sábado, 27 de junio de 2020

Sin propósito de enmienda: Autónomos y asalariados



Sábado, 20 de junio
SI YO FUERA DIOS

No sé cómo a Dios, con ser Dios, no se le ocurre la manera de mejorar el mundo. Bastarían tres o cuatro medidas muy sencillas.
La primera, eliminar enfermedades y accidentes. Todo el mundo se moriría por riguroso orden cronológico, a partir de los noventa años, y previa petición.
Las penas de amor las dejaría, que si todos los amores fueran de inmediato correspondidos reinaría el aburrimiento.
Borraría de un plumazo, de un divino decreto-ley, la maldad, pero dejaría la malicia, que es la sal de la vida.
Claro que si yo fuera Dios estaría tan avergonzado con la que he armado con la creación del mundo que me escondería en el más remoto rincón del universo y no me atrevería ni a asomar la cabeza.


Domingo, 21 de junio
FUERA DE LA LEY

Al comienzo de un extenso reportaje sobre ciertos documentos desclasificados de la CIA que hablan de su infiltración en la guerrilla asturiana, una líneas aluden que otro documento, fechado en 1984 y ahora también desclasificado, se refiere a la relación de Felipe González con el terrorismo de Estado.
Busco la ampliación de esa noticia y no la encuentro por ninguna parte. Tampoco ha aparecido, según creo, en el periódico que yo suelo leer diariamente.
Indago en Internet y veo que primero la dio La Razón y luego fue publicada por unos pocos medios más. “González ha acordado la formación de un grupo de mercenarios, controlado por el Ejército, para combatir fuera de la ley a los terroristas”, afirma el informe de la CIA
Al igual que con el anterior jefe del Estado, parece que algunos quieren proteger a González con un manto de impunidad. Yo viví esos días, yo me creí que Felipe González estaba al margen de la infame chapuza de los Gal. Yo le creí.
Sospecho ahora que fui engañado, que el político al que yo voté hasta el último momento ya era entonces, aunque yo no lo supiera, quien después ha demostrado ser.


Lunes, 22 de junio
UN SONETO AJENO Y MÍO

En un antiguo suplemento de La Voz de Galicia que me pasa Antonio Insuela, encuentro un soneto que podría haber escrito yo. Aparece al final de un artículo sobre Borges y Lorenzo Varela. Los dos coincidieron en el amor por Estela Canto. El primero no fue correspondido; el segundo, sí. Pero es difícil saber quién fue más desdichado.
            Estela Canto, tras romper con Borges, o quizá antes, inició su relación con el escritor gallego Lorenzo Varela. Convivieron tres años tormentosos, desde el 47 hasta el 49, entre Montevideo y la casa que les prestó Alberti en Punta del Este.
“Estela y Lorenzo forman un cóctel explosivo que no tardará en estallar”, escribe Fernando Salgado en el reportaje de La Voz de Galicia. Aquellas batallas de amor no tuvieron un campo de plumas, como en el poema de Góngora. Alberti se quejó de los destrozos que causan en su vivienda unos enamorados que acabaron teniendo solo en común la afición por el alcohol. Hasta las máquinas de escribir –cada uno tenía la suya-- volaron alguna vez buscando la cabeza del otro y estrellándose contra la pared.
Como epílogo de aquel amor –quizá de cualquier amor—Lorenzo Varela escribió un soneto, que no quiso publicar, y que podría haber escrito yo.

¿Y le llamáis amor a esta amargura,
a esta pobre afición, a esta mudanza,
a este ir de sepultura en sepultura
sin vivir ni morir, sin esperanza?

¿Y le llamáis amor a este alimento
del hastío y del odio y del olvido,
a este cielo fingido, a este tormento
de unir dos soledades sin sentido?

Andan ausentes penas y alegrías,
y todos los trabajos son forzados
en este sucederse de los días

perdidos sin saberlo, envenenados.
¿Y le llamáis amor a estas vacías
horas de corazones enterrados?


Martes, 23 de junio
ESOS ERRORES

“Vivir es cometer esos errores / que humanamente nunca se reparan”. No puedo quitarme de la cabeza estos versos y, como no recuerdo el autor (¿Luis Rosales quizá?) los busco en Google. Y lo primero que encuentro es un texto mío en que aparecen citados.
            Me temo que no hago más que repetirme. Como la vida misma. ¿Cuántas veces habré sentido esta desesperanza, estos remordimientos, esta sensación de que en la encrucijada crucial tomé el camino equivocado?
            Pero también se repite la felicidad. Solo hay que tener un poco de paciencia.


Miércoles, 24 de junio
EL CASARSE TARDE Y MAL

Si hubiera conocido la famosa nadería de Monterroso, seguro que a Borges le habría venido a la cabeza cada mañana durante sus tres años de matrimonio: “Cuando se despertó, el dinosaurio seguía allí”.
            Leo, una vez más, el Borges de Bioy Casares. Estamos en 1967, Borges se ha comprometido de nuevo y esta vez parece que va en serio. ¿Se ha comprometido o lo han comprometido? Bioy Casares nos hace saber lo que la madre del novio, bastante más entusiasmada que él con el enlace, dice de la novia: “No es intelectual… Bueno, eso tal vez resulta una ventaja. No se parece a las que él nos tiene acostumbrados. Yo me quedo tranquila: creo que lo va a cuidar. Ya no es joven. Fue linda. Ahora, ya la verás. Pero él no ve. Para él sigue siendo la de antes”.
            Pero Bioy Casares sí la ve: una vieja de piel grisácea, inculta pero muy segura en su ignorancia, proclive a ofenderse y ofuscarse por celos. Ya la mención del anglosajón es motivo de desconfianza: ella no está dispuesta a consentir que a su marido le rodee un ramillete de discípulas.
            Tras el matrimonio, siete meses en Estados Unidos. A la vuelta, ya en 1968, doña Leonor telefonea a Bioy: “Llegó flaco, pero bien y contento. Está muy contento, lo que para mí es una sorpresa agradable. No se fue contento; ahora lo está. Yo me siento vieja; tanto he oído que me dijeran ‘A sus años’ que me han dado el complejo, que no tenía. Ahora me siento vieja, y así ha de ser. Cumplo noventa y dos años, mi hijo. Me siento sola. Ahora que volvió Georgie, más que mientras estaba allá: vino a casa, almorzó, se bañó, durmió la siesta, tomó el té y a las siete me dijo: ‘Madre, me voy a casa’. Entonces sentí que se iba, que me quedaba sola. Ya me acostumbraré”.
            Pero ni ella ni Georgie se acostumbraron. El final de la historia nos lo cuenta Norman Thomas de Giovanni, el amigo americano que le ayudó a escribir su autobiografía y los cuentos de El informe de Brodie: “El día D fue el 7 de julio de 1970. Esa mañana gris y fría de invierno, siguiendo nuestro minucioso plan, esperé a Borges en la puerta de la Biblioteca Nacional y en cuanto llegó subí a su taxi y partimos raudamente hacia el aeropuerto. Borges, temblando como una hoja y exhausto después de una noche sin dormir, confesó que lo que más había temido era llegar a soltarle todo a Elsa en cualquier momento. Hugo Santiago, el director de cine, que estaba en el complot, y mi mujer esperaban junto al mostrador de embarque con dos pasajes para Córdoba; allí, el abogado nos había reservado un hotel del que solo él y yo sabíamos el nombre. Como buenos conspiradores, no comunicamos a nadie nuestro plan. Así no hacía falta mentir, y no se revelaba nada. Doña Leonor, que tenía una puntillosa rectitud, temía que Elsa la llamara para pedirle enseguida información, y aunque no quería mentir si decía no saber dónde estaba su hijo, también deseaba poder comunicarse con él en caso de necesidad. Eso era fácil. Le di un número de teléfono en un papel dentro de un sobre cerrado e hice que mirara mientras lo ocultaba en un cajón de su escritorio”.


Jueves, 25 de junio
PREJUICIOS

Estoy lleno de prejuicios. Me llega el libro de una poeta que, apenas cumplidos los treinta años, ha publicado cinco poemarios –palabreja que detesto-- y ganado media docena de premios y, sin necesidad de hojearlo, ya sé que no merece la pena leerlo.



Viernes, 26 de junio
ELOGIO DE LAS CAFETERÍAS

¿Qué es lo que ha impedido la quiebra física y moral de España en estos meses en que las autoridades sanitarias y no sanitarias parecieron perder toda relación con el pensamiento racional? No exagero mucho si respondo que las cafeterías. Alguna vez dije que los centros comerciales eran la versión actual de la plaza mayor de cada pueblo, del foro y del ágora. Ahora parecen la sección de infecciosos de un hospital. Deprime entrar en ellos. Solo en las cafeterías, en las terrazas que han devuelto la vida a las calles, es posible charlar cara a cara, sonreír y que te devuelvan la sonrisa, desplegar sobre la mesa el periódico, leer plácidamente un libro.
            Tardaré en volver a pisar una biblioteca, a las que se trata como almacén de peligroso material en cuarentena, tardaré en entrar en un centro comercial, antes mi lugar favorito de trabajo (¡cuánto habré leído y escrito en Las Salesas!), pero en mi calle, una calle corta, tengo, en las dos esquinas que dan al Milán, otras tantas cafeterías; al otro lado, el del parque y el prerrománico Santullano, está Tres Tejos, Y muy cerca, el cordialísimo Titanic, donde esta mañana he leído y anotado los trabajos fin de grado que debo juzgar el próximo viernes (en mi despacho no puedo trabajar: soy alérgico al apestoso desinfectante con que lo higienizan cada día, aunque solo lo use yo). Lo trabajos son de materias de las que sé poco –filosofías y patologías del lenguaje--, así que más a juzgarlos me dedico a estudiarlos. Termino mi labor docente no enseñando, sino aprendiendo, mi actividad favorita.
            Últimamente, cuando pago en la caja del supermercado, cuando doy las gracias mientras me ponen en la mesa el café y el vaso de agua, a la memoria me vienen unos versos de Housman: “Estos, el día en que se derrumbaban / el cielo y los cimientos de la tierra, / sostuvieron el cielo con sus hombros, / los cimientos de la tierra aguantaron”.
            Qué paradoja. Cuando la función pública dejó de funcionar, o se puso a teletrabajar y a televaguear, nos salvaron –intentan salvarnos-- quienes, al no ser funcionarios, tenían que trabajar para comer: autónomos y asalariados.



domingo, 21 de junio de 2020

Sin propósito de enmienda: Cumpleaños feliz



Sábado, 13 de junio
ESCUCHAR A LOS DEMONIOS

Hojeo el último libro de Pascal Quignard, La vida no es una biografía, y me encuentro con esta frase: “Uno debe escuchar con mucha atención a sus demonios”.
            Yo a los mío los escucho distraídamente, nunca les he hecho demasiado caso.


Domingo, 14 de junio
POR UN PLATO DE LENTEJAS

Ahora que no se puede viajar, viajo más que nunca. Esta tarde, de la mano de Jesús Pardo, al Bucarest de Ceaucescu, al de Marta Bibesco y al de Paul Morand.
            Entre 1968 y 1989, Jesús Pardo viajó con frecuencia a Rumanía, primero como corresponsal de diversos periódicos, luego invitado por la embajada rumana para escribir un libro que finalmente apareció en 1988: Conversaciones con Transilvania.
            Bucarest se publicó en 1991; para entonces la opinión de Jesús Pardo sobre quienes le había pagado los viajes, alojado en los mejores hoteles, proporcionado todo tipo de facilidades para su investigación había cambiado radicalmente. Como en tantos casos, resulta curioso comparar lo que escribió sobre la Rumanía de Ceaucescu cuando este vivía con lo que escribió después.
            Clara Janés fue invitada a Rumanía en 1973 por el Instituto Nacional de Relaciones Culturales. El resultado fue un libro, Sendas de Rumanía, que no es posible leer sin sonrojo. Unos pocos poemas apenas disimulan lo que tiene de tosca propaganda: Clara Janés resume entusiasmada y sin el menor atisbo crítico todo lo que le cuentan los diversos organismos oficiales. Asiste a un desfile conmemorativo, a una recepción en la que brilla Ceaucescu con su inteligencia y su sencillez; conoce a la Pasionaria, que se sienta siempre a la derecha de Dios padre, quiero decir del Conducator; le presentan a Santiago Carrillo. Aquella Rumanía es lo más parecido al paraíso en la tierra. Nada le hace cambiar de opinión, ni siquiera la anécdota de una violenta detención o de la niña maltratada.
            También el Instituto Nacional de Relaciones Culturales invitó a Rumanía a Miguel Ángel Asturias. El libro que como pago escribió es el primero que Clara Janés cita en su bibliografía, aunque en su versión francesa: Roumanie d’aujourd’hui. Es un libro embadurnado de literatura, de chirriantes sonetos que no logran disimular lo que tiene de devolución de favores. Qué contrate entre la Rumanía de Ceaucescu y la grisura de la Europa capitalista: “La alegría de las calles de Bucarest seduce. Es una alegría andante”. Las grandes tiendas, de varios pisos, inmensos bazares en los que se encuentra de todo, están llenos siempre por masas de compradores, muchos de ellos campesinos, “lo que permite apreciar a simple vista la capacidad adquisitiva de la gente del pueblo”.
            Da un poco de vergüenza ver cómo tanta gente inteligente, o al menos dedicada a actividades intelectuales, se dejaba engañar por la más burda propaganda o se vendía por un plato de lentejas (aunque en el caso de los más ilustres –Neruda, Alberti-- era probablemente algo más que un plato).
            A Ceaucescu le lincharon los mismos que le aplaudían. Siempre se ha hablado de la represión que sostiene las dictaduras y no se ha solido mencionar que es la complicidad mayoritaria la que verdaderamente las mantiene en pie. No hay dictadura que no cuente con un apoyo social mayor que el habitual en los gobiernos democráticos. Ni siquiera el Felipe González de las mayoría absolutas tuvo a su favor tantos españoles como Franco.
¿Engañados por los medios de comunicación? Es posible, pero en todo caso muy gustosamente engañados. Y esto vale para la Rumanía de Ceaucescu, la Cuba del castrismo y del poscastrismo, la España de Franco y quizá la de ahora mismo.
            Hablemos claro: una dictadura amable con aquellos cuyos prejuicios representa y feroz con los pocos que no doblan la cerviz es el tipo de gobierno ideal para la mayoría, no la siempre chapucera democracia.


Lunes, 15 de junio
CERO A LA IZQUIERDA

Abro un libro de Antonio Espina, uno de los representantes de la nueva literatura de los años veinte, y me encuentro con este aforismo: “La mujer solo tiene valor, como el cero en matemáticas, cuando se coloca al lado de la unidad: a la derecha del hombre que ama y que comprende”.
            Hoy nadie sería capaz de escribir semejante barbaridad, pero no estoy yo tan seguro de que no siga habiendo quien lo piense.


Martes, 16 de junio
DESMIENTO A UNAMUNO

Al ver el desprecio con que un atildado politicastro se apartaba de un campesino que volvía manchado de barro, Unamuno dijo aquello de que valía más un hombre sucio que un cerdo limpio.
            Eran otros tiempos. Dados los precios que ha alcanzado el jamón ibérico y lo baratos que se venden los hombres, sucios o limpios, parece claro que hoy no podría decir lo mismo.


Miércoles, 17 de junio
HAGO LO QUE PUEDO

Me gusta repetir un aforismo de Antonio Porchia: “Era tan ingenuo que hasta se creía las dedicatorias”.
            Las dedicatorias, como las palabras de elogio, son parte de la buena educación, nada tienen que ver con el análisis crítico.
            Pero hay elogios que nos agradan más que otros y eso dice mucho de nosotros mismos, no tanto de lo que somos como de lo que nos gustaría ser.
            Mi elogio preferido aparece en una entrada de Facebook donde doy cuenta de la aparición, en la fecha prevista, ni un minuto más tarde, del nuevo número de Clarín: “Martín, todas las cosas que van de tu mano siempre salen para adelante”. No es cierto, Paulina, pero se hace lo que se puede.
           

Jueves, 18 de junio
PRESUMO EN VANO

Siempre me ha gustado presumir de enemigos, pero la realidad es que tengo más amigos de verdad que enemigos. Nunca he disputado una herencia, intrigado por un cargo, aspirado a un premio; nunca me he metido en pleitos; nunca me he divorciado. Mis enemigos, o los que yo llamo tales, son enemigos de papel. A la mayoría ni los conozco personalmente; simplemente me guardan rencor por lo que dije de alguno de sus libros. Muchos pasan de una semana a otra de enemigos a amigos: basta que publiquen una obra que valga la pena y que yo hable bien de ella.
            También están los que se sienten ofendidos por alguna cosa que dije en mi diario. He publicado, en libro, veinte tomos; en el periódico, sin que todavía se hayan reunido en volumen, otros tres más. En total, una diez mil páginas. ¿De cuántas gentes habré hablado en estas páginas que gozan fama de indiscretas? De algunos miles.
Pero solo dos que eran buenos amigos, o eso creía yo, dejaron de serlo por alguna alusión en el diario: José Bento y Miguel d’Ors. Y me parece que también solo dos amigos me dejaron de lado por una reseña: José Luis Morante y Ricardo Labra. Por cosas que dije en una conversación –suelo ser un polemista algo punzante-- solo una: el librero José Manuel Valdés. Todos los otros enfados fueron pasajeros. No me parecen excesivas rupturas irreversibles para medio siglo de vida literaria sin demasiados miramientos a la hora de decir lo que uno piensa.


Viernes, 19 de junio
LO QUE ME HABRÍA GUSTADO SER

Da un poco de vergüenza decirlo, pero cada día estoy más convencido de que mi mayor aspiración es ser un robot. Razonarlo todo, hacer siempre lo más razonable, no condescender con la falacia sentimental,
            Durante un tiempo creí ser capaz de conseguirlo. Escribía poemas, ciertamente, algo que no suelen hacer los robots (y hacen bien), pero todos mis sentimientos eran fingidos: no me enamoraba, jugaba a que estaba enamorado. O eso creía yo, porque siempre me daba cuenta demasiado tarde de que estaba jugando con fuego y terminaba abrasado.
            Si yo fuera un robot, el día de mi cumpleaños no me habría dejado tanta resaca emocional, no me habría quitado el sueño, no me habría llevado a ese ejercicio inútil de repasar lo vivido y entrever, con temor y temblor, lo que queda por vivir.
A un robot, que es lo que yo siempre he aspirado a ser, no le habría afectado especialmente cumplir un año más, sobre todo si todavía no se nota ni en la salud ni en el entusiasmo con que arremeto contra gigantes que no son más que molinos de viento. Ni siquiera el que anticipe mi jubilación, el 31 de agosto, debería ponerme especialmente triste. Es una jubilación más simbólica que otra cosa, sin apenas repercusión, salvo una disminución en el sueldo que puedo perfectamente asumir; me libraré de papeleos y burocracia, pero las actividades que me interesan seguirán a pleno rendimiento.
Comí en familia y luego por la tarde me encontré con la otra familia, la de la tertulia, que acudió a charlar de literatura y vida desde los más diversos lugares (la tertulia internacional de los miércoles coincidió felizmente con mi cumpleaños). Y cuando estábamos hablando de la poesía en el cine y de frases memorables (la mía: ”Soy pobre, no puedo permitirme el lujo de no ser inteligente”), sonó el timbre de la puerta y apareció mágicamente una tarta, como en las películas.
Pero no soy un robot y llevo varias noches mal durmiendo. “Mira toda esta felicidad, mírala bien”, me repite uno de mis demonios. “ Pronto te lo irán quitando todo, quizá poquito a poco para que sufras más. O de un manotazo, que no se sabe qué es peor”.
Un robot no dejaría de disfrutar del presente por temor al futuro. Los robots no lloran.
Pero yo no soy un robot. Y bien que lo siento.




domingo, 14 de junio de 2020

Sin propósito de enmienda: Cahn, Zweig, Geiger



Sábado, 6 de junio
VIENA, 1918

Creo haber resuelto el enigma de Erich Sylvester, no el músico de ese nombre, sino el autor de dos recopilaciones sobre “la sabiduría de los pueblos antiguos” publicadas en la colección Austral con los poco atractivos títulos de Sobre la índole del hombre (1945) y Yo, tú y el mundo (1950). En ambas hay cuentos chinos, leyendas persas, fragmentos de papiros egipcios y parábolas más o menos budistas que yo no he vuelto a encontrar en ninguna otra parte. 
            Pronto adiviné que bastantes de ellos, si no todos, los había escrito el propio antólogo. Pero ¿quién era Erich Sylvester al que en la solapa se le calificaba de “versado escritor” y del que no aparecían datos en ninguna parte? 
La solución, como en el cuento de Poe, estaba a la vista: Alfredo Cahn, el supuesto traductor.
            La historia de Alfredo Cahn parece inventada. Nació en Zurich en 1902. Allí conoció a Stefan Zweig, un encuentro que marcaría su vida. A los dieciséis años comenzó a escribir una novela autobiográfica y, con los primeros capítulos, se presentó ante los críticos más afamados de la ciudad para pedirles su opinión. 
Tras leerlos, alguien le censuró que la novela comenzara con la conjunción “y”. Alfredo Cahn defendió su opción: quería indicar que a los protagonistas ya les habían ocurrido muchas cosas antes de comenzar la novela. Pero aquello les pareció, más que una audacia, una chiquillada.
Por aquel entonces estaba en la ciudad Zweig, que preparaba el estreno de su obra Jeremías. A alguien se le ocurrió la idea de enviarle el manuscrito y que él decidiera. Zweig lo leyó, resolvió a favor de Cahn y quiso conocerlo. Se asombró al ver que era apenas un adolescente. “Para enfrentarse a todos por una ‘y’ a esas edad hay que ser un escritor nato”, dijo.
            Unos días después, le invitó a reunirse con él en el café Odeón y allí Alfredo Cahn pudo conocer, entre otros, a Thomas Mann, Romain Rolland y Herman Hesse.
            Pero aquel primer momento de gloria como escritor fue también el último para Alfredo Cahn, que dejó de lado la creación por la traducción. En 1921 se fue a vivir a Barcelona. Allí se enamoró de María Costa y acompañó a la joven cuando emigró con su familia a la Argentina.
            Alfredo Cahn sería el traductor de Stefan Zweig al español y su amigo y confidente, aunque desde aquel primer encuentro en Zurich solo volviera a verle en dos ocasiones: en 1936 y en 1940, durante los viajes triunfales del escritor a Argentina.
            La obra de creación de aquel adolescente que en 1918 polemizó con la autoridades literarias de su ciudad y deslumbró al escritor más famoso de su tiempo solo ha sobrevivido camuflada entre fragmentos de la Biblia y del Talmud, de Platón y de Marco Aurelio. Algún día habrá que rescatar esos textos –en algún caso pequeñas obras maestras-- y publicarlos con el nombre del verdadero autor.



Domingo, 7 de junio
EXTRATERRESTRES

Cuanto más conozco a mis semejantes, más me doy cuenta de lo poco semejantes que somos. Lo que no tengo claro es si el extraterrestre soy yo o lo son ellos.



Lunes, 8 de junio
CÓMO NOS HUMILLAN

---Parece que por fin te hacen caso, Martín. La fiscalía del Supremo va a investigar al rey Juan Carlos.
            ----¿Me hacen caso? No, todavía dicen que solo por los delitos cometidos a partir de 2014, en que abdicó, porque antes, según la Constitución, era “inviolable”. 
            ----Bueno, algo es algo.
            ----Cierto por algo se empieza. Pero además se da la paradoja que se le investiga por el blanqueo o la evasión de capitales procedentes de las comisiones ilegales recibidas cuando la construcción del famoso tren a la Meca. Se le juzga por lo que hizo con el botín, no por cómo obtuvo el botín. 
            ----La constitución impide juzgar sus actividades mientras fue jefe del Estado.
            ----Si se le condena, quedará acreditado, se le juzgue o no por esos hechos, que se enriqueció ilícitamente, cosa de la que ya nadie duda, ni siquiera su hijo. Y quedará acreditada también la esperpéntica situación de que la constitución española garantiza que el jefe del Estado puede robar, e incluso matar, impunemente.
            ----Bueno, yo no voté esa constitución; tú, sí.
            ----Yo sí y te aseguro que, digan lo que digan jueces, fiscales y expertos constitucionalistas, la constitución no afirma eso. El jefe del Estado solo es inviolable en sus actividades como jefe del Estado que han de ser refrendadas por el presidente del gobierno o por el ministro correspondiente, que serían los responsables. ¿Por qué se niega tan burdamente esta evidencia? ¿Por qué se empeña la clase política y los constitucionalistas en ser cómplices de presuntos latrocinios y en humillarnos a los españoles, el único país del mundo democrático que puede tener como jefe del Estado a un delincuente? No se me ocurre el motivo..
            ----Siempre empeñado en tener razón contra todos.
            ----La razón no se tiene contra nadie. Se tiene o no se tiene. Y en este caso para saber que la tengo yo basta con leer entero, no solo la frase que se cita como un mantra, el artículo correspondiente de la constitución. Claro que también cabe la reducción al absurdo. Vamos a suponer que los “especialistas” tienen razón. En ese caso, deberíamos dar las gracias si un jefe del Estado nos sale solo ladrón, porque si le da por ser asesino en serie no nos quedaría más remedio que mirar para otro lado hasta que se cansara de matar.

Martes, 9 de junio
CÓMO NOS ENGAÑAN

Leo en la portada de uno de los diarios de referencia, no en un anónimo panfleto digital: “El confinamiento ha salvado 450.000 vidas solo en España”. Voy a la página en que se desarrolla la noticia. Comentan un estudio del Imperial College de Londres e indican que los propios autores reconocen basarse en datos “poco fiables”. Concluyen con la opinión de Martínez Beneito, bioestadístico de la Universidad de Valencia: “Si en nuestro país la tasa de letalidad está en torno al 1%, esto quiere decir que el modelo del Imperial College calcularía casi unos 47 millones de infectados, que es la totalidad de la población española. Esto es imposible, pues la inmunidad del grupo se lograría si se contagia el 60 %”.
            O sea, que el periódico de referencia publica en la portada una noticia que sabe que es falsa y que él mismo desmiente en las páginas interiores, esas a las que la mayoría de los lectores no llega.
            Me abstengo de calificar, desde el punto de vista de la ética periodística, semejante comportamiento.



Miércoles, 10 de junio
REVELACIÓN DE SECRETOS

Unos libros llevan a otros, Alfredo Cahn, el secreto escritor de apócrifas miniaturas que no habría desdeñado firmar Borges, a Stefan Zweig, y de este a las memorias de Benno Geiger, que fue su amigo y que, como buen amigo, no se olvida de referir pormenores humillantes: “Zweig tenía su pequeña perversión y, para no chocar con la ley, había hecho que Freud le firmara un certificado donde constaba que era paciente suyo y estaba en tratamiento. Esto me lo contó el propio Zweig. Tenía la manía del exhibicionismo, padecía una irresistible manía a “mostrar las vergüenzas” (“Schauprangertum” era el nombre que él utilizaba) ante cualquier joven solitaria. Su lugar preferido eran los senderos más secretos del parque de Schönbrunn, especialmente los que rodeaban a la antigua Casa de los Monos, que estaba en el centro de un laberinto. Allí, mirando por encima de los setos, podía descubrir a tiempo a los gendarmes”. 
            No conforme con eso, también Geiger habla de la homosexualidad de Zweig, que habría dejado traslucir en un poema de 1923: “Lo que nunca me confesé despierto / ahora lo veo como en un espejo”. 
            Thomas Mann, que algo sabía de ocultamientos, no dudó en creerse esos rumores y en atribuir el suicidio de Zweig a otros motivos que al desánimo por la marcha de la guerra: “Yo sospecho que en ello ha intervenido el sexo y que era inminente algún escándalo. Él corría peligro en ese aspecto”.



Jueves, 11 de junio
PROVERBIOS TURKESTANOS

No caben dos pies en una bota ni dos mujeres en un corazón.

Una casa con niños es un jardín; una casa sin niños, un cementerio.

El hijo del pobre solo logra que se le tenga en cuenta a los treinta años, el hijo del rijo es señor ya a los catorce.

Solo el pájaro entiende el lenguaje de los pájaros.

Cuando le cubren a uno las aguas lo mismo da que tengan diez que diez mil metros de profundidad.

Al hombre sin preocupaciones hasta el agua sola le sabe a gloria.

Muere el valiente antes que el cobarde.

La verdad tiene siete vidas como los gatos.


Viernes, 12 de junio
CAMBIO DE PAREJA

Benno Geiger, el indiscreto amigo de Stefan Zweig, había nacido en Viena, pero pasó la mayor parte de su vida en Venecia. Sus recuerdos se titulan Memorias de un veneciano y sus papeles los guarda la Fundación Cini en la isla de San Giorgio. Siempre tuvo ciertos celos del éxito mundial que había obtenido su amigo de juventud y desde muy pronto comenzó a propagar maledicencias sobre él. Zweig nunca les dio importancia. En una de sus cartas, escrita a un amigo italiano que le alertó sobre lo que Geiger contaba, se lee una frase que a mí me gusta repetir: “No me molestan los rumores sobre mi vida sexual. Así me hago la ilusión de que tengo vida sexual”.
            Poco después de escrita esa carta, a finales de 1934, Friderike, su mujer, fue al consulado a arreglar los pasaportes; Zweig se quedó en casa trabajando junto a Lotte, su secretaria. Al llegar al consulado, Friederike se dio cuenta de que le faltaban algún papel y volvió rápidamente a recogerlo: “Desde mi habitación entré en el cuarto de trabajo de Stefan; lo hice, por desgracia, en mal momento, Nunca he visto a una criatura tan consternada como a aquella joven ahuyentada de un profundo éxtasis. También Stefan se quedó espantado”.
            ¿Espantado? En una de sus cartas confidenciales, Zweig cuenta que se sintió aliviado. Ya no quería una mujer que le llevara de la mano, como Friederike hasta entonces, sino una mujer a la que llevar de la mano a un lugar del que no se vuelve.




domingo, 7 de junio de 2020

Sin propósito de enmienda: Arrojado a los tiburones




Sábado, 30 de mayo
OTRA HERIDA EN MI VANIDAD

Los profesores universitarios, cuando les llega la jubilación, pueden solicitar la condición de eméritos, que permite seguir vinculado a la institución dos años más. Muchos lo consideran como un último entorchado en su carrera, así que suele ser un honor apetecido y disputado.
            No es mi caso: ni me interesa seguir “disfrutando” del despacho y de las fotocopias gratis ni cumplo los requisitos formales para ello, ya que he ido por libre en mis trabajos de investigación.
            Pero mi admirado cervantista Emilio Martínez Mata, en el último consejo del Departamento, pidió que se solicitara esa condición para mí. Nadie se manifestó en contra y la directora le dijo que, para iniciar los trámites, debería hacer llegar mi petición. Por no desairar a Martínez Mata, pensé en formalizar la solicitud. 
Luego lo pensé mejor y le escribí a la directora que preferiría seguir con mi intención inicial. Y ella me respondió escuetamente: “De acuerdo”. 
Y yo me sentí un poco herido en mi vanidad. Debería al menos haber fingido que pensaba que era un honor que yo, etc. Pero fue una herida muy superficial, un mínimo rasguño.


Domingo, 31 de mayo
CONSIDERACIONES

El tiempo que tiramos a la basura no se puede reciclar.

            Difícil hacer de la propia vida una obra de arte, intervienen demasiados guionistas y suele escasear el presupuesto.

            La mayor parte de los libros no son más que sucedáneos de libros.

            Tener poco tiempo es para mí tener todo el tiempo que necesito.

            Todos los días están por estrenar, ninguno ha sido usado antes.

            Poder vivir solo es un privilegio que a menudo no dura toda la vida.

            La realidad, como las malas películas, está llena de golpes de guion.

            A vivir se aprende demasiado tarde.

            De los mejores amigos salen los peores enemigos.

            Se profetiza para que no ocurra lo que profetizamos.

            A veces basta con sonreír al mundo para que el mundo te sonría.

            También a la última cita se puede llegar demasiado tarde.

            Hay cosas que no hemos perdido, pero no somos capaces de encontrar.

            (Invento rutinas. La de estos últimos meses es ir llenando de ocurrencias, al final del día, un cuaderno de páginas en blanco. Ya he llenado dos y llevo a medias un tercero. Los aciertos son impersonales; las ocurrencias inanes son enteramente mías. Me parece que esto es bastante común. Los buenos aforismos son de todos, deberían publicarse como anónimos.)



Lunes, 1 de junio
LO QUE A MÍ ME FALTA

El mes de junio, el de mi cumpleaños,  siempre ha sido un mes de recapitulación y celebraciones. Este año hay especial motivo para ello, pero yo noto un cierto desasosiego. Me tiendo en el diván y hablo con mi psicoanalista.
            ----Es curioso. Echo la vista atrás y creo que no me he equivocado en las decisiones fundamentales. He cometido infinidad de pequeños errores, como todo el mundo, pero me parece que en lo que importa he acertado. Nunca fui ambicioso, nunca quise ocupar el primer puesto en ningún escalafón, a lo único que aspiraba es a que me dejaran ir a mi aire. Y eso creo que lo he conseguido. Y sin embargo noto que algo me falta, que he fallado en algo importante. No sé bien en qué, pero empiezo a sospecharlo. He sido demasiado racional. Debería haber perdido de vez en cuando la cabeza. O al menos haberla perdido una vez. Vivir a solas ha sido para mí un motivo de felicidad. Compartir la vida me habría traído más disgustos que satisfacciones. Mis amores eternos solo duran mucho tiempo (a veces incluso hasta un año) si no son compartidos. En caso contrario, al tercer fin de semana ya me aburren. Pero me gustaría haber tenido hijos o, en su defecto, ser abuelo. 
            Mi psicoanalista imaginario sonríe y luego dice:
            ----Todavía está a tiempo. Cuando su hijo cumpliera veinte años, usted solo tendría noventa. A esa edad, si la salud acompaña, todavía se puede llevar una vida perfectamente activa.
            Sé que me toma el pelo, pero yo me lo estoy pensando. Ahora que me jubilo tendría todo el tiempo del mundo para cuidar del bebé. Y si fueran gemelos, mejor que mejor.



Martes, 2 de junio
EL BUEN DISCÍPULO

Mientras acompaño al pequeño Martín en sus correrías por el parque de Santullano y en su búsqueda de cochinillas mágicas que ahuyentan a los dragones, pienso en las palabras de un sabio judío que a Eugenio d’Ors le gustaba repetir: 
----Tres cosas aprenderás de un niño: a estar alegre sin motivo, a no estar ocioso ni un solo instante y a reclamar con energía lo que te hace falta.
En esas y en otras cosas igualmente esenciales tengo el mejor maestro y yo creo ser un buen discípulo.


Miércoles, 3 de junio
STEINER Y DIOS

El pasado viernes volvió la tertulia a su ser natural, sin intermediarios tecnológicos, pero la realidad tiene sus limitaciones y se quedaron sin poder asistir quienes habían vuelto a ella desde Nueva York, Oslo o Madrid. Para solucionarlo hemos recuperado la tertulia de los miércoles –la que durante muchos años se celebró en la cafetería San Remo-- de forma no presencial.
            Comenzamos siendo una especie de taller literario, antes de que se pusieran de moda. Ahora me gustaría que fueran un lugar de reflexión, un poco –soñemos alma, soñemos-- como la academia platónica o, mejor aún, como las charlas de Sócrates y sus amigos cuando paseaban por las calles de Atenas o admiraban los ejercicios atléticos desde una esquina del gimnasio.
            Hemos podido comprobar últimamente que los especialistas no dan pie con bola cuando se los saca de su especialidad. George Steiner, especialista en literatura comparada y en las vaguedades propias del humanismo tradicional, dedica su aclamado libro Presencias reales a argumentar la tesis de que “cualquier explicación coherente de la capacidad del hablar humana para comunicar significado y sentimiento está garantizada por el supuesto de la presencia de Dios”. 
            ---Esa afirmación –digo yo en la tertulia— es del mismo tipo que la que afirma que la Virgen María fue virgen “antes, durante y después del parto”, carece de cualquier justificación racional.
            Steiner dedica trescientas páginas presuntamente –en realidad solo vuelve a ella en las páginas finales-- a demostrar esa tesis. El próximo viernes yo me dedicaré a desmontar sus argumentos y desafío a cualquiera, lástima que Steiner no asista a nuestras tertulias, a sostenerlos. 
            En estas cosas nos entretenemos ahora.


Jueves, 4 de junio
MI DEPORTE FAVORITO

Ponerse en ridículo por vanidad es un deporte que todos hemos practicado alguna vez.


Viernes, 5 de junio
PARA UN HOMENAJE

Recibo un ejemplar de Alrededores de José Luis García Martín, el libro que con mucho sigilo ha preparado Hilario Barrero en Nueva York como especial regalo de cumpleaños. Colaboran treinta escritores más o menos conocidos y más o menos amigos. Me enteré del proyecto porque uno de los invitados, Andrés Trapiello, quiso que diera el visto bueno a lo que había escrito. Me pareció lleno de reproches sin fundamento, le vi más a él en esas páginas que a mí, pero por supuesto le di el visto bueno, faltaría más. Ya se sabe que los libros de homenaje no interesan más que al homenajeado, pero en este caso no será así.
            Me reprocha muchas cosas mi querido amigo Andrés. La más extravagante mi sumisión a las autoridades universitarias. El crítico feroz, viene a decir, se cambia en manso corderito cuando tiene que referirse a aquello de quienes depende su promoción en el trabajo: “Pero esa cruzada contra la impostura no es indiscriminada: sabe distinguir entre popes y popes, éxitos y éxitos, y me parece bien, no es un suicida, y calibra, como todo el mundo, pros y contras, beneficios y perjuicios (y así lo comprobé el día en que compartí una cena en Oviedo con una jefa suya de departamento, cargante y medio loca, cuyas extravagancias y ridiculeces quedaron reflejadas a los pocos días en su diario con un “la buena de Menganita”; ¿habría sido igual de piadoso con otra persona con la que no tuviera un trato laboral? Nadie puede saberlo)”.
            Si el resto de los colaboradores están a la altura de estas consideraciones (por cierto, yo nunca he cenado con ninguna jefa de departamento), no me cabe la menor duda que el libro se venderá mucho. Los que me detestan (que son unos pocos más de los que me aprecian) no dejarán de hacerse con él.
            Abro al azar el libro --no me atrevo a hincarle el diente-- y me encuentro con este prometedor comienzo de capítulo firmado por Lorenzo Oliván: “Lo primero que tengo que decir es que José Luis García Martín resulta un amigo puñetero, picajoso, punzante, fustigador, enredador, liante, discutidor hasta el más puro delirio, un amigo en definitiva que te obliga a estar con la espada de la inteligencia y del ingenio desenvainada, siempre dispuesta al abordaje, si no quieres dejarte arrancar la piel a tiras, ser colgado del palo mayor o arrojado a los tiburones”.