sábado, 22 de febrero de 2020

Sin propósito de enmienda: Vivo en un escaparate




Sábado, 15 de febrero
ME ARREPIENTO, PERO POCO

Cuando uno deja atrás la adolescencia y se adentra en la madurez –en mi caso algo tardíamente, debo reconocerlo: a punto de cumplir setenta años–, comienza a pensar en las cosas que ha hecho mal y se llena de remordimientos.
            Me temo que he sido cruel, y no siempre involuntariamente, en mi trato con los demás. He utilizado la lógica como una apisonadora y jamás he perdido ocasión de darle a entender que tenía poco o ningún talento a quien yo creía que tenía poco o ningún talento.
            He carecido de tacto, no he sido capaz de dominar la base de toda cortesía: el arte de mentir. Y no es que no mintiera tanto como cualquiera, es que se me notaba demasiado.
            En mi favor debo decir que el tener poco o ningún talento literario no siempre es un inconveniente para el éxito literario. Vicente Aleixandre, a propósito de un poeta canario muy traducido a todas las lenguas, hablaba de la Internacional de los Mediocres. A esa liga se apuntan muchos de los desdeñados por mí y luego me miran por encima del hombro desde su Loewe o sus ediciones anotadas en Cátedra o sus multitudinarias presentaciones (a las mías van cuatro gatos).
            Eso no me disgusta. Lo malo es que algunos –lo más resentidos y menos inteligentes, aunque listos– ni siquiera con el Cervantes y el Reina Sofía y todos los galardones habidos y por haber son capaces de perdonarme que yo los siga considerando una quejumbrosa mediocridad.


Domingo, 16 de febrero
CAER DE PIE

Me encuentro con Martín López-Vega en el habitual café del Fontán. Es la primera vez que le veo después de su exitosa escapada de la trampa en que él mismo se había metido. “Eres un Houdini”, le digo, y le cuento cómo hace algunos domingos, cuando tomaba café en Los Prados, se me acercaron Chelo Vega y Antón García –que se mueven como pez en el agua por los caladeros de la administración autonómica– para contarme lo enfadados que estaban en la Consejería, no porque hubiera dejado  la Dirección General de Cultura, sino por sus declaraciones sobre los motivos.
            –Bueno –les repondí–, yo habría hecho lo mismo. Sus razones no eran inconfesables, todo lo contrario. En asuntos que tienen que ver con la función pública, mejor no andarse con secretos. Lo que a mí extrañó fue que aceptara un cargo semejante. Lo suyo es un trabajo que le haga ir de Cracovia a Chicago, de Alejandría a Lisboa. Lo tenía y lo dejó para aceptar un cargo en que todo estaba atado y bien atado (comenzando por cierto premio de poesía que quería reconvertir), un cargo que le hacía moverse entre Gijón y Oviedo, Avilés y Mieres, con Sotrondio o Cabañaquinta como destinos más exóticos.
            Conozco a Martín López-Vega desde que comenzó a estudiar en el Milán y a ir por la tertulia. A los dieciocho años me enseñaba los poemas para que los corrigiera, a los diecinueve ya dejó de hacer caso a mis sugerencias. Pero algunos todavía piensan que yo soy, o he sido, su mentor. Y la verdad es que al principio lo intentaba y le daba buenos consejos. Nunca hizo el menor caso de ellos, e hizo bien.
            Escapar de Asturias, aprender idiomas raros (los habituales parecía saberlos desde siempre), recorrer el mundo, fue desde niño su máxima ilusión. Y ha conseguido hacerla realidad. Cada dos o tres años abandona su trabajo –a pesar de mis sensatas advertencias– para ponerse a disposición del azar. Y siempre cae de pie.
            Le admiro, pero no le envidio demasiado. Para mí el no cambiar, el seguir en el mismo sitio medio siglo después, es la mayor aventura.


Lunes, 17 de febrero
LA ENFERMEDAD

La casualidad hace que lea seguidas, ayer una, hoy otra, dos obras contrapuestas y con un nexo en común, la enfermedad.
            La novela de Azorín, El enfermo, se publicó en 1943, cuando el autor cumplía setenta años, y está escrita con una morosa serenidad que a mí me resultó exasperante cuando la intenté leer por primera vez. Comienza describiendo la casa en que habitan los personajes, luego el pueblo, más tarde el valle del que ese pueblo, Petrel, forma parte. .. Solo en el capítulo quinto aparece Víctor Albert, el hipocondríaco protagonista que charla con los médicos y fantasea con los nombres de los remedios y las enfermedades. Una obra menor, muy menor, una nadería que yo leo una apacible tarde en que parece detenerse el tiempo.
            Sensación contraria la que me produce No entres dócilmente en esa noche oscura, de Ricardo Menéndez Salmón, despiadado ajuste de cuentas familiar. En más de un momento, nos hace sentirnos incómodos, con ganas de mirar para otro lado o taparnos los oídos como obligados a asistir a una pelea familiar. Azorín acaricia (y mece y adormece), Menéndez Salmón araña o golpea, aunque de vez en cuando nos ofrece un remanso reflexivo con el empaque estilístico que le caracteriza.
            Hay quien se siente obligado a dejar minuciosa constancia del sufrimiento que acompaña al final de todo sufrimiento; otros prefieren que la mano piadosa del olvido borre en lo posible ese amargo trance y recordar del ser querido solo los momentos felices.
            Yo soy de estos últimos. No me gusta recrearme en el recuerdo de las desdichas vividas, a no ser que ese recuerdo sirva para algo. Menéndez Salmón –quizá con mejor criterio– opina lo contrario y no nos ahorra ninguna llaga.


Martes, 18 de febrero
STRIPTEASE SEMANAL

----¿No tienes la sensación de vivir en un escaparate? --me preguntan a veces--. Recuerdas a Simenon, que una vez, como reclamo de no sé qué periódico, se metió en una jaula de cristal y escribió una novela a la vista de todos con temas y personajes elegidos por el público. Pero tú no escribes una novela, cuentas tu vida. Y lo haces desnudándote cada semana a semana en directo delante de todos.
            ¿Me desnudo? Sí, pero solo hasta cierto punto. Muestro lo que quiero mostrar, ni un centímetro más. El mío es un striptease que evita ciertas intimidades, y no por censura o autocensura, sino porque ninguna realidad puede competir con la imaginación de los espectadores.


Miércoles, 19 de febrero
RESPONDO A UN CUESTIONARIO


Una ciudad.
––Nápoles.
Un escritor.
––Sócrates, que no escribió ni una línea.
Un río.
––El Misisipi de la aventuras de Huckleberry Finn
Un café.
––El Slavia, en Praga
Un amor.
––El amor propio.
Un poema.
––“Para ser grande, sé entero: nada tuyo / exageres o excluyas. / Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres / en lo mínimo que hagas. / Así la luna entera en cada lago brilla / porque alta vive”, de Fernando Pessoa-Ricardo Reis.
Una calle.
––La barojiana Rue du Port-Neuf, en Bayona.
Un parque.
––El cementerio de Plain Palais, en Ginebra
Un hotel.
––El Pierre Loti, de Estambul.
Un acontecimiento histórico.
––El momento en que Rosa Parks se negó a levantarse de un asiento del autobús reservado a los blancos.
Un desengaño.
––¿Amoroso? El último, que siempre es el peor.
Una palabra.
––Yo.
Una novela.
––Cualquiera de las que me imagino cada noche mientras llega el sueño.
Un deseo inconfesable.
––Uno que no necesito confesar porque se me nota demasiado: ser siempre el que manda.
Un epitafio.
––Mi nombre, dos fechas (lo más alejadas posibles) y una rosa recién cortada, muchos años después.


Jueves, 20 de febrero
NO HABLO MAL DE CUALQUIERA

––El otro día –me dice una amiga en el Vetusta–, mientras presentaba su obra, escuché a un autor quejarse de quienes reseñan libros que les parecen malos cuando hay tantos buenos que comentar. Creo que se refería a ti y estoy de acuerdo.
            ––Un honor si se refería a mí, pero no estoy de acuerdo. Hablar mal de un libro malo que nadie conoce resulta absurdo, no hablar mal de un libro malo que todos dan por bueno, que se promociona por todas partes y que desplaza a los demás en los escaparates, es para un crítico literario una imperdonable cobardía. Pero tú no te preocupes, que de tu libro, cuando se publique, no voy a hablar mal.
            Ella sonríe agradecida y yo callo la razón: jamás me meto con nadie que no merezca la pena.


Viernes, 21 de febrero
MALA CONCIENCIA

Me llega confusamente –un amigo lo ha leído en la Wikipedia– la noticia de la muerte de Eduardo Errasti, uno de los jóvenes poetas que fundaron la tertulia Óliver, allá por 1980. Se separó muy pronto y se convirtió en un tenaz detractor. No había entrevista en que no hablara mal de la tertulia y especialmente de mí. Luego se fue borrando del mundo literario y le perdí la pista, aunque de vez en cuando algún conocido me contaba que lo había escuchado despotricar contra mí y los poetas de la experiencia en la librería de viejo que frecuentaba.
            Ahora no sé a quién preguntar sobre la exactitud de ese dato (quizá falso, quizá una macabra broma digital), que no encuentro confirmado en ninguna parte, pero que me nubla el día y borra de la memoria al pertinaz detractor y vuelve a poner ante mí al vehemente joven al que di clases, al joven poeta impetuoso al que tal vez yo, en aquellos remotos años, no traté con excesiva benevolencia.


domingo, 16 de febrero de 2020

Sin propósito de enmienda: No me lo puedo creer



Sábado, 8 de febrero
LOS VIAJES EN EL TIEMPO

En 1887 se publicó en Estados Unidos la novela Looking backward, de Edward Bellamy, que imaginaba cómo sería el mundo en el año 2000. Sonrío al leer cómo se describen los adelantos técnicos de ese futuro que ya es pasado: “En vez de enviar por el correo paquetes postales, van por tuberías desde los almacenes, con una velocidad de todos los diablos, trajes, brinquillos, alhajas y hasta pianos de cola y coches de cuatro asientos. Tal modo de remitir, o su artificio, se llama el teléstolo o el telepístolo y es complemento del telégrafo y del teléfono. Este último se ha perfeccionado ya a tal extremo en nuestra Utopía que cada cual le tiene en su casa y, sin salir de ella, oye si quiere óperas, comedias, sermones y conferencias de Ateneos y Universidades sin perder nota ni palabra ni tilde”.
            Comenta el libro Juan Varela, con su eutrapelia habitual en un número de La España moderna (junio de 1890), que yo leo esta tediosa tarde de sábado como una manera de viajar en el tiempo. Emilia Pardo Bazán habla de la mujer española, Cánovas de la democracia en Europa y America, Palacio Valdés de un libro de Miguel Moya sobre los oradores políticos, Fray Zacarías Martínez del moderno Anticristo, un tal Renán, se traduce además un cuento de Dostoyevski y un ensayo de Schopenhauer.
            Viajar al pasado es posible y una de mis excursiones favoritas; fantasear el futuro, una manera de hacer el ridículo. En el año 2000, según Edward Ballamy, habrán desaparecido los ejércitos, la educación durará hasta los 21 años, el trabajo hasta los 45, luego quedarán otros tantos para disfrutar de la jubilación (la edad media de vida serán los 90 años).
            Infortunadamente se equivocó en eso, pero también, afortunadamente, en otra de sus profecías, que don Juan Valera celebra mucho: en el 2000 habrá desaparecido “la vulgar corriente progresista que pretende que la mujer ejerza los mismos empleos públicos que el hombre y sea alcaldesa, diputada, ministra, senadora o académica”. Esas pretensiones, “de una insufrible y antiestética ordinariez” según Valera, desaparecerán como una mala moda y en el 2000 las mujeres “reinarán en los salones e inspirarán en los varones los más nobles sentimientos y altas ideas, y harán que él, por el afán de complacerlas, enamorarlas y servirlas, sea o procure ser dechado de virtudes y modelo de distinción, discreto, limpio, peripuesto y atildado”.
            Qué cosa pensaban los grandes hombres de hace un siglo (y de hace mucho menos tiempo, por cierto). No sabemos qué resulta más ridículo, si esos pianos de cola que viajan por tuberías a toda velocidad o esas imaginadas mujercitas que reinaban en los salones y se dedicaban a pulir y entretener a los varones.


Domingo, 9 de febrero
ESTUVE EN SU LUGAR

Veo a Oriol Junqueras en la cárcel entrevistado por Jordi Évole. Se muestra educado, tranquilo, muy consciente de que él es quien ha hecho lo correcto y otros los que han cometido, y siguen cometiendo, un delito de lesa democracia y de lesa humanidad. Muy seguro también de que la historia –más pronto que tarde– pondrá a cada uno en su sitio.
            Pero a mí me angustian esos años de un hombre de bien –no es el único, pero en él personalizo a todos– privado de libertad. ¿Quién se los podrá devolver?
            Me angustian porque me resulta fácil ponerme en su lugar, un lugar en el que yo también estuve. Pero sufro por él, no por mí, que mis viejos recuerdos madrileños de 1974 –el dictador todavía fusilaba– hace tiempo que han caducado. Ahora son solo una anécdota que añade algo de interés a una biografía funcionarial y anodina.


Lunes, 10 de febrero
CUARENTENA

Esta noche soñé que aparecía un caso de corona virus en el campus del Milán y que nos obligaban a todos, estudiantes y profesores, a guardar cuarenta. Un mes entero sin salir de casa. Para mí sería el mayor de los castigos, casi preferiría enfermar.
            Peor que mi sueño es la pesadilla de esos turistas de un crucero encerrados en su camarote en algún caso interior y sin ventanas. Solo suben a cubierta una hora cada dos días.
            No recuerdo haber estado nunca ni siquiera un día sin salir a la calle, aunque alguna vez tuve gripe, como todo el mundo.  No me hace falta ningún psicoanalista para saber de dónde viene esa fobia mía: de la eternidad que pasé incomunicado en una celda sin salir de ella más que para interrogatorios prolongados y poco amables.
             

Martes, 11 de febrero
SE HAN LUCIDO

Me envía Juan Bonilla su respuesta a la reseña que el pasado sábado dedicó Edgardo Dobry a Tierra negra con alas, la antología de poesía vanguardista latinoamericana que ha publicado junto a Juan Manuel Bonet.
            Se trata de una reseña feroz, de las que a mí me gustan. Pero esas reseñas que van a degüello y destrozan un libro no están al alcance de cualquiera.
            Exigen, en primer lugar, leerse atentamente el libro a abatir; leerlo dos o tres veces (yo lo he hecho con el último libro de poemas de Jaime Siles, toda una heroicidad) y razonar luego bien las discrepancias.
            Pero Edgardo Dobry es, al parecer, profesor universitario y tiene todos los malos modos de los evaluadores académicos, que dan o niegan sexenios (sobresueldos) a los profesores según sus “trabajos de investigación”, que no se toman el trabajo de leer, según cumplan o no ciertas normas externas, entre ellas haber sido publicados en determinadas revistas o editoriales.
            Edgardo Dobry, ingenuo él, acusa a una obra de la que es coautor Juan Manuel Bonet de utilizar solo “una bibliografía mínima” que es como decir que Menéndez Pelayo escribe la historia de la literatura española sin haberse documentado previamente.
            No hay nadie, ni dentro ni fuera de la universidad, que conozca tan bien la poesía vanguardista latinoamericana como Juan Bonilla y Juan Manuel Bonet, bibliófilos y coleccionistas que tienen las raras primeras ediciones –y en muchos casos únicas– que nadie tiene, y encima se las han leído.
            Tierra negra con alas es un prodigio de inteligencia y erudición, una continua caja de sorpresas. Incluso yo –que no siento especial admiración por las vanguardias– descubro poemas memorables de poetas de los que ni había oído hablar.
            Edgardo Dobry y Babelia se han lucido. Qué manera más espectacular de hacer el ridículo.


Miércoles, 12 de febrero
¡INCONCEBIBLE!

–-¿Pero es que no sabes la última de Pedro Sánchez?, me pregunta mi amigo liberal (no le gusta que le llame facha, ni siquiera no mencionando su nombre). ¡Se ha referido a Guaidó como líder de la oposición en Venezuela!
            ––¿Qué me dices? ¡No me lo puedo creer! Debe de ser la única persona del mundo que no sabe que el líder de la oposición en Venezuela es Donald Trump.


Jueves, 13 de febrero
CINE EDUCATIVO

 A mí no me escandaliza, me divierte el espectáculo de la oposición en el parlamento. Qué gran papel el del diputado de Ciudadanos, cuyo nombre no recuerdo, en su gracioso numerito digno del club de la comedia.
            También se lució con sus ironías mi admirada Cayetana Álvarez de Toledo. “¿Que la vicepresidenta de Venezuela no pisó tierra española? Pues entonces la llevaría en brazos, o en sillita de la reina, el señor Ábalos” (grandes risotadas en la bancada popular).
            El ministro de Justicia dijo que deberían seguir un cursillo jurídico antes de hablar de ciertos temas. Yo, más didácticamente, por algo soy profesor, les pondría una película, La terminal, de Steven Spielberg, con Tom Hanks como protagonista.
            Víktor Navorski se dirige a los Estados Unidos, pero durante el vuelo hay un golpe de Estado en su país y, como consecuencia, su pasaporte pierde validez y no puede entrar en Norteamérica ni ser devuelto al punto de partida. Permanece en el aeropuerto John Fitzgerald Kennedy durante más de un año. Legalmente, no podía pisar y no pisó tierra de Norteamérica, aunque no le tuviera nadie durante un año en brazos, admirada Cayetana.
            ¡Pero eso es una película!, replicarían los diputados de Vox. Y película por película nosotros preferimos las del Oeste, donde indios y alimañas se exterminan a tiros.
            Es una película, sí, pero inspirada en un caso increíble, pero cierto, el del ciudadano iraní Mehran Karimi Nasseri que vivió en el aeropuerto Charles de Gaulle, por tener prohibido entrar en Francia, entre 1988 y 2006.



Viernes, 14 de febrero
ALGO ME FALTA

Disimulo todo lo que puedo, trato de que no me afecte, me repito que estoy como siempre he querido estar, que no echo de menos nada ni a nadie. Pero tal día como hoy no puedo dejar de sentirme melancólico, aunque me ponga una sonrisa en los labios el anónimo ramo de flores que cada año por esta fecha aparece en mi despacho.
            A mi edad, todos mis amigos se han divorciado por lo menos una vez. Me temo – vuelvo a sonreír-- que yo me moriré sin conocer esa experiencia.


sábado, 8 de febrero de 2020

Sin propósito de enmienda: Declaro mi amor





Sábado, 1 de febrero
PEROGRULLADAS

Lloriquean los periódicos porque el Reino Unido abandona por fin la Unión Europea. Puede servirles de consuelo que hicieron todo lo posible por impedirlo.
            ––¿Y a ti no te parece un día triste?, me pregunta Abelardo Linares.
            ––A mí me parece un triunfo de la democracia frente a la estupidez.
            ––Vaya, resulta que ahora te has vuelto euroescéptico como la ultraderecha.
            ––Ni euroescéptico ni todo lo contrario. Pero yo nunca pensé que la Unión Europea tuviera, como el Infierno de Dante, el lema “lasciate ogni speranza, voi che’entrate”. Un país, para abandonarla, no debería necesitar más que expresar su voluntad de hacerlo. A continuación, se negocia discretamente lo que haya que negociar y santas pascuas. Pero hay que ver la que armaron, contando con la minoría de dentro, para lograr revertir el resultado del referéndum. Afortunadamente, los ciudadanos británicos, en las últimas elecciones, les dieron con el voto en las narices.
            ––¡Tú es que hasta eres capaz de defender a la Venezuela de Maduro!
            ––Lo que no voy a hacer es ponerme del  lado de quienes estrangulan económicamente a Venezuela mientras aplauden, y hacen buenos negocios con ella, a la Arabia del Príncipe Descuartizador.
––Y de Cataluña ni hablamos, que ya sabemos lo que piensas.
                        ––En eso soy de la escuela de Pero Grullo, pienso lo que pensaría cualquiera que  se tomara el trabajo de pensar. Que en democracia Cataluña debe ser lo que decidan los catalanes. Exactamente lo mismo que pienso de Galicia o de Andalucía.
            ––Eres de lo que no hay.
            ––Ya decía Oscar Wilde que el sentido común es el menos común de los sentidos.


Domingo, 2 de febrero
PELÍCULAS

Veo Río Grande, la película de John Ford, en el Teatro Filarmónica y, como siempre ocurre, veo a la vez otras películas que yo me invento. Han pasado setenta años desde que se estrenó, los mismos que yo tengo. ¿Qué habrá sido de los actores? De algunos –John Wayne, Maureen O’Hara– conozco el final; de otros he de imaginármelo. Un libro que contara los encuentros y desencuentros de estas vidas sería apasionante y triste.
            Solo uno tiene posibilidades de seguir con vida: Claude Jarman, el adolescente Jeff Yorke que busca al padre en el militar que lo abandonó de pequeño.
            El móvil –ese prodigio que cabe en el bolsillo– me indica que nació en 1934, que ahora tendría 86 años, o quizá 85, los mismos que mi amigo José Manuel Feito, con quien suelo comer los sábados y debatir de teología. Su carrera como actor fue corta, diez años, desde 1946, con un premiado papel, hasta 1956. ¿Qué fue de él los más de sesenta años transcurridos desde entonces? La Wiquipedia solo me informa que se casó tres veces, la última, que parece la definitiva, en 1985.
            Cualquier vida es un enigma. ¿Es también un fracaso? Quizás, pero todas ellas, bien contadas, resultan apasionantes.
En estas cosas pienso yo mientras contemplo en el blanco y negro de la pantalla el ir y venir de la caballería y su lucha contra los apaches que me devuelve al cine de los domingos de mi infancia y al cine de los sábados de Antonio Martínez Sarrión: “maravillas del cine galerías / de luz parpadeante entre silbidos / luego la cena desabrida y fría / y los ojos ardiendo como faros”.


Lunes, 3 de febrero
BRUMOSO AYER

En una novela de José Carlos Llop, El mensajero de Argel, con hermosa cubierta de Dis Berlin,  encuentro dos borrosas fotografías en las que aparezco en el claustro de una catedral, junto a él, su mujer y Andrés Trapiello.
            No recuerdo si leí o no en su momento la novela, no recuerdo tampoco cuándo fueron hechas las fotografías. Me pongo a releerla y, aunque me desilusiona pronto, llego hasta el final. Como en todas las suyas, lo que importa es la atmósfera, no la trama, que deja de interesar a los pocos capítulos.
            Mientras la voy leyendo recuerdo otra novela, la de aquel encuentro lierario en Santiago, el año 2000, en el que coincidí con Llop y con Trapiello. Recuerdo que, cuando me dirigía hasta allí, en una parada del autobús en Luarca, me enteré de que el Partido Popular había ganado las elecciones con mayoría absoluta. Aquello me deprimió mucho y llegué a Santiago esperándome lo peor para los años siguientes.
            ¿De qué hablé entonces con dos escritores a los que siempre he admirado, aunque con una admiración en la que no faltan los peros, como suele ser la mía? No lo recuerdo, sí recuerdo un paseo por los tejados de la catedral en el que a Llop le entró un ataque de pánico al asomarse al final de la escalera y se quedó allí dentro, quieto, aterrado. Trapiello le invitaba a salir y a contemplar el panorama de la ciudad. A Llop le molestaba su insistencia: “Me trata como a un niño. Cree que lo hago por gusto”.
            “Tengo cuarenta años y empiezo a no reconocerme en los espejos”, comienza uno de los capítulos de El mensajero de Argel. “Un extraño me espía en los espejos” escribí yo algunos años antes.
            Las novelas de Llop son como las de Gabriel Miró: están llenas de páginas admirables que, sin embargo, no nos animan a seguir leyendo.
            Contemplo esas viejas fotografías ahora recuperadas y pienso que mi vida, cualquier vida, está llena de imágenes sueltas, de borrosas escenas que no soy capaz de ordenar para que cobren algún sentido.


Martes, 4 de febrero
REGALO ELECTORAL

“¿Y no te da vergüenza apoyar a un gobierno que hace lo que le mandan los independentistas?”, me pregunta mi amigo facha. (Él se ofende si le llamo así. “Yo no soy facha sino liberal”, me dice. “Sí, tan liberal como Cayetana Álvarez de Toledo”. “Exacto”. Y se queda tan contento mientras yo sonrío.)
            La verdad es que no me da vergüenza, todo lo contrario. Me alegra que para aprobar los presupuestos tengan que entenderse con Esquerra. Es la única manera de que, desde este lado, se pueda aportar algo de racionalidad al conflicto catalán.
            No deja de ser un maravilloso regalo del resultado electoral que, para mantenerse en el poder, el partido de  García-Page, González y otros demócratas de la misma especie, tenga que apostar por el diálogo y la sensatez.


Miércoles, 5 de febrero
DISCULPAS PÓSTUMAS

Muere George Steiner, un sabio de otra época, y se publica su última entrevista. Sorprenden algunas preguntas: “¿Querría pedirles disculpas a alguien con quien se hubiera peleado?”
            Si quería pedir disculpas, una carta privada o una llamada telefónica parece lo mejor. Pero él prefiere disculparse en público, y ya desde la otra orilla, con una persona “cuyo nombre no puede decir”. Se trata de alguien que durante mucho tiempo fue su amigo íntimo y con el que discutió por un asunto estúpido: “Una frase mal escrita en una carta hizo saltar por los aires nuestra relación de años”.
            A mí me ocurrió tres o cuatro veces –quizá alguna más– con personas a las que apreciaba. Tardé en pedir disculpas, pero siempre las pedí. Unos las aceptaron y otros no. Los que no las aceptaron pronto dejaron de preocuparme: quien no es capaz de perdonar un pisotón involuntario, por doloroso que sea, no me parece que sea alguien cuya amistad merezca la pena.
            Sigue Steiner con otras palabras que también podría haber dicho yo: “He pagado un precio por mi ironía, a menudo muy mordaz y no siempre bien recibida”.
            Yo, tan vanidoso siempre, durante mucho tiempo he considerado mi ironía como un test de inteligencia: quien no es capaz de seguir el juego no recibe el aprobado.
            Ahora ya no lo considero así, ni tampoco creo que la inteligencia sea la cualidad principal. Prefiero la bondad, pero bien entendida, que a nada soy más alérgico que a la bondadosa bobería.
            En literatura hay mucha gente que no me quiere bien y lo comprendo perfectamente: a nadie le gusta que le digan públicamente sus fallos, y yo no me he dedicado a otra cosa, pero a la mayoría ni siquiera los conozco personalmente.
             Amigos que hayan dejado de serlo, por mis comentarios sobre sus versos o sus prosas, hay menos. Y a los que tienen talento los he recuperado.


Jueves, 6 de febrero
ATENTOS A LA PANTALLA

Hace tiempo que he dejado de estar enganchado a ninguna serie de televisión, pero cada día soy más adicto a la historia de España, a los viejos episodios revisitados y a los capítulos de estreno: no hay día sin su dosis de intriga y emoción.
            Me interesan los protagonistas principales (el galán Sánchez que sale con bien de cualquier trampa que le tienden sus adversarios o sus correligionarios, el santo varón encarcelado que perdona a sus enemigos, el rebelde sin causa y con cartera), pero creo que el mayor acierto de los guionistas está en los secundarios. Ya he contado cuánto me fascina Cayetana Álvarez de Toledo, sibilante sirena cuyo canto lleva a la derecha a la perdición. También Ortega Smith, siempre dispuesto a saltar a la trinchera enemiga y a pegarle cuatro tiros a cualquier “hijo de puta” del  Daesh o de dónde sea que se le ponga por delante. Me recuerda a los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín, con Pedrín convertido en entrañable alcalde de Madrid.


Viernes, 7 de febrero
SIGO ENAMORADO

Como la Nochebuena para los que no tienen familia, el próximo viernes, 14 de febrero, es uno de los días más tristes del año para los que viven solos o mal acompañados.
            No es mi caso, yo sigo enamorado, y no solo del amor en general o de mí mismo, como pensarán los mal pensados, sino del amor de las flechas y el corazoncito, del amor en pareja.
            Y mi pareja es ella y es él, que en eso soy hombre con pocos prejuicios, y mi amor es cada vez más apasionado, lleno de cotidianos descubrimientos y deslumbramientos. 
            Mi pareja se llama Mundo, se llama Realidad, y hace setenta años que nos conocemos. Yo nunca me cansaré de él o ella y me gustaría que ella o él nunca se cansara de mí.



domingo, 2 de febrero de 2020

Sin propósito de enmienda: Mi descanso es pelear





Sábado, 25 de enero
SENTAR CÁTEDRA

Parece que hablo siempre sentando cátedra, pero soy de esas personas que, en cuanto están seguras de una cosa, comienzan a dudar de ella.


Domingo, 26 de enero
DOS AMIGOS

Admiré a los dos, aprendí mucho de ambos, pero yo solo fui amigo de uno de ellos. Leo la correspondencia entre Eugénio de Andrade y Jorge de Sena como una fascinante novela epistolar, tediosa a ratos (¿qué novela no lo es?), pero abundante en lecciones sobre la vida, y con un protagonista tan inverosímil que parece de novela: un ingeniero que emigra a Brasil desde el Portugal salazarista y allí se doctora a los cuarenta y cinco años y se convierte en catedrático de literatura y en uno de  los máximos especialistas en la literatura clásica portuguesa y española, y en Fernando Pessoa, y en tantas otras cosas.
            Con Eugénio de Andrade me encontré en Coimbra en el verano de 1980. En una librería cercana al Arco da Almedina, compré el libro nuevo de un poeta que desconocía, Matéria solar. Lo leí de un tirón --era solo un puñado de poemas breves-- en el Café Arcadia, de la Rúa Ferreira Borges, al lado de uno de los ventanales cuyos cristales temblaban con paso cercano del tranvía. Pocos días después, el azar me regaló los dos elegantes tomos de Poesia e Prosa, la primera edición de su obra completa, aparecida el mismo año. Me deslumbraron esos mínimos textos, casi toda la página en blanco, a la vez sensoriales y meditativos, herederos de la poesía oriental y de la lírica arcaica griega, siempre tentados por el silencio.
            De Jorge de Sena, lo primero que conocí fueron los dos tomos de su Poesia de 26 séculos, la mejor antología de poesía universal que me ha sido dado encontrar. En ella aprendí yo, y en ella aprendieron algunos poetas cercanos, como Víctor Botas o Xuan Bello.
            Con Eugénio de Andrade me encontraría luego personalmente en tres ocasiones, una en Asturias y dos en Oporto. No olvidaré que en la última, tras enseñarme los libros más destacados de la sección preferente de su biblioteca (La realidad y el deseo dedicado por Cernuda, uno de Marguerite Yourcenar con poemas autógrafos en las guardas, entre otros), me mostró mi Poesía reunida, que guardaba en lugar destacado y en la mejor compañía.
            A Jorge de Sena no le conocí personalmente, pero casi. En un viaje a la Universidad de California en Santa Bárbara visité a su viuda, Mécia de Sena, quien me enseñó su biblioteca, la máquina en que escribía, sus papeles. Al Departamento de Estudios Hispano-Portugueses, que Sena había dirigido, le habían dado a su muerte el nombre del poeta, pero por desavenencias con Mécia habían tenido que quitarlo.
            No debía ser fácil el trato con Jorge de Sena, cuya ciclópea labor creativa e investigadora resulta casi increíble. Era un hombre demasiado grande para un país demasiado pequeño, pensaba él. Y quizá tenía razón. A Eugénio de Andrade lo tenía como secretario, no hay carta en que no le haga algún encargo a propósito de sus libros, que siempre se retrasan, que siempre tienen problemas con los editores y la imprenta.
            Cada obra que publica recibe los correspondientes elogios por parte de Andrade, pero a Sena nunca le parecen suficientes. “Estoy de acuerdo con que esos están entre los mejores poemas del libro, entre los más audaces y profundos que se han escrito en lengua portuguesa, pero también habría que señalar otros que no les van a la zaga”, le suele responder, y luego enumera casi todos los demás.
            Cuando se trasladó de Madison a Santa Bárbara, tardó en encontrar domicilio adecuado, así que con su mujer y dos de sus hijos tuvo que “acampar” en un motel, en dos pequeños cuartos donde se amontonaba el equipaje. “Los otros hijos –añade– vendrán de Madison, donde quedaron distribuidos por casas de amigos, cuando podamos ocupar nuestra propia casa”.
            Cuando yo visité esa casa, al pasar al salón, nos encontramos con un bebé de pocos meses en el sofá. “Disculpad”, dijo Mécia, “es mi nuevo nieto. Ahora viene su madre”. La familia de Jorge de Sena siempre fue una familia numerosa, como numerosa –inabarcable– fue su labor creativa.
            La admiración por Eugénio de Andrade ha resistido el paso del tiempo; la de Jorge de Sena –antipático titán– ha mermado un tanto, quizá injustamente. En algún libro mío, o quizá solo en las páginas dominicales de El Comercio, entre otros epigramas a escritores portugueses, aparece el que le dediqué: “¡Tan fanfarrón! / No parecía portugués, / sino español”.
           

Lunes, 27 de enero
LENGUA Y DEMOCRACIA

Ando estos días debatiendo con los anónimos comentaristas de mi blog “Café Arcadia” sobre la corrección sintáctica de tal o cual frase.
            No les entra en la cabeza que, en el lenguaje, los errores son siempre individuales, nunca colectivos.
            El español no se habla mejor en Valladolid que en Murcia, en Madrid que en Asunción: simplemente, se habla de otra manera.
            El lenguaje es la democracia perfecta: la mayoría siempre tiene razón.


Martes, 28 de enero
DORMITA HOMERO

Mi memoria para los versos no se limita a los especialmente memorables. También recuerdo otros más o menos risibles de autores destacados, desde el “que me voy, que me voy, que me fui”, de Juan Ramón Jiménez, hasta el Pocholo que rima con gladiolo en un poema de amor de Gimferrer, pasando por varios de los proverbios y cantares de Antonio Machado: “En esta España de los pantalones / lleva la voz el macho, / mas si un negocio importa, / lo resuelven las faldas a escobazos”.
            Creo que él lo eliminó, y con razón, de su poesía completa, pero los editores nos lo siguen recordando a pie de página. Me viene a la memoria al leer la segunda entrega de Mediodía, en la que se recupera un artículo desconocido de Machado, “España y la guerra”. Apareció el año 1916 en la revista La Nota que se publicaba en Buenos Aires en apoyo de los Aliados. La dirigía Emín Arslan, druso de origen libanés que ejercía el cargo de cónsul general de Turquía. O al menos eso es lo que nos dice la investigadora que comenta el texto, Elisabeth Delrue, aunque a mí me extraña mucho que el imperio otomano, aliado de Alemania, financiara una publicación aliadófila.
            Pero no se trata de comentar ahora un desliz erudito, sino de tomar nota de la misoginia de Machado. Una de las causas del atraso español se debe a que “la mentalidad rural y femenina no ha sido aún superada plenamente por el elemento varonil y ciudadano”. Un poco más adelante, anticipa o glosa la coplilla que con muy buen criterio haría desaparecer después: “Si el hombre no eleva a la mujer, la mujer degrada al hombre; si el varón no tira hacia arriba, la mujer tira hacia abajo. Donde el hombre no pretende otro privilegio  –digámoslo en frase vulgar– que el de los pantalones, se da esta cómica paradoja social: toda cuestión de alguna trascendencia la resuelven las faldas a escobazos”.
            No sé si a Antonio Machado le haría mucha gracia el rescate de este artículo, que termina con un elogio de “nuestro rey Alfonso, cuyas tendencias marcadamente liberales no son ya un secreto para nadie”.


Miércoles, 29 de enero
CADA VEZ PEOR

No soy yo de los que se quejan por ir cumpliendo años. Más bien me parecen un regalo. Lo que me preocupa es lo que va haciendo con uno la edad. Yo, optimista siempre, creo que, por lo general, mejoro.
            Pero a veces saltan las alarmas: de pronto me noto más impaciente con los tontos, más intolerante, más autoritario. Siempre me ha gustado mandar, para qué vamos a negarlo. Esa es mi secreta vocación. Frustrada, porque nunca he tenido a quien mandar, salvo a mí mismo.
            No me preocupa cumplir años, me preocupa irme volviendo más insoportable. Menos mal que he tomado la precaución de vivir solo y así nadie tiene que soportarme por obligación, salvo yo mismo.


Jueves, 30 de enero
SOY MEJOR

Qué mala es la gente, me digo con una sonrisa (en ese sentido, yo soy más gente que nadie). Me gusta comprobar las lecturas en Internet que tienen las reseñas que publico cada semana desde hace años. Resultan muy similares, entre novecientas y mil (no soy yo de audiencias multitudinarias), pero de vez en cuando hay alguna que se dispara, que recibe el doble o el triple de la habitual. La última, el comentario de las memorias de un coetáneo al que admiré mucho en mis comienzos (y eso que piadosamente me contuve todo lo que pude ante tal acumulación de patéticos disparates); la penúltima, el libro sobre Ángel González de Ricardo Labra, aunque en este caso, más que mis ponderados puntos sobre las íes, lo que creo divierte al personal es su irritada respuesta.
            No sé yo si, como Mae West, cuando soy bueno soy muy bueno, pero de lo que estoy seguro es de que, cuando soy malo, soy mejor.


Viernes, 31 de enero
NO ME QUEJO

Somos desagradecidos por naturaleza. Si yo soy el primero en serlo, ¿a qué quejarme de que lo sean conmigo los demás? Me molesta un poco, por supuesto, pero se me pasa pronto.
            Yo, tan machadiano, discrepo de mi maestro en un punto, como he indicado más de una vez, en aquello de “y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito”.
            Como él, como tantos,  yo también “a mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito/ el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”. Pero nadie me debe nada de lo que he escrito. Todo lo contrario: mis lectores, solo por serlo, me hacen el mayor de los regalos. Incluso los que se indignan con lo que escribo, o sobre todo ellos: puedo vivir sin admiradores, estoy acostumbrado, pero me moriría de aburrimiento sin detractores.