domingo, 28 de junio de 2009

Para entregar en mano: Punto y aparte

Viernes, 19 de junio
REGALOS

Me gusta hacer listas. La de regalos que he recibido en este año en que cumplo cincuenta y nueve años, por ejemplo: un libro, un gato, un jardín japonés, cinco sonetos de Rilke y una ciudad. La ciudad es Jerusalem, hecha música y paz por Monserrat Figueras y Jordi Savall: “Palestina hermosa y santa / cuánto sos desventurada / alevanta y sola canta / que debes ser nuestra morada”. Músicas árabes y hebreas, cantos de amor en ladino: “yo non durmo ni noche ni día, / a los que aman angustia los guía”.
Los sonetos de Rilke comienzan hablando de la relación entre la vida y los libros
que la hacen más intensa, menos fantasmagórica. Nada es del todo verdad mientras no se hace vida en un libro.
El jardín japonés, con su arena blanca, sus cantos rodados y su rastrillo, cabe en la palma de mi mano.
Y el libro sobre el que duerme un gato es igualmente diminuto, tanto que solo puede contener un haiku: “Viejo volcán / cuánta nieve por fuera / y sigue ardiendo”.



Sábado, 20 de junio
ROSA

A Rosa Fernández, una joven de Proaza que servía en casa de un militar aficionado a los estudios populares, un día le preguntó su señor si conocía algún cantar. Ella dijo que no. El señor insistió. Ella por fin se acordó de uno: “Amor mío, si te vas / déjame una prenda tuya; / déjame la tu navaja / para mondar la verdura”. Y luego vino otro y otro y “enredándose a modo de cerezas, en menos de tres horas me dijo 128 aquella noche”.
Eugenio de Olavarría, el militar a cuyo servicio estaba Rosa, era amigo de Antonio Machado y Álvarez, el padre de los Machado, iniciador en España de los estudios folklóricos. Con todo lo que le contó y le cantó Rosa publicó en 1886 Folk-lore de Proaza, una obra que ahora se reedita en facsímil y que yo comencé a hojear con distraída curiosidad y que acabó fascinándome.
Aquella joven semianalfabeta que se fue a Madrid llevaba consigo, sin saberlo, un tesoro milenario. Abro el libro y me parece escuchar su voz cantando el romance del marinero: “Mañanita de San Juan / cayó un marinero al agua. / ¿Cuánto me das, marinero, / porque te saque del agua?”
Y esos versos me traen a la memoria los de un romance portugués que a Eugénio de Andrade le cantaba su madre y que abrieron para él las puertas de la imaginación y la poesía: “Lá vem a nau Catrineta / que tem muito que contar! / Ouvide, agora, senhores, / una história de pasmar!”
La historia de la nave Catrineta, antes que a Andrade, ya había fascinado a Camoens. Hacía más de año y medio que la nave andaba perdida por la mar tenebrosa. No quedaba qué comer. Echaron a suertes quién había de morir para que los demás vivieran: la mala suerte le tocó al capitán general. Un marinero se ofreció a salvarle: “Sube, sube, marinero, / sube a ese mástil real; / ve si ves tierras de España / o playas de Portugal”. El marinero descubre tres niñas “debajo de un naranjal: / la una sentada a coser, / la otra en la rueca a hilar, / la más hermosa de todas / está en el medio a llorar”. Son la hijas del capitán, que no sabe cómo expresar su gratitud al marinero por haberle salvado: “La más hermosa de todas / contigo se ha de casar”. Pero el marinero no quiere la hija, ni el caballo blanco ni siquiera la nave Catrineta. “¿Qué quieres, mi marinero, / qué albricias te puedo dar?”, “Capitán, quiero conmigo / el alma tuya llevar”. La respuesta es la misma en los versos portugueses y en el romance que Rosa se trajo a Madrid de su remota aldea: “El alma la entrego a Dios / y el cuerpo a la mar salada”.


Domingo, 21 de junio
JARDÍN JAPONÉS

Distraigo mis melancolías con el jardín japonés que me ha regalado Ana Vega y luego las pongo a pasear sobre un papel en blanco.

En el desván / se pudre lo que queda / de mi niñez.
Viento de otoño / y esas voces de amigos / que ya se han muerto.
Alta la luna / y muy cerca los ojos / de la lechuza.
Montes con nieve / tiritando se acerca / la primavera.
Cerca de casa / otra vez grazna el cuervo / viejo amigo.
En la cabaña / tras de mí cabizbajo / danza mi sombra.
Arde un buen fuego / como no espero nada / nada me falta.
Hablo conmigo / pero no pongo atención / a lo que digo.
No me acostumbro / a ver volver de nuevo / la primavera.
Bosques sin nadie / y una choza con humo / allá a lo lejos.
Ese camino / te ha de llevar muy lejos / hasta ti mismo.
Nadie en el patio / y yo le cruzo y sigue / sin haber nadie.
Cuánto silencio / tengo miedo que escuches / lo que yo pienso.
Todo lo sabes / pero no dices nada / callas conmigo.
Llega el invierno / y yo abro la puerta / y le sonrío.

Pero quien llega no es el invierno, sino el verano. Ni siquiera sé en qué mundo vivo.



Lunes, 22 de junio
LO QUE ARDIÓ UNA VEZ

Sigo enredado en melancolías. Recuerdo el estribillo de una canción que una mujer cantaba, no quiero recordar dónde, ni hace cuánto tiempo: “Lo que ardió una vez, / no puede arder más. / Lo que se fue, / no puede volver”.


Martes, 23 de junio
DE MEMORIA

Presento la antología de poesía española que ha preparado Antonio Colinas. Insiste en el prólogo en la conveniencia de volver a los tiempos en que los poemas se aprendían de memoria. Pero no predica con el ejemplo y, al final, cuando le pido que nos recite un poema, prefiere leer. Yo, por el contrario, termino mi breve intervención con unos maravillosos versos de Rubén Darío: “Horas de pesadumbre y de tristeza / paso en mi soledad…”
¿Cuántos poemas guardo en la memoria? Recuerdo un relato de ciencia ficción que leí hace tiempo. Era el año 2010 (entonces parecía una época remota), los libros habían desaparecido y toda la literatura del mundo se guardaba en una biblioteca electrónica a la que era posible acceder, con un sencillo aparato, desde cualquier lugar. Un accidente destruía esa biblioteca y había que reconstruirla con la memoria de los ancianos. En lo que a la poesía se refiere, yo podría contribuir algo. Me gusta imaginarme sentado, como Rosa Fernández, frente a un investigador que va tomando nota de lo que digo.
Claro que mi memoria, como cualquier memoria, no siempre es escrupulosamente fiel. Hay un soneto de Vicente Gaos del que ha borrado un verso: “Sálvame tú, mi amor apasionado, / mi única estrella, mi razón de vida, / en la noche sin Dios súbita y triste. / Necesito vivir iluminado. / Existe al menos tú, si Dios no existe”.
Cuando cito, nunca compruebo una cita. Me gustan las enmiendas de la memoria, a veces algo más que aplicada colaboradora: nunca he citado un aforismo de Oscar Wilde que no lo hubiera inventado yo.



Miércoles, 24 de junio
OTRA ROSA

Soy un hombre de aburridas obsesiones, como saben bien mis amigos. La última es que ya me queda poco tiempo para aprender. Parece ser que a partir de los sesenta el cerebro pierde su flexibilidad. Desde ese momento (en el mejor de los casos: bastante gente, mucho antes), intelectualmente creces hacia abajo. Trato de comprobar esa teoría siempre que puedo. “Vamos a ver”, le digo a Rosa Navarro Durán mientras tomamos unas sidras con Jacobo Siruela, Berta Piñán y Pilar García Mouton. “Suponte que encuentras indicios que ponen en duda que Alfonso de Valdés haya escrito el Lazarillo, ¿tú cambiarías tu teoría?”. “Lo mío no es una teoría, es una certeza. Todos los datos que encuentro van en la misma dirección”. “Pero ¿y si hubiera uno que señalara en dirección contraria?”. “Eso es lo habría interpretado equivocadamente”.
Como soy muy discreto, no digo nada, pero quedo muy deprimido. Si ni siquiera Rosa es una excepción, ¿cómo voy a serlo yo? Pero luego, por la tarde, la escucho referirse a Ismail Kadaré con bien informado entusiasmo, y recuerdo sus intervenciones de otros años en defensa de ignotos maestros búlgaros o manchúes. Rosa todavía aprende, quizá porque ha tomado la precaución de alternar sus erudiciones con las continuas visitas a los colegios para explicar los clásicos a los niños, los mejores maestros.
Hay excepciones. Respiro aliviado. Para tratar de ser yo una de ellas aprendo todo lo que puedo de mi amigo Ernesto, que siempre que me visita convierte el destartalado almacén de libros que es mi casa en el bosque de los cuentos donde son posibles todos los prodigios.



Jueves, 25 de junio
COMO DECÍA OSCAR WILDE

“Escribiendo de tu vida todas las semanas, ¿no te sientes como un hombre que ha de vivir en un escaparate?”. “No del todo. Me siento como un hombre que finge vivir en un escaparate”. “¿Lo que dices es siempre verdad?”. “Casi siempre. Hay que estar muy maleducado para decir siempre la verdad”.
Ahora toca echar el cierre a este teatrillo semanal. La función comenzó hace veinte años cuando publiqué mi primer diario. No sé, nadie lo sabe, si tras el verano se volverá a alzar el telón. Una de mis pesadillas de viejo actor que ha repetido demasiadas veces el mismo espectáculo es, cuando se encienden las luces de la sala, encontrarme con todas las butacas vacías. Pero no, todavía no, aún escucho toses, silbidos, algún aplauso. Gracias, y hasta la próxima.
Como decía Oscar Wilde, a las personas que se escuchan cuando hablan nunca les falta al menos un oyente.

jueves, 25 de junio de 2009

La poesía es una mentira II

No hay quién lo entienda.
Dices quererme
y eres perfecta.

*
Ya no me quieres,
ya no me quiero.

*
Cada día me quieres
un poco menos
y siempre un poco más
de lo que me quiero.

*

Mujer, no me sonrías
de de esa manera.
No me sigas mirando,
que ya estoy muerto.

*
No me convienes.
¿Importa eso?
Tampoco yo
me convengo.

*
Es todo lo malo
que puede ser
una mujer.
¡Qué bien!

*
Encontré
una mujer perdida.
Qué buen hallazgo.

*

Hacen falta cadenas
para ser libre.

*
Qué disparate.
Dices quererme
y yo te creo.

*

Todo me gusta de ti,
y lo que más me gusta
es tu mejor
amiga.

*
Quiéreme y haz lo que quieras,
pero solo con quien más te quiere.

*

Los besos que no te doy
te los doy también a ti,
aunque se los dé a otra.

*
Una mujer y la luna
son cien mujeres
cuando sobra una.

*
Mujer,
no te merezco,
no me mereces.
Qué buena pareja
hacemos.

domingo, 21 de junio de 2009

Para entregar en mano: Algunas monedas de oro

Jueves, 11 de junio
LA ESCAPADA

Cuando era niño, una vez me escapé de casa. Ya no recuerdo el motivo. Seguramente había hecho alguna travesura y quería evitar el castigo. Yo era un niño terco que siempre quería salirse con la suya.
Al salir de la escuela me alejé del pueblo, montaña arriba, lleno de felicidad. Mis conocimientos geográficos eran, como os podéis suponer, bastante escasos, y a las dos horas de andar ya me imaginaba que estaba, qué sé yo, en Francia o en Noruega o en el país de Maricastaña. El caso es que comenzaba a hacerse de noche, me encontraba cansado y comenzaba a tener hambre. Miedo no, entonces no tenía miedo de nada.
A un lado, algo apartado del camino, divisé un caserío con su buena pocilga, el foso del estercolero, pozo y emparrado, todo bien al abrigo del viento, gracias a un seto de cipreses. Me asomé al umbral y vi en la cocina, sentada a la mesa, a una vieja astrosa que se disponía a cenar. “Hola, abuela”, dije. Y ella: “¿De dónde sales, pequeño?”, “Me he escapado de casa y vengo a pediros hospitalidad”. “Pasa, pasa”, y me sonrió con su boca desdentada. Sobre la lumbre colgaba un gran caldero y yo entonces me acordé de las historias en que una bruja hacía caldo con los huesos de los niños y preferí seguir mi camino.
Detrás del caserío había un sendero que ascendía colina arriba. Lo seguí durante no sé cuánto tiempo. Ya era noche cerrada y estaba muerto de hambre. En medio de un viñedo descubrí una casucha abandonada. Habían arrancado puertas y ventanas. Estaba tan cansado que allí me metí, me acurruqué en un rincón y al instante me quedé dormido.
En mitad del sueño, creí oír voces. Entreabrí los ojos, tres hombres charlaban y reían alrededor de una hoguera. Pensé que estaba soñando y seguí durmiendo plácidamente. Pero el humo iba hacia mi rincón y soñé que me asfixiaba en un incendio y di un grito terrible. Tres rostros se volvieron hacia mí y salieron a relucir navajas. Cuando vieron que era un niño, se pusieron a reír. “Vaya susto que nos ha dado el mocoso”. Del fuego llegaba un grato olorcillo: estaban asando un cordero, como en los días de fiesta mayor. Los tres gitanos, porque eran tres gitanos que se dedicaban a robar ganado, se rieron mucho cuando les conté mi aventura. “Debes tener hambre”, me dijo uno y con la navaja cortó un gran trozo que me arrojó como se arroja la comida a una fiera. Comimos luego en abundancia, me dejaron probar su vino. Al final cuchichearon entre ellos y uno me dijo: “Mira, chaval, como eres un valiente no queremos hacerte daño. Pero para que no puedas ver por dónde nos marchamos, te meteremos dentro de ese tonel. Cuando se haga de día, podrás gritar y el primero que pase te sacará”.
En el fondo del tonel, me hice un ovillo y me puse a rezar y a esperar que amaneciera. Pero de pronto, en la oscuridad, oí algo que resoplaba y resoplaba alrededor. Contuve el aliento, como si estuviera muerto. Pero mi corazón palpitaba con tal fuerza que se le oía en medio de la noche. Cuando comenzó a clarear y aquellos pasos pavorosos se habían alejado un poco, me asomé por el agujero del tonel ¿y sabéis lo que vi? Pues un lobo, un lobo enorme con ojos que brillaban como las llamas de dos velas. Seguramente se había acercado atraído por el olor del cordero, pero como no encontró más que los huesos mondos y lirondos se conformaría con mi tierna carne.
Al percibir que algo se movía, el lobo volvió de un salto al tonel y se puso a dar vueltas golpeando las duelas con su larga cola. Entonces saqué mi mano por el agujero, agarré la cola y la metí dentro sosteniéndola tan fuertemente como pude con las dos manos. El lobo emprendió una carrera enloquecida, arrastrando el tonel a través de los viñedos y las brañas. “Jesús, María y José”, gemía yo. “Si el tonel se rompe, me comerá vivo”. Y el tonel se rompió de pronto, yo solté la cola y el lobo escapó corriendo cuesta arriba como si hubiera visto al lobo. Me encontraba en el Puente Nuevo, a un cuarto de hora del pueblo. El tonel se había deshecho al chocar contra el pretil del puente. Corriendo me dirigí a casa. Mi padre estaba deshaciendo los terrones de un bancal. Alzo un momento la cabeza y dijo: “Anda, anda en seguida con tu madre, que en toda la noche no ha podido dormir”. Mi madre me abrazó, me besó y yo le conté a trompicones toda mi aventura. “Esas son cosas que hace soñar el miedo”, me dijo.
Nadie me creyó entonces, nadie me cree ahora cuando cuento mi aventura infantil. Y la verdad es que ya no recuerdo si viví aquella historia de brujas, lobos y bandidos o se la oí contar a mi abuelo, una noche de invierno en que ardía un buen fuego en la cocina y fuera caía la nieve y parecía oírse el aullido de los lobos.



Viernes, 12 de junio
INVITACIÓN

“¿Así que la arquitectura de Calatrava es música petrificada? ¿Así que todo en él es inteligencia, sensibilidad, capacidad técnica? ¡Qué tonterías tiene que leer una!”
Mi amiga Ana, que trabaja en la Consejería de Cultura y que por ello ha de encaramarse cada mañana en uno de los brazos del bodrio ovetense de Calatrava, hojea indignada el último número de “El Cultural”. “Hay que ver qué tonterías liricoides escribe tu amigo Anson. ¿Así que los edificios de Calatrava aportan un alma a las ciudades, tienen una dimensión poética? Mira, dile a tu amigo, cuando le veas en el jurado de los premios Príncipe, que yo le invito a tomar café en el Calatrava, a hacer cola ante los ascensores, a divisar el hermoso panorama de los bloques de viviendas de al lado, a comprobar lo bien que se trabaja en un edifico diseñado con los pies y que no respeta las más elementales normas de funcionalidad ni de seguridad y que, además, si alguna belleza exterior tenía, la pierde al estar colocado con calzador en un espacio insuficiente”.


Sábado, 13 de junio
DECIR Y NO DECIR

Me gusta que todo el mundo sepa lo que pienso, pero que nadie adivine lo que siento.

Necesito poner un poco de ironía en lo que digo; sin la ironía estoy desnudo.

Digas lo que digas, al final es como si no dijeras nada.

En silencio sé mentir.

Cuando estoy absolutamente convencido de lo que digo, casi siempre me equivoco.

Nunca me creo del todo lo que creo.

Me gusta jugar al gato y al ratón conmigo mismo.

Cuando no digo nada es cuando más cosas digo.


Domingo, 14 de junio
RITOS

Al volver de mi habitual paseo por el Fontán, en la calle de Cimadevilla me encuentro con la procesión del Corpus. La miro pasar con indulgente ironía. Siempre me han fascinado los ritos. Creo que las religiones son todas falsas, pero los ritos son siempre verdaderos. Y luego, en la plaza de la catedral, saltarina música de gaitas, la banda sonora del domingo.
Aunque parezca lo contrario, detesto la rutina, que enseguida se llena de polvo y telarañas. Lo que a mí me gusta son los ritos. Solemnizar cada momento, hacerlo igual y distinto, teatro y fiesta.
“Pero si todo es teatro, nada es teatro; si siempre estás de fiesta, nunca estás de fiesta”, me replica el contradictor que llevo dentro.
Y como también a veces me canso de discutir conmigo mismo, no replico nada. Y vuelvo despaciosamente a casa saboreando la manzana del domingo, siempre igual y distinta.



Lunes, 15 de junio
RECUENTO

Soy como esos avaros de cuento que pasan la noche sin dormir, encerrados en el sótano, contando y recontando las monedas de oro que guardan en un cofre.
A mí también me gusta contar mis riquezas. Lo hago, sobre todo, en esas noches en que el sueño no llega y uno tiene conciencia de todos sus fracasos.
Comienzo con las historias que me contaba mi abuelo, que había sido pastor, y más de una vez había alejado a pedradas al lobo que estaba devorando una oveja.
Sigo con los romances que cantaba mi abuela y que hablaban de un infante que caminaba por la orilla del mar y de un rey que perdió su reino y de una fuente fría donde los enamorados iban a buscar consolación.
Viene luego la colección de casas en las que he vivido, con las que he soñado. Aquel caserón de Aldeanueva del Camino; un apartamento en un palacio ruinoso y ruidoso, con majestuosa escalera, en el centro de Nápoles; la cabaña donde pasé un invierno rodeado de nieve jugando a ser ermitaño; aquel diminuto ático, rodeado de blanco y azul, en Alfama…
Y mi biblioteca, esparcida por el mundo en edificios suntuosos o en puestos callejeros. Ningún rey ha disfrutado de una biblioteca semejante. Vaya donde vaya, está a mi disposición, inagotable, ofrecida y tentadora. Esta semana, como regalo de cumpleaños, inaugura una sucursal más, “a new landmark for the Upper East Side”, el nuevo Barnes & Noble entre la calle 86 y Lexington, con “more books than you can imagine”.



Martes, 16 de junio
CONTRA LA OBVIEDAD

La gente que tiene ideas prontas y claras sobre todas las cosas no me inspira ninguna confianza. Las únicas ideas que valen la pena son las que se resisten en salir a la luz, en las que se siente el trabajo y el esfuerzo.



Miércoles, 17 de junio
AÚN NO

Uno deja de ser niño cuando se da cuenta de que no es el centro del universo. Yo cumplo hoy cincuenta y nueve y sigo creyéndome el centro del mundo, pero procuro disimularlo y además comprendo perfectamente que los demás no estén de acuerdo conmigo.

jueves, 18 de junio de 2009

La poesía es una mentira

La poesía es una mentira que siempre dice la verdad, escribió Jean Cocteau. En la Ville de Menton, en el museo a él dedicado (ahora se está ampliando para albergar las más de mil quinientas obras de la colección Severin Wunderman) se conserva un borrador inédito suyo donde, según indica, traduce coplas populares escuchadas durante sus estancias en Andalucía. A Cocteau, funambulista de todos los géneros, simultanemente enamorado de la aventura y el orden, laboriosamente perezoso, lo que más le fascinaba de España eran los toreros, las juergas tristes y José María Pemán. Yo devuelvo al español esas presuntas versiones suyas.


Todo me gusta
de ti,
y más que nada me gusta
tu único defecto:
quererme.

*
Qué me importan los años
si en el espejo me sigo
viendo como tú me ves.

*
La música más bella:
el silencio que sigue
a tus palabras
después de haberme dicho
que me quieres.

*

Sigue conmigo
aunque ya no me quieras,
yo me sigo queriendo
por los dos.

*
Quiéreme un poco menos
y hazme un poco más feliz.

*
Qué triste
tener siempre razón
y equivocarse en todo.

*
Las mujeres lo saben
y los hombres tampoco:
ningún hombre es feliz,
las mujeres también.

*
Esa mujer que pasa
tan cerca de mi alma,
tan lejos de mi vida.

*
Siempre cerca de mí,
salvo si estás conmigo.

*

Te vi y un abismo
se abrió ante mis pies:
el paraíso.

*
Qué buena pareja hacemos
tú y yo cuando no estás tú.

*
Qué iluso era.
Creí que estabas loca
por mí
y solo estabas loca.

*
Si me quisieras tanto
como yo me quiero,
qué poco me querrías.


Tú corazón, mil puertas.
Ninguna es de salida.

*

Todas las heridas
se curan con tu mano,
salvo las que tú haces.

*
Comparto tu secreto:
te he visto mirarme
cuando me crees dormido.

*
Con qué estruendo
me has cerrado de golpe
todas las puertas.

domingo, 14 de junio de 2009

Para entregar en mano: A todo hay quien gane

Jueves, 4 de junio
PALABRAS SUBRAYADAS

Como todas las personas ociosas, discretas y de cierta edad, he acabado convirtiéndome en confidente, confesor y a ratos oficioso psiquiatra de amigos e incluso simples conocidos. Siempre doy el mejor de los consejos, esto es, me abstengo de dar consejos. Escucho, no intervengo. Salvo para deshacer algún falso problema. Los otros, los verdaderos, o los resuelve uno mismo o no los resuelve nadie.
----¿Has visto qué canalla? Mira lo que me acaba de enviar por correo mi exnovio –me dice una amiga mientras deja un libro sobre la mesa de la cafetería.
----Lo he leído. Está muy bien. Eso es que quiere volver contigo.
Se trata de Un viñedo en la Toscana, de Ferenc Máté, que cuenta una historia que a todos nos habría gustado vivir. Una pareja de neoyorquinos buscan en la Toscana una casa que restaurar y el terreno adecuado para plantar viñedos. Encuentran un antiguo monasterio. Incluso a mí, que no me interesa especialmente la bebida, me han fascinado estas páginas que hablan de los secretos de un buen vino y de una buena vida.
----Eso es que quiere volver contigo –le repito--. A lo mejor un viaje a Italia lo arregla todo.
----El libro venía con un marcador que señalaba una página y en esa página había subrayadas unas líneas. Lee, lee.
Leo: “Hay ciertas cosas en la vida que las mujeres no pueden entender. Lo único que parecen entender, y demasiado bien, es cómo pueden usar palabras como cuchillos. Y por eso las mujeres nunca han tenido que ir a la guerra. No lo necesitan. Con pocas palabras pueden destruir a cualquier adversario, como si las palabras fueran una máquina de cortar embutido. Y lo hacen sin esfuerzo alguno. De hecho, creo que disfrutan mientras te apuñalan”.


Viernes, 5 de junio
EN LOS CAMPOS DE HENO

Colecciono casas. Añado hoy la de Maurice Baring en Rottingdean, cerca de Brighton, al borde de un acantilado. André Maurois la describe así: “Nada era lujoso; todo era perfecto. Había pocos libros, pero tales que uno deseaba leerlos; el mismo Maurice había escogido los de vuestra habitación. Las comidas eran breves, pero excelentes; el servicio invisible, pero incomparable. El anfitrión te dejaba solo, cuando querías estar solo, y aparecía misteriosamente a tu lado cuando te apetecía un rato de charla”.
En las memorias de Baring encuentro otra pieza para mi colección: “En verano, acostumbrábamos ir a Coombe Cottage, cerca de Malden, una casa de ladrillo rojo, cubierta de hiedra, con una torre en un extremo. Había también un huerto, unos prados, un establo, un jardinero, un corral y una piscina en la que recuerdo haberme caído. En Coombe siempre era verano y la fragancia y los sonidos del verano solían convertir en un lugar encantado nuestros dormitorios infantiles. Algunas veces, por la mañana, solían pasar soldados de uniforme rojo que tocaban La muchacha que dejo atrás con una banda de pífanos y tambores. De Coombe recuerdo sobre todo las rosas, las frutas y los maravillosos juegos en los campos de heno”.



Sábado, 6 de junio
LAS NOCHES DE VERANO

Colecciono noches de verano, esas noches en que el tiempo parece detenerse, todo son temblorosas sombras y lejanos ruidos y con la luz de las estrellas llega un atisbo de eternidad. Siempre pienso entonces en los versos de Goethe: “Detente, instante. ¡Eres tan bello!”.
También Baring coleccionaba perfectas noches de verano y en sus memorias enumera algunas.
Una oscura noche de la Rusia central, antes de que termine la cosecha, con el ruido del vigilante intensificando el profundo silencio y el lejano zapateo de los que bailan y el quejido de un acordeón.
Una noche de junio en Florencia con la hierba visible a causa de las luciérnagas y en que el croar de las ranas parecía acompasarse con la música de las esferas.
Una noche en Venecia, cuando en el cristal de la laguna aún se veían las bandas rojizas de poniente.
Una noche de mayo cerca del Neckar, en Heidelberg, resonante con la exaltación de los ruiseñores y embriagadora con las lilas.
Un crepúsculo en Arundel Park, en que los grandes árboles, los oscuros prados y las confusas sombras parecían formar parte de un mundo que no era de este mundo.
Una noche en South Devon cuando la luna de mediados de septiembre hacía que el jardín y el bosque fueran tan irreales como la isla de Próspero.
Pero nunca en mi vida -añade- he encontrado un encanto mayor que el de los anocheceres de verano en Coombe Cottage. O en Aldeanueva del Camino, añado yo. Jamás he podido volver a sorprender el intenso hechizo de aquel momento, excepto cuando leí por primera vez la “Oda a un ruiseñor”, de Keats. Entonces la puerta que estaba cerrada sobre el pasado se abrió de par en par y reapareció la sensación de irrealidad y sortilegio.


Domingo, 7 de junio
MIENTRAS ESPERO

Las religiones, cualquier religión: un mundo mágico encerrado en una sacristía maloliente.
He aprendido a hablar con corrección, ahora debo aprender a callar con inteligencia.
Si nadie te detesta, no eres nadie.


Lunes, 8 de junio
FRUTA MADURA Y ROMERO FRESCO

A la salida del cine, me encontré ayer con mi amiga María de la mano de su exnovio (que parece ha dejado de ser exnovio), se ruborizó al saludarme y luego siguió su camino sin detenerse. Hoy me llama: “Perdona que no te dijera nada. Hemos vuelto. Tenías razón. El libro de Ferenc Máté es maravilloso. Había otras palabras subrayadas que hablaban del patio de una iglesia y de una pequeña cala con las barcas varadas bajo los árboles. Y de los gatos que merodeaban en busca de las cabezas del pescado sobrantes, esparcidas por la playa, y que saltaban tratando de alcanzar los cubos de cebo que colgaban de las jarcias”. Espera un momento, dije. Y busqué esas líneas. Están en el capítulo que habla de un viaje a Francia: “Ciertamente, detenerse a pernoctar en el pequeño puerto de Portofino es una de las mejores razones para hacer un viaje desde Montalcino a Burdeos, pues es probablemente el puerto más hermoso de Europa”. Leo las palabras que me indica María: “Cuando mi paseo tocaba a su fin apareció un rayo de luna e iluminó los cipreses de la colina. Como si de delincuentes se tratara, todos los gatos se escondieron cobardemente. El pueblo parecía un escenario de película y la brisa nocturna que venía de las colinas me envolvió con sus aromas de romero y de salvia”.
---Me ha invitado a ir allí a finales de mes. ¿Qué te parece? Los dos hemos prometido dejar toda la cuchillería en casa.
De sobra sé yo lo que valen esas promesas. Pero yo no tengo por costumbre dar consejos. Aplaudo su decisión. Y me alegro que haya servido de celestina un libro tan embriagador como Un viñedo en la Toscana. Se le podría definir como a cualquiera de sus vinos: “Aromas de fruta madura y romero fresco. Con espléndido cuerpo, taninos aterciopelados y un largo, largo final. Delicioso”.


Martes, 9 de junio
MIS FRUSTRACIONES

Arrastro conmigo un sin fin de frustraciones. Pero no me quejo. Gracias a ellas no me aburro nunca. Habría dado cualquier cosa por ser arquitecto. Y ahora nada me entretiene más que observar un solar urbano e imaginarme el mejor modo de aprovecharlo. Mis favoritos son esos solares estrechos y alargados de la calle Rivero con un patio al fondo y detrás el parque de Ferrera. Hay uno de poco más de dos metros de ancho que me gusta especialmente. A veces me paso una mañana entera haciendo planes, dibujando planos. Esta frustración mía resulta especialmente útil en las noches de insomnio. Qué placer cerrar los ojos y acristalar una buhardilla, diseñar una escalera, multiplicar el diminuto espacio, ir seleccionando las plantas más adecuadas para un jardín interior…
Parece que no soy nada y soy todas las cosas que no he podido ser.



Miércoles, 10 de junio
UNA SEÑORA

Algo sé de vanidades. A fin de cuentas llevo toda una vida lidiando con poetas y con mi propia vanidad, que no es de las menores (aunque se note poco porque he aprendido a disimularla bastante bien). Pero siempre queda lugar para la sorpresa. Tras la presentación de Historias con historia, la nueva edición de la poesía de Víctor Botas que ha preparado Luis Bagué Quílez, se me acerca una señora (no diré su nombre: soy un caballero). Yo esperaba los corteses elogios habituales. Había sido para mí un acto especialmente conmovedor. Hacía treinta años que había presentado en Avilés su primer libro, Las cosas que me acechan. Todo parecía igual y todo era distinto. Ahora Botas estaba en otra dimensión, esperándome, esperándonos a todos. Luis Bagué dijo palabras inteligentes y exactas, yo leí dos hermosos poemas. Y casi antes de que terminen los aplausos, con los ojos humedecidos yo por la emoción del recuerdo y los versos, una señora (no diré su nombre: soy un caballero) se me acerca furibunda: “¡Hay que ver qué cara más dura tienes! ¿No te da vergüenza? ¿Cómo no me has citado? ¿Es que no te parecen importantes mis notas sobre la poesía de Víctor Botas? Citas a Leopoldo y a mí que me parta un rayo. ¡Vaya cara que tienes!”
Me dieron ganas de frotarme los ojos, como en los tebeos, para comprobar que no estaba soñando. Tardé en comprender la razón de tanta sinrazón. Resulta que de pasada había aludido a algunos comentaristas de Botas para subrayar que Luis Bagué era el primer crítico que se había ocupado extensamente de él sin haberle conocido. Y cometí el error de no citar a la exasperada señora (no voy a decir su nombre: soy un caballero).
Creía ser la persona más vanidosa del mundo, pero a todo hay quien gane.

jueves, 11 de junio de 2009

De un Cuaderno Chino

Este es el poder de la literatura: nos habla de alegrías y nos hace bailar; nos habla de retiros y nos hace sentirnos ermitaños; nos habla de peligros y temblamos; nos habla de indignación y ponemos la mano sobre la espada; nos habla de lo alto y nos hace remontarnos a las nubes; nos habla de lo bajo y nos hace rodar por los despeñaderos. Sacude nuestro corazón, deslumbra nuestros ojos, añade muchas vidas a nuestra sola vida.

Las fantasías del que no sabe vivir se vuelcan en poemas; los mejores versos se escriben con los labios en el cuerpo que amamos.

Hay cuatro reglas para vivir en las montañas: amar la soledad, no temer a los fantasmas, saber espantar las fieras, recibir la visita de algún amigo.

Aprende a ver la sombra de las flores en el agua, de los bambúes bajo la luna, de la belleza detrás de la cortina de una puerta.

No escondas tu disgusto en la copa de vino: lo volverás amargo. No bebas para ser feliz, bebe cuando seas feliz.

Atraviesa las ásperas montañas como quien lee un libro difícil: solo unas pocas líneas si estás cansado, unas cuantas millas cuando te sientas bien.

Ir a ver las flores de los ciruelos, visitar los crisantemos después de la helada, observar las orquídeas tras la lluvia o escuchar el balanceo de los bambúes con el soplo de la brisa: estos son placeres del hombre rústico que envidia el hombre de la ciudad.

No te pierdas la luna brillante entre las flores, la brisa fresca entre los pinos, una buena siesta en el calor del verano.

Cuando el té ha sido bien hervido y el incienso tiene una fragancia pura no hay mayor placer que la llegada de algún buen amigo, salvo la soledad.

Cuando se quema incienso y todas las obligaciones han sido cumplidas y en el jardín caen los pétalos y la luna asciende entre los pinos y se escuchan las campanas del templo y abrimos la ventana para ver la Vía Láctea, no hay mayor placer que la soledad, salvo la llegada de algún buen amigo.

Flotando en la corriente en un pequeño bote, escuchando la lluvia nocturna frente a una solitaria copa de vino, leyendo unos versos a la luz de la lámpara, cualquier hombre es tan sabio como el más sabio de los hombres.

Proyectos de futuro: plantar bambúes bajo la lluvia, cuidar de las flores del jardín, señalar los errores de algún escrito antiguo, sacar agua del pozo, preparar diversas clases de té.

En las tardes de lluvia, abre perezosamente un libro; cuando sople la brisa, toca un instrumento de cuerda.

Observa a los hombres como observas las flores; no tomes partido por ninguno.

Cuando cesa la lluvia y el aire está frío, cuando las preocupaciones son pocas y tu mente está tranquila, escucha la nota doliente de la flauta que toca algún vecino y aprende a emborracharte de melancolía.

Los gansos salvajes gritan en el cielo, las nubes de la montaña bajan a la aldea, a lo lejos se oye retumbar la tormenta... Cierra la puerta de casa y escucha solamente los latidos de mi corazón.

Como nube en el cielo, la belleza que pasa sin mirarte.

Quien gusta de nadar en las mareas del mundo no debe quejarse de las tormentas que golpean su pecho.

Para el que sabe mirar, una vuelta por su jardín vale lo mismo que tres vueltas al mundo.

Si no aprendes a paladear el sabor de estar enfermo, no conocerás del todo el sabor de la vida.

Mientras tenga piernas, mientras tenga ojos, mientras tenga manos dondequiera que vaya seré el señor de las montañas y de los ríos y de los vientos y del buen fuego que arde en las noches de invierno.

domingo, 7 de junio de 2009

Para entregar en mano: Navegaciones y regresos

Viernes, 29 de mayo
HAGO MAL MI TRABAJO

“¡Siempre a disgusto con el resultado del premio Emilio Alarcos! Dices que no ha ganado el mejor libro, o el que tú creías el mejor, pero eso ocurre a menudo. Además, tu criterio puede no ser el más acertado. No siempre has de tener razón”.
“La verdad es que soy un incoherente. Si descreo de la utilidad de los premios, ¿qué hago yo de jurado? Y si acepto ser jurado, ¿por qué no me lo tomo en serio?”
“¿No te lo tomas en serio?”
“No, me limito a vigilar que se cumpla la legalidad, que no se nos cuele nadie al margen de las bases, como en el Planeta o en el Loewe, y luego a ir votando lo que creo mejor. ¿Y qué consigo con ello? Pues que siempre se lleve el premio el candidato de la casa, como en las oposiciones universitarias, esto es, el defendido por Chus Visor y por Luis García Montero. Los independientes deberíamos ponernos de acuerdo en un candidato, unir los votos. Así no ocurriría lo que ha acaba de ocurrir, que, frente a varios libros claramente superiores, gane un buen discípulo granadino, autor de un libro impersonal y prescindible. Y con solo tres votos en un jurado de seis”.



Sábado, 30 de mayo
BARCOS DE TINTA Y DE PAPEL

Feria del libro viejo de Avilés, mi habitual regalo anticipado de cumpleaños. Aparentemente, solo banales saldos, pero yo siempre encuentro algún título que está aguardándome. Hoy, La Argentina, de Jules Huret, que narra un viaje deslumbrado al que hace cien años era el país del futuro. “¿A qué ciudades nos recuerda Buenos Aires? A Londres, por sus calles estrechas llenas de casas de banca, por sus vendedores de fósforos y los negros cascos de sus policías; a Viena, por sus victorias de dos caballos; a España entera, por sus casas de fachada lisa y de ventanas enrejadas, y por la suciedad de sus calles apartadas; a París, por su hermosa Avenida de Mayo, con sus aceras espaciosas y sus cafés con terraza”.
Una sensación auroral, como se dice en la solapa, desprenden estas páginas. ¿En qué momento perdió su futuro el país del futuro? En esta luminosa mañana avilesina, yo recorro un Buenos Aires naciente, que sustituye de un día para otro estrechas calles por luminosas avenidas, y me embarco luego en un vapor que efectúa al mismo tiempo la navegación de cabotaje y el servicio postal a lo largo del río Paraná. La comodidad no es mucha, el aseo deja bastante que desear, las paredes aparecen manchadas con sangre de mosquitos aplastados, del entrepuente suben emanaciones de establo: nos acompañan mulas, vacas, ovejas; los pasajeros de segunda se acuestan junto a ellas, entre sacos y fardos de mercancía. Pero qué importa eso: “El tiempo es hermoso, y la marcha del lenta del barco hace que apreciemos la caricia de una brisa tibia, dulce y perfumada. Se siempre una impresión de serenidad y de paz análoga a la que se experimenta al descender por el Nilo, una rara alegría causada, mejor que por la posibilidad de lo imprevisto, por la armonía entre el río inmenso y tranquilo, la pureza del cielo y el misterio del bosque inexplorado que muere a sus orillas”.


Me he sentado en un banco a hojear impaciente el volumen de la colección Austral que acabo de comprar. Alzo los ojos frente a la ría, contemplo sus aguas tranquilas y vuelvo a ser el adolescente que para ir muy lejos no necesitaba ir muy lejos, solo tener un libro entre las manos.


Domingo, 31 de mayo
MISIÓN CATÓLICA ESPAÑOLA

Leí tu poema “Acción de gracias” –le cuento a Almuzara—en la Misión Católica Española de Berna. El cura alzó la vista al escuchar el primer verso (“Gracias, Señor, por mis limitaciones…”) y luego me dijo que lo iba a utilizar en sus charlas.
En el salón de actos de la parroquia se reunió un puñado de emigrantes, asturianos y no asturianos, para oírme a mí hablar de poesía, a Flavio tocar la gaita y a Milio’l del Nido contar sus cuentos tradicionales para niños de cualquier edad. Luego, en el patio con un poco de yerba, un manzanal y una higuera que se abrazaba a la blanca pared de la misión (no se por qué me recordaba a California), mientras bebíamos sidra y atardecía lenta y apaciblemente, una de las asistentes se me acercó: “Qué mal lo pasé cuando vine aquí, pero ahora que estoy jubilada ya no me quiero ir. Primero llegó mi marido, luego yo. La gente me miraba mal, yo lloraba por las noches. Era muy espontánea y cuando me presentaban a alguien, lo abrazaba. Qué cara ponían. También estaba orgullosa porque sabía algo de francés, al contrario que mi marido que no conocía ninguna lengua. Pero si yo les decía algo en francés, me gruñían: Aquí se habla alemán. También había cosas buenas. Allí en mi pueblo las mujeres nos esforzábamos en tener siempre deslumbrante nuestra propia casa, pero la basura la tirábamos en cualquier esquina. Aquí todo lo tenían como si fuera su propia casa. ¿Ha paseado usted anoche por el centro de Berna? Esa animación, esa gente en las terrazas, no existía cuando nosotros vinimos. A las nueve era una ciudad muerta con todo el mundo encerrado en su casa. Ellos nos dieron de comer y nos enseñaron a no tirar un papel al suelo, nosotros les enseñamos a disfrutar un poco de la vida y a sonreír y a abrazarse”.


Lunes, 1 de junio
DE AVILÉS A CÁDIZ

Se presenta el nuevo curso de la Universidad Itinerante de la Mar. Este año la navegación no será en el Creoula. El veterano bacaladero portugués, el único lugre de cuatro mástiles que aún sigue en uso, está en dique seco, poniéndose en forma para las celebraciones de la independencia de las repúblicas americanas. Le sustituirá un bergantín-goleta construido pocos años antes, en 1934, en astilleros suecos. Se proyecta un vídeo sobre la campaña del curso anterior. La travesía resultó algo movida. Se ve a las olas barrer la cubierta y Román, el concejal avilesino, me cuenta que en un bandazo, mientras comía, salió despedido y se golpeó la rodilla, que algunos alumnos pasaron mareados toda la travesía… A pesar de ello, yo no dudaría en embarcarme. De profesor-tutor o de pinche de cocina, me da lo mismo. Ir de Avilés a Cádiz, cruzar frente a la costa de la Muerte, atracar en Viana do Castelo y en Oporto, entrar en Lisboa pasando bajo el Puente 25 de Abril con las velas desplegadas y arribar en la salada claridad de Cádiz, como los navíos de la Ilustración…
Un hombre feliz es el que es capaz de hacer realidad en la madurez los sueños de la adolescencia.



Martes, 2 de junio
LA CALLE FUENCARRAL

Me sorprenden, al poner el pie en la estación de Chamartin, cuatro fabulosas criaturas que se inclinan atentas y poderosas sobre los andenes. Hacía tiempo que no llegaba en tren a Madrid y por eso no conocía estas negras torres que me maravillan ahora. Parecen estar ahí para proteger a los apresurados e inconscientes viajeros de las fuerzas oscuras que acechan en todas partes.


Camino luego por las calles de la ciudad como quien camina por las páginas de un libro ilustrado. Para mí el mundo, cualquier lugar del mundo, no es más que un rincón de mi biblioteca.
Amparado por los cuatro gigantes, que caminan invisibles junto a mí, me atrevo a recorrer la calle Fuencarral, ahora acogedoramente arbolada y peatonal. Hacía más de treinta años que no la pisaba. En el número 22 sigue estando el hostal en el que yo me alojé entonces. No recordaba exactamente el número cuando fui interrogado, dije uno equivocado, volvieron a interrogarme en la celda de la Puerta del Sol de manera un poco menos amable… Pero llega un momento en que incluso la historia personal deja de ser historia personal, se convierte en borrosa, olvidada, tediosa literatura. Rodeado de fantasmas, pero sin miedo a los fantasmas, me dejo abrazar calurosamente por las calles del Madrid de siempre.



Miércoles, 3 de junio
UN VELERO BERGANTÍN

En la cafetería del tren, durante el viaje de regreso, conozco a un profesor jubilado de la Escuela de Náutica. Es poeta, me entrega un libro de sonetos que ha publicado por su cuenta y luego, cuando yo le hablo de mis deseos de embarcarme este verano, resulta que conoce bien al Miguel de Cervantes. “Estuvo un tiempo en Málaga, anclado junto al faro del puerto, que allí llaman farola, frente a la casa de María Victoria Atencia, que le dedicó un poema. Ese barco tiene una larga historia. Cuando lo construyeron, se llamaba Sydostbrotten y llevaba un faro de once metros de altura; se utilizaba para señalar lugares peligrosos de la costa sueca. Dejó de prestar ese servicio en 1970 y estuvo amarrado en el puerto de Estocolmo hasta que un particular lo compró en 1977. Fue en el puerto de Aveiro donde, en 1981, lo convirtieron en bergantín-goleta, con velamen mixto en sus tres mástiles. En el trinquete tiene velas cuadradas, como los bergantines, y en los otros dos palos velas a cuchillo, como las goletas. En Aveiro le dieron el nombre de Amorina. Ha navegado por todo el mundo. En 1994 lo dedicaron a hacer cruceros en la costa de África y le llamaron la Reina del Mar Rojo. Fue en Vigo donde lo convirtieron en el Miguel de Cervantes, colocándole un amanerado mascarón de proa que se parece a la reina Sofía. Yo estuve en uno de los primeros viajes que hizo con ese nombre, siguiendo precisamente la ruta de Cervantes hasta Lepanto. Es más cómodo que el Creoula, que también conozco, pero le falta su sobriedad y gentileza. Lo han travestido demasiadas veces, ha servido a demasiados amos. Es un poco un velero de parque temático”.

martes, 2 de junio de 2009

Encuentros y despedidas

CANCIÓN CHINA DE LOS CABELLOS BLANCOS
(Anónimo)

Como nieve de las cumbres,
como luna entre nubes.
Mi señor tiene otro amor,
dicen que viene
después de tanta ausencia
para romper conmigo.
Hoy estamos juntos
con vino en las jarras
y risa en los labios.
Mañana estaré sola,
sola con su fantasma.

Junto al estanque en el jardín
juntos por última vez
Yo le miro como la vez primera.
Él no sabe que finjo no saber.
Los vientos más fuertes
no rompen la varita de bambú

Deseaba un hombre de un solo amor,
juntos hasta tener los cabellos blancos
como nieve de las cumbres,
como luna entre nubes.
Y siempre estuve sola,
sola con un fantasma.




EPITAFIO DE NIQUINA DE FLANDES
(Antonio Beccadelli)

Si te detienes un instante y lees estos versos,
piadoso caminante, sabrás quién aquí yace.
Fui arrebatada a mi patria en los más tiernos años,
vencida por tiernas lágrimas de enamorado.
Nací en Flandes, recorrí el mundo entero
y al final me afinqué en la plácida Siena.
Hice famoso el nombre de Niquina,
fui la gloria sin par de los burdeles.
Hermosa, fragante, más limpia que el oro,
mi cuerpo no envidiaba a la nieve.
Nadie mejor que yo meneaba las nalgas,
daba a los hombres besos con titilante lengua.
Mi mano servicial sacaba todo su jugo al pene.
Una noche me solicitó un tropel de jóvenes
y aguanté cien asaltos sin llegar a saciarme.
Fui dulce, complaciente, del agrado de todos.
Pero a mí nada me complacía, salvo el dinero
y una dulce perrilla lisonjera
que lamía mi húmeda entrepierna.


QUIÉN PUDIERA ESTAR SOLA
(Ada Negri)

Quién pudiera estar sola.
Una hoja cae del árbol sobre el libro abierto,
alzo los ojos, miro pasar las nubes,
escucho el rumor de la fuente,
el silencio que habla mejor que cualquier poema.

Quién pudiera estar sola,
sola entre la multitud que camina,
cada uno a su afán,
con prisa o con desgana,
con el ceño fruncido, regalando sonrisas,
sola entre la gente, tan bien acompañada.

Quien pudiera estar sola
en la terraza con todas las estrellas
y una luna gigante que me mira
y no me compadece
porque me sabe a solas
con el mundo y conmigo,
en buena compañía.

Pero tú no me dejas.
Desde que me has dejado
no puedo ya estar sola.
Vaya donde vaya,
dormida o despierta
sigues estando conmigo,
sigues repitiendo
palabras que muerden y desangran.




AMOR DE MUJER
(Anónimo)

Hace tiempo, Amor, que no me buscas
ataviado de rojo, con el arma en la mano.
Soy débil, nunca supe cómo resistirte.
Mira las cicatrices de mi cuerpo,
maltrecho botín de todos los combates.
Algunas veces levanté murallas,
pero de un soplo tú las derribabas.
Alfombra fui de tu triunfal paseo,
carne sin nadie, anónimo despojo.
En sueños te llamé, y no venías.
De dicha creí morir, y de desdicha.
Ahora vivo feliz, entre el agua y el sol.
En el huerto cercado florecen los naranjos,
en mi cuerpo las rosas, las caricias amigas.
Solo amor de mujer es rosa sin espinas.