sábado, 25 de abril de 2020

Sin propósito de enmienda: Amarga verdad



Sábado, 18 de abril
UN SECRETO

Aunque sea una actividad llevada a cabo con mucho secreto, casi clandestina, me ha llegado el rumor de que un amigo neoyorquino prepara un número especial de su revista dedicado a mí. Se publicará en junio, cuando cumplo setenta años.
Me siento muy halagado, como es de suponer, aunque sepa de sobra que los homenajes, llenos de elogios convencionales, suelen ser papel mojado y carecen del menor interés para el lector.
Como uno acaba enterándose de todo, y especialmente de lo que no debería enterarse, he oído que uno de los convocados aprovecha la ocasión para ajustar cuentas en diez afilados folios. La noticia, de ser cierta, me llena de alegría. Más que lo que puedan decir mis amigos (si son amigos, nunca se decidirán a sincerarse), me divierte escuchar a mis enemigos mejores.
            Nada tan aburrido como una presentación, convencional ristra de elogios que no se cree el que los formula ni quienes los escuchan, pero sí el presentado que se ruboriza y los niega con la boca chica mientras piensa “sigue, sigue, más, más”.
            Pero la que hizo de mí Andrés Trapiello en la librería Alberti podía haberse grabado y sería uno de los grandes éxitos de YouTube. De los poco más de tres cuartos de hora que duró, dedicó más de cincuenta minutos a arremeter contra mí. Me dejó como un mudo Ecce homo ante la atónita y divertida mirada de todos los asistentes, que pensaban en un numerito previamente ensayado.
            Si su colaboración en el secreto homenaje del que yo no debería tener ninguna noticia, está a la altura de esa performance, seguro que al Cuadernos de Humo de mi amigo Hilario Barrero no le faltarán lectores. Y si el coordinador lograra la colaboración de Antonio Gamoneda, mi pim pam pum favorito, el éxito ya sería apoteósico.



Domingo, 19 de abril
ALGUNAS OBJECIONES

----¿No cree que su inteligencia está sobrevalorada?
            ----Sí, sobre todo por mí.
            ----¿Ha convertido al gobierno (que votó y tanto defendió, por cierto) en chivo expiatorio al que echarle la culpa de todo?
            ----No le echo la culpa de todo, solo de un ochenta o noventa por ciento del desastre actual. El resto se debe a la epidemia. Y no se la echo solo a él, sino al rebaño que le aplaude y trata de justificar incluso las medidas más disparatadas y dañinas.
            ----Para usted parece haber solo dos clases de personas: las que piensan como usted y las que están equivocadas.
            ----Cierto que divido a los españoles en dos categorías (y en ambas hay votantes de izquierda y votantes de derecha): los que se sienten ofendidos cuando el gobierno toma medidas que ofenden a la inteligencia (¿quiere que se las enumere una vez más?) y los que no (ya imaginará por qué).
            ----Critica a los demás desde una posición de privilegio.
            ----Correcto. Soy un privilegiado en estos tristes días. He podido continuar mi doble trabajo (colaboraciones periodísticas, clases universitarias); salgo todos los días mañana y tarde (siempre dentro de la ley, por supuesto) para preservar mi salud, no solo amenazada, como se ha hecho creer a los españoles, por el nuevo virus; guardo siempre la distancia social y no me pongo la mascarilla cuando no es necesario (no es un mágico talismán, un detentebala o una medallita de la Virgen); el temor natural al contagio no ha limitado en lo más mínimo mi capacidad de razonar ni el miedo a Grande Marlaska me ha hecho autocensurarme (¡que me censuren ellos!). Pero soy un privilegiado que lo está pasando muy mal, que no duerme la mayoría de las noches pensando en esos conciudadanos que están en la pobreza o al borde de la pobreza y se amontonan in minúsculos habitáculos insalubres; pensando, sobre todo, en los niños, sacrificados irracionalmente, como en la noche de los tiempos, para propiciar el favor de no se sabe qué ancestrales dioses.



Lunes, 20 de abril
QUÉDATE EN CASA
           
Si quieres vivir libre de todo riesgo, quédate en casa, atranca la puerta, no comas ni bebas (¿quién te garantiza que la comida o la bebida no están contagiadas?) y, sobre todo, no respires, ya que el virus puede flotar en el aire y, aunque lleves mascarilla, entrarte por los ojos. Ten por seguro que, a los pocos minutos (sobre todo si consigues no respirar), ya estarás libre de cualquier contagio para toda la eternidad.



Martes, 21 de abril
CRISIS DE ANSIEDAD

Se me aceleró el corazón, se me nubló la vista, comencé a sudar. Me tendí en la cama, no sabía qué hacer. ¿Llamar a un médico, pedir un taxi para ir a urgencias? La verdad es que nunca he tenido necesidad de llamar a un médico, nunca he tenido que ir a urgencias. Pero estoy a punto de cumplir setenta y alguna vez tiene que ser la primera.
            Afortunadamente, no me había abandonado del todo la lucidez. ¿Cuándo había comenzado a sentirme mal? Muy poco después de mirar en el teléfono las decisiones del consejo de ministros. Lo hice ilusionado. ¡Por fin podrán salir los niños de su arresto domiciliario! Esta mañana, al ir a comprar, me encontré con un padre que llevaba a dos niños pequeños de la mano, los dos muy pálidos, asustados, caminando torpemente. Quizá era la primera vez que salían de casa en mes y medio. Desde una distancia de tres o cuatro metros –yo respeto siempre las normas para evitar contagios, al contrario que policías y soldados, al menos los que patrullan Oviedo--, no me pude contener y exclamé, alto para que me oyeran el padre y la mala gente que acecha en las ventanas: “¡Qué alegría ver niños en la calle! ¡A ver si de una vez respetan sus derechos y los dejan salir!”
            Unos pasos más allá, me dio un vuelco al corazón: un vehículo de la policía nacional –dos agentes sin mascarilla en los asientos delanteros—se acercaba sigiloso, como un tigre al acecho de su presa. ¿Llevaría el padre el justificante de que su mujer trabajaba y no podía dejar a los niños solos en casa? Como no lo llevara, seiscientos euros como mínimo de multa y un mes en que quizá no podría pagar el alquiler.
            Leo en el teléfono las declaraciones de la ministra portavoz y quedo atónito. Sin duda se trata de una fake news. Busco y rebusco en los titulares de todos los diarios y no hay duda: la gran medida para hacer más llevadero el encierro de los niños es que puedan acompañar a sus padres a la compra o al banco, aunque no, por supuesto, cuando saquen a pasear al perro por el parque (¡un niño en un parque sin nadie, los ancianos caerían muertos por centenares!).
            Siempre he sido alérgico a la estupidez. El Consejo de Ministros del reino de España decide que, para “aplanar la curva” (lo he oído en la televisión acompañando al mantra “quédate en casa”), lo mejor no es que los niños paseen al aire libre, sino por estrechos pasillos entre las baldas del supermercado.
            ¿No será mi enfermedad psicosomática? En lugar de llamar a un médico, llamo a un amigo y pongo a Pedro Sánchez y a sus excelentísimos ministros como se merecen. Mano de santo. Los síntomas físicos comienzan a aliviarse. Eran solo una somatización del estupor y el cabreo. Me siento humillado, ofendido, pisoteado, maltratado. Y no por una panda de malhechores, sino por el Gobierno de España.
            Por la tarde, tengo clase. Dudo si anularla. Pero nunca he perdido una clase y no va a ser esta la primera vez. Enciendo el ordenador y me amina ir viendo aparecer, puntuales, las caras de los alumnos. Hablamos de Emilia Pardo Bazán, leemos y comentamos un artículo suyo de 1901, “Como en las cavernas”, y por una hora me olvido del Gobierno de España (¡qué mancha para cualquier persona que se valore a sí misma haber formado parte de este gobierno!) y soy feliz. El artículo termina con una frase que yo aplico, no diré a quién, pero resulta fácil de adivinar: “Execración eterna contra los que lo cometieron y contra quien no lo repruebe desde el fondo del alma con la tremenda severidad que inspira”.
            Y luego, cuando menos lo esperaba, recuperado de mi crisis de angustia, pero no del hundimiento moral (¡en mi país se toman las medidas más absurdas y crueles del mundo democrático!), un amigo me llama con la nueva noticia. ¡El Gobierno de España ha rectificado y permitirá salir a pasear a los menores de catorce años acompañados de un progenitor! 




Miércoles, 22 de abril
UN EXPERTO

Aún me dura la alegría por la liberación, muy limitada, de niños y niñas a partir del domingo (que fuera a partir de hoy, como parece lógico, ya sería demasiado). La medida llega mes y medio tarde, pero por lo menos llega.
Seguro que en el gobierno de España (los que han formado parte de él dentro de no mucho, avergonzados, lo ocultarán en su currículum) hay quien piensa que llega demasiado pronto, como los más descerebrados de mis conocidos y algún “experto” como Antonio Moreno, neumólogo pediátrico del Hospital Vall d’Hebron”, quien tras afirmar en una entrevista que el coronavirus apenas afecta a los niños y de que no hay ninguna prueba de que contagien más que los adultos (“en los próximos meses podremos saber si ocurre o no como con la gripe”), a la pregunta de por qué entonces un confinamiento tan estricto, responde: “Tiene mucho sentido porque, por ejemplo, durante el confinamiento estamos viendo en el hospital muy pocos niños con otro tipo de infecciones respiratorias, como bronquitis, neumonías, asma…”
Uno lee, vuelve a leer, y se frota los ojos. ¿Insinúa que, aunque desaparezca el coronavirus, debemos seguir teniendo a los niños para siempre confinados porque es la mejor manera de acabar con la bronquitis, la neumonía y el asma?
¡Pero en que manos está nuestra salud, Dios Santo! ¿No se le ha ocurrido pensar a este buen doctor que si llegan menos casos a los hospitales es porque se han cerrado la mayoría de las consultas y porque quienes se sienten enfermos, a menos que se estén muriendo, no encuentran quien los atienda? Y luego añade: “Yo creo que a los niños el aislamiento no les pasará mucha factura. Los niños tienen mucha capacidad de adaptación”. ¡Y este hombre es pediatra! ¡Merecía ser ministro del gobierno de España!
Al final, reconoce que los niños han estado mucho tiempo en casa y ahora no están infectados y difícilmente serán infectados. A pesar de eso dice que hay que ser muy prudentes, que se debe evitar que haya mucho contacto con otros adultos u otros niños.
No se preocupe, “experto”, que no lo habrá, salvo con su padre o madre, como en casa. Los españoles, preocupados por su salud, cumplen a rajatabla las medidas sanitarias –al contrario que las fuerzas del orden--; las que algunos se saltan –yo no, no soy tan valiente, pero bien que me gustaría ser capaz de atreverme-- son las arbitrarias, esas que no sirven para contener la enfermedad, sino para demostrar que quien manda manda y para tratar de llenar las depauperadas arcas públicas con multas de seiscientos, mil o más euros a quien se atreva a caminar solo, sin perro ni bolsa de la compra.


Jueves, 23 de abril
UN SUEÑO

Duermo tarde, poco y mal, y casi siempre tengo pesadillas. Pero esta noche no.
            Soñé que los rituales aplausos de las ocho de pronto se convertían en silbidos, pateos y gritos de “basta ya” y “vete, vete” y no duraban unos minutos sino que seguían y seguían. Cuando unos descansaban, otros ocupaban su lugar, así una hora y dos y un día entero hasta que nuevamente volvieron a convertirse en aplausos cuando comenzó a circular la noticia de que el presidente del Gobierno, nuevo Ceaucescu, había abandonado la Moncloa a borde de un helicóptero con rumbo desconocido.




Viernes, 24 de abril
ABISMOS DE LA CONDICIÓN HUMANA

----¿Pero es que no has aprendido nada en esta situación, Martín?, me pregunta un amigo.
            ----He aprendido algo que prefería no saber: que buena parte de mis compatriotas están escasamente dotados para el pensamiento racional, aunque hayan cursado estudios universitarios y conseguido asaltar los cielos del Boletín Oficial del Estado, y que son capaces de sacrificar la salud de los niños con cualquier pretexto, o sin pretexto alguno, aunque sean pediatras, padres o ministros de Sanidad.


sábado, 18 de abril de 2020

Sin propósito de enmienda: El caballo de Calígula



Sábado, 11 de abril
A MAL TIEMPO

“Cuando mi padre no era más que un novillero, toreó en las fiestas de Torrelavega. A mi padre le acompañaba Rafael Molina, Lagartijo, y o no estuvieron muy afortunados los pobres en su faena o no entendieron los mozos torrelaveguenses lo que ellos hicieron con el capote y la muleta. El caso es que, a la salida de la plaza, los jóvenes montañeses, indignados por lo que acababan de ver, decidieron tomarse la justicia por su mano y a la salida de los diestros la emprendieron a pedradas con ellos. Por fortuna, acertó a pasar por allí don Benito Pérez Galdós y se apresuró a protegerlos. Era tanta la veneración que en Santander y toda su provincia tenían por don Benito que bastó que intercediera en favor de los torerillos para que estos fueran dejados en paz y gracia de Dios. Luego, tras charlar un rato con ellos, les pagó la fonda y les dio algún dinero para que pudieran regresar a Madrid, pues la empresa taurina, aprovechando la indignación popular, había decidido no pagarles. Pasaron los años y aquel torerillo apedreado en Torrelavega fue conquistando fama y dinero, gloria y prestigio hasta convertirse en uno de los primeros espadas de su tiempo. Una tarde estaba mi padre sentado en el antiguo Café Inglés de la calle Sevilla cuando acertó a pasar por allí don Benito rodeado de su corte de amigos. Sin duda, se dirigía al teatro para asistir a los ensayos de Doña Perfecta. Mi padre se acercó a saludarle, le recordó su gesto de hace años y le invitó a tomar una copa. Don Benito se disculpó, tenía prisa, pero le sugirió que pasara un día por su casa. Mi padre se apresuró a hacerlo y así nació una amistad sincera, de artista a artista, de torero que hace rugir a las multitudes de entusiasmo a escritor genial. Cuando yo tenía tres años, fui prohijada por don Benito y me llevaron a su casa. Allí era yo poco menos que una reina. Mis caprichos eran leyes, mis deseos órdenes. Aquel hombre, todo bondad y corazón, había puesto en mí un infinito amor de padre. ¡Qué le voy a decir a usted de todo lo que fue para mí aquel hombre extraordinario! Todavía conservo los muñecos que él recortaba y pintaba para colocarlos sobre mi cuna, los dibujos que hacía para entretenerme. Ese es casi todo el caudal que he logrado salvar de Madrid después de unos veinte días encerrada en un sótano lóbrego y húmedo. La casa que don Benito hizo en Madrid para que yo la habitara estaba en la calle Hilarión Eslava, número 7. Allí llegaban las balas de fusil en noviembre del 36. No quiero recordar aquellos veinte días sin luz, sin comida y casi sin agua, bajo el estruendo de las bombas y las granadas. Cuando me decidí a abandonar la casa, no me llevé más que los queridos monigotes que me había hecho don Benito y el manuscrito de Nazarín. Lo consideraba tan mío que por nada de este mundo hubiera renunciado a llevármelo. Todo lo demás allá se quedó entre los escombros de aquella casa querida que tantos buenos recuerdos guarda para mí. El manuscrito de Nazarín quiero regalárselo, como muestra de agradecimiento a México, a su presidente, Lázaro Cárdenas, para que figure en la Biblioteca Nacional”.
            Quien habla es Rafaela González, hija de Rafael González, “Machaquito”, y lo hace en un reportaje que publica la revista Estampa, en su otra vida mexicana, el 9 de abril de 1940. Me lo acaba de enviar mi amigo Abelardo Linares, que tiene allá en sus naves sevillanas la mejor colección de diarios y revistas, españoles y americanos, de la primera mitad del siglo veinte. Yo nada envidio más que ese tesoro prodigioso, esa inagotable cueva de Ali Babá con rincones todavía inexplorados.
¡Qué poco español, en el mal sentido de la palabra (lo hay bueno), era Cernuda! Y qué poco español, también en el mal sentido de la palabra, Galdós, que amaba a los niños, sabía ponerse en el lugar de los demás y no tenía vocación de inquisidor, al contrario que la mayoría de sus compatriotas.
            Leer a Galdós, recordar a Galdós, me consuela ahora que cada día parece peor que el anterior pero mejor que el siguiente.



Domingo, 12 de abril
BUENA CARA

Voy a comprar el periódico, como todas las mañanas desde hace medio siglo, y me encuentro (no solo venden periódicos, también pan y chucherías) con una cola que llena media Avenida de Pumarín. “¡Qué suerte la mía!”, me digo. “¡Tengo por lo menos para media hora! ¡Media hora al aire libre, media hora de sol y salud sin miedo al acoso policial!”
            Esperamos separados tres o cuatro metros, respetando las normas sanitarias, no como los soldados que patrullan calles y parques, siempre muy juntitos, casi codo con codo, de dos en dos o de tres en tres, y sin mascarilla, ni como los policías que andan a la caza de los vehículos en que viajan dos personas en el asiento delantero con ellos dos en el asiento delantero.
Me entretengo observando a mis sufridos conciudadanos, humillados y ofendidos por las autoridades con el pretexto de protegerlos de la pandemia,  y me dan ganas –lo hago con el corazón-- de irlos abrazando uno a uno, incluso a esa joven que lleva un trapo con los colores de la bandera española a modo de mascarilla.
            Un edificio frente a mí --cuántas veces habré pasado frente a él sin fijarme-- lleva en lo alto la fecha de construcción: 1950. Somos de la misma quinta y aquí seguimos los dos contra viento y marea, aguantando lo que nos echen.
            Respiro hondo, dejo que me acaricie el sol mientras la cola avanza lentamente, aunque demasiado rápida para mi gusto. Aspiro una bocanada de salud y felicidad y sonrío recordando la frase de Rafael Azcona: “Como fuera de casa, en ningún sitio”.



Lunes, 13 de abril
LA BICICLETA

Calígula nombró senador a su caballo y el populacho de Roma le aplaudió enfervorizado. Seguro que si hoy el Presidente del Gobierno de España nombrara Ministro de Sanidad, no a su caballo, que no tiene, sino a su bicicleta, la audiencia de las cadenas generalistas saldría a los balcones a aplaudir tan sabia decisión.
            Y bien mirado no estaría tan mal: cierto que, en el control de la epidemia, la bicicleta no sería mucho más eficaz que el ministro, pero por lo menos no tomaría medidas que atentaran gravemente contra la salud de todos, especialmente de los niños.



Martes, 14 de abril
PEQUEÑO TEATRO

(La acción transcurre en un balcón: abajo, una corta calle peatonal; a la izquierda, un parque; a la derecha, el edificio del Milán y la entrada a la plaza de Santullano. Al comienzo de la plaza, tres operarios municipales, muy cerca unos de otros, charlan alegremente mientras colocan adoquines que llevan varios años levantados; en la calle, una baldeadora va y viene rociándola con su agua lustral una y otra vez; en el parque, zumban dos máquinas cortacésped. Un padre charla con su hijo, que aún no ha cumplido los cuatro años.)
NIÑO.- Papá, papá, ¿por qué no puedo bajar al parque a coger dientes de león y a buscar caracoles?
PADRE.- Pregúntaselo al Ministro de Sanidad, hijo mío, yo no sabría qué decirte.
NIÑO.- ¿Me pondré malo si bajo?
PADRE.- No, hijo mío, te pondrás mucho mejor, pero el ministro dice que puedes poner enfermos a los demás.
NIÑO.- ¿A quiénes? ¿Al conductor de la baldeadora?  ¡Pero si no me deja subir a ella! ¿A los que cortan el césped? ¿A los dientes de león? ¿A los caracoles?
PADRE.- (Besando al niño). A ninguno, hijo mío. Pero estas son cosas que tú no puedes entender. Ni tú ni nadie con dos dedos de frente.
            (El padre echa una hojeada a la primera página del periódico que está sobre una silla: “El virus no se ceba con los niños; el encierro, sí”, dice un titular. Y luego, tras indicar las protestas de varios presidentes autonómicos por el encierro de los niños, lee estas líneas increíbles: “El Ministro de Sanidad ha pedido a la Asociación Española de Pediatría que cree un grupo para analizar bajo qué condiciones se podría llegar al desconfinamiento de los niños”)-
            PADRE.- Pobre hijo mío, naciste en un país civilizado y de pronto te encuentras en medio de una pesadilla. Es como si una bruja nos hubiera lanzado una maldición.
            HIJO.- ¿Una bruja muy mala, muy mala, como la que engordaba a Hansel y Gretel para comérselos?
            (El padre besa al niño y lo abraza y no sabe qué responder. ¿Cómo explicarle que al Ministro de Sanidad, después de un mes de clausura de los menores a cal y canto, solo se le ocurre pedir que se cree un grupo “para analizar bajo qué condiciones se podría llegar al desconfinamiento de los niños”?  ¡Pero si no hace falta analizar nada! ¡Basta con que se les permita salir en las mismas condiciones que a los perros! El padre aparta los ojos del niño, para que no vea que a ellos asoma una lágrima, y en la otra esquina de la primera página del periódico lee: “El contagio en hogares, clave de la persistencia del virus”.)
PADRE.- (Tras enviar al niño con su madre, dice para sí). Claro, tanto quédate en casa, quédate en casa, que el virus ha hecho caso y se ha quedado en casa. Ahora el lugar más seguro son las calles, tan limpitas, tan desinfectadas, y el más peligroso cualquier hogar donde no viva solo una persona. Los antiguos chinos tenían la costumbre de formular un deseo en el primer baño de su hijo. Recuerdo un poema con ese título, no sé si de Li Po o de Tu Fu: “Todos desean un hijo inteligente. Qué poca / experiencia la suya! Yo lo prefiero / adulador, estúpido, ignorante… / Así será feliz. Y, si se empeña, / puede que hasta ministro!
(La acción es rigurosamente cierta; los diálogos, solo verosímiles. Desde donde yo estaba podía ver los gestos de mis vecinos, pero no escuchar sus palabras.)


Miércoles, 15 de abril
LO QUE HEMOS PERDIDO

----¿Cómo celebraste ayer el aniversario de la República, Martín?
            ----Pues la verdad es que ni me acordé de ella. Ahora lo urgente es otra cosa: recuperar la democracia.



Jueves, 16 de abril
TODO EL PESO DE LA LEY

Estos días me viene a menudo a la memoria un chiste sin demasiada gracia que se contaba allá por primeros setenta, cuando estaba de moda el libro de Umberto Eco Apocalípticos e integrados: “¿En qué se parecen una lavadora y una televisión? En que la primera te lava la ropa y la segunda te lava el cerebro”.
            Hoy no cabe duda que las técnicas de lavado han avanzado mucho: la ropa blanca queda más blanca que nunca y las cabecitas de mis compatriotas, gracias a los buenos oficios de las cadenas generalistas, públicas o privadas, brillan impolutas sin la más mínima mancha de cualquier pensamiento propio.
            En los años cincuenta, en plena Edad Media, me encontraba yo en la plaza de mi pueblo esperando el momento de entrar en la iglesia para oír misa. De pronto, veo venir a un vecino escoltado por dos guardias civiles.
            ----¿Qué ha hecho?, pregunto.
            -----Estaba en su huerta, trabajando. ¡Un domingo!
            Poco faltó para que la gente que esperaba no le abucheara y aplaudiera a las fuerzas del orden.
            Abril de 2020, otra vez en plena Edad Media, grandes titulares en un periódico: “Interior investiga si Rajoy violó el confinamiento”. Fernando Grande-Marlaska, ministro de Interior, anuncia pomposamente a los medios que su Departamento está investigando si un anciano, que hacía ejercicio por consejo de su médico, ha salido a correr solo por los alrededores de su casa. “Si ese gravísimo hecho se confirma –dicen que afirmó con contundencia el ministro-, caerá sobre el infractor todo el peso de la ley”.
            Sobre los que permitieron que murieran como ratas los ancianos ingresados en residencias, cuando tan fácil hubiera sido evitarlo haciéndoles test a sus cuidadores y apartando a los que dieran positivo, no caerá el peso de ninguna ley. Sobre un anciano que sigue los consejos de su médico sin poner en riesgo su salud ni la de nadie, sí.
            Haber vuelto a la Edad Media, cuando las epidemias se trataban con medidas punitivas, penitenciales y ejemplarizantes, sin ningún valor sanitario, es lo que tiene.



Viernes, 17 de abril
REÍR POR NO LLORAR

“Es preferible morirse con arreglo a las leyes de la medicina que vivir con vilipendio de ellas” (Molière, El médico a palos).
            “Es preferible morirse con arreglo a las leyes del confinamiento que vivir con vilipendio de ellas” (Pedro Sánchez al declarar la vigésimo tercera prórroga del Estado de Alarma e insinuar que no será la última).






           


viernes, 10 de abril de 2020

Sin propósito de enmienda: Yo acuso


Sábado, 4 de abril
UN RETO

“¿No crees que te estás pasando un poco, Martín? ¿Vas a saber tú más que las autoridades sanitarias que asesoran al gobierno?”, me reprocha un amigo.
¿Y tú crees, le replico, que alguna autoridad sanitaria ha recomendado que se abran los establecimientos que venden un producto nocivo para la salud –“fumar mata” se lee en las cajetillas-- y se cierren los que venden libros? No solo no me estoy pasando, sino que me atrevería proponer a los principales asesores científicos del gobierno a que, en un programa de la televisión pública, y en un horario de máxima audiencia, respondieran sí o no a tres simples preguntas.
La primera. Una persona sola que pasea por un bosque solitario, sin encontrarse con nadie, ¿contribuye a la difusión de la pandemia o corre algún riesgo de ser infectado por el virus? Respondan sí o no, señores, no valen subterfugios ni aquello de que “en China funcionó”, recuerden que hablan como expertos, no como tertulianos.
Segunda pregunta. ¿Contribuye más al contagio el que un padre dé todos los días una vuelta con su hijo pequeño de la mano, sin encontrarse con nadie, que el que lo haga llevando al perro y no al niño? Respondan sí o no, por favor, y recuerden que los está viendo media España y también los expertos de otros países, Alemania, por ejemplo.
Y tercera y última pregunta. ¿Hay alguna razón científica por la que mantener abiertos los locales en que se vende tabaco y alcohol –alcohol para beber en casa, no para el más saludable consumo social, por supuesto-- permanezcan abiertos y las librerías cerradas? Sí o no, por favor, dejen los sofismas justificativos para los políticos.
Si la respuesta fuera sí, que nos den las razones científicas, me gustaría escucharlas. Pero si es no, como parece previsible, deberíamos empezar a ponernos en contacto con nuestros abogados para preparar una demanda colectiva contra un gobierno que ha limitado sin causa que lo justifique nuestros derechos constitucionales, y eso sin hablar del grave riesgo para la salud que el encierro durante las veinticuatro horas del día supone para los niños y para la mayoría de los adultos.
Pero tardará en poderse poner esa demanda. Tienen a España en un puño y no abrirán la mano fácilmente. El poder arbitrario y sin cortapisas crea adicción. Aunque la pandemia desaparezca –y desaparecerá o perderá virulencia pronto, según todos los indicios--, siempre quedará el hecho cierto de que puede volver como justificante para mantenernos con la soga al cuello, encerraditos en casa, cloroformizados y aterrorizados por la televisión.


Domingo, 5 de abril
OVIEDO, 1968

Estos días recuerdo a menudo, no sé bien por qué, o lo sé demasiado bien, una anécdota de mi primer año en la Universidad, allá por 1968. Cuando llegamos de Avilés un grupo de novatos, nos encontramos cerrada la puerta del edificio. Alguien dijo: “Estamos en huelga, hay asamblea en Derecho”. Hacía allá nos dirigimos, curiosos y asustados.
No nos atrevimos a acercarnos. Desde la plaza de la Escandalera contemplamos la entrada al Edificio Histórico ante la que había estacionadas varias furgonetas policiales. Éramos cuatro o cinco pardillos, no más.
De pronto, se detuvo un coche a nuestro lado, bajaron varios grises y comenzaron a darnos palos. Fueron los primeros que recibí, tenía 18 años, un acusado sentido de la justicia (lo conservo), y no me lo podía creer.
Pero lo que más me dolió fue que unos transeúntes que pasaban por allí jalearon a los policías y una mujer gritó, casi aplaudiendo: “Eso, eso, que estudien”.


Lunes, 6 de abril
¡NO SOY EL ÚNICO1

“Esto es lo que la pandemia nos demuestra de manera brutal: que la gente es muy capaz de decir no a la libertad. Yo no pensé que, en nuestra época, la gente dijera con tanta facilidad que no a la libertad en nombre de la seguridad. Estas leyes del confinamiento han sido aprobadas por casi el 100 %. Nadie lo pone en duda. Y, como en España, las leyes son muy estrictas, a veces del todo ridículas. No puedes nadar en el mar, aunque la playa esté desierta, no puedes ir sola al monte… Es ridículo. Pero la gente obedece de un día para otro”.
            Leo la entrevista con Geraldine Schwarz hoy en El País y respiro aliviado. ¡No soy el único que opina que varias de las normas del confinamiento aplicadas en España resultan ridículas! Y dañinas además de ridículas, añadiría.
            Lo que no me extraña es que la gente obedezca de un día para otro. Ya se sabe que con una amable sugerencia y una pistola se consigue más que con solo una amable sugerencia.


Martes, 7 de abril
EL CASO DE LOS ANÓNIMOS

Del mismo modo que no como ahora más que comía antes del encierro, tampoco leo más –ya leía todo lo que necesitaba-- ni dedico más tiempo a ver la televisión o escuchar música. Escribo también, como siempre, de nueve a diez o diez y media; solo me ocupa un poco más el trabajo con los alumnos, unos cien, de los que he de corregir y comentar uno por uno sus ejercicios. O sea que si antes, cuando los días tenían veinticuatro horas, me sobraban unas cuantas, se puede uno fácilmente imaginar las que me sobran ahora cuando tienen por lo menos el doble.
            En televisión he dejado, por higiene mental, de ver ningún programa de noticias (antes solo veía El Intermedio). Después de la cena, algún programa de arqueología o divulgación científica y, antes de irme a la cama, una serie amable que no sea, horror de los horrores, una retorcida obra maestra.
            Me he aficionado últimamente a Los  misterios de Murdoch porque es, como Elementary, una enésima variación del mito de Sherlock Holmes, que siempre me ha fascinado.
            Transcurre en la época de Holmes, a finales del XIX, pero no en Londres, sino en Toronto y el protagonista, el detective William Murdoch, no se aburre nunca ni toma cocaína ni toca el violín: es un ciudadano ejemplar y un buen católico que se santigua a menudo. En uno de los capítulos, para rizar el rizo, aparece el mismísimo Arthur Conan Doyle, que ha ido a Canadá a dar una conferencia sobre espiritismo.
            Siempre he querido ser Sherlock Holmes, resolver complicados misterios con el solo ejercicio de la inteligencia. Algo tenemos en común: yo también me aburro mucho cuando no tengo un buen caso entre manos.
            Me acaba de llegar uno. Le puedo poner un título clásico: “El caso de los anónimos”.
            Esta mañana, al abrir el buzón, me encontré con que había un libro y dos cartas. Me alegró como si volvieran de pronto los buenos días perdidos, hacía tiempo que no recibía nada. El libro era de un amigo, Pablo Núñez; una de las cartas, de una poeta gijonesa que me lleva escribiendo una o dos veces por semana desde hace ya por lo menos treinta años (nunca las contesto y ni siquiera las leo, algún día contaré esta historia); la otra carta no tenía remite y dentro solo había un folio con dos líneas impresas: “Si el coronavirus acaba contigo, algo tendremos que agradecer al maldito bicho”.
            Al principio me llevé un susto, quemé de inmediato el papel y me lavé minuciosamente las manos, no fuera a ser que estuviera infectado, como cuando envían ántrax o polonio.
Pronto, más tranquilo, sonreí. ¿No querías aventuras? Pues aquí tienes una: averiguar quién te odia tanto como para desear tu muerte.
            Miré el sobre. Estaba enviando desde Oviedo y la fecha era la misma en la que yo había ido a Correos. Hice cola durante un rato, no tanto como a mí me habría gustado. Separados tres o cuatro metros uno de otros, a mí me tocó empezar cerca de donde estaba la librería Santa Teresa. Desde el otro extremo, casi doblando la esquina, alguien me hizo un gesto de saludo. No le reconocí. ¿Sería la persona que me había enviado la maldición?
            No es el primer anónimo que me mandan, aunque no todos fueran amenazantes. Durante un tiempo –oh tempora, oh more-- recibí anónimas cartas de amor. Las  comenté en la tertulia y apunté mis sospechas. Poco después quien yo sospechaba, contertulia intermitente, me llamó para decirme que no era la autora. Después de afirmarlo una y otra vez, añadió: “Y rómpelas, por favor, que me da mucha vergüenza”.
            Hace años, de un luego bastante conocido escribidor asturiano, llegaron por docenas al apartado postal de la revista Reloj de Arena. Tras leer alguno --contenían amenazas y cochambrosas obscenidades--,  los rompíamos sin abrir porque la dirección venía manuscrita y reconocíamos la letra. Ya con su firma, ese mismo individuo publicó un artículo en Oviedo Diario que comenzaba así: “Sé dónde paras, José Luis García Martín, y te voy a dar de hostias”. Luego comentó que lo había escrito borracho y que en ese papel nadie revisaba lo que se publicaba.
            En fin, que los anónimos no me cogen de nuevas. Tengo además que lidiar casi diariamente con buena parte de los comentaristas de mi blog, inmunes al desprecio que siento, y que manifiesto siempre que puedo, por quienes tiran la piedra y esconden la mano.
            Sospecho que el anónimo del coronavirus es algún poetastro que ha pasado por Óliver y cuyos versos he maltratado, o no les he hecho maldito caso, que suele ser peor. Tiene por lo menos sesenta años: nadie más joven recurriría al correo postal para sus desahogos.
            En seguida se me ocurre media docena de sospechosos, pero de la mayoría no recuerdo ni el nombre. Iré preguntando discretamente a los más veteranos contertulios –Carlos González Espina, Ángel Alonso, Marcos Tramón-- para ver si doy con su santo y seña.



Miércoles, 8 de abril
LOS LADRONES DE CUERPOS

Un buen entretenimiento para estos días en que me sobra cuarto y mitad de cada día: tratar de ponerle nombre al anónimo poetastro.
Pasado el sobresalto inicial, no me queda ningún miedo. Otra cosa me aterra más que esa enfermedad contra la que he tomado todas las precauciones racionales (sin que eso suponga que esté del todo a salvo de ella, por supuesto). Una enfermedad, por cierto, que para el noventa por ciento de las personas no es, ni mucho menos, lo peor que les puede pasar.
            Lo peor es esa otra infección que ha contagiado a buena parte de la sociedad española e incluso a bastantes de mis conocidos, que por fuera siguen siendo los mismos, pero por dentro se han convertido en alguien muy distinto, como en La invasión de los ladrones de cuerpos, la terrorífica película de ciencia ficción que ahora parece haberse hecho realidad.
            Me aterra comprobar en lo que se han transformado personas que apreciaba y admiraba, como las poetas Sandra Sánchez y Ángeles Carbajal. A Geraldine Schwarz la situación actual le recordaba a la de la Alemania nazi: la propaganda insistía una y otra vez en la maldad de los judíos, en que eran una amenaza para el país, así que, cuando se llevaban a una familia judía, sus vecinos, que hasta entonces habían compartido el pan y la sal con ellos, se encogían de hombros y pensaban: “Parecían buena gente, pero sus motivos tendrá el gobierno para mandarlos a un campo de exterminio”.
            Sus motivos tendrá el gobierno para tratar a los niños peor que a los perros, dicen Sandra Sánchez y Ángeles Carbajal, no somos nosotras nadie para pedirle que reconsidere su decisión aunque solo sea por humanidad.
            Más intrigante que “El caso de los anónimos” –detrás no hay más un pobre hombre, probablemente solo capaz de hacerse daño a sí mismo-- es “El caso de la invasión de los ladrones de cuerpos”,  esos seres llegados del espacio que poco a poco van ocupando el cuerpo de las personas que conocíamos.
            A juzgar por mi experiencia, esta otra infección que priva de razonamiento lógico y de humanidad a los seres humanos avanza más rápidamente que la otra pandemia.


Jueves, 9 de abril
LO QUE MÁS ECHO DE MENOS

Por estas fechas, si las cosas no se hubieran torcido, debería andar recorriendo la Alejandría de Cavafis y de la mítica Biblioteca.
Pero no es eso lo que ahora echo de menos. Ni el mercadillo de Union Square, laberinto de olores y sabores, paseado sin prisa antes de entrar en Barnes & Noble; ni los gatos que salían a recibirme cuando, por la Calle Longa Santa Maria Formosa, me dirigía hacia la fotogénica Acqua Alta; ni la primavera de París; ni aquel rincón de Ouchy con la geométrica rosa de Angel Duarte sobre el lago Leman; ni la media luna paseable del Garona, en Burdeos; ni aquel café en Coimbra; ni la Via Marcia, en Perugia, sobre un antiguo acueducto; ni el oasis de las librerías Feltrinelli en Palermo, Nápoles o Roma; ni el Castello Aragonese, en Ischia, con su inesperado gallinero en lo alto; ni el mirador de Santa Luzia, muy cerca de las Portas do Sol, en Alfama; ni el tranquilo cementerio, tetería incluída, en medio del bullicio de Estambul; ni la Plaza Grande y la Plaza Chica de Sibius, en la entrevista Rumanía; ni el Slavia de Praga  y sus ventanales al Moldaba y al Gran Teatro; ni el puente sobre el Maritsa en Plovdiv; ni el cementerio de Plain Palais, en Ginebra; ni aquel islote solitario del Danubio, cerca de Viena…
Ahora, lo que más echo de menos, es poder darme un paseo por el parque de Ferrera en Avilés, tan al alcance de la mano, tan inalcanzable.


Viernes, 10 de abril
SOBRE VIVIR

Ten en cuenta que siempre, no solo ahora, caminas por un campo de minas.

            Lo que te hace bien y no perjudica a nadie beneficia a la humanidad.

            Incluso salir a sacar la basura puede convertirse en un placer.

            No te maltrates más de lo que te maltratan el gobierno y las circunstancias.

            Si no puedes hacer nada por mejorar la situación, al menos no hagas nada que la empeore.

            No olvides que en democracia todo lo que no está expresamente prohibido está permitido.

            Cuando tantos se ofenden porque alguien busque bocanadas de aire libre para sobrevivir, preocúpate tú de tantos que lo pasan peor que tú.

            Recuerda, ahora que tu gobierno lo olvida: no hay medicina que no resulte dañina, e incluso mortal, si nos excedemos en la dosis.

            Ya no hay dioses a los que aplacar ofreciéndoles dolorosos sacrificios como la salud y la felicidad de los niños.

            Cuanto más grave sea la situación, menos te olvides del sentido común.

            Recuerda que los expertos no siempre han dicho lo que dicen que han dicho.

            Y ten en cuenta, por último, que más víctimas que el incendio suele causar el pánico al incendio.






miércoles, 1 de abril de 2020

Sin propósito de enmienda: Madre coraje



Sábado, 28 de marzo
CÓMO LO LLEVAS

Vamos tirando, como decían en mi pueblo. No voy tachando los días que me quedan de encierro, porque no sé a cuánto asciende la condena, me conformo con ir superando sin demasiado daño cada día, o mejor, primero la mañana, y respiro aliviado a la hora de comer (siempre a las dos en punto) y luego la tarde. Tras la cena, cuando me pongo a ver la televisión ,un día más superado, me digo con alivio
            No veo las noticias, para no estar demasiado desinformado ni irme a la cama un poco más deprimido. Tampoco las escucho: me irrita especialmente la mezcla de alarmismo y animosa papilla de autoayuda. Un periódico al día, si se sabe leer (la información en papel, como no podía ser de otra  manera, también está altamente contaminada), me basta para estar al tanto de cómo sigue la situación y recibir una dosis de aire fresco (al salir a comprarlo).
            He dejado incluso de escuchar las noticias de las dos de Radio Nacional. Lo hacía desde los tiempos de Franco y luego con todos los gobiernos de la democracia. Ahora prefiero no hacerlo. Pero sigo fiel a mis ritos. A las dos en punto, con la primera cucharada, comienza el primer movimiento de los String Quartets, de Joseph Haydn.
            Así un día y otro, hasta Dios sabe cuándo. Solo nos puede salvar la economía. Si no hubiera necesidad de relanzarla, para que las democracias occidentales no se mueran de hambre (el resto, qué importa, pueden seguir haciéndolo), seguiríamos encerraditos per secula seculorum. Se acabaron las huelgas, el feminismo, el independentismo y cualquier otra pejiguera. La dictadura perfecta, el ogro filantrópico de Octavio Paz, es la dictadura pseudosanitaria. Papá Estado nos encierra en casa por nuestro bien. China se ha convertido en el ejemplo a seguir: absoluto control social (nunca sabrá nadie el número real de los muertos por la epidemia ni por los brutales métodos utilizados para combatirla) y capitalismo económico.


Domingo, 29 de marzo
ALGUNOS FRAILES MENOS

Releo estos días la tercera y la cuarta serie de los Episodios nacionales galdosianos y de pronto, en el titulado Un faccioso más y algunos frailes menos, me encuentro con uno de esos olvidados momentos de la historia de España que duelen como un puñetazo.
            Son las doce del mediodía del 17 de julio de 1834. Unos pilluelos juegan en la Puerta del Sol, cerca de la fuente de la Mariblanca. A uno de ellos se le ocurre la trastada de echar un poco de tierra en la cuba de un aguador, travesura bastante frecuente. El aguador corre tras el muchacho para darle un par de pescozones, algunos desocupados que vagueaban por allí se suman a la persecución, luego se añade más gente con el instinto gregario habitual. De pronto alguien grita: “¡A por ese, que le mandan los frailes para envenenar el agua!”
            La turba enfurecida mató a puñaladas al muchacho y luego paseó su cadáver por las calles. No satisfechos con ello, por la tarde asaltaron varios conventos asesinando a cuantos frailes se encontraron por delante. Las fuerzas del orden, encabezadas por el capitán general y superintendente de policía, José Martínez de San Martín, llegan al convento de los jesuitas mientras todavía se está asesinando, pero en lugar de reprimir a los criminales recrimina a los frailes que envenenen las fuentes y busca pruebas de ello. Al día siguiente, 18 de julio, vuelve a haber nuevos asaltos. El 19, por fin, el gobierno encabezado por Francisco Martínez de la Rosa, toma cartas en el asunto y destituye a los responsables que no habían podido, o no habían querido, evitar los hechos.
            España practicaba entonces uno de sus deportes favoritos, la guerra civil, y además vivía aterrada por el cólera, una epidemia que había comenzado en Vigo, a donde probablemente la habían traído desde la India barcos ingleses, y que luego, no se sabe cómo, apareció en Andalucía y desde allí se desplazó hasta Madrid con las tropas del general José Ramón Rodil y Campillo, que venía de combatir a los miguelistas portugueses y que se dirigía al norte para luchar contra los carlistas.
En junio de 1834, aparecieron en Madrid los primeros casos de cólera. El gobierno hizo lo que se suele hacer: negar su existencia y de inmediato ponerse a salvo junto con la reina, la regente María Cristina. Todos ellos se trasladaron al segoviano palacio de la Granja el 28 de junio.
            A partir de entonces, a la vez que avanza la epidemia avanzan los carlistas. El pretendiente, Carlos María Isidro de Borbón, entra en España y lanza un manifiesto desde Elizondo. En los barrios populares de Madrid, mueren quinientas personas diarias a partir de mediados de julio.
            La iglesia, unánimemente, apoya a los carlistas y en los sermones dominicales se insiste en que la plaga es un castigo divino. Por eso mata en las ciudades, donde abundan los descreídos y los liberales, y deja sana y salva a la gente del campo “por ser fiel y devota”.
            Este es el contexto en que tuvo lugar la barbarie. Unos se creyeron la patraña de que los frailes envenenaban las fuentes, otros trataron de utilizar la historia colectiva para sus fines políticos: derribar el gobierno que consideraban demasiado moderado.
            Un diario liberal, El Eco del Comercio, al dar la noticia, se limitó a decir que la indignación popular contra los enemigos de la patria había producido “algunas desgracias” y que en los asaltos “se dice haberse descubierto algunas pruebas que daban fundamento a las voces que han corrido en los días anteriores acerca de su plan para el envenenamiento de las aguas. Todo puede creerse de la perversidad de los enemigos de la patria, y siempre hemos previsto que ellos se aprovecharían de los momentos actuales para aumentar el conflicto en que estamos”.
            Buscar culpables de una epidemia y proceder a lincharlos de inmediato es una costumbre que no ha desaparecido con el siglo XIX. En la India, varios extranjeros, entre ellos al menos un español, viven escondidos en un hostal, temerosos de salir a la calle donde pueden ser apaleados en cualquier momento. En España todavía no hemos llegado a esos extremos. Aquí solo se insulta, se escupe, se lanzan huevos contra quienes se atreven a pisar la calle. No es que yo disculpe a esa mala gente, pero alguna justificación tiene: se les ha hecho creer que la solución mágica contra la epidemia es “quedarse en casa”  y, como ellos se quedan en casa y sigue habiendo muertos a centenares, la única explicación que les cabe es que se debe a quienes incumplen –justificada o injustificadamente, no se van a parar en tales minucias-- esa orden.


Lunes, 30 de marzo
HISTORIAS PARA NO DORMIR

“El parlamento aprobó ayer una ley que prolonga el estado de alarma de manera indefinida para luchar contra el coronavirus. El Gobierno sacó la norma adelante con una mayoría de dos tercios, lo cual permitirá al Ejecutivo utilizar poderes extraordinarios y gobernar por decreto sin establecer límites temporales y sin ningún control”.
Leo la noticia aterrorizado, pero sigo leyendo y me tranquilizo: ”Numerosas organizaciones que velan por las libertades civiles han advertido de los graves riesgos que supone esta decisión para la democracia”.
Si numerosas organizaciones han protestado, seguro que no es en España. Aquí no protesta ni Vox. Y efectivamente se trata de Hungría. De momento, no hemos llegado a tanto.
            “Un hombre de 53 años fue detenido la semana pasada. Cuando los agentes le pidieron la documentación y le preguntaron adónde iba, admitió que acudía a casa de su pareja ‘a mantener relaciones sexuales’. El infractor pasó la noche arrestado y ante el juez de guardia aceptó una multa de 720 euros por desobediencia grave”.
¡Desobediencia grave salir a la calle para ir a la casa de su pareja a hacer lo que suelen hacer las parejas! Estas cosas solo pasan en Hungría, me digo. Pero me fijo bien y no ocurrió en Hungría ni en la Edad Media, sino en Telde (Gran Canaria).



Martes, 31 de marzo
EL MEJOR REGALO

Soy la persona más torpe del mundo para cuestiones tecnológicas. Siempre echo mano de algún amigo para que me arregle los problemas con el ordenador de casa. Y en la Universidad teníamos un ejemplar servicio informático que pasaba por el despacho a la menor incidencia. Pero ahora nos han dejado solos. Y yo solo he logrado poner en marcha la aplicación que me permite dar clases cara a cara con los alumnos.
La primera clase, de prueba, fue para mí como un regalo. Al principio yo hablaba y ellos me veían a mí, pero yo no les veía a ellos. “¿Algún problema?”, pregunté. “Es que algunos profesores nos han pedido que no encendamos la cámara”. “Pues yo pido lo contrario”. Y fueron apareciendo sus caras sonrientes: “Hola, Alejandra”, “Hola, Eduardo”, “Hola, María”. Y así hasta cuarenta.
El primer día hablamos de un soneto de Garcilaso, escuchamos la música verbal, tratamos de descubrir sus secretas maravillas.
Decidimos tener clase todos los días, incluidos sábados y domingos. Voluntaria, por supuesto, no vaya a ir alguien a acusarnos a la policía. La nota vendrá dada por los trabajos que se encargan a través del Campus Virtual. Estas charlas diarios no tendrán nada que ver con la burocracia de la enseñanza. Serán solo para el que quiera aprender de verdad. A lo mejor me engaño, pero yo creo que los alumnos –o al menos la mayor parte de ellos-- estaban tan contentos como yo.


Miércoles, 1 de abril
MACHADO Y KIPLING

¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿No habrá alguien que grite: “Menos resignación y más indignación”?
Creíamos vivir en una democracia, pero era solo una ilusión. Menos de veinte días han bastado para que todo se lo llevara la trampa y volviéramos a ver al ejército en las calles garantizando el orden público.
            ¡El orden público! Parece un chiste. ¿En que altera el orden público que una mujer o un hombre solos salgan a la calle sin un perro y sin ir al supermercado, al kiosco o al cajero automático? Insisto en esa estupidez, pero las hay más crueles y dañinas contra la salud pública.
Ayer vi en un diario la fotografía de cuatro personas formando grupo, aunque algo distanciados unos de otros, en plena calle y lejos de su domicilio. No hacían mal a nadie, por supuesto. Guardaban un minuto de silencio por las víctimas de la epidemia. Pero esa excepción no se encuentra en ninguno de los supuestos previstos por la ley. En cualquier momento, podían aparecer con la porra en la mano los militares, los policías nacionales, los policías locales, sancionarles, meterles en el calabozo, llevarles ante un juez que les impondría una fuerte multa, como al buen canario que quería acostarse con su pareja, e incluso mandarles a la cárcel.
            No ocurrió, sin embargo, nada de eso. El pie de foto decía: “Pablo Casado guarda un minuto de silencio por las víctimas del coronavirus, ayer ante la sede del PP en Madrid”. No estaba él solo, pero a los demás ni se les nombra.
¡Cómo se habrían frotado la mano las fuerzas del orden si ese grupo que estaba en la calle hubiera sido, no ya de inmigrantes, sino simplemente de gente común como usted y como yo!
            Antonio Machado, proféticamente, ya habló de estos malos días: “Fue un tiempo de mentira, de infamia. A España toda, / la malherida España, de sumisión vestida, / nos la pusieron triste y temerosa y boba / para que no acertara la mano con la herida”.
            ¡Si al  menos pudiéramos decir, como en el poema de Machado, que “el hoy es malo, pero el mañana es mío”.
            No nos queda esa esperanza: el mañana seguirá siendo suyo.
            “¿Te preguntas, muchacho, por qué ha pasado esto?”, les diremos a nuestros hijos, como en el poema de Kipling, cuando a España –la España democrática por la que tanto luchamos-- no la reconozca ni la madre que la parió.
Y responderemos parafraseando los primeros versos de su famoso poema “If”: “Cuando muchos perdían la cabeza en una situación que requería mantenerla firme, nuestros políticos fueron los primeros en perderla.. Eso es todo”.


Jueves, 2 de abril
LO NUNCA VISTO

Al atravesar el parque para ir a comprar al Carrefour, me encuentro con que dos motoristas recorren una y otra vez los senderos sin nadie como si temieran que algún infractor se ocultara entre la yerba.
            Al volver, ya no están los policías y no me puedo creer lo que veo. Allá al fondo, sobre el césped, hay lo que parecen ser una mujer y un niño pequeño. Me froto los ojos. ¿Una alucinación? No, ahí están: una mujer joven, un niño como de dos o tres años y una pelota.
¡Una madre coraje que se arriesga a sufrir multa y calabozo por el bien de su hijo! Me imagino, tras las ventanas cercanas, ojos inquisitoriales que de inmediato llamarán a las fuerzas del orden.
            ¿Cómo acabaría ese valiente ejercicio de responsabilidad? Por la noche, no pude dormir: me imaginaba a la mujer en el calabozo por protestar ante quienes acudieron, con más rapidez que si se tratara de una amenaza de bomba, a desalojarla. Y los insultos de los vecinos cuando la sacaron de allí. ¿Tendría con quien dejar al niño?




Viernes, 3 de abril
ACOSTUMBRARSE

Estos días me viene mucho a la cabeza una copla popular: “Que todo es acostumbrarse, / cariño le coge el preso / a los hierros de la cárcel”.
            A todo se acostumbra uno, cierto. Pero hay cosas a las que no conviene acostumbrarse. A vivir sin libertad, por ejemplo. A agachar la cabeza cuando nos castigan  y a murmurar contritos: “Ellos sabrán por qué”.
            Pero no lo saben. Pollos sin cabeza, dan palos de ciego.