domingo, 28 de diciembre de 2014

Nadie lo diría: No se habla de otra cosa


Sábado, 20 de diciembre
PASEO NOCTURNO

Ocurren a veces cosas que no se sabe luego cómo contar, o si contarlas siquiera, y que acaban borrosas y confundidas en el desván de la memoria, sin estar uno mismo seguro de si fueron verdad o solo un sueño. Paseaba yo por la orilla de la ría de Avilés, ya anochecido, antes de regresar a Oviedo, bajo una lluvia leve que acentuaba la melancolía del momento, cuando oí que una mujer me llamaba por mi nombre. Era joven, sonreía. Me detuve con cierto recelo. Sin dejar de sonreír, y sin darme más explicaciones, me invitó a acompañarla. Lo hice, no sé bien por qué, más intrigado que preocupado. Cuando llegamos al pantalán, cerca de donde estaba la antigua rula, al adivinar cuáles eran sus intenciones, busqué una excusa, tenía algo de prisa, me esperaban en Oviedo. Ella entonces me cogió de la mano, abrió, sin soltarme, el candado que impedía el paso, y me llevó hasta una de las embarcaciones allí amarradas. Siempre me ha gustado navegar, pero ¿a dónde íbamos a ir de noche bajo la lluvia? Me di cuenta entonces de que no estábamos solos. Alguien puso en marcha el motor y, antes de que pudiera darme cuenta, ya maniobrábamos para salir del embarcadero. “Es mi padre”, dijo ella y eso me tranquilizó un poco. “¿A dónde vamos?”, pregunté. Las luces de una y otra orilla se reflejaban en el agua; detrás de mí tenía al Niemeyer y a mi derecha la antigua playa de Samalandrán, que tantos recuerdos de mi infancia traía, y luego el promontorio del faro. Salimos al mar abierto, el piloto no decía ni una palabra, mi compañera las menos posibles y yo terminé también por callar, dejarme llevar y admirar el espectáculo. Navegamos un rato junto a la costa, frente a las playas de San Juan y Salinas y luego nos adentramos mar adentro, en la oscuridad sin estrellas. El mar, hasta entonces tranquilo, parecía comenzar a alborotarse, pero yo seguía sin tener miedo. Me acordé del poema de Cavafis, cuyos primeros versos había visto escritos esta misma tarde en el plato de una taza de café: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo, / que sean muchas las mañanas de verano / en que llegues con placer y alegría / a puertos nunca vistos”. Pero habíamos iniciado la vuelta, el viaje no iba a ser muy largo. Me dejaron en el puerto a tiempo justo para tomar el último tren de regreso a Oviedo. El piloto, que tenía el rostro tópicamente curtido y canosa la rala barba, se despidió dándome la mano y sin decir palabra. La joven me besó por sorpresa en los labios y luego, en el dorso de mi mano, con un rotulador de tinta roja escribió un número de teléfono y dibujó un corazón.
            Me he lavado cuidadosamente las manos al llegar a casa, sin anotarlo en ninguna parte. Fue una experiencia extraña, no diría yo que desagradable, una aventura en una vida plana en la que cualquier cosa que se salga de la rutina es una aventura. Pero no me gustaría repetirla. No me gustan las cosas que no comprendo.
            La verdad es que todavía recuerdo de memoria el número que escribió en mi mano. Pero no voy a llamar, por supuesto. O quizá sí. Pero solo para tratar de encontrar una explicación a lo ocurrido.


Domingo, 21 de diciembre
ÁRBOL Y SILVIA

El otoño ha jugado a asustarnos disfrazado de invierno y el invierno llega travestido de otoño. En el Campillín un árbol deja caer la lluvia de oro de sus hojas alfombrando el suelo. Todo el que pasa por su lado se detiene con admiración. Yo también y entonces suena el teléfono y es una amiga a la que hacía tiempo que no veía y que me está buscando entre el gentío dominical del mercadillo. Antes de que cuelgue el teléfono, ya está junto a mí, bajo las ramas doradas. Mientras escucho las peripecias de su aventuras allá en la selva colombiana noto que el árbol se acerca más e inclina su copa, como no queriéndose perder ni una de las palabras de Silvia Ugidos.


Lunes, 22 de diciembre
PEDREA REPUBLICANA

“Aunque no juegues a la lotería, como republicano parece que te ha tocado el gordo”, me dice un amigo.
            “¿El gordo? Sigue tranquilo en palacio atento a sus negocios”, replico yo siguiendo la broma, pero sin bromear demasiado. “Apenas la pedrea, pero por algo se empieza”.


Martes, 23 de diciembre
INVITACIÓN DE ÚLTIMA HORA

La soledad está llena de trampas. Por eso yo, que vivo solo, detesto la soledad. El mundo se rige en ella por otras leyes. Esta noche, como me ocurre a menudo, no tenía ganas de volver a casa, donde nadie me espera y me fui a dar una vuelta por los locales habituales en busca de compañía. No la encontré, o la encontré, pero no demasiado a mi gusto y regresé solo, algo más tarde de lo habitual. Mientras esperaba en el interminable semáforo de General Elorza y entretenía el tiempo componiendo un haiku, como siempre hago (“La noche y yo / en la ciudad vacía / tan ateridos”), un coche se detiene y una cara vagamente familiar, a la que no acabo de reconocer, se asoma a la ventanilla.
            –-¿Tan pronto vuelves a casa? Vente conmigo.
            No estaba tan desesperado como para aceptar la invitación. Pero al llegar a casa, a poco de abrir la puerta, me vino a la memoria quién era y lamenté no haberlo acompañado a donde quiera que fuese. Quizá al infierno, porque llevaba cerca de treinta años muerto.


Miércoles, 24 de diciembre
EL GUARDIÁN DE LOS SECRETOS

Abro al azar una vieja edición de las máximas de La Rochefoucauld: "Exageraba sus defectos para disimularlos mejor".
            Sonrío. Es técnica que conozco bien y que utilizo con frecuencia. Presumo de contarlo todo, de ser la persona más indiscreta del mundo y pocos han dejado de caer en esa trampa. Siempre que en un grupo se habla de cualquier cosa delante de mí, escucho la misma gracia: "Cuidado que está García Martín y luego lo cuenta en su diario". Siempre que algún amigo está a punto de hacerme cualquier tediosa confidencia, oigo las mismas palabras: "Te lo cuento si me prometes que no vas a decir luego nada en tu diario". Yo no le prometo nada, a ver si hay suerte, pero me lo cuenta igual.
            Como si yo no tuviera otra cosa que hacer que andar por ahí tomando nota de las vacuas tonterías o triviales miserias que escucho. Me divierte esa imagen de persona con el corazón al desnudo y que dice siempre lo que piensa, le perjudique o no. La realidad es más bien la contraria, pero no seré yo quien desmienta esa imagen. De lo que no quiero hablar, o no me conviene, no hablo nunca.
            Soy el mejor guardián de mis secretos. Y de los ajenos, si creo que deben ser guardados. Cosa que rara vez ocurre, por cierto, especialmente si afectan a las intrigas y escaramuzas del medio literario y yo tengo constacia de su veracidad. Jamás divulgo bulos. Eso lo dejo para El País y otros diarios más o menos serios cuando afectan al independentismo catalán, Venezuela o los líderes de Podemos.


Jueves, 25 de diciembre
NO HABLO DE POLÍTICA

Después de pasear por el solitario parque de Ferrera, recién amanecido, subo hasta la torre del palacio, a la que tantas veces soñé en asomarme cuando niño, y contemplo Avilés desperezándose a mi alrededor. Me gusta está sensación de estar por encima de los demás. No sé qué diría un psiconalista. ¿Afán de mando? La verdad es que mandar me gusta tanto como obececer: nada. (Bueno, tampoco hay que pasarse de hipócrita: lo cierto es que mandar me gusta un poco más).
            Juego a hacerme una entrevista, encaramado allí, como otros se hacen un selfie. Una entrevista agresiva, de las que a mí me gustan.
            ---¿Qué hace un republicano como tú adulando a Felipe de Borbón y participando, un año sí y otro también, de jurado en lo premios Príncipe de Asturias?
            ---Siempre he dicho que Felipe de Borbón sería un excelente presidente de la República; también podrá ser un buen rey si hace limpieza en casa.
            ---¿Y tú crees que será capaz de hacerla?
            ---Si los españoles ayudan y votan en las próximas elecciones a los partidos que estén dispuestos a ello, desde luego. Yo solo votaré a quienes vayan a seguir el ejemplo del parlamento catalán y quieran una comisión de investigación sobre los negocios del anterior jefe del Estado.
            ---¿Y no crees que esa comisión pueda llevarse a tu admirado Felipe por delante? ¿No crees que acabe en un proceso constituyente?
            ---Lo primero no lo deseo, lo segundo lo espero. Felipe de Borbón no es todavía más que un rey interino, lo será a todos los efectos cuando le avale una nueva constitución votada por todos los españoles. Pero hoy es Navidad. ¿Te parece un momento adecuado para hablar de estas cosas? Yo no hablo de política en estas fechas ni, a ser posible, en ninguna otra.




domingo, 21 de diciembre de 2014

Nadie lo diría: Aprende, Nueva York


Viernes, 12 de diciembre
AMATEUR, SIEMPRE AMATEUR

“¿Vives de lo que escribes, Martín? ¿No crees los escritores deberían tener derecho a vivir de su oficio como cualquier otro trabajador?”
            Pues no, yo no vivo de lo que escribo, aunque viva de mi trabajo. Podría repetir los versos de Machado: “Y al cabo nada os debo, debéisme cuanto he escrito. / A mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”.
            Podría repetirlo si no fuera porque a mí nadie me debe nada. Todo lo contrario.
            No vivo de lo que escribo y por eso escribo lo que debo, no lo que conviene.


Sábado, 13 de diciembre
EL NIÑO QUE NO QUISO SER ENFERMERO

¡Qué tiempos aquellos en que los teléfonos móviles servían solo para hablar1 Durante la Gala de Danza Borja Villa, en Pola de Siero, no dejan de cegarnos un momento con sus pantallazos. Claro que también hay quien hace fotos con flash, a la antigua. He venido hasta aquí, alterando mi costumbre de los sábados, invitado por Marisa Fanjul, que estrena “Love remenber”, una pieza con música de Anton Coppola inspirada en la historia de Drácula.
            Cuesta concentrarse en el escenario, parece que estamos en una función de fin de curso, con la sala llena de padres, niños y abuelos. Pero al final disfruto como uno más, me dejo ganar por la música y por las esforzada o grácil caligrafía de los bailarines. Luego, al final del espectáculo, me presentan al padre del protagonista que pasea feliz recibiendo la enhorabuena de familiares y amigos. Resulta que Borja Villa, que iba para enfermero, descubrió tardíamente la vocación de bailarín tras ver la película Billy Elliot y quiere compartir su pasión por la danza a los vecinos de la Pola. Por eso organiza estas galas, que son danza y algo más, una celebración de la voluntad. Y yo me entretengo, mientras tomo un vino y veo a la gente feliz, en este sábado lluvioso haciendo cola para una foto con los bailarines, imaginando el guión para un musical con enfermeros, panaderos y cajeras del supermercado que ensayan incansables en sus horas libres.


Domingo, 14 de diciembre
WOODY ALLEN Y AZORÍN

Todos los críticos hablan mal de la última película de Woody Allen, pero yo sabía que me iba a gustar. Magia a la luz de la luna me ha recordado a las novelas crepusculares de Azorín, a María Fontán, por ejemplo, a la que el propio autor califica de “novela rosa”. También al teatro de evasión de los años cuarenta y cincuenta, a Ruiz Iriarte, López Rubio o Casona. No es más que una ensoñación, un cuento de hadas, una caricia para olvidar por un rato las inclemencias del tiempo.
            Como en la adolescencia, me he sentido completamente identificado con el protagonista, ese Stanley Crawford (Colin Firth) al que se define como “gruñón y arrogante, con el ego por las nubes”. También es un racionalista a ultranza. Como yo, ya no es joven (pasa de los cuarenta años), lleva una vida perfectamente ordenada y se cree más listo que nadie. Es insoportable. Insoportable y encantador (en esto último ya no estoy yo tan seguro de que coincidamos, tendré que preguntar).
            La Costa Azul, los años veinte, hermosas casas con jardín, un observatorio en el que refugiarse para contemplar las estrellas tras una noche de tormenta… Y Sophie Baker (Emma Stone), la vidente capaz de hacer perder la cabeza al hombre más equilibrado. Un juguete, una frágil pompa de jabón, solo eso, pero lleno de encanto.
            Al llegar a casa, para continuar la magia, releo a Azorin: “Como la condesa de Hortel quisiera conocer punto por punto la vida de María Fontán, yo tuve mucho gusto en referírsela, varias tardes, en el jardín de su casa de la calle Serrano, reunida la condesa con algunos amigos. El estilo es llano: el de una conversación particular”.

Lunes, 15 de diciembre
MIRÁNDOSE AL ESPEJO

Qué pequeña cosa es un hombre, cualquier hombre, y sin embargo en su cabeza cabe el universo entero, el sol y todas las estrellas, Dios y su cohorte de ángeles y arcángeles.
            Cuando el hombre deje de pensar el mundo, el mundo dejará de existir.


Miércoles, 17 de diciembre
DELFINA, UNAMUNO Y YO

Cuentan que un día, tras escuchar a Unamuno hablar mal de Rubén Darío, Valle-Inclán le replicó: “Rubén tiene los defectos de la carne: es glotón, es bebedor, es mujeriego, es holgazán. Pero posee, en cambio, todas las virtudes del espíritu: es bueno, es generoso, es sencillo, es humilde. En cambio usted almacena todas las virtudes de la carne: es usted frugal, es usted abstemio, es usted casto, es usted infatigable. Y tiene todos los vicios del espíritu: es usted soberbio, ególatra, rencoroso”.
            Me temo que yo me parezco más a Unamuno que a Rubén. También soy frugal, abstemio e infatigable. Y como él tengo mis Delfinas. Encuentro la definición del caso en un prólogo de Paloma Castañeda: “A Delfina se la conoce por la enamorada de Unamuno, pero Delfina no amaba realmente a don Miguel, lo que sufría era un trastorno mental conocido por el nombre de Síndrome de Clarembault. Los síntomas de esta enfermedad, que se da mayoritariamente en las mujeres y es de difícil curación, son: un enamoramiento de hombres famosos, de un nivel superior a ellas; creen, en su delirio, recibir pruebas y mensajes de amor en hechos insignificantes, que les envía su amado, por eso les persiguen, les acosan con correspondencia, llamadas telefónicas, etc”.
            Pero no hace falta ser famoso para convertirse en blanco de semejante obsesión. Hace ya casi treinta años que yo recibo, dos o tres veces a la semana, y sin faltar una, cartas de la misma persona, cartas que rompo nada más ver la letra, sin abrir. Hubo un tiempo en que también había llamadas telefónicas, y eso era peor, pero afortunadamente, con trucos varios, logré que las llamadas cesaran. Las cartas siguen llegando.


Jueves, 18 de diciembre
VADE RETRO, MARIAME

El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma puesta en escena. Tras padecer el destrozo de Agripina, la ópera de Haendel, había jurado por mi honor no asistir jamás a ningún espectáculo en el que pusiera sus manos Mariame Clément. Traté de regalar mi entrada para Il barbiere di Siviglia, ya representado en su versión hace pocos años, pero no encontré a ningún amigo con ganas de aguantar los disparates de Mariame, a pesar de la música de Rossini. Por no desperdiciar el abono, decidí darle otra oportunidad. Pero la segunda vez el disparate parece aún mayor: el doctor Bartolo es dentista, los clientes hacen cola de noche a la espera de que abra la clínica, al final hasta duermen en ella, Fígaro se pone a mear contra una pared y el conde de Almaviva se acerca a hablar con él sin esperar a que termine, para rondar a Rosina se esconden en los cubos de basura… Yo trataba de concentrarme en la música y los cantantes, pero resultaba imposible. Era como tratar de escuchar la ópera mientras en el escenario se representa una versión de Sopa de ganso, de los hermanos Marx, pero con menos gracia. Y encima tenía en la memoria el reciente Barbero de Sevilla del Met, con la seductora Isabel Leonard como Rosina, una Rosina que no mascaba chicle, ni se depilaba ni recibía al barbero despatarrada en la cama con su osito de peluche.
            En el descanso, cuando una conocida, que parecía entusiasmada, me preguntó mi opinión y le mencioné que me había gustado más la versión del Metropolitan, exclamó: “¡En Nueva York son unos rancios! Todavía no se han enterado de que estamos en el siglo XXI. Les aterra lo moderno, al contrario que aquí en Oviedo”.


Viernes, 19 diciembre 2014
REALISMO Y POESÍA

Abro al azar un libro de Bukowski que acabo de recibir, Toca el piano borracho como un instrumento de percusión hasta que los dedos te empiecen a sangran un poco (sic), y leo el comienzo de un poema: “bajaba la calle a comerme un / sándwich / cuando un tipo que salía de aparcamiento / del Instituto de Educación Sexual / casi me pasa por encima de los pies / con su moto; / tenía barba morena sucia / ojos de pianista ruso / y aliento de puta de Kansas City Este”.
            No sigo leyendo. Si pasó a toda velocidad junto a él en su moto, ¿cómo pudo olerle el aliento? La única explicación es que confundiera la boca con el tubo de escape… Pero seguro que Mariame Clément lee mucho a Bukowski. Seguro que aprendió en él a confundir el culo con las témporas.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Nadie lo diría: El pensamiento es un pájaro extraño


Sábado, 6 de diciembre
AVANCES DE LA CIVILIZACIÓN

El que haya días de fiesta en que los centros comerciales estén abiertos aún es para mí una fiesta. Recuerdo el tiempo en que los domingos había que comer pan duro, o descongelado. Y los piquetes –Comisiones Obreras, UGT– que se formaban frente a las primeros locales que se atrevieron a abrir. Y los lunes sin periódico, salvo un sucedáneo que se llamaba Hoja del lunes. Y las semanas santas interminables con solo música religiosa. Ahora hasta las bibliotecas abren los domingos. La civilización avanza no solo enfrentándose a los prejuicios religiosos sino también a los intereses gremiales.
            –-¿Pero tú realmente crees –se escandaliza un amigo– que el que el Corte Inglés abra los domingos es un avance de la civilización? ¿No te parece más bien un abuso del consumismo? ¿No crees que los trabajadores tienen derecho al descanso?
            ––Sí. No. Sí, pero para eso existen los turnos y pueden descansar cualquier otro día como quienes trabajan, por ejemplo, en los museos o en las salas de cine.


Domingo, 7 de diciembre
TRAMPAS DE LA MEMORIA

Me levanté temprano, más temprano que de costumbre, y bajé al jardín. Esperé poco tiempo. Pronto oí un silbido. Salí entonces al camino, pero no vi a nadie. Otro silbido, esta vez impaciente. Estaban ya en el bosque, confundidos con la oscuridad de los árboles. Corrí tras ellos. Caminamos, sin hablarnos, durante bastante tiempo. Ya era completamente de día cuando llegamos a la casa. Parecía deshabitada. La puerta se abrió de un empujón. Pasamos a una sala grande con muebles destartalados y viejos retratos colgados en las paredes. Nos sentamos como pudimos, unos en las pocas sillas que mantenían el equilibrio y otros en el suelo. Un reloj de cuco, en el que no nos habíamos fijado, comenzó a dar la hora y al principio hubo un sobresalto y luego algunas risas. Yo creí que en la casa no vivía nadie, pero en cuando dejó de sonar el reloj apareció una mujer. No era muy joven, pero seguía siendo atractiva y el ceñido vestido, que dejaba los hombros desnudos, lo resaltaba. Traía una bandeja con copas. No parecía el momento más adecuado para beber, yo ni siquiera había desayunado y me imagino que los demás tampoco. Probé un sorbo, por cortesía, creo que fui el único que lo hizo. Nadie dijo nada hasta que no desapareció, tan silenciosa como había llegado. Yo solo conocía a dos o tres de mis compañeros. Esto pasó hace algunos años cuando yo era más joven, bastante más joven, que ahora. Lo que ocurrió en aquella casa no se lo he contado nunca a nadie. Ahora ya puedo contarlo porque el tiempo le ha limado las aristas, lo ha convertido en un cuento no demasiado verosímil, un cruel cuento de hadas. Mientras los demás hablaban, preparaban el atentado, yo me quedé dormido, no sé si porque la impaciencia me había mantenido despierto toda la noche o porque había algo en aquellas copas que los demás no había querido tomar. El caso es que me desperté en la cama, en una habitación desconocida, con la mujer que nos había servido profundamente dormida al lado. Estaba desnuda, yo también. Me levanté de un salto, me vestí y bajé al salón. Quedé horrorizado ante el espectáculo: las paredes estaban salpicadas de sangre y había un gran charco en el suelo. Eché a correr, aterrado, sin querer saber nada más. No me atrevía a volver a casa. Estuve dando vueltas por el bosque. Encontré una cabaña abandonada, me quedé allí a pasar la noche. A la mañana siguiente, nada más abrir los ojos, sentí el grato aroma del café. Allí estaba la mujer, que me había preparado el desayuno y me alargaba el periódico. Busqué ansioso alguna noticia de lo que pudiera haber ocurrido en aquella casa. Pero todo eran noticias de un día feliz como cualquier otro en aquellos tiempos de la dictadura. Las malas noticias entonces ocurrían siempre en el extranjero. La mujer me miraba y sonreía silenciosa. Me atreví a preguntarle quién era, qué hacía en aquella casa, qué había sido de mis compañeros. Siguió mirándome un rato más, sin decir nada, poniéndome cada vez más nervioso. “No te preocupes, todos están muertos” la oí decir de pronto cuando ya se marchaba. No me dio tiempo a preguntarle más. Decidí regresar a casa. Por entonces yo hacía una vida bastante independiente. Nadie se había preocupado por mi ausencia. Eran los años de la dictatura, hacía poco que había dejado atrás la adolescencia. En mi país y en mi vida ocurrían cosas muy extrañas para las que no encontraba explicación. Una vez más me viene a la cabeza aquella historia al leer la entrevista con Elizabeth Loftus que publica hoy un suplemento dominical. Nuestros recuerdos no son fiables. Podemos manipular, sin saberlo, nuestros recuerdos y también, sabiéndolo o sin saberlo, los ajenos. No sé qué pasó aquel día en la casa del bosque, hace tantos años. O no quiero saberlo. Pero a veces sueño con aquella habitación llena de sangre y no sé si en alguna ocasión fue verdad o si siempre fue un sueño.


Lunes, 8 de diciembre
NO, GRACIAS

Como Melvin Udall (Jack Nicholson), el protagonista de la película Mejor imposible, soy maniático y obsesivo, y quizá igualmente insoportable. Una de mis manías es no jugar jamás, jamás, a ningún juego de azar y menos que ninguno a la lotería de Navidad. No solo no compro participación alguna, sino que rompo cuidadosamente las que me regalan. Temo que, si alguna vez se me ocurre comprar lotería, me toque un premio que me cambie la vida y maldita la gana que tengo yo de cambiar de vida. Ya sé que las probabilidades son escasas, pero prefiero no tentar la suerte. Por si acaso.


Martes, 9 de diciembre
UN PALACIO, CIEN HISTORIAS

Paseo, ya anochecido, por la desierta plaza del Fontán. Se abren de pronto las historiadas puertas de la cochera del palacio barroco, junto a la hundida fuente, y es como si comenzara un raudo documental con la historia del edificio. Lo construyeron los duques del Parque en el siglo XVIII, pero parece que pronto se cansaron de él y decidieron arrendarlo, primero a unos particulares y luego, en 1794 para fábrica de armas. Lo fue durante más de dos siglos. Los trabajadores –cañonistas, llaveros, cajeros, bayonetistas, aparejeros– eran vascos y se traían sus propios curas y médicos porque no sabían castellano. Cuando la fábrica de armas se trasladó al monasterio de Santa María de la Vega, aquí se instaló una fábrica de tabaco. Estuvo funcionando unos pocos años y al cerrar dejó en la calle a 450 trabajadores, casi todos mujeres (no hay constancia de que entre ellas hubiera ninguna Carmen). Los propietarios deciden vender el edificio. El nuevo propietario lo parcela para el alquiler. En dos habitaciones del bajo se instala Correos; un salón lo alquila la Sociedad Musical Santa Cecilia; hay también una sociedad cultural, el Liceo, y una popular botillería. El dueño del palacio, poco antes de morir en 1888, deshereda a su mujer y a su hija, de la que sospechaba que no era suya, y nombra heredera universal a su ama de llaves. En Oviedo se rumoreó que dicha ama de llaves, mujer de armas tomar, lo había encerrado en una habitación y le amenazó con dejarle morir de hambre si no la nombraba heredera de toda su fortuna. La antigua ama de llaves, María Álvarez Guerra, decide vender el palacio. Se piensa comprarlo para instalar en él la Diputación, pero finalmente lo adquiere un particular Antonio Sarri Oller, que había llegado a Oviedo para acompañar a su hermano, un canónigo catalán. Antonio Sarri Soler hizo fortuna administrando los bienes del Obispado y casándose con la hija de un afamado pastelero. Suya fue la idea de crear la fábrica de bombones La Perla Americana. Organizó, con los fieles ovetenses, diversos viajes a Roma. En una de ellos, le regaló al papa varias cajas de bombones. Al papa, al parecer muy goloso, le gustaron tanto que no solo le autorizó a poner en las etiquetas “Proveedora de SS León XIII”, sino que, a cambio del envío regular de bombones, le otorgó el título de marqués de San Feliz. El nuevo marqués devolvió al palacio todo su esplendor. Lo volvió a llenar de muebles de época, cuadros y tapices. Un día se enteró de que las monjas pelayas no tenían dinero para reparar el tejado de su inmenso convento junto a la catedral. Se ofreció generosamente a hacer todos los arreglos necesarios. A cambio, solo aceptó unos lienzos renegridos a los que las buenas monjas no daban mayor importancia: el apostolado del Greco que fue la joya de este palacio y ahora está en el Museo de Bellas Artes. Durante los años veinte, en los salones de este palacio se celebraron tés danzantes: quien no fuera invitado a ellos no era nadie en Oviedo. En una esquina del palacio, desde siempre, estaba el caño del Fontán, a menor altura que la plaza, rodeado de bancos en las que las mujeres, mientras los cántaros se llenaban, hacían tertulia. El heredero del marqués de los bombones consiguió que le autorizaran a eliminar la fuente y nivelar la plaza. Muchos años después, siendo alcalde Antonio Masip, se rescataría de su enterramiento el viejo caño, pero ya buena parte de su entorno no se pudo recuperar, había sido cedido para el paso a la cochera. Mientras un coche entra en ella por mi cabeza pasan todas estas cosas, la novela o la película del palacio, en cuya larga vida, como en cualquier vida, hubo de todo, buenos y malos momentos.
            Acababa de leer, en una cafetería cercana, una conferencia de Ernesto Conde, “El Fontán: laguna, fuente y túnel”, y ahora la historia de este lugar se me hace presente de golpe. Junto al caño, un ventanuco medio cegado: es la entrada a un túnel por el que discurren las aguas de la fuente y sobre el que se levanta, sostenida por un pilar, la esquina del palacio. Entra el automóvil, se cierran las puertas de la cochera y yo me imagino un largo pasadizo bajo el subsuelo que lleva a regiones fabulosas y tesoros escondidos. Me gusta la erudición que enseña a mirar, que ayuda a soñar. 


Miércoles, 10 de diciembre
CARTAS DE AMOR

Yo también, como todo el mundo, he escrito cartas de amor. Algunas de ellas, no sé cómo, han ido a parar a un librero de viejo entre varios libros míos dedicados. Las echo una ojeada antes de destruirlas y sonrío. ¡Qué razón tenía Álvaro de Campos! Todas las cartas de amor son ridículas, y las mías más. Hasta cito a Ortega: “El pensamiento es un pájaro extraño que se alimenta de sus propios errores”. Cuánta pedantería.  Dudo mucho que yo haya estado enamorado alguna vez.




domingo, 7 de diciembre de 2014

Nadie lo diría: El juego del amor y del azar


Sábado, 29 de noviembre
BARBAZUL

Como en el castillo de Barbazul, dentro de cada uno hay habitaciones secretas en las que no dejamos entrar a nadie, ni siquiera a quien más queremos. ¿Qué guardo yo en ese cuarto de puertas y ventanas atrancadas? Hace tiempo que he arrojado lejos la llave y solo entro en él en sueños. Dulces sueños, a veces, raras veces, casi siempre pesadillas.


Domingo, 30 de noviembre
LAS FIGURACIONES DE JAVIER MARÍAS

Ya sé, ya sé que reírse de las tonterías de los demás es una mala costumbre. Pero a veces no puedo evitarlo. Por ejemplo, al leer los artículos dominicales de Javier Marías. Cuando parece que no puede superarse, siempre da un paso más allá. Hoy, por ejemplo, arremete contra la publicidad, “una de las causas de la imbecilización del mundo” y contras los “estúpidos móviles”, pero lo que más destaca de su artículo es su peculiar conocimiento de la psicología infantil: “El niño necesita testigos para asegurarse de que efectivamente está en el mundo y existe”. Por eso le pregunta continuamente a sus padres: ¿Verdad que no soy una figuración, pues hago cosas y las veis?”
            Y menos mal que no dice que los niños preguntan “¿Verdad que no soy una entelequia?”. Toda su diatriba contras las redes sociales, los teléfonos móviles y la patulea de la gente común demuestra un desconocimiento aún mayor que el que tiene de los niños.
            Qué gran humorista involuntario nuestro más afamado novelista contemporáneo.


Lunes, 1 de diciembre
HAIKUS DEL NUEVO MES

Otro diciembre.
El oro por los suelos
y yo tan pobre.

Tardes oscuras.
Busco y no encuentro
razón de vida.

Con pies menudos
se ha acercado la lluvia
a acariciarnos.

Qué negras nubes.
Pero relumbra el mundo
si tú me miras.


Martes, 2 de diciembre
REBAÑO DE CONCIENCIA

En Lúcidos bordes del abismo, su memoria personal de los Panero, cuenta Luis Antonio de Villena, entre otras muchas cosas (algunas de esas que un caballero nunca debería contar), la historia del primer premio Loewe. No es cierto, como se había malévolamente rumoreado, que el libro ganador, Galería de fantasmas, de Juan Luis Panero, se presentara fuera de plazo, a instancias de Gimferrer, porque ninguno de los seleccionados le acababa de gustar al jurado; tampoco que ese libro estuviera ya comprometido con un editor y que incluso hubiera pruebas (yo las he visto). Pasemos que nada de eso sea cierto, pero qué poco verosímil resulta el “problema de ética” que nos refiere Villena. Al leer los libros preseleccionados, “cayeron en la cuenta (tiene un tono propio, indudablemente) de que uno de esos finalistas era Juan Luis”. A Brines y a Villena les pareció muy mal que hubiera mandado “un libro reconocidamente suyo (aunque nada nos dijera) a un jurado casi lleno de amigos”. Dudaron mucho antes de darle el premio, al final incluso “rebañaron más la conciencia”. ¿Y que es lo que hicieron para “rebañarla”, según la feliz expresión de Villena? Pues decidieron leer (no dice releer) los alrededor de catorce finalistas y si encontraban “otro libro que, por poco que fuera –por poco– nos gustara más que el de Juan Luis, votaríamos a ese otro”. Entre todos ellos “solo había uno que podía acercarse al de Juan Luis, pero era bastante más largo, tanto que daba la sensación de dos libros unidos, la primera parte mucho mejor que la segunda. Yo le había conocido años atrás, pero desde su marcha a Tenerife había guardado muy poca relación con él…”
            Con su habitual sintaxis anacolútica pasa Villena sin transición del libro valioso al autor, que es al que también había conocido, y con el que Brines seguía teniendo relación telefónica, “por eso sabía que aquel grueso libro era de Feria”.
            Auque todo eso que cuenta Villena fuera verdad, y no que el libro ganador lo solicitara expresamente Gimferrer al autor, ya fuera de plazo, cuesta creerse los escrúpulos de conciencia por premiar a un amigo. Quízá fueran ciertos (tan ciertos como el encuentro erótico entre un conocido crítico y un conocido poeta que Villena atisba por una puerta entreabierta), pero de ser así desaparecieron de inmediato: la mayoría de los restantes premios Loewe los obtuvieron amigos cercanos –en ocasiones muy cercanos: Vicente Gallego, Carlos Marzal– de los miembros del jurado. Y cuando Villena se presentó a algún premio (y lo ganó) siempre tuvo entre el jurado mayoría de amigos. Si Juan Luis Panero, al enviar su libro a un premio que concederían amigos suyos, “había obrado con un puntito de desconsideración”, esa desconsideración se haría general después, al menos en todos los premios en que Luis Antonio de Villena o Luis García Montero formaron parte del jurado.


Miércoles, 3 de diciembre
ACQUA ALTA

Con Fermín Santos y Elías Benavides presento, en la librería Cervantes, el libro que hemos publicado sobre Venecia, un libro de edición limitada con la peculiaridad de costar más que un viaje a Venecia.
            En cada ejemplar, he escrito a mano un texto distinto. Tengo así la impresión de hablarle al oído a cada lector:  
            Venecia se lame las heridas de la historia con su lengua de agua.
            Tras los ventanales de un palacio, en la clara noche de verano, una voz de mujer y la cara inmensa de la luna, con los ojos muy abiertos, sobre los tejados, escuchándola.
            Del primer jardín que conocí en Venecia no recuerdo nada, salvo los ojos de quien me lo mostraba.
            De espaldas a los canales, Venecia se quita la máscara. Y resulta aún más hermosa.
            Hay días en que Venecia, como una famosa estrella cansada de su celebridad, solo sale a la calle de incógnito, envuelta en niebla.
            La música de Venecia la ha escrito Vivaldi, pero sus silencios son de Mozart.
            Nadie conoció Venecia como Lord Byron. Cada noche se acostaba con una veneciana distinta, salvo los domingos en que lo hacía con un joven veneciano.
            Sobre el vaporetto sobrecargado, a primera hora de la noche, una espléndida luna señorial que nos mira con indiferencia.
            Al final de la fiesta, algo bebido, subo a la góndola que me espera a la puerta del palacio. Cierro los ojos y me dejo mecer por la aguas, acariciar por la fresca brisa del otoño. Cuando los abro, contemplo frente a mí el muro y los cipreses de San Michele, el portón que se entreabre sigiloso.
            En medio del más placentero sueño, me despertó el teléfono. Soñaba que estaba en Venecia y que tú estabas conmigo. Y al abrir la ventana, recién amanecido, Venecia seguía allí y al volver a la cama, para dormir un poco más, tú seguías conmigo.
            Una mañana, esperando al vaporetto en Ca d’Oro, cerré un momento los ojos pensando que toda esa hermosura no podía ser verdad, y al abrirlos te vi a mi lado, sonriente, y toda tu hermosura era verdad.
            En Venecia uno comprende que todos los amores son pasajeros, salvo el amor a Venecia.
            El palacio adusto se vuelve otro cuando se baña en el canal y allí juega a deshacerse y retorcerse y a saltar a la orilla si se acerca rauda una lancha de los vigili del fuoco.
            En la oscuridad del sottoportego brillaba una moneda como si fuera de oro. La recogí y la guardé en el bolsillo. No era de oro, sino de algo mejor: la materia con que se hacen los sueños.
            Hay islas en la laguna de Venecia a las que solo se puede llegar en sueños. Son las que yo prefiero.


Jueves, 4 de diciembre
ME GUSTA GUSTAR

Otra vez ando metido en esa comedia de equivocaciones vieja como el mundo. No sé cómo ha empezado, sé cómo voy a acabar: escaldado, una vez más. ¿Pero importa eso?  Hay errores que a uno le alegra estar todavía en edad de cometer.


Viernes, 5 de diciembre
MALA COSTUMBRE

La cosas tienen la mala costumbre de ser como son y no como deberían ser o como nos gustaría que fueran.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Nadie lo diría: Lo que más me cuesta


Sábado, 22 de noviembre
UN PINTOR CHINO

“Nunca harás nada porque eres incapaz de estar sin hacer nada”, me digo. Y recuerdo aquel apólogo sobre un pintor chino al que el emperador le encargó un cuadro que representara un amanecer sobre los jardines de palacio y las Montañas del Este. El pintor pidió ser alojado en una habitación del palacio con hermosos ventanales. Varios meses pasó acostándose tarde y levantándose pronto para ver la llegada de la aurora, sin tocar siquiera el pincel. Durante el día escuchaba música, leía versos, probaba los mejores vinos, cortesía de su anfitrión. Cuando el emperador le preguntaba por el encargo, respondía que aún no estaba listo y volvía a la contemplación matinal y a la buena vida durante el resto de la jornada. Los cortesanos murmuraban: el pintor no era más que un holgazán y lo único que pretendía era darse la mejor la vida a costa del soberano. La paciencia del emperador se agotó un día. Le llamó a sus estancias y le dijo que o comenzaba a pintar el cuadro o aquella misma tarde ordenaba que le cortaran la cabeza. El pintor sonrió: “Ya está terminado” Los cortesanos pensaron que se había vuelto loco. El pintor pidió entonces que le trajeran un lienzo blanco y sus pinceles y en unos pocos minutos pintó el más asombroso amanecer que se haya visto nunca, síntesis perfecta de todos los que había visto aquellos días en que no había hecho nada.

Domingo, 23 de noviembre
AUTORRETRATO DE DESCONOCIDO

Deja que las cosas maduren dentro de ti, pero evita que se pudran.
            Hay días en que la vida parece que se ha encaprichado con nosotros y nos acaricia en público sin pudor ninguno.
            Todas las religiones son verdaderas, pero ninguna está en lo cierto.
            Me basta estar seguro de una cosa para que comiencen a entrarme dudas.
            Soy el que mejor me desconoce.


Lunes, 24 de noviembre
CARA Y CRUZ

Qué hermosa, a veces, puede ser la vida.
Sin dormir, sin parar, iluminado,
escribo y canto y te sueño al lado,
recorro mares, gano mi partida.

El mundo, un buen amigo que sonríe.
Con su mejor careta me enamora,
me hace creer que ayer es siempre ahora,
me da su mano para que confíe.

El mundo, camuflado cementerio,
donde doy tumbos con mi tumba a cuestas,
quiere hacerme creer que está de fiestas,
me ofrece amor, oculta su misterio.

Dentro del ataúd vivo escondido.
Sueño que soy feliz. Me sé perdido.


Martes, 25 de noviembre
TRISTES TÓPICOS

Una veterana y ponderada periodista, Pilar Rubiera, pasa por clase para hablar de su oficio. Dice cosas muy sugerentes y provechosas para los alumnos, pero les repite más de una vez: “El problema de los jóvenes es que leéis poco, bastante menos de lo que leíamos nosotros, y sin muchas lecturas no se puede ser periodista”.
            No se me ocurre replicar, claro, al menos mientras está ella delante, pero luego no puedo dejar de poner los puntos sobre las íes: “Oiréis muchas veces eso de que los jóvenes cada vez leen menos; ya se decía allá por 1970, cuando yo tenía veinte años. Y es cierto que los jóvenes siempre leen menos de los que nos gustaría que leyeran, pero casi siempre suelen leer más que los adultos que les reprochan su falta de interés por la lectura”. Y les conté la anécdota, que siempre cuento, de aquel compañero que, en el último curso de la licenciatura, se jactaba de haber sacado buena nota sin leer ninguna de las lecturas obligatorias (para pasar el examen le bastó con el resumen que circulaba entre los más avispados) y al que no volví a ver hasta diez años más tarde cuando daba clases de Lengua y Literatura en un instituto. “¿Y qué tal te va?”, le pregunté. “Bien, bien, pero los alumnos de ahora son un desastre, no son como nosotros, no leen nada”.  


Miércoles, 26 de noviembre
MI DEPORTE FAVORITO

Ya sé que no debía decir esto, que voy a enfadar a la mayoría de mis lectores y que en otros tiempos sería acusado de alta traición (Blasco Ibáñez fue encarcelado por declararse a favor de la independencia de Cuba), pero me parece admirable la firmeza democrática con que están actuando los catalanes en defensa de sus derechos. Y de todos los políticos catalanes el que está dando mayor talla de estadista es Artur Mas, hasta el punto de que su última intervención ha dejado con un palmo de narices, no ya a Mariano Rajoy, que de estas cosas no se entera, sino al mismísimo Oriol Junqueras: ese Artur Mas de quien tanto se burlaron a este lado de la futura frontera cuando perdió la mayoría absoluta en las anteriores elecciones anticipadas. Yo creo que está haciendo historia, dando un ejemplo al mundo. Y si me equivoco o no ya lo dirán los manuales dentro de unos pocos años.
            Estas cosas no suelo comentarlas con nadie (los que nos criamos en el franquismo nunca hemos perdido por completo el miedo a opinar libremente en asuntos políticos), pero no sé cómo todos los que me conocen saben lo que pienso al respecto. “¿Y no te preocupa que si se declara la ley marcial como respuesta a la declaración unilateral de independencia vuelvas de nuevo a la cárcel?”, me pregunta un amigo.      “Hombre, espero que no lleguemos a tanto. Si eso ocurre, volveré a sepultar el libre pensamiento en las catacumbas, como en los tiempos de Felipe II o Francisco Franco, pero mientras tanto no quiero privarme de un lujo del que tan poco hemos disfrutado en la historia de España”.
            “Me parece a mí que tu único lujo, tu deporte favorito, es opinar sobre cualquier asunto lo contrario de lo que opinan los demás”.


Jueves, 27 de noviembre
HISTORIA DE HOY, HISTORIAS DE AYER

En el palacio de Toreno, Abla Saadat, esposa de un dirigente del Frente Popular de Liberación de Palestina encarcelado desde el 2002, habla de la situación de los presos palestinos. Cuenta muchos pequeños detalles exactos y terribles, como que los presos son una fuente de ingresos para Israel: a los familiares les está prohibido llevarles ropa o comida, dicen que por razones de seguridad, y ellos han de comprarlo todo en el economato de la cárcel, a un precio varias veces superior al de la calle. Y a mí entonces me vino a la memoria el economato de Carabanchel, hace ahora exactamente cuarenta años. Dentro de la cárcel no funcionaba el dinero, sino unos vales que hacían sus veces. Yo recuerdo que uno de los primeros días que salí al patio compré un bocadillo para matar el hambre, la comida que nos daban era muy deficiente, y al recibir la vuelta me di cuenta de que me habían dado de más. Lo dije en voz alta y traté de devolver aquel vale que sobraba (una cantidad insignificante, quizá una peseta), chocando con los que se apretujaban para hacer su compra, y entonces alguno de los que se amontonaban ante la ventanilla me sacó fuera de un empujón y me dijo: “Eh, chico honrado, ¿qué haces tú en tan mala compañía?”. Me escabullí como pude entre las risas de todos. No sé por qué, mientras Abla Saadat hablaba, yo recordé aquella anécdota sin importancia. O la otra en que mi absurda cabezonería me puso en riesgo de perder la vida, o eso llegué a pensar. Resulta que en aquel mundo fuera del mundo que era la séptima galería de Carabanchel en 1974 se les daba por las tardes un vaso de vino a los reclusos que lo querían. El reparto era en el patio. Se formaba una larga cola ante las grandes garrafas y los que bebían, para que no pudieran repetir, pasaban al comedor hasta que terminara el reparto. Yo contemplé con curiosidad, como hacía con todo en aquel planeta insólito, la operación y luego, al subir a las celdas, me encontré con que mis compañeros –yo estaba con los más peligrosos, con los fuguistas, con los que manejaban el cotarro y hacían allí dentro lo que les daba la gana– se habían quedado con el vino sobrante y me invitaban a compartirlo con ellos. Respondí que no bebía. Insistieron. Seguí negándome. Comenzaron a mirarme con malos ojos. Uno de ellos dijo: “Este tío raro es un chivato”. Otro sacó un pincho (una cuchara con el mango afilado y punzante) y lo acercó a mi pecho: “Ya sabes lo que hacemos aquí con los chivatos”. Y yo, a pesar de ello, seguí en mis trece: “No soy un chivato, pero no bebo”. Al final me dejaron por imposible: “¡Tiene cojones el tío!”
            No sé por qué recordé estas cosas mientras Abla Saadat contaba la barbarie israelí, el sufrimiento palestino. ¿Por ese afán que todos tenemos de ser protagonistas en cualquier situación? Quizá. Aquellas viejas historias mías ya hace tiempo que son agua pasada que no mueve ningún molino, ni el del rencor ni el del resentimiento, pero Palestina ahí sigue, encarcelada y masacrada, y nada puede hacer para mejorar su situación, cualquier acción en defensa propia es replicada con el ciento (o el mil) por uno. Atendemos a las palabras de Abla Saadat en el palacio de Toreno, nos conmovemos, nos solidarizamos, escuchamos después al Ocas Jazz Ensemble, apuramos de un trago la copa de la buena conciencia y volvemos cada uno a nuestros asuntos.


                                                             Viernes, 28 de noviembre
NADA QUE DECIR

Lo que más me cuesta aprender es a callar cuando no tengo nada que decir.



domingo, 23 de noviembre de 2014

Nadie lo diría: Con un libro en las manos


Domingo, 16 de noviembre
INVITACIÓN AL VIAJE

La ciudad desde el barco es una mancha blanca, una sábana al sol. El teatro Cervantes, el café París en el Bulevard Pasteur, la librería Des Colonnes, la casa de Paul Bowles, la de Ángel Vázquez y Juanita Narboni, las enredadas calles que vuelven sobre sí mismas, el alboroto de los tenderos, el olor penetrante del mercado, las manchas de humedad en las fachadas, las cicatrices de la historia…
            Calles sin salida, muros y parapetos de metal que te obligan constantemente a volver sobre tus pasos. Al pasar por un pequeño puente por encima de la École del Affaires, un edificio en medio de la oscuridad con todas las ventanas abiertas, escupiendo a la calle la vida íntima de sus habitantes: hombres que salen de la ducha, mujeres en la cocina, televisores encendidos de los que manan, incesantes, las aleyas del Corán; niños que bajan a la calle a corretear… En La Corniche, la caída del sol sume a su `población en una inquietud y en una desesperación tales que pasan la noche asomados a la playa, llenando las horas de oscuridad de una fiesta enloquecida, con la música ensordecedora que sale de los coches aparcados, envueltos en nubes de Narguile, esperando, como en los ritos paganos que viajan desde Egipto hasta aquí, a que la luz emerja cada mañana por la cordillera del monte Líbano.
            Caminamos de noche por el barrio medieval que sube al centro desde el Arco Etrusco: paredones de piedra fosca horadados de mínimas troneras que no parecen suficientes para que nadie viva tras ellas, arcos que vuelan de un lado a otro de la calle sin que se sepa bien si están aquí para apuntalar las altas paredes o por el contrario son sostenidos por ellas, fachadas que se pliegan a cada tanto sobre sí mismas… Ciudad en la que todo es piel, más ilusionista que dramática, que busca la sorpresa, el birlibirloque, el deslumbramiento instantáneo, en la que el derecho y el revés están del mismo lado y se confunden el arriba y el abajo.
            Tres ciudades, tres, recorridas en el mismo día. Vuelvo a Tánger con Álvaro Valverde (Más allá, Tánger se titula su último libro de poemas), acompaño a Amador Vega (que es catalán, aunque tenga nombre de cantaor flamenco) mientras da un curso sobre Ramón Llull y la mística en la Université Saint Joseph de Beirut, me encuentro súbitamente con Perugia hojeando el repertorio de ciudades de Ignacio Jáuregui. Tres ciudades, tres libros, tres viajes sin fatiga en un domingo en el que no pasa nada. Y como colofón la habitación de un hotel de lujo, el Meurice, en el París de 1944, una habitación en la que dos hombres deciden el destino de la ciudad.
            Tres libros, una película, Diplomacia, en este domingo en el que no pasa nada. Y aún me queda tiempo para aburrirme (para mí, sin un poco de aburrimiento, no hay día completo) y para garabatear unos versos: “Cuando estoy solo, a nadie echo de menos. / Pero si estoy contigo, danza el mundo / y viene Dios a hacerme compañía / con su corte de arcángeles y de bestias felices”.


Lunes, 17 de noviembre
AYER Y HOY

El misterio del espacio, el enigma del tiempo. En 1979 presenté el primer libro de Víctor Botas en la antigua biblioteca Bances Candamo, tan cerca de Correos, hoy presento el último, Carta a un amigo, frente a Correos en la calle de la Ferrería. Treinta y cinco años han pasado en un abrir y cerrar de ojos.
            La ilusión de que todo cambia, salvo yo, siempre en los mismos sitios, siempre manteniendo las mismas tercas costumbres. Si diera esos pocos pasos esta tarde aquí en Avilés y volviera a la sala de la biblioteca donde me inclino ávidamente sobre un libro, ¿me reconocería en el que fui? ¿Reconocería el que fui al que soy?
            Pero el tiempo ni vuelve ni tropieza. Tropezaré yo cualquier día, pronto o tarde, y caeré por el negro escotillón.
            Alzo los ojos mientras leo uno de los poemas (“pasa / anónima galera entre la bruma / la soledad del hombre) y creo ver a mi amigo Víctor Botas mirándome sonriente desde el fondo de la sala.


Martes, 18 de noviembre
NUNCA RECUERDO NADA

Después de entretenerme un rato, mientras tomo un café, con el último libro de Javier Cercas y sus jugueteos con la impostura, doy un paseo por las calles anochecidas, sin pensar en nada, dejándome llevar por el azar. Al final de la calle Campomanes, cerca del Campillín, se me acerca un vagabundo, o eso me parece, a pedirme limosna y yo acelero el paso. Me sorprende oírle llamarme por mi nombre: “Eh, Martín, ¿ya no te acuerdas de mí?” Me detengo y le miro. No, la verdad es que no acuerdo, pero eso no quiere decir nada, tengo bastante mala memoria según para qué cosas. Se acercó a mí y olía a alcohol y tenía todo el aspecto de ser lo que a mí me había parecido: un pedigüeño. “Todavía guardo un poema tuyo que me regalaste”. Y sacó del bolsillo un folio arrugado y sucio con un poema manuscrito en una letra tan ilegible y desgarbada que podía ser mía. Se sabía de memoria los versos y recitó dos o tres: eran tan espantosamente mediocres que podían ser míos o de cualquiera. “Pero ¿dónde nos conocimos? ¿En la Facultad?”. Sonrío con tristeza, o eso me pareció. “Ya veo que no te acuerdas. O que no quieres acordarte. Pasaste casi entero un verano y en mi casa y algunas veces nos levantábamos muy temprano e íbamos juntos a nadar a la playa. El agua estaba muy fría, pero no nos importaba”. Supe entonces que estaba en un error; nadar no se encuentra entre mis costumbres; creo que solo he nadado, de niño, en el río de mi pueblo. Yo buscaba excusas para escapar de aquel encuentro. El desconocido volvió a sonreír. “¿Tampoco recordarás entonces que me dedicaste tu primer libro, Marineros perdidos en los puertos?” Y sacó un ejemplar de entre sus ropas. “Te lo vendo por cincuenta euros.” Le ofrecí cinco. Él los cogió de un manotazo y se alejó rápidamente sin darme el libro y mascullando lo que me parecieron insultos. Quizá le había conocido en algún otro tiempo, en alguna otra vida. Pero la verdad es que no recordaba nada. Tengo buena memoria: nunca recuerdo nada que no quiera recordar.


Jueves, 20 de noviembre
COSAS DE LA FISCALÍA

A veces pienso que me gusta meter los dedos en el enchufe, en cualquier enchufe. Soy como esos niños a los que les basta ver un cartel de prohibido tocar para sentir la irresistible tentación de hacer exactamente lo contrario.
            He decidido no hablar más ni de Cataluña ni del anterior Jefe del Estado y, en realidad, no hablo de otra cosa. Soy como esos viejos llenos de manías que no pueden leer el periódico sin indignarse. Hoy me encuentro con que la fiscalía ha solicitado que no se admitan las demandas de paternidad que se han presentado contra don Juan Carlos. Cierto que ya es un aforado más, uno de tantos miles como hay en España, pero resulta que  la “inviolabilidad” que al parecer le otorgaba la constitución a sus desafueros privados sigue amparando sus actos anteriores, incluso aunque se cometieran antes de ser rey. Y eso lo dicen, sin ruborizarse, unos señores que son fiscales y han estudiado para ello una carrera. Qué cosas. Si les entiendo bien, el Jefe del Estado español, el anterior y el actual, pueden ir teniendo hijos por ahí, practicando alegremente el derecho de pernada, y nadie podrá obligarles a reconocerlos ni a exigir que les pasen una pensión. Esos fiscales son en realidad unos intrigantes republicanos encubiertos.
            Si la Constitución española dijera lo que interesadamente, para proteger ya sabemos a quién, se dice que dice, yo me avergonzaría de ser español.
            Pero no me avergüenzo en absoluto. Solo me avergüenzo del comportamiento de ciertos españoles, fiscales o no.


Viernes, 21 de noviembre
NÁPOLES, ESPAÑA

Los regalos de azar, que tanto me gustan. Me envían desde Ginebra un libro que acaba de ser editado en Nápoles, el Quaderno spagnolo, de Lorenzo Giusso, un aristócrata napolitano (el palacio de su familia está en la Port’Alba, rodeado de librerías de viejo y de pizzerías, entre ellas la más antigua del mundo) enamorado de España. Fue discípulo de Ortega, amigo de Unamuno, y estas páginas nos llevan a la España republicana y luego a la de los años cuarenta y cincuenta. En 1932 clasifica a los madrileños por el café que frecuentan. Visita Asturias dos veces, en el 32 y en el 49, y de los asturianos subraya “la claridad de su inteligencia”.
            Ginebra, Nápoles, la remota España de ayer mismo vista por unos lúcidos ojos italianos. Cierro el volumen, tras leer cómo Giusto intenta justificar el cambio de Unamuno (pasa de ser el presidente de la Liga de los Derechos del Hombre a ofrecer cincuenta mil pesetas –-él, tan tacaño– para ayudar al general Franco), cierro también los ojos, y vuelvo a pasear por Nápoles: entro y salgo en las librerías de Port’Alba, cruzo la piazza Dante, recorro Via Toledo hasta las galerías y el palacio real, a mi derecha las empinadas y temerosas callejuelas del barrio de los españoles…
            Con un libro en las manos, sigo siendo el rey del mundo, dueño del tiempo y del espacio.