domingo, 26 de noviembre de 2017

Acción de gracias: Peter Pan


Domingo, 19 de noviembre
TODAVÍA NO

Mientras tomo un café antes de ir al cine, leo una entrevista con Carlos Pumares, crítico cinematográfico: “En la mayoría de las ciudades del mundo ya no hay cines. Esto se ha terminado. Los festivales son el último refugio”. ¿Cuántas ciudades sin cine conocerá este hombre? Quizá se refería solo al centro de las ciudades. Pero parece que no: “Se acaba lo de ir al cine, mirar la cartelera, ir a comprar las entradas antes, si son numeradas”.
            Carlos Pumares tiene pocos más años que yo. ¿A qué edad deja uno de ver la realidad real para refugiarse en la realidad virtual de sus prejuicios? Como él está viejo y hace tiempo que ha dejado de ir al cine, salvo en los festivales –donde le reservan una butaca y le regalan galletitas (eso dice en la entrevista)–, piensa que todo el mundo hace lo mismo, que han cerrado las salas. Le bastaría con mirar la cartelera en cualquier periódico, con darse una vuelta por cualquier centro comercial…
            Me aterra pensar que pronto seré como él, que me convertiré en un cruzado del “cualquier tiempo pasado fue mejor”: los jóvenes no leen, ya no se escriben cartas, los libros están a punto de desaparecer, cada vez se cometen más faltas de ortografía, la gente ya no charla cara a cara, sino a través del teléfono, etc., etc.
            De momento, tomo mis precauciones. Un día al mes –el segundo domingo, salvo si estoy de viaje, que entonces queda para el domingo siguiente– hago limpieza general: escribo en el papel una serie de cosas sobre las que estoy completamente seguro y las pongo en cuestión. Compruebo su firmeza, busco pruebas, comprobaciones externas; como si se tratara de hipótesis científicas, rechazo todas las que no sean falsables. No me libro así de prejuicios, pero los disminuyo bastante.
            Me gusta estar en posesión de la verdad, cierto, pero en la verdad verdadera, no en la que me conviene, y por eso agradezco que me señalen cualquier error; rectifico con gusto y de inmediato.
            A Pérez-Reverte siempre le he tenido por un articulista tosco y sin matices, “políticamente incorrecto” (como todo el mundo en este país) y por un novelista populachero, un guionista de tebeos y películas de serie B. Hoy, antes de hacer cola para comprar la entrada y entrar a ver Liga de la justicia, me da por leer su artículo en XL Semanal, “Recogiendo el guante”, y compruebo que es espléndido, una pequeña obra maestra, con su inicio costumbrista (la comida en casa Lucio), la habitual crítica de  un error lingüístico, el alarde de erudición y el final metaliterario, como de soneto de Lope.
            No me queda más remedio que rectificar. Pérez-Reverte es un gran articulista, al menos cuando no se sube al púlpito y se convierte en una especie de Prada filibustero. ¿Será también un buen novelista? Tendré que releer alguna obra suya sin prejuicios.
            ¡Qué poco me queda para ser un Carlos Pumares, en el peor sentido de la palabra! Pero todavía no, todavía no…


Lunes, 20 de noviembre
EL CLUB DE LA LUCHA

“Las generaciones –afirma Schopenhauer, afirma Nietzsche y afirmo yo– son herméticas, aparte de antropófagas entre sí. Cada una es como un insulto para las demás. Este es un mundo competitivo en el que nos estorbamos los unos a los otros. Los jóvenes de veinte desearían que la jubilación llegase a los treinta años; los viejos de setenta, a los noventa: todavía se consideran muy útiles. De ahí que estemos siempre en guerra, contra los que nos preceden, porque ocupan el sitio que desearíamos ocupar nosotros, y contra los que nos siguen porque están impacientes por ocupar nuestro sitio”.


Martes, 21 de noviembre
LAS TRAMPAS DE LA MEMORIA

¿En qué convierte un comunista de toda la vida cuando deja de serlo? En un anticomunista de toda la vida.
            La de Francisco Félix Montiel fue muy larga, duró casi un siglo. Cuando murió, en 2005, era el último superviviente de las cortes republicanas.
            Se acaban de publicar sus memorias, Los almendros de Urci. Montiel fue comunista durante doce años, entre 1936 y 1948, pero si hemos de creer lo que nos cuenta no sabe bien por qué tanto tiempo, ya que desde el principio entró con mal pie, se negó a acatar directrices y en varias ocasiones intentaron quitarlo de en medio sus presuntos camaradas por medios expeditivos.
            A uno de esos intentos de asesinato se refiere más de una vez en sus memorias. Estamos en marzo de 1939. Él es uno de los comunistas que en Madrid (donde era director de los servicios de propaganda) se enfrentaron a Casado cuando se rebeló contra el gobierno de Negrín. Al triunfar el golpe, tuvo que esconderse “en la residencia modesta de un camarada que era empleado de un hospital”. Veamos lo que ocurrió a continuación: “Me dijeron que vendrían a buscarme al día siguiente para llevarme a otro lugar más seguro todavía. Y llegó la camioneta, muy temprano por la mañana. El dueño de la casa tenía prisa por llegar a tiempo a su trabajo. Y salió primero. Los de la camioneta lo confundieron conmigo, se lo llevaron y lo dejaron muerto en un descampado”.
            Páginas adelante, en conversación con un sobrino del asesinado, vuelve a contar la historia: “La tarde anterior había venido uno de los camaradas que estaban en el secreto para avisarme que al día siguiente, muy temprano –fijamos la hora exacta: las cinco y media–, vendría a recogerme un camión que había podido ser sustraído del ejército –los únicos vehículos que podían circular– y en el que varios comunistas responsables íbamos a viajar a Valencia… para embarcar después con destino a Francia… Tu tío Miguel tenía que salir casi a la misma hora para dirigirse al hospital donde trabajaba como enfermero. Quisimos evitar que alguien pudiera vernos juntos en la calle, y el acuerdo fue que él saliera después de mí. Sin embargo, me entretuve ordenando papeles, recogiendo ropa y dejando unos encargos a tu tía. Miguel se impacientó, y me dijo: ‘No te preocupes, me voy delante’. Nos despedimos y se fue. El camión me debía esperar a la vuelta de la casa, en la esquina siguiente; esas eran las instrucciones. Cuando salí, llegué al lugar previsto y el camión no estaba. Volví a la casa. Fue una sorpresa para tu tía, que ya se creía liberada del riesgo de tenerme alojado. Pero la sorpresa más grande, naturalmente, la tragedia para la pobre Teresa, fue cuando pasado un largo rato vinieron a comunicarle el macabro hallazgo”.
            Un poco inverosímil la anécdota. ¿Después de ser derrotados por Casado los comunistas son capaces de apoderarse de un camión militar para tratar de eliminar a uno de los suyos, no sabemos muy bien por qué? ¿Habiéndose fijado con exactitud la hora en que debía ser recogido, el bueno de Montiel se entretiene en ordenar papeles, hacer las maletas y encargándole no se sabe qué cosas a la dueña de la casa?
            No solo resulta difícil de creer lo que nos cuenta el comunista arrepentido Montiel, también sabemos que es mentira. El editor de las memorias –Jerónimo Molina Cano– incluye como apéndice el escrito que Montiel presentó en 1939 informando del desarrollo del golpe casadista. Ahí leemos que a él le buscaron refugio en una casa en la que estuvo tres días, hasta que pudo salir por sus propios medios para llegar hasta Valencia. “Una casa muy poco adecuada –añade–, pues al dueño lo habían paseado”.
            No es la única interesada mentira en que pillamos al memorialista. En mayo de 1938, viajó a la URSS con otros camaradas. La patria del socialismo le desilusionó y fue el único que no se dedicó a elogiarla a su regreso –según nos cuenta–, lo que sentaría muy mal en el partido. Como ilustración a sus memorias, encontramos, sin embargo, una primera página del diario Unidad, del 30 de julio de 1938, donde en grandes titulares el camarada Montiel declara que “la clase obrera de la URSS tiene asegurada una vida libre y confortable”.
            Pero lo peor fue lo que ocurrió en Murcia entre septiembre y octubre de 1936: los asesinatos judiciales y extrajudiciales de elementos derechistas alentados desde el diario Nuestra Lucha, órgano de las Juventudes Socialistas Unificadas a cuyo frente estaba Montiel. En sus memorias pasa muy por encima de ese episodio. Dice que, aprovechando su ausencia, alguien coló un artículo animando a esas ejecuciones. Él se enfadó mucho, tanto, que abandonó la dirección del periódico. Pero no fue un artículo, fueron varios, una campaña organizada como tal (se dieron incluso nombres de quintacolumnistas) y esa campaña no cesó hasta que Montiel, diputado del partido socialista, pero ya criptocomunista, no perdió el control del periódico. Por cierto, cuando Montiel se pasó al partido comunista lo hizo con armas y bagajes, esto es, conservando su acta de diputado.
            Volvió a España en los años sesenta, protegido por Fraga y se pasó medio siglo arremetiendo contra las dobleces y las mentiras comunistas desde su tribuna predilecta, el ABC (su ideólogo favorito, Gonzalo Fernández de la Mora). Sabía de qué hablaba, sin duda.


Miércoles, 22 de noviembre
QUÉ CURIOSO

Me acusan a menudo de escribir demasiado, o de publicar demasiados libros, pero nunca quienes tienen la costumbre de leerme ni quienes suelen comprar mis libros.


Jueves, 23 de noviembre
METAFICCIÓN

La Red de Investigación sobre Metaficción en el Ámbito Hispánico –vaya nombre– celebra estos días un congreso en la Universidad de Valladolid. Sorprendentemente me dedican una de las comunicaciones, pero no hablan de mí ni como poeta ni como diarista, sino como usuario de Facebook. La autora, Carmen Morán Rodríguez, ha tenido la amabilidad de enviarme previamente su texto.
             Siempre resulta algo incómodo leer lo que escriben de uno, acierten o no (sobre todo si aciertan); lo que a mí me gusta es hablar, aunque sea bien, de los demás.
            Los motivos recurrentes en mis actualizaciones de Facebook serían “las escaleras, los espejos, los gatos, las ventanas, los anuncios publicitarios y los collages formados por los restos de afiches en las paredes, las pintadas callejeras y las esculturas clásicas. Su recurrencia los eleva de meras imágenes a auténticos emblemas”.
            De todo lo que dice, yo me quedo con la cita de Bill Shankly, el entrenador escocés del Liverpool, que le sirve de cierre: “Algunos dicen que el fútbol es una cuestión de vida o muerte. Tonterías, es algo mucho más importante que eso”. 
            También para mí, según Carmen Morán, la literatura sería algo mucho más importante que una mera cuestión de vida o muerte.


Viernes, 24 de noviembre
LA MISMA EDAD

Mis contertulios habituales comenzaron teniendo la edad de mis hermanos pequeños, luego la de mis hijos; ahora tienen la edad de mis nietos. Pero yo, con mi complejo de Peter Pan, sigo creyendo que somos más o menos de la misma edad.





domingo, 19 de noviembre de 2017

Acción de gracias: Historias con fantasmas


Domingo, 12 de noviembre
EL VINO DEL ESTÍO

Salgo de ver La librería, la lenta, tontorrona y femenina (en el peor sentido de la palabra, en el que tenía cuando había páginas “femeninas” en los periódicos) película de Isabel Coixet y es otra película la que comienza a formarse en mi imaginación mientras cruzo el parque de Los Prados de vuelta a casa.
            El misántropo protagonista de la historia está deseando leer El vino del estío, de Ray Bradbury, pero muere antes de recibir el paquete en que su amiga la librera se lo enviaba. Yo lo leí fascinado, hace muchos años, y no he podido olvidar el comienzo: “Era una madrugada tranquila. La oscuridad cubría el pueblo y se estaba bien en la cama. El verano se adivinaba en el aire, el aliento del mundo era largo, tibio y perezoso. Bastaba levantarse y asomarse a la ventana para saber que este era realmente el tiempo de la libertad y de la vida, que esta era la madrugada primera del verano”.
            Toda la magia de los veranos de la infancia está en ese libro. Ahora, mientras camino por Los Prados, me levanto con Douglas, el protagonista; subo, sin hacer ruido, hasta lo más alto de la casa, y allí, ante la ventana abierta en la oscuridad, espero el momento preciso, luego aspiro profundamente y soplo. “Las luces de la calle se apagaron como velas en una tarta negra”, recuerdo bien la frase del libro. Luego soplo suavemente una vez y otra vez y las estrellas comienzan a desvanecerse. Apunto con el dedo: allí, ahora aquí, y aquí… Las ventanas de las casas del pueblo se fueron recortando en la oscuridad. A continuación dije: “Mamá, papá, hermanito, despertad, es la hora”. Comenzó a oírse el apagado rumor de los despertadores. El reloj del Ayuntamiento retumbó sobre el pueblo. Los pájaros empezaron a cantar en los árboles. Como un director de orquesta, apunté hacia el este y el sol, obediente, comenzó a levantarse.
            Douglas cruzó los brazos y sonrió con una sonrisa de mago. Sonreí yo también, director de orquesta del universo en la primera mañana de un verano que no ha existido nunca, salvo en las páginas de un libro y en mi imaginación.
            Al llegar a casa, de la película de Isabel Coixet ya ni me acordaba, pero le estaba agradecido por su inesperado regalo.       

  
Lunes, 13 de noviembre
FABIO, LAS ESPERANZAS CORTESANAS

¿Qué tienen en  común la “Epístola moral a Fabio”, del capitán Andrés Fernández de Andrada, y la nueva campaña publicitaria de Toyota? Pocos saben que el eslogan “Conduce como piensas”, que promociona el Toyota Hybrid, está inspirado en uno de los endecasílabos del poema clásico: “Iguala con la vida el pensamiento”.
            Conduce como piensas, esto es, compórtate –condúcete– de acuerdo con tus creencias.
            Una epístola moral y una campaña publicitaria moral. Así se explica en la página oficial de la compañía: “Conduce como piensas es una actitud, es ser consecuente con nuestros pensamientos y actos. Esta campaña de Toyota es una invitación a reflexionar, a hacernos más preguntas que respuestas y a abrazar el cambio para mejorar y cuidar el mundo en que vivimos”.
            En uno de los Mupis que promocionan el Toyota C-HR, leo “¿Qué piensas de la libertad de expresión? Si estás en contra, no contestes”.
            Me gusta la publicidad creativa –y más si se inspira en la poesía del siglo de Oro–, pero en este caso creo que se pasan un poco. Esa sorprendente reflexión yo la superpondría a un retrato de Nicolás Maduro y la utilizaría mejor para anunciar La Sexta.
            “Enseñar es mi manera de aprender” dice un aforismo de Enrique Baltanás que a mí me gusta repetir. La verdad es que, como profesor de “Literatura y publicidad”, estoy aprendiendo muchas cosas. Voy a acabar haciéndole la competencia a mi amigo el poeta Fernando Beltrán, maestro en la materia. Hace unos días, por cierto, comentamos en clase su poema “Los lápices de Ikea” junto al catálogo de este año.


Martes, 14 de noviembre
NOVELA EPISTOLAR

Felipe Boso, poeta experimental de los años setenta, traductor de poesía alemana, no solo guardaba todas las cartas que recibía, sino además copia de todas las que enviaba. Por eso ahora se ha podido editar un monumental volumen con su correspondencia y la de sus corresponsales.
            Yo me escribí con él en la época de Jugar con fuego, y aquí están las cartas que nos intercambiamos. No sé me ocurre leerlas, por supuesto, pero si hojeo el volumen acá y allá, y lo encuentro lleno de noticias curiosas y divertidas maledicencias.
            Quizá, o sin quizá, Felipe Boso no fue un poeta destacado (yo creo que la poesía experimental, en gran media, sirvió de refugio a mediocridades), pero se carteó con todo el que significaba algo en su momento y este volumen, de poco afortunado título (Mi jaula es una celda), vale como retrato de una época, como una entretenida novela colectiva que puede abrirse por cualquier página y nunca nos defrauda.


Miércoles, 15 de noviembre
UN ENCUENTRO EN SEVILLA

Al final del coloquio sobre diarios más o menos íntimos, celebrado en el antiguo convento de Santa Clara, muy cerca de la Alameda de Hércules y de la Casa de las Sirenas donde jugaba de niño el torero Belmonte, una pregunta del público.
            ––Usted ha dicho que el diario es un género de no ficción, que usted se limita a contar lo que le pasa, que no inventa nada, pero muchas veces nos cuenta historias de fantasmas, ¿no le parece eso contradictorio?
            Mientras me hacen la pregunta observo que por la puerta al fondo de la sala entra un rezagado. Lleva sombrero, corbata, un traje de buena factura, como un señorito sevillano de otro tiempo. Creo reconocerle.
            Así vestía la última vez que nos vimos, en la Academia Sevillana de Buenas Letras, durante un homenaje a Cernuda. La primera vez fue hace unos cuarenta años. Acababa de publicar su primer libro de versos, con prólogo de Francisco Brines, y yo, con mi impertinencia habitual, le señalé algunos errores métricos. No se lo tomó a mal, todo lo contrario, le entusiasmaban esas cuestiones.
            Me solía enviar sus poemas antes de publicarlos y me recomendaba a algún nuevo poeta que había descubierto (le gustaba hacer de maestro). Nos distanciamos, no sé por qué razón, y yo le dediqué un artículo bastante cruel, según mi estilo, que se publicó creo que en La Razón. Nos reconciliamos –o eso creí yo– durante el homenaje a Cernuda. Murió muy poco después. Y un amigo –siempre hay buenos amigos para estas cosss– me mostró lo último que había publicado en su blog: un ripioso romance contra mí y contra otro de sus primeros amigos, Abelardo Linares, a quien el día de nuestro encuentro en Sevilla –hace cuarenta años– me presentó como “el mejor poeta joven que hay hoy en España, aunque aún no ha publicado nada”.
            Estoy deseando que termine el coloquio para acercarme a saludar al caballero del fondo. Pero antes de que termine veo que se levanta, me hace un gesto de despedida y sale lentamente.
            Si creyera en fantasmas, diría que es Fernando Ortiz que ha venido a disculparse por el desafortunado romancillo. Pero de sobra sabe que no hace falta, que yo tendría muchas más impertinencias de las que disculparme.
            Quizá se ha ido antes de acabar porque no le gusta andar saludando a unos y otros y cada vez detesta más la vida literaria. 


Jueves, 16 de noviembre
LAS NAVES DEL TESORO

Ayer estuve en Valencina de la Concepción, visitando las naves en que mi amigo Abelardo Linares guarda su fabuloso tesoro. Si alguna vez me pierdo por Sevilla, que me busquen por estos inagotables corredores. Nada más llegar, me enseña su más reciente adquisición: una colección de la revista Electra, de la que tanto hablan todos los manuales de literatura, pero que pocos han tenido la suerte de tener en sus manos.
            “Para la admisión y revisión de los originales que se nos remitan –leo–, han quedado constituidas, por ahora, las siguientes secciones.
            Cuentos, Novelas y Teatro, a cargo de D. Ramón del Valle-Inclán.
            Crítica, Religión, Sociología, Política y Actualidades, a cargo de D. Ramiro de Maeztu.
            Versos, a cargo de D. Francisco Villaespesa.
            Secretario de la Redacción, D. Manuel Machado”.
            Unos números después de la sección de Crítica, Religión y Sociología se ocupa Pío Baroja.
            Estamos en 1901. La literatura española pasa por este puñado de jóvenes que se agrupan en torno a Galdós.
            El primero de “Los poetas de hoy” que publica en la revista es Antonio Machado. Aquí y allá asoma el poeta de Soledades, con sus fuentes, sus limoneros y sus melancolía, pero titubeante entre versos torpones. Su hermano, en cambio, ya nos ofrece, sin el menos titubeo, uno de sus mejores poemas, el espléndido “Felipe IV”, que aquí lleva el subtítulo “Retrato de la época”, que desaparecería en las ediciones posteriores.
            Pero en esta prodigiosa cueva del tesoro, guiado por la mano sabia del mago guardián, basta abrir cualquier revista para hacer un descubrimiento, como el número de Raza, publicado el 12 de octubre de 1927, en que Antonio Machado publica un largo poema “Parábolas”, que no pasaría a ninguno de sus libros (aunque aprovecharía alguno de los versos). Seguía siendo un poeta algo torpón, que necesitaba corregir mucho, nada que ver con la genial capacidad de improvisación de su hermano.


Viernes, 17 de noviembre
OCUPACIÓN BASTANTE


Las interrupciones en la rutina forman parte, y son quizá la mejor parte, de mi rutina. El día de ayer, por ejemplo, soleado y feliz, sin nada que hacer, salvo pasear por la orilla del río recordando el monólogo de don Álvaro (“¡Sevilla, Guadalquivir, / cuán atormentáis mi mente, / noche en que vi de repente / mis breves dichas huir”); atravesar sus blancos puentes; subir a la Torre de los Perdigones para acariciar desde allí la ciudad en la cámara oscura (que a mí, no sé por qué, me trae a la memoria las novelas de Julio Verne y los inventos del TBO); entrar en las iglesias que me salen a cada paso a descubrir Murillos o saludar a enjoyadas vírgenes; fotografiar escaparates pintorescos y sorprendentes trampantojos; recordar viejos tiempos con mi amigo José Luna Borge, que me sirve de guía; encontrarme con un poeta en cada esquina (aquí José Ramón Ripoll, allá Javier Lostalé, a la vuelta el místico José Mateos, con su pinta a medio camino entre vendedor de la Once y Freddy Krueger); discutir con este y con aquel y, en fin, no hacer nada, que para mí es, como para Cernuda, ocupación bastante.


domingo, 12 de noviembre de 2017

Acción de gracias: Comer lentejas


Sábado, 4 de noviembre
DÓNDE ESTABAS TÚ

Cuenta una anécdota –quizá apócrifa– que cuando Nikita Kruschev pronunciaba, en febrero de 1956, su famoso discurso ante el congreso del partido comunista denunciando los crímenes de Stalin, una brusca voz le interrumpió: “¿Y dónde estabas tú, camarada Kruschev, cuando fueron asesinadas todas esas personas inocentes?”.      Kruschev se detuvo, recorrió con su mirada la enorme sala, los cientos de cabezas expectantes, y luego suavemente dijo: “Agradecería a quien ha formulado esa pregunta tuviera la bondad de ponerse en pie”.
            Esperó unos minutos, nadie se levantó: “Muy bien, ya tienes la respuesta, seas quien seas. Yo estaba exactamente en el mismo lugar en el que tú está ahora”.
            Me gusta imaginarme que yo me habría levantado, pero no estoy nada seguro.


Domingo, 5 de noviembre
LÍNEAS AL VUELO

Ser tan rutinario tiene sus ventajas: Cualquier mínimo cambio se convierte en una aventura.
            Voy por la mañana a Gijón, media hora escasa de autobús, y antes de encontrarme con los amigos que me acompañarán a ver un par de exposiciones, me doy un paseo por la playa de San Lorenzo, entre lluvia y sol, casi desierta, con el arco iris a un lado sobre la iglesia de San Pedro. Corretea un grupo de surfistas, algún perro pasea a su amo, las siluetas se reflejan en los charcos que ha dejado la marea. Esta plácida mañana de domingo sabe a de verdad a domingo, a infancia y lejanía.
            La exposición dedicada a la ilustración y al diseño gráfico asturiano, Líneas al vuelo,  llena varias salas del Antiguo Instituto. Se clausura hoy y por eso he roto mi costumbre dominical del paseo por el Fontán y el Campillín.
            Abarca poco más de medio siglo: las últimas décadas del XIX, las primeras del XX, hasta 1937, cuando Gijón cae en manos franquistas. Ilustraciones de viejas revistas, carteles de fiestas, portadas de libros, vitolas de puros: arte aplicado, el que yo prefiero. Un viaje en el tiempo, desde los años del Madrid Cómico, con sus prohombres cabezones en la portada, hasta los clarines contra el fascismo en los días de la guerra civil. En medio, las nostalgias burguesas de Blanco y negro, las portadas de El cuento semanal, las postales entre el folclore y la picardía que firman Valle o Piñole.
            Volutas lánguidas del modernismo, nítidas geometrías de los años treinta. Arte utilitario, arte al servicio de la cotidianidad, una espléndida lección de la historia que no suele aparecer en los libros de historia.
            Y de pronto, como inesperado fin de fiesta, Nueva York, el Nueva York de Paul Morand ilustrado por Vaquero Palacios. No conocía esta edición norteamericana de un libro que yo leí por primera vez, con fascinación adolescente, en la colección Austral.
            Escritor y pintor aparecen en el primero de los grabados ante la línea de rascacielos. ¿Llegaron a conocerse? Joaquín Vaquero Palacios era un joven becario recién llegado a la ciudad; Paul Morand, el escritor de moda, el que supo reflejar como nadie el espíritu de entreguerras. En el blanco y negro de los grabados, las escaleras de incendios, los depósitos de agua, las vías del tren elevado, los anuncios luminosos, las apresuradas gabardinas, los faros de los coches. El mundo del cine negro, el Nueva York que yo llevo para siempre al fondo de la memoria.
            Esta edición ilustrada se publicó en 1930. Yo no había oído hablar de ella. Como vivimos en un tiempo prodigioso, allí mismo, frente a la vitrina, me entero de que en Amazon tienen a la venta un ejemplar usado por catorce dólares. Lo encargo de inmediato. Hablo luego con Abelardo Linares, que lo sabe todo de libros viejos en general y de Paul Morand en particular. No la conocía. Está interesado en reeditar la obra y va a ver si puede utilizarlos. ¿Querría yo hacer el prólogo? Nada me gustaría más.
            Hace un cuarto de hora no sabía que existía este libro ilustrado por Vaquero Palacios. Ya viene de camino hacía mí desde una remota librería norteamericana, ya me ha encargado un editor sevillano que prologue una nueva edición, ya estoy dándole vueltas a mis ideas sobre el Nueva York de Paul Morand, que era también la ciudad automática de Julio Camba y la angustiosa geometría de Lorca.
            El lema de Paul Morand era “vite et bien”, rápido y bien. Es también mi lema y creo que la primera parte la cumplo a la perfección, la segunda me cuesta algo más.


Martes, 7 de noviembre
AYER Y HOY

Me encuentro en un mercadillo el libro Casos comunicantes, que recoge una serie de coloquios sobre la información celebrados en la Casa de Cultura de Avilés en 1983. Asistieron primeros nombres del periodismo de entonces (algunos de ellos también de ahora): Miguel Ángel Aguiler, César Alonso de los Ríos, José Luis Balbín, Rafael Conte, Máximo, Fernando Onega, Peridis, Fernando Savater.
            Qué lejana, casi medieval, nos parece aquella modernidad. Todo eran loas a El País, ejemplo de rigor informativo. Habla Rafael Conte, que entonces dirigía el suplemento “Libros”: “Influencias económicas en El País no existen porque va muy bien y tiene mucha publicidad. Si un editor dice: ‘Voy a contratar una página de publicidad si usted me hace una crítica’, esa es una forma de presión inoperante, porque El País deja todos los días publicidad sin colocar, no le cabe”.
            Qué remota aquella España, donde para recibir información inmediata era necesario salir de casa con un transistor, donde en la mayoría de las provincias los únicos periódicos existentes eran propiedad del gobierno, donde no había más que una televisión.
            Pero no todo ha cambiado: los jueces de la Audiencia Nacional siguen siendo los jueces de la Audiencia Nacional. Tras el coloquio sobre la crónica política, un “obrero metalúrgico de Gijón” –así se presenta– pregunta por qué no se ha hablado del caso Vinader. Yo lo había olvidado por completo. Xavier Vinader era un periodista de Interviú que se dedicaba a investigar a los grupos violentos de extrema derecha y a las fuerzas parapoliciales que actuaban en el País Vasco. Tras publicar varios reportajes sobre el tema, ETA asesinó a dos de las personas mencionadas en ellos y como consecuencia el periodista fue procesado, se exilió Francia, acabó entregándose con la promesa de un juicio justo. Se le condenó a siete años de cárcel por “imprudencia temeraria profesional con resultado de dos asesinatos”. Hubo una gran campaña a su favor. Terminó siendo indultado por el gobierno de Felipe González.
            No conocía el libro, pero sí asistido a los coloquios. Mientras lo leo ahora, unas veces viajo a la España ilusionada del primer gobierno de González y otras soy el joven de entonces que se asoma sorprendido al cada vez más amenazante presente de ahora.


Miércoles, 8 de noviembre
POR QUÉ SOY TAN ANTIPÁTICO

No pensaba asistir a la presentación del premio Ángel González de investigación literaria, pero me entero de que allí estará Gabriele Morelli, el hispanista italiano, al que me gustaría saludar. Le leo y le admiro desde hace años y me alegra poder charlar con él por vez primera. Me cuenta cómo conoció a Neruda. Era todavía estudiante y preparaba un trabajo sobre Miguel Hernández. Un profesor se lo contó a Neruda, entonces en Milán, y este le invitó a cenar para hablarle del poeta. Ahora está preparando una antología de la poesía política de Neruda.
            No pensaba asistir porque sospecho que a los responsables de la Cátedra no les resultó demasiado simpático, y tienen sus razones para ello. Soy un poco aliens en el mundo universitario: carezco del espíritu de cuerpo, de la solidaridad gremial, no practico el habitual intercambio de favores. Si el primer premio Ángel González de investigación (El sujeto boscoso, de Vicente Luis Mora) era un indigesto bodrio, pues yo no tengo inconveniente en señalarlo así; si en la revista que publican aparece un artículo poco afortunado de algún hispanista norteamericano, pues no dejo de subrayarlo en la reseña correspondiente.
            Ya sé que esas cosas no se hacen: que la crítica académica es un intercambio de flores y gratitudes. ¿Quién va a ponerle peros al libro de un catedrático que mañana puede estar en el tribunal de su oposición? Para entrar en la docencia universitaria es necesario un largo camino en el que  sucesivas pruebas van determinando la capacidad y, sobre todo, docilidad del aspirante. Lo primero que aprende el doctorando es a quien debe adular, con quien conviene tener trato y con quién no.
            Yo soy un cuerpo extraño: trabajaba mientras estudiaba, discutía con los profesores (e incluso en la defensa de la tesis doctoral), seguí otro camino y ahora puedo permitirme el lujo de ir a mi aire. Y lo curioso es que si estoy donde estoy fue precisamente gracias a Ángel González: él conoció mi revista Jugar con fuego, le habló de ella a Jesús Neira, que había sido profesor mío; su mujer, Rosario Neira, que también me había dado clase, sabía que había una vacante de interino, hizo gestiones para dar conmigo, logró enterarse de la aldea perdida en que yo daba clases, me escribió, llegué a tiempo de presentar mis papeles y etc, etc.
            La verdad es que es un lujo llevar cuarenta años en la universidad y poder seguir a mi aire, al margen del más o menos mafioso gremialismo. Algo tiene que ver el carecer de ambiciones y conformarme con el último puesto del escalafón.


Jueves, 9 de noviembre
CASAS DE ACOGIDA

Primero, cuando no tenía dinero para comprar libros, mi casa fueron las bibliotecas públicas; luego, las bibliotecas y las librerías. No todas. Hay algunas frías y distantes, funcionariales, en las que solo se entra para pedir un libro concreto. En las que yo prefiero, se entra también para pasar el rato, para estar a gusto, aunque luego siempre salga uno con algún libro que le estaba esperando y que ni siquiera sabía que existía.
            Solitario en alguna ciudad extranjera, entrar en ellas era como acogerse a un refugio, a una embajada del reino remoto de la felicidad.
            Recuerdo ahora la Feltrinelli de Catania, en la Via Etna, las frías tardes de invierno, o el Barnes & Noble, de Union Square, escenario de tantas jornadas de felicidad, o la cotidiana Cervantes. Hoy añado la Casa del Libro, en Gijón, que había frecuentado poco: cruzo la puerta y es como si entrara en un laberinto sonriente en cuyo centro no acecha ningún Minotauro, sino que aguarda un inagotable tesoro.


Viernes, 10 de noviembre
MI PLATO FAVORITO

Recordaba hace poco una anécdota de Kruschev y hoy me la encuentro en un libro de Anthony de Mello. Junto a ella, esta otra.
            Estaba un día el filósofo Diógenes cenando lentejas cuando le vio el filósofo Aristipo, que vivía muy lujosamente gracias a su costumbre de adular a los poderosos.
            ––Si aprendieras a ser sumiso al rey –le dijo Aristipo–, no tendrías que conformarte con esas lentejas.
            ––Si aprendieras a comer lentejas –le replicó Diógenes–, no tendrías tú que besarle la mano, y lo que haga falta, al rey.




sábado, 4 de noviembre de 2017

Acción de gracias: No acaba aquí la historia


Sábado, 28 de octubre
QUIEN MANDA, MANDA

¡Qué poco dura la alegría en la casa del pobre! Ayer, por fin, y contra trancas y barrancas, había triunfado la democracia en Cataluña y hoy el león español, de un zarpazo, ha derribado todo el ilusionado castillo de naipes.
            ––De naipes, Martín, tú lo has dicho. No nace un nuevo Estado por mera voluntad de los ciudadanos. Necesita un ejército que lo sostenga. Propio o ajeno. En Crimea es ruso; en Letonia, las fuerzas de la OTAN, o sea, Estados Unidos.
            ––Ayer escuché, y por Radio Nacional de España, la votación de la independencia. Ya fue un logro que se celebrara. Me emocionó escuchar, al final, el canto de “Els segadors”. Temía que los locutores de Radio Nacional apostillaran la transmisión con alguna broma hiriente, con alguna de esas patochadas a que nos tiene acostumbrados estos días la prensa patriótica, o sea, todo la prensa española. Pero no, fueron respetuosos, buenos profesionales, y yo pensé en que representaban a una España mejor, de la que siempre formará parte Cataluña.
            ––Va a resultar que, después de tanto llevar la contraria, tú también eres contrario a la independencia.
            ––Ni contrario ni a favor. No es asunto mío. Contrario si la mayoría de los catalanes quieren seguir formando parte del Estado español; partidario, si desean formar un Estado propio.
            ––Lo segundo no ocurrirá nunca. Hasta ahora, para que eso no ocurriera, se aplicó la política del palo y la zanahoria. A partir de ahora se aplicará solo la política del palo, mucho más eficaz. No hay nada que negociar cuando cada una de las partes tiene su parte de razón, pero solo una de las partes tiene toda la fuerza.
            ––¿Y no vale de nada ganar una y otra vez las elecciones?
            ––De nada.
            ––Qué triste.
            ––Mañana, los españoles vamos a llenar las calles de Barcelona armados solo con la bandera rojigualda. No necesitamos más armas. Bastantes tiene la guardia civil y, si hiciera falta, el ejército. Pasado tendremos a Puigdemont en la cárcel o mendigando asilo político en el extranjero. Es lo que hay, Martín, es lo que hay. Te has apuntado al bando equivocado. Presumes de inteligente y, en cuestiones políticas, siempre metes la pata. Apostaste por Pedro Sánchez y ahí le ves, otra vez bajo el ala aleve de González y Guerra, formando el tripartito del que tanto renegó. No me extrañaría nada que mañana domingo su hombre en Cataluña se hiciera un selfie con la Pasionaria de Ciudadanos y el matón del PP, rodeados todos de banderas al viento.
            ––No acaba aquí la historia. En diciembre hay elecciones.
            ––El que no se consuela es porque no quiere. No te preocupes, que si el resultado no es el que tiene que ser ahí estarán los tribunales correspondientes anulándolo y procesando e inhabilitando a quien haya que procesar e inhabilitar.
            ––Qué triste.
            ––Será triste para ti. El resto de los españoles estamos contentos como unas castañuelas con la humillación de Cataluña, más contentos que si el Madrid derrotara al Barça por veinte a cero. Que es lo que ha ocurrido, gol arriba o abajo.


Domingo, 29 de octubre
CÓMO ME GUSTA VERME

Si no hubieras sido tú, ¿quién te habría gustado ser? Eres nervioso, irritable, un crítico malintencionado, das clase en la Universidad… Seguro que el temido Clarín.
            ––A veces pienso que soy su caricatura. Pero a mí me gustaría más parecerme a Feijoo, que llegó casi a los noventa años, que no conoció las delicias del matrimonio, que estaba al tanto de todo el movimiento intelectual de Europa, que se dedicó a combatir los errores comunes, que polemizó con este y con aquel, que le gustaba saberlo todo, discutir con todos. Una vida feliz la suya, al menos tal como yo entiendo la felicidad. Ciudadano libre de la República de las Letras, se definió; caballero andante de la razón y el sentido común, le definiría yo y me gustaría definirme a mí.
           

Lunes, 30 de octubre
DE HOY NO PASA

Llego a Tudela Agüeria un atardecer neblinoso. El taxista me deja frente a un OSCURO pabellón, que me hace pensar en el Hangar 1, donde se guardan los expedientes de la MUFO sobre ovnis.
            Me maquillan, me pone el micrófono y me dicen que mi entrevista será dentro de cuarenta minutos y que, mientras tanto, puedo esperar en la cafetería. ¡Cuarenta minutos! ¿Y qué hago yo en todo ese tiempo? No me he traído ningún libro, escribir haikus o aforismos ya me aburre, los periódicos del día los tengo leídos. Salgo un momento fuera y el fosco panorama parece el escenario perfecto para una película de terror (o para la aparición de una nave alienígena). Comienzo a lamentar haber aceptado esta invitación a hablar de mi último libro en un magazine de la televisión regional. Todo sea por la promoción.
            En el televisor de la cafetería tienen conectado el programa que me ha traído hasta aquí, De hoy no pasa, y en este momento están entrevistando a unos de los personajes que me preceden: un niño de ocho años que ha escrito un libro. Habla con tanta gracia y desparpajo que en seguido se me quita el aburrimiento. Pregunto si puedo esperar en el plató. Y puedo. Qué maravilla. El mal humor se me va de inmediato. Allí, a un lado, está Iván el Forajido (eso leo en el monitor) que, en directo, convierte la magia en madera, o la madera en magia, no sé bien; los presentadores hacen sus gracias, disparatan, regalan un jamón a quien responda adecuadamente a una llamada telefónica… Acostumbrado a Netflix y a otras modernidades, un programa como este me devuelve a la televisión de mi infancia.
            Y luego la entrevista comienza citando el prólogo de Enrique Bueres a Sin contemplaciones: “Entrevistar a José Luis García Martín es como bajar al infierno”. Y a partir de ahí todo es puro surrealismo. Yo lo paso muy bien, no sé los que me vieran, si alguien me vio.
            El viaje a Tudela Agüeria fue como un viaje en el tiempo. ¿Sirve para que se venda algo más mi libro? Lo dudo mucho. Y yo lo siento por el editor, no por mí. No soy un escritor profesional, no soy profesional en nada. Como me dijo un amigo, y me gusta repetir, yo no trabajo: juego a que trabajo. Quizá por eso me tumbo en la cama cada noche agotado y feliz, como el niño que se ha pasado todo el santo día correteando y enredando.


Martes, 31 de octubre
TODO UN PERSONAJE

Hablo de Campoamor en el salón de actos del Instituto de Estudios Asturianos, entre un crucifijo y la bandera que ahora se ha hecho tan famosa (a alguna gente le ha dado por adornar con ella sus ventanas para españolear un poco). El Instituto de Estudios Asturianos fue una institución de bien ganada fama franquista. Desde entonces se ha aireado bastante, aunque algo queda en la escenografía.
            Tuvo al frente, durante muchos años, a Jesús Evaristo Casariego, un escritor –no desdeñable, por otra parte– que había dirigido el diario falangista El Alcázar y al que se pensó invitar cuando inauguraron en el Fontán una placa que recordaba el paso por aquella plaza de García Lorca y la Barraca. Afortunadamente, alguien avisó a tiempo a los organizadores: “Ni se os ocurre. Va a contar lo que siempre cuenta. Que él estuvo allí durante esa representación y que con otros jóvenes de la Falange o de la Adoración Nocturna se dedicaron a boicotear el acto y a llamar maricón a Lorca”. Don Jesús Evaristo Casariego, director perpetuo del RIDEA, era sí. Recuerdo un artículo suyo a propósito de una conferencia en contra de la marginación de los homosexuales. Se titulaba: “La Universidad cede una cátedra a maricones y tortilleras”. Eran los años ochenta, no lo cuarenta.
            Me imagino que, tras su paso, este benemérito instituto sería desinfectado adecuadamente.


Miércoles, 1 de noviembre
CUENTO DE HADAS

Atraco a un banco en Cangas de Onís. Un thriller a la española. Rehenes, tiroteo, un guardia civil herido, el jefe de la banda que prefiere pegarse un tiro a volver a la cárcel.
            Se llamaba Juan Carlos Sahagún, había nacido en Miranda de Ebro en 1958 y antes de ser un atracador fue un héroe. El 6 de junio de 1970 se arrojó a las aguas del Ebro para salvar a dos hermanos, de 11 y 3 años, que estaban a punto de morir ahogados. Su valentía tuvo premio y resultó seleccionado en la octava edición de la Operación Plus Ultra, organizada por Iberia, la Sociedad Española de Radiodifusión y la Confederación Española de Cajas de Ahorro. A los diez niños premiados se les organizó un viaje de veinticinco días. En Roma los recibió el papa Pablo VI, en Bruselas la españolísima reina Fabiola. A Juan Carlos Sahagún, tras aquel viaje de fábula, se le concedió una beca de estudios. La vida se le había convertido en un cuento de hadas.
            ¿Cuándo cambió de rumbo? Era un atracador profesional, había estado varias veces en la cárcel. De que tenía agallas no hay dudas: se lanzó al agua aquel día de junio, sin pensárselo dos veces, cuando varios adultos miraban y no hacían nada, y dejó salir a los rehenes y luego se pegó un tiro esta mañana en una sucursal de esas antiguas Cajas de Ahorro que le habían premiado paseándole por Europa. Todo un personaje, sin duda. Merece que alguien escriba su historia.


Jueves, 2 de noviembre
RIVI CONTRA CAMPOAMOR

Me cuenta Conchita, de la librería Cervantes, las peripecias que tuvo que pasar para hacerle un homenaje a Campoamor en el teatro que lleva su nombre. “En el Ayuntamiento, me dijeron que encantados de colaborar y luego me pusieron todas las pegas posibles. Pasaron dos meses, tres meses, y no decían nada. Llamamos una vez, otra vez, primero que si los Premios Princesa, luego que si la jefa de protocolo estaba fuera, luego que ni no sé qué, nos hicieron rellenar no sé cuántos papeles, luego unos días antes quisimos anunciarlo y no dijeron que ni se nos ocurriera, que si lo hacíamos nos atuviéramos a las consecuencias, que faltaba por firmar un permiso y el concejal Rivi no encontraba tiempo para ello. Tuvimos que anunciarlo un día antes”.
            ––Y dejaron que el público se mojara frente al teatro, no abrieron la puerta hasta un minuto antes, poco faltó para que tuviéramos que aporrearla –añado yo.
            ––Creí que era una buena idea, pero parece que los que ahora administran el Campoamor odian a Campoamor. No cuentes esto en tu diario, por favor.
            –-No te preocupes, no lo haré. Yo no soy nada vengativo.