lunes, 14 de julio de 2014

Tras larga travesía


Estar de paso, llegar por la mañana e irse al atardecer, no es mala manera de estar en un sitio. Es la que yo prefiero. Luego puedo volver o no volver. Si vuelvo, en seguida establezco mis rutinas. Si no, se queda para siempre en la memoria con la luz de ese único día iniciático.
            "Recuerdo que tocamos puerto tras larga travesía", escribe Cernuda al comienzo de uno de sus más extraños poemas; parece el relato de algún sueño. Yo también recuerdo mi sorpresa, al abrir los ojos tras una mala noche, en la que apenas logré pegar ojo, y encontrarme junto a un desvencijado carguero, frente borroso telón de las casas del puerto.
            Aquella era la isla de Procida, podía ser cualquier otra. En el velero íbamos cuatro amigos, que casi habíamos dejado de serlo con la forzosa cercanía de las largas horas de navegación, y dos tripulantes. Al bajar a tierra, cada uno se fue por su lado, o eso me pareció a mí.
            Yo no tardé en encontrarme a gusto pisando tierra firme, escuchando el dialecto local, temiendo, o deseando más bien, encontrarme con alguna Circe que me convirtiera en cerdo o en cualquier otra inocente bestezuela ajena a su fatal destino.
            Pronto dejé atrás las casas que se apretujaban junto al puerto. También las villas de verano rodeadas de un pequeño jardín. El camino se fue haciendo más y más solitario.  Me parecía que había andado quilómetros, que estaba muy lejos. Miré mi reloj. Hacía poco más de un cuarto de hora que había desembarcado.
            Oí sonar bucólicas esquilas y al descender una ligera colina me encontré con un rebaño. No vi al pastor. Un perro, que se quedó quieto mirándome, sin ladrar, parecía cuidar de las ovejas.
            En este lugar no parece haber mucha diferencia entre el siglo XXI y el siglo III antes de Cristo, pensé. Ahora, en ese recodo del camino, podrían aparecérseme Apolo o Afrodita, cualquier dios en figura humana, como se aparecían en los poemas homéricos.
            Y efectivamente se me apareció una mujer, con una escopeta al hombro, y sanguinolentas aves, que no se si serían perdices, colgadas al cinto. Parecía una siniestra caricatura de Diana cazadora. En un italiano áspero y gritado, que no parecía italiano, me preguntó que quién era, que qué hacía por allí. Yo contesté rápido, evasivo, sin ninguna gana de entablar conversación, y traté de seguir mi paseo, pero ella me pidió  imperiosamente que la acompañara y, como en los sueños, aunque estaba deseando no hacerlo, fui incapaz de negarme.
            Me llevó hasta una cabaña de sórdida apariencia, alegrada por unos rosales que crecían junto a la puerta. Tres o cuatro perros nos recibieron con ladridos y ella los calló con un grito.
            El interior de la cabaña estaba oscuro. Parece que solo había un ventanuco cerrado con unas tablas que apenas si dejaban colarse un resquicio de sol. La mujer, que no era joven, aunque sí más joven de lo que me había parecido en un principio, se quitó rápidamente la ropa y me invitó a hacer lo mismo.
            Cuando volví al puerto, ya todos estaban alarmados por mi tardanza y me recibieron con malos modos. ¿Dónde te habías metido? El barco estaba a punto de partir, la noche se anunciaba calma, los vientos favorables.
            Me tocó hacer guardia pasada la media noche hasta la madrugada. Me acosté pronto y dormí de un tirón hasta que me despertó la alarma del móvil. Subí a cubierta. La noche era muy clara, con todas las estrellas titilando en las aguas del mar. El barco se deslizaba sin ruido alguno y casi sin balancearse, o eso me parecía a mí. No me habría extrañado nada que de pronto, en el silencio de la noche, se escuchara el canto de las sirenas que habían tratado de seducir a Ulises.
            Yo no me habría tapado los oídos ni me habría atado al mástil. Yo me habría dejado llevar directamente al abismo. No me habría importando que aquella noche fuera la última noche de mi vida.


7 comentarios:

  1. No me convence esa elipsis que haces, Martín, cuando pasas de puntillas sobre el piso de tierra al huír de la choza de Circe venatrix. No sé, pero incluso el parco y pudibundo Borges (de quien acabo de leer la completa de sus Relatos) se hubiese extendido algo más en los pormenores... La mención del pinchazo de una espina de rosal en un glúteo (hablaría de tu desnudez solar); un mohín del chucho que ya te anticipaba como futuro asiduo; un ronquido a través del ventano, que informaría de la confortable laxitud de la dama abandonada pero satisfecha (es decir, que habrías cumplido como un fauno)...
    Esas cosas, dosificadas secundum artem, son la sal del relato, el adobo de la carne.
    Ya ves, buen Martín, que hasta en esto has de recibir mi modesta (?) y fraternal directiva.
    Y es que resién leído Borges, cualquier cosa parece insatisfactoria.
    Buen verano, compañero.

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  2. Si F., en lugar de impartir "directivas", se limitara a exponer opiniones, creo que no soy el único al que le resultaría un poco más convincente.

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  3. ¡Qué gran profesor de literatura se ha perdido el mundo al dedicarse F. a otros menesteres (me imagino, que eso nunca se sabe)!
    Y qué depresión la mía al enterarme de que Jorge Luis Borges es mejor escritor que yo. Nunca me hubiera imaginado tal cosa.
    Gracias, F. Y a seguir.

    JLGM

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  4. No se me celen, no se me celen..., que yo no he dicho que Martín no sea capaz de escribir "cosas" aún mejores que Borges; de hecho, algunos relatos del gran argentino (malgre lui, da la impresión) un tanto farragosos y algo pedantes (no soporto a los pedantes, je,je...) son inferiores a algunos correspondientes del vate aldeanovense. Porque Martín -sépase- tiene la rara virtud de escribir llano y bello, sin afeites ni camelos, con un poso melancólico y algo decadente, crepuscular y... Pero no voy a dorarte más la píldora, buen vate, que parecerá que soy ciclotímico, vulgo bipolar.
    No sé si alcanzarías a perpetrar "El hombre de la esquina rosada", pero Borges a veces también paría ratones y tú -también a veces- sinuosos gatos de Angora. Bellos.
    Ta dicho.

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  5. tres homes filosofando,pobre perro.No digui res.

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  6. Cuatro, estimado tocayo, cuatro; que tus filosofías tampoco son mancas.

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  7. pobre diablo que supone que tengo manos.Tengo alas y raíces.para reconocer ,como merece el respeto a ambos protagonistas,que un encuentro fortuito se queda en la memoria tan callando.Saludos

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