domingo, 25 de octubre de 2009

Línea roja: La tentación

Domingo, 18 de octubre
LO QUE LE CONVIENE A USTED

Mientras tomo el café dominical y matinal, una anciana que también hojea el periódico alza los ojos y me sonríe: “Qué cosas escribe usted. Que le sobra el tiempo, que llega a casa y no tiene con quién charlar. Incluso que le gusta pagar impuestos. Yo sé lo que le conviene a usted. Lea, lea lo que cuenta la chiquita que se casó con Bousoño. El poeta tenía la edad que usted tiene ahora. Le conviene hacer lo mismo”.
“Lo pensaré”, le digo a mi amable consejera. Ruth nunca defrauda. En 1972 se matriculó en un curso sobre poesía. Un día quedó con Bousoño para hablarle de su tesis doctoral, pero no pudo ni siquiera mencionar el asunto: “El muy experimentado conquistador de alumnas suplantó al respetadísimo profesor y se lanzó a la conquista de la muy aplicada, deslumbrada y jovencísima alumna americana”. Le regaló un libro y la invitó a pasar el verano en Ibiza. Ella se asustó: no entraba en sus esquemas mentales irse de viaje con un hombre con el que no estaba casada. Le contó al resto de las alumnas, todas enamoradas del profesor, lo que había ocurrido: “quedaron impactadas al saber que de mi primer encuentro académico con éste había surgido un chispazo amoroso”. Después de cada cita, formaban corro a su alrededor. “Querían saberlo todo, y se quedaban boquiabiertas y lánguidas con cualquier detalle que yo les contara”. Pero los meses pasaban y el poeta no conseguía arrancarle el sí para acompañarle a Ibiza. Y no se le ocurrió otra cosa para convencerla que decirle que se quería casar con ella, “pues era la única mujer que podía lograr que perdiera su recalcitrante soltería”. Ruth se tomó la proposición muy en serio, pero él la olvidó pronto y se ponía nervioso cada vez que se la recordaba. Hubo quien intentó desanimarla. “Una muchacha que llevaba la casa –a la que le hacía poca gracia perder la hegemonía sobre su despistado patrón-- me espetó un día, entre el segundo plato y el postre, la siguiente impertinencia: Señorita, no se haga usted ilusiones. El señorito ha tenido muchas novias y no se ha casado con ninguna. No se casará con usted, pues por aquí han pasado muchas”. Contestó muy tranquila: “No se preocupe, que conmigo sí se casará”. Aurora de Albornoz decía que, si ella no lo conseguía, no lo conseguiría nadie. Conocía bien a las puertorriqueñas. Se casaron en 1975 y al poco la muchacha impertinente que le había advertido que su “señorito” no se casaría se “autodespidió”. A partir de entonces, Carlos Bousoño dejó de tener contacto directo con la prosa del mundo, incluidos sus mejores amigos: “Delegó en mí todo lo que no fuera escribir su obra poética y teórica. Me he involucrado en su vida de tal forma que no he reservado casi espacio para desarrollar las actividades para las que me faculta mi amplio currículum vitae. En Carlos, a pesar de los años que me lleva, no encontré un padre, ni tan siquiera un tío, sino un nieto que me encasquetó su compleja vida para que yo la administrara como haría una amorosa abuela con su nieto preferido”. No volvió a tomar Bousoño una decisión: desde el mismo día de la boda Ruth las tomó todas por él.



Lunes, 19 de octubre
UNA INVITACIÓN

La realidad, o lo que entendemos por tal, resulta casi completamente imaginaria. De la ciudad a la que acabamos de llegar conocemos unas pocas calles, alguna plaza entrevista, un palacio sombrío tras el que asoma un secreto jardín; el resto lo completa nuestra imaginación. Abro los Siete cuentos góticos, de Isak Dinesen. Comienzo a leer: “El espíritu romántico de la época se deleitaba con las ruinas, los fantasmas y los lunáticos, y consideraba una noche de tormenta pasada en el campo o una lucha de pasiones profundas, como un goce mayor que la comodidad de un salón o la armonía de un sistema filosófico. Lo que más reconciliaba y unía a los individuos era la grandeza de un escenario costero asomado al mar inmenso”.


Cierro el libro, alzo los ojos: una desconocida, de pie ante mi mesa habitual en Los Porches, me mira sonriente. “Esa autora es también mi favorita. ¿Recuerda la foto en que aparece entre Marilyn Monroe y Carson McCullers, arrugadita y sonriente?”. Por supuesto que recuerdo esa foto, la tengo siempre presente cuando vuelvo a leer, como si la escuchara a ella, algunos de sus relatos.
Apenas si pudimos hablar. Dentro de diez minutos, a la una, tenía yo clase. “¿Estará muy ocupado el fin de semana? ¿Por qué no viene a pasarlo a mi casa? Está cerca de Luarca, al borde del acantilado, con una gran galería sobre el jardín. Sé que le gustan los caserones con historia. No se aburrirá. Aquella casa tiene de todo: biblioteca, fantasma y una loca como yo”.
En una servilleta de la cafetería apuntó un número de teléfono. “Llámeme el viernes y me dice a qué hora paso a recogerle al día siguiente”.
No llamaré, por supuesto. De chifladas ya cuento con un amplio repertorio. No necesito más. Y sin embargo…
A la salida de clase (comentamos poemas de Espronceda), vuelvo a abrir el libro de Isak Dinesen: “¿Por qué no nos cuentas esta noche algunas de esas maravillosas historias que tanta fama te han dado? Tú sabes muchos cuentos. Sabes algunos que hacen paralizar la sangre y desconfiar de los amigos más íntimos, apropiados para una noche cálida y apacible como esta, y para gente que no tiene entre manos empresa ni compromiso de inmediato cumplimiento.”
Nunca telefonearé a una mujer que ni siquiera me dijo cómo se llamaba, nunca visitaré su casa sobre el acantilado, pero sé que precisamente por eso ya no abandonaré nunca esa casa, que volveré cada noche, como un fantasma más, a pasear entre los camelios del jardín, a observar atentamente con el catalejo los barcos que cruzan cerca del horizonte.
Tampoco atravesaré nunca esa puerta que tú (de quien no diré nada) has entreabierto. Mejor seguir así, entre la realidad y el sueño. Sin las cosas que no han ocurrido, en mi vida no habría ocurrido nunca nada que valiera la pena.



Martes, 20 de octubre
YA HA SIDO DISPARADA

¿Nunca has tenido la tentación de dejarlo todo atrás, cambiar de nombre, ser otro, empezar desde cero? ¡Cómo pesa el fardo de la vida en estos días oscuros, cuando jubilarse y morir parecen ser el único argumento de la obra!
¿El fardo de la vida? No, no me pesa lo vivido, me aterra lo por vivir. Silban las balas, impactan en la gente que me rodea. Hoy veo caer a uno, mañana a otro. La que me busca a mí ya ha sido disparada. Vaya donde vaya, aunque me embarque para el extremo confín del mundo, seguirá incansable hasta darme alcance.


Miércoles, 21 de octubre
FESTIVAL DE POESÍA

¿Nunca te han invitado al Festival de Poesía de Bogota? Pues no sabes lo que te pierdes. Pídeselo a Manolo Borras. Allí tiene mucha mano porque a todos los colombianos les ha dado por publicar en Pre-Textos. Cuando yo estuve, un empresario petrolero -o eso decía él- nos ofreció un cóctel en su casa. Allá fuimos en diez taxis. Al entrar, alucinamos: todas las paredes estaban cubiertas con enormes fotos de adolescentes desnudas. Todas, literalmente todas, incluso los baños. Había dos pequeñas excepciones. En el salón principal, las fotos rodeaban unas cartas autógrafas. Eran del presidente de la república, Álvaro Uribe. También había un pequeño grupo de fotografías en las que el presidente abrazaba al dueño de la mansión. Vestía como un gánster de película, no le faltaba ni una aparatosa cadena de oro. Cuando apareció, sin apenas saludarnos, se subió a una tarima y comenzó a declamar sus poemas. Me entraron unas ganas tremendas de reír. También Eduardo Moga y Ledo Yvo, que estaban cerca de mí, parecía que iban a estallar en carcajadas. A mí se me quitaron las ganas en cuanto vi el pistolón de un guardaespaldas. Aplaudimos mucho. Luego nos fue saludando uno a uno. “¿No es injusto que sea Gabo quien represente a Colombia en el mundo y no yo? ¡El mercantilismo de la novela siempre por encima de la pureza de la poesía!”. Yo le insinué mi asombro ante la decoración. Se quitó el puro de la boca, sonrió y dijo: “Yo he tenido más de dos mil mujeres. Esta es solo una pequeña muestra”. Cuando me dejó, me acerqué a un pequeño estante lleno de libros. El dueño, al darse cuenta de mi interés explicó: “En esta casa hay pocos libros, pero los que hay son obras maestras”. Y así era, efectivamente: se trataba de los libros que él había escrito, en ediciones normales y en ediciones de lujo para amigos. Aquel narco-poetastro –no te voy a decir su nombre, que luego todo lo cuentas y no quiero que peligre mi vida- era una mezcla de Berlusconi, Corleone y Justo Jorge Padrón.


Jueves, 22 de octubre
MISERY

De pronto despeja la mañana y luce intacto el cielo azul. Una mujer me sorprende frente al escaparate de Cervantes y, antes de que pueda evitarlo, me da dos besos. “Este fin de semana le espero, ya sabe. Lo pasaremos bien. ¡Admiro tanto esas novelas suyas!”
Y yo pienso en la enfermera de Misery, uno de mis terrores favoritos, rompiéndole las piernas al escritor admirado para que no se le escape de casa. O en aquel otro poeta al que su joven mujer encerraba todos los días en una habitación y no le dejaba salir ni le daba de comer hasta que no redactara seis o siete páginas de la obra teórica en marcha. “Y cuando daba una fiesta en su casa –me contó Fernando Delgado-- jamás invitaba a los amigos gays de su marido, que eran la mayoría, por otra parte, y varios de ellos nombres ilustres de la poesía española contemporánea”.


Viernes, 23 de octubre
MATRIMONIO A LA VISTA


Qué razón tenía mi amable consejera del pasado domingo. A cierta edad, conviene ir pensando en el matrimonio. Hasta Ángel González me confesó una vez que envidiaba a Carlos Bousoño, siempre sonriente, siempre feliz, ajeno al mundo.
A una edad razonablemente adulta, no parece razonable seguir libre. Yo creo que, pasados los noventa, lo mejor que puede hacer un hombre sensato es casarse con una dulce gobernanta más o menos puertorriqueña y a ser posible con el título de puericultura. Me aterra pensar que ya solo que quedan treinta años para tanta felicidad.

domingo, 18 de octubre de 2009

Línea roja: Sin discusión

Sábado, 10 de octubre
DEL AMOR

Los hombres que aman a los hombres solo se diferencian de los hombres que aman a las mujeres en que tampoco aman a las mujeres.

Quien solo se ha enamorado una vez no se ha enamorado nunca.

El sexo solo se disfruta de verdad cuando no hay amor por medio.

Hacer el amor con alguien a quien amamos es siempre un poco incestuoso.

Era tan infeliz que seguía queriendo a todas las mujeres que no le habían querido. O tan feliz, ya no sé bien.

Me gusta seducir fingiendo que me dejo seducir.

Quiéreme y haz conmigo, o sin mí, lo que quieras.





Domingo, 11 de octubre
MARE CRUDELE

Al pasar por delante de la galería de Guillermina Caicoya, me sorprenden las tenebristas fantasmagorías de Luis Vigil, turbias de lodos y barrizales del subconsciente. Recuerdo nuestra discusión en la romana Academia de España, ese lugar mágico en los altos del Gianicolo. Javier Rodríguez Marcos, entonces becario de literatura, nos acababa de presentar. El pretexto del encontronazo fue Oviedo, donde él había nacido, donde yo vivía, y sigo viviendo. A Luis Vigil le parecía un lugar provinciano y mediocre, al que no le gustaría volver. Se asfixiaría. Desde los grandes ventanales de su estudio en la Academia se divisaban los dorados tejados, las torres y las cúpulas de Roma. Era difícil imaginarse un panorama más hermoso.
Discutimos sobre Oviedo, pero podíamos haber discutido sobre cualquier cosa. En realidad, yo pensaba como él: que las ciudades pequeñas hacen las mentes pequeñas. Entonces era así de insoportable, me encantaba llevar la contraria.
Andrés Trapiello pasó también por la Academia aquel año y en uno de sus diarios, creo que en Do fuir, dedica unas páginas ásperamente caricaturescas a Luis Vigil y a las barrocas pornografías que entonces le obsesionaban. Según costumbre presuntamente piadosa, no cita el nombre.
Ahora Luis Vigil vive en Oviedo. Quizá haya cambiado de opinión.
Él odiaba Oviedo porque era de Oviedo; a mí me gusta porque estoy de paso, como en cualquier otro lugar, y conservo la mirada del forastero.



Lunes, 12 de octubre
DIOS Y OTRAS DUDAS

Las religiones falsas se diferencian de la religión verdadera en que son igualmente verdaderas.

Era capaz de resolver cualquier problema, salvo que fuera un verdadero problema.

Ningún hombre ama de verdad la vida si a menudo no hubiera preferido estar muerto.

Era tan civilizado que todo lo que hacía carecía de importancia.

A veces no decir nada ya es decir demás.

Hay personas transparentes, pero nunca para sí mismos.

Libertad de prensa: poder escoger el periódico que queremos que nos engañe.

La realidad es una fantasía con pretensiones.

Las cosas importantes, en ciertos momentos, son las que menos importan.

Nadie es del todo infeliz si le teme a la muerte.

Reformar a los demás es imposible, pero nadie es capaz de resistir la tentación de intentarlo.

Un gran hombre que no esté muerto o viva lejos siempre acaba convirtiéndose en un engorro.

Era el mismo demonio; a su lado resultaba imposible aburrirse.

Un pobre diablo es aquel al que todos desprecian, pero nadie odia.

Cuando colocamos cada cosa en su sitio, siempre falta sitio.

Sin unas gotas de ironía la virtud se vuelve indigesta.

Enriquecerse es el consuelo del que no vale para otra cosa.

Insultar es menos vil que adular.

Los virtuosos son los ayudantes que prefiere el diablo.

El infierno de los masoquistas es el cielo y el cielo de los sádicos el infierno.

Dios te ama, pero hay amores que matan.

Una verdad que no resulta paradójica no es más que media verdad.


Martes, 13 de octubre
AUTORRETRATO

Amo tanto la verdad que ni siquiera me importa que, de vez en cuando, no sea verdad.

Me gusta ser fiel a mis caprichos.

Prefiero mis problemas a tus soluciones.

Respeto todas las opiniones que coinciden con la mía.

Me gusto, pero procuro que no se note demasiado.

Nunca oculto nada que quiera ocultar.

Llevo tantos años tratando de parecer inteligente que a veces hasta yo mismo he llegado a creer que lo soy.

A veces estoy tan a gusto conmigo mismo que solo siento envidia de Dios.


Miércoles, 14 de octubre
MODESTAMENTE VANIDOSO

Mejor ser modestamente vanidoso que vanidosamente modesto.

El éxito es la forma más agradable del fracaso.

Qué poco inteligente quien no sabe dejar de ser inteligente cuando le conviene.

Vanidoso es solo quien no sabe reírse de su propia vanidad.

Era tan inteligente que solo le seducía lo ininteligible.

Sin una tontería de vez en cuando, cualquier conversación resulta incolora, inodora e insípida.



Jueves, 15 de octubre
CAFFÈ FARNESE

La pintura de Luis Vigil me sirvió el otro día como pretexto para volver a Roma; ayer, fue Puccini con su Tosca quien me llevó al mismo lugar. Cuando en el amanecer del tercer acto, tocan a maitines en todas las iglesias de la ciudad, cómo no recordar los versos de Alberti: “Las campanas del Trastevere / van y vienen por mis sueños”.
Van y vienen por mis sueños. En una estancia del Palazzo Farnese se suceden las violentas peripecias, pero yo cierro los ojos y vuelvo a un café, frente al palacio, al otro lado de la fastuosa plaza, y a la secreta violencia de una historia que acabó casi antes de comenzar y que, sin embargo, durará lo que dure mi vida.
La dramática acción de Tosca trascurre en una época especialmente fascinante: los años en que las ideas liberales se esparcen por Europa apoyadas por los cañones de Napoleón. Pero el director de escena, según una mala costumbre que se ha convertido en ley, prefiere trasladar la acción a la Roma de 1943. ¿Trasladar la acción? Bueno, lo que en la ópera se llama así, que no es otra cosa que jugar a los disfraces, en este caso con elegantes uniformes nazis. Al principio esa tonta rutina, que los pacientes aficionados dan ya como algo natural (los pobres se conforman con que la escena que transcurre en un salón palaciego no se traslade a los urinarios de una estación), me irritaba un poco. Ahora me encojo de hombros, cierro los ojos, escucho la música y evoco el París de Sarah Bernard, que fue en el teatro la primera Floria Tosca, y la Italia de Stendhal, no la de Mussolini.



Viernes, 16 de octubre
CONSEJOS

Aprende a despreciar y olvídate en seguida de lo que has aprendido.

Sé bondadoso, si no tienes más remedio, pero procura no parecerlo.

Nada más dañino que un atragantón de verdades.

Sin una cierta dosis de estupidez no es posible vivir racionalmente.

Procura olvidar el daño que te han hecho para que quien te lo ha hecho llegue a perdonarte.

Quien no aspira a nada puede permitirse el lujo de tener los mejores enemigos, pero nadie tiene interés en ser enemigo suyo.

Prefiere siempre un buen prejuicio a una mala idea.

No te preocupes: los problemas sin solución son los que primero se solucionan.

Si no aprendes a hacer de vez en cuando el tonto, nunca llegarás a ser del todo inteligente.

Me gusta dar consejos, pero solo cuando estoy seguro de que no van a hacerme ningún caso.


Sábado, 17 de octubre
SOLEDADES JUNTAS

La conversación es el género literario que yo prefiero. Y hacer frases, mi deporte favorito. Por eso, más que leer, me gusta tomar un café y charlar con los amigos. Pero nadie tiene tan pocas ocupaciones como yo, nadie dispone de tanto tiempo libre para perderlo sin mayor provecho.
No importa. A veces pienso que solo en mí mismo puedo encontrar un polemista tan infatigable, tan dado al sofisma, tan empeñado en decir siempre la última palabra. Mis discusiones más apasionadas las he tenido siempre conmigo mismo.
Y eso que en el fondo no me gusta discutir. Pero me gusta llevarme la contraria.

domingo, 11 de octubre de 2009

Línea roja: Una naranja y un limón de oro

Sábado, 3 de octubre
AMANECER EN ANLLO

Como detesto el campo, en ninguna parte disfruto más que en el campo. Me despierta el silencio, me asomo a la ventana y solo veo la sigilosa niebla. He dormido en la Rectoral de Anllo, en lo que fue despacho del cura. La casona está en un altozano, lejos de la iglesia, y tiene una galería orientada al oeste y una pequeña capilla. Se parece más a las villas de la Toscana que a las casas rurales gallegas. Debió construirla un hidalgo que anduvo por Italia antes de retirarse a este rincón del condado de Lemos.
Detesto el campo porque en el campo soy un inválido que depende de otra persona, de alguien con coche, para ir a cualquier parte. Pero por breves temporadas nada me fascina más.
Por breves temporadas: a las nueve y media comenzaremos a recorrer los monasterios de la Ribeira Sacra. Me levanto, como siempre, a las siete. Todavía es de noche. En la galería acristalada me siento a leer Padre e hijo, de Edmund Gosse, la historia de una infancia victoriana, un lúcido análisis de los excesos de la virtud, más dañinos que ningún otro exceso.
Amanece perezosamente. Las parras cargadas de racimos, los manzanos, los parterres del jardín, un delgado ciprés, van apareciendo poco a poco. Escucho el silencio, el gorgeo de escondidos pájaros (“despiértenme las aves / con su cantar suave, no aprendido…”). Dejo a un lado el libro, bajo las escaleras y abro el portón. Qué placer adentrarse en la niebla, perderse en estas soledades.


Una hora de lectura, otra de caminar por el campo sin encontrar a nadie, solo con mis fantasmas, que siempre son buena compañía, y luego a las nueve un abundante desayuno en el que no faltan los frutos de la huerta.
¿Cuánto tiempo hacía que desayunaba higos? No puedo recordarlo, quizá por eso tienen un ancestral y bíblico dulzor de infancia.
Estas dos horas, antes de empezar el día, valen por muchos días. Imagino mi vida aquí, con la casa llena de libros, con madrugadas de cazador y un vaso en la mano mientras desde la solana contemplo el lento crepúsculo. Vida de cura de aldea o de hidalgo solterón.
Hermosa vida que me haría feliz durante un tiempo, mucho tiempo, por lo menos dos horas. A las nueve y media subo al coche. La niebla me acompaña un trecho, pero luego, poco antes de llegar al Monasterio de San Pedro de Rocas, se alza el telón y en el cielo más azul que yo haya visto nunca se dibujan los oscuros bosques y la crestería luminosa de los altos montes.


Domingo, 4 de octubre
ANGELITA

¿Cómo no pensar en Valle-Inclán al entrar en el Pazo de Tor? Recuerdo, especialmente, uno de sus cuentos, “Beatriz”, que transcurre en un palacio cercado por un jardín señorial: “Los cedros y los laureles cimbreaban con augusta melancolía sobre las fuentes abandonadas; algún tritón, cubierto de hojas, borboteaba a intervalos su risa quimérica, y el agua temblaba en la sombra con latido de vida misteriosa y encantada”.


Lleno de vida misteriosa y encantada está este pazo que su última propietaria, María Paz Taboada de Andrés y Zúñiga, muerta sin herederos en 1998, con casi noventa años, donó a la Diputación de Lugo. Entramos en su habitación, en la del obispo (que aquí se alojaba cuando visitaba la zona), en la sala de juegos, en el cuarto de los niños, en el salón del mediodía, con sus grandes espejos, su clavicordio mozartiano de la casa londinense Longman & Broderip y su inmensa melancolía… Nos lo enseña todo Angelita, que vivió en el pazo desde los nueve años, y lo hace como quien muestra su casa. Cuenta anécdotas de la señora, que mientras estuvo casada solo venía en verano, pero que luego, ya viuda, residía aquí todo el año. “No llevaba una vida solitaria, no. Le gustaba recibir gente, por esta casa pasaron muchos escritores, se celebraban tertulias… Estaba llena de libros. Ahora los más valiosos se muestran en el despacho, los otros se guardan en una sala de la planta baja. Valle-Inclán fue uno de los invitados. La señora le conoció y Gonzalo Suárez le preguntaba por él cuando vino a rodar la película”.
Qué curiosa la memoria. Recuerdo yo el comienzo de “Beatriz” nada más entrar en el pazo y resulta que fue este precisamente el escenario donde se rodó, en 1976, la adaptación del relato de Valle-Inclán. No la he visto, no pienso verla, no quiero que me estropee la magia del lugar. Angelita cuenta que la señora se divirtió mucho con el rodaje, que ofreció una comida y una queimada a los actores, que hay una foto en la que están todos ante la fachada principal. La señora, risueña, aparece entre las dos actrices protagonistas, nada menos que Nadiuska y Carmen Sevilla… Seguramente aquel rodaje daría para una buena historia, pero más próxima a Berlanga que a Valle-Inclán.


Yo miro las armas arrebatadas a los franceses, el geométrico laberinto del jardín, las desvencijadas calesas y landós, los retratos de los antepasados, una coloreada litografía del barbudo Carlos VII, el rey proscrito que tenía un palacio en Venecia… Cuánta vida desvanecida y de algún modo todavía presente.
Bajo un acerolo, en el jardín de entrada, “lleno de noble recogimiento”, los frutos caídos han formado una mágica alfombra roja. Me gustaría sentarme en el banco cercano y releer la Sonata de otoño. Al despedirnos le pregunto a Angelita: “¿No piensa usted escribir los recuerdos de este lugar?”. “Estoy en ello, estoy en ello”, me responde con su dulce acento y una media sonrisa.


Lunes, 5 de octubre
NUEVE OBISPOS

Cuando Cunqueiro visitó el monasterio de San Estevo, en Ribas del Sil, todo era desesperante y agobiante ruina. Cuando lo visité yo, este fin de semana, un parador nacional animaba prosaicamente un lugar que en otros tiempos sirvió de retiro a nueve obispos. Vuelvo a pasear por los tres claustros y me parece escuchar el distinto son de sus desaparecidas fuentes: en el claustro románico, el golpe del agua contra la piedra del pilón; en el renacentista, el afinado acorde de los cuatro caños finos, y en el neoclásico, la sonora serenidad de sus chorros dóricos.


Cierro los ojos, cierro El pasajero en Galicia, y amarillean de nuevo los erizos entre el maduro verde de los castaños, y por la cuesta que lleva al monasterio no baja un rapaz con el rastrillo al hombro sino la dorada procesión de los obispos con las nueve mitras bordadas y báculos en los que se enredan los pámpanos de las viñas. Los dos últimos llevan en las manos el uno una naranja y el otro un limón de oro.


Martes, 6 de octubre
BRINDIS

Subo hasta el alto de Cabezoás para admirar al Sil encajonado entre altos riscos; embarco luego en Doade para recorrer un río que ya era latino en tiempos de Vitrubio y de Plinio, que un día arrastró oro y ahora tiene el tesoro de su vino en cada tramo, desde Valdeorras a los Peares.
Mientras el catamarán avanza sigiloso, dejando en las aguas oscuras una ancha estela que se borra lentamente, yo observo las frondosas laderas del norte donde se entremezclan alcornoques y avellanos, el acebo y el abedul, sauces y olmos, sin olvidar los castaños grávidos de fruto. Y, cubriéndolo todo, piornos, retamas, helechos, brezos. De vez en cuando, junto a un caserío, el señero ciprés que une tierra y cielo.
En la otra ladera se escalonan las vides. Las trajeron los romanos, las cuidaron amorosamente los monjes de los siglos oscuros, hoy sigue siendo una heroicidad recoger cada racimo que parece asomado al precipicio.


Mientras el catamarán avanza yo trato de distinguir alguna muestra de la fauna de estas tierras, en la que no escasean los lobos, abunda el jabalí, y no faltan garduñas, nutrias, ginetas, lirones, corzos. Solo entreveo, en la orilla, alguna garza real y creo adivinar, en lo alto, al halcón peregrino y al águila perdicera.
No suelo tomar vino, pero en la bodega Regina Viarum, en Amandi, hago una excepción. Y brindo por Virgilio, que nos enseñó en hexámetros a cultivar las vides, y por el caballero Gemundos que, en una jornada de caza, encontró las cuevas de San Pedro de Rocas y se quedó allí para estar lejos y en el centro del mundo, y por Álvaro Cunqueiro que fue el primero en traerme de la mano de su prosa a esta ribera sacra donde aún hoy los mirlos cantan en gregoriano los milagros del tiempo perdido y encontrado en el sagrado sabor de este vino.


Viernes, 9 de octubre
CASTIÑEIROS MILENARIOS

Leo en Dos arquivos do trasno, de Rafael Dieste, la historia del barbero que tanto había oído hablar de Buenos Aires, de sus calles largas y derechas, de la plata reluciente y generosa con que allí premian el trabajo y tanto le dio vueltas en su cabeza a lo escuchado que un día tomó la decisión de ir a aquellas tierras. Diez años allá y volvería rico de dineros y lembranzas. Una mañana salió de la villa con el baúl pequeño. Cuando llegó al puerto del que partían todos los caminos, exclamó admirado y angustiado: “Qué grande es el mundo”.
Leo esa y otras historias recogidas en los archivos del trasgo y recuerdo los castaños milenarios del Souto de Valguaire. Si existen trasgos, allí guardan sus archivos, en aquellos troncos inmensos y retorcidos que coronan esbeltas ramas de un verde adolescente (“Mi corazón espera / también hacia la luz y hacia la vida / otro milagro de la primavera”). Hay uno en cuyo interior, cómodamente sentados, varios paisanos pueden beber vino y jugar una partida de cartas. Me recuerdan los olmos que crecían frente a la escuela de mi pueblo, en los que jugábamos a escondernos. Miro desde dentro del castaño mayor y por un momento me parece que voy a ver al otro lado la escuela de Aldeanueva.
Diez años después volvió, rico de penurias y lembranzas, el emigrante de Rafael Dieste. Y cuando estuvo en casa y pasó el alegre barullo del recibimiento se puso a cantar muy bajito algo que comenzó en tango y remató en vieja cantiga. Tras la ventana, borrosa por la lluvia, se veía la humilde calleja. Pasaron unos niños corriendo y salmodiando aquello de “chove, chove, / na casa do probe, / na minha no chove” y él entonces murmuró, con los ojos llenos de lágrimas: “Qué pequeño es el mundo”.
Qué pequeño es el mundo. Cabe entero en el tronco hueco del árbol aquel en que jugábamos cuando niños.

domingo, 4 de octubre de 2009

Línea roja: Cosas que nunca diría

Domingo, 27 de septiembre
DOCTOR MENGELE

Nunca me ha molestado en exceso engañar a los demás, siempre que fuera con buen fin. Lo que no soporto es engañarme a mí mismo, y creo que me he pasado la vida haciéndolo.
Ahora que estoy a punto de cruzar la línea roja tras de la cual el único cambio que se admite es el acelerado deterioro, he decidido afrontar un programa serio de reformas. Pero para ello lo primero que hace falta es observarse con rigor y sin autocomplacencias. Algo especialmente difícil. Si me miro a mí mismo, siempre me veo mucho mejor de lo que soy. Para verme bien necesito mirar a los demás. Por eso desde hace unos meses he comenzado a hacer una ficha de cada persona mayor de cincuenta y cinco años que conozco. En ella voy anotando el resultado de todas mis observaciones con la mayor objetividad de que soy capaz, como si se tratara de cobayas un laboratorio. Muchos enemigos me ganaría si esas fichas se divulgaran, pero el rigor científico no admite la piedad.
A mí me resultan muy útiles. ¿Hay algo en común en todos esos sujetos que someto a mi observación? Todos nos creemos mejores de lo que somos. No solo yo. Y gracias a eso nos soportamos a nosotros mismos.
Ahora que voy a cumplir sesenta años quiero verme sin complacientes veladuras. Una hazaña de la que pocos son capaces. Y seguir aprendiendo con cada tropezón.
Nunca condescenderé con las abusivas generalizaciones, el pensamiento en blanco y negro, la empobrecedora rutina, la falta de curiosidad. Haré todo lo posible por seguir siendo un exigente alumno, un adolescente inseguro y curioso y nada complaciente hasta el final.


Lunes, 28 de septiembre
CIRCOLO DEI FORESTIERI

Llovía cada vez con más fuerza. Bajo los toldos, en la alta terraza del Circolo dei Forestieri, todas las mesas estaban ocupadas, pero solo dos de ellas con una sola persona. Éramos los únicos solitarios y eso hizo que nos miráramos más de una vez con simpatía. Los dos teníamos delante un café, un libro y un cuaderno. No sé lo que escribiría ella en su negro moleskine. Yo anoté, como hago siempre que me sobra el tiempo y no tengo ganas de pensar en nada, unos cuantos haikus. Entre la lluvia, sobre el fosco mar, se entreveía la silueta de Capri. Abro ahora el cuaderno y me entretengo en descifrar los garabatos de entonces:

Vuelvo a mirarte. / Ya no estás, eras sueño, / y aún me sonríes.
Qué lentamente / de la luz a la sombra / el mar, el cielo.
Ese alto pino / de Ulises supo y supo / de mí contigo.
Oigo tus pasos, / reloj que no descansas / hasta alcanzarme.
A nadie espero /y en esta mesa sola / sigo esperando.
Ese ladrón / cada día que pasa / me roba un día.
Tortuga inmóvil, / ¿acaso esperas / que llegue Aquiles?
Tanta luz fuera / y en los ojos que miro / toda la noche.
La noche entera / en la cama muy juntos / el tiempo y yo.
Se sienta con nosotros. / No sabe que está muerto. / ¿Quién se lo dice?
Sé que prefieres / la plena luz del día / para asustarme.
Sobre la mesa / el queso el vino el pan / y unos limones.

Eso es lo que yo escribí, sin pensar en lo que escribía, mientras fantaseaba una novela con aquella mujer todavía joven y solitaria que en Sorrento leía los Sonnets from the Portuguese, de Elizabeth Barrett Browning, y que quizá a su vez soñaba una novela en la que yo era el protagonista. Soñemos, alma, soñemos.



Martes, 29 de septiembre
SECRETOS INCONFESABLES

Hay verdades que resultan ofensivas y, por eso, una persona bien educada lo primero que debe aprender es a callar buena parte de lo que piensa.
Como todo el mundo, yo también tengo mis secretos inconfesables. Ni siquiera a mis amigos más íntimos me atrevería a decirle que me sobra el dinero (y no porque gane mucho sino porque necesito menos), que me gusta pagar impuestos (y siempre pago el máximo correspondiente sin recurrir a ninguna argucia legal para rebajarlos), que con nada disfruto más que con la vuelta al trabajo tras las vacaciones.
Si yo dijera algo así, perdería las pocas simpatías que tengo. Pero qué le vamos a hacer, cada uno es como es. De sobra sé que nada resulta más rentable que el victimismo y la ramplona demagogia.
Cuando entro en un museo, en una biblioteca pública, cuando cruzo un elevado viaducto o paso delante de un bullicioso centro escolar a la hora del recreo, siento la satisfacción de saber que todas esas maravillas las estoy costeando yo en la medida de mis posibilidades. Nada de lo que pudiera comprar con el tercio de mis ingresos que se lleva hacienda me haría más feliz.
Y cuando tras las interminables vacaciones entro otra vez en clase, saludo a los alumnos que me miran atentos, comienzo a hablar de historia y de literatura, siento siempre –como me ha ocurrido hoy- que el mundo vuelve a estar bien hecho.
Pero si yo dijera en público estas cosas, cuánta gente se ofendería. Por eso hago lo que todos: quejarme. Que nadie se entere de que con insultante frecuencia soy feliz.


Miércoles, 30 de septiembre
UNA FIESTA EN LA NOCHE

A veces, mientras tomo el café de la mañana o de la tarde, algún desconocido se acerca a saludarme. Es lo que ha ocurrido hoy en Los Porches. “Perdone que le moleste. Su escrito de ayer, esa especie de diario, me ha traído tantos recuerdos... Yo también estuve en Ischia, pero de eso hace medio siglo. Allí tuve un encuentro que decidió mi vida. Estudiaba ingeniería en Italia, de donde es parte de mi familia, y un día decidí dejarlo todo y hacerme sacerdote, con gran disgusto de buena parte de mis amigos. Un tío abuelo mío, que era párroco en Santa María de Portosalvo, estaba un poco enfermo, y allá me fui durante el verano para hacerle compañía. Una noche en que no podía dormir me dio por pasear por el estrecho camino que avanza hacia el centro de la isla por detrás de la iglesia y las termas militares, que usted conocerá. A un lado y otro, hay casas de campo y villas de recreo. En una de las más hermosas daban una fiesta. El jardín estaba lleno de jóvenes elegantes y de jovencitas en traje de noche. Bebían y reían, charlaban en grupos, sonaba una música no estridente, como en sordina. Yo me quedé parado ante la verja, mirando con cierta envidia aquella imagen de la felicidad (la vida en la isla, sin más mundo que mi tío y las beatas que frecuentaban la iglesia, comenzaba a aburrirme).


Al notar que la puerta estaba entreabierta, sin pensarlo dos veces, me colé dentro. Un sirviente pasó con una bandeja y yo cogí una copa. Deambulé entre los grupos. De pronto, un hombre algo mayor que los demás invitados, me hizo una seña: “Ven conmigo”. En una ventana del primer piso creí entrever el brillo de dos ojos que me observaban. Entramos en la casa, penumbrosa (toda la luz y la animación parecía concentrarse en el jardín), subimos unas escaleras, abrió la puerta de una habitación, me invitó a entrar y la cerró suavemente tras de mí. Él se quedó fuera. Una mujer se me acercó bruscamente, casi podría decir que se abalanzó sobre mí. Lo que ocurrió después no hace falta que lo cuente. Al salir, el hombre me entregó un sobre. Lo guardé en el bolsillo del pantalón en un gesto inconsciente. Cuando lo abrí más tarde, vi que contenía dinero. No demasiado. Naturalmente aquella historia, que me dejó tan confuso como satisfecho, todo hay que decirlo, fue el fin de mi vocación religiosa. Entendí lo ocurrido bastantes años después, hojeando, antes de entrar a ver los cuadros, el catálogo de una gran exposición que se celebraba en el Reina Sofía. Resulta que el pintor había pasado un verano en Italia, precisamente en Ischia. Las fechas coincidían. Ahora estoy jubilado, tengo tres hijos, cinco nietos, y sonrío al pensar que toda esa felicidad se la debo a que una mujer, Gala Dalí, se encaprichó una noche de fiesta del aturdido seminarista que se había colado en su jardín”.


Jueves, 1 de octubre
ENVEJEJER

Subrayo unas líneas de Eugenio Montes: “De eso iba a escribir cuando tomé la pluma y hablé de otras cosas. Uno se va haciendo viejo y envejecer es dejar que los recuerdos se enreden unos con otros, divagar sin llegar nunca a ninguna parte, o quizá sufrir que los demás le llamen divagación a lo que es sustancia última de una vida”. Y otras de Somerset Maugham: “Está bien que un caballero, pasados los sesenta años, tenga vida sexual, pero no resulta correcto que hable de ella”.



Viernes, 2 de octubre
MI FAI VOLARE

Hay un rincón en Nápoles que a mí me gusta especialmente. Está en el Vomero, pasado el parque de la Floridiana, al final de la calle Luca Jordano. En el Vomero, mucho antes de que existiera el funicular, vivió el filósofo Benedetto Croce y cuando bajaba a la ciudad lo hacía calmosamente en burro. Desde allí se ve el puerto de Mergellina, la deslumbrante bahía, las islas misteriosas. A este rincón acostumbran a venir los enamorados. En el suelo y en los peldaños de las escaleras escriben sus declaraciones de amor con grandes letras: “So tu mi fai volare, senza mai cadere giù, mi dai sempre de piu, del passado no m’importa, ció que conta é averti qui”. Solo tú me haces volar… Las parejas se abrazan contra la barandilla y a veces parece que van a salir verdaderamente volando sobre el azul del mar.
Antonio Beccadelli hizo lo mismo que estos enamorados en un gozoso libro y en el latín lustral de los humanistas. Entre procaces bromas que emulaban a Marcial y a los Carmina priapea escribió: “Ardo, el corazón se me consume de llamas secretas. / Y cuanto más callo, más crece mi dolor”.
Hizo lo que hacemos todos con un amor secreto: callarlo a gritos.