domingo, 22 de marzo de 2009

Para entregar en mano: Autorretratos

[Publicado por J. L. García Martín en La Nueva España - 22.03.2009]

Sábado, 14 de marzo
COMPLETAMENTE FELIZ

Me reconozco en todo lo que veo, en todo lo que leo. Habla Alfonso Reyes de Amado Nervo y quisiera que hablara de mí: “Cuando murió, era ya completamente feliz. Había renunciado a casi todas las ambiciones que turban la serenidad del pobre y del rico. Como ya no era joven, había dominado esa ansia de perfeccionamiento continuo que es la melancolía secreta de la juventud. Como todavía no era viejo, aún no comenzaba a quedarse atrás, y gustaba de todas las sorpresas de los sucesos y los libros: aún amanecía cotidianamente con el sol. Había logrado dos grandes conquistas: divertirse mucho con las propias ideas en las horas de soledad, y divertir mucho a los demás en los ratos de diversión y compañía”.




Domingo, 15 de marzo
AÚN

Llega un momento en la vida en que parece que solo nos queda esperar, dejar pasar los días con el menor daño posible, aguardar a quien siempre llega a la cita. Es lo que le ocurre a Walt Kowalski, un jubilado de la Ford que acaba de enterrar a su mujer y se considera superviviente de una América que desaparece invadida por los bárbaros. Aunque Walter Vale, profesor universitario en Connecticut, aún sigue dando clases, ya es también un jubilado, alguien en la antesala, alguien que se aburre mientras espera la llamada final.
The Visitor, la película de Tom McCarthy, es como una variación en tono menor del Gran Torino (grande de verdad) de Clint Eastwood. Qué fascinante ese pasmado profesor que poco a poco vuelve a la vida gracias al tamborileo del djembe y a la risueña vitalidad de un emigrante ilegal. Y qué sorpresa para mí cuando de pronto llaman a la puerta de su apartamento y aparece Hiam Abbas, la palestina de El jardín de los limones, de la que yo me enamoré en una sala de Turín mientras los israelíes masacraban Gaza.


Richard Jenkins tocando el tambor en una estación del metro, Boadway-Lafayette (su manera de protestar contra la injusticia del mundo y de decir que sigue vivo); Clint Eastwood que cae con los brazos en cruz en medio de la calle para expiar una antigua culpa, para salvar a los nuevos americanos llegados de cualquier parte del mundo.
El cine de los domingos. Películas que hablan de muerte y resurrección, de amistad y paternidad. El gran cine habla siempre de mí. Qué vida más pobre la mía sin estas otras vidas.


Lunes, 16 de marzo
FIESTA

“A Brunetti le gustaba este campo, le había gustado desde niño, por sus árboles y por su amplitud: SS Giovanni e Paolo era muy pequeño, la estatua estorbaba, y las pelotas de fútbol solían caer en el canal; Santa Margherita tenía forma irregular, y siempre le había parecido muy ruidoso, y más ahora, que se había puesto de moda. Quizá era el escaso comercio la causa de su predilección por Campo San Polo, que solo tenía tiendas en dos de sus lados, ya que los otros dos habían resistido la tentación. La iglesia, cómo no, había sucumbido a ella y ahora cobraba entrada, después de descubrir que la belleza rinde más beneficio que la fe. Y tampoco había tanto que ver en su interior: unos cuantos Tintorettos, el viacrucis de Tiépolo…”


Leo La otra cara de la verdad, de Donna Leon, y me gusta detenerme en algún párrafo, salirme del libro, pasear por Venecia. A mí el Campo San Polo me parece un lugar de paso; yo prefiero el de Santa Margherita, siempre alegre de estudiantes, con sus librerías de viejo y sus cafeterías juveniles. Una noche de verano en que lucían todas las estrellas, después de beber solo, regresaba solo al hotel, y en un puente me tropecé con un grupo ruidoso; iban a una fiesta, y una chica algo borracha, se me colgó del brazo y se empeñó en que los acompañara… Lo hice porque no tenía sueño y me deprimía la perspectiva de la solitaria habitación. No me divertí más en la fiesta de lo que me habría divertido en el hotel: la chica que me había invitado pronto se olvidó de mí y yo me senté en un rincón del jardín y desde allí los vi bailar, gritar, hacer el amor, pelearse, no parar hasta el amanecer. Yo me había vuelto invisible, nadie se acercó a mí, yo no me acerqué a nadie, como si estuviera en otro mundo. Y lo estaba.
De cualquier libro lo que más me gusta son las ventanas que permiten mirar fuera del libro, las puertas que se abren al azar de las páginas y nos llevan a un lugar donde nos esperamos a nosotros mismos.


Martes, 17 de marzo
OTRA MUERTE

Un lunes de Carnaval, bajo la lluvia fría que desluce Roma, camina un anciano pequeño y vestido de negro, sin sombrero. Algunos le reconocen, pero no se atreven a acercarse. Avisan a un discípulo que lo cuida, pero no le resulta fácil hacerle volver a casa. Se negaba a detenerse y descansar. Los dolores no le daban tregua. Intentó montar a su caballo, pero no lo consiguió y cuando comprendió que ya no iba a cabalgar nunca más se dejó llevar por el pánico. Decía no temer a la muerte, pero cuando ahora llegaba con la lluvia gélida se asustó como todos los hombres, incluidos los que como él habían vivido ya demasiado tiempo. Dos días la aguardó sentado en una butaca próxima a la lumbre y otros tres tendido en el lecho.
En una miserable casucha del Macello dei Corvi moría uno de los hombres más grandes de su siglo, sin que le acompañara alguno de aquellos parientes para los que había trabajado y ahorrado toda la vida, sin su sobrino Leonardo, quizá la persona que más quería en el mundo, que allá en Florencia espera impaciente su muerte para hacerse con la herencia.
Toda su vida se había preparado para morir, pero ahora sentía pánico y pedía que no le dejaran solo. Vivía como un mendigo, pero debajo de la cama guardaba una caja con oro suficiente para comprar un palacio.
Le quiso ofrecer todo aquel dinero a la muerte, a cambio solo de un último paseo a caballo, pero la muerte dio una patada al cofre y las monedas de oro rodaron por la sucia habitación.
En cuanto se extendió la noticia, todos los cuervos de Roma y de Florencia llegaron para disputarse los despojos de Miguel Ángel, muerto como un pobre hombre, como un fardo de angustia y podredumbre, como lo que en realidad era, como lo que en realidad somos todos, los grandes y los pequeños.



Miércoles, 18 de marzo
RINCONES FAMILIARES

Recuerdo bien esa estación de metro en que el profesor Walter toca desesperadamente el tambor. Un poco más arriba se encuentra la librería Strand, la librería de viejo más grande del mundo, un laberinto en que es grato perderse; cerca de ella, las agujas neogóticas de Grace Church y una tienda de máscaras y disfraces con escalofriante escaparate. Este tramo de Broadway, el que va desde Union Square hasta Wall Street, es el que más me gusta. Los edificios, de finales del XIX, de principios del XX, anteriores a los rascacielos, tienen una monumentalidad y una fantasía historicista que no se encuentra en ninguna otra parte. Los domingos no hay tráfico en la Avenida y en ella se instala un mercadillo. Es muy grato pasear, descender lentamente, entretenerse con los infinitos puestos, con el guirigay multicolor. Washington Square y su pequeño estanque, su césped indolente y su arco de mármol también está muy cerca.


Como un niño, al que le es imposible estarse quieto, yo también, cuando leo un libro, cuando veo una película, me escapo a cada poco. Estación de Broadway-Lafayette: dejo al profesor en el andén y yo salgo al cruce de la Avenida con Houston Street; estoy citado en una cafetería cercana. Pero esa es otra historia que prefiero guardar para mí solo.


Jueves, 19 de marzo
CLAROS DEL BOSQUE

En los primeros días de nuestra relación –cuenta Mark Rowlands—, solíamos ir algunos fines de semana a Little River Canyon, en el rincón nororiental de Alabama. Allí montábamos la tienda de campaña y pasábamos el tiempo congelándonos y admirando la luna. El cañón del Little River es estrecho y profundo, y el sol se muestra reacio a abrirse paso entre los robles y abedules. Cuando el sol se oculta tras el borde occidental, las sombras se solidifican. Al cabo de una hora aproximadamente de recorrer con parsimonia un sendero abandonado se llegaba al claro. Si habíamos calculado bien, en ese momento el sol se despedía del cañón y una luz dorada reverberaba en el espacio. Entonces los árboles, ocultos en gran parte por la penumbra durante la última hora, se revelaban en todo esplendor.
Extraña pareja esa que descubre la belleza del mundo en un claro del bosque, la más extraña pareja que uno pueda imaginarse: un hombre y un lobo. Mark Rowlands nos cuenta su historia en El filósofo y el lobo, y es como si nos llevara de la mano por regiones desconocidas que están dentro de nosotros mismos.


Viernes, 20 de marzo
TODA MI CIENCIA

No sé de quien son estos versos –quizá de Amado Nervo— que de vez en cuando me vienen a la memoria: “Toda mi ciencia / consista en ser más claro, más sereno, / más rico, pero solo de experiencia”.

1 comentario:

  1. Hola. Llegué hasta sus palabras gracias a las amables palabras de otro. Sólo quería comentarle que leí "Légamo" y que quedé encantado con la mayoría de los poemas del libro. Sabrá que es fantasía común de casi cualquier lector mínimamente curioso saber algo acerca de aquellos a quienes ha leído. Así, sólo me queda felicitarle por el libro, pues ya he fisgado algo de su vida a través de este blog. Saludos...

    D.

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