sábado, 28 de enero de 2023

La escala de Jacob

  

Sábado, 21 de enero
CUENTA LEQUERICA

No hay personas de una pieza. Después de azuzar el odio antisemita como embajador de Franco en París y en Vichy, después de practicar la caza del rojo en la Francia colaboracionista (a Lluís Companys o a Julián Zugazagoitia los mandó al paredón, pero se le escapó la pieza mayor: Manuel Azaña), José Félix de Lequerica envió un telegrama al diplomático español Ángel Sanz-Briz, destinado en Budapest, que salvaría miles de vidas judías. Por entonces había sido nombrado Ministro de Exteriores y convenía aproximarse al bando que ya se adivinaba ganador. 

            Hoy, gracias a la máquina del tiempo que son los periódicos de otro tiempo, le escucho en amena tertulia con Eugenia Serrano.

            —A Ramón de Basterra le conocí muy bien. Viví con él hasta que se volvió loco. Una vez, no sé por qué motivo, vino a verle una señora e interrumpió la conversación para venir a decirme: “Estaba hablando con ella y de pronto se me apareció la escala de Jacob y los ángeles que subían y bajaban”. Dormía en la habitación de al lado y yo pasé un miedo horroroso por si se le aparecía Dios, como a Abraham, y le ordenaba que matara, no a su hijo Isaac, sino a su compañero de cuarto. Por si acaso, tenía preparada mi defensa. Había leído un relato de Tolstoi en que un monje despierta a media noche al superior para decirle: “Vengo a matarle. Dios acaba de pedírmelo”. Se salvó porque le dijo: “Muy bien, pero antes vamos a comulgar juntos”. Y así le dio tiempo a escaparse. Yo tenía preparado un recurso semejante. Siguió viendo tantas escalas de Jacob que no hubo más remedio que facturarle a casa en tren. En la estación le esperaba un criado. Sin mediar palabra, le dio dos puñetazos que casi lo matan. Una vez me contó que subíamos juntos por la escala de Jacob y al llegar arriba a él un Ángel le tomó de la mano y a mí otro me tiraba abajo de un empujón. Lo curioso es que esa noche amanecí en el suelo. Me había caído, o me habían tirado, de la cama.

Domingo, 22 de enero
LA HISTORIA DE MI VIDA

“A solas, / caminando entre la niebla…”. Dos o tres veces se escucha esa canción en Decision to Leave, de Park Chan-wook, que me llena de melancolía esta tarde de domingo. La película es retorcida e inútilmente complicada, pero no por eso menos conmovedora. El loco amor una vez más. La obsesión que nos saca de nuestras confortables casillas. ¿He vivido yo una pasión así? No, y no lo lamento. Siempre supe dar un salto atrás cuando estaba al borde del precipicio. O de la felicidad, quién sabe. Mientras se suceden en la pantalla, blanco sobre negro, los interminables títulos de crédito vuelve a sonar una canción y a mí se me llenan los ojos de lágrimas: “A solas, / caminando entre la niebla…”

Lunes, 23 de enero
NO ESTAMOS SOLOS

Como sé que a usted le gustan están cosas, le voy a contar lo que me ha ocurrido. Vivo en la avenida de Santander, frente a los chalets de la antigua Fábrica de Armas. Están en muy mal estado, llenos de maleza y gatos. Yo venía observando que en uno de ellos, el tercero viniendo del centro, el que está frente a mi casa, por la noche se encendían luces. Pensé que se trataría de algún okupa. No le di mayor importancia. Me extrañó, eso sí, que no viniera la policía. Incluso me pareció que encendieron hogueras, lo que podía suponer un peligro. Una noche me quedé despierto hasta tarde. No podía dormir, me ocurre a menudo. Cerca ya del amanecer, para despejar abrí la ventana, aunque hacía mucho frío, y me asomé a la calle. Del chalet que le digo venía música. La calle estaba vacía, no circulaba ningún coche. Y yo me sentí como hipnotizado por esa música. Los niños que seguían al flautista de Hamelin debían de sentirse así. Procurando no despertar a mi mujer, aunque, bendita ella, tiene un sueño profundo, me puse ropa de abrigo y bajé. La puerta del jardín estaba abierta. Sin pensarlo dos veces, la empujé y entré. También estaba abierta la puerta del caserón, pero no me atreví a pasar. El techo se encontraba en muy mal estado y podía caérseme encima. Le di la vuelta y no sé si contarle lo que vi en el patio de atrás. No me va usted a creer. Yo también pensé que estaba soñando, que de un momento a otro me despertaría en la cama. A veces, para dormirme, pongo un programa muy disparatado que dan en el canal Historia, ese que habla de los antiguos alienígenas. Creo que usted también lo ve y que alguna vez ha hablado de él. Pues bien, allí estaban, tras aquel chalet de la Fábrica de Armas. No tenían aspecto humanoide, sino completamente humano, como usted y como yo, solo que resplandecían y subían y bajaban como por una escalera invisible. No me va a creer, no tiene por qué creerme, pensará que le estoy tomando el pelo. Solo quiero invitarle a que me acompañe esta noche a ver si siguen allí, si han dejado alguna huella. Tengo un amigo que se dedica a estas cosas y tiene un aparato que mide las radiaciones electromagnéticas. 

Martes, 24 de enero
PLAGIO

“Todo gran poeta nos plagia” decía Ortega. A mí quien me plagia es La Rochefoucauld. Releo sus máximas y me encuentro con que, salvo unas pocas que parece haberle tomado a Oscar Wilde, la mayoría me las ha copiado a mí unos cuantos siglos antes de que yo las escribiera: “Hay personas a las que los defectos les sientan mejor que las buenas cualidades”, “Todos tenemos suficiente fortaleza para soportar las desgracias ajenas”, “Ser siempre razonables es poco razonable”.

Miércoles, 25 de enero
CAMBIO

Cambiaría tres o cuatro de mis mejores cualidades —fidelidad, laboriosidad, curiosidad— por un único defecto, imprescindible para triunfar en la vida: hipocresía.

Jueves, 26 de enero
SIGUE LEQUERICA

—Los hombres del 98 ejercieron una labor crítica despiadada. Ya no sabíamos cuando empezaba la decadencia española, si en el XVII, en la Edad Media, o incluso antes. El peor de todos fue don Miguel de Unamuno. Recuerdo las visitas que yo le hacía a Salamanca. Iba a llevarle espárragos frescos que la propia madre de don Miguel me entregaba para él. Había una gran ternura en las relaciones filiales de don Miguel. Yo iba aterrorizado a aquellas visitas. ¡Señor, que hombre tan áspero! En 1930, el gobierno Berenguer le apartó de la rectoría de Salamanca. Él quería ser rector siempre. Y entonces se enfadó con el rey. De manera injusta y peligrosa para España. Más tarde, cuando la república le hizo rector perpetuo, yo me encontraba en Salamanca y estuve junto a él mientras esperaba la llegada del presidente. No me unía nada a Alcalá-Zamora, enemigo político mío, pero era terrible oír lo que Unamuno decía sobre quien sufría las molestias del viaje para entregarle una alta distinción. Tenía la costumbre de ir repitiendo y peloteando sus pensamientos sobre cada interlocutor. Dicen que se parecía a Torquemada, pero quien se parecía muchísimo al inquisidor en las facciones era la madre de don Miguel, señora piadosísima, de gran celo religioso… ¿A usted le gusta don Miguel?

            —Está de moda, pero a mí no mi interesa nada. Dios mío, qué tabarras. Predicando siempre…

            —Sí, era eso, un cura que no había encontrado su iglesia. Tenía malos modales. Los ásperos y testarudos vascongados hicieron mucho daño a España. Hombres de vida austera con una curiosa debilidad política. Don Miguel estuvo complacidísimo cuando se le presentó la posibilidad, luego no realizada, de ser subsecretario. Con sus críticas hacían imposible cualquier forma de gobierno. A mí el único que me agrada es Baroja. No sé si ha pintado caracteres, pienso que no, pero es una conversación con un hombre agradable. No puede ser abrupto porque es sencillo. Casi simple. Lo que me preocupa en Baroja es que no sé si realmente hay mujeres en su obra.

            —-Don Pío debió de tener miedo a las responsabilidades económicas que lleva el matrimonio. Vivía con su hermana…

            —Eso es muy vascongado. Se vive con la hermana y con la madre… Baroja era antes más cáustico. Creo que le ha venido bien el freno que estos tiempos han puesto a su pluma. Ha mejorado. 

Viernes, 27 de enero
HAY MÁS COSAS

Hoy, al volver de mi primer café con libros en Noor, he tenido la curiosidad de pasar ante el chalet de la Fábrica de Armas en el que, al parecer, subían y bajaban extraterrestres por una especie de escala de Jacob. Un gato se acercó hasta la verja para mirarme malicioso. “¿Pero cómo puedes creer en esas tonterías?”, parecía decirme. Desde la ventana del edificio de enfrente, alguien gritó mi nombre e hizo un gesto para que esperase. Yo fingí no verlo y seguí mi camino, aunque de sobra sé que hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que caben en ciencias y filosofías.



sábado, 21 de enero de 2023

En la retaguardia: Trenes en la noche

 

 

Sábado, 14 de enero
MI NUEVA VIDA

“¿Qué tal llevas tu nueva vida?”, me preguntan a veces. “¿Qué nueva vida?”, respondo extrañado. La verdad es que, desde siempre, he tenido que ser un pluriempleado, con dos trabajos principales, además de otros varios menores. Uno era temporal y, después de cincuenta años, se ha acabado el contrato. Eso es todo. A la semana, ya había sustituido las viejas costumbres por otras muy parecidas. Pero sigo tan ocupado, o tan desocupado, como siempre. Hay quien dice que yo no trabajo, que juego a que trabajo. Puede ser. Pero el juego me lo tomo tan en serio como cuando era niño.

Domingo, 15 de enero
ESPAÑA Y LOS BORBONES

En el Campillín, que es la parte suburbial del mercado del Fontán, me encuentro con España bajo el reinado de la casa de Borbón, de un tal Guillermo Coxe, escrita en inglés y traducida por Jacinto de Salas y Quiroga. Se publicó en 1846 y yo ni siquiera había oído hablar ni del autor ni del libro. Luego, ya en casa, averiguo que William Coxe fue un clérigo e historiador inglés que viajó por toda Europa como preceptor de jóvenes de la nobleza y que esta obra, que apareció entre ropa de segunda mano y descabalados volúmenes de la editorial Sempere, a tres euros, en la librería Renacimiento la tienen a cuatrocientos cincuenta. Pero eso es lo de menos. Abro al azar uno de los tomos: “La muerte de la reina Bárbara, acaecida el 27 de agosto de 1758, hizo profunda impresión en su corazón demasiado débil para sobrellevar un golpe tan cruel. Desde ese instante cayó en la más negra melancolía; se encerró en el palacio de Villaviciosa, se negó a ocuparse de negocios públicos, no pronunció ni una sola palabra y no quiso consentir en tomar alimento ni descanso. No alcanzaba el arte a curar esta enfermedad del ánimo, y sus fuerzas se agotaron pronto en aquella lucha tan amarga y continua”. Fernando VI acaba su reinado como un héroe romántico. Y yo comienzo a leer, me adentro en la trastienda de aquel siglo ilustrado, en las intrigas de las cortes europeas, y no puedo dejar de seguir leyendo.

En Internet encontramos fácilmente el libro que buscamos, aunque se encuentre en una librería de las antípodas. En un mercadillo, el libro que no sabíamos que existía, pero nos estaba esperando, y a mucho mejor precio.

Lunes, 16 de enero
ANSELMO’S BAR

No puedo quitarme de la cabeza la escena inicial de The Fantom Lady, la película de Robert Siodmak que vi ayer en el Filarmónica. Esos dos solitarios que se encuentran en el Anselmos`s bar, tan hopperiano, que pasan una velada juntos y luego se separan para siempre, como barcos que se cruzan en la noche. La historia de mi vida.

Martes, 17 de enero
VIEJOS AMIGOS

Éramos amigos desde hacía más de medio siglo, desde 1971 para ser más exactos, cuando comenzamos a estudiar Filosofía y Letras en el caserón de San Vicente, frente a la celda y la estatua de Feijoo. Cierto que, tras los años de estudiantes, no nos habíamos visto demasiado, y quizá por eso conservábamos la amistad. Después de la cena nos reunimos en torno a la chimenea, donde ardía un buen fuego. “Ahora es el momento de que alguien cuente una historia, como en las novelas del XIX”, dije yo. “A ser posible una historia de fantasmas”, añadió Miguel con una sonrisa. Nuestro anfitrión cerró un momento los ojos y luego comenzó en voz muy baja, como si hablara consigo mismo.

            —¿Sabéis por qué compré esta casa en ruinas? ¿Por qué me dediqué durante años a restaurarla? Cuando era niño vivía muy cerca, la veía todos los días. Entonces estaba habitada por unos señores, en el pueblo se decía que eran marqueses, que vivían en Madrid. Venían de tarde en tarde, apenas se relacionaban con los vecinos, de vez en cuando daban fiestas. Yo me subía a lo más alto de ese tejo que crece junto a la ermita y contemplaba el jardín y a través de los ventanales el comedor iluminado. Ya era yo adolescente cuando dieron la última fiesta, la más espléndida de todas. De pronto, todavía se oían las risas y las conversaciones en el comedor, salió al jardín una mujer, atravesó la rosaleda y se sentó en un banco muy cerca del muro de piedra, casi debajo mismo de las ramas en que yo estaba encaramado. Una inmensa luna llena la iluminaba como si fuera de día. Había llorado, brillaban húmedos los ojos, y era la mujer más hermosa que yo había visto nunca, aunque por entonces, todo hay que decirlo, tampoco es que hubiera visto muchas mujeres. Alguien salió a buscarla, discutieron, la rama en la que yo estaba se rompió y a punto estuve de romperme yo la cabeza. Fue la última fiesta, la casa estuvo en venta muchos años y fue deteriorándose poco a poco hasta que yo la compré. No pude olvidar aquella cara triste, soñaba con ella muchas noches. Me casé, me separé, me volví a casar. Por probar suerte porque de sobra sabía que solo con aquella mujer volvería a ser feliz. “Nos estás contando la historia de El gran Meaulnes”, diréis vosotros. Algo de eso hay, ya se sabe que la naturaleza imita al arte. Y resulta que un día la volví a encontrar, al salir de una aburrida reunión de banqueros y políticos, muy irritado yo por las exigencias del que representaba los negocios particulares del entonces jefe del Estado. Estaba en la acera, mirando impaciente el reloj, como esperando a alguien. No os la describo, mejor que la imaginéis, solo os diré que era tan hermosa que no parecía de este mundo. Habían pasado treinta años y era como si solo hubieran pasado unos minutos. Incluso creí entrever las mismas lágrimas en sus ojos. No me atrevía a acercarme. Ella, cansada de esperar, alzó un brazo para detener un taxi. Pero todos pasaban ocupados. Comenzó a llover. Ella no tenía paraguas y no parecía importarle mojarse. Yo me acerqué con el mío. “Perdone que la moleste, pero creo que nos conocemos. ¿No tiene usted una casa en Abuli, cerca de Oviedo?”, “La tenían mis padres, hace años que no van por allí”. “Yo soy el chico que se quedó pasmado mirándola, que se cayó de la rama en que estaba subido y por poco se rompe la cabeza”. Me miró sin entender de qué hablaba. Entonces paró un coche junto a la acera, ella abrió de inmediato la puerta gritándole algo al conductor y se marchó sin despedirse”. Yo acababa de comprar este caserón y durante el tiempo que tardamos en restaurarlo, más de un año, traté de volver a verla. No di con ella, aunque contraté —no os riais— a una agencia de detectives, como en las películas. Pasó el tiempo, demasiado tiempo, cuando hace apenas una semana, una espléndida tarde todavía otoñal, llamaron a la puerta. Era ella, la misma mujer que yo había visto aquella mágica noche de mi adolescencia, y sonreía feliz. Seguía teniendo menos de treinta años, pero yo estaba a punto de cumplir setenta. Le enseñé la casa, los jardines, la huerta. La acompañaba una anciana —no sé si su madre o su abuela— que se sentó, suspirando, en el mismo banco en que se había sentado, una noche de luna, la mujer de mis sueños mientras que yo la contemplaba desde lo alto del tejo que crece, que sigue creciendo, junto a la ermita.

Jueves, 19 de enero
CUMPLEAÑOS FELIZ

Hoy, cuando se cumplen cien años de su nacimiento, iba a inaugurarse el congreso internacional sobre Eugénio de Andrade, al que estaba invitado. Tendría tres sedes: en Fundao, donde nació el poeta; en Lisboa, donde transcurrió su adolescencia, y en Oporto, donde residió la mayor parte de su vida. Quedaba fuera Coímbra, donde estudió, se enamoró y escribió Las manos y los frutos. Pero razones no bien explicadas obligaron a retrasarlo, no sé si indefinidamente. No están los tiempos para dispendios económicos de este tipo.

Leí por primera vez a Andrade en la Coímbra de su juventud, le conocí personalmente en Oviedo, a donde vino a presentar un libro traducido al asturiano, le vi por última vez en la maravillosa sede de su Fundación, en la foz del Duero, frente a aquellas palmeras, “esbeltas como los marineros de Ulises” , que él llevó a sus poemas, frente a las puestas de sol más hermosas del mundo.

Por problemas legales, por torpeza de los patronos, la Fundación inaugurada por Mário Soares, entonces presidente de la República, cerró; ahora el congreso en el que tanta ilusión pusieron sus amigos y estudiosos, como Arnaldo Saraiva, se suspende. Pero el poeta ahí sigue, donde debe estar, en la memoria de los lectores.

Feliz cumpleaños, Eugénio, y que sigas cumpliendo muchos siglos más.

Viernes, 20 de enero
 ÉXITO

“Como a todo el mundo, me gusta el éxito, pero para mí el éxito no es como para todo el mundo”, pienso cuando un amigo —con no muy buena intención—  me recuerda que ya tengo edad de homenajes y, sin embargo, nadie me hace caso. “¡Soy un fracasado! Me resignaré a no recibir nunca un premio, aunque sea municipal y espeso, a no alternar con azúas y gimferreres”, le respondo. La verdad es que el éxito que tengo —seguir escribiendo y publicando y no dejando a ninguna ilustre momia dormirse sobre sus laureles—  no lo cambiaría por ningún otro.



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sábado, 14 de enero de 2023

Kissinger y yo

 

Sábado, 7 de enero
TÚ ESTÁS LOCO, MARTÍN

—-No te pases, Martín, no te pases. Que ya te falta muy poco para acabar defendiendo públicamente a genocidas.

            —Otros son quienes los defienden.. Yo es que no puedo no pensar. ¿Cómo llamarías tú a un presidente de Serbia que, atiborrado de armas y dinero por Rusia y China —es un suponer— atacara Kosovo (cuya independencia no está reconocida por muchos países, entre ellos España) y declarara su intención de no finalizar la guerra hasta no incorporarlo de nuevo a Serbia (de la que se separó por la fuerza y ayudado por potencias extranjeras) y encarcelar, exterminar o expulsar a, todos los independentistas (él diría terroristas) que no se sienten serbios, o sea, a la mayoría de la población? Pues lo que tú llamarías a ese hipotético presidente de Serbia es lo que yo llamaría a Zelenski si me atreviera. Y no solo a él, sino muy especialmente, a quienes tiran de las cuerdas de esa marioneta y le escriben el guion tan eficazmente interpretado.

            —¡Cómo puedes pensar tales barbaridades, Martín! ¡Tú estás loco! Según tú, Putin merece el premio Nobel de la paz.

            —Tampoco hay que exagerar. De lo que estoy seguro es de que Zelenski merece un Oscar al mejor actor secundario.

Domingo, 8 de enero
EL BUEN PATRIOTA

No soy tan ingenuo como parezco. Me creo todo lo que me cuentan, pero solo mientras dura el cuento.

            Pensar es pensar por cuenta propia.

            Al profeta no le gustan que se cumplan sus profecías.

            No siempre hago lo que quiero, a menudo me conformo con hacer lo que puedo.

            Las cosas no acaban de pasar hasta que no se cuentan.

El buen patriota comprende (y perdona) los patriotismos ajenos.

Lunes, 9 de enero
UN ENCUENTRO EN LOS PORCHES

Estoy sentado, como cada mañana, en la mesa redonda de Los Porches, hojeando un libro de versos que me acaba de llegar (no parece gran cosa), cuando se me acerca un desconocido. “¿José Luis García Martín? ¿Le importa que me siente un momento? Me gustaría hablar con usted, le leo todas las semanas”. No me importa, por supuesto. Sospecho que el libro que traigo entre manos no me va a entretener más que unos pocos minutos y yo tengo que cumplir mi horario: llego a las doce y marcho poco antes de la una.

            —Me gustaban mucho sus historias de fantasmas. ¿Ya no las escribe? Yo puedo contarle una que comienza de la manera más vulgar y más triste. Me casé, tuve dos hijos; a mi mujer la fui queriendo cada vez menos; a mis hijos, cada vez más. Acabamos separándonos, yo creía que de manera amistosa, ni ella ni yo teníamos otra relación. Al principio, todo fue bien, nos llevábamos mucho mejor que cuando vivíamos juntos. Ella se quedó con la custodia de los niños, un niño y una niña. Yo procuraba verlos todos los días, vivíamos muy cerca. Eran lo que más me importaba en el mundo. Pero poco a poco noté que se iban distanciando, se enfadaban por cualquier motivo, lloraban, querían volver con la madre. Al principio no entendía lo que pasaba, luego lo fui entendiendo, pero no quería acabar de creerlo: mi exmujer, que yo pensaba que era una buena amiga, los estaba volviendo en contra mía. Y usted dirá: ¿pero quién es este hombre? ¿A qué me cuenta a mí estas cosas? Usted no me conoce, es la primera vez que me ve, pero yo le considero parte de mi familia, la única que me ha seguido siendo fiel. Perdí a mis hijos, perdí su cariño, quiero decir, su madre los manipuló contra mí con un rencor que no acierto a explicar. Nos separamos de buenas maneras, ya le dije. Nuestras discusiones, que en los últimos tiempos eran frecuentes, nunca llegaron a más. Ni siquiera levantamos tanto la voz que lo oyeran los vecinos. Sufrí mucho, sin entender la causa. Eso era lo peor, no acertar a encontrar ninguna explicación a lo que me pasaba. Lo intenté todo, pero era como darse de cabezazos contra una pared. Me fui a trabajar a otra ciudad, me enamoré de nuevo, o creí enamorarme, aquello no funcionó. Al final lo solucioné de la única manera posible, quiero decir, que me maté. No le contaré los detalles, que tampoco fueron demasiado morbosos. Lo hice a la manera de la mafia, quiero decir procurando que pareciera un accidente. Ahora es el momento en que usted piensa que estoy loco. Pues no, no lo estoy, simplemente estoy muerto. Ya sé que no es habitual que los muertos sigan leyendo el periódico, yo lo leo los domingos sobre todo por usted y por Xuan Bello. De él me gusta la neblina melancólica que convierte en poesía todo lo que toca, y de usted las estocadas. Y también las historias de fantasmas, aunque hace tiempo que no cuenta ninguna. Lo que menos me gusta es cuando se mete en política y eso que los dos somos más bien de izquierdas y más de Irene Montero o Pedro Sánchez que de Amelia Valcárcel, Felipe González y otros dinosaurios.

Martes, 10 de enero
PARA QUERER

            La meta, una vez que se alcanza, deja de ser meta.

            Sin los mediocres, nadie destacaría.

            El mejor éxito es aquel que, por elegancia, se disfraza de fracaso.

            Ser bueno no siempre es bueno.

            Sin un punto de locura, la razón resulta demasiado sosa.

            No me gustaría ser inferior a mí mismo, aunque sé que soy inferior a la idea que tengo de mí mismo.

            A los amantes solo se les conoce bien cuando dejan de serlo.

            Para querer, como para odiar, no hacen falta buenas razones, cualquier pretexto sirve.

Miércoles, 11 de enero
EL DULCE LAMENTAR

La posteridad ya no es lo que era, esa es la tesis que algunos defienden hoy en la tertulia. Pero yo sigo creyendo en la posteridad. ¿Cómo no voy a creer si buena parte de los escritores que admiro y a los que siempre vuelvo vivieron hace siglos, como Horacio y Li Po, o hace poco más de un siglo, como Galdós y Pardo Bazán, que ya es bastante tiempo tal como van de aceleradas las cosas?

De los escritores de ahora, yo puedo intuir los que están ya en la historia de la literatura para quedarse y los que solo tienen una fugaz presencia mediática. Me ha gustado siempre mucho estudiar la historia literaria y he podido comprobar que los nombres que quedan de cada época suelen ser ya nombres importantes en esa época. Hay excepciones, pero se trata o de poetas que mueren muy jóvenes o de quienes, por la razón que sea, permanecieron inéditos, como Emily Dickinson y Fernando Pessoa, aunque este ya se dio a conocer en revistas y los lectores más atentos sabían de su valía. Pero un escritor que viva más de setenta años, que publique en medio siglo cien libros o más y al que no se le haga ni puto caso —valga la expresión coloquial—, no parece que se le vaya a hacer mucho más luego.

Estoy hablando de mí, claro. Los contertulios que se reparten la pantalla del ordenador piensan que lo hago irónicamente. Pero hablo en serio. Mi futuro está cubierto de polvo en las librerías de viejo. “Tampoco es mal futuro”, me dice Benítez Ariza. “Bueno o malo, no creo que haya otro para mí”, le respondo (aunque —esto no lo digo, pero lo pienso—, yo todavía no he perdido la esperanza de ser una de las escasas  excepciones  a esa regla general).

Jueves, 12 de enero
PIENSA BIEN

Es todo un arte saber qué secretos deben callarse y cuáles airearse.

            Hay quienes sienten el agradecimiento como una humillación.

            Una buena relación no es más que un afortunado malentendido.

            Si piensas bien lo que vas a decir, a menudo no sabrás qué decir.

            Piensa con el corazón y pronto te romperán la cabeza.

Es imposible engañar a todos todo el tiempo, pero en democracia basta con engañar a la mayoría cada cuatro años.

            Abundan los esclavos felices.

Viernes, 13 de enero
OTRO KOSOVO

La verdad no tiene dos caras, sino mil y una. Y esa una que nadie quiere ver es en la que suelo fijarme yo. Putin será todo lo que dicen que es —menos un psicópata o una encarnación del diablo—, pero también es el liberador y defensor del Kosovo de Ucrania. Su papel en el Donbás es semejante al de la OTAN y la ONU en el territorio independizado ilegalmente de Serbia en 2008. Si Rusia, cuando el bombardeo de Belgrado por parte de la OTAN, hubiera adoptado la misma actitud que los Estados Unidos y sus aliados cuando el bombardeo de Kiev, la guerra en la antigua Yugoslavia todavía no habría terminado.

            Quizá más de uno lo ve así, pero solo se atreve a insinuarlo Kissinger y a decirlo yo.


sábado, 7 de enero de 2023

En la retaguardia: El mejor regalo

 

 

Sábado, 31 de diciembre
PROHIBIDO ABURRIR

Tomo un café en el Atrio, como cada sábado desde hace no sé cuántos años, y tras leer el periódico y hojear el libro que traigo conmigo, como aún quedan unos minutos para la hora de la comida, y hoy no ha venido nadie a visitarme, abro el cuaderno de notas y descifro con dificultad los garabatos que tracé el otro día durante la presentación de un libro. Soy la persona más maleducada del mundo, o la más educada, vaya usted a saber. Si estoy entre el público, soporto mal que me hagan perder el tiempo, pero siempre tengo la puerta abierta para escapar de un presentador aburrido. ¿Pero qué pasa si estoy en la mesa, a su lado? Pues saco mi negro moleskine y finjo que tomo notas. Sonrío al releerlas: “Vacuas palabras. / El tiempo se detiene, / yo escribo haikus”. “Un año más. / Y tan contento yo / con el regalo”. “Llegas a casa / tras otra vuelta al mundo / en cuatro calles”. “Cambia el camino / y cambia el caminante / aunque no cambie”. “En el silencio, / cuántas cosas escucho / que nadie dice”.

Martín Caicoya, cuando el primer presentador lleva media hora absorto en su nube divagatoria, me pide que pase un papel en el que ha escrito: “Diez minutos y termina”. ¡Diez minutos! Yo lo tacho: “Cinco minutos”. Pero luego me arrepiento, vuelvo a tacharlo y pongo en letras grandes: “¡Acaba ya!”.

El aburrimiento me vuelve insoportable. No tengo ninguna piedad por los que no tienen ningún respeto por el tiempo ajeno. Cuando se habla en público, lo primero que hay que hacer es conseguir la atención del público, y mantenerla.

Copio los haikus con una letra más clara, para entretenerme, no porque tengan mayor interés, y a continuación: “¿Importa que no me quieras / si te quiero por los dos? / Con saber que eres feliz, / basta para serlo yo”.

Sonrío. Me he pasado la vida repitiendo la misma copla. En lo que se refiere a las turbulencias del corazón, no me he aburrido.

Domingo, 1 de enero
BRILLO POR MI AUSENCIA

Un amigo ha tenido la paciencia de contar todos los nombres de poetas que han aparecido en los recuentos habituales de finales de año: exactamente, cuarenta y siete. Y como escandalizado, pero para fastidiar, me dice: “¡Y tú no apareces en ninguno! Ni siquiera en los que firman amigos tuyos y colaboradores de tu revista, como Álvaro Valverde o César Iglesias, que creo además que va a tu tertulia”.

            Ya sé que debería fastidiarme e indignarme tanto ninguneo, pero la verdad es que me divierte. Que mi Casual no figure entre los grandes libros del año resulta explicable, esos libros siempre se publican en determinadas editoriales y de inmediato se reseñan en los suplementos habituales, son ya los mejores antes de que nadie los lea, pero que no aparezca en las misericordiosas enumeraciones de final de lista ya no puede ser sino deliberado. Brillo por mi ausencia. Si todos te vetan, y no solo los de un bando o camarilla, algo estarás haciendo bien.

Lunes, 2 de enero
JIA YONG

Recordé estos días en que se vuelve a resucitar el peligro amarillo un cuento chino. El prefecto de Yuzhang, llamado Jia Yong, en una expedición militar fue derrotado y perdió la cabeza. A pesar de ello, montó en su caballo y regresó a palacio, donde todos se aglomeraron para verle. De su pecho salió una voz que dijo:

Es obvio que he fracasado en el combate y que ando algo maltrecho, pero lo que quería preguntaros es cómo me veis mejor, con cabeza o sin cabeza.

Entre llantos, respondieron a una:

—¡Con cabeza!

—Pues yo no me veo tan mal sin ella.

Y siguió gobernando durante más de veinte años.

Martes, 3 de enero
GRATA CONVIVENCIA

Soy un obseso del orden, de la puntualidad, de la repetición. No soporto los cambios. En el paraíso que yo me imagino todo tiene su momento, nunca ocurre lo inesperado. Si se rompe mi rutina es como si se abriera de pronto un boquete en la muralla. Estos días de fiesta, con todo alterado, son especialmente incómodos para mí. Todo está lleno de gente que uno no sabe dónde se esconde el resto del año. Parece que hasta los muertos resucitan por estas fechas, les dan unos días de vacaciones y les dejan volver para dar una vuelta y comprar, comprar, comprar.

            —Exageras, Martín. ¿Has ido a alguna consulta psiquiátrica? ¿Has tomado algún ansiolítico? ¿Has tenido alguna crisis de pánico, pensamientos suicidas?

            —No, no.

            —¿Has pensado siquiera alguna vez que la vida es una mierda?

            —La de algunos quizás, la mía no.

            —Pues no te quejes, que a ti con el desorden te pasa lo mismo que con la soledad. No soportas ni el uno ni la otra y llevas toda la vida conviviendo felizmente con ambos.

Miércoles, 4 de enero
HABLA XUAN BELLO

Esta historia la sé por el propio Álvaro Cunqueiro, que me la contó una tarde, antes de la conferencia que dio en el Ateneo, que estaba en la calle Palacio Valdés, frente a la iglesia de San Juan. Tomábamos unos vinos en La Perla, y por allí andaban Juan Cueto, Carmela Greciet y no sé quién más. En el palacio del Pardo comenzaron a faltar cosas, y no cualquier cosa: joyas valiosas y especialmente esos collares de perlas a los que tan aficionada era Carmen Polo. Nadie se explicaba cómo podía ocurrir una cosa así en un sitio tan vigilado. Se investigó y se interrogó a la servidumbre, pero nada, ni una pista. Se aumentó la vigilancia. Y las cosas seguían faltando. Para más misterio algunas de ellas aparecían luego en cualquier rincón. Se llamó a las mentes más lúcidas de la policía española sin resultado. Aquellos robos estuvieron a punto de convertirse en un problema gubernamental. Resulta que Manuel Fraga, entonces el más destacado de los nuevos políticos, el llamado a garantizar la continuidad del régimen, tras un dilatado consejo de ministros, pasó a saludar a doña Carmen. “¿Qué lleva usted en el bolsillo, don Manuel?”, preguntó ella extrañada al ver asomar algo del abultado bolsillo de su americana. Él entonces sacó un inmenso collar y lo miró atónito. “Le juro, señora, que nunca lo había visto antes”. “Te creo, te creo. Esta casa está embrujada. Habrá que llamar a un exorcista”. Pero Manuel Fraga a quien llamó fue a su amigo Álvaro Cunqueiro. Este le había contado que, en el mercado de Portobello, en Londres, había comprado, por unas pocas libras, el gorro del mago Merlín y que, entre sus propiedades estaba que, quien se lo ponía, era capaz de acertar cualquier enigma. “No es que yo crea en esas patrañas, dijo don Manuel al escritor, pero me juego mi futuro político como no aclare a la señora qué pasa con sus joyas y por qué apareció en mi bolsillo el collar que le regalaron los joyeros de Oviedo en la última visita”. “Pues nada, Manolo, vamos a intentarlo”. Y allá se presentaron los dos en el Pardo con el mágico sombrerito en un maletín. Por cierto, no es un gorro cónico como el de los magos de los cuentos. Parece más bien un sombrero tirolés, solo le falta la pluma. Todavía se conserva y si pasas por Mondoñedo lo puedes ver en una vitrina en la casa museo de Cunqueiro, frente a la catedral. Nada más llegar el escritor y el político al Pardo, les hicieron pasar a las habitaciones privadas de los señores. Franco estaba medio adormilado viendo una película de vaqueros que daban por televisión. Carmen Polo los llevó a una salita. “Ayer mismo me ha faltado una esmeralda que me regaló Evita Perón cuando vino por aquí hace años”. Cunqueiro —y te recuerdo que esto me lo contó él mismo— abrió con mucha parsimonia el maletín, se puso el gorro, cerró los ojos y al instante lo vio todo claro. Resulta que la mujer de Franco, además de cleptómana, era sonámbula y ella misma robaba y escondía sus propias joyas. No sé lo que habrá de verdad en esta historia. Yo la oí de labios de Cunqueiro tal como te la cuento. Una vez fui a Mondoñedo con Olga Novo y, como ella conocía al director de la casa museo, le dijimos que nos dejara probarnos el gorro de Merlín. Yo me lo puse y quise averiguar algún enigma, como cuándo el asturiano sería lengua oficial. Pero parece que el gorro había perdido sus mágicas propiedades o era un misterio demasiado insondable.

Jueves, 5 de enero
TODOS CHINOS

Como en una cinta de Moebius, esa superficie de una sola cara, quedo atrapado en un buble de las calles por las que va a pasar la cabalgata. Multitud, vallas y policía cortando el paso. Más de media hora tratando de escapar. Una mujer grita que la dejen pasar, que llega tarde, que tiene que cuidar a una anciana. Otra que tiene cita con el médico. Es inútil. Nadie se conmueve. Yo me río, una vez más, de las autoridades político sanitarias, que nos trataron como a chinos: hoy no puedes caminar solo por el campo solitario sin mascarilla y mañana puedes aglomerarte en la calle con el aliento de los demás en el cogote.

Viernes, 6 de enero
LA VIDA SIGUE

Una nueva mañana es el regalo que más aprecio cada mañana, también en la mañana de Reyes.