Sábado, 21 de marzo
DE LA VIDA LITERARIA
Estaba yo esta tarde en los Prados, entretenido con un libro de Almagro San Martín, crónica rosa y verde de la familia real, cuando se acerca a saludarme un desconocido con los suplementos del día bajo el brazo. “¿Molesto?”. Nada me molesta menos que los elogios –eso es lo que yo esperaba— de un lector anónimo. Pero el lector no era anónimo, sino un antiguo compañero de estudios que ahora trabaja en no sé qué editorial de Planeta, y tampoco parecía precisamente un devoto admirador.
—Siempre me divierte leerte. ¡Vamos a ver qué disparates dice hoy García Martín!, me digo cuando abro el periódico. Resulta curioso comparar cómo habláis del mismo libro Alberto Manguel en Babelia y tú en el Abc. Él divaga sobre la poesía de José Agustín Goytisolo y luego elogia la edición; tú no dices nada de la poesía de Goytisolo y arremetes contra la edición: que si falta el índice, que si sobran notas… Tonterías. Razón tienen para enfadarse Carmen Riera y Lola Lucio. A los críticos de nombre no se les paga para que lean (ya han leído bastante) y menos para que busquen erratas –y esto te lo digo yo, que algo sé del negocio editorial—, sino para que amplifiquen la publicidad. No hablo de cualquier libro, claro, sino de esos por los que los editores apuestan, en los que gastan dinero en promoción. Los reseñistas inteligentes, como Manguel, si les mandan un libro de que va a abrir el suplemente, pues lo hojean y luego enhebran una bonita divagación en prosa, un agradable ditirambo.
—Yo no soy así.
—Ya lo sé, y así te va.
Mi amigo me da su tarjeta, me pide que le llame cuando pase por Barcelona, y me mira con la condescendencia con que el triunfador mira al compañero que sacaba mejores notas durante los estudios, pero que luego ha fracasado en la vida real. El éxito de Isaac Rosa y de Menéndez Salmón lo considera cosa suya. Pero yo no escribo novelas, así que no dependo de avispados ejecutivos editoriales. Tampoco aspiro a que ningún suplemento me mande el compromiso de cada semana. Blanca Berasátegui lo intentó alguna vez. Luego me contaban su furia. “Pero cómo se atreve a decir esto de Muñoz Rojas, un caballero que va a cumplir cien años”. Sí, y la menor cantidad de poeta posible, añado yo. Antes de que las cosas llegaran a mayores dejé El Cultural. Qué peso se quitaron de encima.
Cada uno tiene su idea del éxito. Para unos es lograr adelantos suculentos, premios prestigiosos, o incluso el Planeta, ir a todas partes con un ministro delante y otro detrás, como mi admirado Gamoneda. Para mí el éxito es que le dejen a uno escribir a su aire, casi siempre contra este y aquel, mi deporte favorito.
Domingo, 22 de marzo
DROGODEPENDIENTE
Otro día más en que no me elogia nadie. Y con este van cinco. Llevo la cuenta. El vanidoso es como el drogadicto, necesita su dosis diaria. Yo me controlo bastante bien, incluso he llegado a resistir una semana. Más no. En ese caso, para no volverme insoportable, tomo metadona. Quiero decir que le escribo a algún amigo –a Andrés Trapiello, a Xuan Bello— felicitándole por su último artículo, que a veces ni siquiera he leído, y ellos me devuelven con puntual cortesía el correo elogiando mi más reciente publicación, que seguramente tampoco han leído.
Así soy yo de puerilmente vanidoso. Por un elogio soy capaz de cualquier cosa, salvo de abstenerme de arremeter contra el promocionado bodrio de algún benemérito figurón. En privado en cambio no me molesta mentir. En privado soy capaz de elogiar hasta a Cristina Peri Rossi y su Play Station, esa colección de desmañados chistes más o menos lésbicos –alguno incluso con gracia— con la que ha ganado el último Loewe.
Lunes, 23 de marzo
UNA PESETA
Sigo leyendo la Crónica de Alfonso XIII y su linaje, de Almagro San Martín, diplomático y hombre de mundo que sabía referir las licencias de la real familia con tan florido estilo que a nadie podía ofender. De Isabel II cuenta una anécdota que otros atribuyen a la condesa de Campo Alange: “Dice la crónica menuda de aquel reinado, que mientras el real marido pescaba en otras procelosas aguas, la reina, acompañada de alguna dama confidente, y disfrazada a lo popular, salía subrepticiamente de Palacio para misteriosas escapatorias nocturnas. Cierta noche en que había salido de bureo dio con sus salados huesos en la oscuridades del Prado, donde, cortejada íntimamente por un galante miembro de la milicia, recibió como óbolo de su amador una peseta, que la ilustre dama hizo rodear de brillantes y conservó toda su vida en recuerdo de aquel esforzado hijo de Marte”.
Martes, 24 de marzo
LA SUPERSTICIÓN DE LA NOVELA
Encuentro en Valdés un libro de Fernández Flórez, La conquista del horizonte, que lleva en la cubierta la indicación de “novela”. “No conocía esa novela suya”, me dice Marcos. “Es que no es una novela”, añado yo, “sino una colección de maravillosos artículos viajeros. Pero parece que la superstición de la novela es ya antigua. Entonces como ahora los editores trataban de engañar a los lectores más ingenuos. Pero somos bastantes los que respiramos aliviados al darnos cuenta de que lo que se nos presenta como novela –Gomorra, de Alberto Saviano, por ejemplo— no lo es”.
“Pues Javier Cercas afirmaba el domingo que hay que desconfiar de quienes no leen novela, de la gente seria que la considera una frivolidad para desocupados”.
“Leí ese artículo. Decía que es un género esencialmente irónico y que a la gente seria no le gusta la ironía. Es posible, pero hay novelas nada irónicas –la mayoría de las que venden mucho— y poesía, ensayo, diarios más o menos íntimos muy irónicos”.
“Lo que pasa es que tú detestas la novela”.
“Detesto solo a quienes consideran la novela como la culminación de la literatura, como el género supremo. Y nada me aterra más que esos amigos que son buenos poetas, memorialistas, críticos literarios, y de pronto me dicen que están escribiendo una novela. Pero ya he aprendido a elogiar a los amigos sin leerlas”.
“O sea, que no lees novelas”
“Muy pocas, una o dos a la semana. La última, La otra cara de la verdad, de Donna Leon. Una agradable forma de perder el tiempo, al contrario que tantas otras presuntas obras maestras, como las ficciones de Bernhard o Bolaño”.
Miércoles, 25 de marzo
EL OTRO LADO
No me gusta que me cuenten cuentos que parecen cuentos. Me gustan las novelas que parecen verdad y las verdades que parecen de novela.
Me gusta fingir lo que no siento y dejar que se pudran sin encontrar la palabra adecuada mis sentimientos verdaderos.
La novela que yo prefiero es la feria de las vanidades de la vida literaria. La mejor novela de humor que se haya escrito nunca.
Y la mejor historia de fantasmas, mi vida. Cualquier vida.
Qué angustia el pasado lunes al ver de nuevo en el palacio de Valdecarzana el documental de José Havel sobre Víctor Botas. Qué triste su sonrisa en ese último gesto de despedida al salir de la cafetería Oliver un día de hace quince años, como si presintiera quién le estaba esperando en casa para llevárselo al otro lado. ¿En qué sitio, a qué hora, qué día me estará esperando a mí?
Jueves, 26 de marzo
MALENTENDIDOS
“Reconozco al amor por una tristeza que corta la respiración”, decía Marina Tsvietáieva. Sus enamoramientos se desarrollan –afirma Todorov en el prólogo a Confesiones. Vivir en el fuego— “según un protocolo muy rodado y que conoce de memoria”. Comienzan por la elección de un hombre más joven (a veces, una mujer) que gusta de la poesía. Un encuentro basta, o mejor aún, una carta de algún admirador. Debido a que no sabe nada de la persona real puede dotarla de todas las cualidades. Su imaginación crea un ser magnífico a quien comienza a enviar poemas. El malentendido no tarda en perturbar la relación. El amado no experimenta los sentimientos que le adjudica, se siente sorprendido, mantiene las distancias, y eso provoca una nueva oleada de escritos, esta vez de reproche. Luego se inicia la tercera etapa: las ilusiones de Tsvietáieva se desvanecen, no encuentra ya ningún interés en la persona que provocó el encandilamiento y acaba por apabullarlo con su despreciativa superioridad.
Algo tienen en común mis enamoramientos con los de Marina Tsvietáieva. Llego a ti como quien llega a una ciudad desconocida. La alegría de los primeros pasos, de las continuas sorpresas, del mar que aguarda al fondo de una calle, de esa torre gótica con su carillón, de un jardín tras altos muros… Y luego irse antes de que pierda su capacidad de sorpresa.
Necesito enamorarme continuamente porque si no la vida se me queda sin argumento. Pero soy alérgico al amor correspondido.
No quiero que me quieras, quiero solo que te dejes querer. Y que sonrías siempre como ahora sonríes.
Viernes, 27 de marzo
PARA QUÉ
Unos versos de Rafael Montesinos: “Me muero porque me quieran, / pero nunca lo diré. / Y después de todo, ¿qué? / ¿Morir para que me quieran? / Que me quieran, ¿para qué?”.
Lo del Domingo ¿formará parte de su extraño sentido del humor?
ResponderEliminarEn todo caso, me hizo bastante gracia.
Llego a tu blog por el de Felipe Benítez Reyes, que también acaba de estrenarse en esto. Me alegro de encontrar a viejos conocidos en esta tertulia. Bienvenido.
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