viernes, 25 de febrero de 2022

Elogio de la cordura: Arde Belgrado

 

 

Sábado, 19 de febrero
PARA SER FELIZ

He pensado mucho estos últimos malos días sobre en qué consiste la felicidad. No la felicidad en general, que eso se lo dejo para los expertos en vaguedades, filósofos y psicólogos, y para los autores de libros de autoayuda, sino la mía en concreto.

            He llegado a la conclusión de que, si la salud ayuda, si no hay catástrofes a mi alrededor, yo necesito pocas cosas para que cada día sea el mejor día de mi vida: tres o cuatro horas de lectura, tres o cuatro de conversación y una o dos de paseo por la ciudad, a lo Baudelaire, o por el campo, a lo Rousseau.

            Lo primero me es fácil conseguirlo, aunque no tanto como puede parecer. No soy demasiado amigo de relecturas ni de gruesos tomos que me tengan semanas y semanas entretenido. Los libros que me interesan deben durarme cuatro o cinco días a lo sumo y siempre alternados con otros más breves. Y no soy lector de cualquier cosa, aunque tenga gustos variados. Los libros de poesía que me envían los autores no suelen entretenerme más que cinco minutos, y no digo nada de las publicaciones académicas de consumo curricular. Afortunadamente hay docenas y docenas de editores, traductores, investigadores trabajando para mí y rara es la mañana en que entre en mi librería habitual y, tras explorar las novedades, no salga con algún título apasionante (aunque a menudo me defraude luego, pero esa es ley de vida).

            En lo de la conversación, como no sea conmigo mismo, lo tengo más difícil. Cierto que participo en una tertulia, primero solo presencial y ahora también virtual, desde 1980. Pero tengo un pequeño problema: me gusta llevar siempre la voz cantante. A veces pienso que soy un poco Unamuno, que no busco interlocutores, sino oyentes o, algo peor, gente a la que rebatir. Y a estas alturas me resulta difícil cambiar. Para ser feliz necesitaría un continuo trasiego de interlocutores, que cuando los que te escuchan deslumbrados se cansen de ti (suele ocurrir al paso de algunos meses o de algunos cursos), llegue el recambio con su inédita carga de asombros. Mi vida ideal sería la de Sócrates: salir de casa temprano (soy de los que piensan que, como fuera de casa, en ninguna parte), ponerme a pasear por las calles de Atenas y que, en seguida, se me acerquen dos o tres jóvenes listillos y ociosos dispuestos a ponerme en un apuro hablándome de la justicia, de la verdad o de las relaciones entre el rey de los persas con el tontorrón de Biden.

            Y pasear un tiempo a solas, al amanecer o al caer la tarde, escuchando las esquilas de las vacas, asombrándome ante cualquier flor de la que ignoro el nombre o con el juego de la luz y de la sombra entre las ramas de los árboles. No pensar en nada, que es el principio de la sabiduría.

            Me da vergüenza reconocerlo, pero yo más que amigos, más que conocidos con los que charlar de trivialidades, lo que necesito son admiradores, esa especie tan escasa (al menos en mi caso). Me sería fácil tenerlos si yo ocupara algún cargo institucional, desde el que poder hacer favores, o fuera famoso como Jorge Javier Vázquez. Pero yo soy un don nadie, como Sócrates (espero que con mejor final), y para admirar mi talento hacen falta ciertos requisitos: tener talento, generosidad y tiempo libre.

Domingo, 20 de febrero
POIROT

Lo siento, he cometido el mayor de los pecados que una persona puede cometer: he ido a ver Muerte en el Nilo, sabiendo de sobra lo que me esperaba. Muy pronto dejó de interesarme quién mató a quién, y por qué rebuscado por qué, y me entretuve tratando de mejorar el guion. No pude resistir la tentación de homenajear los buenos ratos que pasé leyendo a Agatha Christie cuando tenía catorce o quince años. Creo que nunca he vuelto a ser tan feliz. Bueno, sí, leyendo, un poco antes, Dos años de vacaciones de Verne o, algo después, El candor del padre Brown de Chesterton.

            “Donde fuiste feliz alguna vez, / no debieras volver” se ha dicho. Tampoco se debe volver nunca a las intrigantes lecturas de la adolescencia, salvo convertidas en juguete cinematográfico.

            Por cierto, me divirtió mucho una andanada contra Poirot que parecía que iba dirigida a mí: ridículamente presuntuoso, vanidoso, egoísta… Pero más listo que nadie y capaz de resolver al final cualquier misterio.

Lunes, 21 de febrero
VOLVER

“¡Vaya cómo nos puso! ¡Se despachó bien contra nosotros!”, con esta andanada me recibió el dueño de Los Porches. ¡Y yo que pensaba que se iban a alegrar de volver a verme! Esta mañana, a las doce en punto, me dio por ir, como iba todos los días desde hacía cuarenta años, a Las Salesas. No me gusta perpetuar rencores. Soy tan ingenuo que no pensaba que iban a echarme en cara lo que dije de ellos durante la crisis de los pasaportes. Creo que al menos Íñigo, el camarero, sí se alegró: “A mí no me puso mal”. Y mi vanidad encontró una manera de darle la vuelta al reproche: “Por lo menos me leen. Y les importa lo que digo”. Luego volví a mi mesa habitual y a mi invisibilidad, que espero que dure otros cuarenta años (por los menos).

Martes, 22 de febrero
EL LOBO FEROZ

No tengo demasiada buena fama entre mis amigos como analista político. “Lo que tú piensas sobre cualquier tema es muy fácil de adivinar: lo contrario que todo el mundo”, me dicen. “Ahora te ha dado por defender a Rusia”.

            No creo que Rusia necesite mi defensa. La política exterior defiende los intereses de cada país, que en buena parte son económicos, no se dedica a difundir la democracia o a otras piadosas labores. El cuento del lobo malo del Kremlin que asusta a los corderitos de la Unión Europea que para defenderse piden ayuda al anciano pastor del otro lado del Atlántico yo no me lo creo. En la crisis de Ucrania, Putin supo desde el principio lo que quería: proteger a la Ucrania rusa (hay otra occidentalista) y no dejar que le metieran los misiles de la OTAN bajo sus narices. Desde el principio, ha llevado las riendas de la crisis y los demás han ido bailando al son que él tocaba. Ahora le ponen sanciones económicas y le amenazan con más sanciones que no dejan de dañar a los que las ponen. No me parece a mí que esta sea simplemente una cuestión de buenos y malos, de autócratas y demócratas. Hay intereses enfrentados y Putin está dando la impresión de que defiende los de su país mejor que Biden los del suyo. Sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Juega al gato y al Macron con Biden.

Miércoles, 23 de febrero
A QUIEN CORRESPONDA

El infierno, cuando se sale de él, solo es un lugar pintoresco sobre el que se pueden escribir reportajes o el primer canto de La divina comedia. Bromeo un poco en la tertulia sobre los malos días que he pasado, sobre los fantasmas de mi cerebro con los que he tenido que lidiar. Luego, antes de dormirme, hago recuento de los tesoros recuperados: la tan inmerecida amistad de tantos; los amaneceres como continua creación del mundo; las librerías donde siempre hay un libro que no sabía que existía y que estaba deseando leer; el azul del cielo; la nostalgia de Grecia; el tumulto de los pequeños colegiales, como en el poema de Machado, al salir en desorden de la escuela; el gran amor que nunca tuve y los pequeños amores que siempre tuve; el mar y ese rincón —al que siempre sueño con volver— donde se escucha cantar a las sirenas…

            Espero no olvidarme nunca de agradecer todo lo que me han devuelto a quien corresponda.

Jueves, 24 de febrero
Y VINO EL LOBO

“¡Ya están tus amigos rusos invadiendo Ucrania! ¡A ver cómo defiendes ahora a esos genocidas!”, me dice un amigo poco dado a las sutilezas intelectuales.

            “¡Que viene el lobo, que viene el lobo!”, gritaba el pastorcillo de Washington. Y el lobo vino por fin a hacer lo que la OTAN hizo en 1999. No lo ha dicho nadie (me gusta decir cosas que nadie ha dicho), pero el mentor de Putin en esta crisis no fue el zar Pedro el Grande, sino Javier Solana. Serbia combatía a los independentistas de Kosovo como Ucrania a los de Donbás. Y al bueno de Solana, sin encomendarse a Dios ni al diablo (esto es, sin el aval del Consejo de Seguridad de la ONU), no se le ocurrió otra cosa que bombardear Belgrado entre el 24 de marzo y el 11 de junio de 1999. Hubo unas quinientas víctimas militares y unas cinco mil civiles, del lado serbio; del lado de los defensores de la civilización occidental, dos soldados que murieron en accidente de helicóptero. La independencia de Kosovo —que legalmente formaba parte de Serbia—  todavía no ha la ha reconocido, por cierto, España.

Viernes, 25 de febrero
REALPOLITIK

En cualquier conflicto, las dos partes tienen sus razones, pero la razón solo la tiene el que consigue la victoria.

            Solo entre los vencidos hay criminales de guerra; la barbarie de los vencedores son simples daños colaterales.

            Lo que se consigue por la fuerza solo se pierde por la fuerza.



           

sábado, 19 de febrero de 2022

Elogio de la cordura: El gozo de vivir

 

 

Domingo, 13 de febrero
NEGOCIOS RAROS

Siempre he tenido fascinación por Nápoles,  desde los tiempos de Garcilaso y la canción a la flor de Gnido: “Si de mi baja lira, / tanto pudiese el son que en un momento…”

No se me ocultan sus puntos oscuros, pero en pocos lugares he sido tan feliz, a veces con motivo para ello y otras, las más, sin motivo alguno. Quizá por eso, porque me siento de allí, nunca he podido sentir simpatía alguna por Roberto Saviano. Leí su Gomorra a poco de aparecer (incluso creo que reseñé la versión española) y me pareció una efectista colección de reportajes. Lo que vino después escapa a cualquier pensamiento racional. Al parecer, la camorra se sintió en riesgo ante aquella denuncia y amenazó de muerte al autor. El resultado: que un libro que iba a vender unos pocos miles de ejemplares y a pasar sin pena ni gloria vendió millones y convirtió a su autor en una celebridad mundial. Desde entonces vive oculto, protegido por la policía, pero haciendo buenos negocios con las adaptaciones de su obra y con cada nueva “denuncia” que al parecer pone en un brete a los delincuentes napolitanos. Lo único que le hace salir de su escondite son las actividades promocionales: el negocio es el negocio.

Ahora publica Todavía estoy vivo, una novela gráfica sobre su vida clandestina y con ese motivo ocupa las portadas de los más importantes suplementos. En una caravana de coches blindados, se desplaza a Nápoles acompañado de policías, periodistas y fotógrafos y allí posa en distintos lugares y nos hace oír una vez más su triste historia. Una historia que algo tiene de inverosímil y que yo —como buen napolitano adoptivo— no acabo de creerme. Oigámosle como empezó todo. Fue un 17 de septiembre de 2006. Estaba presentando su libro en Casal de Principe y de pronto citó por su nombre a los capos del territorio —los Schiavone , los Iovine, los Bardellino o los Zagaria— y les gritó: “Marchaos, no sois de esta tierra. Dejad de serlo, echémoslo, no sois nadie, vivís escondido”. ¡Cómo debieron de temblar los capos ante aquel superhéroe!  Al parecer, la primera amenaza de muerte llegó dos meses después. Si los capos se hubieran sentido acosados por esa especie de intento de motín, tuvieron tiempo de sobra para quitar a Saviano de delante antes que se fuera protegido por la policía y se convirtiera en una celebridad mundial.

            En fin, soy un poco cruel, pero creo que de los derechos de autor de la obras de Saviano un tanto por ciento muy sustancial corresponde a la camorra y que las editoriales que se lucran de la amenaza no dejarán de abonarlo. Ya se sabe que cuando la mafia quiere quitarse de delante a alguien —recordemos el caso de los jueces Falcone y Borsellino—, sabe cómo hacerlo de manera efectiva, nada de “quiero y no puedo”.

Lunes, 14 de febrero
QUIZÁ NO

¿A quién no le habría gustado vivir otra vida? Siempre que llega esta fecha, tan acaramelada y convencional, pienso que debería haberme enamorado hace medio siglo (me enamoré), ser correspondido (no lo fui) y ahora seguir viviendo con la misma persona.

¿Habría sido más feliz? Quizá no, pero siempre añoramos una vida distinta de la que nos ha tocado vivir.

Martes, 15 de febrero
LA QUE ME ESPERA

Estamos tan acostumbrados al milagro, a que el sol siga saliendo todos los días, que no le damos ninguna importancia a tantos pequeños prodigios cotidianos. Recojo el nuevo número de la revista Clarín, el 157, que inaugura el año 28, y me siento a disfrutar del regalo en el Campo de San Francisco, ya casi primaveral.

En la cubierta , una especie de casita de cuento de hadas. En realidad, es un hotel de insectos que fotografié en el jardín botánico de la universidad de Sofía (en Lastres, encontré luego uno bastante parecido). Encaja muy bien esa imagen con el parque soleado e indolente que me rodea.

“Para todo hay término y hay tasa”, escribió Borges (y se le ocurre a cualquiera). Yo he sido afortunado y en mi caso parece que no había término ni tasa para las cotidianas maravillas. Todo lo que hago lo llevo haciendo, como quien no quiere la cosa, desde hace treinta años o cuarenta o medio siglo. En marzo del 72, publiqué mi primer libro de poemas; dentro de unos días, en marzo, publicaré un nuevo libro de poemas. La vida me ha acostumbrado mal, me ha hecho creer que soy invulnerable e inmortal. Un pequeño tropezón me advierte que no es así. No quiero ni pensar en la que me espera. (Pero no puedo pensar en otra cosa.)

Miércoles, 16 de febrero
OTRAS COSAS ME PREOCUPAN MÁS

---Vives en otro mundo, Martín. ¿No te preocupa la situación de Ucrania? ¿No te preocupa que en Castilla y León lleguen al poder los herederos de Franco?

---Otras cosas me preocupan más, la verdad. Veo lo que dicen los periódicos y no me parece especialmente alarmante ni una cosa ni otra.

----No te entiendo. Antes siempre estabas a la izquierda, ahora parece que todo te da igual.

---He ido perdiendo entusiasmo por el juego de la política, qué le vamos a hacer. El parlamento me parece un mercadillo donde todo se compra y se vende y las leyes se aprueban por las razones más peregrinas. Pero eso no me preocupa demasiado. ¿Cuándo no ha sido así en buena democracia? La política siempre ha tenido como ideólogo a Groucho Marx: “Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”. La verdad es que a mí lo único que me asusta es la violencia. Que la democracia acabe a tiros, como en los años treinta. Mientras los asuntos se resuelvan negociando y votando, todo va bien.

---¿O sea que para ti lo mismo es que el vicepresidente del gobierno sea Pablo Iglesias que Santiago Abascal?

---Lo mismo, no. Unos verán una catástrofe en un caso y otros en el otro. Para mí, si están ahí porque eso es lo que han querido los españoles, pues no veo nada especialmente grave, aunque uno me guste más que el otro. Hace un rato escuchaba a Jon Juaristi en la tertulia de los miércoles y se me ocurrió pensar que, de derechas o de izquierdas, presuma de o no de españolista, no es menos vasco que Sabino Arana. Ni José Antonio Aguirre lo es más que José María de Areilza. Los años le vuelven a uno menos sectario. Vasca es Bayona, una de mis ciudades favoritas, y por eso mismo muy española la antigua, con su fiesta de los toros anunciada en grandes carteles.

----No te reconozco, Martín. Y lo de Ucrania, ¿también te trae al pairo?

---Yo lo veo como un juego del gato y el ratón. El gato es Putin, por supuesto, y el ratón Biden, con los demás países de la OTAN que ni pinchan ni cortan. Es Biden quien mete miedo a los ucranios para que acaben haciendo lo que a Putin le dé la gana. El genio político de estos tiempos es Putin, un genio del mal, si quieres, pero un genio. Es el único que sabe lo que quiere y sabe cómo conseguirlo.

            ----Menos mal que no te dedicas al comentario político, Martín. Sigue con la literatura, que es lo tuyo, en política no das pie con bola.

Jueves, 17 de febrero
NINGUNA DUDA

Entre los lugares que visitó Saviano en su viaje promocional a Nápoles, aparte de las Velas de Scampia, escenario principal de Gomorra, se encuentra uno de los miradores que yo prefiero, el de la Certosa de San Martino. Qué hermosa la ciudad a mis pies y al fondo, en el centelleo de las aguas, las islas del golfo. “Un paraíso habitado por diablos” definió a Nápoles Benedetto Croce. Pero no solo hay diablos en Nápoles, puedo dar fe de ello. Y no me extraña nada que a Saviano, que vive de propagar la mala imagen de la ciudad, no se le quiera bien. ¿Ha contribuido a mejorar la vida de Nápoles con sus denuncias? Tengo mis dudas. ¿Ha descubierto con ellas algo que no supiera la policía? Por supuesto que no. En eso no tengo ninguna duda.

Viernes, 18 de febrero
TABÚ

Si no me importa reconocer que tengo dolor de muelas o de estómago, ¿por qué soy incapaz de reconocer el más mínimo problema de salud mental? A mí mismo no puedo engañarme: estos días he tenido un inicio de depresión, no es la primera vez, pero sí la primera que no desaparece al poco. Nunca me había ocurrido despertarme y no tener ganas de levantarme de un salto y ponerme a escribir. Me veía viejo, descatalogado, sin nada que hacer en este mundo, encerrado en el infierno. Somatizo la situación para no tener que reconocerla. Me creo una persona racional, pero soy la persona menos racional del mundo. Puedo reconocer cualquier enfermedad física, ninguna me avergüenza,  pero admitir que estoy deprimido que quizá necesitaría ayuda psiquiátrica, eso no. Tendrían que pasar por encima de mi cadáver. Afortunadamente, esta noche sentí un click y supe que era como si de pronto se hubiera encendido una luz y el mundo volviera a estar bien hecho. Me he salvado por poco. Ahora a aguardar la próxima embestida.




 

 

 

 

 

 

sábado, 12 de febrero de 2022

Elogio de la cordura: La vida literaria

 

Sábado, 5 de febrero
EL PERFECTO ESCUDERO

No hay escritor que no diga despreciar la vida literaria, aunque luego no haya ninguno que deteste participar en cualquier evento más o menos literario en el que tenga algún protagonismo.

            Pasa por Oviedo Alejandro Duque Amusco y yo recuerdo los días en que le miraba con envidia porque él participaba en la vida literaria y yo no, yo había tenido que inventármela en una revista llamada Jugar con fuego. Una de las primeras veces que coincidí con él en Madrid, estábamos charlando tranquilamente en una terraza cuando de pronto miró el reloj y dijo sobresaltado: “Perdona, pero tengo que dejarte. He quedado con Vicente y ya sabes cómo es Vicente. O estás allí a la hora en punto de la cita o pasa el siguiente”.

            Ese Vicente no era, por supuesto, ningún dentista, sino Vicente Aleixandre, al que yo entonces admiraba y tenía por el patriarca de la poesía española. Cuando no quedaba con Vicente, Alejandro Amusco (como firmaba entonces) estaba citado con Paco o con Carlos.  Cuarenta años después, sigue fiel a esas devociones. Yo hace tiempo que valoro poco a mis maestros de entonces.

—El miércoles pasado —le cuento— comentamos en la tertulia un poema verdaderamente deplorable, “Para una ciudad resistente”. Luego supimos que era de Aleixandre.

—-Sí, es un poemilla en pareados con rimas no muy felices. Pertenece al libro En un vasto dominio, que Aleixandre escribió a toda prisa para poder presentarlo al premio Etna-Taormina, que le habían dicho que se lo iban a dar. Lo tenía Guillén. Era la segunda vez que se lo prometían. Luego resulta que se lo dieron a Ana Akhmatova. Y más tarde a Alberti, con quien siempre tuvo una gran rivalidad, cosa que tampoco le hizo mucha gracia. Ese premio entonces era muy importante como reconocimiento internacional. Anda por ahí un vídeo en el que se ve a Quasimodo, que parece vestido de enterrador recibiéndolo mientras se celebra un desfile de alta costura. También se lo dieron a Jorge de Sena.

            Aleixandre, me parece ahora, más que un gran poeta fue un gran empresario de sí mismo. La caída del pedestal de Carlos, Carlos Bousoño, no fue menos estrepitosa. En los años setenta, aprendí mucho de él a la hora de leer la poesía contemporánea. E incluso admiraba su poesía, que contaba con pocos valedores. Luego no solo se dedicó a escribir cada vez peores poemas, sino a estropear los anteriores. El crítico no benefició al poeta.

            Alejandro Duque Amusco siguió siendo hasta el final amigo de todos y sigue siendo su principal estudioso. Educado, cortés, es el secretario perfecto, el heredero de José Luis Cano. No hay poeta que no quisiera tener un estudioso como él. Yo soy un iconoclasta, mi deporte favorito es derribar ídolos, sobre todo aquellos de los que fui devoto.

Domingo, 6 de febrero
AL MAL TIEMPO

Tener un gran amor imposible y muchos pequeños amores posibles. Esa es la clave de la felicidad.

No sacrifiques la pequeña felicidad de hoy por la gran felicidad de mañana.

Crees estar a punto de llegar a la cumbre y hace tiempo que has comenzado el descenso.

Era tan sobrio que no abusaba ni siquiera de  la alegría.

Basta cambiar la explicación de la realidad para que cambie la realidad.

Al mal tiempo, buena cara. Hasta que te la partan.

Lunes, 7 de febrero
LA MALETA LISTA

La lección del estoico: “Prepárate para vivir cien años, pero ten la maleta lista por si tuvieras que partir esta misma tarde”.

            (Yo la tengo casi lista, solo me quedan dos o tres asuntillos que resolver.)

 

Martes, 8 de febrero
ENCUENTRO EN FLORENCIA

Andan por Italia, en viaje cultural, los poetas del régimen —Leopoldo Panero, Luis Rosales, José María Souvirón—, todos ellos muy piadosamente católicos, muy seguros de su talento, muy desdeñosos de los españoles que andan por esos mundos sin ser capaces de acogerse a los brazos generosos y amantísimos del Caudillo. Al pasar por Florencia, aquel selecto grupo de patriotas coincide con un ilustre compatriota. Así lo refleja Souvirón en su diario: “En el hotel nos hemos encontrado a D. Maremágnum Guillén del Pío, poeta español  algo momificado por dentro y por fuera. Ha comido a las mismas horas, nos ha visto, pero se ha hecho el longui. ¿Por qué? Cualquiera sabía. De pronto en la calle encontronazo con don Facilísimo del Pío, que va con su amorcito, una patizamba retaca y culibaja. Tampoco nos saluda, claro está”. Se adivina el deseo de los tres buenos españoles, sobre todo si iban algo subidos de copas, de apedrear al réprobo, Jorge Guillén, que en Maremágnum había cometido el delito de arremeter en algún poema contra Franco, él, tan poeta puro.

Miércoles, 9 de febrero
CREÍ QUE ERAS JOSÉ AGUSTÍN

La vida literaria es uno de los más divertidos temas literarios. Por eso no nos cansamos nunca de leer La novela de un literato de Cansinos, las memorias de González Ruano o las biografías y caricaturas que Gómez de la Serna dedica a sus contemporáneos. La vida literaria siempre tuvo mucho de novela picaresca. Nos interesa más la de otra época que la nuestra, salvo cuando somos jóvenes. Entonces recibimos con avidez cualquier noticia de los escritores que admiramos. Recuerdo la vez que fui a Madrid, allá por 1979, a presentar Jugar con Fuego. Lo presentaba Luis Antonio de Villena, que entonces era para mí como el embajador de la nueva literatura. Entre el público, estaban Brines, Rosa Pereda, Marcos Ricardo Barnatán, Jaime Siles, Jesús Munárriz, no sé si también Carlos Bousoño. Para mí era encontrarme con la plana mayor de los escritores que admiraba. Luego fueron perdiendo su aura y en la mayor parte de los casos dejaron de ser amigos míos no sin que yo hiciera todo lo posible para conseguirlo. A Jaime Siles, cuyo Canon tanto admiraba entonces, le dediqué una reseña feroz. Hay quien todavía se sabe párrafos de memoria. Dionisia García me contó que, muchos años después, Siles le confesó “quiero olvidarla, pero la tengo clavada aquí” y se señaló la frente. Con Villena creo que fui especialmente injusto. Le admiraba como erudito y como poeta. Una vez le dije —acertando sin saberlo--  que su caso podría asimilarse al de António Botto, el amigo de Pessoa, célebre en los años veinte por la libertad erótica de sus versos y luego publicando cada vez más versos con menos interés hasta el final trágico en el Brasil. Villena representaba el aire de libertad de los años ochenta. No supo crecer, o eso me parece a mí. Siguió siendo el perpetuo Peter Pan con un sintaxis cada vez más embarullada. Pasé de admirarle mucho a tratarle casi como Souvirón a Guillén. Recuerdo que lo primero que conté en mi diario fue un encuentro de poetas jóvenes que él organizó en Tenerife y en el que tenía como se secretario a Leopoldo Alas, a quien luego me lo volví a encontrar homenajeado en Arnedo. Ahora los congresos de escritores me parecen el tema menos literario que existe. Pero el paso del tiempo los vuelve a mitificar. Dos anécdotas con José Agustín Goytisolo en los encuentros de poetas del cincuenta celebrados en Oviedo. “Cuidado con criticar a ese chico —me avisó una vez, en que me oyó poner reparos a un joven poeta—, llegará lejos. Conviene llevarse bien con él.” Ese chico era Luis García Montero. Otra vez, en la cena, me pidió que le cambiara el sitio porque tenía que decirle algo a Ángel González. Yo se lo cambié, por supuesto (ya estábamos esperando el café) y de pronto sentí una mano posada sobre mi rodilla. Miré, primero intrigado, y luego asustado, porque la mano comenzó a avanzar. Reconocí a una profesora (me había dado clase) que hablaba con la persona del otro lado. Me rebullí en la silla y entonces ella se volvió para mirarme. “Ah, perdona, creí que eras José Agustín”.

Jueves, 10 de febrero
¿ESTUVISTE MALO? 

—-¿Pero de verdad no vas a volver a tu mesa redonda en Las Salesas? Creo que eres un poco rencoroso. Qué culpa tienen ellos de que las autoridades, por probar todas las maneras de hacer el ridículo, impusieran lo del pasaporte. Ya viste que lo quitaron en seguida y que ni siquiera vigilaron su cumplimiento. No volviendo a tu sitio favorito solo te perjudicas tú. Ahí es donde te encuentra la gente sin necesidad de quedar citado contigo. Ayer entré yo y pregunté por ti. “¿No ha venido el poeta?”, “Hace unos días que no viene, debe de estar de viaje”, me dijeron. Deberías ser menos sensiblemente vanidoso. Me recuerdas a Marino Gómez Santos, que a los veinte años escribió un libro sobre Clarín y se fue con él a Madrid y consiguió que se lo prologara Gregorio Marañón. Pronto comenzó a escribir en los mejores periódicos. Después de unos meses de ausencia, volvió a Oviedo y se presentó en su tertulia habitual esperando recibir las felicitaciones de todos. Pero nadie le hizo caso. Ya en el momento de la despedida, el que llevaba la voz cantante se volvió hacia él y le dijo: “Hace tiempo que no venías por aquí, Marinín, ¿estuviste malo?”

Viernes, 11 de febrero
VENECIA EXPRESS

Soñé que moría acuchillado en un tren y que Poirot descubría que todos los pasajeros, antes de avisar a la policía, dieron una gran fiesta en el vagón restaurante. Los pasajeros eran escritores que iban a Venecia para participar en un homenaje a Antonio Gamoneda organizado por el Ministerio de Cultura. “¡Ya se murió ese perro!”, cantaban cuando llegó el detective.


sábado, 5 de febrero de 2022

Elogio de la cordura: La rueda de la fortuna

  

Sábado, 29 de enero
UN FRACASADO

Aunque no lo parezca, soy un hombre bastante práctico, más Sancho que Quijote. Para no agobiarme cuando tarda el sueño, se me ha ocurrido recurrir a algo que siempre me entretiene: sacar un tema de debate. Tengo varios preparados. El de esta noche ha sido si puedo considerarme un triunfador o un fracasado. Se me da bien eso de encontrar contundentes razones para defender una posición y la contraria. Después de mucho debatir, llego a la conclusión de que soy más lo segundo que lo primero. Hasta hace poco opinaba lo contrario; cierto que mis libros no se venden demasiado, no he obtenido ningún premio, no soy rico. Pero tengo todo el dinero que necesito, siempre he creído que los premios manchan el currículum (pobre Brines que creía que había llegado a la cima del Parnaso cuando le dieron ese premio que tiene mucho de extremaunción, el Cervantes) y en cuanto a la escasa venta no estoy muy lejos de opinar como aquel discípulo de Mallarmé que valoraba tan poco a sus contemporáneos que, en cuanto vendía más de cien ejemplares, comenzaba a deprimirse.

Yo me consideraba un triunfador; de incógnito, por supuesto, pero un triunfador. Desde que he descubierto mi verdadera vocación, ya no me considero así. Debería haberme dedicado a la política. A mí lo que más me gusta, ahora lo sé, es el poder. Solo teniendo poder se puede cambiar el mundo, mejorar la vida de la gente. Claro que el poder de los políticos es también limitado, quizá mejor estar entre los que pueden comprar políticos y periódicos. Estas cosas me las digo a mí mismo, mientras llega el sueño, pero por supuesto me cuidaría mucho de decirlas en público. Pero de dedicarme a la política sí que habría sido un fracasado porque los dos únicos puestos que me interesarían son el de presidente del gobierno o el de presidente de la República, Draghi o Mattarella. Bien mirado, aunque sea alérgico a los premios, tampoco estaría mal ese que dan unos académicos suecos  y la gente cree que lo da el Espíritu Santo, el premio Nobel. A García Márquez le consultaban jefes de Estado. Si yo fuera premio Nobel, seguro que no me costaría mucho conseguir una charla privada con Felipe de Borbón o con Pedro Sánchez. “Aconséjame, por favor, García Martín, que yo ya no sé cómo salir del embrollo en que me han metido mis asesores con su restricciones de quita y pon y su rentable vacunación perpetua”, me suplicaría Pedro Sánchez. “Es muy sencillo —respondería yo—. Lo primero…”

            En estas gratas fantasías me entretengo mientras llega el sueño. Luego duermo como un bebé y me despierto descansado y feliz. No seré un triunfador, pero no me las apaño del todo mal en mi vida de fracasado.

Domingo, 30 de enero
EL REGRESO

En todas partes cuecen habas, también en el Met. El Rigoletto de Bartlett Sher se ambienta en la república de Weimar, no en la corte de Mantua ni la de Francisco I en la que Víctor Hugo situó la obra en que Piave basó su libreto. Pero en la ópera cambiar de época es simplemente cambiar vestuario y decorado. Nadie soportaría hoy en escena la obra de Víctor Hugo, pero la música conserva este impactante melodrama como si se hubiera escrito ayer mismo. Cómo nos llega el dolor y la tragedia de Rigoletto en la voz —y el gesto: ventajas de la realización cinematográfica— de Quinn Kelsey, y el loco amor de Gilda, capaz de sacrificarse por salvar a quien se burla de ella, el duque de Mantua, en la de Rosa Feola.

            Este Rigoletto neoyorquino me recuerda a otro, de hace muchos años, en Newark, a donde nos llevó Hilario Barrero en un tren que partía de lo que yo llamaba la cicatriz, la zona cero. Luego comimos bacalao en el barrio portugués y era como estar en la Baixa lisboeta.

            Rigoletto lo volvería ver, a oír, cien veces, sin cansarme nunca. Con El callejón de las almas perdidas, a pesar de todas las visuales maravillas que encierra, no creo que repita. No me sentí cómodo en ningún momento, todo tiene un aire de pesadilla. Seguro que, a partir de ahora, en mis peores sueños, aparecerá la doctora Lilith Ritter, una gélida Cate Blanchett, para descuartizarme psicoanalizándome.

Lunes, 31 de enero
POR PRIMERA VEZ

El acto duró dos horas. Intervinieron tres conferenciantes, dos tediosa y tendenciosamente académicos y el otro, un orador de moda que despertó el entusiasmo de los adormilados asistentes. Pero si pasó a la historia, si se ha contado miles de veces, si se seguirá contando, fue por los cinco minutos finales. Me refiero a la celebración del Día de la Raza el 12 de octubre de 1936 en la Universidad de Salamanca. Incluso hubo recientemente quien se atrevió a negarlo y los periódicos lo dieron como una gran noticia. Lo que se negaba era solo que la versión de Luis Portillo fuera otra cosa que una impactante recreación literaria, cosa que todos sabían, salvo quizá un despistado historiador, Hugh Thomas. Ahora, en el libro Vencer no es convencer: la última lección de Unamuno, Pollux Hernúñez ha reconstruido ese acto de la manera más precisa posible, como un arqueólogo un jarrón o una estatua destrozados por la incuria del tiempo. Tiene en cuenta todos los testimonios, los de la primera hora y los que han ido apareciendo con el paso de los años, como unas cartas de Unamuno retenidas por la censura. Nos describe cómo era el local, cómo estaban sentados los participantes, la llegada tardía de Carmen Polo, que obliga a redistribuir la mesa presidencial. Había mucho público en el Paraninfo de la Universidad y mucha gente fuera, que escuchaba por los altavoces. Sabemos ahora que el acto fue retransmitido por radio, pero que solo había un micrófono en el atril de los conferenciantes, no en la mesa presidencial desde la que habló Unamuno, Sabemos que había taquígrafos que recogían las intervenciones, para publicarlas al día siguiente, pero si alguien recogió la de Unamuno no se ha conservado. No todos oyeron las palabras del rector, o no todos las oyeron con claridad, de ahí en parte las distintas versiones. El vozarrón de Millán Astray al interrumpir se oyó con mayor claridad, pero pronto los aplausos y los gritos impidieron escucharle bien. ¿Gritó “Muera la inteligencia” o “Mueran los intelectuales"? No se sabe. Tampoco si el “Viva la muerte” salió de su boca o de la de algún legionario. Pollux Hernúñez nos permite asistir a aquel acto como si estuviéramos en una de las primeras filas. Podemos escuchar —leer— todas las intervenciones, irritantemente tediosas, y comprender mejor el gesto final de Unamuno. Los militares a los que había apoyado mataban a sus mejores amigos, se mostraban más bárbaros que la barbarie que decían venir a combatir. Unamuno no sería Unamuno si se hubiera quedado callado. Nadie en ese momento se habría atrevido a decir lo que él dijo. Fueron sus últimas palabras en público. Las que le salvan para siempre, las que compensan tantos bandazos y errores, las que le dan un lugar de honor en la historia de la dignidad humana. Por primera vez, las podemos escuchar de la manera más exacta posible.

Martes, 1 de febrero
DEL AMOR

Ricardo Álamo recopila mil aforismos sobre el amor y otras pasiones, algunos míos. Como no me gustan ni los míos ni buena parte de los ajenos, me dedico a escribir otros. Al principio pensaba ir atribuyéndoselos a distintos autores. A Santo Tomás de Aquino, por ejemplo: “En el paraíso, la castidad es obligatoria”. Pero luego pensé que mejor que todos fueran de mi autor favorito, Oscar Wilde.

            Amar a una sola persona de cada vez es complicado, pero no imposible.

            Quien mucho ama mucho yerra.

            El sexo dentro del matrimonio es como el café descafeinado.

            No se pueden escribir poemas de amor sin haber estado enamorado. Ni estándolo.

            El odio es amor más tiempo.

            Siempre se ama menos de lo que se dice.

            Dios es promiscuo. Ama a cualquiera.

            Los amantes felices no se aburren nunca, pero aburren a todo el mundo.

            En amor, quien acierta a la primera no sabe lo que se pierde.

            El matrimonio es un error compartido.

            La fidelidad bien entendida admite tres o cuatro excepciones.

            Quien bien te quiere puede hacerte la vida imposible.

            Lo peor de los canallas es que solemos ser muy atractivos.

Miércoles, 2 de febrero
COLABORACIONISTAS

Cuando la histeria de la caza de brujas, también hubo dos posturas entre la gente de la calle. Unos lamentaban el destino de las pobres mujeres y escondían la leña, mientras que otros llevaban toda la que encontraban a la plaza y se quedaban a contemplar el espectáculo.

Jueves, 3 de febrero
PREMIO AL MÉRITO

Después de la tertulia de ayer, se me ocurrió que debería crear un Premio al Mérito para ir dándoselo a mis amigos escritores según el tiempo que llevan siendo amigos míos. De los años setenta, resisten Manuel Neila,  Abelardo Linares; de los ochenta, Andrés Trapiello (con sus más y sus menos), Jon Juaristi. Luis Alberto de Cuenca, Luis García Montero; de los noventa, algunos más. De todos ellos he ido comentando sus publicaciones; me temo que todos guardan algún zarpazo en su vanidad aún no completamente cicatrizado. Hoy le tocó el turno de queja a Jon Juaristi: se hablaba de Unamuno y del reciente libro de Póllux Hernúñez, que él decía haber leído y yo lo dudaba (sigue creyendo que el escándalo del Paraninfo fue un invención de Luis Portillo). De ahí pasamos a su biografía de Unamuno y del mucho espacio que dedica en ella a Delfina Molina, la pintoresca enamorada. “Tú me acusaste de no hablar de la poesía de Unamuno, de copiar solo cuatro poemas suyos. Pero ¿por qué tenía yo que copiar sus poemas, no era una antología?”. Ni me acuerdo de lo que escribí, pero José Cereijo lo busca de inmediato y resulta que yo subrayo que apenas se ocupa de la poesía de Unamuno y que solo copia un soneto a propósito de otra cosa mientras que se explaya con la chifladura de Delfina. Afortunadamente no llega la sangre al río, pero aparecen otras viejas heridas, como mi reseña de Los árboles portátiles. El primer Premio al Mérito, al aguante, dudaría si dárselo a Juaristi (a quien tantas veces le reproché sus cambios de chaqueta) o a mi editor, Abelardo Linares, que tiene conmigo más paciencia que un santo. Al final, pido disculpas por la vehemencia con que discrepo de todo el mundo, por no dejarles hablar, por empeñarme en tener siempre razón y, lo más grave de todo, por tenerla a menudo. “Tarde, pero aprendo”, les digo. “Ya por lo menos no estoy orgulloso de mis defectos, antes lo estaba. Soy un poco lento en mejorar, pero creo que para dentro de treinta o cuarenta  años ya seré un caballero educado y cortés, respetuoso incluso con los disparates ajenos”.

Viernes, 4 de febrero
PLUTONIO

“¡Ándate con cuidado!”, me dice un amigo que presume de haber trabajado con Villarejo y estar muy relacionado con las cloacas del Estado. “No sigas por ahí presumiendo de no estar vacunado, de no usar la mascarilla cuando no es necesaria y cachondeándote de barbones y macrones”. “¿Qué van a hacer? ¿Mandar a un agente para que choque conmigo en la calle y me pinche con una aguja infectada?”. “Eso ya lo han hecho. Lo que pasa es que, como no tienes la costumbre de andar con test de antígenos para arriba y para abajo, ni te enteraste. Este maldito Covid  no le hace nada al noventa o al noventa y cinco por ciento de los infectados y así no hay gran negocio que funcione. La próxima vez te van a pinchar dos veces, una con el virus famoso y otra con plutonio, como al espía ruso. Se te va a caer el pelo. Todos los periódicos se olvidarán del plutonio y titularán: ‘Negacionista en peligro de muerte por no estar vacunado’. Ya sabes cómo funciona hoy la información. Tienes un ictus después de la vacuna y nadie menciona la vacuna; mueres de infarto con covid y nadie menciona el infarto”.