domingo, 31 de enero de 2016

El arte de quedarse solo: Cómo deshacerse de un jarrón chino


Viernes, 22 de enero
COSAS QUE HAN FALTADO A MI VIDA

"Te vas a morir sin haber probado lo mejor de la vida", me advierte un buen amigo. Y yo: "Mejor, así no lo echaré de menos en la otra vida".
            Luego, cuando me volví a quedar solo en la mesa redonda de Los Porches, dejé a un lado el libro que estaba leyendo (los Juegos reunidos de Marcos Ordóñez) y me puse a enumerar experiencias muy comunes que yo jamás he experimentado: nunca me he divorciado (quizá porque nunca me he casado), nunca me he estado en al paro, nunca he cambiado de trabajo, nunca me he emborrachado, nunca he hecho deporte, nunca he leído un libro por obligación, nunca he sido yo quien rompía un amor o un amistad, nunca he montado en bicicleta, nunca he sentido la menor tentación de hacer el camino de Santiago ni de creer en ningún Dios (salvo los que se escriben con minúscula), nunca he visto un partido de fútbol, nunca he hablado mal de la televisión ni de las redes sociales, nunca he callado por temor, nunca me han detestado sin razón (pero amado algunas veces), nunca he envidiado a los que tenían más éxito (pero sí a los que tenían más talento), nunca me ha faltado tiempo para nada (más bien me ha sobrado), nunca he estado de baja, nunca he estado enamorado de verdad, salvo de mi mismo (pero en esto último creo que coincido con la mayoría de la gente).


Sábado, 23 de enero
MIS TERRORES FAVORITOS

No todas las cosas que le pasan a uno son cosas que se pueden contar. No me importa mucho que yo quede en ridículo, pero sí que queden otras personas. Con mi último dolor de cabeza, entré en contacto a través de Facebook, pero las redes sociales no tienen la culpa. Algo parecido me ocurrió cuando las únicas comunicaciones posibles eran el teléfono y el correo ordinario. Fue al principio, muy al principio, de los ochenta. Yo había publicado un libro del que me sigue gustando el título, Autorretrato de desconocido. Me llegó una carta comentándolo nada menos que desde Bolivia, una carta muy elogiosa, a la que yo respondí agradecido. Se inició así una correspondencia que pronto fue cambiando de tono, no por parte mía. Azares de la vida la había llevado aquel remoto lugar, apenas conocía allí a nadie, había roto con su pareja, mi libro era su único consuelo, lo apretaba contra el pecho cuando paseaba sola por el campamento minero, estaba deseando volver a España. Cuando quise cortar aquel carteo, ya era demasiado tarde y un día me la encontré --tenía más de cincuenta años, muy maquillada, con trazas de haber practicado el oficio más viejo del mundo-- llamando a la puerta de mi casa. El enredo de ahora comenzó de la misma manera: con elogios de una desconocida en messenger, a los que respondí de inmediato (soy tan sensible a la adulación como el cuervo de la fábula que sujeta un queso con el pico y lo deja caer para que se lo coma la astuta zorra que ha alabado su bella voz). Es española, vive en Asunción y me envió unos libros desde allí. Mi error fue corresponder con otro envío. La borré de inmediato de Facebook, en cuanto me di cuenta de que sus intenciones no eran estrictamente literarias. Pero entonces comenzó a escribirme por el correo ordinario. Abrí la primera carta, rompo todas las demás sin abrir. Estoy acostumbrado: tengo otra presunta admiradora que lleva haciendo lo mismo –y yo rompiendo sin abrir sus cartas– desde hace exactamente veintitrés años. Lo peor es que comenzó a ponerse en contacto con los amigos comunes en la red para que intercedieran por ella. A uno le comunicaba su intención de suicidarse si yo no le hacía caso, a otro le ofrecía todo el dinero que quisiera para que, de la forma que fuera, me llevara a su país. Las últimas noticias que me han llegado, a través de una intermediaria mexicana, es que piensa vender todo lo que tiene y venirse a España en mi busca. Y sabe mi dirección. A veces, en mitad de la noche, me despierta el timbre insistente del portal. Me levanto de un salto y tardo en darme cuenta de que se trata solo de una pesadilla. Pero estas son cosas que uno no le puede contar a nadie sin sentirse en ridículo.


Domingo, 24 de enero
RELECTURA DE CONFUCIO
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            Entristécete de tu propia incompetencia, no de que los demás ignoren tu valor.
            Lo que buscas en los demás está dentro de ti mismo.
            Espíritu firme, carácter decidido, modales simples, palabra cautelosa: si encuentras alguien así, hazte su amigo de inmediato, confíale el cuidado de tus asuntos.
            No desdeñes a las mentes simples, pero no te dejes guiar por ellas.
            Observa los defectos de un hombre y conocerás sus virtudes.
            ¿De qué sirve retirarse del mundo si lo peor del mundo está dentro de ti y te lo llevas contigo?
            Ama la verdad, pero no te cases con ella.
            No le discutas al loco sus alucinaciones ni al creyente los milagros de su divinidad.
            Si estás completamente seguro, seguro que estás equivocado.
            Sé tu mejor discípulo.
            Si todos te alaban, algo has hecho mal.
            ¿Te preocupa la muerte? Piensa que la mayor parte de la humanidad no te conoce, nunca ha oído hablar de ti, nunca oirá hablar de ti. Para ellos ya estás muerto, ya estás olvidado, ya es como si nunca hubieras existido.



Lunes, 25 de enero
LA SITUACIÓN POLÍTICA

“Cómo ves la situación política, amigo Martín? No se te escucha decir nada. ¿Què crees que va a pasar”.
            “No sé lo que va a pasar, sé lo que me gustaría que pasara. Un acuerdo entre las fuerzas de izquierda para llevar a cabo las reformas básicas en una legislatura corta, dos o tres años, y luego que los electores decidan si continúan o si quieren que vuelva la derecha, que habría inteligentemente aprovechado ese tiempo para hacer una limpieza general. Veremos qué pasa en estos dos meses de negociaciones, si Pedro Sánchez tiene la firmeza y la flexibilidad que caracteriza al estadista y si Podemos abandona su postureo y es capaz de comprometerse seriamente con el gobierno del país o prefiere el falso radicalismo del modelo gijonés”.
            “¿Y qué te parece lo que anda diciendo por ahí Felipe González?”
            “Los jarrones chinos mejor subirlos definitivamente al desván, venderlos al chamarilero o regalárselos a la oposición venezolana”.


Miércoles, 27 de enero
OTRA HISTORIA DE TERROR

Rosario Murillo escribe a Rubén Darío desde un hotel de la Rue Rivoli, en París, el 30 de septiembre de 1907. Las numerosas faltas de ortografía, que corrijo, hacen más amenazante la misiva: “Jamás había yo aceptado que tus enemigos me ayudaran a ofenderte, pero ahora sí. Ya verás. Y ten presente que tú eres quien me lanza y tú eres el verdadero culpable. Ya para mí no tienes ni la disculpa de que me tienes miedo. Hemos estado juntos, me tratas de nuevo y tú con tu propia boca me dijiste que era yo incapaz de una mala acción. Eres hipócrita. Me besaste no sé para qué. Espero la contestación a esta carta para hablar con una persona que me ha ofrecido hablar con la prensa, tú sabes quién puede ser. El hijo de tu querida, que según dice Blanco no es tuyo porque dicen que corresponde a la fecha en que ella estuvo sola en París, no me da frío ni calor pues me hace el efecto de las gatas que cuando le quitan los propios roban uno ajeno. A ella no la envidio, tener un amante que comete adulterio y que expuesta está a que a las seis de la mañana me presente yo con un comisario para constatar el adulterio y que caminen a la cárcel no es ser feliz. Esto sin mirar la otra vida y el castigo que los dos, tú y ella, deben tener. Dios es justo y debe enviar el castigo para ti y para ella. Si tú tuvieras religión y temieras a Dios, no vivirías así en pecado mortal. Jamás una iglesia, una misa, te has pervertido y olvidado a Dios. Vamos a ver si en esta vida te sorprende la muerte como sorprendió a tu padre, que tal te va a ti. Yo en medio de mis penas tengo la satisfacción de haber cumplido y de esperar una buena muerte y ya que en este mundo he sufrido tanto tendrá mi descanso en la otra vida. Me río de tu viaje a Nicaragua, que jamás has pensado en hacerlo. Le escribo a doña Blanca que es una mentira tuya. Ya te conocerán, ya sabrás quién eres, que te burlas de media humanidad y te quedas tan fresco. Tú mismo con tus patrañas te vas a quitar ese sueldito con el que ajustas tu vida de querida y licor. No será estable ese sueldo y La Nación al fin se cansará también. No he de morirme sin ver tu fin”.
            El matrimonio que atormentó toda la vida al poeta se celebró de la siguiente manera: “Los hermanos de doña Rosario Murillo, por perversidad tal vez, fraguaron una entrevista entre el poeta y la susodicha señora. En el momento oportuno, arma en mano, rodearon al pusilánime don Juan e inmediatamente procedieron a arreglar el matrimonio, que había de efectuarse so pena de la vida. Rubén era excesivamente tímido. Su cobardía databa de su niñez, así que los hermanos de doña Rosario no tuvieron gran dificultad en amedrantar y hacerlo casar a pesar de la enorme diferencia de caracteres entre los cónyuges”. No hubo manera de conseguir el divorcio.
            El cuento de terror tuvo un epílogo: moribundo el poeta, su confesor le aconsejó que llamara a la esposa legal para reconciliarse con ella y con Dios. Fue Rosario Murillo, que le había perseguido y chantajeado durante toda su vida, quien le atormentó hasta el último minuto tratando de conseguir que desheredara al hijo que había tenido con su “querida” y la dejara a ella la propiedad de sus libros. El pusilánime Darío al menos en eso se mantuvo firme.
            (El cuento de terror lo refiere Carmen Conde en “Rubén Darío y la dramática persecución de Rosario Murillo”, una separata de Cuadernos Hispanoamericanos que me regala el nuevo librero de viejo –el de siempre se ha enfadado conmigo– que me ayuda a que los libros no me echen de casa.)


Jueves, 28 de enero
 MÁS CONFUNCIO

Hay que ser muy estúpido para no cambiar nunca. O muy sabio.
            El hombre virtuoso se avergüenza de sí mismo tres veces al día.
            Al nacer, el sabio y el ignorante no se diferencian en nada.
            Sabio no es el que sabe mucho, sino el que sabe que sabe lo que sabe y que no sabe lo que no sabe.
            El error no es errar, es no rectificar.
            La lealtad absoluta no es propia del hombre inteligente.
            A todo amor le sientan mal los excesos, también al amor a la verdad.
            Sin buenos discípulos no hay buen maestro.
            El hombre de bien nunca está seguro de serlo.
            Valen más las pocas monedas de oro del sabio que las mil y una minucias de cobre del erudito.






domingo, 24 de enero de 2016

El arte de quedarse solo: Cómo sacar provecho de la vanidad


Viernes, 15 de enero
QUÉ ES PARA MÍ EL ÉXITO

“¿Qué preferías vender millones de ejemplares de tus libros traducidos a todas las lenguas del mundo o ser premio Nobel como Svetlana Alexiévich y que no te conociera nadie?”
            “Hombre, nadie, nadie…”, respondo yo.
            Y me quedo pensando en qué es para mí el éxito. No, desde luego, ganar un premio rimbombante de esos que hacen que te conozcan incluso quienes no te han leído ni piensan leerte nunca; tampoco que cada libro mío se convirtiera en un best seller y me lo encuentre hasta en las librerías de los aeropuertos.
            “Yo me conformo con tener uno o dos editores pacientes que publican todo lo que escribo, unos cuantos lectores fieles que lo esperan con interés y que, según vaya pasando el tiempo no tenga que avergonzarme demasiado con lo que he escrito”.
            “Eres un hombre de buen conformar”.
            “Conformarse con lo que uno tiene es el principio de toda sabiduría. Ahora bien, si de pronto me convirtiera en un Paulo Coelho o me dieran el Nobel, no te preocupes, que lo llevaría bastante bien”.



Sábado, 16 de enero
AVILÉS REVISITADO

Antes de volver a Oviedo, como cada tarde de sábado, el paseo de costumbre: el parque Ferrera, la calle Galiana, San Francisco, el Parche, el parque del Muelle… Qué extraña sensación seguir pisando, sesenta años después, las mismas calles que uno recorría cada día cuando niño. Son las mismas y no son las mismas. Como yo, como todo.



Domingo, 17 de enero
GENTE SIN NOVELA

"Estoy seguro de que hay gente encantada de cumplir con sus obligaciones, llegar puntual a las citas, no abusar de la bebida, no desear la mujer de su prójimo, levantarse temprano y acostarse pronto. Les deseo lo mejor, pero lamento decirles que nunca han sido los personajes adecuados para una novela, y es muy probable que nunca lo sean". Leo la contraportada de La reina de las nieves, la más reciente novela de Michael Cunningham, y compruebo que nunca podría protagonizar una novela medianamente interesante. En el improbable caso de que alguien quisiera escribir ni biografía lo tendría muy fácil: visto un día vistos todos.


Lunes, 18 de enero
COSAS QUE NECESITO PARA SER FELIZ

Me gusta, cuando tarda en llegar el sueño, hacer listas. Una de mis preferidas es la de cosas que necesito para ser feliz.
            La verdad es que las tengo casi todas, aunque me pase la vida quejándome para que los demás no me detesten demasiado. Me faltan dos, pero esas son de imposible cumplimiento: la primera, que el tiempo se detenga, que yo siga teniendo los años que tengo, si no indefinidamente, al menos otros sesenta y cinco años más (luego ya se vería); la segunda que, si no todo el mundo, al menos todo el mundo que yo conozco fuera también feliz.
            La primera creo que solo la cumple Dios, que hoy es tan viejo, o tan joven, como al principio del mundo; la segunda, no la cumple ni Dios: hay que ver lo mal que lo pasó gente de su familia más directa y lo mal que lo siguen pasando la mayor parte de sus criaturas. Si a pesar de eso fuera feliz, sería un inconsciente, por no decir un indeseable.


Martes, 19 de enero
VIA BUTERA, 28

Nunca he tenido que ir en busca de aventuras. Me basta sentarme en la terraza de un café a hojear un libro y ver pasar la gente para que comiencen a ocurrir cosas. Estaba yo sentado hace unos días en la cafetería de La Feltrinelli, en Palermo, cansado de patear la ciudad, según costumbre, cuando una mujer de unos cincuenta años, elegantemente vestida (con una elegancia muy italiana, que no sabría definir, pero inconfundible), me preguntó si estaba libre una de las sillas de mi mesa. Le dije que sí y ella de pronto se me quedó mirando, como si acabara de reconocerme. “No esperaba encontrarle aquí, me lo imaginaba en Oviedo”.
             Había cambiado el italiano por el español, que hablaba con un ligero acento. Me conocía, sin duda, pero yo estaba casi seguro de no haberla visto nunca. “¿Ha venido solo? ¿Tiene algo que hacer esta noche? Es el cumpleaños de una amiga, da una pequeña fiesta y estaría encantada de que nos acompañara”.
            Me apuntó una dirección en un papel y dijo: "No tiene pérdida. Es la primera calle a la derecha, junto a Porta Felice. Ahora le dejo que siga leyendo, no quiero molestarle más. A partir de las ocho puede aparece por allí cuando quiera. Le esperamos. Me encanta todo lo que escribe y a mi amiga también".
            Naturalmente, no tenía ninguna intención de asistir a aquella fiesta. Detesto las fiestas y más si son de desconocidos: aquella mujer ni siquiera me había dicho su nombre. Pero acabé llamando al timbre a las ocho y cuarto y tuve que dar algunos paseos por la Cala para no llegar antes de la hora. La dirección me resultó de inmediato familiar: Via Butera, 28. ¿No era esa la dirección del autor de El Gatopardo? Sí y ahí seguía viviendo Gioacchino Lanza Tomasi, su hijo adoptivo, el modelo de Tancredi, que hacía poco había pasado hacía poco por Madrid para inaugurar una exposición sobre Lampedusa en la Casa del Lector.
            La fiesta era en otro de los pisos del mismo palacio y yo me encontré bastante incómodo, como suele ser habitual en estos casos. Los invitados, más de los que yo me esperaba, bebían mucho, se hacían bromas privadas y pasaban de una lengua a otra --el italiano, el inglés, el alemán y quizá el ruso-- con una facilidad para mí desconcertante. Aburrido, salí a la terraza y contemplé las luces que se reflejaban en las aguas oscuras del Tirreno, el cielo estrellado y la silueta del monte Pellegrino. Pensé que era el mismo paisaje que, desde que las bombas americanas destruyeron el palacio familiar en 1943, había contemplado día tras día Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
            "¿En qué piensa?", me dijo Clara, la mujer que me había invitado. Se lo conté y resulta que su madre había sido muy amiga de Alessandra Wolff Stomersee, la psicoanalista casada con el escritor. "No hacían apenas vida juntos. Incluso durante muchos años vivieron separados. Ella le consideró siempre un inútil, se sorprendió mucho con el éxito de la novela, como todo el mundo en Palermo. Incluso hubo quien lo achacó al lobby gay, aunque entonces no se llamaba así. A eso achacaron el interés de Visconti por llevarla al cine. Ya sabe cómo son de chismosos los pequeños lugares, me imagino que Oviedo no será muy distinto de Palermo. Pero parece que se está aburriendo”.
            No me aburría en absoluto. Quizá era ella la que quería volver con otros de los invitados. “Gioacchino no está ahora en Sicilia, creo que anda por Roma. Si estuviera, podríamos pasar a saludarle. Le gustaría conocerle, su madre era española. ¿Quiere que vayamos a tomar algo a otro sitio?"
            Me disculpé amablemente. Estaba algo cansado, al día siguiente tendría que levantarme temprano. Se ofreció a llevarme en coche. Pero mi hotel no estaba lejos, en Via Roma, prefería ir andando. Clara me dejó su teléfono, pero no la llamé. Me limité a mandarle, por correo electrónico, unas corteses líneas de agradecimiento, ya en España. 


Miércoles, 20 de enero
TRAJES A MEDIDA

Hace años, allá por los primeros setenta, leí en la revista Camp de l’Arpa unos versos de Carlos Sahagún que se me quedaron para siempre en la memoria y que cito a menudo: “Una vez más nos vemos desamados, / desasistidos, solos. / Y aún esperamos al pie del camino / la más leve noticia de la vida”.
            No los volví a encontrar en ninguno de sus libros. Y ahora, de pronto, al abrir en el café Vetusta el volumen de sus poesías completas, recién publicado por Renacimiento (lo acabo de recoger en el despacho junto a las memorias de una nieta de Melquíades Álvarez), es lo primero que me encuentro.
            Forman parte de un soneto, de comienzo algo convencional: “Dura es la vida cuando el alma insiste / en buscar más allá de la espesura”. Son y no son los mismos versos. Los duendes de la memoria han hecho su labor. Los tercetos dicen así: “Una vez más nos vemos desplazados, / desasistidos, solos. ¿No hay destino, / no hay fin para esta larga despedida? / Lejos, estamos, solos, desarmados, / y aún esperamos al pie del camino / la más leve noticia de la vida”.
            La poesía vive en el lector, no en los libros. Por eso yo siempre cito de memoria los poemas ajenos que he hecho míos. Y nunca compruebo su fidelidad. A veces incluso cito versos de Antonio Machado que no ha escrito nunca, pero que quizá no le importaría haberlos escrito. Los lectores somos coautores. El pie de la letra se queda para el estudioso.  “Una vez más nos vemos desamados”. Desamados sí,  no desplazados. Con las palabras ajenas la memoria nos hace trajes a medida.



Jueves, 21 de enero
EL CLUB DE LOS NEGOCIOS RAROS

En el club de los negocios raros, para decirlo con un título de Chesterton, sin duda el más raro es el de editar y vender libros. Siempre he pensado que los lectores somos unos privilegiados. ¡Cuánta gente empleando lo mejor de su tiempo y arriesgando su dinero solo para que yo, cuando me dé una vuelta por cualquier librería, como esta tarde por la gijonesa Paradiso, encuentre el título que me estaba esperando y que ni siquiera sabía que existía!
            Presento el nuevo diario de Hilario Barrero, mi gentil anfitrión en las errabundias neoyorquinas, y mientras él lee o suena la música del trío que nos acompaña, tomo notas para un manual que alguna vez me gustaría escribir.
            No es cierto, como acostumbro a repetir, que cuanto peor sea la obra más público asiste a la presentación. Esa es una boutade. Un buen escritor puede tener tanto como cualquier poetastro. Yo sé el secreto (en buena parte lo he aprendido de mi amigo Hilario). Y espero desvelarlo, con otros igualmente útiles, en un sucinto vademécum. Podría titularse La adulación mueve el mundo o Cómo sacar provecho de la vanidad.



           







domingo, 17 de enero de 2016

El arte de quedarse solo: Pero el mañana es mío


Viernes, 8 de enero
DE MONTEVIDEO A PALERMO

En una librería de la calle Vittorio Emanuele –su lema: “milioni di parole usate e nuove”–, encuentro un libro que parecía que me estaba esperando: las obras completas de José Enrique Rodó. Recordaba que en El camino de Paros hablaba de un viaje a Italia y me apetecía releerlo. Lo que no sabía es que precisamente en esta ciudad había escrito sus últimas páginas. Ni conocía los detalles de su muerte.
            Viajar a Europa fue desde siempre uno de sus sueños. En 1916, la revista argentina Caras y Caretas le ofrece una corresponsalía europea lujosamente pagada. La despedida resulta apoteósica: manifestaciones, discursos, banquetes. Incluso después de haber levado anclas el buque inglés que le llevaría hasta Lisboa, un grupo de amigos decidió subir a un pequeño barco y acompañar al trasatlántico hasta que saliera a mar abierto. Durante hora y media navegaron a su lado mientras Rodó les saludaba desde la borda.
            A la triunfante despedida le siguió el final más triste del mundo. A Palermo llegó enfermo el 3 de abril de 1917. Se alojó en este mismo Hotel des Palmes y aquí pasó un mes sin hablar con nadie, sin que nadie supiese quién era.
            “Salía del hotel todos los días envuelto en un chaqué raído que había perdido su color primitivo y que mostraba un forro descosido en los faldones, casi siempre con un paraguas bajo el brazo y con un evidente aspecto de completo abandono en su persona; la barba crecida, lleno de manchas, cubierto de polvo, que jamás sacudía, y metido en unos botines que jamás hizo limpiar”, cuenta una crónica de Julián Nogueira. Descuidaba su higiene: “No ordenó un solo baño” escribe el cronista. Más de una vez pensaron pedirle que se fuera. Tenía cuarenta y cinco años, pero aparentaba setenta. “En el hotel le tenían por un misántropo, por hombre raro y pudiente, quizá por un avaro que por equivocación hubiera caído en el primer hotel de Palermo”.
            El día 29 llamó a la camarera, dijo que estaba  mal y pidió un médico. “Se retorcía en la cama presa de grandes dolores y quejándose a gritos”. Murió en el hospital, poco después, sin que nadie supiera quién era y dejando preocupados a los dueños del hotel por quién iba a pagar la factura. .
            Cuando la noticia llegó a Montevideo, de inmediato la ciudad se paralizó en señal de duelo. ¿Qué pasó por la cabeza de José Enrique Rodó aquel último mes en Palermo? ¿En qué momento tomó la decisión de dejarse morir?
            Leo el prólogo de Emir Rodríguez Monegal a sus obras completas, del que tomo estas noticias, en el amplio hall modernista del Grand Hotel et Des Palmes, junto a la fuente y el busto de Wagner, en el mismo lugar en que Rodó pasaba largas horas ensimismado ante un vaso de agua.
            No hay señales de deterioro mental en el último artículo que escribió, dedicado a Palermo, y que no tuvo tiempo de enviar al periódico: “El centro de la animación urbana y mercantil es la ochavaba Plaza Vigliena, o de los Cuatro Canti, que se forma en el cruce de la Via Víctor Manuel con la de Maqueda. Cuatro palacios de mármol, recuerdos aún intactos de la dominación española, delinean el contorno de la plaza”. Habla luego de un Palermo que ya no existe con sus carros historiados y sus tipos pintorescos como el acquainolo, el frutero de Monreale o el gatturu, “cuyo oficio consiste en adquirir, de puerta en puerta, los gatos que estorban en las casas para revenderlos, ya vivos, ya trocados en piel”.
            El inverosímil azar ha hecho que mi habitación esté entre la 224, en la que se suicidó el escritor francés Raymond Roussell, y la 215 en la que se dejó morir José Enrique Rodó. Me aterra de pronto pensar que tengo, como él, un artículo sin terminar que he de enviar hoy mismo al periódico. Cuando intento hacerlo, no funciona Internet. Por un momento, temo que a mí también me alcance alguna vieja maldición. Y recuerdo que Pascal dijo que todas nuestras desgracias proceden de no saber quedarnos en casa.


Sábado, 9 de enero
JOE PETROSINO Y DON VITO

Mientras busco el palazzo Mirto, en piazza Marina, me detengo un momento junto a las verjas de los giardini Garibaldi. Otro hombre se detuvo por última vez en este mismo lugar. En una placa conmemorativa, leo: “In questo luogo el 12 marzo1909 alle ore 20.45, per proditoria mano mafiosa, tacque la vita di Joe Petrosino, lieutenant della polizia di New YorK”.
            No hay rincón de esta ciudad que no cuente una historia, que no sea punto de partida para una película de la serie negra. Joe Petrosino nació cerca de aquí, emigró de niño a Nueva York, donde fue limpiabotas y barrendero antes de conseguir ingresar en la policía. Pronto destacó en ella. Eran los tiempos de “la mano negra”, en realidad la mafia italiana que comenzaba exitosamente a hacer las Américas. Joe Petrosino pronto se convirtió en uno de los primeros policías que se encargaron de luchar contra el crimen organizado. Tuvo muchos éxitos, sabía a quiénes se enfrentaba. Le gustaba disfrazarse, infiltrarse, tenía una abundante red de delatores. Le gustaba también la publicidad y esa fue su perdición. Sus éxitos eran abundantemente jaleados por los periódicos. Pero resultaba difícil probar los crímenes de los mafiosos que él detenía –los testigos cambiaban de opinión o desaparecían– y pronto quedaban en libertad. Se le ocurrió una brillante estratagema para limpiar las calles. Muchos de aquellos delincuentes tenían antecedentes en su país y eso permitía expulsarle por haberlo ocultado al entrar en Estados Unidos. Joe Petrosino, con una larga lista de sospechosos, se ofreció para venir a Sicilia y descubrir si habían sido o no condenados aquí. Fue muy feliz durante el viaje. Había salido como un paria de su tierra y volvía como un héroe. No pudo evitar la tentación de permitir que filtraran la noticia al New York Herald. Nada más llegar al hotel, un confidente le dio cita para aquella misma noche, a las nueve menos cuarto, en piazza Marina. Impaciente, llegó un cuarto de hora antes. Cerca había una parada del tranvía. Varios viajeros le vieron paseando a grandes zancadas por aquel lugar. A las nueve menos veinte, un hombre que cenaba con otros ilustres sicilianos pidió disculpas para levantarse un momento de la mesa. Salió a la calle y en la carroza del anfitrión, una de las autoridades de la isla, se acercó hasta piazza Marina, detuvo un momento el carruaje, bajó, le disparó dos tiros a Petrosino, volvió a la cena y siguió tranquilamente la conversación mientras llegaban los postres. Ese hombre era don Vito, Vito Cascio Ferro, que había jugado de niño con Joe Petrosino, había emigrado a Estados Unidos y había vuelto a la isla para convertirse en el dueño de vidas y haciendas. Nada se movía sin su consentimiento. Más de sesenta veces estuvo procesado y de todas salió absuelto. Lograron condenarle, durante el fascismo, en un juicio amañado. Su larga historia está en todas las historias de la mafia. Era un sabio. En su celda quiso que figurara un proverbio antiguo: “Prisión, enfermedad, necesidad, / revelan el verdadero corazón del hombre”.


Domingo, 10 de enero
OTRA CITA

Rodó y  Petrosino tenían cita, sin ellos saberlo, con una desconocida en Palermo. Yo también tuve una cita a ciegas en el Orto Botánico. Al contrario que ellos, viví para contarlo. Pero hay cosas que no cuenta un caballero.


Martes, 12 de enero
NO HABLO DEL TEMA

“¿Cómo llevas el asuntillo ese de la infanta tú que eres tan monárquico?”, me pregunta un amigo antes siquiera de saludarme.
            “No me apetece hablar del tema. Es como si juzgaran a varios miembros de la banda de Al Capone, o de una de sus bandas, y a él le dejaran fuera, a pesar de que Diego Torres enseña las pruebas incluso por televisión. Estoy abochornado como español, pero no me atrevo a decir nada públicamente. Temo que todo el tinglado se nos venta abajo si alguien se decide, por fin, a hacer justicia”.
            “No te preocupes que no se hará justicia, que para eso están la Fiscalía y la Abogacía del Estado. Tú, como buen monárquico, tampoco quieres que se haga”.
            “¡Yo no soy monárquico! Nada me gustaría más, lo he dicho muchas veces, que el que Felipe del Borbón fuera presidente de la República. Nos evitaríamos ahora muchos problemas. El más grave que acabe creándose una causa general, al menos en la opinión pública, como la de la familia Pujol”.
            “O sea que tú estás indignado contra Al Capone, pero apoyas a su hijo. Y lo que te preocupa no es que se haga o no justicia sino que las consecuencias de hacerlo puedan afectar al actual jefe del Estado”.
            “Los hijos no escogen a sus padres ni son responsables de sus acciones”.


Miércoles, 13 de enero
EMPIEZA EL ESPECTÁCULO

El primer acto de la nueva legislatura ha resultado el más entretenido de todos. Ahora a esperar que no nos defraude el resto de la función. A mí me ha gustado sobre todo el simbolismo, entre bíblico y virgiliano, de la madre amamantando a su hijo.


Jueves, 14 de enero
AQUELLA ESPAÑA

Después de haber tenido la clase política y el jefe del Estado que hemos tenido, ser español a veces parece más un baldón que un orgullo. Menos mal que en esos años negros yo no era de los que decían que la Constitución dejaba al rey al margen del código penal, no solo en sus actividades públicas (que debían ser refrendadas por el gobierno), sino también en sus múltiples negocios privados.
            “Nápoles, la española” titula Rodó uno de los capítulos de El camino de Paros. A mí me gusta, deambulando por Palermo, encontrar continuas huellas de la presencia española. Y me emociona leer el epitafio a un soldado español: “Guarda este mármol las famosas cenizas / de aquel héroe invencible / Dionisio de Guzmán / caballero del hábito de Santiago / Falleció el 24 de junio de 1654 / militó 44 años continuos en guerra viva / en las provincias de Italia, estados de Flandes /  reinos de España y armadas marítimas. / Comenzó de soldado y subió a fuerza de sus méritos / todos los grados de la milicia / Ganó a su rey 31 fortalezas / socorrió 18 plazas, peleó y venció 62 veces / Fue terror de los adversarios / ejemplo de los amigos / asombro de los ejércitos / envidia de las naciones / Constante en los trabajos / intrépido en los peligros / templado en las costumbres / modesto en las felicidades / la antigua Castilla le dio noble oriente/ la sociedad cristiana dichosa vida / su proceder heroicas obras / Nació para honra de su patria / vivió para servir a su rey / y habiendo muerto para sí / quedará inmortal / en la memoria de los siglos futuros”..


domingo, 10 de enero de 2016

El arte de quedarse solo: Regalos y melancolías


Viernes, 1 de enero
LA VENGANZA DEL DESTINO

La mejor celebración para mí de la noche del fin de año es no hacer ninguna celebración. Cenar a la hora de costumbre, ver un poco distraídamente la televisión (por supuesto, ninguno de los programas propios de la fecha), continuar con el libro que tengo entre manos, escuchar algo de música mientras dejo la mente en blanco y me preparo para el sueño. Y luego dormir como un bendito, levantarme a la hora de costumbre (las ocho menos cinco, exactamente), escribir un rato como todos los días, ir a dar una vuelta hasta el Fontán, disfrutando al compararme con los zombis encorbatados que vuelven de su obligatoriamente interminable fiesta. Pero esta vez nada salió como yo esperaba: me pasé la noche tosiendo sin lograr pegar ojo y en la mañana del primer día del año nadie peor cara que yo, por mucho que hubiera disfrutado en la fiesta. Menos mal que, por lo menos, a las once de la mañana, como de costumbre, ya había acabado mi trabajo del día: los dos folios que tenía pensado escribir sobre el libro de un estudiante español en los últimos días del Berlín hitleriano. Eso atenúa los malos augurios de este comienzo de año.


Sábado, 2 de enero
NO ES UN CABALLERO

Entrevista con John Banville hoy en Babelia: “¿Puedo preguntarle algo personal? Si no quiere, no conteste. ¿Es cierto que tiene dos esposas?”
            Pero claro que contesta: "Sí, las tengo. Tengo una esposa y una compañera y quiero a las dos. Tengo dos hijos con mi esposa, que parecen mayores, más maduros que yo, ahora en sus cuarenta, y dos hijas con mi pareja de 26 y 19 años. Paso la mitad de la semana con mi esposa y la otra con mi pareja.”
            "¿Y ella está de acuerdo?" , le pregunta la periodista (debería decir "ellas", creo). "No", "O sea que el amor hiere", "Claro que hiere. Mucho. Pero yo no soy el protagonista de mi novela, no tengo su egoísmo".
            Resulta que toda esta confidencia --y luego hablan de que el pudor se perdió con las redes sociales-- forma parte de la estrategia promocional de una nueva novela. Qué cosas. Gane usted el premio Príncipe de Asturias para luego tener que recurrir a esos extremos.
            Un caballero puede tener una vida sentimental complicada, con dos o tres relaciones al mismo tiempo, pero si habla de ello en público seguro que no es un caballero.


Domingo, 3 de enero
SALIR DE CASA

"Los dos últimos días no he salido de casa, no me apetecía, me encontraba muy a gusto con mis libros, mi música, mis plantas y mi gato", me cuenta un amiga.
            "Pues yo nunca he estado un día entero sin salir de casa, quizá cuando estaba enfermo, aunque no recuerdo haber estado nunca tan enfermo", le respondo. Quedarme en casa es para mí el peor de los castigos. Me levanto, escribo un poco, y a las once tengo ya que estar fuera, tenga clase o no tenga clase, sea día laborable o festivo. Y por la tarde lo mismo. La puesta de sol nunca me coge en casa. No podría soportar la melancolía. Claro que habría que definir lo que uno entiende por casa. El piso en que los libros apenas si me dejan moverme es solo una parte de ella. La cafetería en que recibo a los amigos por la mañana y en la que escribo o leo por la tarde, sin importarme el barullo, también forman parte de ella".


Lunes, 4 de enero
NO DISCUTIR

Me basta oír afirmar con rotundidad una cosa para que empiece a dudar de ella, algo que me vuelve bastante insoportable para ciertas personas a las que no les gusta que se pongan en cuestión sus presuntas evidencias. Como también me basta estar seguro de algo para que empiece a dudar de ello, a partir de ahora creo que voy a limitarme a discutir conmigo mismo. A fin de cuentas, soy la única persona que he encontrado tan incansablemente terca como yo.


Martes, 5 de enero
UN HOTEL CON HISTORIA

En este hotel Wagner terminó Parsifal y el año1957 --según leo-- se reunieron los capos de la mafia norteamericana (Joe Bonanno, Lucky Luciano, John di Bella) con los mafiosos locales (Salvatores Greco, Gaetano Badalamenti, Tommaso Buscetta) para llegar a un acuerdo en el negocio de la droga y evitar una guerra entre las familias de uno y otro continente. Por otra parte, parece que en esta misma habitación que me ha tocado en suerte se alojó Sigmund Freud y en la de al lado, la 224, se suicidó Raymond Roussel. Si los fantasmas existen, seguro que esta noche de Reyes o de brujas (según la versión española o italiana) me encuentro con alguno. 


Miércoles, 6 de enero
SALVO CASTAGNA

No hubo fantasmas, pero tampoco regalos en la noche de Reyes. O eso creía yo. No los había en la habitación, pero me bastó salir de ella para ir encontrándolos. El primero, al ir en busca del lugar del desayuno: un bar tapizado de rojo que me resulta familiar (luego me entero de que aparece en la película El Gatopardo). Resultaría tedioso ir enumerando los demás regalos: la estación de tren, a tamaño natural, para compensarme del tren eléctrico que no recibí en la infancia; un jardín botánico que data de 1789, el mismo año de la revolución francesa, con todas sus innumerables maravillas enteramente para mí solo; en el jardín de al lado, Villa Giulia, un círculo incluido en un cuadrado y en el centro un reloj de sol con doce caras, un perfecto dodecaedro. No sigo, pero también podría incluir al monte Pellegrino, con santa Rosalía en lo alto tratando de proteger a la ciudad de sus protectores y, junto a Porta Felice, una placa que indica el lugar donde se alojó Goethe y muy cerca, en el número 20 de Via Butera, un caserón dieciochesco en cuyo portero automático se lee el nombre, entre los de otros inquilinos, de Gioachino Lanza Tomasi, el hijo adoptivo del autor de El Gatopardo (en ese primer piso se escribió la novela).
            Cuando ya era hora de volver al hotel, se levantó el viento y amenazaba lluvia, me encontré con un último regalo, el más divertido de todo: un programa radiofónico de música en directo en la plaza Politeama. El cantante tenía un nombre que parece inventado: Salvo Castagna. Pero acabo de comprobar que tiene varios vídeos en youtube y que se hizo famoso cuando, en un partido de fútbol entre Italia y la República Checa uno de los jugadores, Fiorello, lanzó en Twitter, su tema "Due bandiere al vento".  El viento no faltaba en esta ocasión, incluso hubo un momento en que se llevó las partituras. Pero el público conocía las canciones, las coreaba y a veces se ponía a bailar. Y yo también, como la vez anterior que estuve en Palermo. Hay cosas que es mejor hacer lejos de la mirada impiadosa de los amigos; en mi caso, además de bailar y ligar, hablar idiomas extranjeros (solo los hablo, cuando no tengo más remedio, y no hay ningún español delante),


Jueves, 7 de enero
ME MUERO POR QUE ME QUIERAN

¿Qué hace una persona tan rutinaria como yo cuando se encuentra fuera de sus costumbres habituales? Pues inventarse otras, lo más rápidamente posible. Sin mis rutinas soy como el molusco fuera de su concha, incapaz de sobrevivir.
            Llegué hace dos días y ya tengo un lugar dónde comer y siempre me siento en el mismo sitio; también dónde tomar el café por la tarde, tras patear la ciudad e ir levantando un plano de palacios, iglesias y coloristas mercados callejeros: la librería Feltrinelli de Via Cavour, muy cerca de la plaza del teatro Massimo y de las calles más concurridas. Echo de menos a los contertulios que aleatoriamente aparecen por el Vetusta, pero compañía no me falta: antes de sentarme con un libro doy un paseo por aquel luminoso laberinto. Cuántas tentaciones. Hoy me entretuve con I luoghi del Gattopardo, un libro ilustrado con muchas de las imágenes que vi en Madrid en la exposición del Matadero.
            Pero de pronto, al volver al hotel, me sentí empapado por un chaparrón de melancolía. Estaba solo en una ciudad ajena, nadie me iba a parar para charlar conmigo un momento, no tenía con quien compartir la noche, no tenía con quien compartir la vida. Me di cuenta entonces de lo mucho que necesita a los demás quien, como yo, parece no necesitar a nadie.
            "¿A quién llamas cuando estás triste?", me preguntaron una vez. "¿Tienes un hombro sobre el que llorar?"
            No, no lo tengo, no llamo a nadie. Pongo el piloto automático, me refugio en mis rutinas y dejo que el temporal pase.
            Pasará. Estoy acostumbrado. Esta noche que no tengo con quien compartir la voy a compartir con todos mis fantasmas. Recuerdo unos versos que cito a menudo: "Me muero por que me quieran, / pero nunca lo diré". En realidad, no hago otra cosa que repetirlo de todas las maneras posibles, aunque no acabo de estar seguro de que sea cierto.




            

domingo, 3 de enero de 2016

El arte de quedarse solo: Érase una vez


Viernes, 25 de diciembre
MI REGALO DE NAVIDAD

Entre los pequeños placeres que acostumbro a coleccionar, el madrugador paseo del día de Navidad es uno de mis preferidos. La cena familiar de Nochebuena siempre acaba para mí con un postre de melancolía. Las ausencias, que se borran en el día a día, se hacen allí muy presentes. Siempre hay un momento para mirar atrás y también hacia el vértigo de un futuro –los niños se hacen adultos, envejecen– ya sin nosotros.
            En la habitación del hotel, otra de mis rutinas, solo con mis fantasmas, tardo en dormirme. Pero en cuanto amanece todos hacen la maleta y se van con su insidiosa música a otra parte.
            El parque de Ferrera, a esta hora temprana, es para mí solo. Saludo a viejos conocidos, mudas criaturas vegetales por las que también pasa el tiempo, que las viste y las desviste, aunque no parecen pasar los años. Como a ellos, a mí tampoco me importa el frío matinal. Pero hoy se ha trocado en tibieza veraniega.
            Dejo el parque por la puerta de Galiana. Camino bajo los arcos, bajo los mismo arcos en que cada mañana de hace más de medio siglo iba hacia el Instituto. Avilés, sin apenas gente, como un escenario antes de que empiece el espectáculo.
            Este tranquilo paseo es mi regalo preferido de Navidad. Un año más estoy vivo y a gusto con la vida. Silban las balas a mi alrededor y hay al menos una para cada uno. Pero. de momento, a mí no me ha rozado ninguna. Y en la mañana de Navidad, o esa es la impresión que yo tengo, se declara una tregua. Y yo la aprovecho y paseo solo, pero tan bien acompañado, por rincones familiares que siempre se alegran de verme.


Sábado, 26 de diciembre
PARA UN AUTORRETRATO

Soy de los que siempre caen de pie. Hasta que llegue el día en que finalmente caiga de bruces y no acierte a levantarme.
            Me gusta el éxito, por supuesto, pero no tanto como para tener que hacer algún esfuerzo para conseguirlo.
            La felicidad de estar enamorado, la de no estarlo. No sé bien cuál de las dos prefiero.
            Los amigos que dejan de serlo, ¿lo fueron alguna vez?
            La verdad suele ser una maleducada; en eso nos parecemos..
            Algunos confunden la maledicencia con la impertinencia; no son lo mismo: la primera da la cara, la segunda gusta de esconderse en el anonimato (por eso prolifera tanto en Internet)-
            Para que quede más claro, casi siempre me callo lo que de verdad quiero decir.
            El futuro tiene los días contados, pero el pasado no se acaba nunca..
            Qué extraña sería una vida en la que no ocurriera nada extraño.


Domingo, 27 de diciembre
THE WALK

La escena final de El desafío. El equilibrista Philippe Petit, encaramado junto a la antorcha de la estatua de la Libertad, desde donde cuenta su hazaña, nos muestra orgulloso el pase que le han dado para subir cuantas veces quiera a la terraza de las Torres Gemelas.
            ––Todos los pases tienen una fecha de caducidad. En el mío esa fecha está tachada y en su lugar  han escrito “Para siempre".
            Las Torres brillan con el sol del crepúsculo sobre el perfil de Manhattan. Poco a poco, la pantalla se va cerrando en negro y al final solo quedan ellas con un resplandor en el centro que nos trae a la memoria otro infausto resplandor.
            Subí por primera vez a una de las Torres en 1990; las sobrevolé luego en helicóptero; volví a subir cada visita anual, la última a finales de agosto de 2001. Después de su destrucción, a todo el mundo le dio por arremeter contra ellas e incluso contra todos los rascacielos, esas construcciones inhumanas.
            A ratos parecía que los terroristas, si hubieran avisado antes para que se desalojaran, casi nos habrían hecho un favor. Y a nadie se le ocurrió luego reconstruirlas. En el combate entre civilización y barbarie (no hablemos de las represalias posteriores: muchos inocentes se añadieron a los miles de las Torres), triunfó la barbarie, cambiando para siempre el perfil de la ciudad.
            A mi me gustaba esa pareja de gigantes iguales y el hijo que tenían en Madrid, la torre Picasso. El cine me permite esta tarde viajar en el tiempo, entrar de nuevo en el inmenso hall, contemplar Nueva York desde lo alto, la gran fuente en el centro de la plaza, entre las Torres: Voy reconociendo los distintos rascacielos, el puente de Brooklyn y el de Manhattan, el Promenade, donde tanta veces paseé con mi amigo Hilario.
            Espero ver, al otro lado, el Hudson y el Jardín de Invierno. Pero nunca se asoman hacia ese lado el equilibrista y sus amigos. Yo recuerdo de la última visita la sombra de las Torres sobre los edificios del World Financial Center, como una premonición del inminente desplome.
            Cómo envidio a Philippe por haber hecho ese paseo, que la pantalla y el arte minuciosamente feliz de Robert Zemeckis nos permiten disfrutar casi en tiempo real. En 1974 yo tenía la misma edad que el equilibrista y las Torres aún no estaban terminadas. No vivieron más de un cuarto de siglo, "antes de tiempo y casi en flor cortadas", para decirlo con el verso de Garcilaso..
            ¿Cómo serían hoy tantas ciudades europeas si no hubieran sido reconstruidos sus edificios después de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial? Solo las Torres se dejaron desaparecer para siempre. Aún no he subido al rascacielos que por fin las sustituye, después de infinitas disputas. No será lo mismo. Pero las Torres siguen existiendo en la memoria y ahora también en la magia prodigiosa del cine.


Lunes, 28 de diciembre
UN SOMBRERO DE COPA

Probablemente lo que me ha ocurrido tiene una explicación lógica, como todo en este mundo, pero yo no acabo de encontrársela. Volvía a casa después de pasar una noche con los amigos. Habíamos ido de un bar a otro, nos habíamos divertido bastante, pero yo no estaba en absoluto borracho. Apenas si había bebido. Debían ser las cuatro o las cinco de la mañana. Todavía faltaba bastante para que amaneciera. Una noche clara, sin una nube, con una gran luna llena que parecía rodar sobre los tejados de Vetusta. Me quedé quieto un momento, mirándola. A la memoria me vinieron versos de Borges y de Virgilio, como siempre ocurre en estos casos, y cuando volví de mi ensimismamiento allí estaba él, inmóvil, mirándome. Tendría menos de treinta años, pero vestía con una elegancia de otro tiempo, como de mago o bailarín, un poco a lo Fred Astaire. Incluso llevaba sombrero de copa. Se lo quitó y me saludó sonriente. Entonces me pareció más joven, un estudiante en una función colegial.
            ––¿No me reconoces? Somos viejos amigos...
            Miré alrededor, temí que formara parte de un grupo y me estuvieran gastando una broma. Serio de pronto, me hizo un gesto para que le siguiera. Y yo le seguí sin pensar, sin hacer más preguntas, como si estuviera hipnotizado. Ni siquiera me di cuenta, hasta que estuvimos frente al portal, de que el camino que seguíamos era el de mi casa. Abrió con su llave, entramos juntos en el ascensor. Salí yo el primero. Sujetando la puerta, me volví para dejarle pasar. Pero allí no había nadie. El ascensor estaba vacío. O casi. En el suelo relucía el sombrero de copa. Me incliné, extrañado, para recogerlo. Al ponerme en pie, le vi en la puerta abierta del piso, invitándome a pasar.
            ––¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo tienes la llave de mi casa?
            Sonreía sin decir nada y de pronto yo también sonreí. Me había reconocido.


Martes, 29 de diciembre
ELOGIO DE LA VANIDAD

“Investigación de mi adentramiento en la edad”  titula Carlos Bousoño uno de sus poemas. A esa investigación me dedico yo también con cierta frecuencia. Y últimamente he descubierto que los años me van haciendo más vanidoso. Nunca lo he sido demasiado, aunque siempre he tratado de parecerlo. Al vanidoso le importa la opinión de los demás; a mí siempre me ha importado más mi propia opinión.
            Me gusta mucho una frase del Quijote: “Yo sé quién soy”. Yo siempre he sabido quién era, cuáles eran mis limitaciones. Creo que soy el único escritor, o casi, que no necesita del éxito para seguir escribiendo. Lo poco o mucho que he hecho lo habría hecho lo mismo aunque hubiera tenido menos eco del que ha tenido o aunque no hubiera tenido resonancia ninguna. Como quien cumple una misión (una misión que no le ha encargado nadie, por cierto).
            Estas cosas procuro no decirlas porque me hacen todavía más antipático de lo que ya soy por naturaleza. Hasta ahora disimulaba mi orgullo con la falsa vanidad. Pero los años, algo bueno tenían que tener, me están haciendo más humano. Ahora me gustan los elogios como a todo el mundo, aunque se deban solo a la mera cortesía. Antes solo valoraba los bien informados, inteligentes y merecidos, cosa que rara vez ocurría, si es que ocurría alguna vez. Ya los agradezco todos. Aún no he llegado al punto de mendigarlos, como tantos queridos colegas, adulando a este o aquel crítico, o de elogiar yo a cualquier poetastro para que me los devuelva redoblados, pero todo se andará.

       
Miércoles, 30 de diciembre
TIEMPO DE RECUENTOS

Todos los periódicos se dedican a hacer balances. Yo hago el mío propio. Cosas de las que aún no me he cansado: de vivir solo, de enamorarme, de ver el cine en el cine, de la poesía joven, de ir a pie a todas partes, de no comulgar con ruedas de molino, de decir lo que pienso, de escribir lo que sueño, de ser puntual, de ser más amigo de la verdad que de mis amigos y más amigo de mis amigos que de la verdad, de la tertulia de los viernes, de Nueva York, de mí mismo.


Jueves, 31 de diciembre
TELÓN

Érase una vez... Y los ojos del niño se abren expectantes, seguros del prodigio que sigue a esas palabras. Yo las sigo escuchando cuando se descorre el telón de cada nuevo año, de cada nuevo día, seguro de que nunca la realidad dejará de asombrarme y fascinarme.