sábado, 29 de diciembre de 2018

Revelación de secretos: El secreto de la felicidad



Sábado, 22 de diciembre
UN RECUERDO DE INFANCIA

            ––Cuando yo era pequeño, muy pequeño, tendría cuatro o cinco años, estuve casi un año entero sin salir de casa, y no por enfermedad, sino por el miedo de mis padres a lo que pudiera pasar. “Cuidado con lo que anda cantando Pepín –entonces me llamaban Pepín–, recuerda lo de tu cuñado. Como oigan esas cosas algo malo os puede pasar a todos”, le dijo una vecina a mi madre. Somiedo, al comienzo de la guerra, estaba en manos de los rojos, y yo jugaba con ellos y aprendí a cantar sus canciones. Todavía recuerdo cuando nos sentábamos debajo del hórreo y me ponían capa y gorra y la gracia que a mí me hacía la borla que me caía sobre la cara. También me gustaban mucho los botes de leche condensada, que se hervían al baño María, y luego se les hacían dos agujeros y por uno de ellos yo chupaba aquel dulce tan rico, nunca después he probado nada que me gustara más. Cuando se fueron los milicianos, dejaron en mi casa una maleta y algunos libros. Recuerdo todavía que uno era de Juan Valera y el otro un tratado de matemáticas, creo que de Rey Pastor, que yo le regalé mucho tiempo después a Arturo Cortina, el cardiólogo. La maleta estaba preparada para transportar bombas de mano y fue la que yo llevé al seminario cargada de libros y ropa porque no teníamos dinero para comprar otra. A mí tío, al hermano de mi padre, lo habían matado a palos los falangistas. Yo oí los tiros con que fusilaban cerca de mi casa. Me subí a una silla para verlo todo desde la ventana, pero mi padre me bajó en cuanto se dio cuenta. “Estas no son cosas para un niño”, dijo. Yo cantaba, sin entender lo que decía, lo que le había oído a los rojos y una vecina al escucharme se quedó espantada y corrió hacia mi casa. “Cuidado con ese niño, que no le oiga nadie, que ya sabes lo que le pasó a tu cuñado”. Mi madre, aterrada, me metió en casa y estuvo casi un año entero sin dejarme pisar la calle.
            (Con mi amigo José Manuel Feito, mientras comemos cada sábado en el Atrio, suelo charlar de teología, de Palacio Valdés, de cualquiera de sus muchas erudiciones, pero de vez en cuando el habitual debate –para mí, charlar es siempre cuestionar las razones del interlocutor– deja paso a la melancolía de los viejos recuerdos.)

Domingo, 23 de diciembre
NUNCA

Nunca se lo diré a nadie, pero siempre me fastidia un poco encontrarme con gente que vale más que yo. Y eso que ya debería estar acostumbrado, me pasa a menudo.
           

Lunes, 24 de diciembre
ACCIÓN DE GRACIAS

Solo soporto las alteraciones de la costumbre cuando se convierten en costumbre, como cenar en familia en la vieja casa de Avilés una vez al año y luego irme a dormir al hotel Ferrera, el caserón misterioso de cuando yo era niño.
            Deambulo por sus pasillos, sin encontrarme a nadie, hasta llegar hasta el salón de la Torre con su escalera de caracol. Desde lo alto, contemplo los tejados de la ciudad. Las luces navideñas no ocultan del todo el tenue resplandor de las estrellas. De pronto, me siento observado. Una oronda luna llena parece mirarme amorosamente.
            En la templada noche de invierno, en confortable soledad, observado por la gran luna y miles de ojillos distantes, hago recuento de mi vida. Y solo se me ocurre, tras repasar pérdidas y ganancias, dar las gracias a ese Dios que no existe, pero que renace una vez al año y en cada niño que nace.


Martes, 25 de diciembre
HAY DÍAS

Hay días que duran más que otros días y este es uno de ellos. Me levanto temprano, como de costumbre, y paseo por el parque antes que nadie. Qué placer tenerlo para mi solo. Fotografío este árbol, aquella flor, las fuentes machadianas que murmuran incansables (es mi manera de guardar lo que veo). Escucho lo que me dicen todos los que fui. Salgo a Galiana. Recorro los soportales del Carbayedo hasta el Instituto donde estudié. Tomo un café, como cada año, en la cafetería de enfrente. Dos o tres solitarios habituales, quizá los mismos que el año anterior. Nunca me había fijado en que sobre el mostrador hay escritos varios aforismos. El primero, de Malraux: “Quien quiera leer el futuro habrá de hojear el pasado”. El que yo prefiero es un proverbio popular: “Nada sucede antes de que tenga que pasar”. Otro, sin firma, nos revela el secreto de la felicidad: “amar lo que es”. Bueno, añado yo, solo si merece ser amado.
            Hay días en que uno se siente a gusto consigo mismo y este es uno de ellos. Tras la comida familar y los encuentros amigos en Avilés, concluye charlando en el Vetusta, recuperada ya la rutina, con Martín López-Vega y Enrique Bueres.
            De tanto haberlo ejercido durante todo el día, debe de habérseme agotado el caudal de diplomacia. López-Vega me ha traído mi último diario, Sin trampa ni cartón, para que se lo dedique y al final me dice irritado: “Llevátelo, ya lo he leído, no lo quiero, siempre dices lo mismo”. “Pues lleváselo a un librero de viejo, valdrá más dedicado”. Y todo porque ha creído entender de mis palabras que yo pienso que arremete o elogia a un escritor según convenga a sus intereses y a los de la empresa, cosa que, si fuera así, no sería peculiaridad suya sino de cualquiera que quiera ser algo en la vida y figurar en Babelia.
            Con Enrique Bueres, uno de los fundadores de la tertulia allá por 1980, no soy más amable. Una a una voy desmontando sus falacias argumentales a propósito de esto y aquello –especialmente de aquello, del tema recurrente, del odio a la democracia periférica por parte de la izquierda y la derecha españolas– y acabo acusándole de ser alérgico al pensamiento racional.
            Al final, yo mismo me doy cuenta de que me he pasado un poco y trato de pedir disculpas, pero a mi manera, o sea que acabo poniendo las cosas peor.
            La verdad es que no sé de dónde me viene esta seguridad en mí mismo, esta incapacidad para comulgar con los cuentos de la tribu, este mirar a cualquiera –sea rey o sea Marías–, no ya de igual a igual, sino incluso un poco por encima del hombro.
            Dinero no tengo; propiedades, el piso en que vivo; no he ocupado ningún cargo académico y me jubilaré siendo el último del escalafón; apenas se reseñan mis libros y mis reseñas aparecen en diarios locales y no influyen para nada (como muy bien afirma Juan Bonilla en el prólogo a mi último diario). Debería ser uno de esos escritorzuelos amargados que están todo el día quejándose del poco caso que los hacen. Y sin embargo (aunque esto no se lo diga a nadie) me considero un triunfador y estoy encantado de haberme conocido. Misterios de la mente humana. Yo mismo me río un poco de esta autosuficiencia mía.
            Me río un poco, pero no demasiado. Siempre digo que mi caso es el de la zorra y las uvas. Tras hacer todo lo posible por alcanzar un racimo de uvas, cuando se convenció de que no lo podía conseguir, la zorra se dio la vuelta desdeñosa y dijo: “Están verdes”. Yo hago lo mismo con ciertas glorias de este mundo –los premios literarios, los elogios de Juan Cruz, Anson o Mainer, las largas colas en la feria del libro, el palabrero homenaje–, pero tengo la sospecha de que si las desdeño no es solo porque no estén a mi alcance.
            Es cierto que no basta con comprar un billete de lotería para que a uno le toque la lotería, pero si alguien no lo compra nunca seguro que no quiere que le toque.
            El éxito siempre envilece un poco, por eso yo prefiero la menor dosis posible. 


Miércoles, 26 de diciembre
LA VIDA EN FACEBOOK

Como a todo el mundo, nada me gusta más que ser el centro de atención, el rey de la fiesta. Presento un libro de Sergio C. Fanjul, La vida instantánea, y tengo que hacer un esfuerzo para limitarme a mi labor de telonero.
            Me preocupa esta incapacidad mía para la falsa modestia, tan útil en las relaciones sociales. Yo nunca seré nada en la vida. Se me nota demasiado que tiendo a creerme más listo que nadie y eso no sirve precisamente para hacer amigos.
            ¿Cuánto tiempo puedo estar yo calladito delante del público? Como siempre pongo el reloj en la mesa, lo tengo bien calculado: algunas veces, incluso más de diez minutos, pero nunca he llegado al cuarto de hora.
            Así que doy la vuelta al libro, y leo la frase promocional, sacada del prólogo: “Algún día, los libros de texto reconocerán que el post de Facebook es también un género literario”.
            No digo qué tontería (no soy tan maleducado), pero lo doy a entender. Un puñado de ingeniosos, y a ratos hilarantes, artículos de costumbres reunidos en volumen no dejan de ser lo que son porque, en lugar de haberse publicado previamente en las páginas del Abc o de El País, lo hayan hecho en una cuenta de Facebook.
            Tampoco un poema, por publicarse primeramente en Facebook o en Twiter, cambia de género literario. El continente no hace al contenido, aunque influye por supuesto. En Facebook, puedes publicar cualquier texto, pero por cada línea que pase de las cuatro primeras pierdes un puñado de lectores. Lo tengo comprobado. Científicamente.
            Sergio C. Fanjul, o su editor, para dar apariencia de modernidad al libro, ponen al comienzo de cada capitulillo el número de “likes” que ha obtenido. Yo sonrío y recuerdo un aforismo: “Era tan ingenuo que hasta se creía los ‘me gusta’ de Facebook”. Pero ni Fanjul ni su editor son ingenuos: buena parte de la repercusión que ha tenido el libro se debe a esa engañifa. La falsa modernidad vende tanto como la falsa modestia. Sobre todo entre la gente de cierta edad, que no se enteran de qué va la fiesta, o entre los periodistas de cualquier edad.
            Pero el libro, aunque venda por la cáscara mixtificadora, es un buen libro, escrito con un desparpajo, una creatividad verbal y un lirismo nada empalagoso que recuerdan al mejor Umbral.
           

Jueves 27 de diciembre
DEL AMOR

¿Cómo podría quererme a mí mismo si no quisiera a alguien más que a mí mismo?


Viernes, 28 de diciembre
PERPETUO ADOLESCENTE

Esforzarse por no defraudar nunca al exigente adolescente que fuimos. Ese es el secreto de la felicidad, si es que la felicidad tiene algún secreto. He cambiado mucho desde entonces, pero no he cambiado nada.

           

domingo, 23 de diciembre de 2018

Revelación de secretos: En La Habana, no en Barcelona



Sábado, 15 de diciembre
POR QUÉ SOY TAN RUTINARIO

Alguna vez me han preguntado, y me he preguntado yo, por qué soy tan rutinario, por qué necesito hacer todos los días lo mismo y a la misma hora, por qué soporto tan mal los cambios por mínimos que sean.
            Y siempre doy, y me doy, la misma respuesta: porque me gusta lo difícil, porque aspiro a lo imposible. La realidad es una jungla en la que los seres humanos, desde que el mundo es mundo, se esfuerzan en poner un poco de orden, en volverla inteligible, en trazar caminos que den la ilusión de que nos llevan a alguna parte. Pero basta dar un paso fuera de esas sendas para que abra sus fauces el horror de lo desconocido.
            Cualquier cosa que altera mi rutina me descoloca, ya digo. Hoy el local de la tertulia, siempre tan acogedoramente solitario, estaba invadido por una turba histérica de esas que parece que se esconden durante todo el año y solo hacen aparición en torno a la Navidad.
            Música a tope, conversaciones a gritos, lo habitual en estos casos. Buscamos un espacio alternativo y recalamos en el Dólar, un café superviviente del siglo XIX. Tras un rato de tranquilidad, en el que hablamos del nuevo número de Anáfora, la actual revista de la tertulia (antes tuvimos Reloj de Arena), nos expulsó  otra bandada de aturdidos estorninos. En el Chelsea no pudimos ni entrar. O sea que en lugar de volver a casa a la once y media, como todos los viernes, tuve que hacerlo a las diez y media, algo temeroso de lo que podría ocurrir en esa hora fuera de programa.
            No ocurrió nada, o eso creo, no se me apareció ningún fantasma ni algo peor, alguna antigua pareja de las que suelen aparecer por estas fechas para recordarnos cosas que tanto ha costado olvidar.
            No ocurrió nada, y sin embargo… Me puse a leer un viejo número de la Revista de Occidente (los viernes no enciendo el televisor hasta las once horas y cuarenta minutos y no me gustaba añadir una alteración más a mi cambio de rutina) y en la reseña que Fernando Vela le hace a Vísperas del gozo, de Pedro Salinas, encontré la distinción entre dos tipos de memoria: “La memoria cortés acentúa, saca de bulto todo lo bueno posible de las personas y hace de ello, por diminuto que sea, lo más cimero, recatando el resto al fondo. La memoria descortés ordena los mismos elementos en otra perspectiva, inversa y perversa; se complace, goza en adelantar las partes menos valiosas de la personalidad ajena, lleva solo –¡con qué ojo de lince!-- la cuenta negativa; resta y resta implacablemente”.
            No necesito decir qué tipo de memoria es la mía; todo los que me conocen lo saben de sobra.
            Acaricié la caja china antes de irme a dormir, pero parecía haber perdido sus poderes mágicos. Toda la noche anduve vagando por esos “espacios misteriosos que separan / la vigilia del sueño”, luchando con fieras informes, deambulando por la selva selvática, la “selva selvaggia” de Dante, en que se convierte la realidad, al menos para mí, en cuanto me desvío lo más mínimo de la senda de la costumbre.
            Me levanté con el cuerpo dolorido, con moratones, con señales de mordiscos. Feliz por inaugurar el nuevo día, por regresar si no sano por lo menos salvo a la cárcel feliz de la costumbre.


Domingo, 16 de diciembre
EXECRADOS POR LA HISTORIA

Una bandera española es “ultrajada”, aparece tirada por los suelos, pisoteada. Se detiene a cuarenta y cinco estudiantes de medicina de los que se sospecha que han participado en los hechos. Sometidos a consejo de guerra y no pudiéndose probar la culpabilidad de ninguno de ellos, hubieran sido absueltos de no haberse decidido que, si no habían cometido el delito, lo habría cometido alguien como ellos y para castigar las veleidades independentistas de los jóvenes se les condenó a todos a la pena de arresto mayor y multa.
            La sentencia, por benigna, exasperó a las fieras, esto es, a las partidas de voluntarios que se habían organizado para defender la integridad de la patria. Se amotinaron en torno a la cárcel y, para evitar males mayores, las autoridades decidieron constituir un nuevo consejo de guerra.
            Por la vía rápida, sin necesidad de buscar nuevas pruebas, se dictaron ocho sentencias de muerte, aplicadas a quienes les parecieron que, por su comportamiento ante el tribunal, debían ser los cabecillas. Esto ocurrió el día 24 de noviembre. Tres días después,  un militar español en situación de reemplazo, esto es, sin concretas obligaciones militares, salió a dar un paseo, como había todas las tardes. Le llamó la atención lo solitarias que estaban las calles, sin nadie circulando por ellas, sin nadie charlando en las aceras. Su café de costumbre, en el Hotel Inglés, habitualmente estaba lleno a rebosar, como los de los alrededores. Esa tarde no había nadie. De pronto, en el insólito silencio, le pareció oír, al lo lejos, una descarga cerrada.
            ––¿Qué ocurre?, preguntó a uno de los camareros.
            ––Que los están fusilando.
            ––¿A quién?
            ––A los estudiantes.
            Muchos años después, Nicolás Estévanez recordaría así aquellos acontecimientos:
            ––Nunca, en ninguno de los trances por que he pasado en mi vida, he perdido tan completamente la serenidad. Me descompuse, grité, pensé en mis hijos, creyendo que también los fusilaban. Dos camareros se apoderaron de mí y me llevaron a un lugar apartado, sin lo cual es posible que a mí también me hubieran asesinado cuando las turbas aullando volvían del fusilamiento. No pude dormir. Aquella noche de insomnio y pesadillas la recuerdo ahora como el martirio de un hombre a quien arrancan de cuajo, no los miembros, sino los más arraigados sentimientos y todas las ilusiones. Yo no conocía más que a uno de los fusilados; no lo había conocido allí, sino en Llanes, cuando él era muy niño. Pero lo que agitaba mi conciencia no era solamente el crimen de lesa humanidad, sino también el baldón eterno para España. Pasarán los años y los siglos, y cuando nadie se acuerde, ni aun la Historia, de la existencia de aquellos falsos patriotas, subsistirá el borrón, la mancha indeleble que echaron torpemente sobre España los cobardes asesinos. Y caerá también sobre las autoridades, sobre todos los españoles, por no haber podido o no haber querido refrenar los desmanes de las fieras. Los batallones de voluntarios se componían de españoles y de lugareños adictos. Tenían por excusa el patriotismo y bien dirigidos habrían podido ser útiles, pero sus jefes, sus consejeros, sus guías, los que los azuzaban a perpetrar todo tipo de canalladas eran los comerciantes enriquecidos de mala manera y los defraudadores del Estado, loa corruptores que se valían de las masas para sus fines políticos y para sus lucrativos negocios particulares. Hasta para delinquir invocaban el honor de España. Lo que el honor de España reclamaba no era sangre de inocentes, ni aun de culpables, sino justicia, humanidad y honradez. Las hubiera habido y no seríamos, como seremos, execrados por la Historia.


Lunes, 17 de diciembre
ME FASTIDIA UN POCO

Nunca se lo diré a nadie, porque me hace quedar como un maldito envidioso, pero siempre me fastidia un poco encontrarme con gente que vale más que yo (cosa que, afortunadamente, ocurre con bastante frecuencia).


Martes, 18 de diciembre
EQUIVOQUÉ LA VOCACIÓN

Voz en off: “Salí de Bucarest el 16 de abril de 1939. El tren de Berlín recorrió la Moldavia hasta el anochecer, pasó por territorio polaco, durante la noche tocó Lamberg, Cracovia y Kattowitz, para alcanzar a la mañana siguiente la frontera de Silesia. Poco después de medianoche, añadieron a nuestro tren el vagón-salón del ministro de Asuntos Exteriores de Polonia. Me habían avisado que el coronel Beck deseaba verme antes de mi visita a Berlín. Fui a reunirme con él en su vagón y viajamos juntos hasta el amanecer. Penetré así, de golpe, en pleno drama europeo”.
            Con estas palabras comienza el viaje de Grigore Gafendu, ministro de Asuntos Exteriores de Rumanía, por las capitales de Europa poco antes de la catástrofe.
            Siempre me han fascinado los libros que permiten viajar en el tiempo. Releo Últimos días de Europa y me detengo menos en la ceguera de los políticos de entonces –-el coronel Beck confiaba plenamente en la amistad alemana– que en los pequeños detalles de época. Ese largo encuentro diplomático en un tren o la visita a Breslau que le habían preparado los nazis antes de los encuentros con Ribbentrop, Goering y finalmente Hitler, en Berlín: “Allí reinaba, a pesar del prodigioso desarrollo de sus barrios industriales, una pacífica atmósfera de ciudad provinciana, cargada de recuerdos y de ensueños. Di concienzudamente la vuelta a los monumentos históricos, y por la noche, rendido de cansancio, me dormí deliciosamente en el palco de honor del Stadttheater, a los sones familiares y tranquilizadores de una opereta vienesa”.
            El viaje –Bruselas, Londres, París, Ankara– termina en Atenas: “Entramos en el puerto del Pireo entre aclamaciones ensordecedoras. Todo estaba engalanado y endomingado, las sirenas de los vapores silbaban, los marineros alineados en el puente agitaban sus gorros, una muchedumbre ruidosa invadía los muelles. Destacábase, en un cielo luminoso, y más resplandeciente aún, como sostenido por alas invisibles, la mole del Partenón”.
            Como tardo en dormirme, me entretengo esbozando el guion de una superproducción a la antigua (El doctor Zhivago, Lawrence de Arabia) basada en ese viaje. No se trata de un documental, así que imagino una trama de amor y espionaje que sirva de mcguffin a lo que de verdad importa, el recorrido por la Europa de 1939. Esos intrigantes tópicos se me dan muy bien. ¿Cuántos guiones de cine, todos de la serie B, habré escrito sin escribir ninguno, cuántas novelas de kiosco?
            Quizá equivoqué la vocación, quizá en lugar de dedicarme a la literatura debería haberme dedicado a los alrededores de la literatura, a los espadachines y a los libros de autoayuda, como Pérez-Reverte o Paolo Coelho.


Miércoles, 19 de diciembre
TONTERÍAS

Tonterías que uno lee en los periódicos: “La baja natalidad pone en riesgo las pensiones del futuro”.
            Pero, si tenemos a buena parte de los jóvenes en paro, ¿cuál es el problema de que en el 2050 haya menos jóvenes? Los tendríamos a todos ocupados.


Jueves, 20 de diciembre
UN CUENTO DE NAVIDAD

“No sé qué regalarte”, me dijo con una sonrisa que valía más que cualquier regalo.

Viernes, 21 de diciembre
LO QUE MÁS DESEO

Un mundo donde la maldad forme parte de la industria del entretenimiento y exista solo en las películas y en las series de televisión.


sábado, 15 de diciembre de 2018

Revelación de secretos: La que se avecina



Sábado, 8 de diciembre
LA CAJA CHINA

Los años me van cambiando en muchas cosas, pero no me hacen más crédulo. Las historias de platillos volantes, abducciones, fenómenos paranormales, que veo a menudo en la televisión, siempre antes de irme a dormir, me ayudan a desconectar con la áspera realidad, a relajarme, a reírme de la estupidez humana y sentirme un poco superior (algo que se me da bastante bien, debo reconocerlo).
            No creo en milagros ni en alienígenas, pero sí en lo que un filósofo de Avilés, Estanislao Sánchez Calvo llamaba “lo maravilloso positivo”, los hechos que –al menos de momento– no tienen explicación científica.
            En el santuario de Mevlana, el de los derviches giróvagos, donde se venera al poeta Rumi, me encontré con una arqueta nacarada en la que, según me dijeron, se guardaba la barba de Mahoma. Protegía el recipiente una especie de urna de cristal con unos pequeños agujeros. Vi una larga cola de fieles que aguardaba para acercar a ellos su nariz. “Es que esa reliquia despide un olor semejante al de las rosas del paraíso”, me explicaron. Y yo, sin dudarlo un momento, me puse en la cola a ver lo que había de verdad en ello. Aunque soy muy impaciente, esperé todo el tiempo que hizo falta. Y valió la pena: aspiré fuerte y me sentí embriagado por el más maravilloso olor que haya sentido nunca. Cerré los ojos: me pareció estar en el paraíso. No sé cuánto duró aquella maravilla. Mis amigos dicen que apenas un instante, pero a mí me parecieron horas, un tiempo sin tiempo. Incluso me pareció sentir el rumor acariciador de una fuente cercana y voces frescas que cantaban entre la arboleda.
            Cuando estuve en Pekín, hace ya algunos años, me regalaron un pequeña caja de madera, un recuerdo de la Universidad de Renmin, según se lee en la tapa junto a la fecha de 1937.  Pensé que la había olvidado en la Residencia en que me alojé porque no la encontré en el equipaje al llegar a Asturias. Pero hace unas semanas, tratando de poner un poco de orden en la leonera en que se había convertido mi casa (ahora sede de una fundación) reapareció. La abrí antes de irme a dormir y esa noche, tras una desagradable temporada de insomnio, dormí profundamente. A partir de entonces, me acostumbré a juguetear un poco con ella antes de irme a dormir. Y no es que yo creyera que tenía poderes especiales, pero el caso es que me relajaba y me ayudaba a conciliar el sueño.
            Últimamente me ha dado por pensar que es un talismán y que quizá si tenga algún poder especial. No es que yo crea tal cosa. Soy demasiado racionalista para creer en semejantes tonterías. Pero podría ser un buen argumento para un cuento, pensé. Ya me ha concedido un primer deseo, dormir bien, de un tirón, toda la noche, algo poco frecuente a mi edad. ¿Qué otro podría pedirle? Se me ocurrió –medio en broma, medio en serio– que podía ayudarme a buscar pareja. Siempre he vivido muy bien solo, sin relaciones duraderas, aunque no todas fueran de una sola noche, las hubo que duraron todo un fin de semana. Pero uno se va haciendo viejo y empiezan a visitarle pesadillas de enfermedad, caídas, necesidad de cuidados.
            Fue ayer viernes, al volver de la tertulia, mientras la acariciaba para conciliar el sueño, cuando se me ocurrió formular –medio en broma, medio en serio, ya dije– ese deseo que las mocitas de antes dirigían a un santo casamentero y los solitarios de hoy a Tinder o a cualquier otra aplicación milagrera.
            Fue ayer y esta noche soñé que la caja me hablaba: “¿Hombre o mujer? Rellene la casilla correspondiente”. Y yo, tras dudar un momento, respondía: “Para lo que yo quiero la pareja, mejor mujer”.
            Fue ayer, repito, y hoy cuando tomaba mi café en el Atrio apareció una antigua compañera de la Universidad, muy cariñosa, extrañamente amable. “Fíjate qué cosas, esta noche soñé contigo y luego voy y te encuentro aquí, no sabía que seguías viniendo por Avilés”.
            Y yo me puse a temblar. ¿Sería la caja china verdaderamente mágica? ¿No puede uno, en ese caso, volverse atrás en sus peticiones? Porque hay deseos que uno formula en un momento de debilidad y de los que luego se arrepiente durante toda la vida.


Domingo, 9 de diciembre
AHÍ QUEDA ESO

Ningún género literario más propicio para la tontería que el aforismo (a no ser el haiku). Abro Los pensamientos del té, de Guido Ceronetti –“filósofo, poeta, traductor, narrador y sagaz cronista de hechos culturales y sociales”--, según leo en la solapa, y me encuentro con esta perla: “La mujer, al no ser más que imagen, no muere. El que sí muere es el hombre”.
            Ahí queda eso. No solo es una tontería se mire por donde se mire, sino una tontería vintage, del tiempo en que mujeres y hombres se consideraban de distinta especie.
            “No es posible leer la obra de Ceronetti –escribió Emil Cioran– sin preguntarse quién es el admirable monstruo que la ha concebido”.
            Completamente de acuerdo, salvo en lo de “admirable”.


Lunes, 10 de diciembre
ME ABURRO

Me paso la vida tratando de engañar a los demás y no consigo engañarme ni a mí mismo. ¿De dónde habré sacado esa peregrina idea de que soy más listo que nadie? “Las personas inteligentes no se aburren nunca”, dicen, y yo me aburro mucho. Soy de los que no es que dejen para mañana lo que tienen que hacer hoy, sino que hacen hoy lo que deberían hacer mañana. Y luego, claro, al día siguiente se aburren al no tener nada que hacer.
            Todo lo hago demasiado rápido: hablar, comer, pensar, escribir, rebatir al contrario. ¿Y para qué? Para que luego no haya día en que no me sobre tiempo para estar mano sobre mano, para pensar en lo que no quiero pensar, para emborracharme de melancolía.
            Si soy tan inteligente, ¿cómo es que no consigo tomarme las cosas con más calma, comer más despacio, masticar mejor lo que leo, tardar un poco más en encontrar las falacias argumentales del contrario para no dar la impresión de que no le dejo terminar de hablar?
            Me sobra tiempo y la mayor parte de mi tiempo la ocupo en inventarme ocupaciones con las que entretenerme. Porque de todo me aburro en seguida, como un niño caprichoso, y a la media hora o a la hora ya tengo que dedicarme a otra cosa.


Martes, 11 de diciembre
YA NO SOY TAN SINCERO

Encuentro, entre los papeles viejos que estoy revisando para archivar unos y enviar la mayor parte de ellos a la papelera, un recorte del ABC, fechado el 3 de enero del 84, con el siguiente titular “El Ministerio de Cultura malgasta el dinero”.
            Es una información de la agencia Efe que dice así: “El dinero que se gasta en premios literarios en España es el más absurdo, declaró el poeta y crítico literario José Luis García Martín durante la presentación de Poesía española 1982-83, que recoge los comentarios críticos de los libros aparecidos durante ese período. José Luis García Martín, que manifestó su total desacuerdo con los premios literarios, criticó especialmente el premio Cervantes, que se concede –dijo– "a la longevidad de las viejas glorias que cuentan con una obra dilatada y el mérito de no haberse muerto todavía".
            Hace más de treinta años ya pensaba yo como pienso ahora, pero ya no me atrevería a hacer declaraciones semejantes. Los años me han enseñado a ser un poco más cauto y a disimular lo que pienso.
            (Si no lo fuera, y vista la nadería de su último libro, Contestaciones, que apenas es suyo, me atrevería a profetizar que el próximo Cervantes será para el poeta venezolano Rafael Cadenas.)


Miércoles, 12 de diciembre
COSAS QUE PASAN

Siempre he tenido pasión por explicarlo todo, pero hay cosas que no tienen explicación, o que yo aún no he sabido encontrársela.
             “Yo mismo me encontré frente a mí mismo en una encrucijada”, escribió Ángel González. Hay muchos testimonios de una experiencia semejante. Esta mañana, mientras tomaba un café en Las Salesas, en la gran mesa redonda y común que me gusta utilizar, alguien que se me parecía bastante llegó un poco más tarde y se sentó frente a mí.
            Al principio, daba la impresión de que incluso me imitaba los gestos, como si estuviera ante un espejo. Yo trataba de concentrarme en el libro que llevaba conmigo –la Comedia de Dante en la traducción de José María Micó–, pero no podía dejar de levantar la vista y fijarme en él. Se dio cuenta y comenzó a sentirse molesto. Por fin, no pudo por menos de dirigirme la palabra:
            ––¿Nos conocemos?
            ––Perdona, pero es que te pareces mucho a alguien que conozco bien –y, tras una pausa, añadí sonriendo–, a José Luis García Martín.
            Sonrió también, como si estuviera en el secreto. “Son cosas que pasan”, dijo, y luego se levantó, sin dejar la sonrisa, al mismo tiempo que yo me levantaba.


Jueves, 13 de diciembre
ESPERO EQUIVOCARME

A mis amigos andaluces les ha molestado un poco que yo dijera que los rojos de aquella tierra son más rojigualdas que rojos, como si eso fuera exclusivo de Andalucía. Tampoco es exclusividad suya el evidente resentimiento que sienten hacia Cataluña (un psicólogo social casi se atrevería a hablar de complejo de inferioridad).
            Pero de esos asuntos prefiero no hablar. Tengamos la fiesta en paz mientras podemos. Esta noche soñé –no tiene relación con ello, pero uno no manda en sus sueños– con los años anteriores a la Gran Guerra. Las organizaciones obreras, cada vez más poderosas, decían que no habría más guerras en Europa, que las guerras eran cosa de los Estados burgueses, que si una nación declaraba la guerra a otra, los obreros de ambos países se negarían a tomar las armas y se abrazarían como hermanos.
            Comenzó el conflicto de la más estúpida manera y allá se fueron cantando alegres a la carnicería los obreros de Francia y los de Alemania, que antes que obreros eran franceses y alemanes y debían dar su vida por la patria y arrebatársela antes a todo el que pudieran.
            También los españoles de izquierda, antes que de izquierda, antes que demócratas, son españoles. Que Dios nos coja confesados.



domingo, 9 de diciembre de 2018

Revelación de secretos: España cañí



Sábado, 1 de diciembre
TRES ENCUENTROS

Coincidí con él tres veces. La primera fue en 1938, tras dar yo una conferencia en la Alianza de Intelectuales Antifascistas, que estaba en el palacio de los Heredia Spínola, calle del Marqués del Duero. Tras la charla, los habituales tomamos algo en el bar que se había improvisado en el mismo edificio. Allí me encontré con un muchacho moreno, delgado, de pómulos salientes, con el pelo al rape. Fue Rafael Alberti quien nos presentó. Simpatizamos de inmediato. Me da un poco de vergüenza decir que hablamos más de mis actividades literarias que de las suyas. Cambiaba de conversación cuando yo le preguntaba por sus versos, que se habían hecho muy populares en las trincheras. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos y, cuando ya se alejaba, se volvió y casi me gritó: “Nos volveremos a ver en cualquier momento”.
            No le volví a ver hasta los primeros días del año siguiente. Ya la suerte estaba echada, pero algunos nos resistíamos a creerlo. Yo dirigía la sección cinematográfica en Altavoz del Frente y allí vino a verme. Su aspecto había cambiado mucho. Era ya un derrotado. Parecía que había dormido varias noches sin quitarse el sucio uniforme, llevaba barba de varios días. Tenía, no me dijo la razón, bastante prisa. De una mochila sacó un puñado de galeradas corregidas por su propia mano. “Es mi nuevo libro –dijo–, quiero que lo leas y me digas qué te parece”. Me dio un abrazo y desapareció calle de Alcalá abajo, hacia Cibeles. Lo leí aquella noche, en mi casa de la calle Trafalgar, mientras escuchaba los disparos que sonaban intermitentemente en la Ciudad Universitaria. Me impresionó la verdad, la fuerza y la amargura de aquellos versos. Al día siguiente le devolvía las galeradas, le felicité, le di un abrazo. No se me ocurrió –¿quién iba a pensar que todo se precipitarían de aquella manera?-- copiar los poemas. Habría sido la manera de salvarlos. Porque mucho me temo que ese libro haya desaparecido para siempre. Se estaba imprimiendo en Valencia, en la Tipografía Moderna. Cuando entraron las tropas de Franco, los pliegos estaban impresos y plegados, solo faltaba la encuadernación. ¿Qué habrá sido de esos papeles? Arderían en alguna hoguera de los nuevos inquisidores.
            Fue en Ocaña donde volví a encontrar al poeta. Yo había estado antes en la Prisión de San Antón, de donde salí para el consejo de guerra que me condenó a treinta años. Al penal de Ocaña fui con otros muchos en vagones de ganado. Desde la estación, nos dirigimos al penal formando una andrajosa columna. Caminábamos en silencio entre una doble hilera de guardias civiles. De las casas de adobe surgían de pronto mujeres vestidas de negro que nos insultaban agitando los brazos.
            A finales de noviembre de 1940, supimos que iban a traer al poeta. Llegó el 2 de diciembre, trasladado desde la prisión de Palencia, después de haber hecho escala en la de Yeserías. Antes de integrarse con los demás presos, pasó el período reglamentario en celdas. Un preso común, que hacía de ordenanza, nos sirvió para comunicarnos con él. Le hicimos llegar, burlando a los carceleros, algunos alimentos de los que nos enviaban nuestras familias y notas de apoyo. Le tocaba salir de celdas el día 27 y decidimos celebrarlo con una comida. Conservo el programa que preparamos, con el menú, las dedicatorias de cada uno de nosotros, unos versos y un retrato del poeta.
            Lo pasamos bien, fue uno de los mejores momentos de aquella estancia carcelaria, quizá el último feliz que tuvo. No he olvidado sus palabras de agradecimiento: “Ya sabéis, compañeros de fatigas y anhelos, que la palabra homenaje huele a estatua de plaza pública y a vanidad sobre la que hacen sus necesidades las palomas. Pero yo acepto con gusto el homenaje de esta comida en familia por los muchos merecimientos hechos… durante los veinticinco días que he tenido que sobrellevar solo conmigo mismo. Eso sí, como poeta he notado en los condimentos la ausencia del laurel”.
            De la vida en Ocaña, ¿qué voy a decir? El director general de prisiones se llamaba  Máximo Cuervo. Ni siquiera Galdós fue capaz de nombrar mejor a uno de sus personajes.
            Con el poeta, desde que llegó hasta que se fue a mediados de junio del 41, me veía todos los días. Dábamos grandes paseos por el patio, charlando de todo, no solo de literatura, recordando a amigos comunes. De quien mejor hablaba y a quien más admiraba era a Vicente Aleixandre. Con los campesinos que abundaban en el penal le gustaba hablar de faenas agrícolas y de sus tiempos de pastor de cabras. Recibió una gran alegría cuando le comunicaron su traslado a Alicante. Quería estar más cerca de su mujer y su hijo.
            Al ir a despedirme, tenía ya atado y listo el petate. Me dio un fuerte abrazo y yo le noté contento, a pesar de que sentía dejar allí buenos amigos. El cambio de cárcel le parecía el primer paso hacia la libertad. Cargado con el petate, antes de desaparecer tras el oficial hacia el primer rastrillo, nos dirigió una última mirada. No le volvimos a ver.
            (Durante un viaje a Madrid, allá por 1978 o 1979, un amigo me llevó a una tertulia en la que escuché a un viejo escritor contar sus recuerdos de Miguel Hernández. Al volver al hotel, anoté lo más fielmente posible lo que había oído. Traspapelé esos apuntes, los encuentro ahora al reorganizar mi biblioteca, que ya no es mía,sino de la Fundación JLGM. No apunté el nombre del amigo del poeta y ahora no soy capaz de recordarlo. ¿Arturo del Hoyo? ¿Hernández Girbal?)


Domingo, 2 de diciembre
UN PARTIDAZO

A primera hora de la mañana, me telefonea exultante un poeta amigo: “En el partidazo que juega hoy España contra Cataluña en campo andaluz, yo creo que va a ganar España por goleada. ¡Vamos a arrasar!”


Lunes, 3 de diciembre
PRIETAS LAS FILAS

Me encuentro con Xuan Bello y Sonia Fidalgo imprevistamente a la entrada de la calle Murillo, donde vivo. Tomamos algo en el Antares  y charlo con Xuan mientras Sonia habla por teléfono.
            –-¿Te han invitado este año a formar parte del jurado de los Premios?
            ––No, naturalmente; saben que no aceptaría.
            ––-Pues no sé por qué. A mí me han invitado de nuevo y he aceptado encantado. No por eso soy menos republicano ni apoyo a la monarquía.
            ––Yo tampoco he apoyado nunca a la monarquía, pero sí a Felipe de Borbón. He dejado de confiar en él, aunque siga deseándole lo mejor, y por eso no puedo estar ahí. Es un simple ejercicio de coherencia.
            ––Te valoras demasiado ¿Qué más le dará a nadie que tú estés o no en los premios Princesa de Asturias?
            ––En eso tienes razón. Me valoro demasiado. Soy tan vanidoso que no me gusta hacer nada que no resulte coherente con mi idea de la decencia y de la democracia y de lo que creo mejor para mi país. Puedo equivocarme, me equivoco a menudo, pero procuro no engañar.
            –-¿Y por qué te ha defraudado tu siempre admirado Felipe? ¿Por el famoso discursito de la discordia? Fue solo que estuvo mal aconsejado.
            ––Porque no ha sido capaz, en contra de lo que yo pensaba, de marcar una línea clara entre lo que él representa y lo que representa el anterior jefe del Estado, del que yo –por lo que sé y por lo que se empeñan en no dejarnos saber, pero todos sospechamos– no me siento precisamente orgulloso. Ni yo, ni ningún español de bien, aunque algunos disimulen por conveniencia.
            -–-Bueno, hablemos de otra cosa. ¿Qué te ha parecido la hecatombe de Andalucía?
            ––-No me ha sorprendido. Hace tiempo que he podido constatar que incluso los rojos andaluces, recuerda a nuestro amigo José Luis Piquero, antes que rojos son rojigualdas. ¡Unas elecciones autonómicas en las que lo que más se oía en los mítines era “¡Arriba España, abajo Cataluña”! Tienen lo que se merecen.  Ahora a prohibir por decreto que se hable de niñas y niños cuando se quiera hablar de niñas y niños. ¡A decir solo “niños” como manda la Santa Academia de la Lengua! Ahora a formar Juntas Patrióticas en cada provincia por si llega la hora de la nueva Cruzada contra el infiel y hay que ir prietas las filas a cortar cabezas de independentistas.


Martes, 4 de diciembre
LA CUADRATURA DEL CÍRCULO

No me gusta decirlo muy alto, para no atraer a la mala suerte ni las miradas atravesadas de los envidiosos, pero creo que soy un hombre inmerecidamente afortunado. Sin formar una familia, he formado una familia; sin dejar de vivir solo, he dejado de vivir solo.

Miércoles, 5 de diciembre
FALSA VANIDAD

Me gusta parecer lo que no soy. Vanidoso, por ejemplo. Siempre ando presumiendo de mi vanidad, cuando lo mío no es algo que nos hace tan divertidamente dependientes del elogio ajeno, sino el orgullo, el negro orgullo: si me aplauden, bien; y si no, peor para ellos.
            Si mi criterio, bien fundado, minuciosamente razonado, choca contra el del resto del mundo, pues lo siento por el resto del mundo, pero ni las hogueras de la inquisición me harían variar un ápice.


Jueves, 6 de diciembre
VERGÜENZA AJENA

Si la Constitución española dijera lo que dicen que dice (que el jefe del Estado español tiene licencia para delinquir, que como un Mohamed ben Salmán cualquiera puede mandar asesinar y descuartizar a un periodista molesto, a un Jaime de Peñafiel por ejemplo, y la justicia española no tendría más remedio que mirar para otro lado y los españoles callar y callar como buenos saudíes), yo no estaría precisamente orgulloso de ella.
            Afortunadamente, la “inviolabilidad” de la que habla la Constitución que yo voté (y no me arrepiento) no es sinónimo de impunidad. De los actos del jefe del Estado en cuanto tal, son responsables el jefe de gobierno o el ministro que los autoriza con su firma. De sus actos privados, la Constitución no dice nada, y por lo tanto le afecta el código penal como a cualquier otro ciudadano.
            Lo curioso es que, de momento, parece que yo soy el único español que piensa así. Si pensara de otra manera, me avergonzaría, no solo de haber votado el texto constitucional, sino casi casi de ser español. Porque una cosa es tener a la fuerza –en Arabia Saudí no se vota– a un príncipe asesino como máxima autoridad y otra muy distinta aprobar democráticamente y aplaudir una constitución que permite al jefe del Estado cometer impunemente cualquier delito.
           

Viernes, 7 de diciembre
BANDERAS AL VIENTO

Si nadie se mete contigo, es que no eres nadie. Y yo soy poca cosa, pero no tan poca que no moleste a algunos con mi mala costumbre de pensar lo que digo y decir lo que pienso. Hoy recibo una advertencia anónima: “¡Ya queda menos! Cuando gobernemos nosotros, la España de los balcones, te vas a enterar”.



sábado, 1 de diciembre de 2018

Revelación de secretos: Yo, erre que erre



Sábado, 24 de noviembre
NO DAR UNA

Qué impiadoso es el tiempo. En los años setenta, Jaime Siles nos parecía uno de los nombres más brillantes de la nueva generación. Y probablemente lo habría seguido pareciendo de no haber abandonado las elegantes vaguedades de la abstracción poética.
            Pero comenzó a entendérsele lo que escribía y entonces pudimos darnos cuenta de que detrás de su brillante retórica y su exhibida cultura de primero de la clase, no había demasiada inteligencia. O así, al menos, me lo pareció a mí, aunque en eso, como en todo, puedo estar equivocado.
            Últimamente se dedica a participar en los intercambiables premios Visor. Me llega ahora su Galería de rara antigüedad, galardonado con el Gil de Biedma. Es un homenaje al mundo clásico. Jaime Siles, experto latinista, ahí no me puede fallar, pienso. Lo hace, sin embargo, desde las primeras líneas del prólogo. Leo el libro una vez y lo vuelvo a leer frotándome los ojos: no se salva ni un poema, no hay uno que no contenga una falacia argumentativa. “Pero un poema no es un silogismo”, me reprocharán algunos, quizá con razón.
            Baste un ejemplo: el poema “Examen”, con el que se cierra el libro. Sus primeros versos dicen así: “Alguna vez he sido / como estas muy jóvenes cabezas / centradas en el análisis de un texto / y el placer que produce la certeza / de su absoluta comprensión exacta”.
            ¿Es placer lo que experimentan los alumnos durante un examen? Muy poco parece saber de psicología el poeta. Continúa: “Alguna vez he sido / también estos muchachos / y en ocasiones creo, pienso, siento / que aún lo soy. / Sé que algún día / ellos serán como yo ahora / y estarán examinando también / a otros muchachos / que el día de mañana / examinarán a otros a su vez. / Yo no estaré ya vivo. / Ellos tal vez tampoco”. ¿Ellos tal vez tampoco? ¿Y cómo van a estar examinando a otros? ¿Profetiza Siles un futuro de profesores zombis para la universidad española?
            Se lía luego en disquisiciones sobre el texto “que nos ayuda a afrontar la vida / y la borrosa sintaxis de la muerte”. No nos indica de qué texto se trata. ¿Traducir cualquier cosa en un examen tiene esos efectos?
            Pero no se vayan porque aún hay más: “Vida y muerte son un solo y mismo texto. / Nosotros lo leemos sin saber para qué. / Pero él sí lo sabe y nos lee a nosotros /que somos un texto más difícil para él”.
            Y sigue y sigue: “el texto nunca muere ni acaba” (¿Qué texto? ¿El que se traduce en el examen? ¿El de la vida y la muerte, que también son un texto?).
            El texto “está empezando siempre cada vez” y eso “no por el carácter inagotable de lo clásico”, sino porque “es el carácter y condición el Ser. / Nosotros solo somos su pausa”.
            Si se lee en diagonal y sin prestar mucha atención, parece muy profundo, casi heideggeriano. A mí, dicho con todos los respetos, me parece una tontería. Y no hay un solo poema en el libro que no esté lleno de pretenciosas inconsistencias semejantes.


Domingo, 25 de noviembre
ELOGIO DE LA ELIPSIS

Lo que menos me interesó siempre de Baroja fueron las Memorias de un hombre de acción, supuestas memorias de Aviraneta, en realidad una maraña de borrosas narraciones en las un narrador se inserta en otro como en una serie de cajas chinas, mientras el presunto protagonista no es más que una sombra entrevista de tarde en tarde.
            Pero encuentro hoy en el Fontán, y a muy bien precio, cinco euros, las primeras ediciones de Renacimiento, primorosamente encuadernas. Comienzo a leer Los caminos del mundo y me dejo llevar por su encanto antiguo, que no había visto hasta ahora.
            Stendhal logró resumir una noche de amor en un punto y coma. Baroja no llega a tanto, pero se le acerca: “De pronto, se abrió la puerta y apareció madame de Montrever en mi cuarto… ¿Para qué insistir en este momento poco honorable de mi vida? No lo he querido callar, para que el descendiente mío que lea mi historia sepa que yo tampoco fui virtuoso”.
            Un punto y coma en Stendhal; unos puntos suspensivos en Baroja. Un caballero no necesita entrar en más detalles para hablar de ciertas intimidades, harto monótonas, a ratos fatigosas y tan viejas como el mundo.


Lunes, 26 de noviembre
COSAS QUE NADIE DICE

––Martín, Martín, ¿sabes cómo se llama tu comportamiento? Se llama paranoia. Si tú piensas una cosa, no permites que la realidad te desmienta. Todo el mundo está de acuerdo en que la Constitución blinda al rey y le permite hacer de su capa un sayo en materia de código penal y tú, erre que erre, empeñado en que si no se le investiga es por miedo a que se venga abajo todo el tinglado. Todo el mundo está de acuerdo en que el Brexit es negativo, no solo para Europa, sino también y sobre todo para el Reino Unido y tú , erre que erre, con que no hay tal cosa. Y eso ya sin hablar del asunto de Cataluña, donde tu postura, eso de dejar que los catalanes decidan libremente su futuro político, permítame que te diga que no tiene perdón de Dios ni tiene cabida en una democracia madura y consolidada.
            ––Debo de ser un poco paranoico, probablemente, pero el consulado de Arabia Saudí es tan “inviolable” como el jefe del Estado español y eso no le impidió a Erdogan investigar el crimen que allí se había cometido y no dar por buenas las patrañas con las que nos querían hacer comulgar y que todas las democracias maduras y consolidadas, con tal de salvaguardar sus negocios, habrían dado por buenas.
            ––¿Y de qué ha servido? Pronto veremos al Príncipe Asesino dando un discurso en cualquier cumbre de mandamases en defensa de los derechos humanos. O recibiendo el premio Nobel de la Paz por haber terminado con la guerra del Yemen con el eficaz método de exterminar a los yemeníes.
            ––Es posible. De momento ya intercambia besos y abrazos con nuestro Rey Presunto, que por lo menos es un estómago agradecido y no olvida los buenos negocios que han hecho juntos.
            ––Te concedo que algo huele a podrido en Borbonia, pero con lo del Brexit te pasas. ¿No estás de acuerdo en que convocar el referéndum fue una equivocación y el resultado un desastre? ¿No estás de acuerdo en que a los electores británicos los manipularon las redes sociales?
            ––Qué majadería. Y sin embargo esa tontería no es una ocurrencia tuya, la he visto repetida en los periódicos más serios, sean de derechas o de izquierdas. La Unión Europea, en este asunto, se ha comportado como esas compañías telefónicas que te dan todas las facilidades posibles para entrar, incluido un mes o varios gratis, y luego te dificultan todo lo posible la salida. La Unión Europea es una unión libre de países libres. Al que quiera entrar, se le ponen unas condiciones. Al que quiera salir no se le debe poner ninguna, solo se negociar la separación. Pero algunos creen que la Unión Europea es como el Sacro Imperio Romano Germánico, un logro de la historia, algo sin marcha atrás.
            ––¿Pero tú no crees que Europa es menos Europa sin el Reino Unido?
            ––Confundir Europa con la Unión Europea no pasa de ser un error, no por muy extendido, menos absurdo. ¿Estoy fuera de Europa cuando estoy en Ginebra? Paso de un continente desconocido  a Europa cuando, a dos paradas de autobús, me bajo en Ferney para tomar un café y visitar el castillo de Voltaire. ¿Suecia es Europa y Noruega no? Formar parte de la Unión Europea tiene ventajas e inconvenientes. A quien le corresponde decidir si las ventajas son más que los inconvenientes, o al revés, es a cada país. Y no se decide de una vez para siempre. Debe haber vuelta atrás, como en cualquier unión libre. La Unión Europea, cuando los ciudadanos británicos decidieron irse, se comportó como un cónyuge orgulloso cuando se le plantea el divorcio. ¡Te vas a enterar!, dijeron. Y así estamos. En lugar de arreglar los papeles de la separación de la manera más ventajosa para ambas partes, la Unión Europea se ha preocupado de dañar todo lo posible al Reino Unido, aunque eso suponga perjudicarse a sí misma: que yo me quede tuerta, pero que tú te quedes ciego.
            ––Quizá no los dejan irse de rositas para evitar que otros países se sientan tentados a seguir el mismo camino.
            ––Pues con eso lo único que consiguen es que muchos pensemos que tal vez la Unión Europea no es tan buen asunto como nos habían contado, que nos engañaron como esas compañías que nos dan todas las facilidades para entrar y luego nos atrapan con su telaraña burocrática y nos explotan a fuego lento.

Martes, 27 de noviembre
MUY ESPAÑOL

Sonrío al leer una frase de Borges en Otras inquisiciones: “No he observado jamás que los españoles hablaran mejor que nosotros. Hablan en voz más alta, eso sí, y con el aplomo de quienes ignoran la duda”.
            Qué español soy yo en eso. Y en tantas otras cosas, no todas reprobables.


Miércoles, 28 de noviembre
¿POR CUÁNTO TIEMPO?

“Envejecer también tiene su gracia”, escribió Gil de Biedma. Y yo apostillé: su maldita gracia.
            Pero ahora creo que efectivamente la tiene. De momento –¿por cuánto tiempo?-- yo no he comenzado a notar los inconvenientes que traen los años: sigo tan impertinente, tan curioso, tan discutidor, tan caminador, tan insoportable como siempre.   Bueno, esto último no: creo que lo voy siendo un poco menos. Los años de momento –¿hasta cuándo?—no me han hecho más rígido, ni más de derechas, ni más tacaño, ni más apegado a mis manías.
            Esa al menos  es mi opinión, quizá poco fiable, porque yo siempre he tendido a una cierta benevolencia conmigo mismo (nunca he andado escaso de autoestima); habría que preguntar a quienes me conocen desde hace tiempo para saber lo que hay de cierto en esto que digo.


Jueves, 29 de noviembre
HUELLAS DACTILARES

El jueves pasado presentaba el Diario de Matilde Ras en el Cervantes de Lisboa; hoy presento en Oviedo otro diario: Hola, mundo, de Cristian David López.
            El Cervantes de Lisboa está en la calle Santa Marta, frente al hospital del mismo nombre. Nadie visita un hospital por gusto, pero en ningún lugar me encontré yo más a gusto que en el claustro de ese hospital, antes monasterio. Todo era allí silencio, la mejor medicina para el cuerpo y para el alma. Silencio subrayado por el murmullo de una fuente.
            El diario es la huella dactilar del escritor. Abrimos un diario y alguien nos abre la puerta de su casa. Qué difícil mentir en un diario, aunque nos empeñemos en mostrar nuestra mejor cara, qué difícil engañar a quien convive con nosotros día a día.
            En la casa de papel de Matilde Ras, en la de Cristian David López yo me siento como en casa. Y en la librería Cervantes, una de mis sucursales del paraíso favoritas.