.
            Quien quiera encontrarme sabe donde en encontrarme, en Oviedo o en Nueva York o en cualquiera de los pocos lugares –siempre los mismos– a los que suelo desplazarme cada año. No me sorprendió por eso demasiado la interrupción; sí el rostro con el que me encontré.
            “Te leo. Sabía que estabas aquí”, dijo sonriente.
            Coincidimos en una fiesta, allá por 1990, la primera vez que estuve en Nueva York, y desde entonces no había vuelto a tener noticias suyas.
            “¿Puedo sentarme un rato? ¿No te molesto?”
            Me costó olvidar aquella noche remota, pero ya la había olvidado del todo, o creía haberla olvidado. Ya solo volvía a ella en sueños y muy de tarde en tarde. No sabría decir si la sorpresa de aquel encuentro era agradable o desagradable.
            “Me alegra tener la ocasión de pedirte disculpas. Yo acaba de salir de una relación y no quería entrar tan pronto en otra”.
            Yo pensé que aquel diálogo sonaba a novela sentimental o a una de esas películas para televisión que a mí tanto me aburren.
            “¿Quieres tomar algo? ¿Sigues viviendo en Nueva York?”
            No quería tomar nada, solo charlar un rato, daba clases en la Complutense de Madrid, estaba en Nueva York asistiendo a no sé qué congreso. Yo, de vez en cuando, miraba distraído por la ventana, como si me aburriera aquella conversación, con la que tantas veces había fantaseado en las noches de insomnio. Desde entonces me han vuelvo a romper muchas veces el corazón, pero ninguna me dolió tanto como aquella.
            En el café de Barnes & Noble, en Union Square, siempre he sido feliz. Para mí es más una biblioteca, o un rincón de mi casa, que una librería; los libros suelo comprarlos al otro lado de la plaza, en la laberíntica Strand.
            Me dio una tarjeta del hotel en que estaba, muy cerca del mío, tras anotar en ella su teléfono. “Llámame, podemos quedar una noche a tomar algo”.
            Nada me habría apetecido más durante largos años; nada me apetecía menos ahora. Soy una persona rutinaria y vengativa. ¿Pretendía arreglar tantos años después lo que tan minuciosamente había destrozado? Que no se preocupara, ya se había arreglado solo.
            Miré por la ventana las copas de los árboles, agitadas por el viento, la bandera de las barras y estrellas, los murales de las paredes con sus retratos de escritores y recordé unos versos: “¿A que volviste si volvía contigo / el aroma de días que no han de volver?”
            Volvía el olor, pero no el dolor de aquello días. En el café de Barnes & Noble, en Unión Square, solo se puede ser feliz.


2 comentarios:

  1. Muy bueno este proyecto. Nunca está de más valorar dónde y cuándo hemos sido felices. Supongo que conocerá un libro de César Antonio Molina llamado "Lugares donde se calma el dolor" que estaba en una línea parecida y que me gustó mucho.

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  2. Conozco ese libro, una hermosa guía de viajes por lugares llenos de historia y de literatura.

    JLGM

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