sábado, 19 de julio de 2014

En Lastres: Parte de una historia



Se había ido haciendo de noche sin que nos diéramos cuenta. Comenzaba a refrescar, pero se estaba bien allí, en medio de la huerta, la silueta de las montañas al fondo, las estrellas apareciendo poco a poco sobre nuestras cabezas y todo el silencio del mundo alrededor.
            Éramos cuatro amigos de toda la vida y Andrés, otro invitado del dueño de la casa al que los demás apenas conocíamos. Habíamos estado recordando viejas anécdotas, llenas de sobreentendidos, y yo pensé que se aburriría. Apenas abrió la boca en la velada, aunque bebió como todos y supo educadamente disimular cualquier gesto de aburrimiento.
            Al final, después de un rato de silencio en el que pareció invadirnos una inesperada melancolía, cuando ya íbamos a levantarnos para entrar en casa, dijo: “¿Vosotros creéis en los fantasmas? Yo tampoco, y sin embargo…”
            Todos nos dispusimos a escuchar una buena historia, de las que a mí me gustan especialmente, pero entonces Lola, la mujer del anfitrión, apareció en el puerta. “¿Qué hacéis todavía ahí? Pasad dentro”. Entramos y yo creí que Andrés –alto, elegante, distante, con cierto aspecto de fatigado galán de los años dorados de Hollywood– iba a continuar con su historia, pero la conversación siguió por otro lado, se empezó a preparar la cena y no hubo ocasión.
            A la mañana siguiente, cuando bajé, muy temprano, apenas había amanecido, a correr por la playa, me encontré a Andrés, abstraído, muy cerca del agua, mirando la línea del horizonte.
             “Creí que era yo siempre el primero en levantarme, pero veo que hay quien me gana”.
            Se sobresaltó, no me había oído acercarme. Intercambiamos cuatro frases banales, estuve a punto de preguntarle por sus palabras de ayer, pero al final no me decidí ante su actitud cortésmente fría, que no daba pie a ninguna confianza. Me despedí con un gesto y comencé mis correrías habituales por la arena de la playa.
            A la hora de comer ya no estaba. “Ha tenido que irse precipitadamente”, me dijo Juan. Había invitado a Andrés, pero tampoco le conocía mucho. “Me trajo en su coche una noche en que, tras presentar un libro en Cervantes, se hizo muy tarde y no encontré taxi. Era amigo del autor del libro, un poeta catalán”.
            No pensé más en aquel asunto, al menos de manera consciente, porque de vez en cuando, en sueños, se me aparecía aquel desconocido mirándome fijamente, como si quisiera decirme algo.
            Le volví a encontrar inesperadamente en la librería Ojanguren, en el altillo dedicado a la poesía. Tenía en las manos un libro de Roger Wolfe y lo hojeaba con tanta atención que no se percató de mi presencia. “Andrés”, dije. Y él levantó la vista como asustado al oír mi voz. “No me llamo Andrés”, respondió. “Ya lo sé, ya lo sé, por fin te he reconocido. Tienes que terminar de contarme una historia”.
            Fuimos muy amigos hace treinta o cuarenta años. La relación acabó mal, y yo la había olvidado por completo. “No pongas esa cara”, dijo él, “no soy un fantasma”. Pero yo no estaba nada seguro de que no lo fuera.
            Había pensado en invitarle a un café en cualquier sitio por allí cerca y que me terminara de contar aquella historia que había insinuado en casa de Juan y Lola. Pero ya no me apetecía oír su historia. La conocía demasiado bien. Y sin embargo…
            Me la terminó de contar aquella noche, en la cocina de mi casa, frente a frente, una botella de whisky, que poco a poco se fue vaciando, entre los dos. Cuando me desperté, muy entrada la mañana, con la boca pastosa y dolor de cabeza, ya no estaba allí. Quizá no había estado nunca. 


1 comentario:

  1. La última vez que vi a Lola me recordó el regalo que su sobrino poco antes de irse,le había hecho llegar a Juan,que a su vez el hemano pequeño le había traído para llevarlo a casa escuchando el cd de Moustaki hace años,que destrozamos bailando.Ella al saberlo dijo que se lo diría al tío por ser una primicia lo del baile.y le dije,dile también que a veces lo rescataba,sentádome debajo de la mesa de comedor y con voz grave leia uno de sus versos favoritos,al rato lo tenia hecho un ovillo a mi lado diciendo,sigue,léeme otro.Saludos.

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