sábado, 24 de noviembre de 2018

Revelación de secretos: Por qué no soy un triunfador



Sábado, 17 de noviembre
PELIGROS EN LA RED

Sonrío siempre que escucho a los expertos apocalípticos hablar del riesgo de las redes sociales. No somos conscientes de que estamos regalando nuestros datos privados, una mina de oro, una riqueza de la que otros se aprovechan, dicen.
            ¿Regalando? No estoy yo muy seguro. ¿Cuánto le cuesta a google el servicio que a mí me presta gratis a cambio de poder utilizar mi dirección de correo electrónico para enviarme publicidad personalizada? ¿Cuántas veces tecleo yo en google un nombre propio, una frase escrita en una lengua que desconozco, el título de una película de la que he olvidado el director? ¿Cuántos correos escribo y recibo al día en mi cuenta de gmail? ¿Y qué decir de los blogs con los que hago llegar a los curiosos dispersos por el mundo el anticipo que cada semana publica la prensa de mis libros en preparación? Eso supone ordenadores de gran potencia, técnicos, gasto de energía. No quiero ni pensar lo que nos cobraría Movistar por un servicio semejante.
            Y a cambio, ¿qué me pide? Hoy puedo comprobarlo con un correo publicitario que me alegra la mañana. “¿Agrigento, Siracusa o Palermo? José Luis, vayas donde vayas te esperan ofertas increíbles”, me escriben de Booking.com, que es donde yo suelo hacer mis reservas hoteleras.
            ¿Invaden mi intimidad por saber que esos son algunos de mis secretos paraísos? Qué tontería. Publicidad inteligente: a quien nunca busca información sobre coches resulta perder el tiempo enviar información sobre nuevos modelos de automóviles.
            Vuelvo a pasear por el valle de los templos, en Agrigento, a detenerme ante el Ícaro caído de Igor Mitoraj, a seguir las huellas de Pirandello; vuelvo a la isla de Ortigia y a recordar los versos de Virgilio ante la fuente de Aretusa; vuelvo a la Piazza dei Quattro Canti, en Palermo y a recorrer sin prisa la via Maqueda, al atardecer y a visitar a Gioacchino Lanza Tomasi, que sirvió de inspiración al personaje de Tancredi –Alain Delon en la película– y que sigue viviendo en el palacio en que vivió Lampedusa, con su terraza sobre el mar. El antes y el después del viaje es lo mejor del viaje.
            ¿Hay peligro en las redes sociales? Por supuesto, casi tanto como en las calles de cualquier ciudad y no por eso dejamos de salir a la calle.


Domingo, 18 de noviembre
LOS DÍAS IGUALES

Algún día me gustaría escribir un elogio de los días iguales. Levantarse siempre a la misma hora, las ocho menos cinco de la mañana, escribir durante un rato, pasear luego por el mercadillo del Fontán, tomar un café mientras hojeo el periódico y charlo con algún amigo en Dos de Azúcar, regresar a casa paseando por el Campillín deteniéndome ante el escaparate de la librería de Valdés, pasar un rato por el despacho del Milán, leer El País después de comer y un libro (o dos) luego en el McDonald’s de Los Prados, ir al cine… Hoy toca Malos tiempos en el Royale, de Drew Goddard, y yo me entretengo con su guion tarantinesco, tan ingenioso, al que me habría gustado darle una última vuelta y quitarle algunos minutos. Me habían invitado a ver Tosca, que se representa en el Campoamor, pero al Miguel del Arco de turno, al director de escena que cree que le pagan para dar la nota, se le ocurrió la brillante idea de situar la acción en la Polonia comunista copiando además el look de no sé qué película. Yo ya he renunciado a luchar contra la estupidez, me limito a evitarla siempre que me sea posible. Prefiero ir al cine, no alterar mis costumbres, soñar con escribir un elogio de los días iguales (en realidad, no hago otra cosa).


 Lunes, 19 de noviembre
DOS IMPOSTORES

Decía Kipling que el éxito y el fracaso son dos impostores. Puede ser, pero yo más bien diría que el fracaso es una lata y que el éxito envilece un poco. A mí me gustaría tener éxito, como a todo el mundo, pero solo el mínimo. Soy demasiado orgulloso para más.
            Nunca podría ser académico de la Lengua, por ejemplo, porque sería incapaz de ir por ahí solicitando humildemente el voto a gente que no aprecio demasiado (la mitad de los académicos).
            No soy un triunfador, no lo seré nunca, pero no por mala suerte ni por ignorancia de las leyes no escritas que hay que seguir para llegar a serlo (aunque no por seguirlas, el éxito está asegurado, por supuesto; por no seguirlas, sí está asegurado el fracaso). Me gustaría escribir un Manual del perfecto adulador: saber adular, adular a todo el que pueda sernos útil, y hacerlo con cierta elegancia, sin que se note demasiado, resulta clave.
            Claro que triunfar no es ganar premios, sobre todo esos premios finales a la resistencia; para eso a veces resulta mejor ser una viejecita o un viejecito que no esté en condiciones de molestar ni de hacer sombra a nadie.
            El triunfador es el que da o niega galardones, no el que los recibe.

Martes, 20 de noviembre
DECISIÓN OBLIGADA

“¿Te has enterado? –me escribe un amigo–. Mira las últimas noticias. Marchena renuncia a presidir el Consejo General del Poder Judicial y, como consecuencia, el Supremo. O sea, que hay al menos un juez España capaz de rechazar una prebenda con tal de no participar en un chanchullo. No todo está perdido.”
            “No eches las campanas al vuelo. No rechaza el cargo por no ser partícipe de un chanchullo, que eso ya iba implícito en la oferta, sino porque ese chanchullo –y aún más grave de lo que imaginábamos– gracias al portavoz del PP en el Senado es ya público y notorio. ¿Con que cara iba a poder mirar a sus hijos, si es que los tiene, a los políticos catalanes presos por tratar de aplicar el programa electoral para el que fueron elegidos, a cualquier juez honesto e independiente (la mayoría), después de saberse que le nombraron para ese cargo con la finalidad de que tomara siempre las decisiones que convenían a un partido político?”



Miércoles, 21 de noviembre
VIEJAS GLORIAS

Tras la cena con el poeta Juan Vicente Piqueras, a quien conocí en la Academia de España en Roma y ahora me vuelvo a encontrar en Lisboa, sin ganas de ir a dormir, paseo a solas por la Avenida da Liberdade, acompañado solo por la luna llena.
            Piqueras me habló de su experiencia como jurado del Loewe y del encontronazo que allí tuvo con Luis Antonio de Villena, que es quien maneja ese premio a su antojo. Y no sé por qué, mientras recorro a paso lento la avenida en la grata noche otoñal, me da por pensar en los amigos literarios que he ido perdiendo por el camino.
            A Luis Antonio de Villena lo conocí hace cuarenta años, en los tiempos de Jugar con fuego. Durante un tiempo fuimos amigos, una amistad que tenía su fundamento en la admiración que yo sentía entonces tanto por su obra crítica –recuerdo los espléndidos ensayos de Prohemio– como por su poesía a partir de un puñado de poemas publicados en Papeles de Son Armadans (“Cuerpos, teorías y deseos” creo que se titulaba la selección). Luego dejé de admirarle, su sintaxis se me atragantó, su mundo envejeció sin madurar. Explicable que terminara de golpe la amistad. Me dicen que los años le han amargado un poco. Yo le recuerdo como un tipo divertido. Estábamos una vez en el Escorial, en un encuentro de jóvenes poetas, y se me ocurrió decirle: “Ya vamos siendo viejas glorias”. Me miró altivo por encima del hombro y replicó: “Viejas somos todas, glorias solo algunas”.
            Mentiría si dijera que siento haber perdido su amistad, pero sigo teníéndole simpatía y me alegra verlo convertido, ya sin metáfora, en una vieja gloria.
           

Jueves, 22 de noviembre
UNA LÀPIDA

Salgo temprano del hotel sin nada que hacer hasta que, a la tarde, hable en el Cervantes de Matilde Ras. El azar me lleva hasta el ascensor do Lavra en el momento en que está a punto de partir. Subo sin pensarlo. Me doy cuenta entonces de que conozco todos los otros ascensores o funiculares de Lisboa, pero no este. ¿A dónde me llevará?
            Al Campo dos Mártires da Pátria, en cuyo centro se alza el monumento a Sousa Martíns, un médico  que hacía curas milagrosas en vida y las sigue haciendo después de muerto. El pequeño jardín circular que rodea al monumento está lleno de lápidas de mármol que se amontonan unas sobre otras, irregularmente, como en un cementerio judío. Son los exvotos de quienes tienen algo que agradecer al santo doctor, que no ha sido beatificado por la iglesia pero que es más venerado que cualquiera de los santos oficiales.
            Una lápida me llama la atención. La traduzco: “Homenaje al mejor hijo: / Si yo hubiera sido Dios, / te habría curado. / Si yo hubiera sido maga, / te habría aliviado. / Pero como fui solamente tu madre / me dediqué a contemplar tu rostro con resignación / y a amarte siempre desde el fondo de mi corazón. / Navega en paz. / Yo seré siempre / tu puerto de abrigo. / De la madre que mucho te ama / Lusita”.
            Disuena este estoico epitafio del resto de los exvotos, todos ellos agradeciendo una curación o una mejora. Desciendo hasta el largo de Martim Moniz empapado de melancolía.
           


Viernes, 23 de noviembre
NO CONTARÉ NADA

Por la mañana tomo un café en el Starbucks de la estación del Rossio, entro en las librerías de la Rua do Alecrim, saludo al poeta que espera a los turistas frente al café A Brasileira (“¡Si hubiera sabido que la gloria era esto!”, parece pensar); pero a las siete en punto, como todos los viernes, ya estoy, antes que nadie, en la tertulia.
            ––¿Qué tal la presentación?, me pregunta Marcos.
            ––La presentación bien, lo malo fue el estrambote. A Matilde Ras se la conoce, los que la conocen, por el consultorio grafológico que, durante muchos años, llevó en el ABC y en otras publicaciones. El Diario que ahora se publica demuestra que era algo más, bastante más que eso. Pero al bueno de Javier Rioyo, director del Cervantes de Lisboa, no se le ocurrió otra cosa que llevar –fuera de programa– a un grafólogo aficionado que, tras de mí, se dedicó a comentar la letra de Cervantes, de Proust y la de no sé cuántos más. También la de la propia Matilde Ros, de la que dijo que su relación con Elena Fortún no podía haber sido sexual porque unía de no sé qué manera, o no unía, ya no sé bien, la “g” con la letra siguiente. Conseguí no interrumpir demasiado, pero como no soy muy diplomático se notó que todo aquello me parecía una sarta de vaguedades fuera de lugar, como propinar una charla sobre el horóscopo después de una clase de astronomía. Y en Portugal son tan diplomáticos que podían haber estado escuchándole dos horas o lo que el buen señor quisiera. Yo me levanté y me fui procurando que se notara mi irritación.
            ––¿Y vas a contar todo eso en el diario?
            ––No, desde luego que no, mejor hablar de Lisboa.




sábado, 17 de noviembre de 2018

Revelación de secretos: España y otros tejemanejes




Viernes, 9 de noviembre
EN QUÉ SE PARECEN

“No le cuentes a nadie lo que te voy a contar”, me dijo con la intención –apenas disimulada– de que yo se lo contara a todos. Pero no eran más que triviales secretos sobre los amaños, o presuntos amaños, de un premio literario.
            Yo le respondí con un chiste: “¿En qué se parecen el Consejo General del Poder Judicial y el Premio Planeta? En que en ambos casos se sabe el ganador antes de que se reúna el jurado. Bueno, en el primer caso antes de que se nombre el jurado. Los del Planeta guardan un poco mejor las formas”.


Sábado, 10 de noviembre
VISITA INESPERADA

Para que una historia de fantasmas me interese tiene que reunir dos condiciones: ser completamente inverosímil y absolutamente real.
            De vez en cuando, suelo volver de Avilés –a donde voy todos los sábados desde 1982– en tren, más incómodo que el autobús, pero con mayor encanto. Esta tarde, el vagón estaba completamente vacío y no subió nadie en las pocas paradas del trayecto. Como ya era de noche, no podía mirar a través de las ventanillas, convertidas en borrosos espejos. Llevaba un libro conmigo, siempre lo llevo, pero no lo abrí. Preferí dejarme mecer por melancólicas ensoñaciones, por el recuerdo de amistades perdidas en el camino.
            Cuando el tren comenzó a disminuir la velocidad, ya cerca de la estación, me levanté y me dirigí hacia la puerta. Me extrañó un poco que junto a ella ya hubiera otra persona. Seguramente había subido sin que yo me diera cuenta, pensé.
            Era algo más joven que yo, de unos cincuenta años, y me saludó como si me conociera. En aquel momento sonó su móvil y pareció alterarse al ver quién le llamaba. Me despedí, pero él ya no parecía verme, atento solo a lo que escuchaba por teléfono.             
            Cuando llegué a casa, media hora después, porque lo hice dando un tranquilo paseo, me lo encuentro sentado en los escalones del portal.
            ––¿Sigues viviendo solo? Espero que no te moleste que me quede contigo una o dos noches.
            Me sorprendió que estuviera ya allí, tan tranquilamente sentado, como si llevara largo rato esperando, y también aquella propuesta, ya que me seguía resultando completamente desconocido.
            ––Me he metido en negocios en los que no debería haberme metido y ahora me conviene desaparecer durante un tiempo.
            A mí me parecía estar viviendo una mala película o una de esas series que miro distraído en el televisor antes de ir a la cama.
            ––Disculpa, pero ni siquiera recuerdo tu nombre.
            ––¿Debo entender entonces que no aceptas tenerme unos días como invitado? No creo que estés en condiciones de negarte. Sabes que guardo cartas comprometedoras. 
            Pensé que me estaban gastando una broma. ¿Yo objeto de un chantaje? Sin saber por qué, le invité a subir. ¿Qué cartas podrían ser esas si yo no me metido en política ni en negocios turbios? Como cualquier persona, yo también he escrito cartas de amor, ridículas como todas las cartas de amor, pero no me parecía que en ninguna de ellas hubiera motivo chantajearme.
            Como si conociera la casa, entró en cuando abrí la puerta y se dirigió hacia el salón. Se sentó exactamente en el lugar en que suelo yo sentarme. Ante mi mirada sorprendida, dijo: “Perdona, te he quitado el sitio”. Yo no sabía qué hacer.
            ––Tendremos que salir a cenar fuera. Mi nevera suele estar vacía.
            ––Sal tú si quieres. Yo no tengo hambre. Y además prefiero que no se me vea mucho. 
            Le dejé en el salón viendo no sé qué programa de National Geographic y me vine a la biblioteca a escribir estas líneas. “Cuando vuelva, ya no estará, seguro. No es la primera vez que me ocurren estas cosas. Luego, cuando relea lo escrito, no estaré muy seguro de si fueron realidades o fantasías”, pensé.
            Oí el ruido de la puerta al cerrarse. Me levanté y vi que en salón no había nadie. Me asomé a la terraza. En ese momento, estaba al final de la calle, por el lado del parque. Volvió la cara hacia mí, como si sintiera mi mirada, y me hizo un gesto de saludo. Luego le vi adentrarse entre las sombras.


Domingo, 11 de noviembre
LEGALMENTE LO ERA

¿Estuvo a punto alguna vez Marruecos de invadir España? En 1961 parece que sí, según leo en una nota hecha pública por un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores que publica  SP. Revista de información mundial que dirigía Rodrigo Royo (hojear viejas publicaciones periódicas es uno de mis deportes favoritos): “El gobierno español ha comunicado oficialmente al gobierno de Rabat y a la Secretaría General de las Naciones Unidas que tiene noticias fidedignas de que contingentes armados de Marruecos se están concentrado con la intención de penetrar ofensivamente en territorio español, en flagrante violación de todas las leyes internacionales de paz y buena voluntad”. Previamente se había producido el secuestro, en territorio español, de once funcionarios por una banda “pertrechada con las armas y uniformes del Ejército Marroquí de Liberación”.
            ¿Y cómo no ha quedado registrado nada en la historia oficial de ese intento de invadirnos? ¿Y cómo  hemos olvidado que el llamado Ejército Marroquí de Liberación actuaba dentro del territorio español?
            Sigo leyendo y respiro tranquilo: la provincia española en la que se produjo el secuestro era el Sahara, por entonces una provincia como cualquier otra. Y era el Sahara lo que, según el gobierno español, pensaba invadir Marruecos.
            Se aprende mucho leyendo viejos periódicos. Que España perdió una de sus provincias en 1975 y a nadie pareció importarle nada, más bien todo el mundo suspiró aliviado al quitarse un peso de encima. ¡Es que no era una verdadera provincia!, dirán los patriotas. Legalmente lo era.


Lunes, 12 de noviembre
ELOGIO DE ALBERT RIVERA

Soy de los que opinan que un caballero, después de los sesenta años, puede y debe tener vida sexual, pero no es elegante que hable de ella. Yo sigo a rajatabla ese consejo y no dejo de seguirlo cuando muestro mi indignación porque se quiera anular la inscripción de un sindicato de trabajadoras del sexo, un trabajo que a mí me parece tan digno como otro cualquiera.
            ¿Quiere eso decir que apoyo la trata de blancas, el proxenetismo? Por supuesto que no. A mí me parece que quienes lo apoyan son más bien quienes niegan a esas trabajadoras (también hay trabajadores, por supuesto) toda posibilidad de legalizarse, organizarse sindicalmente, defender sus derechos.
            Hay trabajadores explotados y en régimen de semiesclavitud en muchos países. ¿Quiere eso decir que debemos ilegalizar el trabajo? Qué estupidez. Las feministas que quieren prohibir la prostitución son quienes más favorecen la trata ilegal.
            El sexo no es un pecado, es una necesidad biológica y pagar adecuadamente a quien nos ayuda a satisfacer esa necesidad (sin tener que casarse con él o con ella) no tiene nada de ofensivo ni de denigrante para ninguna de las partes. Otra cosas es lo que diga la religión de cada cual, pero esos respetables mandamientos morales debe cumplirlos cada uno de acuerdo con su conciencia y no aplicárselos por ley a los demás.
            ––¡Piensas exactamente igual que Albert Rivera, se escandaliza un amigo
            ––Nadie es perfecto. Albert Rivera puede disparatar en un asunto y razonar muy sensatamente en otro. Lo malo es que son sus disparates sobre la cuestión catalana los que les dan votos mientras que sus razonadas ideas, tan civilizadas y exentas de prejuicios, sobre el libre ejercicio de la sexualidad entre adultos se los quitarán. Así va el mundo.


Martes, 13 de noviembre
DE PREMIOS Y HONORES

No le doy ningún valor a los premios literarios, ni a los grandes ni a los pequeños, aunque de sobra sé que es un prejuicio mío: un libro no deja de ser valioso porque tenga un premio, lo mismo que una Dulce María Loynaz no deja de ser Dulce María Loynaz porque se vista con el Cervantes.
            ––Haces mal en despreciar los premios y no intrigar para conseguir alguno ahora que te estás haciendo viejo. A ti no te importan, pero cuentan mucho en el currículum para convencer a los concejales cuando tus amigos soliciten, por ejemplo, que le den tu nombre a una calle.
            ––Honores municipales y placas de quita y pon no son para mí, El único lugar en que me gustaría ver mi nombre es en la portada de un libro sobre el título de una obra maestra.


Miércoles, 14 de noviembre
EL DULCE LAMENTAR

¿Cuántas veces me han roto el corazón? Si me lo han roto tantas veces y sigue latiendo es que debe de ser irrompible. Esa ilusión me hago.


Jueves, 15 de noviembre
ME ARREPIENTO

Estoy suficientemente avisado, por reiterada experiencia propia, de los riesgos de enamorarse. No creo que vuelva a incurrir en esa mala costumbre. Pero nadie me había advertido de los de encariñarse.
            He aprendido, a fuerza de darme golpes contra la realidad, que me gusta la gente, pero a una cierta distancia. Entre yo y el mundo, un cordón de seguridad y, si alguien, lo salta avisar de inmediato a seguridad para que lo ponga fuera.
            Lo saltaste tú, disculpándote con una sonrisa. Te dejé estar, contraviniendo todas las normas que yo mismo me había dado, y ahora bien que me arrepiento.


Viernes, 16 de noviembre
DE CATALUÑA NI HABLAR

––Lo que más me extraña –digo en la tertulia mientras debatimos todo ese tejemaneje del Consejo del Poder Judicial– es la absoluta confianza de los partidos mayoritarios en que, si ellos pactan un nombre para presidir el Consejo y el Supremo, los vocales que designen van a votar como un solo hombre a quien ellos han decidido. ¿Cómo están tan seguros de que no va a haber ni uno que, haciendo uso de la independencia a que le obliga su condición, pueda pensar que es un candidato inadecuado y decida no votarle?
            ––Pues porque saben muy bien a quién proponen y a quién no. Los juristas de acreditado prestigio se convierten en juristas de acreditada sumisión al partido.
            ––¿Y esos señores, que interpretan tan a su manera la ley, son los que quieren condenar a treinta años de cárcel a políticos que ponen la soberanía popular por encima de interpretaciones torticeras de la ley?
            ––No nos metamos en esos asuntos –digo yo, cada día más cauto en cuestiones políticas–, tratemos de cosas más divertidas, como el intento de prohibir la prostitución para evitar los delitos asociados, que es algo así como decretar la ley seca para acabar con el comercio ilegal de bebidas alcohólicas.




sábado, 10 de noviembre de 2018

Revelación de secretos: Yo, antisistema



Sábado, 3 de noviembre
LA PAREJA DEL PERA PALACE

A veces la vida imita a las malas novelas de intriga. Estaba yo, el verano pasado, tomando un café en la terraza del Pera Palace, en Estambul, el hotel donde dicen que Agatha Christie comenzó a escribir Asesinato en el Orient Express, cuando llamó mi atención una pareja de una mesa cercana. No eran demasiado jóvenes, pero eran altos, rubios, bronceados, de cuerpo esbelto y acostumbrado al deporte. Las pocas palabras que de su conversación llegaron hasta mí me descubrieron que eran argentinos, de los que tienen su fortuna en dólares y están al margen de los vaivenes económicos de su país.  Yo me entretuve observándoles disimuladamente.
            Al día siguiente, visitando San Salvador de Chora, me encontré con la mujer, que admiraba sola los mosaicos. Unos días después, leyendo las noticias digitales del diario Clarín, supe que la esposa de un conocido empresario argentino –emparentado con el presidente Macri– había desaparecido en Estambul.
            La reconocí de inmediato en la fotografía. Y al marido en el avión, de vuelta a Madrid. Me tocó sentarme a su lado. “Creo que nos alojamos en el mismo hotel –le dije después de un saludo–. Me pareció verle alguna vez en el Pera Palace”. “Se equivoca usted; yo nunca he estado en ese hotel”. “Perdone, me pareció verle con su esposa; seguramente era alguien que se le parecía”.
            Se agitó inquieto en el asiento. Las casualidades no acabaron aquí. Antes de volver a Oviedo, me quedé una semana en Madrid y aproveché para visitar el Prado. Me encontré a la mujer desaparecida, o a alguien que se le aparecía mucho, como en Vériigo, la película de Hitchcock. La seguí discretamente por varias salas. Luego, cuando se detuvo largo rato ante un cuadro de Mantegna, La dormición de la Virgen, me atreví a dirigirle la palabra. “Es mi cuadro favorito. También lo era de Eugenio d’Ors”. Ella no pareció molesta por mi atrevimiento. “Yo tengo otras preferencias. Estaba pensando en mis cosas”, me dijo sonriente. Y yo: “Usted no se habrá dado cuenta, pero coincidimos hace poco ante los mosaicos de San Salvador de Chora, que a mí me gustaron más que los de Santa Sofía. Parece que la voy siguiendo”. Ella se sobresaltó entonces: “Pues a lo mejor lo hace. ¿No será usted un detective contratado por mi marido?”.
            Le expliqué quién era y ella pareció creerme. Tomamos algo en la cafetería del museo, hablamos de literatura, sobre todo de Borges y de Victoria Ocampo, con quien estaba lejanamente emparentada. No sé por qué no le mencioné que la había visto en el Pera Palace –muy bien acompañada, la imagen misma de la felicidad– ni que había leído la noticia de su desaparición. Leí también, no mucho tiempo después,  la de la aparición de su cadáver. Al despedirnos me cogió inesperadamente de la mano, me atrajo hacía sí y me dio un beso. Mientras yo me volvía para pagar al camarero, pareció esfumarse. Salí rápidamente tras ella, pero inútilmente.


Domingo, 4 de noviembre
YO, NOVELISTA

Llevó tiempo dándole vueltas a qué voy a hacer con las horas sobrantes cuando me jubilen. Se me ha ocurrido que podría dedicarme a escribir novelas, que es algo que entretiene mucho, bastante más que los haikus o los aforismos con los que me entretengo. Ya sé que he renegado muchas veces de ellas, pero no sería cualquier tipo de novelas. Nada de pretensiones de alta literatura, solo entretenidos enredos por el estilo de los de Pérez-Reverte, Julia Navarro o Javier Sierra, algo sencillito y muy masticadito, con abundante uso de la Wikepedia, mucha imaginación y una redacción no demasiado ramplona.
            De la fantasía medieval y de los templarios, paso. Yo prefiero el género cosmopolita, con hoteles de lujo en Belgrado o Venecia, enredos internacionales y amores apasionados, perversos  y clandestinos. Y ciertos elementos autobiográficos, por supuesto, aunque el personaje del autor sea muy secundario.
            Escribir quinientas o seiscientas páginas con su toque de intriga y erotismo, su protagonista seductor y un tanto canalla, seguro que me ayudaría a pasar las mañanas y a algunas personas les ayudaría luego a conciliar el sueño en las noches de invierno o a soportar el tedio playero del verano. También el tocho final daría mucho juego en los clubs de lectura, casi todos formados por atentas lectoras.
            Lo que no me apetecería nada es tener que dedicarme luego varios meses a la promoción. Ahora publico un libro y el día después ya lo he olvidado y estoy pensando en el siguiente para desesperación de los editores. Para mí el éxito sería que mis libros se vendieran solos o que otros se ocuparan de todos los aspectos de la comercialización. Y que con ellos ganara dinero el editor, no yo.
            Por eso quizá lo mejor es que me asocie a alguien con ambiciones literarias. Yo escribo –ser ghostwriter es una de mis vocaciones frustradas– y que luego firme algún famoso o famosa con ansia de reconocimiento literario, qué sé yo, Belén Esteban (aunque ella quizá siga prefiriendo a Boris Izaguirre), Alfonso Guerra (la acción pasaría de la Venecia de Visconti a la Alejandría de Cavafis) o incluso Dani Mateo, para que se vea que no es solo alguien que hace bromitas con lo más sagrado.
            Tampoco estaría mal escribir guiones para alguna serie televisiva. Nada de retorcidas y complicadas obras maestras, de esas que emulan a Shakespeare. Solo algo amablemente desasosegante, con sus calles de Nueva York, su toque de tensión sexual no resuelta, sus frases ingeniosas… Todavía cito a menudo la que comenzaba, voz en off, uno de los episodios de Remington Steele: “Como todos los enemigos mortales, comenzamos siendo los mejores amigos”.  


Lunes, 5 de noviembre
AJUSTE DE CUENTAS

Mentiría si dijera que me molesta el resentido y algo venenoso prólogo que Juan Bonilla ha puesto a mi último libro. Detesto los prólogos en los que un escritor más o menos consagrado habla de otro menos conocido, o un amigo encomia hiperbólicamente al autor. Los detesto casi tanto como las vacuas presentaciones. Esos elogios obligados por la cortesía no se los cree nadie: los prólogos se los salta uno a las pocas líneas y en cuanto el presentador se alarga más de lo debido yo saco mi cuaderno y me pongo a escribir haikus o aforismos.
            Juan Bonilla disimuló un poco en la primera redacción del prólogo, pero dio la casualidad que por entonces apareció mi reseña de su último libro, que no le sentó nada bien (le habrá gustado más la que le dedicó Babelia el pasado sábado) y se desahogó escribiendo dos párrafos en los que decía lo que de verdad pensaba sobre mí.
            Ahora estoy seguro de que puede haber quien comience a leer Sin trampa ni cartón, la nueva entrega de mis peculiares Episodios nacionales, y no termine de leerlo (hay gente muy rara), pero no habrá nadie que comience a leer el prólogo vengativo de Juan Bonilla y no llegue hasta la última línea. No estamos acostumbrados a los ajustes de cuentas en un género más propicio a la neblinosa pamplina laudatoria.
            (Debo confesar que, si no me molesta ese desahogo de uno de mis escritores favoritos, no es porque yo sea masoquista, sino porque, muy cernudianamente, en esas diatribas veo solo “formas amargas del elogio”).


Martes, 6 de noviembre
LA QUE HAN ARMADO

Consulto el teléfono, como hago siempre que me aburro, mientras espero a un amigo y n sé si reír o llorar al leer la noticia: “El Supremo decide en un duro debate, 15 votos contra 13, que el cliente pague el impuesto a las hipotecas”. Traducción: el Supremo decide desdecirse a sí mismo para no molestar a los banqueros. Y eso en el mismo día en que Estrasburgo confirma lo que todos sabíamos, que Otegi no tuvo un juicio justo, que la jueza que le juzgó dio muestra de parcialidad con luz y taquígrafos y debería haber sido aceptada su recusación. Qué poco respeto parecen tener por la justicia muchos profesionales de la misma.
            Tampoco sabe uno si reír o llorar al escuchar a un conocido político, uno de nuestros aspirantes a Trump o a Bolsonaro (pero no me parece que dé la talla intelectual para ello) que hay que impedir a toda costa el indulto… a unos presos que aún no han sido condenados. ¿No es ofender a los miembros de un tribunal dar por sentado cuál va a ser la sentencia?
            ––A veces uno se avergüenza de ser español, me dice un amigo.
            ––Ah no, yo no me avergüenzo de ser español, me avergüenzo de ciertos españoles: el anterior jefe del Estado, por citar solo un ejemplo (también de todos sus aduladores); un tal Fernández Villa, ese aguerrido líder minero que ponía y quitaba presidentes en Asturias (a los que yo votaba, por cierto); algún que otro arzobispo. ..
            ––Pues ya me dirás tú cómo nos libramos de tanta mugre.
            ––Optimista por naturaleza, yo siempre repito con Antonio Machado: “El hoy es malo, pero el mañana es mío”. Y bien mirado no es tan malo: mejor ahora que la porquería sale a la superficie y no antes cuando nos creíamos los cuentos de la transición española, envidiada por todos. Parece que el apaño del 78 ha dado de sí todo lo que tenía que dar. Ahora ese régimen está en “finiquito diferido”, como diría nuestra ilustre manchega. Intentarán diferirlo todo lo que puedan, pero ya no hay marcha atrás.
            ––Sobrevaloras a nuestros queridos compatriotas. Yo más bien creo que acabaremos añorando a esta imperfecta democracia cuando le dé la puntilla uno de los tres superpatriotas que compiten por hacerlo. Yo no sé quién será peor que lo consiga si el del máster regalado, el defensor de la guardia civil (pobres de nosotros si no supiera ella defenderse sola) o el discípulo predilecto del filósofo Gustavo Bueno, hoy por hoy el que tiene menos posibilidades.


Miércoles, 7 de noviembre
TONTERÍAS DE AUTOR

Leo “Libros bajo la hierba”, un artículo de Kirmen Uribe, sobre uno de mis rincones del mundo favoritos, la biblioteca neoyorquina de la Quinta Avenida y el parque que hay tras ella. A Kirmen Uribe se le dio mucho bombo con su primera novela, Bilbao-New York-Bilbao, que ganó el Premio Nacional de Narrativa y que le convirtió en una especie de sucesor de Bernardo Atxaga, en el representante oficial de la literatura vasca.
               A mí esa novela, que me interesó solo por el tema, me pareció una insignificante nadería. Ahora leo su artículo y sonrío. Resulta que, según nos cuenta, se intentó vaciar las estanterías que están bajo la sala de lectura de la Biblioteca Pública de Nueva York y llevar esos libros a un depósito de New Jersey para crear así “un gran punto de encuentro y de ocio”. Los lectores podrían consultar los libros en formato electrónico.
               Muchos escritores, y hasta el alcalde de la ciudad, se opusieron: “Aducían que el edificio central de la Biblioteca Pública de Nueva York es sobre todo un centro de investigación y que para ello era necesario que los libros permanecieran en su lugar original”.
               Qué tontería. ¿De verdad cree Kirmen Uribe que los tres millones de libros de esa biblioteca están almacenados en su maravilloso edificio principal? ¿Están los libros de la Biblioteca Nacional de España todos en el palacio de Recoletos? ¿No sabe que todas las grandes bibliotecas cuentan con depósitos auxiliares y que eso no impide que se puedan consultar sus fondos? ¿Por qué había de hacerlo? Basta con solicitar los libros el día antes.
               No es la única tontería que contiene el artículo. Para algunos hacer literatura exime de pensar, de comprobar los datos.


Jueves, 8 de noviembre
ARDOR GUERRERO

            Lo que más me fastidia cuando intervengo en público es que al final no haya coloquio o que lo haya y nadie se decida a intervenir, cosa que ocurre cada vez con más frecuencia. Uno escribe para que cada lector le lea en su casa, ahora o dentro de cien años, pero habla en publico para debatir, para poner en cuestión las propias certezas, para encontrar la verdad al socrático modo. Pero pongo tanta pasión cuando hablo, se me ve con tantas ganas de pelea, que siempre los oyentes se quedan al final en silencio, un poco asustados.
            Tras presentar un libro (el penúltimo, del último me llegaron hoy los primeros ejemplares) en La sifonería, de Cangas de Onís, una maravillosa casa de comidas, pensé que yo soy un poco como esos pistoleros del antiguo Oeste que iban de pueblo en pueblo retando a todo el que quisiera enfrentarse con ellos. O como esos boxeadores que ofrecían una abundante bolsa al espontáneo que se atreviera a subirse al ring para tratar de noquearlos.
            A ver si a algún empresario le hace gracia la idea y me organiza una serie de debates por esos mundos de Dios. El tema puede ser literario (“¿Ha escrito Fernando Savater todos los libros de Fernando Savater?”, uno de mis clásicos) o no: “¿De verdad no permite la constitución española investigar los posibles delitos cometidos en su vida privada por el jefe del Estado?”, otro de mis clásicos.



sábado, 3 de noviembre de 2018

Revelación de secretos: Con las primeras nieves



Domingo, 28 de octubre
SE HA ESCRITO UN CRIMEN

Tras las fatigosas curvas de la carretera que ascendía desde Cervera del Pisuerga, apareció el parador. De arquitectura impersonal, no me dio una impresión demasiado buena. “Parece el hotel de El resplandor”, dije.
            Luces mortecinas, que impedían leer en las habitaciones y casi en cualquier otro lugar, algunas familias con niños, empleados con porte de funcionarios franquistas.
            Había comenzado a nevar, no apetecía salir a dar una vuelta. Tardé en dormirme, pero luego tuve un sueño angustiosamente entretenido. Quedábamos aislados por la nieve, se cortaba la luz, no había cobertura en los móviles y el hotel aquel de los tiempos de pretencioso desarrollismo se convertía en el escenario perfecto para un episodio de Se ha escrito un crimen. Una de las participantes en la excursión del Círculo de Valdediós –una avispada profesora de latín, casi centeraria– resultaba ser Angela Lansbury y nos reunía a todos en el salón para averiguar quien había asesinado al director del Círculo. Todas las pistas apuntaban hacía mí: me habían visto discutir con él pocas horas antes. Había un juez entre los excursionistas y en el sueño decía: “Es una suerte que Bolsonaro haya restaurado la pena de muerte”.
            Me desperté sudoroso. A la la hora de siempre, pero una hora antes por el cambio horario. Me asomé al balcón: todo estaba cubierto de nieve, como en el sueño. Afortunadamente no se había cortado la luz. Me vestí y bajé a desayunar. El salón de desayunos estaba cerrado y el hotel parecía desierto: no me encontré con ningún huésped en los largos pasillos, tampoco en la cafetería, Ni siquiera había nadie en recepción. Subí a ponerme ropa de más abrigo y salí a dar una vuelta. Caminar solitario bajo la leve nieve que seguía cayendo, rodeado de altas montañas, sin nadie a la vista, era una experiencia nueva para mí. No caminé mucho, pero lo suficiente para perder de vista el hotel. Me sentí entonces como el protagonista de una de las novelas de Jack London que leía en la adolescencia o de los cuentos de lobos que me contaban en mi infancia extremeña. Incluso creí reconocer huellas de oso.
            A lo lejos, apareció una negra silueta que se fue acercando poco a poco. Cuando estaba más cerca, creí reconocerla. Y tuve miedo, un miedo irracional. El pasado jueves, en la librería Cervantes, Fruela Fernández había recordado la presentación de su primer libro, ganador del premio Asturias Joven. En el último momento, los organizadores del concurso, me pidieron que presentara también a los otros ganadores. Dije que sí antes de leerlos. La novela premiada me pareció un bodrio. No debía haberla leído, solo hojeado, que es el método mejor para hacer una buena presentación o una reseña de las que gustan tanto a editores y autores.
            Cometí el error de leerla, ya digo, y aunque traté de ser amable no fui capaz de ocultar del todo mi verdadera impresión. El autor me interrumpió, dijo que yo no sabía de qué hablaba, que su próxima novela iba a salir en Alfaguara y que su agente le había dicho que estaba a punto de ganar el Planeta. Pensé que era una dolida fanfarronada, pero no. Publicó luego varios best seller en Alfaguara protagonizados por un detective que combate en la División Azul. Algunas de esas historias fueron llevadas al cine.
            Creí que tanto éxito le habría hecho olvidarse de mí, el crítico provinciano que no se entera de nada. Pero un amigo, José Luis Piquero,  se lo encontró  en los Encuentros de Pravia y me advirtió: “Ándate con cuidado, te odia a muerte. Yo que tú procuraría no encontrármelo en un camino solitario”.
            Y ahora se acercaba a mí en medio de la nieve, como en uno de los parajes rusos en que sitúa sus novelas. ¿Quién iba a oír mis gritos si decidía tomarse venganza?
            Pero pasó muy cerca de mí, casi empujándome provocativamente, me miró con rencor y siguió su camino. Lo encontré en el hotel, desayunando al otro extremo del hotel, y entonces pensé que quizá no era el afamado novelista con buenas razones para detestarme. Pero su cara me resultaba vagamente familiar. Seguro que era poeta, seguro que había ganado muchos premios literarios, seguro que yo había aludido a él despectivamente alguna vez o, peor aún, que no le había mencionado jamás.
            Cuando el autocar se puso en marcha lentamente en medio de la nieve, camino de Aguilar de Campoo y Las edades del hombre, me alegré de dejar atrás aquel hotel que parecía preparado para rodar una nueva versión de El resplandor protagonizada por Manuel Fraga.


Lunes, 29 de octubre
ENCENDIDA ENCARNADURA

En Moarves de Ojeda me sorprende como una aparición, al darle la vuelta a su iglesiuca románica –que parece una más de las tantas que hay en la comarca–, la “encendida encarnadura”  de una fachada que ya admiró a Unamuno cuando pasó por aquí el día de San Juan de 1934. Venía, como yo, de Cervera del Pisuerga y de admirar “el espléndido panorama de los picos de Europa, bosques al pie y cumbres veteadas de nieve sobre las que pasa la sombra de las nubes”.
            Un Pantocrátor con elegantes bigotes y disfraz de caballero medieval nos bendice rodeado de símbolos –ángel, águila, león y toro–, los apóstoles escoltándole a ambos lados. Muy serio, con los ojos cerrados, sonríe de pronto cuando, en la gélida mañana, el sol aparta las nubes y el mundo entero parece resplandecer.
            Enfrente, sobre la caediza fachada de un caserón, un escudo que lleva la fecha de 1614 proclama orgulloso: “De esta raíz los Calderones / descienden por recta ley / con la fe de los mayores / sirviendo a Dios y a su rey”.
            Martín Calderón son los apellidos de mi madre. ¿Desciendo yo también de este rincón repoblado por mozárabes? ¿Me mirarán mal mis mayores porque he olvidado su fe y ya no sirvo al rey más que por imperativo legal?


Martes, 30 de octubre
ARTE Y PARTE

“En los museos de arte contemporáneo, el arte suele irse con la música a otra parte”, me dice un amigo cuando le cuento mi visita al Centro Botín.
            La verdad es que a mí de los museos lo que más suele interesarme es el propio museo y sobre todo las ventanas. El Centro Botín no es una excepción. Su mejor colección es la colección de vistas  sobre la bahía, los jardines de Pereda y los tejados de la ciudad. Si yo viviera aquí, no me cansaría nunca de admirarlas con la cambiante luz.
            El resto me interesa menos. El arte es, en buena medida, cuestión de fe y yo soy bastante escéptico, no solo en lo que se refiere a la fe de mis mayores. En los museos, como en las galerías, las obras deberían llevar en la cartela, junto al nombre del autor y los datos técnicos, el precio aproximado en el mercado. Así sabríamos con claridad, si vamos con prisa, dónde tenemos que detenernos más tiempo.
            Yo me detengo en las ingeniosas estructuras paseables de Cristina Iglesias. Todo arte es conceptual, como el mural de Sol LeWitt. Tiene más que ver con la ocurrencia, que es cosa del artista, que con la realización material, que puede estar a cargo de otros.
            Una mirada que piensa, una imaginación que razona. Eso es el arte. Cristina Iglesias traza unas líneas sobre un papel, dobla cartones, hace fotos. Luego en el taller, eficaces técnicos harán realidad estas celosías colgantes, estos laberintos que se abren y cierran sobre nosotros, estas broncíneas cortezas de árboles que se retuercen sobre sí mismas, estos herméticos cubos de cristal verde donde nos aguarda el murmullo del agua.
            Un mural de Sol LeWtt no es más que un dibujo sobre un papel y un conjunto de instrucciones, como la partitura de una pieza musical. Uno y otra se pueden hacer realidad tantas veces como se quiera.
            El mural que ahora veo aquí, a la entrada de la primera planta del museo, compitiendo vanamente con un gran ventanal, antes estuvo en el escenario del salón de actos. Cuando el director del museo decida, pintarán de blanco la pared, y el mural se irá con sus geometrías y sus colores planos a otra parte, o a ninguna parte, a dormir en los papeles hasta que una mano amiga le diga “levántate y anda”.
            Todo arte es así, “cosa mentale”, como decía Leonardo da Vinci. ¿En cuantos lugares me he encontrado yo El Pensador de Rodin? Recuerdo ahora la plaza de los Dos Congresos, en Buenos Aires, y los jardines de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Y qué sorpresa la mía al tropezarme con La Maternidad de Botero, que yo creía exclusiva de la ovetense plaza de la Escandalera, en el parque Eduardo VII de Lisboa disfrutando de la vista de la Avenida de la Libertad, como un turista cualquiera..
            La obra original y única no es más que fetichismo, superstición del mercado para encarecer el producto. Eso resulta evidente en el caso de la fotografía. De cualquier fotografía se pueden obtener infinitas copias y la última no tiene menor calidad que la primera, o que las tres o cuatro primeras, que son las que firma el artista y tienen valor de original.
            Con la escultura pasa lo mismo. Hecho un molde, hecho un ciento de obras de arte que valen todas –la primera y la última– lo que vale ese molde, aunque no cuesten lo mismo.
            De la arquitectura no hace falta decir nada. Ahí está el caso de Calatrava, que vende llamativas maquetas –más esculturas que edificios– y que se desentiende por completo de la realización práctica de sus obras.
            ––Pero eso que dices no vale para el gran arte --me replica mi amigo José Cereijo–. Las Meninas no se pueden pintar en cualquier parte, una reproducción de Las Meninas nunca equivaldrá a Las Meninas.
            ––No estoy yo tan seguro. En el refectorio del convento de San Giorgio, en Venecia, estaban Las bodas de Caná, de Veronese, hasta que los soldados de Napoleón partieron en dos trozos y se llevaron al Louvre. Ahora ha vuelto a su lugar original sin moverse de París. Una empresa española, Factum Arte, ha escaneado el original y lo ha reproducido tal cual, incluso con las imperfecciones del paso del tiempo. No hay ninguna diferencia, ni de tamaño ni de matices de color, entre la reproducción y el original. Si Veronese tuviera que elegir entre uno y otro, seguro que la copia le parecería más próxima a lo que él pintó –entre otras cosas porque está en el lugar en que fue pintada–  que el original. Cualquier museo que la quisiera, y estuviera dispuesto a pagar por ella, podría tener Las Meninas, como puede tener un mural de Sol LeWitt. Por otra parte, ya los museos están llenos de originales que no son más que copias hechas por algún discípulo en el taller del maestro. Arte es lo que se expone en los museos de arte. Y su valor, como la de cualquier otra mercancía, tiene que ver con la ley de la oferta y la demanda. Los herederos de Picasso, un artista de producción casi industrial, tienen mucho cuidado de sacar poco a poco sus obras al mercado para que no bajen de precio.


Miércoles, 31 de octubre
UN LUJO

Paso por el notario y en un cuarto de hora despacho el trámite. No creí que fuera tan sencillo. Sonrío al pensar que es noche de Halloween, víspera del día de difuntos. La verdad es que he escogido una fecha muy apropiada para hacer testamento. Siempre pensé que sería algo deprimente, pero todo lo contrario. Salgo tranquilo y feliz. Ya mis libros y papeles no acabarán en ningún mercadillo ni mis obras dependerán del capricho de los herederos (me aterraba que pudieran caer en manos alocadas como las de cierta viuda).
            La verdad es que, aparte del piso en que vivo (el único que he tenido de mi propiedad), los libros que me acompañan y los libros que he escrito, de poca fortuna más puedo disponer.
            Medio siglo de trabajo, una vida monacal y ni pingües ahorros ni otro patrimonio que el legado a la Fundación. Alguien dirá que soy un pésimo administrador. Yo pienso todo lo contrario. Llegar a la última o penúltima vuelta del camino sin haber despilfarrado un solo euro y sin un euro más de lo que necesito para vivir, y necesito más bien poco, es un lujo que no todos pueden permitirse.
           

Jueves, 1 de noviembre
PARECE QUE ESTOY SOLO

“Parece que estoy solo, pero llevo conmigo un mundo de fantasmas”, escribió Gastón Baquero.
            ¿Y quién no? Hace siglos que los muertos son más que los vivos. Es difícil dar un paso sin que nos los tropecemos. Unos duelen, otros asustan, todos acompañan. Qué poca cosa sería el mundo sin ellos.


Viernes, 2 de noviembre
NOSTALGIA DE OTRAS VIDAS

Paso un momento por el piso, tan lleno de amor y cachivaches, de mi ahijado Martín y qué gris y fría me parece luego mi casa, toda libros y papeles. No es un hogar, es solo la sede de una Fundación.