domingo, 28 de junio de 2015

Nadie lo diría: Hotel Universo


Jueves, 18 de junio
PASEOS DE TINTA Y DE PAPEL

A la entrada de la librería Acqua alta, si no la más bella librería del mundo, como se anuncia, sí la más pintoresca, me entero por un cartel de la desaparición de Pirro, uno de los dos gatos que deambulaban por allí y a los que tantas fotografías he hecho. Y me acuerdo de Trisca, la gata que llegó a la tertulia casi recién nacida, que escuchó tantas discusiones y cuyas cenizas, como si fuera una princesa (y lo era) guarda una urna en el secreto parque Savorgnan.
            Hojeo algunos libros antes de seguir deambulando y en seguida me quedo enredado en páginas manchadas por la humedad: “Un amigo mío, cierta noche, con el gesto que se hace a los niños cuando se les lleva en busca de un juguete escondido, me invitó a acompañarle por algunas callejuelas desconocidas. Las estrellas habían aparecido después de un día de lluvia. Gatos enamorados maullaban sobre los puentes disputándose a la hembra que esperaba acurrucada en el vano de una puerta, La ciudad parecía abandonada, las barcas se mecían solitarias a lo largo de los canales. Tras callejuelas y puentes, llegamos a un ancho canal en el que se entreveían jardines y palacios abandonados. Nos detuvimos a escuchar un murmullo como de colmena: en algún lugar cercano ensayaba una orquesta. Más adelante, un estrecho pórtico con pilastras de ladrillo corroídas por la humedad y, tras él, una placita donde blanqueaban en la sombra las estatuas sobre el portal de la iglesia, Un puente de madera atravesaba el canal. Otra iglesia se alzaba por allí, altísima. La luna se reflejaba en el agua”.
            No sigo leyendo, quiero prolongar el misterio de aquel paseo, tan parecido a tantos otros como he hecho por esta ciudad; por la de agua, mármol y ladrillo y por la otra, no menos verdadera, de tinta y de papel. Compro el libro, de Giovanni Comisso, y y en el claustro de San Francesco della Vigna, tras admirar La Madonna y el niño con santos, de Bellini, continúo leyendo hasta que se hace casi de noche.
            Entre todos los secretos que Venecia guarda, hay uno que está reservado solo para mí. Algún día, en un jardín escondido tras un sottoportego oscuro, daré con él. Pero no tengo ninguna prisa y tampoco me importaría seguir buscándolo toda la vida sin encontrarlo nunca.


Viernes, 19 de junio
OLVIDO Y NADA

El habitual paseo por la rivera del Lido hasta el monasterio de San Nicolò. Allí se guardan las campanas que resonaron un día de 1571 para anunciar la batalla de Lepanto, “la más grande ocasión que vieron los siglos”, y una lápida recuerda el último hecho de armas de la Serenísima: a la entrada del puerto el capitán Alvise Viscovich respondió a las provocaciones de la armada francesa. Me gusta el lema de la inscripción: “Ti con nu, nu con ti”. Ante el antiguo cementerio hebraico, recuerdo que allí se agrupaban los curiosos para ver a Lord Byron descender de su barca cuando venía a cabalgar al Lido.
            A las doce en punto, según costumbre, compro el periódico, La Repubblica, y lo hojeo en la terraza de un pequeño café, frente a la laguna. Me entero de que Michele Obama está también por aquí y que se aloja en en el hotel Molino Stucky, la inmensa fábrica tanto tiempo abandonada cuya silueta, cuando se navega por la Giudecca, más parece una cárcel que otra cosa. Yo, de poder elegir, habría preferido el Excelsior, con su playa privada y su embarcadero en el inmenso jardín.
            Las calles arboladas del Lido huelen a verano antiguo y a felicidad. De vez cuando pasa algún ciclista y eso me hace recordar que el lujo mayor de Venecia no es la ausencia de coches, sino de bicicletas, esos ecológicos tábanos siempre al acecho del paseante ocioso.
            Por la tarde, un chaparrón repentino me lleva a refugiarme en Ca’Fosccanon, actual sede de correros, ocupada por uno de los eventos colaterales que extienden la Biennale por los rincones más imprevistos de la ciudad. Se escuchan poemas de todas las lenguas del mundo. Y allí de pronto, entre musicales galimatías de Corea o de Indonesia, de Azerbaijan o de Uzbekistan, unas palabras familiares: “Al olmo viejo, hendido por el rayo / y en su mitad podrido / con las lluvias de abril y el sol de mayo / algunas hojas verdes le han salido”. Y luego unos versos escritos solo para mí, un soneto de Borges de desengañado y barroco final: “Soy eco, olvido, nada”.


Sábado, 20 de junio
COMO EN TODAS PARTES

Paso la mañana en el Arsenale, convertido en un agotador, exasperante y deslumbrante parque de atracciones. Las inmensas naves, con sus paredes desconchadas, el entramado de las vigas y las claras ventanas, no son lo menos admirable. Cada rincón guarda una sorpresa. Me fascinan los juegos de espejos que multiplican mi imagen, las láminas de agua que reflejan techos y ventanales, y muy especialmente los tesoros escondidos. Vanessa Beecroft, genovesa que vive en Los Ángeles, oculta tras un especie de muro (solo se pueden ver por una rendija), rotas esculturas de mármol, bronce descabezadas, columnas rotas que recuerdan un prodigioso yacimiento arqueológico como los que aparecían en ilustraciones del siglo XIX. Sarah Sze esconde un jardín en una especie de depósito al que es imposible acceder y que solo es visible gracias un espejo colocado en lo alto. Ese jardín secreto, como la gruta de las esculturas, yo lo he recorrido muchas veces en sueños.
            A las seis, en Ca’Foscari, se inaugura "Art night Venezia", la noche blanca en que todos los museos permanecen abiertos y son gratuitos. Bastante antes se forma una larga cola que cubre el puente y obstaculiza el paso por la estrecha calle. Desde la puerta de la librería “Amor del libro”, contemplo aquella aglomeración en la que, cosa extraña, no predominan los turistas. Me imagino que a las seis habrá algún concierto o algún espectáculo digno de verse. Pero no, el rector y no sé qué autoridades dicen cuatro banalidades y los aburridos agradecimientos de costumbres. A continuación se desvela el secreto: toda aquella multitud se había reunido porque regalaban unas camisetas con el logo de esa noche especial, una luna que recuerda una góndola.
            Sí, también la banalidad habita en Venecia, como en todas partes, no siempre la traen los turistas.


Domingo, 21 de junio
REGALOS

Ayer el Arsenale y hoy los Giardini. Los dos no caben en el mismo día. El pabellón de España es al que uno llega más descansado (está junto a la entrada) y casi siempre el que más defrauda.
            Como me gusta llevar la contraria, y ponerme del lado del más débil, siempre visito entre los primeros el pabellón de Venezuela. “Te doy la palabra” se lee escrito en negro sobre una pared pintada de rojo: “La palabra ha definido el devenir histórico de la República Bolivariana de Venezuela. La arenga, el libro impreso, el discurso encendido, la toma de la calle, el mensaje irreverente, el grito emancipado, toda nuestra historia ha transitado sobre sus rieles, y la palabra en sí misma ha sido la razón y el combustible de los grandes cambios sociales que se han operado con la Revolución Bolivariana”.
            El pabellón del Uruguay parece vacío, pero si uno se acerca a las blancas paredes como si fuera miope, encuentra extrañas inscripciones, planos, enigmas. En el pabellón de Austria, por mucho que uno se acerque, no ve nada: la obra de arte es el interior vacío con el único adorno de una pared abierta al verdor de los jardines. En otra instalación, una especie de gran teatro en el que nunca hay más de dos o tres personas que se sientan para descansar un momento, dos actores leen El Capital.
            En la Biennale el arte a veces da la impresión que se ha ido con la música a otra parte. Pero yo, afortunadamente, no estoy aquí para juzgar. Soy más bien, ya lo he dicho, un niño en un parque de atracciones, y no tengo que subirme a todas, hay donde escoger. Por ejemplo, el pabellón japonés y su barca enredada en una telaraña de la que cuelgan llaves que no abren ninguna puerta. Qué ganas de subirse a ella y navegar hacia una de esas islas que no están en ninguna parte.
            Por la tarde, recién liberado del laberinto de los Giardini, visita al “atelier aperto” de Silvano Gosperini y Nicolà Sene, Silvano y Lilli para los amigos, los fundadores del Centro Internazionale della Grafica di Venezia y de la librería Amigos del Libro. Está en el palazzo Minelli, donde se alojó George Sand, tras la ruptura con Musset. Su apartamento se situaba casualmente junto al del doctor Pagello, el médico veneciano que trató a Musset cuando una inoportuna disentería convirtió lo que iba a ser una noche de amor en el Danieli en otra cosa. Desde las ventanas del taller, que dan al canal, nos llega el rumor de las aguas y el canto de los gondoleros. Lilli me cuenta que, hace algún tiempo, tuvieron una librería, cerca de la casa de Goldoni, en la que se vendía toda la literatura anarquista del mundo y que colaboraron con Ruedo Ibérico y con los antifascistas españoles.
            Termina el día en la Sale Apollinee de La Fenice. La soprano Carmela Remigio y el pianista Leone Magiera nos ofrecen un programa “interamente italiano con canzonette, romanze da salotto e liriche vocali da camara”. Los versos son de Metastasio, D’Annuzio y Carducci; la música de Rossini, Tosti, Martucci y Fano.
            El concierto lo organiza el Archivio Musicale Guido Alberto Fano, un compositor de que quien yo no había oído hablar antes. Dirige el Archivio su nieto, Vitale Fano, con quien ayer cené en casa Elías Benavides, muy cerca del campo dei Santi Apostoli.
            Este mes de junio es de celebraciones, que no todos los años cumple uno sesenta y cinco, y no hay día que no reciba algún regalo, pero a veces yo mismo debo reconocer que el azar se pasa un poco. Comenzar el domingo en la Biennale, recorrer una vez más el Gran Canal, perderse por callejuelas y descubrir un Tiziano perdido en una iglesia, visitar un taller de entrañables anarquistas lleno de homenajes a Aldo Manuzio, el mejor editor del mundo, y terminar en La Fenice no es algo a lo que esté acostumbrado. Aunque debo reconocer que a cosas así uno se acostumbra pronto.


Lunes, 22 de junio
ELOGIO DE NAPOLEÓN

Soy un poco provocador, la verdad. Junto a Elías Benavides, Fermín Santos y el gentil Romeo, presento en A Venezia en Amor del libro. Leo un breve texto en italiano, un poema y luego varios aforismos. Escojo precisamente aquellos que más pueden chocar a los venecianos que me escuchan. Sonríen educadamente, incluso aceptan mi elogio del turista. Yo sigo leyendo: “Venecia es obra de siglos, pero la pincelada final la puso Napoleón”. Y entonces, Antonio Simionae, cónsul de España, ya no puede aguantar más: “¡Napoleón fue un bárbaro! ¡Saqueó, destrozó Venecia!”
            Yo me froto las manos, ha llegado la hora de practicar mi deporte favorito: “No niego saqueos ni destrozos, pero la Piazza de San Marco, tal como la conocemos hoy es obra de Napoleón y la Via Garibaldi, tan veneciana, y los jardines públicos, y el Museo de la Accademia y el Ospitale en San Giovanni e Paolo; también el cementerio en San Michele. ¿Sigo? A él se debe el primer alumbrado público y el puerto de la isla de San Giorgio. Y eso que solo estuvo diez días en Venecia”.
            Sin un buen debate, no hay para mí día completo. Relajado y feliz vuelvo por la ya familiar Strada Nova hasta mi alojamiento veneciano, el Hotel Universo, que no es mal nombre para un hotel.


domingo, 21 de junio de 2015

Nadie lo diría: Vivir para contarlo


Sábado, 13 de junio
NADIE MÁS CORTEJADO NI MIMADO

Para cualquier escritor, pasearse por la Feria del Libro de Madrid supone un ejercicio de modestia. ¿Cuántas editoriales están representadas en estas casetas? ¿Trescientas, cuatrocientas?
            Me paso la vida leyendo y a muchas de ellas ni siquiera las había oído nombrar. Es posible que en España se lea poco, pero en compensación se edita mucho. La minoría lectora está bien atendida. Para cada momento del día, para cualquier curiosidad por rara que sea, para el cambiante capricho, tengo aquí la lectura adecuada. Aquí y en las maravillosas librerías de mi ciudad y en la gran librería que es actualmente el mundo, una librería de inagotable escaparate y punto de venta siempre abierto en cualquier ordenador.
            Es posible que hoy, salvo para unos pocos (todos ellos al servicio de los dos o tres grandes grupos editoriales con vocación de monopolio), escribir en España sea llorar, como en tiempos de Larra. Leer, en cambio, sigue un placer promocionado, subvencionado e impune. Nadie más cortejado ni mimado que los lectores, privilegiada especie a la que me honro en pertenecer desde que tenía más o menos tres años.


Domingo, 14 de junio
EL GENEROSO AZAR

Me levanto temprano, como es mi costumbre. A las doce he quedado con una amiga en la plaza de Chueca. Hasta esa hora no tengo nada que hacer. Paseo solo por calles frescas y soleadas. Nunca he vivido en esta ciudad y por eso no tiene para mí el óxido de la costumbre, siempre parece que la acabo de estrenar.
            Cada rincón me recuerda un pasaje de la historia de España o de historia de la literatura. Aquí mataron a Prim; un poco mas allí daba órdenes Azaña para acabar con la sublevación de Sanjurjo sin que le temblara la mano que sostenía un cigarrillo; en esa esquina donde ahora venden iPads Manuel Bueno dejó manco a Valle-Inclán. Y siempre que paso por la Puerta del Sol me viene a la memoria la famosa décima de Fray Luis: “Aquí la envidia y mentira / me tuvieron encerrado…”
            Entro en el mercado de San Antón, antes de llegar al lugar de mi cita. Recuerdo que la última vez que estuve en Madrid, cuando la comida en el Palacio Real, estuve en él con Andrés Trapiello. Ayer publiqué una reseña de su versión del Quijote, tan promocionada por todos los medios (el grupo Planeta sabe hacer las cosas) y sobre todo por el propio autor, que incluso a mí me convenció de las excelencias del libro. Lo llevaba en el teléfono y me fue mostrando diversos pasajes y ponderando los aciertos de su versión.
            Yo comencé a leerla con la mejor voluntad del mundo, pero a las pocas páginas, para decirlo con una expresión de otro tiempo, se me cayó el alma a los pies.
            Trapiello no solo pone en español contemporáneo los pasajes ininteligibles hoy en día, sino cualquier otro que no se ajusta, según él, al español actual. Dice que se pasó catorce años reescribiéndolo. Yo creo que cualquier aplicado becario, sin más ayuda que una buena edición (las de Francisco Rico, por ejemplo), podía haber hecho en unos pocos meses  una versión más respetuosa con Cervantes y con el lector. Estas cosas, por supuesto, las pienso, pero no las digo en la reseña, que intento que sea todo lo amable posible sin mentit a los lectores.
            Cuando paso por la Feria, le enseño el suplemento del diario a Abelardo Linares y él me dice que mis reparos resultan poco convincentes, que está más de acuerdo con Trapiello que conmigo. Eso me tranquiliza. “Además –añade–, a ti no te van a hacer ningún caso, harán más a Vargas Llosa y a El País que a ti y El Comercio”.
             En este mes de mi cumpleaños ando coleccionando regalos y ahora se me ocurre que el no ser un escritor de éxito, el no depender del mercado, es otro regalo más, contra lo que pudiera parecer. Y no es que a mí me moleste el éxito, para que nos vamos a engañar. Pero prefiero no tenerlo a la obligación de ser disciplinado, como ciertos buenos amigos míos, con lo que conviene elogiar y con lo que no.
            El azar sigue mostrándose generoso conmigo. El año pasado me regaló un rey y este más de trescientos alcaldes de un nuevo estilo, el que a mí me gusta. Entre ellos, Manuela Carmena. Y en el último momento, cuando no me lo esperaba, Oviedo se libra, gracias a la generosidad de Podemos, de la condena impuesta por el sectarismo de la Federación Socialista Asturiana.
            Un día feliz el pasado sábado. Hasta Nueva York, representada por su diarista favorito, Hilario Barrero, se acerca a felicitarme. Su llegada a mi hotel coincide con la de un grupo de ciclistas desnudos que protestan contra no sé qué. Hilario les hace fotos y luego me entrega una copia. “Solo en la antigua Grecia podríamos encontrarnos una estampa así, si exceptuamos el pequeño detalle de que Sócrates y sus discípulos no andaban en bicicleta”.


Lunes, 15 de junio
VENTAJAS DE SER INSIGNIFICANTE

Ya ha leído Trapiello mi reseña y no se la toma demasiado a mal. Es suficientemente listo como para saber que en la venta del libro, que es lo que importa, influyen más artículos como el de Fernando Aramburu hoy en El País, tan graciosamente inane, que cualquier razonado análisis de quien ha leído atentamente su versión. Es la ventaja de ser insignificante: uno puede hacer tranquilamente su trabajo, decir la verdad, y no molestar lo más mínimo a los amigos escritores. Cosa que, contra lo que pudiera pensarse, últimamente me preocupa bastante.


Martes, 16 de junio
DOS CHISTES Y UNA PARADOJA

¿La pasión política nos vuelve idiotas? Parece que sí, sobre todo si a la pasión política se añade el miedo a perder no sé qué ancestrales privilegios.
            Resumo la historia para los hipotéticos lectores del futuro, menos obnubilados que mis contemporáneos. Resulta que allá por 2011 un escritor treintañero, parece que en medio de un debate sobre la libertad de expresión, reprodujo unos chistes de dudoso gusto y ofensivos para las víctimas de holocausto y de otros crímenes.
            El sábado pasado ese joven se convierte en concejal del Ayuntamiento de Madrid y para desprestigiarle a él y a lo que representa salen a la luz esos viejos comentarios. Y lo que en 2011 pudieron leer unas docenas o unos cientos de personas ahora periódicos, radios y televisiones lo ponen al alcance de cientos de miles.
            El concejal novato se explica una y otra vez, pide perdón a todos los ofendidos posibles. Pero no hay piedad. La derecha y la izquierda (la derecha de siempre y la antigua izquierda) piden que corra la sangre. Que dimita de sus cargos, que se retire de la vida pública. Y a la vez que lo exigen ofenden reiteradamente a quienes dicen defender. ¿O es que el chiste del cenicero solo es ofensivo si lo copia en su twiter alguien que años después llegaría a ser concejal y no lo es si lo reitera en su periódico, por citar un ejemplo, Antonio Caño?
            Hoy mismo lo vuelve a repetir (páginas 16 y 17 de la edición impresa) en un artículo de Bruno García Gallo y en otro firmado directamente por El País. Este último, un breve suelto, lo recorto y lo fotocopio para mi antología de dislates periodísticos y tambièn para la de paradojas. Se titula "La policía indaga si los tuits de Zapata son delictivos" y comienza glosando ese titular: "La Policía Nacional está analizando los mensajes publicados por Guillermo Zapata, exconcejal de Cultura en el Gobierno municipal de Manuela Carmena, por si constituyeran delito, según informaron a Efe fuentes policiales". Y a continuación reproduce una vez más (ya lo habían hecho en la página anterior, como dije) los dos chistes ofensivos. ¿Y no se pone de inmediato la Policía Nacional a indagar si esos mensajes publicados por El País son delito? ¿O solo ofenden a las víctimas si quien los publica llega a ser concejal de un partido al que hay que desprestigiar por todos los medios, incluidos los legales?
            Españolito de dentro de unos años, así de irracional era el comportamiento de tus paisanos de 2015. A nadie le sorprendía que se intentara acabar con la carrera política de una persona por hacer hace años, cuando no era político, algo que quienes le acusan hacen hoy una y otra vez y con alevosía y publicidad: repetir un ofensivo mal chiste.


Miércoles, 17 de junio
AQUEL  AMANECER

Cortesía de mi amigo Lino, de Italia me llega, vía Amazon, Se Venezia muore. Venecia siempre se está muriendo, pero sospecho que es uno de esos enfermos que gozan de una mala salud de hierro. Salvatore Settis habla de muchas cosas más, y lo hace con erudición e inteligencia, pero insiste sobre todo en dos peligros: el descenso de la población y el exceso de turismo. Venecia parece irse quedando sin venecianos: los algo más de cien mil de 1971 se han reducido a la mitad. ¿Culpa del exceso de turismo? Los excesos siempre son malos, pero los turistas son tan necesarios a Venecia como el agua de sus canales: sin ellos hace tiempo que se habría venido abajo, no habría dinero suficiente para sostener en pie sus palacios y sus iglesias, apenas habría trabajo para nadie, todo el veneciano que pudiera se iría a vivir a terra ferma (y por cierto el municipio de Venecia no pierde población, solo que la mayoría ha dejado de vivir en el centro histórico, como en tantas otras ciudades).
            ¿Qué era Venecia cuando Lord Byron se fue a vivir a ella? ¿Qué era durante su lento declive a lo largo del siglo XVIII? Pues lo que son hoy ciertos países proclives al turismo sexual y a la mano de obra barata. Un inglés de hace doscientos años podía alquilar por muy poco el piano nobile de un palacio y tener tantos criados mal pagados y amantes como quisiera, todos ellos venecianos. ¿Esa es la época dorada que añoran quienes ahora abominan del turismo? Yo tengo la sospecha de que, dejada solo en mano de los venecianos, Venecia habría desaparecido hace tiempo. Es el amor y la fascinación del mundo, el denostado turismo, lo que la mantiene en pie.
            Cierro los ojos y vuelve a deslumbrarme un amanecer veneciano que no se termina nunca.

Me despertó la luz de la mañana,
súbita, inesperada, prodigiosa,
la luz exacta de aquel distante día
en que sonó un fíat lux y nació entera
cuando aún no había ojos que la vieran
y nada más que ver sino ella misma.
En la ventana abierta sonreía,
se bañaba en las aguas del canal,
acariciaba tu cuerpo desnudo,
todavía dormido junto a mí,
y en mis ojos había orgullo y pasmo,
los mismos con que Dios por vez primera
miró su obra y se admiró en ella.


domingo, 14 de junio de 2015

Nadie lo diría: En el poder y en la oposición



Domingo, 7 de junio
LECCIÓN DE MAGIA

Los tejados de La Habana vieja y el niño que en la destartalada terraza amaestra a las palomas. Desde los primeros planos, Conducta, la película de Ernesto Daranas, nos atrapa con la magia del cine de otro tiempo, ese que nos hace soñar y llorar y ver la realidad como no la habíamos visto nunca.
            Lo tiene todo Conducta para seducir: el héroe es un niño heroico y pícaro como Huckleberry Finn; hay una maestra ejemplar que choca con la burocracia; se nos muestra el pequeño mundo de un colegio y La Habana de hoy, desastrada y esperanzada; la crítica política se entremezcla con el melodrama, pero no es una película de buenos y malos… Y sin embargo la sala de cine, en la hora estelar del domingo, estaba medio vacía. Cierto que la película también la podemos descargar gratis en el ordenador, e incluso en el teléfono. ¿Pero es la misma película? No sé yo si la misma comida sabe igual servida en la mesa elegante de un buen restaurante que devorada con prisa y de cualquier manera en una esquina de la calle.
            Nada más salir del cine mando un mensaje a varios amigos aconsejándoles que no se la pierdan. Pero sé que es inútil. Se la perderán. O perderán la ocasión de verla en todo su esplendor: el cine de hoy tiene la mala costumbre de pasar una sola vez en la vida por la pantalla grande.
            Yo no creo que olvide fácilmente la historia de Chala, el niño condenado a la delincuencia, ni la de Carmela, su maestra, que se empeña en librarle de esa condena. Luego, antes de dormirme, leo a Leonardo Padura para seguir paseando por La Habana vieja.

            
Lunes, 8 de junio
LOS BUENOS DÍAS PERDIDOS

“¿Recuerdas aquel tiempo en que no existían los teléfonos móviles y los profesores universitarios teníamos tres meses de vacaciones?”, me pregunta un amigo con el que me cruzo mientras atravieso apresurado la ciudad para no llegar tarde al tribunal de Trabajos Fin de Grado del que formo parte.
            Lo recuerdo, lo recuerdo, pero me parece ya tan remoto “como el paso de Aníbal por los Alpes”, para decirlo citando una vez más a Borges.


Martes, 9 de junio
ENFADOS DE MAL PERDEDOR

Por un voto no pasa a la final el candidato que yo apoyaba en el premio Princesa de Asturias. Marcho del Reconquista agotado, como si la reunión, que empezó a las doce de la mañana, hubiera durado semanas enteras. También malhumorado, como si se tratara de un fracaso personal o si hubiera perdido mi equipo favorito.
            Antes de recuperar mis costumbres tomando un café en Vetusta, paso por la librería Ojanguren y me hago con La inmensa soledad, de Frédéric Pajak, un libro que estaba deseando leer porque sus protagonistas son Nietzsche y Pavese y la ciudad de Turín, en la que uno se volvió loco, el otro se suicidó y en la que Pajak, como yo, se sintió huérfano y solo.
            La infinita soledad: dibujos en tinta china de una ciudad que de pronto se convierte en cualquier ciudad, versos y fragmentos de desolada lucidez, vidas que se entrecruzan sin haberse cruzado nunca. Y de pronto, al atravesar el túnel de San Gotardo, Nietzsche que se pone a cantar, con extraña melodía, un poema dedicado a Venecia: “Apoyando mis brazos en el puente, / estaba solo en la noche oscura, / cuando vino hacia mí un cantar lejano: / gotas de oro caían / del cielo sobre el agua / y en la ebriedad de la noche / flotaban luces, músicas y góndolas…”
            Había decidido no ir a cenar con el resto del jurado, tal como estaba acordado. Prefería darles plantón y quedarme solo. Pero de pronto me di cuenta de lo ridículo de mi actitud. Pase que uno sea un mal perdedor y que tenga algo de niño malcriado, pero conviene disimularlo.
             En casa Gervasio no tarda en desaparecer mi mal humor. Xuan Bello nos contó, como solo él sabe hacerlo, mil y una anécdotas del local: “Aquí durante la Revolución del 34 se reunió el soviet de la Argañosa, de aquí partió con sus compañeros Aida la Fuente, que solo tenía quince años, para morir luchando en San Pedro de los Arcos”. Nos lo contó todo con precisos detalles, con los detalles exactos que a mí tanto me gustan. Se había documentado bien para un libro que, según nos dijo, le encargaron hace algún tiempor sobre la Revolución del 34, aunque finalmente no llegó a escribirlo. (Mientras Xuan habla, me entero, consultando en el teléfono la página web de la sidrería, que esta no se abrió hasta 1935, pero no digo nada para no estropear la magia del relato.)


Miércoles, 10 de junio
VETOS Y OTRAS TONTERÍAS

Me temo que los escritores somos todos iguales. Hojeo los diarios asturianos para ver la información sobre el premio Princesa de Asturias, que se acaba de conceder a Leonardo Padura (mi favorito una vez descartado Mayorga) y en uno de ellos, en el que yo colaboré durante muchos años y hasta hace poco, veo que han recortado cuidadosamente la foto del jurado para dejarme fuera. Se lo muestro divertido a Rosa Navarro Durán. “El que te tachen significa que no te ignoran”, dice ella y eso halaga mi vanidad.
            Espero no acabar como José María Álvarez que, en su reciente libro de conversaciones con Alfredo Rodríguez, presume de ser un poeta ninguneado por la España oficial porque, hace no sé cuántos años, en no sé qué periódico, hablaron de los nueve novísimos y se olvidaron de su nombre y otra, en el catálogo de una colección de poesía no mencionaron un libro suyo.   


Jueves, 11 de junio
UN MAL ABOGADO

“Te veo cada vez más institucional, amigo Martín”, me dice un amigo. “Es posible, muy institucional y nada gubernamental. En el poder y en la oposición tituló uno de sus libros Azaña. Yo nunca me he metido en política, como aconsejaba aquel general, pero siempre he simpatizado con unos o con otros, unas veces con los que estaban en el poder y otras con los que estaban en la oposición. Mis simpatías ahora las comparten el Jefe del Estado y los partidos emergentes. Sospecho que no soy demasiado original”. “O sea que te has vuelto monárquico”. “No exactamente”. “Ya, no eres monárquico, pero eres felipista, como otros antes eran juancarlistas. La cuestión es estar con el que manda”.
            Con el anterior rey no estuve nunca, ni cuando todos le elogiaban ni cuando se atrevieron a arrojarle la primera piedra. Pero comprendo a los que durante tanto tiempo se creyeron la historia del gran estadista. Nos mintieron, eso es todo. Y en esa mentira estuvieron implicados los políticos de la transición y los periodistas que predicaban la transparencia. Por eso a mí me gusta repetir que en la España que viene no tienen sitio los políticos que fueron algo durante el juancarlismo, todos cómplices por acción u omisión. Como carezco del don de la diplomacia y del sentido de la oportunidad, esto se lo dije también, en una de las comidas de los premios, a José Luis García Delgado, secretario del jurado. Él no estaba de acuerdo: “Durante el reinado de Juan Carlos hubo muchas cosas buenas, no se puede tirar todo a la basura, él mismo fue un gran Jefe del Estado, aunque finalmente no se mostrara ejemplar, pero la vida privada no tiene que ver con la pública”. “Bueno, eso habría habido que recordarlo cuando se lapidó a Jordi Pujol a propósito de una herencia andorrana…”
            Y seguí por ese camino irritando cada vez más a mi interlocutor. Lo que tenía que haber dicho es que, claro que hubo cosas salvables en aquel tiempo, empezando por la revista Cuadernos del Norte, en la que él tuvo casi tanto que ver como Juan Cueto, y por la Universidad Menéndez Pelayo, de la que fue rector en su mejor momento.
            Yo soy especialista en tirar piedras contra mi propio tejado. Se me ocurrió que este año, para visualizar que no solo los premios cambian de nombre, sino que también comienza una nueva etapa de la historia de España, deberían dar un giro, dejar de concederse a muy ilustres nombres extranjeros posibles premios Nobel. Mejor un escritor español, representante de un género que parecía cada vez más marginal y marginado, pero que ha recuperado sus bríos y que hoy está más vivo que nunca: el teatro. Y nadie mejor que Juan Mayorga para representarlo. Antes de las reuniones del jurado, hablé con unos y con otros y bastantes se mostraron conformes. Sabía de sobra que, durante las deliberaciones, si yo no lo defendía, podía ganar o no ganar, pero que si lo defendía seguro que no ganaba. Y no pude callar y dije lo que pensaba sobre la situación española, sobre el combate entre la vieja y la nueva política. Y lo que conseguí fue poner en guardia a algunos miembros del jurado y que, por un voto, Mayorga quedara descolgado de las votaciones decisivas. Alguno debió pensar que era el candidato de Ciudadanos o, peor aún, de Podemos. Con mi defensa conseguí exactamente lo contrario de lo que pretendía. Quizá podría haber sido un fiscal, pero como abogado defensor no tengo nada que hacer.


Viernes, 12 de junio
AÚN NO ME HE ACOSTUMBRADO

Uno nunca se cansa de ser admirado, pero qué pronto de admirar.
            No es cierto que yo sea de esas personas que siempre quieren tener razón. Nada me gusta más que rectificar, pero los demás se empeñan en no darme motivos para ello.
            Procuro no encariñarte demasiado con nadie, ni siquiera conmigo mismo: también acabaré abandonándome.
            Qué bien se vive en las ciudades donde uno no vive.
            Era tan desconfiado que cuando se enamoraban de él siempre pensaba que le confundían con otra persona.
            El perfecto vanidoso no necesita los elogios de nadie. Le basta con los suyos propios.
            No comprendo como hay gente que puede vivir sola. Yo llevo haciéndolo durante casi medio siglo y aún no me he acostumbrado.


domingo, 7 de junio de 2015

Nadie lo diría: Sombras y asombros


Lunes, 1 de junio
CUMPLIR AÑOS

Tengo la suerte de que cumplir años sea todavía para mí una fiesta. Una fiesta que no celebro un día, sino todo un mes, el más hermoso del año. Hay un libro de Pablo García Baena titulado Junio que lleva al frente una cita de Gabriel Miró: “Es la felicidad la que tiene su olor, olor de mes de junio”. Estoy de acuerdo.
            El año pasado los regalos comenzaron con la abdicación de un rey que se había convertido en símbolo de la España peor; esta año con el intento de limpieza general en los Ayuntamientos.
            No solo cumplo años yo este mes, sino también uno de mis más queridos amigos, Fernando Pessoa. Para recordármelo me llega hoy el libro Pessoa y España, de Antonio Sáez Delgado, erudito y minucioso, pero no tanto que no se le escape una de las escasas menciones críticas que se publicaron en España en vida del poeta. Aparece en el Almanaque literario 1935, Osorio de Oliveira se refiere a las nuevas publicaciones de la generación modernista portuguesa, agrupada en torno a la revista Presença, de Coimbra, y luego añade: “El maestro de aquella generación, Fernando Pessoa, ha reunido ahora, por vez primera, parte de sus versos en un libro titulado Mensagem. Este libro contiene solo los versos de inspiración nacionalista, versos admirables, pero que hacen pensar en la obra de sentido universal que pueden constituir, recogidos en volumen, los demás poemas de Fernando Pessoa”. ¿Cuántos lectores españoles se fijarían entonces en ese nombre?


Martes, 2 de junio
POR FIN

Presento Rosa rosae, la novela de Víctor Botas que tantos quebraderos le dio, con la sensación de que por fin se ha roto un maleficio. Fui leyéndola capítulo a capítulo mientras se escribía. “Este Cayo Dannatus, que al principio era tan buen chico, se me está convirtiendo en un hijo de puta”, me decía Botas. Para solucionarlo se le ocurrió la idea de que las memorias de aquel contemporáneo de Augusto y de Tiberio hubieran sido dictadas en dos momentos de su vida: cuando aún tenía esperanza de hacer carrera política y se esforzaba en presentarse como un romano ejemplar, y cuando, fracasado y desengañado, no debía disimular ante sí mismo ni ante nadie.
            La novela se comenzó en 1983, y se escribió casi toda ella ese año, pero no se terminó hasta 1985. ¿La razón? A finales de 1983, llegaron los protagonistas del poema “Cástor y Pólux” y desapareció la tranquilidad: “¿Habráse visto jeta semejante, / peor educación: venir así, sin previo / aviso, sin ni siquiera el clásico ¿podríamos  / pasar? Nada / de nada: cogen, / se te plantan en casa, en plena / noche (a pares / para mayor escarnio), y ya está: se acabó / la paz. / Berrean, mil veces / se te cagan, rompen / las porcelanas, te / adjudican un mote (valiente / urbanidad la de estos mamarrachos / repelentes, monstruos): papi, papón, papilla, / papitita, pataco. / Y tú / enfebrecido, muerto / de sueño, con dolores / de espalda, demacrado, / terminas /–¡oh eterno masoquista!-- / tan jodido / y feliz / como furcia de hotel en noche de congreso”.
            A mi lado en la librería Cervantes, está uno de esos inesperados intrusos que interrumpieron la tranquilidad del poeta. Otro Víctor Botas, artista gráfico, que ilustrará cada ejemplar de la novela de su padre que se adquiera con un dibujo original e inédito.
            Cuando los desvelos paternales de Víctor Botas le permitieron concluir Rosa rosae, era consciente de que había escrito una obra maestras y los contertulios de aquel Óliver de hace treinta años, los primeros en leerla, también. No quería que pasara sin pena ni gloria, como Mis turbaciones, la primera incursión en la narrativa, y gracias a Paulina Cervero, su mujer, con quien tanto quería y de quien tanto dependía, logró que la aceptara la mejor agente del momento, Carmen Balcells. Recuerdo bien lo contento que se sentía cuando nos dio la noticia. Ya se veía un nuevo autor de éxito, un García Márquez como poco.
            Pero aquella suerte fue la peor desdicha para la novela. Carmen Balcells se mostraba tan exigente que ningún editor se atrevía con aquella novela de un poeta. Al fin, tras varios intentos frustrados, aparecería en una nueva editorial zaragozana junto a una obra inédita de Cortázar. Pero los socios de aquella editorial (políticos y creo recordar que Ibercaja) entraron de inmediato en conflicto y sus activos quedaron inmovilizados por orden judicial.
            Si viviera Víctor Botas, dentro de unos meses, el 24 de agosto, cumpliría setenta años. Se sentiría feliz, pero no habría sido capaz de sentarse en la mesa durante la presentación: su timidez se lo impediría. Mientras dialogo con el público, me lo imagino escuchando escondido al fondo, disimulando con un libro en las manos. Por un momento, al terminar, siento el deseo de buscarle y preguntarle qué le ha parecido, como tantas otras veces en que yo hablaba de él o presentaba algún libro suyo y él se disimulaba entre el público. No le veo, quizá se ha marchado antes de terminar para evitar los saludos, pero le adivino contento y feliz. “¡Por fin se ha hecho justicia con mi novela! Ahora solo me queda esperar que esos ladrones del gobierno no se lleven todo lo que voy a ganar con sus impuestos”, diría o dice, ya no sé bien.


Miércoles, 3 de junio
CUESTIÓN DE ACENTO

Ayer presentaba la novela de un buen amigo, hoy el libro de poemas de Ángeles Carbajal, una mujer sabia que a la vez que escribe versos gusta de cuidar de su huerta y cultivar su jardín. Vive sola en un destartalado e inmenso caserón y tiene toda la tranquilidad y la paciencia que a mí me faltan (y que no echo de menos, para qué nos vamos a engañar). “Cámara de maravilles” titula uno de sus poemas. Maravillas simples y cotidianas en un mundo desaparecido para siempre: “Les tierres de maíz. / La vida secreta del regatu / ente sombres y helechos. / El mundu vistu dende lo alto / d’un remolque yerba…”   
            Escucho admirado, pero no puedo olvidar al crítico que soy, y el último verso no me suena bien: “nuna tarde eterna de primavera”. En el coloquio, leo yo el poema y la música del verso me lleva, sin darme cuenta, a un pequeño cambio: “nuna tarde de eterna primavera”. Siguen siendo once sílabas, pero solo ahora es un endecasílabo con los acentos en su sitio.
            “Suena mejor –me dice Ángeles–, pero no me vale. No dice lo que yo quería decir. La eterna era la tarde, no la primavera”. No estoy yo tan seguro: en poesía, lo que no está bien dicho nunca es lo que uno quiere decir, aunque lo parezca.


Jueves, 4 de junio
UNA CHARLA EN LOS PORCHES

Pasa Iñaki Uriarte por la mesa redonda de los Porches, mi rincón habitual de media mañana desde 1982 (aunque entonces no era redonda), y yo disfruto con su charla sosegada que tanto contrasta con mi vehemencia habitual.
            El éxito de sus diarios, que tanto fastidia a algún otro diarista, no se le ha subido a la cabeza. Me pregunta por la situación política. "España cambia de piel", le digo. No comparte mi optimismo. Es más de ver los mismos perros con distintos collares.
             "Así que ahora votas a Podemos...", "En las municipales los voté; en las generales ya veremos. No me gusta su comportamiento en Andalucía. Hay que dejar gobernar o formar una mayoría alternativa, no hacer como el perro del hortelano", "O sea que todavía puedes volver con los socialistas en las generales", "Si no cambian en un asunto para mí fundamental, no. Yo también tengo mis líneas rojas", "¿Y cuál es ese asunto, si puede saberse?", "Permitir que los catalanes digan si desean o no seguir formando parte del Estado español", "Pero eso es inconstitucional". "Sí, tan inconstitucional como juzgar al Jefe del Estado si delinque en su vida privada, cobrando, por ejemplo, comisiones ilegales o utilizando su influencia para hacer negocios", "Ni siquiera se le puede investigar", "Eso es lo que nos han hecho creer, ya veremos si se puede o no se puede con otra correlación de fuerzas en el Parlamento y sin tocar una coma del texto constitucional", "Pero la independencia de Cataluña sí está claro que no es posible, la soberanía reside en el conjunto del pueblo español", "Completamente de acuerdo. Pero una cosa es declarar la independencia y otra distinta una consulta sobre si desean o no la independencia. Esa consulta, para ser legal, solo necesita la autorización del gobierno. Lo que venga a continuación dependerá del resultado. Si una mayoría está a favor, los pasos siguientes irán encaminados a la reforma del texto constitucional (algo perfectamente constitucional), y si no está a favor, pues se acabó el problema por una larga temporada". "Tú lo ves muy fácil. Un proceso semejante desencadenaría pulsiones violentas. No todo el mundo es tan racional como tú", "Lo sé de sobra; también hay gente tan poco racional como Félix de Azúa", "Creo que representa mejor que tú el sentir común de los españolitos de a pie", "Yo tengo mejor opinión de mis paisanos. Y también mejor opinión de mis país, España, que esos patriotas que creen que formar parte del Estado español es una condena que debe hacerse cumplir por la fuerza, incluso contra la voluntad mayoritaria de los ciudadanos, y no un honor". "Muy patriota te veo", "La verdad es que yo me considero un nacionalista español y precisamente por eso respeto a todos los nacionalismos como quiero que se respete el mío".


Viernes, 6 de junio
AZÚA, NISMAN Y LA PERDIZ

Mi amigo argentino Pablo Anadón, acérrimo adversario de los Kirchner no tiene ninguna duda de que la muerte del  fiscal Alberto Nisman fue un crimen de Estado. Cada día aparece una nueva noticia que se lo confirma: los policías habrían limpiado la sangre del arma utilizada “con papel higiénico”; según el informe preliminar de los peritos; tras la muerte del fiscal, se habría entrado hasta sesenta veces en su ordenador. O sea, que los presuntos asesinos eran tan torpes que dejaron la pistola llena de huellas (no utilizaban guantes) y tuvieron que sobornar a algunos policías para que las limpiaran; y luego, al parecer, se entretuvieron consultando en el ordenador del muerto las páginas de los diarios La Nación y Clarín y consultando el correo. A esos impacientes o aburridos asesinos solo les faltó entrar en Facebook.
            Me temo que a mi amigo Pablo Anadón, tan admirable poeta,  la pasión política le ha convertido en un Félix de Azúa.
            Me aterra pensar que yo pueda acabar de la misma manera. De momento, parece que no. Mi hipótesis inicial de que lo que parecía un suicidio era, en realidad, un suicidio sigue sin ser invalidada, por mucho que se intente, como en los atentados de Atocha, marear la perdiz.