sábado, 27 de enero de 2018

Acción de gracias. Reflexiones de un alienígena



Sábado, 20 de enero
POR QUÉ NO HABLO DE POLÍTICA

Hace cuarenta años fui a votar por primera vez con toda la ilusión del mundo; desde entonces, con mayor o menor entusiasmo, no he dejado jamás de hacerlo. Pero si mañana hubiera elecciones no sabría a quién votar.
            Me avergüenzan todos los partidos españoles, y muy especialmente los más afines a mí, los de la izquierda.
            No voy a decir por qué. Pero voy a contar una historia. Durante el reinado de su católica majestad, Isabel II, la esclavitud seguía siendo un gran negocio. El comercio de esclavos estaba prohibido, y barcos ingleses vigilaban el territorio de Fernando Poo para evitar que partieran cargamentos de tan lucrativa mercancía. Pero los cristianísimos súbditos de la corona española seguían haciendo de la suyas. La propia corona daba ejemplo y buena parte de la inmensa riqueza de la madre de la reina, la ex regente María Cristina, de ahí procedía.
            ¡Y pobres de los abolicionistas! Iban contra el más sagrado de los derechos, el de la propiedad. La esclavitud estaba reconocida por todas las leyes, tratar de acabar con ella era subvertir el orden público. Ahí estaban los jueces –el Tribunal Supremo como máxima autoridad– para defender el derecho de los propietarios. “La ley es la ley”, decían entonces los buenos españoles cuando se metía en la cárcel a quienes ayudaban a un esclavo huido.
            Yo estoy orgulloso de Blanco White, de Carolina Coronado, de Emilio Castelar y de los otros políticos republicanos que se opusieron a leyes injustas; estoy avergonzado del resto de los españoles de entonces, comenzando por la reina, siguiendo por los obispos, los políticos liberales o moderados, los buenos padres de familias, las señoras de misa diaria.
            ¿De quién podría sentirme orgulloso hoy? No de los patriotas de la banderita en los balcones ni de los del tricornio y tente tieso, por supuesto, pero tampoco de quienes más me han decepcionado en menos tiempo, Pedro Sánchez o Pablo Iglesias, pactistas, componedores, temerosos de que declarar claramente que están a favor de la abolición de la esclavitud (del primero no estoy tan seguro de que lo esté) les haga perder votos.
            Esa es la razón de que no hable de política. Me siento un extraterrestre en una España de la que, hasta hace bien poco, me sentía orgulloso. Hoy, leyendo los titulares de los periódicos nacionales, escuchando las declaraciones de sus líderes presuntamente de izquierda, siendo vergüenza. ¿Seré el único? No me puedo creer que el miedo a dar libertad a los esclavos (o a dejar decidir libremente a siete millones de ciudadanos su destino político) haya hecho perder por completo la dignidad a mis compatriotas.
            No me lo puedo creer, pero temo que me lo hagan creer a golpe y porrazo. Por eso no hablo de política.


Domingo, 21 de enero
NUESTRO TOM HANKS

Si en España algún día se rueda una película como Los archivos del Pentágono sobre el actual conflicto político, de algo estoy seguro: el protagonista, no será el director de El País ni mucho menos Juan Luis Cebrián.
            Al maravilloso Tom Hanks le veo más bien interpretando al sufrido, paciente y sabio Oriol Junqueras.


Lunes, 22 de enero
POR QUÉ NO ME DEDICO A MIS VERSOS

Con qué poco se conforma la literatura cuando es solo literatura.
            Un libro o es algo más que un libro o no es nada.
            Un poeta al que solo le interesa la poesía no es un poeta que pueda escribir algo que merezca la pena.


Martes, 23 de enero
ALGO HUELE A PODRIDO

Cada vez estoy más convencido de que soy un ser de otro planeta. Tengo dudas de mi españolidad. Solo así se explica que resulte inmune al virus que parece haber entontecido a mis compatriotas, sea cual sea su nivel cultural.
            La última doctrina del Tribunal Supremo, según leo hoy en la portada de los periódicos, me deja estupefacto. ¿Sentará jurisprudencia? En ese caso, pondrá patas arriba todo el sistema judicial. La noticia es la siguiente: el fiscal pide se reactive la orden de arresto contra un presunto delincuente huido de la justicia; el juez encargado del caso dice que de ninguna manera, que eso es lo que quiere el presunto delincuente y que él no está para darle ese gusto.
            Me froto los ojos, vuelvo a leer la noticia. O sea que, a partir de ahora, si un delincuente comete un delito y al juez le da por pensar que lo que en realidad quiere es ser detenido, pues automáticamente queda libre.
            ¿Y a nadie más que a mí le parece rara esa decisión judicial? Tan rara, al menos, como el presunto delito: tratar de cumplir su programa electoral. Y tan rara como el “delito” que piensa evitar el juez no deteniéndole: que pueda votar y ser votado en el Parlamento para el que fue elegido en unas elecciones algo anómalas, pero legítimas..
            En fin, yo me limito a manifestar mi extrañeza. No entro en política. Pero algo me huele a podrido, y no precisamente en Dinamarca.


Miércoles, 24 de enero
LOS DEPORTADOS DE FERNANDO POO

¿Quién fue Juan Pablo Soler? Un demócrata de la época de Isabel II. Sus ideas le llevaron a Fernando Poo. Hoy ya no te llevan tan lejos: solo a Bruselas o a Estremera. Le escucho contar su historia en el Anuario republicano federal publicado por J. Castro y Compañía, en Madrid, allá por 1870.
            No se creerá en estos tiempos de democracia, ahora que tanto se habla de derechos individuales y de libertad, pero pocos días hace que solo por sus opiniones eran encarcelados y conducidos como fieras a una playa inhospitalaria, a un lejano cementerio, hombres llenos de vida, sin más motivo que amar una idea.
            Fernando Poo guarda los cuerpos de algunos de estos infortunados, y en la Península se conservan los demás, macilentos y abatidos todavía, porque no es posible que se curen las heridas que les abrieron los malos tratos, aquel clima insano.
            Cubierta de frondosos y espesísimos árboles, Fernando Poo se levanta en medio de los mares como un bosque que encanta por su hermosura. La isla apenas mide doce leguas de extensión por ocho de anchura. Difícilmente halla espacio para posarse la planta europea. El bosque lo llena todo, bosque en el que solo pueden habitar los indígenas. Un alto pico, elevado en el centro, la domina.
            Los pocos europeos que allí residen se encuentran congregados en la capital, única población civilizada. Pero qué población. Las casas son de madera, las calles se hallan cubiertas de hierba y ni una mujer blanca se pasea por ellas. Aquellas barracas no albergan sino a los empleados del gobierno, a ocho o diez especuladores ingleses, a dos comerciantes españoles, y a una veintena de africanos que han recogido en las colonias inglesas un tinte de civilización que les da cierto realce sobre los otros.
            Ni un café ni una casa de huéspedes se encuentra en la isla. Si algún viajero llega a aquellas latitudes, como no encuentre un alma misericordiosa que le recoja en su morada, se ve precisado a habitar su barco.
            Multitud de culebras monstruosas, algunos puerco espines y antílopes son los animales que pueblan el bosque. La hormiga es abundantísima y tan fiera que causa estragos en las plantas y gran incomodidad en las personas. Las inextinguibles arañas y las cucarachas que vuelan son compañeras inseparables del hombre.
            No hay industria en el país, apenas si se explota nada, pues los comerciantes ingleses se limitan a levantar almacenes para distribuir en islas cercanas los géneros que exportan. Las comunicaciones con España son raras. De tres en tres meses acostumbra a ir un vapor con provisiones y dinero para los empleados; lleva también la correspondencia. De Inglaterra va un barco mensual, que es el verdadero correo. Alguna escuadrilla extranjera que vigila nuestros buques para impedir la trata de negros es lo que generalmente completa el número de viajeros que por allá llega.
            A este lugar fueron conducidos treinta y un patriotas después de la sublevación de Loja, diecinueve después de los sucesos de junio de 1866 y ciento cincuenta de La Habana en la misma época.
            Yo fui uno de los allí enviados después del 22 de junio. Cogidos a media noche, sin haber tomado parte en sublevación alguna, fuimos entre guardias civiles, atadas las manos con esposas y los brazos con cuerdas. Maniatados, en tren de tercera, llegamos a Barcelona sin tolerarnos comunicación ninguna. Paseados por sus calles y expuestos a la vergüenza pública, nos llevaron por fin a un pontón hediondo, el bergantín Alsedo.
            Nos metieron en el sollado, inhabitable; escaseaba el aire y sofocaba el calor del mes de julio. Nos incomunicaron, nos pusieron un centinela de vista a cada uno y nos colocaron con grillos, sujetos los pies a una enorme barra de hierro que pesaba sobre nuestros tobillos. Una tabla, suspendida de dos cuerdas atadas al techo nos servía de asiento. Desde las cuatro de la mañana hasta las ocho de la noche, esa era nuestra situación. Sin poder hablar ni escribir ni leer, presos en aquel tormento, pasábamos una vida fatigosa. Para descansar retiraban la tabla, nos arrojaban al suelo y con el hierro en los pies quedábamos a él amarrados sin poder movernos.
            Después de mes y medio de nuestra salida de Zaragoza, tras pasar por las mazmorras de Alicante y Cádiz, una mañana el capitán de la urca Mari-Galante se presentó para decirnos que nos preparáramos para partir con rumbo a Fernando Poo.
            En el sollado nos hacinaron. Para comer nos daban galleta podrida, para beber agua corrompida y llena de gusanos. Ni mezclada con vinagre podíamos beberla. El agua del mar, introduciéndose por las grietas, bañaba nuestra miserable cama. Lo mal unidas que estaban las tablas que cerraban nuestro calabozo hacían que con el balanceo se produjese un chirrido tan estridente, agudo y continuo que nos quebrantaba el alma.
            Dos días antes que los peninsulares, habían llegado a Fernando Poo los deportados de La Habana. A los cubanos los arrojaron a la intemperie. Por comida les suministraban algunas onzas de arroz, un poco de tocino lleno de gusanos y escasa parte de galleta podrida. Apenas uno espiraba los restantes se apoderaban de sus harapos para cubrir las carnes. Decían que eran grandes criminales, pero no se les había formado causa siquiera. Uno de ellos aseguraba y probaba con cartas de su mujer, que el haber resistido esta exigencias brutales de un inspector de policía en La Habana era la causa de su deportación. Habían venido en el barco como negros.
            A los de Loja se les había tratado como facinerosos y con la cadena al pie se les obligaba a trabajar. Habían tomado parte en una conspiración inocente, que no causó daño más que a ellos.
            A los de junio de 1866 no se nos había formado causa alguna y de los expedientes gubernativos solo resulta que éramos demócratas, es decir que teníamos una idea que poco después aclamó la nación y que fue inscrita con letras de fuego en el palacio de la Asamblea Nacional.


domingo, 21 de enero de 2018

Acción de gracias: Las orejas del lobo


Sábado, 13 de enero
MALA NOCHE Y BUENOS PROPÓSITOS

Hay dos clases de problemas: los importantes y los de los demás.
            Anoche pasé una mala noche: sudores, fiebres, la gripe –que siempre había sido respetuosa conmigo– en todo su esplendor.
            ¿A quién llamar? ¿A quién molestar? No sabía qué hacer, así que no hice nada, y al final me quedé dormido. Me desperté algo más tarde de lo habitual y con la sensación de que lo peor había pasado.
            Vivir solo es lo mejor del mundo cuando se tiene salud; cuando no se tiene… Me sobró tiempo, en esa noche insomne, para hacer recuento de amigos. Me di cuenta de que no tengo ningún hombro en el que reposar la cabeza, ningún paño de lágrimas. Soy demasiado orgulloso para las exhibiciones de debilidad. Lo mío es dar consejos, debatir, tener razón, nunca reconocerme necesitado de afecto o de unas palabras de ánimo.
            Lo que a mí más me gustaría, cuando necesito ayuda, es no tener que pedirla. Que lo demás lo adivinaran y la ofrecieran como una ocurrencia suya.
            Ese era yo hasta la pasada noche. Un hombre que creía que la buena salud y la suerte le iban a durar toda la vida.
            La gripe no es solo una enfermedad. Es también una metafísica. A mí me ha hecho ver el mundo de otra manera. Me ha llenado de buenos propósitos.
             Soy demasiado egoísta para seguir mostrándome tan egoísta. A partir de ahora, voy a procurar mostrarme más tierno y sensible con los demás.
            Juan Gil-Albert decía que era difícil envejecer sin un poco de gloria o un poco de amor. Yo, la verdad, y aunque me esté mal el decirlo, gloria tengo toda la que necesito (como soy más orgulloso que vanidoso, aunque finja lo contrario, el aplauso externo los homenajes, municipales o no, los necesito poco), pero amor…
            El amor tampoco lo necesito demasiado, si he de ser sincero. ¿Y para qué voy a fingir si estoy hablando solo? Salvo cuando estoy enfermo y necesito mimos; luego, si te he visto, no me acuerdo.
            ¿Cambiaré a partir de ahora? No estoy demasiado seguro. Los buenos propósitos que hacemos cuando nos encontramos en el fondo de un pozo, los olvidamos de inmediato cuando de un salto nos vemos fuera y bajo el esplendor del cielo. Y yo, hasta ahora, siempre he sido buen saltarín. A ver si consigo conservar la agilidad al menos algunos años más.


Domingo, 14 de enero
QUÉ PASÓ EN SIRACUSA

Cuando era niño, siempre estaba disponible para la aventura. Y no había día en que no se presentara. ¿En qué momento dejó de hacerlo? Pasó el tiempo, demasiado tiempo, y he dejado de lamentarlo. Ahora lo que más sentiría es que apareciera. He aprendido a taponar con la costumbre las grietas del mundo. Pero a veces…
            Tomaba un café, como cada tarde, en mi rincón habitual de Los Prados, garabateando unas cuantas ocurrencias (el libro que había llegado conmigo había dejado de interesarme a las pocas páginas), cuando de pronto una joven sonriente se me acercó sorteando las mesas.
            ––Me alegra encontrarle aquí.
            Parecía conocerme, pero a mí su cara no me sonaba de nada; quizá fuera una antigua alumna.
            ––¿Puedo sentarme un momento? Gracias. Tengo muy pocas personas en las que confiar y usted es una de ellas, yo diría que la única. Le estoy muy agradecida.
            Y antes de que yo pudiera hacer nada por impedirlo, se me acercó y me dio un beso. Aquello comenzó a ponerme de mal humor.
            ––Perdona, pero no recuerdo su nombre. ¿Está segura de que no me confunde con otra persona?
            ––¡Siempre tan bromista! Nos conocimos en Siracusa, hace ahora un año. Yo salí de casa dando un portazo, acababa de reñir con mi novio, y usted pasaba por allí y chocamos y estuvimos a punto de ir los dos al suelo. Como soy española, me pareció una buena señal aquel encontronazo con otro español. Acabamos tomando algo en una terraza frente a la catedral y luego… Noto que se ruboriza. Seguro que ya lo recuerda todo.
            ––¡No recuerdo nada!
            ––Si he de serle sincera, no se debe del todo a la casualidad este encuentro de ahora. Quería encontrarle. Leyéndole, no resulta difícil. He vuelvo con mi novio de entonces, que es muy celoso pero adorable. Cuando yo le conocí estudiaba y trabajaba como guía turístico. Ahora da clases de italiano aquí en Oviedo, donde yo también trabajo. Es muy siciliano de película en apariencia, pero en realidad incapaz de matar una mosca. Está obsesionado con lo que pasó aquel día en que lo dejé. Nos reconciliamos al día siguiente, así que tampoco pudo pasar gran cosa. Pero fue la única noche que no hemos estado juntos desde que nos conocimos. El que viniéramos a Asturias, el que le reconociera leyendo el periódico, puede ser una gran suerte o lo contrario. ¿Y si le da por pensar que todo fue una artimaña mía para que siguiéramos cerca? Por eso he pensado que mejor encontrarnos los tres y que le vea y que le diga que no pasó nada y que le haga sentirse un poco ridículo sintiendo celos, a sus treinta años, de alguien que tiene por lo menos setenta, aunque sospecha que yo tengo cierta debilidad por los hombres mayores.
            ––¡Qué absurdo! Yo no recuerdo nada porque no pasó nada, no pienso participar en ningún encuentro.
            ––Pues Salvatore por las buenas es muy bueno, pero como se le crucen los cables… Un profesor mío, en Catania, tuvo que pedir urgentemente el traslado a Milán.


Lunes, 15 de enero
SAN PABLO Y YO

Viendo un documental de National Geographic sobre la construcción de la catedral de San Pablo, se me ocurrió pensar que podría considerarse como un símbolo de mi vida, de cualquier vida.
            Es obra de la tenacidad y del ingenio. Los suelos arcillosos no podían sostener semejante edificio, los arcos se vinieron abajo varias veces, no había manera de levantar la inmensa cúpula que debía superar a la de San Pedro en Roma… Chistopher Wren se pasó la mayor parte de su vida tratando de hacer realidad su sueño, convirtiendo cada fracaso en un reto a superar, cambiando una y otra vez su proyecto inicial precisamente para que se pareciera más al que siempre había soñado.
            ¿Qué importan los trampantojos, las falsas ventanas. los arbotantes ocultos, la fea estructura de ladrillo que sostiene la esbelta linterna?
            Conseguir que tu vida sea una obra de arte, asombro del tiempo, que la oscuridad y las caídas contribuyan a realzar la perfección final del resultado: ese debería ser el empeño.
            En estas megalomanías me entretengo mientras veo la televisión antes de irme a la cama.


Miércoles, 17 de enero
NO HAY CASO

––¿Y no estás ya cansado de esa polémica en torno a la nonata Fundación Ángel González que un día sí y otro también mancha los periódicos asturianos? ¿No crees que ya huele un poco?
            ––Huele, no: apesta. Y tan cansado estoy que, en cuanto la veo venir, paso página.
            ––¿Y no cree que la razón, como siempre, está entre unos y otros, que nadie la tiene del todo?
            ––No, no lo creo. Como mi opinión puede ser parcial, le he pasado un amplio dossier del asunto a un conocido que es abogado del Estado y experto jurista, además de buen lector de poesía. Conocía el asunto de referencias; al estudiarlo, se ha quedado sorprendido. “No hay caso –me dijo–, no hay conflicto. El testamento reconoce una heredera y nadie ha impugnado ese testamento (podían haberlo hecho sus sobrinos o esos otros familiares que al parecer existen); por lo tanto es válido a todos los efectos y no hay nada más que hablar. Veamos ahora que pasa con la polémica Fundación. Por razones en las que no vamos a entrar, parte de los patronos nombrados por el poeta dimitieron de su cargo. Ante eso, lo más lógico es que la heredera universal y presidenta de la Fundación nombre otros patronos y la ponga en marcha. Nadie ha discutido esa capacidad suya. Pero hay otra opción: si, como ella ha afirmado varias veces, crear una Fundación no era deseo verdadero del poeta, sino que le fue “impuesta”, puede disolverla. Nadie ha mostrado la más mínima intención de oponerse a cualquiera de las dos opciones. No hay, pues, ningún conflicto en relación con la herencia del poeta”.
            ––La heredera habla de unos derechos de autor cobrados indebidamente.
            ––Si tiene constancia y pruebas de ello, debe denunciarlo, pero no en los periódicos, sino en el lugar correspondiente. Esto no lo dijo mi amigo, lo digo yo y cualquiera con dos dedos de frente.
            ––Y si todo está tan claro, si nadie discute los derechos de la heredera, ¿a qué vienen todas estas polémicas?
            ––A que la heredera, extralimitándose en su papel, quiere controlar no solo los derechos de autor del poeta, sino también quiénes pueden ser admiradores suyos y quiénes no, quiénes han sido de verdad amigos y quiénes mienten al afirmarlo. Ignora que, para leer a un escritor, admirarle, estudiarle, no hace falta pedir permiso a nadie. Y que el cobro de los derechos de autor no va acompañado del derecho a decidir quiénes deben participar en un homenaje a él dedicado y quiénes no.
            ––¿Y qué crees que busca con esas declaraciones permanente ofensivas?
            ––Yo no entro en las intenciones ajenas. Por mi parte, el asunto ha terminado. Quedémonos con la poesía de Ángel González y hagamos un esfuerzo por olvidar ciertas grimosas, pringosas, penosas circunstancias que tratan de oscurecerla en los últimos años. De ciertos espectáculos, propios de la televisión basura, conviene no formar parte.


Jueves, 18 de enero
EN CAPRI

Veo el documental de Mary Beard sobre Calígula, o sobre Patucos, como le llama ella (su nombre es un diminutivo del calzado de los soldados romanos, que sus padres le pusieron ya de niño, como a una especie de mascota del regimiento) y no puedo por menos de sentir simpatía por ese símbolo del mal. En realidad, un desdichado joven que fue asesinado a los veinticuatro años y cuya historia nos fue contada por sus enemigos.
            Me lo imagino en Capri, al cuidado de quien había mandado matar a su padre y a la mayor parte de su familia. ¿Qué sentiría al caminar junto a Tiberio por aquellas abruptas soledades?
            Calígula quería ser adorado como un dios, pero era solo un pobre hombre. Un niño asustado. Como yo, como tú, como todos.


Viernes, 19 de enero
NINGUNA PRISA

“La meta es el olvido”, me repito con Borges a menudo. Pero yo, que soy poco ambicioso, no tengo ninguna prisa por llegar a la meta.




domingo, 14 de enero de 2018

Acción de gracias: Fuera de casa


Jueves, 4 de enero
REGALO DEL AZAR

Los días fuera de casa no tienen veinticuatro horas, tienen al menos cuarenta y ocho. He paseado por el Foro y por el Lungotevere, bajo un cielo espléndido y una temperatura veraniega; he visitado la exposición “Trajano. Construire l’Impero, creare l’Europa”, dispersa entre los restos de lo que fueran sus mercados, el primer gran centro comercial del mundo; he admirado los tesoros de la antigüedad de Roma que en homenaje a Winckelmann se exponen en los Museos Capitolinos; he visitado media docena de librerías, docena y media de iglesias; me he perdido en no sé cuántas callejuelas, y de pronto me encuentro que todavía son solo las ocho, demasiado pronto para cenar e irse al hotel.
            No sé qué hacer para evitar la melancolía. Sin mis rutinas, estoy  perdido. Ahora sería el momento de irme al café de siempre, con uno de los libros recién comprados y esperar a que llegue algún amigo. Pero aquí estoy solo conmigo mismo y temo que del sótano donde encierro todo aquello en lo que no quiero pensar empiecen a rezumar las aguas negras y acaben empapándome por completo.
            Me encuentro en la plaza Barberini, junto a la fuente del Tritone, rodeado de gente, pero sin una cara conocida. Recuerdo vagamente que por aquí había un cine. En efecto, ahí está. Y entre las películas hay una que se titula Napoli velata y que comienza dentro de pocos minutos. El azar, que suele jugar a mi favor, me ha resuelto en problema.
            La película, de Ozpetek, una especie de Almodóvar turco-italiano, comienza bien, con las escaleras de un decimonónico palazzo napolitano que se retuercen hipnóticamente sobre sí mismas. El guion, lleno de descosidos, no tiene ni pies ni cabeza: en una fiesta, una doctora cuarentona cruza un par de miradas con un joven y poco después se van los dos a casa de ella y se pasan la noche haciendo el amor (y lo sé porque, durante al menos un cuarto de hora, Ozpetek filma minuciosamente todos sus encontronazos, caricias y jadeos). Lo pasan muy bien y quedan para verse al día siguiente. ¿Dónde? En el Museo Arqueológico Nazionale (como si dos madrileños que acaban de ligar quedan para verse en el Prado). Un pretexto para que el director nos muestre a la protagonista, una maravillosa Giovanna Mezzogiorno, paseando de una sala a otra, deteniéndose en el Gabinete Secreto, superponiendo en su imaginación las imágenes eróticas que contempla con las que guarda de la noche anterior. El joven no aparece, no responde a las llamadas. Al día siguiente, la doctora tiene que reconocer un cadáver y resulta que es el del joven con el que estaba citado, al que luego cree ver en diversos lugares, como en Vértigo de Hitchcock (se trata al parecer de un hermano gemelo del que nadie sabía nada). Pronto me olvido del argumento y me entretengo con los escenarios: la Piazza del Gesù Nuovo, con la columna de la Inmaculada, cruzada varias veces; las nuevas estaciones del metro (que aún no conozco); el claustro de San Martino (donde se juega al bingo); el puerto de Mergellina; la silueta virgiliana del Castel dell’Ovo… También aparece, claro, la capilla de Sansevero, con su fascinante Cristo Velato, que ha inspirado el título.
            Ozpetek pasó dos meses en Nápoles dirigiendo la Traviata en San Carlo. Su visión no deja de ser la de un pretencioso turista.
            A mi me divierte este paseo fantasmagórico por una ciudad que amo, me cambia el humor. Mañana a primera hora tomo el tren para Nápoles. La coincidencia me parece un regalo del azar.


Viernes, 5 de enero
EN CASA

En Nápoles tengo casa. Es una librería, como no podía ser de otra manera. Tras tres o cuatro horas pateando la ciudad, entro en La Feltrinelli de Piazza dei Martiri, paseo entre las mesas de novedades, hojeo este libro y aquel, y me llevo dos a la cafetería: L’arte del viaggio, de Cesare de Seta (“Al contemplar una ciudad se termina por contemplar el propio rostro”), Il caso David Rossi, de Davide Vecchi.
            En cuanto abro este último, no puedo dejar de leer. Me recuerda el caso del fiscal argentino Alberto Nisman. También aquí se trata de un suicidio que para muchos encubre un asesinato. Una fascinante novela policíaca de la vida real.
            David Rossi era el “manager” –así se le denomina en italiano– del Monte Paschi di Siena, el más antiguo banco del mundo, el orgullo de la ciudad de Siena. Él se encargaba de las relaciones con la prensa, de repartir prebendas y subvenciones, y lo hacía con generosidad. Pedid y se os dará, era su lema. La ciudad estaba encantada con su munificiencia; era el único sienés entre los dirigentes de la entidad, otro motivo de orgullo.
            Pero de pronto comienza los problemas: se han hecho negocios de dudosa legalidad, el banco entra en quiebra, varios de los dirigentes son detenidos. Es un escándalo nacional. David Rossi capea como puede el temporal, sigue en su puesto. El 6 de marzo de 2013 a las 19.02 telefonea a casa. Le dice a su mujer que llegará en media hora, que antes pasará a recoger la cena, que tiene encargada. A las 9.10, su mujer lo llama para recordarle que pase por la farmacia, que necesita unas medicinas. No contesta. Le manda un mensaje. Vuelve a llamarle. A las 19.32 le escribe “estoy comenzando a asustarme”. Entre las 20.06 y las 20.16 le llama dieciocho veces sin obtener respuesta. Pide ayuda a su hija. Le llama ella y alguien descuelga el teléfono, pero no hay respuesta. A las 19.41, Gian Carlo Filippone, el jefe de la secretaría de David, ha recibido una llamada suya, pero colgaron antes de que pudiera responder.  Poco después, la mujer, la hija y el secretario van a buscarle a su oficina. La puerta del despacho está cerrada. Entra solo el secretario. La ventana está abierta. Se asoma. Allí abajo, en un callejón, ve el cuerpo de David.
            La tesis del suicidio es aceptada de inmediato, pero deja muchos cabos sueltos. Davide Vecchi los va señalando uno a uno. Ninguna novela policíaca más apasionante que este caso de la vida, reabierto tres años después y vuelto a cerrar porque había desaparecido todas las pruebas que podrían llevar a los presuntos asesinos.
            Se descubre que, dos días antes de morir, David Rossi le había enviado al administrador delegado del banco, el siguiente correo: “Tengo miedo. Quiero hablar con los magistrados… ¡Ayudadme! Mañana podría ser demasiado tarde”.
            Pero ese correo no reabre las investigaciones, sino que lleva al procesamiento de Davide Vecchi por publicarlo en el diario en que colabora.
            Si me descuido, termino el libro en mi rincón favorito napolitano, La Feltrinelli de Piazza dei Martire. Pero la ciudad me espera. Me acerco al Lungomare, ahora un paseo peatonal, al fondo la silueta difuminada de Capri. Camino sin prisa, paso delante de los hoteles –el Vesubio, el Excelsior– donde se alojaron Oscar Wilde y González-Ruano y tantos otros viajeros ilustres de finales del XIX y principios del XX. Saludo a la estatua de Augusto que aparece en la cubierta de Rosa rosae, la novela de Víctor Botas. Me llego hasta la plaza del Plebiscito, la fachada de las Galerías está cubierta por un inmenso velo (¿Napoli velata?). En la plaza del Municipio subo al metro. Se anuncia como el más bello metro del mundo, pero está parada está en medio de un descampado perpetuamente en obras. Me bajo en Universitá, simplemente para seguir la ruta de Giovanna Mezzogiorno tras su fantasma. Aún tengo tiempo, antes de volver a la estación, de recorrer San Gregorio Armeno, la calle de los belenes, y de tomarme un café en el bar Nilo, frente a la estatua Corpo di Napoli.


Sábado, 6 de enero
EL CASO MATTARELLA

Los días fuera de casa, ya lo dije, no tienen veinticuatro horas, sino cuarenta y ocho. Dejan demasiado tiempo para pensar en lo que uno no quiere pensar. Subo hasta lo algo del Vittoriano y tengo toda Roma a mis pies. Voy reconociendo las plazas y las cúpulas, la silueta del río, las siete colinas.
            La vida de cada uno es también una novela de misterio, con final abierto y nunca feliz. Soy un hombre afortunado: tengo a mis pies la ciudad tantas veces soñada y en lo alto el azul purísimo del cielo. He terminado por hacer, contra viento y marea, siempre lo que quise, soy lo que quiero ser.
            ¿Por cuánto tiempo? Las vigas comienzan a crujir, el desgaste de la edad a hacer de las suyas. Pronto empezarán las visitas al taller. Me creía Supermán y soy solo una frágil criatura, como todos. Siempre vivimos de milagro, pero llega un momento en que somos más conscientes de ello, A mí esa sensación de que debemos ir dejando lista la casa porque en cualquier momento puede llegar la hora de la partida, me ha llegado en Roma.
            Busco refugio en la Feltrinelli del Largo di Torre Argentina, frente a los restos del antiguo senado donde asesinaron a Julio César. Me gustan especialmente estas ruinas porque un cártel advierte que en ellas los gatos son bienvenidos. Esta vez veo pocos, solo dos o tres. Antes eran docenas y María Zambrano acostumbraba venir a alimentarlos.
            Compro la Repubblica. Nada como echar una hojeada a los males del mundo para olvidarse de los propios. Hace exactamente treinta y ocho años, un 6 de enero de 1980, fue asesinado en Palermo el presidente de la región siciliana, Piersanti Mattarella (su hermano es el actual presidente de la República). Una crónica enviada desde Palermo añade nuevos datos a aquel crimen, por el que fueron condenados algunos mafiosos menores. Al parecer, la extrema derecha colaboró activamente. En un registro, se encontraron parte de las matriculas utilizadas para falsificar la del vehículo del crimen. Esta pista fue desechada de inmediato porque a alguien no le interesaba seguirla. Ahora se reabre, pero no llevará a nada. En las novelas negras de la vida real, al menos en las que transcurren en Italia y tienen que ver con banqueros y políticos, nunca se aclara el misterio.


Domingo, 7 de enero
UNA ESPOSA EJEMPLAR

En una de las librerías de Port’Alba, en Nápoles, compré Testimone del tempo, un libro de crónicas de Enzo Biagi. Comienza así: “Tengo cincuenta años. La edad adecuada para intentar un balance. Siempre me gustó mi trabajo y todavía me agrada. Aun en los momentos más duros me ha hecho compañía”.
            Le parecían muchos años los cincuenta y vivió hasta los ochenta y siete. Nunca se sabe lo que nos queda por vivir. Pero sesenta y ocho, que son los que yo voy a cumplir, invitan a hacer balance. Yo trato de evitarlo viajando en el tiempo con este volumen de crónicas. “Cuando esperábamos el primer hijo –afirma Katia, la viuda de Thomas Mann–, siempre me decía que quería un varón porque las mujeres no sirven para nada”. Tanto ella como el periodista encuentran natural esa afirmación, Una esposa ejemplar, para Enzo Biagi: “Administraba los derechos de autor, corregía las pruebas, atendía al cuidado de los hijos y a incrementar la gloria de Thomas. Enseñó a los muchachos a renunciar al azúcar, porque le gustaba al escritor: de esa manera no se enteró jamás de las restricciones”.
            En 1970, esto era lo que se pedía de las mujeres. Que estuvieran siempre dispuestas a sacrificarse para mayor gloria del varón.


Miércoles, 10 de enero
EL ESPERPENTO NACIONAL


Leo en el  Corriere della Sera que el anterior jefe del Estado, ese que el otro día vimos orondo y uniformado junto al actual (que parece haber olvidado sus propósitos de regeneración), tiró por la borda un día a una modelo para que no le pillara la reina. Y la pobre no sabía nadar. ¿Será verdad o una de esas mentiras que según dicen propagan los rusos para desprestigiarnos?


domingo, 7 de enero de 2018

Acción de gracias: Otra vuelta de tuerca



Viernes, 29 de diciembre
UN POBRE HOMBRE

Antes de irme a dormir, suelo hojear algún libro de esos que me acompañan desde siempre Hoy le toca a Stendhal. “El hombre inteligente –él escribe “l’homme d’esprit”– debe emplearse en adquirir el dinero necesario para no depender de nadie; si una vez adquirido pierde su tiempo en aumentar su fortuna, no es más que un pobre hombre”.
            Me voy a la cama con una sonrisa. Yo no he perdido ni un minuto, he seguido el consejo de Stendhal.


Sábado, 30 de diciembre
TERTULIAS DE TINTA Y DE PAPEL

“¿Cómo has conseguido que tu tertulia dure ya casi cuarenta años?”, me preguntan a veces.
            ¿Ya ha pasado tanto tiempo? No me había dado cuenta. Yo no hice nada, simplemente estaba ahí todos los viernes y el que quería venía a tomarse un café y charlar un rato y cuando se cansaba dejaba de venir. Eso es todo. Durante esos años además iban naciendo nuevos contertulios para sustituir a los que desaparecían.
            La verdad es que a mí me gusta la gente, pero no necesito a nadie para estar acompañado. Esta mañana en el Atrio, tras leer los periódicos y mientras llegaba José Manuel Feito para acompañarme a comer y discutir un rato,  lo he pasado muy bien con Unamuno y otros viejos amigos. Los entrevista el Caballero Audaz en un tomo de Lo que sé por mí, la serie en que reunió las interviús (como se decía entonces) publicadas en La Esfera y que yo ahora quiero reeditar.
            “Aquí en España somos católicos hasta los ateos”, dice Unamuno y a ver quién se atreve a llevarle la contraria. Y en seguida lanza otra de sus paradojas: “Aquí en España asusta el desnudo; en cambio, el desvestido no”. Luego se pone confidencial: “Preferiría morirme a volver a la edad de los dieciséis a los veinticuatro años. Esa es la peor edad, la más peligrosa para el hombre: a esa edad nos acometen las preocupaciones de salud –todos creemos estar tísicos–, crisis de creencias, disparates románticos, crisis de pubertad, los estudios, la aguda nostalgia del terruño, la opresión de la conciencia de nuestra insignificancia, en fin, mil destructores del alma; por eso casi todos los muchachos se malogran a esa edad; raro es el que consigue resistir los embates”. ¿Sobre la vida literaria? “A la mayor parte de los literatos españoles lo mejor es leerlos y no tratarlos, o quizá lo contrario, no sé bien”.
            “Galdós y yo nos queremos mucho”, dice doña Emilia. Y el entrevistador, al que le han llegado viejos rumores, no puede evitar una ligera sonrisa y un fugaz pensamiento: “Qué curioso, en presente resulta menos comprometedor que en pasado: Galdós y yo nos hemos querido mucho”.
            A continuación habla de la causa a la que dedicó su vida: “Yo soy una radical feminista. Creo que todos los derechos que tiene el hombre debe tenerlos la mujer; y es más creo que hay una relación directísima entre los derechos y privilegios concedidos a la mujer y el estado de cultura de las naciones. Este aserto es muy fácil de demostrar pues está al alcance de las inteligencias más miopes el observar que los países más adelantados son Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia, y es donde la mujer se halla casi al nivel del hombre; en cambio, en los países menos adelantados es donde se considera a la mujer bestia de apetitos y carga. No tenemos más que mirar a Marruecos. En España algo hemos adelantado, pero estamos más cerca, no solo geográficamente, de Marruecos que de Noruega. Aquí hemos adelantado en lo peor: aquí, donde ninguna mujer encuentra mal bailar un tango, por ejemplo, encontraría muy mal ir a las aulas universitarias a estudiar Lógica y Ética”.
            Unas páginas más allá interviene Azorín: “Mis libros me han producido muy poco. El que más, La voluntad, unas dos mil pesetas. Yo vivo y he vivido siempre del periodismo”. En los años veinte, cuando inició su polémica aventura teatral, más de uno le debió recordar esta entrevista: “Yo he escrito una obra de teatro, que no se ha estrenado y que se publicó en un volumen, La fuerza de la sangre, y no escribiré más para el teatro, no tengo condiciones”.
            Baroja cuenta que un día Lerroux le invitó a comer en el Café Inglés y le convenció para que se presentara como candidato de su partido. “La democracia es muy agradecida –le dijo– y se entusiasma con el hombre de letras que quiere servirla”. Poco después asistió a un mitin. Él era uno de los candidatos, pero no tenía que hablar y se sentó entre el público. El orador elogió sobre todo a Baroja, que ya tenía nombre como escritor. Un obrero, que se sentaba a su lado, le dijo al oído: “Ya me está reventando a mí oír hablar tanto de ese Pío Baroja; ese señor será todo lo intelectual que quieran, pero por aquí no ha aparecido más que a la hora de coger un cargo”.
            Cansado de escuchar a este y a aquel, cierro el libro, abro el cuaderno y anoto: “Puedo vivir sin pareja (es como mejor se vive), pero no puedo hacerlo sin un interlocutor inteligente con el que discutir de esto y de aquello. Menos mal que siempre tengo un libro a mano y, en última instancia, me tengo a mí que soy la persona a la que más me gusta llevar la contraria.


Domingo, 31 de diciembre
LA GENTE NORMAL

Somos animales gregarios. No podemos escapar al nerviosismo del rebaño. Yo trato de que este último día del año, ya sin compromisos familiares, sea un día como todos los demás. Me resulta imposible.
            Pero tampoco está tan mal comprobar que, a pesar de ir de raro por la vida, uno es como todo el mundo.
            Y es que yo seré muy raro, tanto como mi admirado Sheldon Cooper, pero a rara, a verdaderamente rara, si se mira bien, nadie gana a la gente normal.


Lunes, 1 de enero
EL MEJOR REGALO

Procuro que el primer día del año sea como me gustaría que fueran todos los días del año. Me levanto a la hora de siempre. A las nueve ya estoy escribiendo, para las once ya he terminado. Paso luego por el despacho de la Facultad, contesto algunos correos, ordeno papeles, voy a tomar café a Las Salesas, si es día laborable, o a Dos de Azúcar, si es domingo, leo los periódicos (en papel), hojeo algún libro…
            Que la mañana del primer día del año sea como cualquier otra mañana es el mejor regalo que me puede hacer cada nuevo año. Soy así de aburrido. Conmigo que no cuenten para ninguna fiesta. Yo solo lo paso bien cuando lo paso bien, no cuando por obligación tengo que pasarlo bien.


Martes, 2 de enero
MALA CONCIENCIA

¿En qué momento tiene uno que dejar de aconsejar a sus amigos más jóvenes? Pues en el momento en que dejan de ser jóvenes y ya no lo necesitan. A los veinte años te miran con admiración, te pasan tus poemas, no publican nada sin que tú des el visto bueno. Pero pronto, antes de que te des cuenta, tus observaciones dejan de tener interés.
            El pasado jueves estuve en la presentación del último libro de Javier Almuzara, A la de tres. Si me hubiera pedido consejo, yo le habría dicho que un libro de haikus resulta en exceso monótono, que mejor reducirlo a dos o tres series e intercalarlas con otros poemas. Me alegra no habérselo dicho. ¿Para qué? No me habría hecho ningún caso, y quizá con razón. Yo nunca he tenido tantos admiradores como los que se reunieron para aplaudirle. También le habría aconsejado que no explicara sus poemas, que una presentación no es un taller de literatura. Pero eso ya se lo llevo diciendo desde hace más de veinte años. Habla muy bien y lo sabe y en el pecado lleva la penitencia.
            Con Martín López-Vega tengo una cierta mala conciencia. El sábado reseñé su último libro, Gótico cantábrico, y creo que dejé demasiado claro que ciertos poemas me parecen un disparate y que el conjunto no funciona. Pienso que el resultado habría sido mejor si me hubiera pasado el original antes de publicarlo, como hacía con los primeros libros, que son –claro está– los que a mí más me gustan. Su concepción de la poesía ha ido cambiando en estos años de errabundia, ya no es el que era cuando frecuentaba la tertulia. Ahora detesta el soniquete del endecasílabo y la tradición de la poesía española. Seguro que Almuzara le parece redicho y decimonónico (aunque solo es dieciochesco, como Mozart).
            Esperaba su habitual respuesta a mis reseñas: “Como siempre, no te has enterado de nada”. Pero esta vez ni siquiera ha replicado.
            Tratando mal a los jóvenes escritores, cuando lo son, y peor cuando dejan de serlo, no hay manera de que algún día esté rodeado de un coro de aduladores, como mi admirado Luis García Montero. Y bien que me gustaría.


Miércoles, 3 de enero
EN LA PELUQUERÍA

No solo entrevistó a escritores José María Carretero, el Caballero Audaz. Su deriva ideológica le llevó a adular a personajes como “el glorioso mutilado Millán Astray” o el pacificador de Cataluña, Martínez Anido, a quien entrevista allá por 1920, cuando en un plis plas, con el beneplácito regio y entre los aplausos de la patronal y de toda la prensa española, acabó con la conflictividad laboral y los atentados. Era un hombre valiente, al que no le temblaba el pulso si había que aplicar la ley. Cuenta la siguiente anécdota: “A veces, y para pulsar bien la opinión obrera, me disfrazo por las noches y me voy al Puerto, al Paralelo, a Gracia o a otros centros proletarios. Unas veces voy solo y otras con algún amigo. Una noche me metí en una peluquería que tenía fama de ser un foco de sindicalistas. Iba yo con un gran chambergo, una chalina y mis barbas descuidadas. Fingiendo leer, aguardé mi turno escuchando todo lo que allí se decía. Cuando me llegó la vez, el peluquero, que era un significado sindicalista, muy peligroso por cierto, me deslizó al oído:
            ––¿Apuro mucho, mi general?
            ––¿Cómo me has reconocido?
            ––Porque yo he peleado en África con usted, en el Regimiento de Cazadores de Cataluña.
            ––Entonces ya sabes cómo me las gasto, así que punto en boca y aféitame con mucho cuidado.
            Y no pasó nada más. Con esa gente, ya sabe usted, Caballero Audaz, firmeza y aplicar la ley”.
            Los tiempos cambian. No me imagino yo al actual virrey de Cataluña yendo disfrazado a las peluquerías de Barcelona para escuchar lo que dicen los independentistas mientras finge hojear el Marca.