Sábado, 13 de junio
ESCUCHAR A LOS DEMONIOS
Hojeo el último
libro de Pascal Quignard, La vida
no es una biografía, y me
encuentro con esta frase: “Uno debe escuchar con mucha atención a sus
demonios”.
Yo a los mío los escucho
distraídamente, nunca les he hecho demasiado caso.
Domingo, 14 de junio
POR UN PLATO DE LENTEJAS
Ahora que no se
puede viajar, viajo más que nunca. Esta tarde, de la mano de Jesús Pardo, al
Bucarest de Ceaucescu, al de Marta Bibesco y al de Paul Morand.
Entre 1968 y 1989, Jesús Pardo viajó
con frecuencia a Rumanía, primero como corresponsal de diversos periódicos,
luego invitado por la embajada rumana para escribir un libro que finalmente
apareció en 1988: Conversaciones
con Transilvania.
Bucarest se publicó en
1991; para entonces la opinión de Jesús Pardo sobre quienes le había pagado los
viajes, alojado en los mejores hoteles, proporcionado todo tipo de facilidades
para su investigación había cambiado radicalmente. Como en tantos casos,
resulta curioso comparar lo que escribió sobre la Rumanía de Ceaucescu cuando
este vivía con lo que escribió después.
Clara Janés fue invitada a Rumanía
en 1973 por el Instituto Nacional de Relaciones Culturales. El resultado fue un
libro, Sendas de Rumanía, que no es posible leer sin sonrojo. Unos
pocos poemas apenas disimulan lo que tiene de tosca propaganda: Clara Janés
resume entusiasmada y sin el menor atisbo crítico todo lo que le cuentan los
diversos organismos oficiales. Asiste a un desfile conmemorativo, a una
recepción en la que brilla Ceaucescu con su inteligencia y su sencillez; conoce
a la Pasionaria, que se sienta siempre a la derecha de Dios padre, quiero decir
del Conducator; le presentan a Santiago Carrillo. Aquella Rumanía es lo más
parecido al paraíso en la tierra. Nada le hace cambiar de opinión, ni siquiera
la anécdota de una violenta detención o de la niña maltratada.
También el Instituto Nacional de
Relaciones Culturales invitó a Rumanía a Miguel Ángel Asturias. El libro que
como pago escribió es el primero que Clara Janés cita en su bibliografía,
aunque en su versión francesa: Roumanie
d’aujourd’hui. Es un libro
embadurnado de literatura, de chirriantes sonetos que no logran disimular lo
que tiene de devolución de favores. Qué contrate entre la Rumanía de Ceaucescu
y la grisura de la Europa capitalista: “La alegría de las calles de Bucarest
seduce. Es una alegría andante”. Las grandes tiendas, de varios pisos, inmensos
bazares en los que se encuentra de todo, están llenos siempre por masas de
compradores, muchos de ellos campesinos, “lo que permite apreciar a simple
vista la capacidad adquisitiva de la gente del pueblo”.
Da un poco de vergüenza ver cómo
tanta gente inteligente, o al menos dedicada a actividades intelectuales, se
dejaba engañar por la más burda propaganda o se vendía por un plato de lentejas
(aunque en el caso de los más ilustres –Neruda, Alberti-- era probablemente
algo más que un plato).
A Ceaucescu le lincharon los mismos
que le aplaudían. Siempre se ha hablado de la represión que sostiene las
dictaduras y no se ha solido mencionar que es la complicidad mayoritaria la que
verdaderamente las mantiene en pie. No hay dictadura que no cuente con un apoyo
social mayor que el habitual en los gobiernos democráticos. Ni siquiera el
Felipe González de las mayoría absolutas tuvo a su favor tantos españoles como
Franco.
¿Engañados por los medios de comunicación? Es posible, pero en todo
caso muy gustosamente engañados. Y esto vale para la Rumanía de Ceaucescu, la
Cuba del castrismo y del poscastrismo, la España de Franco y quizá la de ahora
mismo.
Hablemos claro: una dictadura amable
con aquellos cuyos prejuicios representa y feroz con los pocos que no doblan la
cerviz es el tipo de gobierno ideal para la mayoría, no la siempre chapucera
democracia.
Lunes, 15 de junio
CERO A LA IZQUIERDA
Abro un libro de
Antonio Espina, uno de los representantes de la nueva literatura de los años
veinte, y me encuentro con este aforismo: “La mujer solo tiene valor, como el
cero en matemáticas, cuando se coloca al lado de la unidad: a la derecha del
hombre que ama y que comprende”.
Hoy nadie sería capaz de escribir
semejante barbaridad, pero no estoy yo tan seguro de que no siga habiendo quien
lo piense.
Martes, 16 de junio
DESMIENTO A UNAMUNO
Al ver el desprecio
con que un atildado politicastro se apartaba de un campesino que volvía
manchado de barro, Unamuno dijo aquello de que valía más un hombre sucio que un
cerdo limpio.
Eran otros tiempos. Dados los
precios que ha alcanzado el jamón ibérico y lo baratos que se venden los
hombres, sucios o limpios, parece claro que hoy no podría decir lo mismo.
Miércoles, 17 de junio
HAGO LO QUE PUEDO
Me gusta repetir un
aforismo de Antonio Porchia: “Era tan ingenuo que hasta se creía las
dedicatorias”.
Las dedicatorias, como las palabras
de elogio, son parte de la buena educación, nada tienen que ver con el análisis
crítico.
Pero hay elogios que nos agradan más
que otros y eso dice mucho de nosotros mismos, no tanto de lo que somos como de
lo que nos gustaría ser.
Mi elogio preferido aparece en una
entrada de Facebook donde doy cuenta de la aparición, en la fecha prevista, ni
un minuto más tarde, del nuevo número de Clarín: “Martín, todas las
cosas que van de tu mano siempre salen para adelante”. No es cierto, Paulina,
pero se hace lo que se puede.
Jueves, 18 de junio
PRESUMO EN VANO
Siempre me ha
gustado presumir de enemigos, pero la realidad es que tengo más amigos de verdad
que enemigos. Nunca he disputado una herencia, intrigado por un cargo, aspirado
a un premio; nunca me he metido en pleitos; nunca me he divorciado. Mis
enemigos, o los que yo llamo tales, son enemigos de papel. A la mayoría ni los
conozco personalmente; simplemente me guardan rencor por lo que dije de alguno
de sus libros. Muchos pasan de una semana a otra de enemigos a amigos: basta
que publiquen una obra que valga la pena y que yo hable bien de ella.
También están los que se sienten
ofendidos por alguna cosa que dije en mi diario. He publicado, en libro, veinte
tomos; en el periódico, sin que todavía se hayan reunido en volumen, otros tres
más. En total, una diez mil páginas. ¿De cuántas gentes habré hablado en estas
páginas que gozan fama de indiscretas? De algunos miles.
Pero solo dos que eran buenos amigos, o eso creía yo, dejaron de serlo
por alguna alusión en el diario: José Bento y Miguel d’Ors. Y me parece que
también solo dos amigos me dejaron de lado por una reseña: José Luis Morante y
Ricardo Labra. Por cosas que dije en una conversación –suelo ser un polemista algo
punzante-- solo una: el librero José Manuel Valdés. Todos los otros enfados
fueron pasajeros. No me parecen excesivas rupturas irreversibles para medio
siglo de vida literaria sin demasiados miramientos a la hora de decir lo que
uno piensa.
Viernes, 19 de junio
LO QUE ME HABRÍA GUSTADO
SER
Da un poco de
vergüenza decirlo, pero cada día estoy más convencido de que mi mayor
aspiración es ser un robot. Razonarlo todo, hacer siempre lo más razonable, no
condescender con la falacia sentimental,
Durante un tiempo creí ser capaz de
conseguirlo. Escribía poemas, ciertamente, algo que no suelen hacer los robots
(y hacen bien), pero todos mis sentimientos eran fingidos: no me enamoraba,
jugaba a que estaba enamorado. O eso creía yo, porque siempre me daba cuenta
demasiado tarde de que estaba jugando con fuego y terminaba abrasado.
Si yo fuera un robot, el día de mi
cumpleaños no me habría dejado tanta resaca emocional, no me habría quitado el
sueño, no me habría llevado a ese ejercicio inútil de repasar lo vivido y
entrever, con temor y temblor, lo que queda por vivir.
A un robot, que es lo que yo siempre he aspirado a ser, no le habría
afectado especialmente cumplir un año más, sobre todo si todavía no se nota ni
en la salud ni en el entusiasmo con que arremeto contra gigantes que no son más
que molinos de viento. Ni siquiera el que anticipe mi jubilación, el 31 de
agosto, debería ponerme especialmente triste. Es una jubilación más simbólica
que otra cosa, sin apenas repercusión, salvo una disminución en el sueldo que
puedo perfectamente asumir; me libraré de papeleos y burocracia, pero las
actividades que me interesan seguirán a pleno rendimiento.
Comí en familia y luego por la tarde me encontré con la otra familia,
la de la tertulia, que acudió a charlar de literatura y vida desde los más
diversos lugares (la tertulia internacional de los miércoles coincidió
felizmente con mi cumpleaños). Y cuando estábamos hablando de la poesía en el
cine y de frases memorables (la mía: ”Soy pobre, no puedo permitirme el lujo de
no ser inteligente”), sonó el timbre de la puerta y apareció mágicamente una
tarta, como en las películas.
Pero no soy un robot y llevo varias noches mal durmiendo. “Mira toda
esta felicidad, mírala bien”, me repite uno de mis demonios. “ Pronto te lo
irán quitando todo, quizá poquito a poco para que sufras más. O de un manotazo,
que no se sabe qué es peor”.
Un robot no dejaría de disfrutar del presente por temor al futuro. Los
robots no lloran.
Pero yo no soy un robot. Y bien que lo siento.
COLECCIÓN DE MOMENTOS
ResponderEliminarLos bosques de la Alhambra, el primer tren a Roma,
el círculo de tiza de Claudia en el recreo
—ahora ya sé que no escaparé nunca—,
las gafas negras de mi padre,
el cuello de la gabardina alzado
—yo nunca había oído hablar de él—,
los castaños de indias en Montparnasse,
los lirios venenosos de las ciénagas
en la literatura del Romanticismo,
sus ojos tristes como tazas con restos de café,
Andrea y Cristian y sus primeras novias,
esquina de la Calle 33
con la Quinta Avenida, un Starbucks,
labios color jerez entre la Sexta y Broadway,
en el Jardín Botánico de Brooklyn,
Rebeca, hijita, de un momento a otro,
como una emperatriz de la felicidad,
preguntarás el nombre de las flores,
un viaje con abuelos por patios con palmeras
llenos de sombras y melancolía,
qué raro imaginarse a mamá por París
y no en casa muy sola y cada vez más sola
y como temerosa de perder algún tren,
un parque en la ribera del Ródano y María,
la tumba 735,
una leyenda antigua en Plainpalais,
la gata que pasea curiosa entre tus libros
de Anzio y Nettuno, monte Circeo y Terracina,
tantos poemas que buscan encontrar
lo que no sabes que buscas,
_____________________________y nos hablas
de cómo van dejando de quererte
o cómo vas dejando de querer...
Te despierta el sonido del teléfono.
Siento que estos instantes se pierdan para siempre.
ResponderEliminarEmocionante poema, Alejandro.
Gracias, Martín. Con todas mis deudas, por darme el gusto de rebañar el plato casi siempre que invitas a sentarnos en tu mesa. Un buen provecho, un placer, se diga lo que se diga. Salud, maestro de energías. Y que no falten. (De parte de un comensal de tu obra en marcha).
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡Enhorabuena, JLGM! Veo que ha mejorado la altura poética de tus invitados
ResponderEliminarUnamuno sí podrá decir lo mismo hoy, su brillante sarcasmo sigue muy vigente.
ResponderEliminarQuien se vende “barato” (¿venderse caro sí está bien?) no es quien se “ensucia”, como si estuviese impoluto en un principio. Nadie está “tan” limpio, pues el barro del camino salpica un poco la camisa a todos. Quien de verdad se vende (o se corrompe) es quien “termina” de ensuciarse seriamente. Como un cerdo que se tira de cabeza al lodo y se revuelca con una estúpida felicidad, como si el cuchillo no lo estuviera esperando (no haré alusión a cierto refrán célebre, para no amargarle el cumpleaños a nadie, ni hay motivo).
En todo caso Unamuno se refiere a lo que es “preferible”: un trabajador no tan pulcro en apariencia, pero honrado, frente a un cínico y clasista hipócrita de cuello blanco, muy limpito para el afilado cuchillo (o la guillotina...) Y no tanto al valor de venta de las cosas en una sociedad corrupta. Pero la frase sigue funcionando incluso así. Pues entre dos verdaderos cerdos, bañados los dos en inmundicia, siempre hay uno que huele peor que otro (y votamos al menos malo, por cierto). Y en la anécdota del desaseado currante y el político, quien se aparta con asco de la otra persona o "cerdo", es quien de verdad apesta (a aristocrática soberbia, en concreto). Y esa es la ironía que Unamuno quiso señalar con su “afilado” sarcasmo.
Por otro lado, el chascarrillo de la “carne cara” se contesta solo. Pues si la muy corrupta gente “actual” (¿de verdad era más pura la de antes?) compra la “carne de cerdo” a un precio tan inflacionario, es precisamente porque la carne humana no se vende “tan” fácil como puede parecer, y por tanto no está tan disponible. Y, desde luego, no es tan accesible como se subraya sibilinamente a veces, y no como denuncia al remarcarlo, sino como maliciosa publicidad de la deep web: “De perdidos en el barro, al río de la mierda”, es decir: al matadero, simplemente.
Cada uno elige enfangarse o no hacerlo, y esa decisión no tiene marcha atrás (para bien o mal), elija uno lo que elija. Salpicarse, en cambio, viene solo, y eso se compensa procurando no acercarse al barro cuando de veras lo puede evitar uno.
Pero a veces hay que hacerlo, sobre todo para rescatar de él las margaritas que los cerdos no se han zampado todavía. Y la de Unamuno lo merece, en este caso.
Saludos.
Benito, amigo, no seas sarcástico. Es un recurso fácil. Un saludo.
ResponderEliminarHubo gente muy inteligente, y además buenas personas, en el PCE de los setenta, que no se vendían por un plato de lentejas, y que conocían perfectamente la propaganda del régimen de Ceaucescu.
ResponderEliminarRamon Tamames, y en Asturias Gerardo Iglesias, que acabo dando la puntilla y fundando IU.
No están para darnos lecciones
Disculpa que escriba a bote pronto, Martin. Cuando Tamames abandona el PCE, o es expulsado, por discrepar con el fumador de cigarrillos (Santiago Carrillo) y la momia de la Pasionaria, ese partido desaparece.
ResponderEliminarLa Universidad de Göttingen reaccionó con estupor cuando Gustav Otto Franzhopf, estudiante de 17 años, en clases de "Preparación para la Universidad", presentó un estudio sobre los paramecios, descubiertos por Leeuwenhock cien años atrás, donde los trataba como robots electroquímicos, máquinas input-output sujetas a un determinismo mecanicista. Naturalmente, Franzhopf no usaba la palabra robot, aún no inventada, sino que los calificaba de "autómatas electroquímicos". Hubo que dejar en suspenso la publicación del opúsculo hasta que Gustav Otto se hubiese matriculado. A los 22 años Gustav Otto consiguió su doctorado en Ciencias Naturales (Naturwissenschaft) y a los 23 su segundo doctorado, en Medicina. Para entonces ya había extendido su concepción maquinista a los grillos y las libélulas; poco después a los roedores y otros mamíferos menudos. Los escritos de Gustav Otto circulaban en ciclostil y despertaban admiración en sus compañeros, mientras la desaprobación, por no decir la cólera, se extendía entre los profesores, impregnados de las doctrinas espiritualistas y vitalistas de la tradición germánica. Aseguraban que las emociones, la consciencia, el dolor y la alegría nunca podrían estar presentes en un autómata electroquímico.
ResponderEliminarGustav Otto, por contra, sostenía que la consciencia era una propiedad genérica de la materia. Si se atribuía un 100 de consciencia al ser humano, al gato cabría asignarle un 70, al perro un 90 y a un mono antropoide un 98. Un paramecio podría tener una consciencia de 2, una lombriz, de 5. La consciencia se hacía manifiesta en cuanto la organización de la materia alcanzaba cierta complejidad. Incluso en un artilugio meramente mecánico, suficientemente complejo, emergería la consciencia. ¿Cómo podían demostrar los arrogantes profesores que no la tiene una complicada máquina de cálculo? Era un mero prejuicio sin base. La consciencia solo se percibe "desde dentro", lo demás son arriesgadas inferencias.
Señor JLGM: enhorabuena, es usted un robot. Bueno para el cálculo argumentativo. Es usted una organización compleja de la materia, moléculas químicas, interruptores nerviosos y circuitos. Sólo que, en su nivel (no lo lamente) la consciencia es un añadido inevitable.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarDebo felicitarme. Alguien ha cambiado los comentaristas de este blog para bien. Ahora es un placer leerlos.
ResponderEliminarUna puntualización a lo que dijo Basileus...
¿El ser humano un 100 de conciencia? Bueno, el 2 de la ameba tampoco, pero…
¿Por qué cuando un turista culto sale a duras penas de un laberinto de parterres con el GPS en la mano, lo está esperando un ratón fuera, con medio queso ya comido?
Se nos jodió el geocentrismo, el antropocentrismo, el humanismo… Dejamos de ser “cien por cien humanos” y reyes de la creación, para ser “casi animales”, sí, aunque dotados de un… ¿cerebro superior? Pues no, tampoco.
Ni animal racional ni animal puro (o sea: vulgar bestia). Animal a medias, simplemente. O bestia no vulgar, con destellos de heroísmo y de poesía.
Somos tuertos que se piensan cíclopes. Así que nos arrancamos el ojo malo, sin curarlo. Y nos ponemos el sano justo en medio de la frente, para fingir que nuestra visión es plena, cuando no lo es ni lo será nunca tampoco. Ni siquiera poniendo una lentilla al ojo ciego, aunque tampoco nos esforzamos mucho en ello.
Claro que, en tierra (y época) de tuertos, el cíclope mediocre es el rey, y algunos explotan muy bien eso.
En cuanto a las dictaduras (y sin salir mucho del tema), el viejo “come y calla, que tú no sabes lo que es pasar hambre de veras” funciona mejor que un ejército de Goebbles. Sobre todo si hay un sargento voluntario de esa milicia en cada casa.
Y al dictador (Franco, o Ceaucescu o el que sea), lo siguen las gallinas en tropel, sí, pero lo mismo que a un granjero que les tira puñaditos de pienso desde lo alto, para que ellas bajen bien la cabecita y picoteen. Sin osar mirar arriba, no sea que el ojo de basilisco de Polifemo los fulmine.
Y en las democracias (no nos engañemos) funciona exactamente igual, o peor incluso. Los heroicos sans-culottes de la plaza del Sol acaban de abrir un ridículo saquito de alpiste en España con su estrenado cetro, para que no se mueran a la vez todos los pájaros. Qué tiernos…
“Americanos, os recibimos con alegríaaaa….” ¿Seguro que es un 100?
No sé si le comprendo bien. Si el saquito de alpiste que han abierto los sans-culottes impide de verdad que se mueran todos los pájaros a la vez (o uno a uno), en tal caso no es un saquito "ridículo" sino justo y muy necesario. ¿No cree?
EliminarNo, no creo.
Eliminar“Todos a la vez o uno a uno”, dice usted. Pero yo no dije uno a uno, sino todos a la vez, no añada cosas. Uno a uno claro que van a morir, aunque sea de viejos. Y yo dije que el saquito de comida evita que “todos a la vez” mueran… de hambre, no van a morir todos de un susto. De cualquier modo, “todos a la vez” quiere decir de forma masiva, escandalosa (como es obvio) y no que cada uno de ellos caiga fulminado sin excepción, como si los mirase un basilisco. Pues, precisamente, el punto aquí es que por separado (o más bien: por aislado), pueden morir de malnutrición también, y de otros abandonos… Y se busca justo de eso: apartar la miseria real del ojo público, retardándola con vulgares parches para que no se note tanto. Y sí que son ridículos, porque ni llegan a quien deben ni están bien distribuidos, y sé muy bien de lo que hablo.
Y ello en vez de atacar de una buena vez la base del maldito paro estructural en España. Y no aguar más y más la sopa hasta que el único “fideo” visible en ella sea el mismo infeliz que se la está tomando. Y “sí se puede” arreglar eso. Ser el país con más paro da bastante margen de mejora. Y ello en comparación con otros no tan ricos, pero con mucho menor desempleo. Y con un sistema de apoyo social más eficiente ellos, por cierto, y no tan centrado en la limosna (aunque la incluyan).
En todo caso, mantener “vivo” (en realidad: malviviendo) a alguien con alpiste para que no muera hoy, sino pasado mañana, nada tiene de justo ni mucho menos de necesario. En todo caso es una medida hipócrita para guardar las apariencias, cuando se podría hacer más. Mucho más. Y desde luego, algo más sólido. Y ni siquiera han hecho un mínimo esfuerzo valiente quienes sí podrían hacerlo, y no solo hablo de ahora.
En definitiva, no solo de pan vive el hombre, pero de burocracia caritativa mucho menos. Y ese viejo error (en el que también ha caído usted) es el que le costó la vida y el poder a los Ceaucescu, por cierto. Lo que pasa es que el pueblo rumano tiene la mecha de una longitud normal, y la del español rodea holgadamente el ecuador de la esfera terrestre.
Don Bonifacio, creo que se hablaba de consciencia en el sentido sensorial, ya sabe, los cinco sentidos y demás. No de conciencia en sentido moral. En el primer sentido, el hombre puede tener la puntuación que quiera, cien o mil. En el sentido moral está bajo cero.
ResponderEliminarHola Ander, no me leyó usted bien. En todo momento hablé de la consciencia sensorial que dice usted, no entré en temas morales ni tendría sentido en el contexto. Es decir: hablé del ser humano en cuanto a la máquina de percibir que también es. Dije que el ser humano suda para salir de un vulgar parterre (capacidad sensorial, orientación), al contrario que animales supuestamente muy inferiores. Que su racionalidad pura (no su ética) no es tan plena como cree, que es colectivamente manipulable en lo político (tampoco hay moral en eso, solo mala elección de alternativas, como un ratón que elige el camino erróneo). Etc.
ResponderEliminarNo obstante, ya que saca usted el tema, no es tan fácil separar lo moral de lo consciente, en el ser humano sobre todo. Y ello si consideramos, por ejemplo, que el mismo Sócrates decía que no hay que atribuir al “mal” lo que se debe a la ignorancia. Y entre ignorancia e inconsciencia (como entre lucidez y consciencia) hay una línea difusa, pero ahora tampoco voy a entrar en eso.
El problema aquí (y esa sí que era mi idea), es que no nos terminamos de desprender de cierto sesgo antropológico, aunque después de sucesivas renuncias lo hemos reducido a lo estrictamente cerebral ahora. Así que tendemos a proyectar en la consciencia animal los mismos parámetros de la racionalidad humana, emocionalidad y juicio ético aparte. Y cierto es que la razón sí que necesita una consciencia plena (llamémosla “sana”), como base.
Pero la consciencia no tiene que ser siempre estrictamente racional siempre (en el ser humano u otro bicho) aunque sí tienda mucho a eso. O, de lo contrario, no habría tantos accidentes caseros absurdos haciendo cola en las salas de urgencias, ni cometeríamos al día mil diminutos fallos de los que ni siquiera tomamos consciencia plena muchas veces. Todo eso no tiene nada que ver con la moral. Y en realidad puede datarse en multitud de seres vivos, y no solo en nosotros. Y es curioso, porque los inferiores (como el ratoncillo o una mariposa o una hormiga) suelen ir más a lo seguro en su interacción con la realidad y se equivocan menos. Quizá porque su tamaño pequeño los vuelve más vulnerables y sus errores sí les salen caros de verdad.
Por eso, ir de mayor complejidad orgánica a menor a la hora de atribuir un paralelo descenso en grados de consciencia (u orientación, o percepción sensorial hábil) me resulta paradójico. Sobre todo porque, si reducimos la consciencia (incluida la humana) a un mecanicismo químico estricto, y eliminamos incluso el lenguaje de la fórmula (que ya es mucho eliminar), no sé qué criterio hay para deducir que a un pobre paramecio solo le ha tocado un triste “2” sobre 100 en el sorteo, si no tenemos ni pajolera idea de cómo experimenta un paramecio de veras su consciencia, al no poder entrar dentro de ella por mucho que datemos sus impulsos químicos externos, como bien dijo el mismo Basileus.
A mi modo de ver, si nos vamos a poner a atribuirle numeritos a las cosas (y a falta de un criterio más sólido) yo le pondría a todo bicho viviente (lombriz, roedor o gorila) un preventivo 98 en bloque por si acaso… Y un 99 al ser humano, por aquello de que es quien más control tiene sobre todos los demás seres vivos del planeta. Aunque para “rey” (como dije ya) le falta un ojo, así que al 100 no llega en mi opinión.
P.D No creo que en lo moral estemos “bajo cero” tampoco. Simplemente no estamos a nuestra propia altura. Pero demonizarnos, creo yo, sirve de excusa para no esforzarnos en mejorar lo suficiente. Y todavía nos queda mucho camino por delante, eso es verdad, pero no tiremos la toalla.
Saludos.
Dice Bonifacio Álvarez que "mantener “vivo” (en realidad: malviviendo) a alguien con alpiste para que no muera hoy, sino pasado mañana, nada tiene de justo ni mucho menos de necesario. En todo caso es una medida hipócrita para guardar las apariencias, cuando se podría hacer más".
ResponderEliminar"Se podría". Me pregunto cómo deduce, de dónde saca ese "se podría". ¿Cómo sabe que "se podría"? ¿Conoce Bonifacio Álvarez el país en el que vive? Le recuerdo:
- Una de las pocas ex-dictaduras del mundo que se ha negado a ajustar cuentas con las injusticias del largo periodo dictatorial.
- Donde el ex-dictador cuenta con organizaciones que le honran e intentan lavar sus crímenes. Y su sucesor está "por encima de la ley".
- Donde los herederos y familiares del ex-dictador tienen poder suficiente para poner en jaque al Estado y sus gobiernos. Y los viejos torturadores son perdonados o premiados.
- Una semi-teocracia, donde la Iglesia sigue con poderes insólitos en el mundo civilizado, como evadir ciertos impuestos, controlar gran parte de la educación.
- Una ex(?)-dictadura donde se sigue prohibiendo hacer consultas o referenda a colectivos de millones porque "no están autorizadas", y esta prohibición es aclamada por miles de ciudadanos, en manifestaciones y balcones.
- Un Estado donde existe una "policía política" al servicio de los partidos más afines a la vieja dictadura.
Etc, etc, etc.
¿Seguro que "se podría", Bonifacio? ¿O más bien hay que darse con un canto en los dientes porque alguien se ocupó de un poquito y consolador alpiste para los que pasan hambre, y lo logró?