sábado, 30 de mayo de 2020

Sin propósito de enmienda: Resurrección



Sábado, 23 de mayo
EN EL PARCHE

La felicidad es sentarse con dos amigos, esta mañana soleada, en una de las terrazas de la plaza del Ayuntamiento, que los avilesinos llamamos el Parche, muy cerca del palacio de Ferrera y de la calle porticada de San Francisco. Mis amigos, Edwin y Octavio, hablan de poesía y yo escucho, contra mi costumbre.
            ----En el acto de la creación  --dice Octavio—intervienen la tradición y la invención. Para hacer un poema son necesarios ciertos patrones como el metro, la rima, las figuras retóricas. Todo eso viene ya dado, la tradición se lo transmite al poeta. Pero, al mismo tiempo, hay que decir algo nuevo, personal. Al escribir un poema se inventa algo y a la vez se repiten cosas ya muy antiguas. Si se inventa demasiado, el texto es incomunicable. Si se inventa poco, también es un desastre; el texto no dice nada que pueda interesar a los demás.
            ----Leí en alguna parte que, según la Cábala, en el principio existía la palabra de Dios, un lenguaje universal, original, y que luego se perdió o se fragmentó. La poesía es el intento de recuperar ese texto perdido o ausente.
            ----La poesía es cosa de dos, un hablante y un oyente, como el lenguaje. Pero a veces son uno: cuando hablamos con nosotros mismo o con Dios. En la frontera entre Bolivia y Paraguay existe, según me han contado, una tribu nómada que se dedica a la caza y a la recolección de frutos. Acampan al anochecer y, tras cenar, los hombres salen a enfrentarse con la noche por cada uno de los cuatro puntos cardinales. Las mujeres y los niños se quedan en el campamento. Los hombres, separados unos de otros, componen poemas que recitan a los espíritus nocturnos. Es una especie de poesía épica que el cazador compone solo para la noche y sus presencias misteriosas.
            Edwin Honig, poeta norteamericano, traductor de Lorca y de Pessoa, conversa con Octavio Paz en Cambridge, Massachusetts, una mañana de octubre de 1975. Yo los escucho ahora en un número de la Revista de Occidente que acabo de encontrar en mi casa de la calle Rivero.
            Para mí el placer del café está ligado al de la buena conversación. Los amigos unas veces están en cuerpo y alma, otras en tinta y en papel, pero no por eso menos presentes.
            ----De aquella palabra primordial, de aquel perdido lenguaje originario del universo, nos llega un eco, solo un eco, en la palabra de los poetas –concluye Octavio.
            Y yo cierro la revista, me entretengo con el ir y venir de la gente, bebo un sorbo de café y trato de escuchar ese eco remoto: “Algunas noches, / al oído nos habla / el universo”..


Domingo, 24 de mayo
BUENA COSTUMBRE

En mi infancia, el sol de los domingos brillaba de otra manera que el resto de la semana. Había perdido esa buena costumbre, pero poco a poco está recuperándola.


Lunes, 25 de mayo
NO ME ARREPIENTO

Las personas que más queremos son las más capacitadas para hacernos daños. Me gusta presumir de ser un egoísta que no se preocupa por nadie, y lo finjo bien: engaño a bastante gente.
Mejor me hubiera ido si fuera cierto, pero a pesar de todo prefiero ser como soy y que me vaya como me va.


Martes, 26 de mayo
EN EL VETUSTA

El placer de recuperar las viejas costumbres. Ayer, a las siete y media, llegué al Vetusta cargado de papeles. Había gente en la terraza, pero nadie dentro. Yo me senté en mi mesa favorita y allí repasé la pruebas del habitual cuaderno de Valdediós (este año no sabemos si irá o no acompañado de recital) y luego viajé un rato con El plan es no tener plan, donde Fernando Castiñeiras, que asistió a mi charla sobre Matilde Ras en Lisboa y luego me acompañó a cenar, cuenta un “viaje sin rumbo por Sudamérica”, como se subtitula el volumen, uno de esos viajes que yo siempre he soñado y que jamás me atrevería a hacer.
            Hoy que quedado con uno de mis alumnos de este último curso, para comentar el relato que me ha enviado. Se trata de una distopía que transcurre en 2030. Tras largo tiempo sin salir de casa, las autoridades sanitarias no lo recomiendan, un joven sale a comprar comida, cansada su madre de tener que ser ella quien se enfrenta al mundo exterior. Se encuentra con una realidad muy distinta de la que conocía. El relato me recuerda a alguna de las pesadillas que yo mismo he tenido en estos últimos tiempos.
            Hablamos de literatura y yo, que siempre estoy pensando en términos de la historia de la literatura,  me imagino un encuentro entre el joven Borges, nacido exactamente cien años antes que Mario, y Armando Palacio Valdés, nacido cien años antes que yo, allá por 1920. ¿Qué le parecerían al exitoso Palacio Valdés los primeros relatos de Borges?
            No sé si mi acompañante llegará a ser Borges, pero de lo que estoy seguro es de que yo no soy Palacio Valdés, todo lo más un pequeño Clarín, aunque Clarín había muerto muchos años antes y su amigo le recordaba como un escritor frustrado por su mordacidad. A Palacio Valdés le quedaban todavía muchos años por vivir –en eso sí que me gustaría parecerme a él-- y pronto publicaría la obra suya que más me gusta, La novela de un novelista, donde cuenta las peleas entre los rapaces de mi calle, la calle Rivero, y los de Galiana.
            Siempre pienso en términos de la historia de la literatura, ya digo, que es como la historia de mi familia. ¿Significa eso que pienso pasar a ella? Todos los escritores afirman que no les preocupa la posteridad. A mí sí. A fin de cuentas es el lugar donde voy a pasar la mayor parte del tiempo, cientos o miles de años.
            Mis amigos sonríen cuando hablo de estas cosas.
----Lo más probable es que nadie se acuerde de ti, que la posteridad te haga tanto caso como ahora te hacen Babelia o El Cultural, me dice Ángel.
----No hablan de mí, pero eso no quiere decir q no sepan quién soy.
            Con la historia de la literatura me pasa lo que con la historia a secas: ni la segunda ni la primera probablemente se acordarán de mí, pero yo procuro vivir como si dentro de cien años alguien fuera a escribir minuciosamente mi biografía y procuro que no haya en ella nada de lo que avergonzarme.


Miércoles, 27 de mayo
MI BIBLIOTECA FAVORITA

Vuelven las lecturas en las cafeterías, mi biblioteca favorita. Cerrados todavía Los Porches, el café de la mañana es ahora en Antares, frente a mi casa. Esta mañana me toca una vez más Borges, que nunca cansa. Leer Borges profesor es como asistir a uno de sus cursos de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires. Sonrío al leer la anécdota que cuenta de Chesterton. Resulta que le encargaron un libro sobre Robert Browning, un poeta al que conocía tan bien que todas las citas de sus poemas las hizo de memoria. El editor se escandalizó al comprobar que había errores y las hizo revisar. Borges piensa que fue una lástima que nos impidiera conocer cómo Chesterton había transfigurado los versos de Browning.
Mi memoria es tan buen o tan mala como la de Chesterton. Incurre a menudo en pequeños errores, o no tan pequeños, que amigos como José Cereijo, que tienen otro tipo de memoria menos creativa, se ocupan de señalarme. A veces les hago caso y a veces no. Hace poco cité unos versos de Baroja que me gustan mucho, pero me gustan cómo yo los recuerdo, no cómo los escribió Baroja. La memoria de los lectores fue durante siglo el colaborador más eficaz de los poetas. La mía, como en tiempos de Homero o de los romances, sigue colaborando.
            Por la tarde, en el Vetusta, termino Los motivos de Aurora de Erich Hackl. No me animó mucho a leerlo el que fuera una novela y el que, como cuenta en el epílogo, cuándo la escribió en 1987 todavía desconocía muchos datos sobre Aurora Rodríguez y su hija Hildegart..
            Me entero leyéndolo que Hildegart, la desdichada “virgen roja”, no fue el único prodigio que crio Aurora. A los dieciséis años, se ocupó del hijo que tuvo de soltera su hermana soltera. Ese niño, Pepito Arriola, el Mozart español, ya tocaba el piano a los tres años, y se paseó de triunfo en triunfo por la Europa de comienzos del siglo XX.
            La novela de Erich Hackl está escrita con la intensidad de una crónica. Aurora Rodríguez mata a su hija para salvarla de sí misma. O eso cree ella y nos hace creer a nosotros Erich Hackl, a quien sin embargo le interesan menos las razones psicológicos o patológicas del comportamiento de Aurora que su significación social, el fracaso en su intento de crear un hombre nuevo, en este caso una mujer nueva, en una sociedad corrupta de raíz.


Jueves, 28 de mayo
DEL TIEMPO DE LOS MEDICI

Si nadie te envidia, no eres nadie.
No utilices razones para convencer a un tonto.
Cuídate de aquellos a lo que has ayudado a alcanzar el poder.
En política no hay reglas, todo son excepciones.
Si eres consejero de un príncipe, ten la habilidad de aparentar que las buenas ideas se le ocurren siempre a él.
A veces, para gobernar bien, hay que hacer el mal.
Un canalla puede ser un excelente hombre de gobierno.
El éxito, cuando es inmerecido, sabe mejor. 
La verdad, en política, es solo la mentira que todos creen.   
Aparenta debilidades que no tienes, para conseguir la benevolencia de los otros, y no le muestres a nadie las que tienes.


Viernes, 29 de mayo
EL REGRESO

Parque de San Julián, deslumbrante de sol y soledad a primera hora de la mañana. De detrás de la iglesia sale una mujer; del lado de Ventanielles, viene otra. Se reconocen, alzan la mano para saludarse, corren una hacia otra. Yo las veo abrazarse, besarse, recuerdo la fábula de Deméter, la diosa madre, y de su hija, secuestrada en el Hades. Cuando la hija vuelve a la tierra, el mundo vuelve a florecer.
            Estos días me parece estar asistiendo a una resurrección. Con Perséfone regresa la vida a los parque y a las calles, y el murmullo que asciende de las terrazas es la banda sonora de la felicidad.






sábado, 23 de mayo de 2020

Sin propósito de enmienda: Elogio de la mala hierba

Sábado, 16 de mayo
VOLVER Y BULOS

Después de más de dos meses, por fin puedo volver a Avilés. Dejé de vivir allí de manera permanente en 1982, pero desde entonces raro es el fin de semana que no he vuelto. Los soportales de Rivero y de Galiana, el esplendor primaveral del parque de Ferrera, el paseo de la ría, un café en una de las terrazas frente al Ayuntamiento… Un paseo solitario en el que tengo la impresión de los rincones de siempre se alegran de volver a verme y me acarician sin importarles las normas para evitar los contagios. 
Tras estos dos meses que han durado mucho más de dos meses, sienta bien una bocanada de felicidad.
            Felicidad del reencuentro, a la que se añade el misterio de un encuentro. Conozco por fin a Coral, mi primera sobrina nieta, que ayer cumplió un mes. Los bebés siempre me han fascinado, tan frágiles, tan exigentes, parecen seres de otra especie mejor que la nuestra.
            “Quien no ha conocido el Antiguo Régimen no sabe lo que es la dulzura de vivir”, afirmó Talleyrand. A mí me dan ganas de parafrasear esa frase, pensando en Coral y en los niños que nacen ahora: “Quien solo ha conocido la nueva normalidad no sabe lo que es la dulzura de vivir”.
            ¿Te dejarán ir a la escuela, querida Coral? ¿Te dejarán jugar con los otros niños? ¿Te pondrán mascarilla en cuanto pises la calle?
            De momento, me entero que el jefe del gobierno ha decidido pedir una nueva prórroga del estado de alarma, esta vez por un mes. “No querías caldo, pues toma tres tazas”, parece decirles a los de la cacerolada     
            Me cuentan que, como todo depende de lo que decidan los independentistas catalanes, ya le ha dicho a Gabriel Rufián que para conseguir su abstención está dispuesto a todo, hasta a ir a Waterloo a llevarle al president huido un ramo de rosas. Sospecho que será un bulo, que no llegará a tanto, entre otras cosas porque a los de ERC no se les ocurriría pedir tal cosa.
            Un bulo parece también lo que me cuentan de Adrián Barbón y las mascarillas. Como está empeñado en dejarse de contemplaciones y, si es preciso, poner un policía en cada portal para que nadie salga a la calle sin ellas, le dijeron que, al menos, para poder consumir en las cafeterías la gente tendría que quitárselas, o ponérselas y quitárselas a cada sorbo de cerveza. 
            ---¡Ya he pensado en eso! --parece que respondió--. Estamos experimentando un prototipo que evitará que los ciudadanos cometan la imprudencia de quitarse la mascarilla para comer o beber en un lugar público. Son unas mascarillas con un tubo flexible de material muy ligero que termina en un pequeño embudo. Se vierte por ahí el café o el licor y ya se puede consumir con todas las garantías sanitarias.
            Sospecho que se trata solo de un bulo para poner en ridículo a nuestro presidente, como si él solo no se pusiera ya bastante. ¡La de miles de muerte que hemos evitado –se vanagloria, y esto es rigurosamente cierto-- impidiendo que el rebaño se inmunice!



Domingo, 17 de mayo
ALERTA, LIBROS

Soleado domingo. Subo hasta el Fontán, paseo por la plaza vacía, compro el periódico y me siento a leerlo en la terraza del Dos de Azúcar. Por un momento, mientras leo, me parece que han vuelto los buenos días perdidos.
            Pero la realidad no deja que me olvide de que vivimos en el Reino de la Estupidez, como tituló Jorge de Sena uno de sus libros. Un noticia de media página nos informa de que los periódicos no transmiten el virus, que pueden compartirse con la familia, pasárselo un cliente a otro en la mesa del bar. La fuente parece ser la Organización Mundial de la Salud. Muy bien, por eso los periódicos, desde el comienzo del estado de alarma, se venden libremente no solo en los quioscos, también en los supermercados. ¡Ya podrían imprimirse los libros en papel de periódico!  Leo que, en las bibliotecas públicas, todavía cerradas pero abiertas ya para el servicio de préstamo, los libros devueltos han de pasar una cuarentena de dos semanas antes de poder volver a prestarse.
            No sé si es una ofensa al libro o un homenaje (bueno, de sobra sé que es una estupidez más de nuestras autoridades). Creo que fue Walt Whitman el que, a propósito de sus Hojas de hierba, dijo aquello de “quien toca este libro no toca un libro, toca un hombre”.    
            Nuestras beneméritas autoridades sanitarias –en qué manos estamos, Dios mío— parece que se lo han tomado al pie de la letra: quien toca un periódico toca tinta y papel, pero quien toca un libro toca a un ser humano, con el inmenso riesgo para la salud que eso implica.



Lunes, 18 de mayo
ME SUMO A LA PROTESTA

Al pasar por la plaza de Evaristo San Miguel, me encuentro a media docena de manifestantes envueltos en la bandera de España y a docena y media de policías en tres furgones rodeándolos a cierta distancia.
            No lo comento con nadie, para que no se enfaden mis amigos, pero lo que ellos hacen ahora, yo lo hago desde el principio, aunque mi cacerola sea de papel –pero papel del bueno, del que no contagia, no como el de los libros-- y se oiga poco.
            ----¡Estás con la extrema derecha!, se escandaliza José Luis Piquero. 
----En este punto, en el de la defensa de las libertades conculcadas gratuita y caprichosamente por el estado de alarma, sí. Y me alegra mucho que al menos haya alguien que no baje sumisamente la cabeza ante cualquier ocurrencia de unos políticos a quienes la responsabilidad de gobernar parece que les ha venido demasiado grande.


Martes, 19 de mayo
CASTRATI

En el Parque de Invierno, rodeado de verdor y con las crestas del Aramo al fondo, tras un largo paseo iniciado puntualmente a las ocho de la tarde, charlo apaciblemente con un amigo que tiene la buena costumbre, que a mí tanto me cuesta adquirir, de hablar poco y escuchar mucho.
            ----La realidad acostumbra a confirmar nuestros prejuicios. También la prensa, sea la tradicional y presuntamente seria o esas noticias que se difunden por Facebook o WhatsApp sin saber muy bien de dónde provienen. Por eso yo me pongo alerta cuando un artículo me da la razón y lo reviso una y otra vez. ¿Se trata de una noticia o de una opinión que coincide con la mía? Leo esta mañana en El País un artículo con este titular: “La democracia es más eficaz que la autocracia ante el virus”. Como resulta demasiado frecuente, el artículo desmiente al titular, que es lo único que lee la mayoría. El artículo habla de un estudio de la Universidad de Oxford sobre las medidas de restricción de libertad que se han aplicado en los distintos países con motivo de la epidemia. Analizan las medidas sobre la restricción de movimiento creando un índice de severidad (España está en uno de los lugares más altos) y luego comprueban –según los índices de movilidad local que ha publicado Google en 111 países—la efectividad con que se han llevado a cabo esas medidas (España es también uno de los países donde mayor ha sido la efectividad). El propio artículo señala que los autores del estudio han tenido buen cuidado de subrayar que “revisa la eficacia política para frenar los movimientos, no los contagios”. Haría falta otro estudio riguroso que comparara el número de contagios y de muertes en relación con la población. Por lo que sabemos hasta ahora, España ocupa uno de los primeros lugares en Europa (por ejemplo, Francia, uno de los países más afectados por la pandemia, tiene 431 fallecidos por millón de habitantes y España 591). Llevo tiempo repitiendo que a los españoles se nos confinó de la manera más severa posible y se nos protegió de la enfermedad de la manera menos eficaz posible. Los hechos parece que me van dando la razón. Pero no me fío. Digo esto con mucha cautela, a la espera de nuevos estudios desapasionados y rigurosos.
            ----¿O sea que tú crees que el gobierno de Pedro Sánchez, apoyado en expertos como Fernando Simón, ha fracaso estrepitosamente?
            ----Creo que ha causado con sus medidas tanto o más daño que la propia enfermedad.
            ----¡Qué cosas dices, Martín! Pareces Isabel Díaz Ayuso.
            ----Son las paradojas de la situación. La derecha se ha portado mejor en esta crisis que la izquierda, que no se ha atrevido a alzar la voz contra medidas ineficaces y bárbaras (encerrar a los niños en casa durante mes y medio sin permitirles siquiera asomarse a la puerta, no dejar a la gente pasear sola durante breve tiempo por lugares solitarios si no iban acompañados de un perro), castrada Izquierda Única por Podemos y Podemos por su entrada en el gobierno.
            ----¿Y tú crees que Rajoy lo habría hecho mejor?
            ----No sé. Ahora estará dando gracias al cielo por el resultado de la moción de censura y pagando con gusto la multa que le pone Marlaska por haberse atrevido a hacer ejercicio a solas en los alrededores de su casa (por cierto, a este Marlaska ya se le ve menos, parece que lo han escondido avergonzados). Lo que sí sé es que, en esta crisis, la izquierda habría defendido mejor las libertades ciudadanas estando en la oposición.


Miércoles, 20 de mayo
NOS FALLARON

Se habla mucho de la imprevisión de los políticos en esta crisis. ¿Pero y la imprevisión de las autoridades sanitarias? El 18 de febrero hubo una reunión en el Centro Europeo para el Control y la Prevención de Enfermedades. Participan treinta especialistas, entre ellos nuestro Fernando Simón: “Ningún problema, todo está bajo control”.  
Leo el reportaje de Oriol Güell, tras haber podido consultar las actas: “El virus se está expandiendo por Europa, pero los sistemas sanitarios no lo detectan. La razón es que la definición del caso, los criterios que debe cumplir una persona para que le hagan pruebas, establecen que debe haber viajado a Wuhan. Esto hace que ninguna persona con síntomas sea sometida a pruebas. Tampoco los pacientes ingresados en las UCI con neumonías de origen desconocido”.
            No se puede culpar a los políticos de confiar en autoridades sanitarias que luego se comprobó que no eran nada fiables (la Organización Mundial de la Salud en primer lugar). Pero sí se puede culpar a Pedro Sánchez de haber mantenido al frente de la lucha contra la pandemia a un Fernando Simón que no fue capaz de verla venir (ni de verla cuando ya estaba aquí) y de no tomar a tiempo las medidas necesarias (que no eran, insisto, encerrar a la gente con un rigor que no se dio en ninguna otra democracia). Quizá el propio Fernando Simón debería haber dimitido avergonzado.



Jueves, 21 de mayo
VIAJES EN TREN

Todas las noches, antes de irme a la cama, acompaño a Michael Portillo en sus viajes en tren por el nuevo y el viejo mundo. Disfruto cuando ese viaje ya lo he hecho yo y cuando me lleva por lugares que estoy deseando recorrer. 
Yo también, como él con su guía Bradshaw, me he hecho acompañar a menudo con una guía de otro tiempo. Recuerdo que buena parte del norte de Italia lo recorrí con un Baedeker de 1932, contraponiendo la Italia fascista con la que yo veía. Me gusta viajar en el tiempo tanto como en el espacio.
            Los viajes en tren en la realidad son bastante menos divertidos que en los libros, en las películas o en las series de televisión. Pero hasta las tres horas son mi medio de transporte favorito. Recuerdo el último, en enero de este año, pero que ya me parece de hace siglos. Amanecí en Praga, un domingo soleado, paseé por la orillas del Moldaba, recordé a Vladimir Holan en la isla de Kampa, desayuné en el Slavia, tomé el tren en una estación como las de antes, con sus cariátides y sus alegorías y sus arabescos modernistas, y terminé el día en Viena.
 El tren tenía un vagón restaurante, donde uno podía sentarse y ser servido por camareros mientras por la ventanilla desfilaba el paisaje centroeuropeo. “Hacía años que no disfrutaba de un lujo así”, le dije a los amigos que me acompañaban. “Yo creo que desde que viajé en el Lusitania Express, aquel tren que unía París con Lisboa y en el que los portugueses, según cuenta Eça de Queirós, corrían la cortinilla al dejar Portugal y no la volvía a abrir hasta que no llegaban a Hendaya”.
            ¡Los viajes en tren! Venecia-Padua en poco más de media hora, Roma-Nápoles en dos horas, Florencia-Perugia en una hora… Esos son los que me vienen a la memoria. Cierro los ojos, mientras llega el sueño, y me bajo del tren en la caótica Piazza Garibaldi. Subo al metro y a los pocos minutos estoy en Via Toledo. ¿Hacia dónde voy ahora? ¿Hasta Piazza Dante para hojear los libros viejos de Port’Alba? ¿Hacia el Palazzo Reale y luego hasta el lungomare y el Castell dell’Ovo? Tengo un día entero para acariciar la ciudad, comer en la pizzería de siempre en Via dei Tribunali y luego volver a Roma en el último tren. 
En estas cosas me entretengo mientras llega plácidamente el sueño. 



Viernes, 22 de mayo
MALA HIERBA

Las malas hierbas tienen mala fama, como su propio nombre indica, pero yo me estoy aficionando cada vez más a ellas.
            El césped peinado y repeinado de Santullano, que es el que tengo al lado de casa, contrasta con el alboroto vegetal al otro lado de la alambrada que lo separa de la autopista. Allí las hierbas crecen libres, nadie se ocupa de ellas, y resulta fascinante su inagotable abigarramiento.
            Las malas hierbas no tienen nada que ver con la mala gente, son solo las que crecen libres, como a mí me gusta vivir, sin más amo que la voz de mi conciencia.


domingo, 17 de mayo de 2020

Sin propósito de enmienda: Una profecía



Sábado, 9 de mayo
INSOPORTABLE

Siempre he sido bastante insoportable, pero sospecho que estoy empeorando con el encierro y con la edad. A cada amigo que me llama por teléfono o que me encuentro en los recreos, quiero decir en las salidas autorizadas, le suelto mi diatriba contra los disparates a que nos someten Pedro Sánchez y sus anónimos asesores sanitarios con el pretexto de la actual pandemia. Medidas risibles, arbitrarias, dañinas para la salud, ruinosas para la economía, ofensivas para la inteligencia, aplaudidas por un amplio sector de la sociedad española, el más sumiso y nostálgico del cirujano de hierro, ese que no tendría inconveniente en cortarle a un paciente la cabeza si no encuentra otro modo de acabar con su dolor de cabeza.
            Quijote del sentido común, desfacedor de sofismas, alanceador de disparates, pongo tanta pasión en lo que digo que me temo que dentro de poco no ha de haber quien me aguante. Algunos amigos empiezan a no cogerme el teléfono o a dar la vuelta para no tropezarme en cuanto me ven de lejos.
            ---¿Pero no te cansas nunca de tener razón? –me dice Xuan Bello--. Obélix se cayó de niño en la marmita de poción mágica. A ti parece que te bautizaron, no con agua bendita, sino con Red Bull.


Domingo, 10 de mayo
AÚN NO

Hoy hablo en el periódico de que el martes pasado di mis últimas clases y más de uno me ha preguntado: “¿Y a qué te vas a dedicar ahora?”
Pues a trabajar más que nunca –respondo--. Las clases acabaron el 5 de mayo, pero el curso dura hasta el 31 de julio y lo que viene a continuación es lo peor: corrección de trabajos, exámenes ordinarios y extraordinarios, revisiones, tribunales de TFGs, burocracia y más burocracia… Yo tengo cinco asignaturas entre los dos cuatrimestres y más de un centenar de alumnos, o sea que me quedan unos meses la mar de entretenidos. En otra época lo consideraría un fastidio, ahora me parece un regalo. Respiraré aliviado cuando queden cerradas las últimas actas. Y no lamentaré demasiado no incorporarme el nuevo curso con sus geles y sus mascarillas y su nueva anormalidad.



Lunes, 11 de mayo
VUELVE LA VIDA

Me asomo a la terraza ilusionado y todo sigue con la desolación de costumbre. Ninguna de las tres cafeterías de mi calle, una calle muy corta y peatonal que termina en el parque de San Julián de los Prados, ha abierto y eso que tienen amplias terrazas y casi todo el servicio lo hacen en ellas. 
Tras trabajar un poco en el ordenador, subo hasta la librería Cervantes. Sigue cerrada, el único cambio es que han trasladado la ventanita para entregar pedidos de la puerta de emergencia a la principal. Trato de enterarme de qué pasa. “¡No nos dejan abrir! –me dice el encargado-- ¡Superamos los cuatrocientos metros!”
            Me voy hasta don Quijote, la cercana librería de viejo. Está abierta y un cartel avisa que solo pueden pasar los clientes de dos en dos. “Si en este pequeño espacio, agobiado de estantería y montones de libros, pueden entrar dos clientes, ¿cuántos podrían entrar en la librería Cervantes respetando las medidas de seguridad?”, me digo.
Llamo a un amigo para desahogarme de la nueva estupidez de las autoridades que nos han caído en suerte y me intranquiliza aún más: “Lo de no dejar abrir a los establecimientos de más de cuatrocientos metros cuadrados no es por razón sanitaria, sino para apoyar al pequeño comercio frente a las grandes cadenas. Fue una imposición de Podemos. Se ayuda así a las pequeñas librerías de barrio frente a la Casa del Libro, por ejemplo”.
            No sé lo que habrá de verdad en ello. Lo cierto es que el gobierno, con el pretexto de cuidar de nuestra salud, toma medidas que perjudican gravemente nuestra salud y la economía del país. 
            Ya hasta me creo que sea cierto lo que se cuenta de las mascarillas, que si al principio, en lo peor de la crisis, dijeron que no era recomendable usarlas salvo en situaciones concretas (y que incluso podía ser contraproducente usarlas en la calle y en los espacios abiertos), se debía simplemente a que no había mascarillas. Y que si ahora las recomiendan cada vez más y quieren convertirlas en obligatorias en todos los lugares es porque no saben qué hacer con todas las que han comprado tarde y mal. Si fuera así, las autoridades sanitarias habrían jugado dos veces con nuestra salud. Una vez, al menos, jugaron: o nos engañaron antes o nos engañan ahora.
            ----Tranquilo, Martín, tranquilo, que pareces de Vox.
            Sonrío. ¿Quién me iba a decir que la denostada extrema derecha iba a ser el partido que más defendiera las libertades en esta crisis que ha hecho perder la cabeza a tantos? 
En la librería de Luis, compro La ruta de Burdeos, un libro en el que dos voluntarios ingleses cuentan la derrota de Francia en 1940, un tema que siempre me ha apasionado. No fue una derrota, sino un amorosa entrega de los fascistas de dentro a los nazis de fuera que venían a librarlos del Frente Popular y de los judíos. 
            Busco una terraza donde sentarme, pido el habitual café y el vaso de agua (el primer café después de dos meses) y abro el libro, que me lleva a un París de hace exactamente ochenta años: “La primavera llegó repentinamente después de uno de los inviernos más fríos y entorpecedores que se pueda imaginar. Millares de personas que no tomaban parte en la actividad de la guerra, se liberaban de un sentimiento de impotencia y de entumecimiento, renacían a la vida y a la animación de la capital. Por primera vez desde octubre, había niños jugando en los jardines de las Tullerías y del Luxemburgo. Las terrazas en los cafés se llenaban y la muchedumbre paseaba al sol, densa como nunca, en los campos Elíseos, en el Bosque de Bolonia o en Versalles.”
            Vuelvo a aquel París, alegre y confiado en la amistad inglesa y en la línea Maginot. Pocos días después, la invasión de los Países Bajos y el súbito derrumbe.
            Vivo en una biblioteca que no está encerrada entre cuatro paredes; los lugares de aprovisionamiento se reparten por las librerías del mundo y los puestos de lectura se encuentran en cualquier rincón en que me encuentre a gusto, como en la terraza de esta cafetería de barrio en la plaza Piñole.
            A poco de llegar a casa, me llama Conchita: “Ya sé qué has estado en la librería. ¡Mañana abrimos! Te cuento cómo fue todo. Pura afortunada casualidad. Resulta que el presidente es cliente nuestro. Llamó para pedir un libro, nos felicitó porque pudiéramos por fin abrir y entonces le contamos que lo teníamos rigurosamente prohibido. Se sorprendió mucho”. “¿Pedro Sánchez es cliente vuestro?”, la interrumpí. “No, no, Sánchez no, el de aquí”. “Ya me extrañaba que ese señor comprara libros. Sigue, sigue”. “Nos dijo que nos pusiéramos en contacto con la delegada del gobierno, al final la llamó él  mismo y la delegada nos dijo que podíamos abrir, pero nosotros dijimos que no podíamos hacerlo sin tener cubiertas las espaldas así que nos pidió que enviáramos una instancia y ya tenemos el permiso por escrito”.



Martes, 12 de mayo
LA NUEVA ANORMALIDAD

Lo primero que hago es pasar por Cervantes para ver si es verdad lo que me contó Conchita Quirós o todo fue un sueño. Es verdad. Puedo pasear entre las mesas de novedades, no me lo acabo de creer. “¿Y cuáles son las normas?”, le pregunto a mi sonriente dependienta habitual. “Lo que peor llevamos es que no se pueden tocar los libros”. “¿Y cuánto se puede estar en la librería?”. “Un ratito”. 
No pregunto cuántos minutos es eso. Me encojo de hombros y paseo como quien lo hace por un jardín. Casi ni me ofenden ya las tonterías de la nueva anormalidad que nos imponen cada día. Creo que voy teniendo síndrome de Estocolmo. El encargado me cuenta cómo ha sido posible lo que en principio puede parecer simple favoritismo: “Hemos cerrado las dos plantas superiores y así tenemos menos de cuatrocientos metros”.
            Y yo pienso (al contrario que a quienes nos gobiernan, la crisis sanitaria no ha limitado ni un instante mi capacidad de razonar): “¿Y no podrían, como en Hipercor o en Carrefour, que superan ampliamente los cuatrocientos metros, simplemente poner una persona en la puerta para controlar el aforo de forma que siempre pudiera mantenerse la distancia de seguridad entre los clientes?”
            Con su pan se lo coman. Yo sigo con París. Esta vez con el París de 1889 de la mano de Emilia Pardo Bazán. Compro Al pie de la torre Eiffel y me voy a hojearlo a la cafetería que estrené ayer y que ya he convertido en parte de mi rutina. 



Miércoles, 13 de mayo
DE LO QUE YO HABLO

Poco a poco va volviendo la vida, va dejando de ser virtual. Ya puedo tomar un café y charlar con algún amigo cara a cara y no en la pantalla partida del televisor.
            ---Cuando esto acabe, van a publicarse docenas de libros en que cada escritor cuente su aventura.
            ---Yo creo más bien que, como cada uno tendrá la suya, nadie querrá escuchar la de nadie. Me temo que los libros sobre la pandemia serán el gran fracaso editorial de los próximos meses.
            ---Nadie tampoco leerá entonces tu diario cuando se publique en libro, tú no hablas de otra cosa.
            ---Yo hablo de otra cosa, hablo del recorte de libertades con el pretexto de la enfermedad. Y de la mansedumbre con que buena parte de los españoles han aceptado el regreso a la servidumbre.




Jueves, 14 de mayo
LA ANTIGUA NORMALIDAD

No me han tenido encerrado en casa, sino en una parte de mi casa, el piso de la calle Murillo. Mi casa tenía –y espero que muy pronto vuelva a tener-- acogedores rincones repartidos por toda la ciudad. El principal estaba en Las Salesas, en la cafetería Los Porches, en la gran mesa redonda entre los ventanales, casi siempre para mí solo o para algún amigo que pasaba a verme. ¡Cuántos libros habré leído yo en esa mesa o en las que la precedieron! Porque paro en esa cafetería, que fue cambiando de dueño y a veces remodelándose, desde 1982. No habían nacido entonces los camareros que ahora me traen el café y el vaso de agua, sin necesidad de pedírselo. Uno de ellos, Jose, es buen lector y además comparte mis ideas políticas, así que de vez en cuando intercambiamos algún comentario cómplice. 
            Mucho he leído y escrito también en Los Prados, en un rincón del McDonald’s o antes en el café Roma, siempre junto a cristaleras con buenas vistas y mucha luz. También ahí los camareros me conocen y nada más verme me preparan mi café con leche y me lo dan discretamente sin hacerme esperar la cola. Cómo se agradecen los pequeños detalles de afecto hacia ese raro personaje que se sienta siempre en el mismo lugar con un libro, o varios, en la mano.
            Y cómo no añorar el Vetusta de la plaza del Ayuntamiento, por donde yo aparecía puntualmente a las siete y media y estaba una hora con un libro o con quien quisiera pasar por allí. Luego, a las ocho y media, ni un minuto antes ni un minuto después, al Mercadona del Fontán para la compra del día. Volver con ella a casa clausuraba la jornada.
            Y eso sin contar las tertulias de los viernes, en el Savanna y en el Chelsea, todos los viernes del año, desde hace cuarenta, todos los viernes menos los de estos dos últimos meses.
            ¿Quién me iba a decir que de un momento a otro me serían arrebatados tan inocentes placeres? ¿Tendrán cabida en la nueva normalidad con la que nos amenazan?



Viernes, 15 de mayo
SI TENGO O NO RAZÓN

----Siempre lamentándote de lo que has perdido, Martín, y ni una vez te he visto condolerte con las víctimas de la enfermedad.
            ----El dolor verdadero va por dentro, al menos en mi caso. Hacer de plañidera nunca ha sido lo mío y utilizar el dolor ajeno para objetivos políticos siempre me ha producido náuseas.
            ----¿Insinúas que se han aprovechado de las víctimas para cercenar las libertades civiles?
            ----Sí.
            ----Pues ya me dirás lo que habrías hecho tú si te hubieras visto en el lugar de Pedro Sánchez. ¿Lo que Bolsonaro?
            ----Lo que Ángela Merkel, que padeció como yo, una dictadura, y por eso se lo piensa dos veces antes de limitar los derechos de los ciudadanos “por si acaso”.
            ----Vamos a lo concreto. El próximo invierno vuelve la epidemia, se registran los primeros casos en algún lugar de Asia. ¿Tú qué harías?
            ----Protegería a los grupos de riesgo (menos de un uno por ciento de la población) y limitaría lo menos posible las actividades productivas y educativas. Lo primero resulta fácil: la mayoría de los pertenecientes a los grupos de riesgo están jubilados o prejubilados. Lo segundo, también si se actúa con prudencia y sin dejarse llevar por el miedo. Cuanto tenemos un problema, debemos intentar solucionarlo sin convertir la solución en un problema mayor, que es lo que se ha hecho ahora.
            ----¿Un problema mayor? ¡Encerrar a la gente y paralizar la economía no ha matado a nadie!
            ---¿Estás seguro? Ya se irán cuantificando los daños, en algunos casos no inmediatos, pero no menos letales. Si tengo o no razón, lo veremos dentro de un año. Me atrevo a profetizar que la mayoría de los países actuará de otra manera, habrá aprendido la lección.


domingo, 10 de mayo de 2020

Sin propóposito de enmienda: Misión cumplida



Sábado, 2 de mayo
COMO EN LA ANTIGUA ROMA

A las ocho en punto de la tarde, ni un minuto antes (por si acaso), pero ni un segundo después, salgo de casa para disfrutar del tiempo de recreo que ha tenido a bien concedernos a los adultos el Amado Líder.
            Solo puedo alejarme un quilómetro de casa. He descargado una aplicación en el teléfono para que me avise en cuando lo sobrepase, aunque sea medio metro escaso. Subo, a buen paso, que es mi paso normal, hasta el Campo de San Francisco, alegrándoseme el corazón con las sonrisas de felicidad que veo en los rostros de los viandantes –todavía numerosos-- que aún no se han decidido a usar mascarillas en todas las ocasiones, incluso en las que son necesarias. 
Cruzo el paso de peatones en la plaza de la Escandalera, pongo el pie en el paseo de los Álamos y en ese mismo momento suena la alarma. Acabo de sobrepasar el quilómetro o retrocedo o los agentes de Marlaska están autorizados para ponerme una multa de, como mínimo, seiscientos euros. 
            Contemplo un rato el parque como Moisés contemplaba la tierra prometida o como Tántalo, muerto de hambre y sed, la comida y el agua que no podía tomar, y luego continúo hacia la izquierda.
            Decido caminar en círculos, trazar una circunferencia en torno de mi casa, y también tiene su encanto este paseo extraño. En Oviedo, a pocos minutos, hay maravillosos caminos rurales. El dictador, para “proteger” mejor nuestra salud y para que quede claro el poder absoluto que le ha sido otorgado, ha decidido que los habitantes del centro de Oviedo no podemos pisar los alrededores solitarios, tenemos que amontonarnos en las mismas calles
            Mis amigos me dicen que exagero cuando llamo dictador a Pedro Sánchez. No es así. No le llamo dictador metafórica e hiperbólicamente, sino con etimológica precisión. En la antigua Roma, un dictador era aquel magistrado al que el senado, en una situación de peligro para la República, concedía todos los poderes. Era un cargo temporal, pero entonces y ahora el magistrado que podía convertir en ley cualquier capricho se sentía tentado a hacer que esa situación se prolongara indefinidamente.
            Exactamente eso es lo que hace Pedro Sánchez con la prórroga del Estado de Alarma. Siempre habrá algún peligro, nunca estará controlada del todo la situación sanitaria (al menos hasta que haya una vacuna, dice con la boca chica). Si el congreso no le para los pies, tendremos Estado de Alarma por tiempo indefinido.
            Es un dictador Pedro Sánchez, pero eso no quiere decir que se parezca en nada a Francisco Franco, por supuesto. A quien sí se parece es al Miguel Primo de Rivera que, en septiembre de 1923, asumió todos los poderes por encargo real  y con el aplauso de la mayoría de la población. Dijo que no tenía ambiciones políticas, que venía solo a arreglar las cosas y que luego se iría a su casa. Arregló la guerra de Marruecos, tomó algunas medidas acertadas, mejoró la economía. No tuvo que confinar a nadie, solo a don Miguel de Unamuno, que fue el único que protestó.
            Pasaron uno o dos años, media docena de prórrogas del Estado de Alarma, le gustó el cargo y decidió crear, no un partido, sino un movimiento ciudadano, la Unión Patriótica, para permanecer en él indefinidamente.
            ¡Qué buena idea esa de la Unión Patriótica, Pedro Sánchez! Hasta el nombre el bonito. Con esa masa que ahora, gracias a la incansable labor de las televisiones generalistas, se queda en casa y aplaude cualquier arbitrariedad, ¿no se podría hacer algo semejante?
            En estas cosas pienso, mientras doy vueltas y vueltas atado por una cuerda imaginaria (pero muy real, Marlaska mediante) a mi domicilio.



Domingo, 3 de mayo
COSAS QUE PASAN

El  jefe del Estado de un país de cuyo nombre no quiero acordarme visita a su abogado en Ginebra con una maleta que contiene no sé cuántos millones de dólares y le pide que lo ingrese en su banco.
            ---¿Puedo preguntarle de dónde ha salido este dinero, Majestad? Es por si me lo preguntan en el banco.
            ----Es un regalito de un amigo. Yo no podía rechazarlo, sería hacerle un feo.
            ----Comprendo, Majestad. Pero habrá que ser discreto, que a lo mejor en su país algunos no lo entienden.
            ----En mi país todos saben que puedo hacer lo que me da la gana, que la Constitución me lo permite, y quien lo dude que se lo pregunte a los catedráticos de Derecho constitucional. Si a mí ahora me apeteciera pegarte un tiro, je je, pues te lo pegaría y la policía no podría intervenir y ningún juez decir nada. ¿No te lo crees? ¿Quieres que probemos?
            ----No, por favor, Majestad, que estamos en Suiza y aquí a lo mejor la policía y los jueces no son tan complacientes como en su país.



Lunes, 4 de mayo
ME CONFORMO CON POCO

Hojeo el cuaderno de notas en el que todos los días suelo trazar algunos garabatos: “El amor siempre sabe a poco”. 
Como solo hay una cosa que me gusta más que llevar la contraria a mis interlocutores, llevármela a mí mismo, de inmediato pienso: “¿Seguro? Yo, en el amor, con muy poco ya tengo bastante. Me pasa con casi todas las cosas. Solo hay dos de las que no me canso nunca: la conversación (siempre que sea yo el que lleva la voz cantante, por supuesto) y los libros (siempre que tenga muchos donde escoger).



Martes, 5 de mayo
NO ERA PARA TANTO

Llegó por fin –parecía que no iba a llegar nunca, que el tiempo se había interrumpido a mediados de marzo-- el día tan temido. Por la mañana di mi última clase de “Literatura y periodismo” (hablé de los “articuentos” de Juan José Millás), por la tarde la última de Literatura en Magisterio: glosamos un poema de Jon Juaristi, “Comentario de texto”, y un aforismo de Oscar Wilde: “Lo  malo de la educación es que nada que merezca la pena aprender puede ser enseñado”.
            A las ocho de la tarde, dije adiós y gracias a los alumnos, les deseé buena suerte en los exámenes, apagué el ordenador y pensé con una sonrisa: misión cumplida.
            Comenzó exactamente el 20 de marzo de 1972. Para poder tomar posesión de mi plaza, tuve que jurar fidelidad a los principios fundamentales del Movimiento y aportar un certificado de buena conducta expedido por el párroco. Eran otros tiempos, todavía en España duraba la Edad Media. 
Empiezo y termino en época de recorte de libertades, pero debo reconocer que en materia de dictadura hemos decaído mucho: la que tenemos ahora –temporal, pero perpetuamente revisable-- no le llega ni a la suela de los zapatos a la de entonces.


Miércoles, 6 de mayo
LIBRERICIDIO

Después de casi dos meses, vuelvo a la librería Cervantes, por la que antes pasaba todos los días. ¿Vuelvo? Es un decir. No se puede entrar en ella. Han abierto solo la puerta de emergencia y ante ella han puesto una mesa. Los libros han de pedirse por Internet y no se pueden recoger –en esa puerta que hace como de ventanilla-- hasta el día siguiente. Muestro mi extrañeza. 
----Es que los libros tienen que irse desinfectando ejemplar por ejemplar y a nosotros nos llegan más de cien títulos diarios y no tenemos personal. A partir del lunes se podrá entrar, pero solo un cliente por empleado. El cliente podrá mirar los libros, pero no tocarlos. Si quiere coger alguno, se lo entrega el empleado, que luego ha de desinfectarlo antes de dejarlo en su sitio. Hay que colocar también mamparas en los mostradores. 
Todo esto me lo cuenta el dueño, que aparece en ese momento.
----Amazon se está poniendo las botas, las librería no levantaremos cabeza. ¿Sabe lo que nos cuestan estas medidas? ¿Y cuántos clientes van a querer entrar en una librería en esas condiciones? Las librerías están para que los buenos lectores, los que no se conforman con el bestseller de turno, puedan entretenerse en las mesas de novedades, para hojear diez libros antes de llevarse uno, para pedir consejo al librero de confianza.
            Yo le cuento que acabo de venir de Mas, mi quiosco habitual, donde también se vende pan, bebidas, juguetes. Ahora solo se entra de uno en uno, pero hasta hace poco podía haber varios clientes en la tienda, que es amplia, guardando la distancia de seguridad. Y he visto a gente hojeando las revistas o los periódicos antes de llevarse uno. Y no iba la empleada a desinfectarlo después de eso, ni antes. Al parecer los periódicos no transmiten ninguna enfermedad, pero los libros sí, aunque vengan retractilados. 
            Primero fueron los niños el gran peligro, ahora son los libros. Bueno, en España siempre los fueron. Ya se había muerto Franco y todavía me registraron la maleta al volver de París por si traía algún libro prohibido. En el subconsciente de quienes nos gobiernan parecen perdurar las palabras de un personaje de Cervantes contra los libros “que llevan a los hombres al brasero / y a las mujeres a la casa llana”, a los hombres a las hogueras de la Inquisición, por pensar demasiado, y a las mujeres al prostíbulo, por fantasear en exceso.
            ¿Volveré alguna vez a poder pasearme por la librería Cervantes como en los viejos tiempos? ¿Volveré alguna vez a salir de ella feliz con el hallazgo de ese libro de una pequeña editorial que había sido escrito precisamente para mí y que yo ni siquiera sabía que existía?
            El actual gobierno de España, siguiendo los consejos de anónimos expertos, hará todo lo posible para que eso tarde lo más posible en ocurrir.
            Yo espero que en algún momento se nos dé el nombre de los expertos que aconsejaron abrir los quioscos desde el primer día del confinamiento y que ponen todas las trabas posibles para que las librerías puedan abrir dos meses después. Merecen quedar grabados con letras de oro en la historia universal de la estupidez, si lo han hecho sin pensar (no parece ser lo suyo), y en la de la infamia si lo han hecho con otras intenciones.



Jueves, 7 de mayo
EL DÍA DE LA IRA

Releo Mario y el mago de Thomas Mann. Una familia alemana veranea en un pueblo costero italiano. Estamos en 1930, la xenofobia y el nacionalismo asoman acá y allá. Nadie se imagina que en Alemania pudiera ocurrir algo semejante. Un hipnotizador llega al pueblo. Se divierte humillando a quienes hace subir al escenario, todo se ríen de ellos que es como reírse de si mismos. La concurrencia entera está hipnotizada. Pocos dejaron de ver en ese hipnotizador al Mussolini que entonces era admirado por el mundo entero. Alfonso XIII, cuando viajó a Italia con Primo de Rivera, se lo presentó al monarca italiano diciéndole: “He aquí mi Mussolini”. El relato de Thomas Mann –una novela corta-- termina de trágica manera, anticipando los sucesos de la milanesa plaza Loreto en 1945.
            No se puede engañar a demasiada gente demasiado tiempo. Y la reacción de los engañados suele ser tanto más furibunda cuanto más colaboraron ellos mismos con su acrítica sumisión en el engaño.



Viernes, 8 de mayo
JARDINES DE LA RODRIGA

He decidido desconectar la alarma del teléfono que me avisa cuando me aleja un quilómetro de mi casa y adentrarme en los Jardines de la Rodriga, en el centro de la ciudad, pero como fuera del mundo. Mientras paseo por un por sendero arbolado y solitario, me voy repitiendo unos versos de Baroja que a la memoria me vienen con frecuencia: “Si tenía alguna suerte, / la tiré por la ventana; / si tenía algún talento, / se lo ha llevado la trampa. / Soy como el agua de un río / que donde quiera que pasa, / ve solo hierbas malditas, / jaramagos y espadañas. / Ya nada me preocupa / ni el dinero ni la fama / y solo aspiro a dar fin / con decencia a la jornada”.


sábado, 2 de mayo de 2020

Sin propósito de enmienda: Amanecer


Sábado, 25 de abril
MIS PASEOS FAVORITOS

No hay mal que por bien no venga. La tertulia que nos reúne todos los viernes desde 1980 (una tertulia que ya es tanto del siglo XX, veinte años, como del XXI, otros veinte) ya no puede celebrarse en el café habitual de la calle la Luna, pero sigue tan animada como siempre en el ciberespacio. Es poca cosa una pandemia que paraliza el mundo para acabar con la tertulia.
Tiene alguna desventaja el nuevo formato (cada uno ha de prepararse el café o lo que quiera tomar por su cuenta), pero también ventajas: contertulios dispersos por el mundo pueden asistir a ella. Desde Nueva York, desde Oslo, desde la Plata, desde Madrid, desde Punta Umbría, desde Gijón, desde Avilés, a las siete en punto los rostros amigos aparecen mágicamente en la pantalla del ordenador.
            Este viernes, antes de la conversión libre y llena de interrupciones (muy a la española), leímos cada uno un poema que nos habría gustado escribir (yo el de Li Po traducido por Marcela de Juan que tanto me gusta recitar) y hablamos del primer viaje que nos gustaría hacer en cuanto sea posible.
            Yo me iría –me iré-- a Nueva York.  Y cerré los ojos para describir minuciosamente mi primer paseo en la ciudad. Me alojaría en Brooklyn, en Grand Army Place, como la última vez, en la casa de buenos amigos. Me despertaría muy temprano debido a la diferencia horaria, así que a poco de salir el sol ya estaría yo en la calle. Antes de bajar, saldría a la terraza y contemplaría el entorno: el gran arco triunfal que da nombre a la plaza, la arboleda del Prospect Park, la fuente monumental con sus desnudos art deco, la fachada neoclásica del museo, la racionalista –cemento y toques de oro-- en la Biblioteca Pública… Me pondría a caminar por Flatbush Avenue, mi primera parada en la plaza del Barclays Center para saludar al Capitán América (“I’m just a kid from Brooklyn”, solo soy un chico de Brooklyn, dice la inscripción en la monumental escultura).
Continuaría luego hasta Atlantic Avenue, giraría a la izquierda, cruzaría la avenida para dirigirme hasta Cadman Plaza, por una calle provinciana y comercial, pero no llegaría hasta ella, sino que por  Montague Street me acercaría el río.
Montague Street es una de mis calles favoritas. Ya nqueda en ella ninguna librería de viejo, pero ahí sigue la dorada iglesia neogótica, tan de campiña inglesa, deslumbrante en primavera, y el Teresa’s, el restaurante favorito de la tertulia, y al doblar una esquina, la casa en que vivió Auden (tenía, muy cerca, por vecino a Truman Capote) y al final mansiones con jardín, en las que yo he situado alguna historia, y el Promenade, el largo paseo por la orilla del East River, con los rascacielos del bajo Manhattan al frente y al fondo el puente de Brooklyn y tras él el de Manhattan. Cruzaría el puente, por supuesto, saludando al Pier 17 (mis Salesas neoyorquinas) y llegaría al City Hall. Un pequeño descanso junto a la fuente adornada con farolas que recuerdan a las de un paso de semana santa y luego, Broadway adelante, hasta Washington Square (queda a la izquierda, hay que desviarse por la calle 4) con el gran arco de mármol en el que Juan Ramón Jiménez vio a la primavera dispuesta a desfilar por la Quinta Avenida.
Tras el descanso entre los estudiantes de la cercana universidad, regreso a Broadway, por Waverly y sigo mi paseo hasta Union Square. Camino lentamente, este es el tramo de Broadway que yo prefiero, con sus edificios de principios del XX que aúnan arquitectura industrial y fantasías historicistas.
Antes de entrar en Union Square, la imprescindible parada en esa sucursal del paraíso que es la librería Strand: siempre acabo un poco mareado con la acumulación de tentaciones. Y luego, en la plaza, la maravilla de colores y olores del mercado de productos orgánicos (a Muñoz Molina le recordaban el mercado de su infancia en Úbeda).
Termino mi paseo matinal, mi primer paseo neoyorquino (¿cuántos kilómetros llevo caminados?) en la que siempre he considerado mi casa, la librería Barnes & Noble, que ocupa por entero un edificio decimonónico de cinco plantas. Antes de subir a la cafetería, un paseo por los estantes, la recogida de unos cuantos libros y luego a hojearlos en una de las mesas junto a las ventanas a las que se asoman las copas de los árboles y el gran mástil en el centro de la plaza…
            ---¿Pero tú qué tienes el mapa de Nueva York en la cabeza?, me interrumpe un contertulio aburrido.
            La verdad es que sí, pero no de toda Nueva York ni solo de Nueva York. No soy un aventurero, me aterran los lugares desconocidos, por eso lo primero que hago cuando llego a una ciudad desconocida es conquistar un pequeño territorio, hacerlo familiar, descubrir los lugares de reposo y abastecimiento: cafeterías amigables, librerías en que perderse, algún centro comercial, convertirlas en otro Oviedo (algo así hacían los conquistadores, aunque de otra manera). Y cuando vuelvo –siempre procuro volver-- repito maniáticamente el mismo recorrido.
Por las noches, en estos días, en que tarda el sueño, cierro los ojos y me digo: Voy a darme un paseo por Venecia o por Praga o por Coímbra o por Nápoles. Y salgo del hotel, o del alojamiento turístico, frente al Moldava y el puente que me lleva a las Casa Danzante; o en el Lungomare, muy cerca del Castel dell’Ovo (sobre el azul de la bahía, la silueta de Capri); o en el Largo da Portagem, donde estuvo el consultorio de Miguel Torga, y camino y camino sin equivocarme en ninguna esquina hasta que me llega el sueño.
En estas cosas me gusta entretenerme. Cada uno tiene sus manías.



Domingo, 26 de abril
CÁRCEL ME QUITA

Salgo a comprar el periódico y noto algo distinto, como que se respira mejor: acá y allá, muy distanciados, en las calles solitarias, una niña que camina de la mano de su madre, un padre joven que empuja el carrito de un bebé, un niño de unos siete años que camina junto a su madre, los dos con grandes mascarillas que casi les tapan los ojos, y en la cola para acceder al kiosco uno niño de dos o tres años, sentado en su triciclo, que parlotea gozoso con su madre…
Le saludo desde la distancia, el niño me devuelve el saludo con una sonrisa y yo siento que los ojos se me llenan de lágrimas.
¡Lo que se ha tenido que luchar para conseguir que los niños, después de estar mes y medio las veinticuatro horas encerrados en casa, puedan salir al menos una hora al día como en el resto de los países civilizados!
Los lectores del futuro no entenderán mis lágrimas –reconozco que el confinamiento me ha hecho más sentimental--, pero les pediría que consultaran las hemerotecas: no se trata de una ficción literaria, esa barbarie contra la infancia fue rigurosamente verdad en la España de 2020.
           Hubo que luchar hasta el último minuto y habrá que seguir luchando porque seguro que la mala gente que tanto abunda en esta España nuestra estará ya falsificando argumentos, trucando su fotos, creando alarmismo, para que la situación se revierta.
Pero yo ahora no quiero pensar en las asustadizas alimañas con forma humana que refugiadas en sus madrigueras maquinan cómo evitar que los más de seis millones de niños disfruten del mismo derecho que los cerca cuarenta millones de españoles restantes.
Disimulo las lágrimas, que son de emoción y de felicidad, y a la memoria me vienen unos versos de Miguel Hernández: “Tu risa me hace libre, / me pone alas, / soledades me quita, / cárcel  me arranca”.



Lunes, 27 de abril
PASILLO Y PATIO

Los pasillos más largos del Milán, lo que recorren en cada piso su fachada, tienen más o menos ciento sesenta y cuatro pasos, o sea, unos ochenta y dos metros. Con solo recorrerlos unas doce veces ya camino un kilómetro.
Entre la revisión de los ejercicios que me envían los alumnos de una de mis asignaturas y los de otra, recorro por ese pasillo unos dos kilómetros cada día. Yo necesito caminar por lo menos media docena para sentirme a gusto, pero algo es algo.
Naturalmente, le vendría mejor a mi salud hacerlo por el espacio entre el edificio departamental y el aulario y la biblioteca, donde tampoco me encontraría a nadie. Pero lo que beneficiaría a mi salud, podría perjudicar gravemente a mi bolsillo: de vez en cuando, un coche policial entra en esa zona del campus y lo recorre muy lentamente para volver a salir por donde ha entrado.
            Camino arriba y abajo por el largo y ancho pasillo y recuerdo la de kilómetros y kilómetros que recorrí por el patio de la cárcel, siempre a buen paso, siempre con los ojos bajos, para no tropezar con una mirada retadora, siempre procurando no chocar ni rozar siquiera a los que iban y venían muy cerca de mí, algunos gente pacífica, pero otros peligrosamente violentos.
            En peores nos hemos visto, pienso al ir y venir por el pasillo. Y cuando esto pase, que pasará, por muchos meses que se trate intencionadamente de alargarlo (¿tienen miedo de las cuentas que les van a pedir después?), los pequeños hechos de la vida cotidiana --tomar un café, en una terraza al aire libre, rodeado de amigos--, en los que antes ni nos fijábamos, nos parecerán placer de dioses.


Martes, 28 de abril
INÚTIL SACRIFICIO

----Parece que los miles y muertos de la epidemia no te preocupan nada, Martín.
            ----Pues me preocupan tanto como los miles de muertos de cáncer o de infarto o de accidente de tráfico o por cualquier otro motivo. Tomo todas las medidas razonables para no contagiarme ni contagiar, que es lo único que puedo hacer, sabiendo siempre que, por muchas medidas que se tomen, el riesgo cero no existe. Lo que no he hecho es lo que una amiga mía que vive sola y en mes y medio no ha salido de casa más que una vez para ir a la compra. “Debería salir más, pero me voy arreglando con lo que tengo. Es el sacrificio que hago para que muera menos gente”, me dice por WhatsApp.
            Yo no le respondo que eso que hace es una tontería (¡pobre!), pero lo pienso: con su sacrificio ganará el cielo (es fervorosa creyente, aunque evangélica, por lo que los píos católicos la mandarán al infierno de los herejes), pero que ayuda tanto a la contención de la epidemia como el gobierno prohibiendo a los niños salir de casa hasta ayer mismo o a los adultos que salgan solos y sin perro.
            ----No te quejes que, a partir del sábado, ya podrás pasear fuera del pasillo del Milán.
            ----Se agradece la medida, pero llega mes y medio tarde.
            ----¿Y cómo se habría podido controlar, si se hubiera permitido desde el principio, en lo peor de la epidemia, que no se produjeran aglomeraciones?
            ----Pues lo mismo que se evitó que no se produjeran aglomeraciones cuando la gente iba al trabajo, a comprar o a pasear el perro: gracias a la responsabilidad de la gente y con la ayuda adicional de la policía y ejército patrullando las calles.


Miércoles, 29 de abril
LA ÚNICA MANERA

La única manera de eliminar por completo el riesgo es eliminar la vida. Incluso con una vida que no merezca la pena de ser vivida, solo lo eliminas en una pequeña parte.



Jueves, 30 de abril
CERCA Y LEJOS

Qué cerca están ahora algunos amigos que creíamos tan lejos y que lejos otros que creíamos tan cerca.



Viernes, 1 de mayo
ISLAS DE FELICIDAD

Siempre me levanto de buen humor, nunca he dejado de ver cada nuevo día como un regalo. Me aseo, desayuno, friego vaso y taza, hago la cama impaciente por sentarme ante el ordenador.
Las ideas ya están ahí, han brotado durante la noche. Escribo una reseña o reviso la que escribí ayer para enviarla al periódico, una nota del diario, un poema, comienzo un prólogo que me han encargado, lo que toque ese día. No soy capaz de mantener la tensión más de una hora o a veces hora y media.  Luego reviso el correo y subo alguna foto con un breve comentario a Facebook (me hago la ilusión de que estoy publicando un libro como el Atlas borgiano, pero de miles de páginas, casi infinito). A las once y media ya estoy en el despacho del Milán, al otro lado de la calle. Allí me espera la sorpresa de algunos libros recién llegados. Los hojeo en Las Salesas, con un café. Y es precisamente cuando me toca ir a las Salesas cuando acaba mi matinal momento de felicidad. Ahora no hay Salesas, lo que toca es que quedarse encerrado en el despacho corrigiendo trabajos de los alumnos.
            Después de cenar, me relajo en el sofá, y enciendo el televisor. Comienzo con una viaje en tren o viendo el mundo desde el aire con la cadena Viajar; luego, antes de ir a la cama, una serie policíaca, a ser posible antigua y sin sorpresas, que funciona como una nana para propiciar el sueño. “El día es un mar hondo que hay que cruzar a nado”, según un verso que ahora me viene con frecuencia a la memoria. Ya he cruzado un día más, me digo satisfecho mientras viajo en el Transiberiano o contemplo desde lo alto los verdes campos de Inglaterra y sus castillos dorados por la historia y los blancos acantilados de Dover. A veces, quito la voz al televisor y leo un libro amable. En la cabeza, vagamente, sin insistir mucho en ello, le doy vueltas a los que voy a escribir al día siguiente; el trabajo verdadero –sobre todo si se trata de un poema—ya lo haré mientras duermo.
            Islas de felicidad, oasis en el desierto de estos días.