domingo, 23 de abril de 2017

Sin trampa ni cartón: De ahorros y retornos


Sábado, 15 de abril
TRAUMAS DE INFANCIA

La Semana Santa nunca me ha resultado simpática, pero no por motivos religiosos. Me fascinan las historias de extraterrestres, aparecidos, milagros, sábanas santas y demás parafernalia. Lo que nos hace humanos es precisamente la capacidad de inventar quimeras y luego ser capaces de morir y de matar por ellas.
            A mí las procesiones nunca me han molestado, al contrario que a mi amigo José Luis Piquero (claro que él vive en Andalucía). Si la Semana Santa despierta en mí malos recuerdos es porque, cuando yo era adolescente, no había cine ni música, estaba prohibido divertirse (cosa que nunca me ha interesado mucho, la verdad), no había clase (cosa que sí me divertía) y además cerraban la biblioteca pública durante durante un tiempo que se me hacía interminable. Entonces solo se podía sacar un libro al día; para el fin de semana yo dejaba los más voluminosos (novelones de Galdós o Tolstoi), pero un libro que me durara tanto tiempo como duraba la Semana Santa no lo había.
            Y yo  no tenía dinero para comprar nada ni conocía a nadie que me pudiera prestar la lectura que me interesaba. O sea que la Semana Santa era para mí verdaderamente un tiempo de ayuno y abstinencia. Con qué alegría esperaba yo que el presunto muerto resucitara y todo volviera a la normalidad.
            Algo del resquemor de entonces me llega todavía ahora que tengo casi todos los libros del mundo a mi alcance. Pero guarde el trabajo que guarde para estas fechas, siempre me sigue sobrando tiempo.
            ¿Y por qué no aprovechas para ir de vacaciones a algún sitio?, me preguntan. Pero si hay algo que detesto tanto o más que la Semana Santa son las vacaciones. Otro trauma de infancia, de cuando pasaba los veranos en el pueblo y en seguida se me acababa todo lo que había llevado para leer. Desde que pude tomar decisiones por mi cuenta no he ido jamás de vacaciones a ninguna parte. Solo de pensar en ir de vacaciones ya me pongo de mal humor. Todos mis viajes son de trabajo. Para poder pasar unos días fuera de casa, aunque sea en Venecia, necesito inventarme un pretexto laboral. Afortunadamente tengo mucha imaginación y si me apetece ir a un sitio (siempre a una ciudad, soy alérgico a la naturaleza sin aditivos) no tardo ni un minuto en encontrar un buen pretexto.



Lunes, 17 de abril
AHORRA O NUNCA

De pronto me vuelve la vieja angustia del tiempo de Semana Santa. Estoy trabajando tranquilamente en mi despacho del Milán y se me ocurre consultar un libro que sé que tengo desde hace tiempo. Lo busco, no lo encuentro (algo menos habitual de lo que podría pensarse al conocer mi despacho y mi casa) y no me importa porque también lo tienen en la Biblioteca de la Facultad: en ella no hay problemas para encontrar nada. Me sorprende que no esté abierta. Y entonces caigo en la cuenta de que, aunque es lunes y solo es fiesta en Avilés y Cataluña, la Universidad está cerrada a cal y canto, dicen que para ahorrar. ¿Para ahorrar? ¿Y por qué no la cierran el resto del curso y nos apuntamos todos a la universidad a distancia?
            Nuestras cabezas dirigentes parecen haber olvidado que una universidad no es una guardería, que aunque no haya clases los centros tienen que estar abiertos (sobre todo las bibliotecas) porque profesores y alumnos siguen con su trabajo. Pero, en fin, hay que ahorrar (y a la vez a unos cuantos profesores mayores de sesenta años se les paga para que se queden en casa y no trabajen).
            Afortunadamente, la Semana Santa de ahora no es como la de antes, ya no cierra el país para que todos nos dediquemos a llorar la muerte de Cristo. No cierra el país, aunque cierre la Universidad de Oviedo durante una semana de fraile, o sea, de bastante más de siete días. (El libro que buscaba lo encontré digitalizado en Google Books.)


Martes, 18 de abril
SUGERENCIAS AL DIRECTOR

El estreno del documental Un lugar propicio a la felicidad no resultó tan incómodo como me esperaba, aunque el mediometraje de Marciano Martín Manuel sí respondiera con creces a mis expectativas.
             Fue como si no hablara de mí y como si no estuviéramos en un estreno, sino en una sesión de trabajo. Me entretuve anotando las sugerencias que haría para el montaje definitivo: 1/ eliminar unos quince minutos, de modo que no supere la media hora, 2/ un tratamiento distinto de las abundantes fotografías (no colocarlas sobre un marco de hojas u de otro tipo, sino que ocupen toda la pantalla y darles vida y movimiento acercándonos a uno u otro detalle), 3/ eliminar la cabeza del protagonista niño  que bailotea sobre la imagen de la fuente de la Pista, 4/ ponerles voz a los haikus que aparecen acompañados de los dibujos de Alicia Varela (uno de los mejores momentos del documental), 5/ volver a grabar ciertas intervenciones en que el protagonista comete algún error (habla del premio Ángel González en lugar del Emilio Alarcos).
            Todo lo anoté minuciosamente. Espero que el director y guionista tenga en cuenta algunas –si no todas– de estas observaciones en el montaje definitivo. El estreno en Avilés no fue más que un emocionante preestreno para amigos y familiares que, si me perdonan a mí mis defectos, con más razón se los perdonaron –salvo algún poeta joven que aún no ha aprendido a disimular– al laborioso y esforzado documental.


Miércoles, 19 de abril
ENCUENTROS Y DESENCUENTROS

Miro a un lado y a otro de la gran mesa del comedor de gala y le digo al poeta Constantino Molina, que se sienta a mi lado: “Aquí hay por lo menos diez escritores de cuyos últimos libros he hablado y no demasiado bien. Tendré que tener cuidado de que no me pongan nada raro en la bebida. Allá está Bonet, ahí enfrente Javier Gomá…”
            Aunque la mesa es ancha y yo hablaba casi al oído de mi acompañante, el director de la fundación March enseguida notó que me refería a él: “¿Eres José Luis?”, dijo. Y yo, temiéndome lo peor: “Sí, sí, luego al final si te parece hablamos”.
            Y hablé con él y con Sergio Vila-Sanjuán, que me confesó que había encargado la reseña sobre El arte de quedarse solo para el suplemento de La Vanguardia antes de leer lo que yo había escrito sobre su última novela:  “Te voy a ser sincero: si lo hubiera leído, no la habría encargado. Dudé mucho en publicarla y, si al final me decidí, fue por el autor, Miguel Barrero, no por ti”. Pero estas cosas me las dijo sonriendo.
            Javier Gomá estaba muy al tanto de lo que había escrito sobre él. Y no es de extrañar, cuando los elogios son unánimes (el propio Alfredo Martínez, jefe de Protocolo, me dijo que había leído su último libro, La imagen de tu vida, mientras volvía del viaje a Japón con los reyes y que le había entusiasmado), que destaque quien pone algún reparo. Y no un reparo minúsculo: todo el razonamiento del autor, toda su filosofía, parte de un sofisma que, a mi entender, sirve para encubrir un axioma de carácter religioso.
            “Te agradezco la atención que me has dedicado, pero te puedo desmontar fácilmente tus reparos”, me dice con su mejor sonrisa. Habla tan bien como escribe y se nota que está acostumbrado a deslumbrar a los interlocutores. “Confundes ejemplo y ejemplaridad”, me dice, “Cuando quieras lo debatimos, en público o en privado”. “Mejor en público, en privado cada uno habla para sí mismo, en público hay personas ajenas a las que convencer”, le respondo. Pero de sobra sé que esa ocasión no llegará.
            Veo dar vueltas, solitario, desentendiéndose de unos y de otros, a un envejecido Pere Gimferrer. Le leo desde 1970, cuando compré su libro Poemas 1963-1969, publicado en la colección Ocnos. Desde entonces creo que he leído todo lo que ha publicado y que he hablado por escrito de la mayoría, o la totalidad, de sus libros de versos (y de algunos otros).
            Como más de una vez he dicho que toda su poesía que vale la pena está en ese volumen de hace casi medio siglo, no sé si le alegrará mucho que me presente. Lo hago, sin embargo. Me mira un momento y luego, como si llevara una ficha preparada, se pone a enumerar todo lo que he dicho de su poesía.
            ––De Rapsodia –concluye– no hablaste del todo mal, hubo algún poema que te gustó. También te gustaron varios de No en mis días. El poema con el que más te ensañaste le entusiasma a Caballero Bonald (y yo no pude por menos de añadir: “No me extraña”), pero tenías razón en lo del traghetto a la Academia, aunque hay dos traghettos cercanos, pero no en que con lo de “ridi, pagliaccio, e la giubba infarina”; no me refería a la ópera de Leoncavallo sino a un artículo de Haro Teglen que la citaba refiriéndose a Chávez; de ahí lo de “vivimos una noche de cariátides, / solemne, pero bufa y sanguinaria”. En mi poesía es muy importante la crítica política, aunque tú no sepas verlo.
            Cuando termina de leerme la ficha de sus reparos a mis críticas, se aleja sin despedirse. A mí me alegra de haberle dado ocasión de decirme todos los reproches que guardaba, en algunos casos desde hace veinte o treinta años. Es un genio, algo descacharrado, pero un genio.
            Me doy la vuelta y veo que Xuan Bello (que se mueve por estos salones como el más consumado palaciego, aunque asiste por primera vez) aprovecha un instante en que el rey parece quedarse solo para acercarse a él y decirle: “Perdone, señor, tengo un recado para usted. Me ha encargado Graciano García que le diga que le quiere mucho”. El rey sonríe y responde: “Yo también le tengo mucho cariño. Y le estoy muy agradecido. Siempre me está enviando citas, por si me pueden ser útiles para mis discursos, y también poemas”.



Jueves, 20 de abril
RETORNO A MAX AUB

En la sede del Cervantes, Juan Manuel Bonet inaugura una exposición sobre Max Aub comisariada por Juan Marqués. Más Aub fue un autor que me interesó mucho un tiempo. Recuerdo que en 1969 le dediqué uno de mis primeros artículos: “Breve noticia de Max Aub con motivo de su vuelta a España”. Por entonces era un escritor mitológico, como tantos exiliados, al que admirábamos sin poder leerlo. Me fascinaban sus juegos, como el de aquel pintor apócrifo, que engañó a tantos. Se me ocurre ahora que el modelo de  Jugar con fuego no fue Pessoa, al que conocí más tarde, sino Max Aub. Luego me resultó un escritor esforzado y trabajoso y me fui desentendiendo de él. Ahora en esta exposición descubro otra de sus bromas, las falsas noticias de El correo de Euclides, y vuelve a entusiasmarme.



domingo, 16 de abril de 2017

Sin trampa ni cartón: Disparar primero, preguntar después


Sábado, 8 de abril
TAL COMO SOY

Aunque nada me gusta más que hablar mal de mí mismo, procuro no hacerlo demasiado a menudo porque lo considero de pésima educación: obliga a quienes te escuchan a rebatirte y a elogiarte.
            Pero a veces no tengo más remedio. Soy bastante buen improvisador, pero a condición de que haya tenido tiempo de preparar bien la improvisación. La naturalidad, es lo menos natural del mundo, es siempre un trabajado artificio. Al menos en mi caso.
            El martes 18 se estrena en Avilés el documental que me han dedicado. Me gusta el título, “Un lugar propicio a la felicidad. Alrededores de José Luis García Martín”, me gustan las imágenes de mi pueblo, Aldeanueva del Camino, y del valle de Ambróz, pero en cuanto aparezco se estropea todo.
            Si yo fuera el productor ejecutivo (o sea, el que paga y manda, que es lo que me gusta ser), le ordenaría al director repetir todas esas escenas. Fueron rodadas en distintos veranos, improvisadamente, no tomándome yo demasiado en serio la idea. Creí que era uno de esos proyectos que nunca se llevan a cabo.
            Por eso procuro disuadir a mis amigos y aconsejarles que no aparezcan por el local de la calle de la Ferrería la tarde del martes.
            “¿Pero tan mal te ves?”, me preguntan algunos que no saben si creerme o si todo no es más que una retorcida manera de despertar su curiosidad para que el salón avilesino se encuentre lleno.
            “Tan mal o peor. El arte es fingimiento, pero en este documental, por descuido mío (no por culpa del director), no hay fingimiento ninguno. Me veo de la peor manera posible. Me veo sin máscara, sin trampa ni cartón, exactamente tal como soy”.


Domingo, 9 de abril
LA LEY ANTE TODO

Qué maravillosos actores son los animales. En Cantábrico, el prodigioso documental de Joaquín Gutiérrez Acha, hacen de sí mismos con absoluta naturalidad y además nos ofrecen a ratos una caricatura y a ratos un retrato idealizado de la humanidad.
            Esto es lo que somos, qué razón tenían los viejos fabulistas: la madre que alimenta a sus crías, las fraternales peleas de los oseznos, los lobos al acecho del tierno cervatillo, la larva de mariposa que engaña a las hormigas, los urogallos en celo que se pavonean ante las hembras… Me voy viendo a mí mismo en el comportamiento de las criaturas del bosque y a veces me ruborizo un poco ante la exactitud del parecido.
            Mi favorito es el sapo fanfarrón, que no sé por qué me hace pensar en Donald Trump. La vieja Europa miraba por encima del hombro a esa especie de Gil y Gil (el exitoso alcalde de Marbella) que con sus patochadas y sus millones (y ayudado por un arcaico sistema electoral dudosamente democrático) había llegado a la Casa Blanca. Exactamente igual contemplaba la sigilosa serpiente al sapo torpón que se ha puesto a su alcance.
            Pero de repente el sapo comienza a hincharse, se hincha más y más, y la serpiente duda un momento si tomarse en serio o no a ese imprevisto monstruo; finalmente, por si las moscas, se da la vuelta y se aleja arrastrándose.
            El quimérico inquilino de la Casa Blanca lanza de improviso +dos o tres misiles y se acabaron la bromas. Los líderes europeos que critican al gobierno inglés, y tratan de ponerle todas las trabas que pueden por hacer lo que dicen sus votantes se ponen a aplaudir al sapo fanfarrón que dispara primero y luego pide que le busquen las pruebas de que fue el gobierno sirio, y no la oposición más o menos democrática y menos o más terrorista, quien usó las armas químicas.
            “La ley ante todo, sin ley no hay democracia” es el mantra del gobierno de España ante las reivindicaciones catalanas. Y yo, después de ver Cantábrico y de ver aplaudir los misiles de Trump, pienso; “Exacto. La ley ante todo, pero la única ley que al final importa: la del más fuerte”.
            O del más astuto, como demuestra cumplidamente el documental de Joaquín Gutiérrez Acha.


Lunes, 10 de abril
LA NOSTALGIA ES UN ERROR

En el más reciente número de El Ciervo, que sigue siendo un ejemplo del mejor periodismo, se publica una encuesta titulada “¿Adiós a la carta postal?”. La mayoría de las respuestas adoptan un tono elegíaco y un tanto tontorrón ( incluso hay quien lamenta que nuestra intimidad sea saqueada en la red, ya que la protección que daba el sobre “ha desaparecido por completo”).
            Menos mal que Anna Caballé pone un punto de sensatez en el asunto: “Las cartas viajaron de todas las formas imaginables. Fueron en manos de un mensajero a pie o a caballo, en recuas de acémilas, diligencias, carruajes de tiro, trenes, aviones, barcos… Metidas en sacas, perfumadas y con bellos adornos, en una botella al mar por pura desesperación. El siglo XXI ha revolucionado una vez más el formato del correo. Las nuevas tecnologías conceden a la escritura un espacio impensable hace unos años, cuando el teléfono era el medio hegemónico de comunicación. El correo digital con su inmensa variedad de recursos es fruto de una creativa mutación que nos permite mantener viva la esperanza de contactar con el ausente y de construir lazos con él”.



Martes, 11 de abril
RELIQUIAS

Abro un libro de poemas recién llegado y lo primero que encuentro, sorprendentemente, es el Café Arcadia: “No imaginaba que las sillas de la Arcadia iban a ser tan duras, / ni que la gente iba a pasar la mañana del domingo / leyendo periódicos y tomando café. / Tampoco imaginaba que la gente iba a ser comprando lotería / y que el cansancio iba a ser tan grande al llegar aquí”.
            Y yo vuelvo a remotas mañanas de domingo y a aquel café con sus pequeñas mesas apretujadas y las cristaleras temblando cuando el tranvía pasaba delante de ellas por la estrecha rúa Ferreira Borges, en Coimbra.
            No sé si Alfonso Armada se referirá a ese mismo local, donde yo sufrí de amores y escribí versos en un tiempo remoto que quizá no ha existido nunca. Su libro, lo leo de un tirón en Los Prados, vale poco. Más bien no vale nada. Lo fecha entre 1991 y 1996 y seguramente ni se ha atrevido a releerlo al enviar los viejos poemas al editor, que tampoco lo habrá leído con mucha atención. ¿Y por qué lo publica entonces? Pues porque su autor es un excelente periodista, que ha mandado crónicas desde Sarajevo y desde otros lugares en conflicto, y actualmente dirige un suplemento cultural.
            La poesía es un género peculiar. Los borradores o los poemas adolescentes que el autor rompe avergonzado con el tiempo se convierten en reliquias que la mayor parte de los estudiosos no distinguen de los verdaderos poemas.
            A lo mejor me equivoco y este Cuaderno ruso vale más que el papel en que está impreso. Hay un poema, “Quintana de Mortos”, que no está mal.            
            Afortunadamente no tengo que hacer ninguna reseña del libro (si fuera así, me cerraría las puertas del suplemento del ABC por un tiempo, al menos hasta que cambiara de director). Mis impresiones me las guardo para mí.


Miércoles, 12 de abril
VIEJOS TERRORES

No sé distribuir el trabajo. O tengo mucho que hacer o  nada. Esta tarde tocaba lo segundo, pero del aburrimiento (y de escribir haikus) me salvó una llamada de Marisa Fanjul: “¿Te apetecería acompañarnos a Ferroñes a visitar el estudio de Benjamín Menéndez?”
            Claro que me apetece. Cuando hace años venía en tren de Avilés a Oviedo todos los días, pasaba siempre por el apeadero de Ferroñes, un lugar entre prados, sin ninguna casa a la vista, que a mí siempre me parecía el lugar más desolado del mundo.
            ¿Quién puede vivir aquí?, me preguntaba. A veces el tren se detenía y subía o bajaba un solitario viajero. Y yo me imaginaba alguna historia gótica con institutrices que llegan de la ciudad y han de dirigirse a un caserón en ruinas del que los han llamado para educar a unos niños muertos hace cien años.
            Recuerdo que una vez, tras cruzar como siempre en ferry hasta Staten Island, se nos ocurrió a Martín López-Vega y a mí subir al tren que atravesaba la isla. Bajaríamos en cualquier estación para explorar un poco. Pero todo eran apeaderos en medio del campo. “Qué horror –dije yo–, es como si pasáramos por Ferroñes una y otra vez”.
            Ahora por fin tenía ocasión de conocer al Ferroñes verdadero. Antes de ir lo busqué en Wikipedia: es una parroquia de Llanera formada por una aldea y tres lugares, paradójicamente más habitados que la aldea. Esta cerca de Oviedo, pero nos perdimos en el coche y aparecimos frente a una residencia de ancianos agazapada en un rincón, perfecto escenario para el comienzo de una película de terror o de festival.
            Benjamín Menéndez es el autor de la escultura en el paseo de la ría de Avilés, esos tres gigantescos conos de acero corten que a mí siempre me recuerdan los mástiles inclinados del Bigo de Renzo Piano en el puerto de Génova. Siempre he admirado a los arquitectos y a los escultores que son capaces de cambiar el rostro de la ciudad.
            Ferroñes tiene una pequeña iglesia junto a la cual se acurrucan las tumbas de un cementerio como las ovejas que temen el asalto del lobo. Y Benjamín Menéndez trabaja en un estudio construido por Andrés Diego Llaca que algo tiene de escultura habitable hecha con materiales pobres, con tabiques palomeros, como los que se utilizan en cualquier tendejón. Cuando se hace de noche, se convierte en ordenado y áureamente proporcionado refugio contra el caos de la naturaleza.
            En el campo, me siento siempre como un náufrago. Soy de los que piensan que solo en la ciudad es posible una vida plenamente humana.


Jueves, 13 de abril
LOS AÑOS

Los años le vuelven a uno más benévolo con los defectos de los demás. ¿Cómo enfadarse con quienes hablan y no escuchan si yo también tengo esa costumbre? ¿A qué irritarse por la vanidad, el egoísmo, el narcisismo, la terquedad de este o de aquel si nada hay más humano y a mí nada humano me es ajeno?


domingo, 9 de abril de 2017

Sin trampa ni cartón: Otra manera de robar manzanas


Sábado, 1 de abril
ELOGIO DE LA VEJEZ

Soy tan viejo que todavía recuerdo cuando el uno de abril era día de fiesta, fiesta en que media España celebraba la victoria sobre la otra media.
            Ser viejo es meterse en un jardín y aparecer en un desván.
            Ser viejo es lo mejor del mundo, salvo ser niño, ser adulto o ser joven.


Domingo, 2 de abril
EL MUNDO VA A CAMBIAR DE MANOS

Como no vi la información en ninguno de los periódicos regionales, llegué al pabellón de la Feria de Muestras temiendo que se hubiera suspendido el acto o, peor aún, que no hubiera nadie. Pero las dificultades para aparcar en torno al Molinón ya me hicieron respirar esperanzado. Fue un mitin como los de otro tiempo. Me pasé dos horas en pie, aplaudiendo a cada poco. Y al final, levanté el puño y canté La Internacional, algo que no hacía desde los años setenta. Me sentí rejuvenecido.
            “Si te viera tu amigo Abelardo –me dice el joven poeta que me ha traído hasta Gijón en su coche–, seguro que no te publicaba nada más”.
            “A mi amigo Abelardo quien le gusta como líder del PSOE es su paisana Susana Díaz, a la que por cierto no ha votado nunca ni piensa votar jamás. Y yo no tengo dudas de que la dirigente andaluza arrasaría si en las primarias, además de los militantes, pudieran votar los no simpatizantes del PSOE. Afortunadamente esos no votan, aunque hagan campaña por ella un día sí y otro también en los principales periódicos”.
            Vuelvo de Gijón reconfortado. Me alegra comprobar que mi indignación y mi rabia por la indignidad de la Gestora es compartida por mucha gente, y no solo por los votantes socialistas, también por bastantes de los militantes de toda la vida. No, no nos traicionó el partido al que confiamos nuestro deseo de iniciar un nuevo tiempo, sino que el partido fue también traicionado por unos cuantos dirigentes.
            Me vienen a la cabeza unos versos que leí no sé dónde: “A la izquierda, muchachos, / siempre a la izquierda, / pero no más la izquierda / de vuestro corazón”.
            Me siento como hace cuarenta años, cuando tenía la ilusión de que podía cambiar la historia. Tengo la impresión de que estamos en un periodo de interregno: el reinado de Juan Carlos ha terminado de mala manera; el de Felipe VI aún no ha empezado de verdad. Estamos como en los años que van del 75 al 78. Franco ha muerto, pero su cadáver sigue en pie en la mayoría de las instituciones. Tenemos un nuevo rey, pero los protagonistas de la corrupción legalizada o consentida (peor quizá que la otra), siguen ahí.
            Para arrumbar lo viejo, para que nazca un nuevo tiempo, quiero arrumbar el hombro. ¿Es tener un alto concepto de sí mismo pensar que puedo contribuir a cambiar la historia de España? La verdad es que nunca he estado escaso de autoestima, pero de sobra sé que si algo va a comenzar a cambiar el 21 de mayo es porque hay más gente que piensa como yo que la que podría pensarse leyendo los periódicos. Lo acabo de comprobar.


Lunes, 3 de abril
UNA VIEJA PARÁBOLA

Mi memoria está llena de libros que no sé si existen o no. Por ejemplo, El libro verdadero del país austral de las flores, escrito por un improbable Dschuang Dsi algunos años antes de Cristo.
            En ese libro leí por primera vez la parábola de la perla perdida y encontrada. El señor de la Tierra Amarilla se paseaba por las fronteras de su reino, un reino que abarcaba todo el universo conocido. Desde lo alto de la más alta montaña, se deleitaba contemplando la puesta del sol y el ir y venir de los guerreros por la Gran Muralla. En esto perdió su perla mágica, que llevaba colgada al cuello. Envió el conocimiento a buscarla, pero no la encontró. Envió la voluntad en su busca y no fue capaz de dar con ella. Envió la memoria a recuperarla y volvió igualmente con las manos vacías. Envió entonces al olvido de sí mismo a buscarla y el olvido de sí mismo la encontró.
            Esa perla mágica es la perla de la felicidad.


Martes, 4 de abril
HAY POETAS QUE SOLO TIENEN BIOGRAFÍA

Me llega la noticia de la muerte de Yevgueni Yevtushenko y, como hago siempre en estos casos, busco en la biblioteca algún libro suyo. Encuentro Manzanas robadas, una antología con prólogo de Luis García Montero. El título, curiosamente, coincide con el del último libro mi en un tiempo amigo y siempre admirado Miguel d’Ors. No creo que sea un homenaje, sino más bien una coincidencia que no le hará ninguna gracia descubrir.
            Yo siempre digo que, si un aforismo no se le ha ocurrido antes a otro, no es un buen aforismo. Creo que lo mismo pasa con los títulos. Imposible no repetirse, salvo que el título sea un desastre como aquel de una poeta que ganó, me parece, el Adonáis: Urgencias de un río interior. En fin, no digo cómo lo traduciría aquel alumno al que Juan de Mairena mandó poner en lenguaje poético un verso de Caballero Bonald –“los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”– y él escribió “lo que pasa en la calle”.
            Yevtuschenko era todo un personaje, un youtuber antes de youtube que llegó a llenar estadios como otros llenan locales nocturnos con sus recitales. ¿Pero era también un poeta? La versión de Javier Campos, hecha directamente del inglés, según se nos indica, no permite averiguarlo. Así comienza el poema que da título a la antología: “Las rejas se fueron abajo por la tormenta / y nosotros, niños ladrones entre las tristes sombras, / éramos entibiados por nuestras camisas / repletas de manzanas robadas”.
            ¿Éramos entibiados por nuestras camisas? Qué cosas. No sé si a Yevtuschenko le habría llamado Dios por el camino de la poesía, pero sospecho que este traductor “directamente del inglés” de poemas escritos en ruso, no le ha llamado por el de la traducción de poesía.
            “Quizá escribir versos solo sea / otra manera de robar manzanas”. termina el poema de Miguel d’Ors que da título a su nuevo libro. No necesitó copiarlo de nadie; también él robo manzanas cuando niño y añora su sabor a libertad y aventura.
            En el prólogo a la antología de Yevtushenko, encuentro los cuatro versos que me volvieron a la memoria mientas escuchaba a Pedro Sánchez: “A la izquierda, muchachos, / siempre a la izquierda…”
            Resulta que son del poeta ruso Yevtushenko –uno de esos poetas que sí tienen biografía, aunque quizá no obra– y que los escribió directamente en español.


Miércoles, 5 de abril
POR ENCIMA DEL HOMBRO

Quedo aterrado al comprobar, una vez más, la rapidez con que un “es” se convierte en un “fue”. Me pregunta mi amigo Vicente García que si tengo noticias de la muerte de Manuel Aragón, el editor y bibliófilo que firmaba sus versos como Ángel Pariente. “No sé nada –le digo–, ¿dónde lo has leído?”
            Tecleo en Google para confirmar la noticia y lo primero que me aparece es la página de la Wikipedia. Comienza así: “Ángel Pariente (Gijón, Asturias, 5 de abril de 1937-3 de abril de 2017) fue un poeta español. Su nombre completo era Manuel Ángel Aragón Pariente”.
            Me deja aterrado ese cambio verbal que cae raudo como la hoja de una guillotina y admirado la actualización casi instantánea de esa admirable enciclopedia colaborativa y digital.
            A Manuel Aragón lo conocía allá por 1979 cuando me encargó la antología de poesía última que luego acabó titulándose Las voces y los ecos. Buena parte de lo mejor de Ediciones Júcar a él se le debe. Más adelante quiso que me ocupara de un autor en la colección Los Poetas, que él dirigía. Yo, que había leído con admiración Las monedas contra la losa, le propuse a Carlos Bousoño. A él no le convencía del todo: “Es buen teórico, pero como poeta…”
            Cambié entonces por Francisco Brines, que acababa de publicar Insistencias en Luzbel. En la admiración por Brines coincidimos ambos. Pero el poeta de Oliva, al que algo le había molestado en las reseñas que le dediqué en Jugar con fuego, no se mostró demasiado entusiasta. No sé si llegó a proponer a otro autor, creo que a Alejandro Duque Amusco, para el libro sobre su obra. Manuel Aragón insistió en mi nombre. Brines aceptó a regañadientes, pero puso la condición de que tenía que ir dando el visto bueno a cada capítulo. Yo no me sentía cómodo con el poeta mirándome por encima del hombro, a ver si escribía algo inconveniente, y acabé rechazando el encargo. A Francisco Brines le sustituyó Fernando Pessoa y creo que todos acabamos ganando con el cambio.


Jueves, 6 de abril
TRABAJAR CANSA

De pronto, al salir de clase, a las ocho de la tarde, y pensar en que mañana a las nueve tengo que estar de nuevo en clase, se me viene encima todo el cansancio acumulado de estos días y me da por pensar si lo estaré haciendo bien.
            “¿No deberías estar ya jubilado y dedicarte solo a escribir?”, me pregunto luego mientras charlo con unos amigos en el Vetusta.
            ¿Dedicarme solo a escribir? Qué aburrimiento. Para escribir con una hora al día tengo bastante. Para vivir, en cambio, las veinticuatro horas del día me parecen pocas.

Viernes, 7 de abril
SI DICES LA VERDAD

“Si dices la verdad no la repitas. / Solo el que miente insiste”, son versos de Aquilino Duque que a mí me gusta repetir, aunque no esté de acuerdo con ellos.
            La verdad, o lo que nosotros creemos que es verdad, debemos repetirla una y otra vez. Solo así conseguiremos que alguien se entere.
            Claro que si una mentira repetida cien veces se convierte en una verdad, como dicen que dijo Goebbels y saben bien las agencias de publicidad, una verdad repetida cien veces puede convertirse en un aburrimiento.
            Por eso algunos decimos siempre lo mismo –otra manera de robar manzanas–, pero procuramos decirlo cada vez de una manera distinta.




domingo, 2 de abril de 2017

Sin trampa ni cartón: Humano, demasiado humano


Sábado, 25 de marzo
SOY UN ABUSÓN

A partir de cierto momento, todos coincidimos con Borges en el odio a los espejos. Pero yo me impuesto la obligación de enfrentarme a ellos, aunque sea solo por unos pocos minutos (no soportaría más), todos los días, sin faltar uno.
            Es la única manera de que no olvide la edad que tengo. "Vas a cumplir 67 años –me digo–, no seas abusón, ten en cuenta que esos amigos y conocidos con los que tanto te gusta jugar a pelear y a los que un día sí y otro también tratas de vapulear dialécticamente en la mayor parte de los casos ni siquiera han cumplido aún los treinta años".


Domingo, 26 de marzo
POR QUÉ DETESTO LOS JUEGOS DE AZAR

En una de esas raras novelas últimas suyas, que tan poco gustan, cuenta Azorín que los redactores de un periódico reciben una herencia millonaria y cómo cambia a continuación la vida de cada uno de ellos.
            Un poco de dinero extra está bien. Pero ¿qué pasaría si de pronto uno recibiera un premio de dos o tres millones de euros? “No tenemos sueños baratos”, dice el anuncio de la lotería. Yo sí. Los míos son muy baratos.
            Me gusta mi vida como es, salvo algunos retoques acá y allá. ¿Seguiría siendo la misma si yo recibiera de pronto dos o tres millones de euros? Tendría que dejar el trabajo, cambiar de casa, pensar en qué hacer con el dinero (ahora gano exactamente lo justo para que no me sobre ni me falte, para que resulte invisible).
            Por eso nunca juego a la lotería. Nunca. Ni cuando todo lo hacen, como en el sorteo de Navidad. No me gusta tentar a la suerte. ¿Y si en una de esas el azar, que siempre gusta de gastar malas pasadas, hace que me toque el gordo? Si algo detesto más que nada en el mundo son los cambios, por pequeños que sean. No quiero premios que me cambien la vida. El mayor premio para mí es que no me la cambien. ¡Con lo que me ha costado hacerla a mi gusto y con lo fácil que resulta que de pronto todo se venga abajo!


Lunes, 27 de marzo
ESPERA LO MEJOR Y PARA LO PEOR PREPÁRATE

“Siempre estás hablando de la posteridad y de los muchos lectores que tendrás dentro de treinta o de cien años.. Imagínate el ridículo que vas a hacer si no te lee nadie, como a tantos, si caes en el más completo olvido”.
            “No te preocupes, Luis. Si puedo soportar perfectamente ahora ser un escritor sin apenas lectores (y menos compradores, según me recuerda mi editor, Abelardo Linares, cada dos por tres), mucho mejor podré hacerlo cuando esté muerto y ni siquiera me entere”.


Martes, 28 de marzo
LA CONSOLADORA RUTINA

Cuando uno no puede dormir y está cansado de dar vueltas en la cama, lo peor que puede hacer es levantarse, servirse una copa, ponerse a leer o salir a dar una vuelta por los alrededores de casa. Lo sé por experiencia, pero soy de esas personas a las que la experiencia les sirve de poco.
            Cuando un no puede dormir es como si los fantasmas que tiene bien enterrados en el sótano rompieran la trampilla, salieran de su escondite y se metieran todos juntos en la cama a hacernos compañía.
            Me levanté sudoroso, harto de revolcarme con ellos, me duché, me vestí, salí a la calle. Creí que era muy tarde, pero en realidad era muy pronto: no faltaba mucho para que amaneciera.
            Paseé por el desarbolado parque cercano a mi casa. Lamenté, como hago a menudo, que la luz de las farolas no me permitiera contemplar adecuadamente las estrellas, que siempre hacen compañía.
            Comenzaba a sentirme bien, de nuevo recogidos en su rincón los perros sin amo que se habían desmandado por mi interior. De pronto ocurrió lo imprevisto. Siempre ocurre lo inesperado. Se encendió la luz de una ventana, oí gritos pidiendo auxilio. Primero se me ocurrió lo más sensato. Sacar el móvil y llamar al 091. Pero me lo había olvidado en casa. Siguieron los gritos, más angustiosos. Me imaginé que los vecinos los oirían, que alguno llamaría a la policía. Pero todas las ventanas continuaban a oscuras. Todo el barrio parecía sumido en el más profundo sueño. Solo aquella ventana continuaba encendida y algo terrible parecía ocurrir dentro.
            Aquella ventana –conté, volví a contar, no había ninguna duda– era la de mi piso. Me tapé los oídos para no seguir oyendo los gritos, pero seguía oyéndolos y la voz poco a poco fue dejando de ser desconocida...
            Di varias vueltas más y luego, sin pasar por casa (no me atrevía a entrar en ella), subí a mi despacho del Milán y me entretuve corrigiendo exámenes mientras llegaba la primera hora de clase y la consoladora rutina.


Miércoles, 29 de marzo
PODRÍA HABER SIDO PEOR

Me siguen llegando felicitaciones por un supuesto premio literario que habría recibido. Está claro que, por poca gente que me conozca, me conoce bastante más de la que me lee.
            De los premios, yo ya lo he dicho todo. Por ejemplo, que es preferible robar que mendigar, pero mucho mejor mendigar que concursar. O que todo premio destiñe y deja una mancha en la pechera y en el currículum. Claro que hay premios y premios. No es lo mismo que te den el Nobel que el premio Casimiro López que organiza el Ayuntamiento de su ciudad natal (con todos mis respetos para Casimiro López o Casimiro Parker o como se llame).
            La última vez que junté mis poemas, hice cinco copias, puse mis datos bajo plica y los mandé a un concurso fue también la primera vez, allá por 1970 o 1971. Cada uno es hijo de su tiempo y el mío es un tiempo en el que los poetas que pasaban a la historia se presentaban a un concurso solo con su primer libro. Luego ya si ganaban otro premio, era de esos a los que no había que presentarse, el premio de la Crítica o el Nacional de Literatura. Y lo más elegante era no ganar ninguno, como Luis Cernuda o Gil de Biedma. Lo de los premios quedaba siempre para los poetas de segunda, que cuantos más ganaban (un tal Manuel Terrín Benavides tenía el récord: más de seiscientos) más se hundían en su bien ganado desprestigio.
            Y ahora resulta que a uno de esos poetas, José Luis García Herrera, le ha dado por firmar solo como José Luis García (como si eso no fuera más un nombre común que un nombre propio), y que en la versión digital de El Mundo han decidido dar la noticia con una foto mía. Basta leer el breve texto para darse cuenta de que no soy yo. Pero la mayoría de los lectores no pasan del titular y la foto.
            El asunto no tiene importancia. Pero me ha dado por pensar lo que habría ocurrido si el tal José Luis García, en lugar de un benemérito vate que gana de vez en cuando un premio, fuera el propietario de unas cuentas secretas en Suiza, un asesino en serie o, peor aún, uno de esos exaltos cargos socialistas que apoyan a Susana Díaz. El oprobio me acompañaría para toda la vida.


Jueves, 30 de marzo
NO EXCEDERSE EN LA DOSIS

¿Hay éxito comparable a no tener éxito y que no te importe? En realidad éxito nadie tiene todo el que cree merecer. Camilo José Cela ya era premio Nobel y cogía un berrinche cada vez que no le daban el Cervantes o cualquier otro de los que le faltaban. El anciano Gamoneda el mismo día en que le conceden a la vez el Reina Sofía y el Cervantes echa en falta el Príncipe de Asturias.
            Yo, en cambio, pienso que éxito, solo el mínimo. El que te permite publicar uno o dos libros al año y escribir de vez en cuando, solo dos o tres días a la semana, en los periódícos. Más no, que engorda, envejece y le vuelve a uno un insaciable cascarrabias.


Viernes, 31 de marzo
LA HORA DE LOS HUMILLADOS Y OFENDIDOS

Este domingo, mitin en Gijón. ¿Cuánto tiempo hace que no asistía a un mitin? No lo sé, pero sí recuerdo perfectamente la emoción de la primera vez. Fue EN 1977, otro abril primaveral. Han pasado exactamente cuarenta años.
            Era el primer mitin en Asturias, y no sé si en España, del Partido Comunista después de la guerra civil. Recuerdo bien la emoción de los viejos militantes que habían conocido la cárcel y la clandestinidad. Más de uno lloraba al ver el tremolar de banderas rojas y de hoces y martillos. Y la indignación de los más jóvenes cuando el servicio de orden trataba de que no exhibieran, o no se exhibieran demasiado, las banderas republicanas.
            A Santiago Carrillo le costó acallar los abucheos cuando defendió la necesidad de acatar la bandera rojigualda. No recuerdo ya sus argumentos. Supongo que hablaría de la reconciliación. Entonces el Partido Comunista, que llenaba las plazas de toros y los estadios de fútbol, representaba a la izquierda más moderada. No quería asustar. Los más ilusos se veían ya con mayoría para formar gobierno. Recuerdo bien aquel mitin, cuando teníamos la sensación de que estábamos cambiando la historia de España, una vieja señorona que va a su aire y que no se deja cambiar fácilmente. La multitud con sus banderas rojas y sus pegatinas con la hoz y el martillo llenando luego las calles de Gijón. Los mayores se las quitaban y las escondían, muchas veces tras la súplica de sus mujeres, para no provocar.
            Han pasado cuarenta años. Yo entonces era moderadamente radical, creo que lo sigo siendo. No puedo presumir de no haberme equivocado nunca. Amparo Amorós, en su libro Quevediana, le dedicó un soneto a un crítico que se me parecía mucho. Dos de sus versos decían así: “y pues de humanos dicen que es errar, / sin duda muy humano debes ser”.
            Muy humano soy, y por eso me equivoco a veces y por eso también soy vengativo y no puedo olvidar la ofensa, la humillación que me ha infligido, como a otros millones de personas, el partido al que voto desde 1982. Veremos qué pasa ahora. Si ganan los valetudinarios líderes de ayer, me quedo politicamente huérfano.
            Por primera vez, desde que dimitió Manuel Azaña en Collonges-sus-Salève, allá por febrero de 1939, tenemos en España un jefe del Estado que no nos avergüenza. A ver si nos dejan hacer la misma limpieza con los líderes manchados, por acción u omisión, con los negocios sucios de otro tiempo.