sábado, 21 de noviembre de 2020
Después y todavía: Los malhechores del bien
Sábado, 14 de noviembre
“O paga usted
quinientos euros o difundo la información que obra en mi poder”, leo en el
correo electrónico. ¿Una broma o un nuevo intento de chantaje? Si es lo
primero, no tiene gracia; si es lo segundo, me hace ilusión. Como he vivido una
vida roma y rutinaria, aburridamente gris, nada me molestaría que de pronto
comenzaran a descubrirse zonas de sombra en mi pasado, algo así como que fui
espía de la Unión Soviética, agente de la CIA
o que me dediqué al tráfico de obras de arte falsificadas.
Domingo, 15 de noviembre
Un amigo, que sabe de estas cosas, me pide que invierta en bolsa, que compre acciones de no sé industria farmacéutica. “Están subiendo como la espuma y van a subir más, mucho más. Las farmacéuticas son el nuevo el dorado, más que Google o Amazon. Los que saben –te asombrarías de los nombres-- ya están poniendo ahí todo su dinero. Un negocio redondo el de las vacunas. Durante años será mayor la demanda que la oferta. Ni siquiera será necesario hacerla obligatoria: no habrá vacunas para todos los que quieran ponérsela. Se incluirá en la Seguridad Social, pero las esperas serán de meses. Los que puedan acudirán a la medicina privada donde los precios serán libres, o incluso al mercado negro. Un negocio redondo, ya te digo. La industria farmacéutica será la dueña del mundo. ¿Dónde crees que irán a dar tantos políticos que ahora solo son eficaces en propagar el miedo y hundir la economía? Las puertas giratorias los colocarán como consejeros de alguna gran empresa productora de vacunas en agradecimiento a los servicios prestados.”
Lunes, 16 de noviembre
Pues va a resultar
que el anónimo chantajista estaba en lo cierto y que yo tengo un pasado
falangista. Me vuelve a la memoria al leer Capital de tercer orden,
de Ángel María Pascual, un libro esperpéntico, feísta, una sucesión de estampas
solanescas de las que se despega por su tono el soneto final. Comienzo a leerlo
e imágenes olvidadas se levantan en mi memoria: “A ti, fiel camarada, que
padeces / el cerco del olvido atormentado. / A ti que gimes sin oír al lado /
aquella voz segura de otras veces…”
Martes, 17 de noviembre
----Martín, ya te veo pasando la Nochebuena solo en casa. Parece que Barbón ha dicho que no le temblará la mano si tenemos que pasar la Nochebuena y la Nochevieja con toque de queda y confinamientos perimetrales y todo lo que se ocurra de aquí a entonces. No podrás desplazarte hasta Avilés como todos los años. ¿Por qué no te vienes a mi casa y la pasas con nosotros? Eso sí, tendrás que quedarte a dormir porque aunque vivamos a dos calles ya ha advertido que será especialmente riguroso y no le temblará la mano con quienes se atrevan a asomar la nariz después de las diez.
Miércoles, 18 de noviembre
Benavente tituló
una de sus comedias Los
malhechores del bien y yo pienso
que se adecúa perfectamente a las autoridades político-sanitarias que nos han
puesto la mano al cuello y aprietan y aprietan y no tienen intención de soltarla.
“Al menos hasta que baje la curva”, farfullan. Sin duda –es un decir--, quieren
hacer el bien, librarnos de la enfermedad con mayúscula, la estrella de los
telediarios, aunque para ello nos hagan la pascua y nos vuelvan más vulnerables
a ella y a otras enfermedades bastante peores.
Jueves, 19 de noviembre
Tengo ahora,
cerradas las cafeterías en Asturias por capricho caligulesco y sin esperanza de
que vuelvan a abrir pronto, una nueva costumbre para las tardes. El café lo
tomo en una máquina cercana al antiguo colegio Hispania, frente al Campillín.
Hay soportales para cuando llueve y una repisa en que apoyar el vaso y los
libros que siempre llevo conmigo. Suelo coincidir con la salida de clase de la
academia de inglés. Me alegran las voces infantiles y las correrías antes de
que los padres consigan poner un poco de orden. “Disfrutad, disfrutad,
pequeños, que Calígula no duerme en su palacio maquinando la manera de
encerraros en casa. Cerró la Universidad, pero no le han dejado cerrar las
escuelas y le entran temblores de rabia cuando ve por la mañana a los niños de
la mano de sus padres camino del colegio. Si yo lo cierro todo –se dice--, de
las zapaterías a las salas de conciertos, ¿cómo es que no puedo cerrar las
aulas? Y no me digan que toman todas las medidas de seguridad, que yo he visto
como durante el recreo en el patio del colegio los niños corretean y se empujan
unos a otros. Eso no puede ser, no puede ser, que me fastidian las estadísticas.
Todos a casita con el bozal bien puesto y la puerta bien trancada”.
Viernes, 20 de noviembre
sábado, 14 de noviembre de 2020
Después y todavía: El síndrome de Calígula
Sábado, 7 de noviembre
POR QUÉ SOY MONÁRQUICO
Siempre he tenido
simpatía por los que defienden causas perdidas. Sergio Vila-Sanjuán, director
del suplemento cultural de La
Vanguardia, publica un libro de
desafiante título: ¿Por qué soy
monárquico? Lo leo de un tirón y
puedo adelantar que no da pie para ningún debate intelectual de cierta altura
sobre las formas de gobierno. Sergio Vila-Sanjuán es monárquico porque lo fue
su abuelo, porque lo fue su padre y porque él trabaja desde 1987 en un diario
monárquico y es invitado habitual a los eventos culturales que tienen relación
con la casa real e incluso ha conversado más de una vez con Felipe VI y a doña
Letizia solo le debe gratitud: cuando algún ejecutivo cuestionaba Cultura/s, dijo que era lo que más le interesaba del periódico.
El libro vale poco, ya digo, es como
un artículo cortesano muy estirado. Pero en la primera parte, donde nos cuenta
la historia de su abuelo, gentilhombre de Alfonso XIII y partidario de Eduardo
Dato, no deja de haber alguna anécdota de interés.
Se rumoreaba que cierta cantante francesa,
que actuaba en el Teatro Real representando primero Salomé y luego Manon, tenía amores con el rey. Y un día, como para confirmarlos, salió a
cantar con “un enorme medallón de brillantes sujeto al lindo cuello con cadena
de oro” –la frase textual es del abuelo, no de Vila-Sanjuán-- que llevaba en su
centro la efigie del rey. Ante el escándalo consiguiente, Eduardo Dato le pidió
al abuelo del autor que se encargase de conducir “a la célebre diva a la
frontera”, ya que él “no la podía expulsar, ni mucho menos detener
oficialmente, pero que dado el escándalo producido por su impertinencia y los
comentarios de la prensa, no podía permanecer ni un día más en Madrid”.
La amante orgullosa no tenía
intención de desaparecer y le dio una bofetada al emisario oficioso gritando:
“Pour votre patron”. A pesar de ello, según cuenta en un artículo de 1971 que
su nieto reproduce, pudo dejar “a la preciosa francesa en Irún y desaparecieron
rumores y chismes”. Lo que no nos cuenta este gentilhombre, tan devoto de Dato,
es cómo lo consiguió si carecía de autoridad para ello. ¿Ofreciendo dinero a la
gentil dama? ¿Apuntándola con una pistola? Tampoco nos cuenta que le pareció al
rey aquella expulsión. Lo que sí nos dice es que “el amor no se cancela con un
viaje obligado” y que pronto supo que “el idilio clandestino había seguido en
Biarritz y Arcachon”.
La anécdota, como indica Sergio Vila
Sanjuán, tiene todo el encanto de la belle
époque y no le falta un
melodramático final, como de libreto de ópera: arruinada, casi convertida en
mendiga, la un tiempo famosa cantante conserva entre sus escasas pertenencias
el medallón, pero ya sin brillantes y sin cadena de esmeraldas. Pablo Vila
San-Juan, el servicial gentilhombre, se hace con él –iba “imprudentemente
firmado al dorso”-- y lo envía “a un hotel de Roma”.
Hubo un tiempo en que estas
anécdotas tenían gracia, eran como una versión veraz de “Un escándalo en
Bohemia” y otras historias de Conan Doyle, pero nunca tuvieron tanta como para
incluirlas en un alegato en favor de la monarquía.
¿Y quién pagó el importe de ese
lujoso medallón? Quizá Alfonso XIII de su fortuna privada (se lucraba con los
barcos que llevaban a los españoles a
luchar a Marruecos y con las minas del Rif que defendían). Pero su nieto parece
que tiene otras costumbres: la fortuna propia es sagrada y ni se toca. A las
Bárbaras y a las Corinas de su biografía, que les ponga pisos patrimonio
nacional y escoltas el gobierno, y si hay que evitar chantajes, o chantajear
para evitar que ciertas cosas salgan a la luz, pues que se ocupe el CNI, que
para eso está. Pero no vamos a entrar ahora en esa cuestión. Ni en si esa ahorrativa
costumbre la tenían los otros miembros de la familia real (parece que la esposa
del anterior jefe del Estado, que trabajaba en España pero vivía en Londres,
pagaba sus viajes privados con una tarjeta que no estaba a su nombre, aunque
cobre un nada despreciable sueldo por sus labores representativas). Termina el
volumen con un capítulo titulado “Mis razones para ser monárquicos”. Y una de
ellas es de índole económica: “La aportación del rey al Estado es muy superior
a lo que cuesta al contribuyente”.
Cuando lo leí me puse a reír y
todavía me estoy riendo. Creía que me iba a encontrar con un debate intelectual
sobre las formas de gobierno y resulta que se trata de un libro de
humor.
Domingo, 8 de noviembre
SIN COMENTARIOS
“Perdona que te
moleste a estas horas, Martín. Ya sé qué estarás escribiendo, pero es que
necesito contarle a alguien lo que me ha pasado. Salía yo de casa esta mañana,
a primera hora, cuando no había nadie en la calle y, a dos pasos de la puerta, apenas
llego a la esquina, de un coche negro salen varios individuos que me rodean y
me increpan: ‘¿Por qué no lleva usted mascarilla?’. Me dicen que son policías,
aunque no llevan uniforme. Yo les respondo: ‘Porque acabo de salir de casa, no
hay nadie en la calle, voy al trabajo y en el trabajo he de llevarla durante
ocho horas seguidas y tengo la piel irritada y dañada, como pueden ver’. ‘No es
excusa. A ver, documentación. ¿Dónde nació usted? Porque usted no nació en
España. ¿verdad?’. Y me estuvieron haciendo preguntas, algunas bastante
molestas, durante bastante rato. Llegué tarde al trabajo. A lo mejor ellos
querían que me fuera de allí llorando asustada, pero me fui indignada. ¿Tú
crees que hay derecho a tratar así a una trabajadora que va a casa de una
persona que vive sola y que necesita su asistencia para levantarse y que le
obliguen a llegar tarde?”
Lunes, 9 de noviembre
NO TE FÍES DE LOS ERUDITOS
Siempre me ha
gustado la novela de la erudición, hacer de Sherlock Holmes entre viejos
papeles. Leo Sangre de octubre: UHP, una novela sobre la revolución del 34 que
acaba de reeditar Renacimiento y enseguida me doy cuenta de que el autor que
figura en la cubierta, Manuel Navarro Ballesteros, no puede ser su autor.
Navarro Ballesteros fue un militante del partido comunista, periodista
autodidacta, que llegó a dirigir Mundo
Obrero. Al final de la guerra
civil fue detenido, condenado a muerte y fusilado en 1940. Antonio Plaza –doctor
en Historia-- reconstruye en el prólogo lo poco que se sabe de su vida. Sangre de octubre apareció en 1936 firmada por Maximiliano
Álvarez Suárez y fue saludada como ejemplo de novela proletaria. En la nota
editorial a la primera edición, se incluye una autobiografía de Álvarez Suárez
escrita a pedido de los editores. Pero nunca más se supo de este minero que
antes había tenido otros muchos oficios y que decidió contarnos su experiencia
de la revolución para exaltar la postura de los comunistas y denigrar a los
socialistas. Probablemente se trataba de un autor ficticio creado por un
escritor o varios próximos al partido comunista. Al parecer Víctor Alba, en una
obra de 1979, señala que el verdadero autor es Manuel Navarro Ballesteros y eso
le basta a Antonio Plaza, sin más averiguaciones, para atribuírsela y contarnos
en el prólogo todo lo que ha averiguado sobre ese autor. Pero la primera parte
de la novela se titula “Avilés” y en Avilés transcurre: se habla de la plaza
del Ayuntamiento, denominada el Parche, del muelle, del barrio de Sabugo, de la
carretera de San Juan, del chalet de Pedregal, de San Cristóbal, de Miranda.
Con informaciones de segunda mano (Navarro Ballesteros, por lo que de él sabemos,
nunca estuvo en Asturias), no se podría tener un conocimiento tan preciso de la
toponimia urbana. El autor, si no es de Avilés, ha vivido en la ciudad. Y es
asturiano. “Picamos a la puerta y nos colocamos con precaución alrededor de
ella”, escribe. Ese “picamos”, por “llamamos”, es característico del castellano
de Asturias. El autor conoce Avilés, pero no es de Avilés. En la segunda parte,
cuando dejan la villa camino de Trubia, habla del Gorfolí, el monte totémico de
Avilés, como si fueran los picos de Europa: “Llegamos a la cordillera del
Gorfolí, donde no hay un mal camino de herradura, y al adentrarnos en ella
comienza la tragedia de la jornada. Se suceden los tropezones; las caídas
menudean con inminente peligro de rodar al precipicio. Del fondo del barranco,
a nuestra derecha, surge un sordo rumor,
según doblamos una loma de la cordillera, en medio de la oscuridad, en las
entrañas del abismo”.
No sabemos quién es el verdadero
autor de esta obra que firma Maximiliano Álvarez Suárez –quizá intervinieran
varios--, pero si podemos afirmar que no hay ninguna razón de peso para
atribuírsela a Manuel Navarro Ballesteros, un esforzado personaje, de trágico
final, pero cuya obra no parece presentar mayor interés.
Martes, 10 de noviembre
PASEOS DE OTOÑO
Aprovecho estos
hermosos días de otoño para tomar mi café sentado en un banco frente a la
iglesia de la Tenderina y luego subir tranquilamente hasta Santa Ana de Abuli.
Allí me gusta sentarme en uno de los poyos de piedra del caserón que hay frente
a la ermita y seguir leyendo o fantasear con historias ocurridas en aquellos
lugares. Por aquí cerca estaban las trincheras mandadas construir por Javier
Bueno y Jesús Ibáñez, según cuenta José Antonio Cabezas, tan cercanas a las de
los sublevados, que por las noches se hablaban de trinchera a trinchera y
llegaban a cambiarse cigarrillos, pan y periódicos: “A los soldados de una y
otra parte les hacía gracia leer las propagandas exageradas de los contrarios.
Algunos se conocían como vecinos del mismo barrio. Los de fuera preguntaban el estado de sus
familias encerradas en Oviedo y les enviaban recuerdos. Nos decían que al
amanecer cada uno se retiraba a su puesto en las respectivas trincheras y comenzaba
el fuego de posición a posición”.
Mientras doy un paseo por estos
bucólicos lugares, la silueta de Oviedo al fondo, pienso en aquellas trágicas
historias de otro tiempo para no pensar en las de este tiempo cada vez más
sombrío, aunque luce el sol, trinan los pájaros y en la verde hierba pastan
mansas las vacas como en tiempos de Clarín o de Virgilio.
Miércoles, 11 de noviembre
GRACIAS, RECTOR
Me hace ilusión
recibir, por correo e inesperadamente, la insignia de oro de la Universidad de
Oviedo, como reconocimiento a la labor realizada durante casi medio siglo. No
es nada personal: se otorga a todos los profesores que se jubilan tras más de
treinta y cinco años en la institución. Pero yo, que hice mis estudios
trabajando, que preparé mi tesis doctoral mientras trabajaba, no estaba destinado
a ser profesor universitario. La Universidad es un mundo muy jerarquizado,
lleno de reglas no siempre explícitas. Y yo nunca fui capaz de respetar las
falsas jerarquías ni la burocracia descerebrada. Pero tuve suerte y resistí
hasta el final y nunca tuve que doblegarme ni dejé de ir a mi aire. Por eso
sonrío al recibir esta insignia de oro. Claro que el mejor premio es que se me
permita seguir yendo todos los días, incluidos sábados y domingos, a mi
despacho del Milán. ¿Cómo podría sobrellevar si no estos tristes tiempos en que
parece haberse declarado la guerra a la inteligencia?
Jueves, 12 de noviembre
LOS PELIGROSOS ZAPATOS
Aumentan los
contagios en las residencias de ancianos y, como consecuencia, yo no me puedo
comprar zapatos: cerrar zapaterías (de las que venden zapatos, no de las que
ponen medias suelas, que esas siguen abiertas) y tiendas de ropa es una de las
medidas estrella del gobierno de Adrián Barbón para frenar la pandemia. Y así
nos va.
No sé si el mundo se ha vuelto loco, pero quien manda por estos lares parece que sí. Es lo que los
expertos llaman el síndrome de Calígula. A Adrián Barbón no le han concedido,
como a Calígula, el poder absoluto (hay un ministro que puede frenar algunos de
sus desvaríos), pero sí el suficiente para hacerle perder la cabeza: por la
mañana se le ocurre un disparate (que los avilesinos pueden aglomerarse en el
paseo de la ría, pero que no puedan pasear junto al mar en Salinas, por
ejemplo), por la tarde lo anuncia en un tuit y por la noche aparece en el BOPA y es de obligado cumplimiento. Pero lo más
triste no son las ocurrencias del jefe, sino que haya gente –gente como tú y
como yo, lector, gente de apariencia totalmente normal, honestos padres de
familia, profesores, incluso amigos míos-- que las aplauda. “¡Es que muere
mucha gente!”, me dicen. “¿Y va a dejar de morir porque uno pueda ir a comprar
al Carrefour y no, unos minutos de coche más allá, al parque Principado? ¿Una
arbitraria división administrativa, que lo sitúa en otro concejo, hace que
aumente allí la posibilidad de contagio?”. El miedo inducido ha deteriorado por
completo la capacidad de razonar de ciertas personas, una capacidad que, a
juzgar por lo que estoy viendo, no parece haber sido nunca excesiva.
Viernes, 13 de noviembre
MÁS DE LO MISMO
La calle Murillo,
en la que vivo, termina en un parque. En el final, junto a la hierba bajo los
árboles, ponía su terraza Tres Tejos. Yo me sentaba allí cada mañana a tomar
café y leer un libro. Me sentaba solo en una mesa lejos de las otras, respiraba
el aire puro, era feliz. Ahora es imposible porque todas las cafeterías se han
cerrado. La razón: aumentan los contagiados de Covid en las residencias de
ancianos (las otras enfermedades, ni el maltrato que reciben, no cuentan).
Subrayo el absurdo de tal comportamiento y una amiga –profesora, por cierto—me
replica:
----Es que las normas tienen que ser
generales, Martín. Tú cumples, pero hay bares donde se amontona la gente y
hacen fiestas ilegales.
----¿Y no pueden cerrar esos bares y
multar a sus dueños y dejar abiertos todos los demás, la inmensa mayoría?
----La policía no puede estar en
todo.
----Claro, la policía no puede vigilar
que no haya fiestas ilegales, está muy ocupada acechando a quien sale de
madrugada para ir a su trabajo y camina unos pasos por la calle vacía sin
llevar la mascarilla puesta.
sábado, 7 de noviembre de 2020
Después y todavía: El crimen fue en Oviedo
Domingo, 1 de noviembre
UN AUDIO DE WHATSAPP
Fui al cine con el
tomo de Obras escogidas de Jean Cocteau publicado por Aguilar con
espléndido prólogo de Gil-Albert. No quería releer “La voz humana” antes de ver
la adaptación de Almodóvar. Claro que ya la había leído, pero hace tiempo, y no
la recordaba más que en líneas generales. La releo luego, sentado en el
McDonald’s con un café, aprovechando que esta película dura poquito.
No cabe duda de que Almodóvar sabe
decorar, escoger y vestir a las actrices, encargar la música a un buen
compositor y los títulos de crédito al mejor. Algo queda de la fuerza del texto
de Cocteau en su adaptación, pero sus pegotes son un poco ridículos. ¡Ese hacha
para partir por la mitad un traje, ese bidón de gasolina para incendiar un
apartamento sin pensar en los vecinos! Y lo más divertido, ese perro que añora
a su amo (el amante de la mujer) y que de pronto, en la última secuencia, se
vuelve feminista como su dueña y se larga con ella a vivir una nueva vida
después de tanta desesperación.
Me divierte ver la diferencia entre
los teléfonos de antes y de ahora. En la obra de Cocteau, hay continuas interferencias
de otras conversaciones: una mujer que quiere hablar con su médico, otra que
escucha la conversación y recrimina al amante. Son el elemento cómico, que
desaparece como el cable que la mujer , mientras habla, se enreda premonitoriamente
al cuello. Tilda Swinton utiliza unos elegantes auriculares inalámbricos que le
permiten moverse a su aire por el decorado como si el teléfono, abandonado en
una mesa, no existiese..
Pero hay algo de inverosímil, ya en
el texto de Cocteau: esa larga conversación que el amante desertor escucha
estoicamente. Corre el riesgo de sentirse conmovido, como nos sentimos nosotros
los espectadores a poco talento que tenga la actriz (y Tilda Swinton tiene
mucho). De haber adaptado yo la obra, habría hecho que el hombre colgara de
inmediato el teléfono y luego todo lo que viene fuera un audio de WhatsApp. Lo
descubrimos porque, en las últimas imágenes, un hombre sentado de espaldas en
un restaurante, frente a una hermosa joven, mira su teléfono y borra el audio
sin escucharlo.
La mujer ha hablado al vacío. Eso me
parece más impactante que el bidón y el hacha. Pero quién soy yo para
enmendarle la plana a Almodóvar.
Lunes, 2 de noviembre
SALVADOS POR LA CAMPANA
Cuando todos los
asturianos no despedíamos ya de familiares y amigos, de parques y saludables
paseos al aire libre, cuando nos resignábamos como mansos corderitos a ser
encerrados de nuevo por el mayoral que nos tiene a su cargo, resulta que de
pronto comienza a circular la noticia de que un mandamás superior se lo ha
impedido. Puedo confirmar el rumor de que en muchas casas se brindó con
champán, como cuando la muerte de Franco, pero estoy en condiciones de
desmentir y desmiento que la siguiente transcripción de una conversación
telefónica responda, palabra por palabra, a la realidad.
----Presidente, Presidente, que tu
ministro no me deja encerrar a los asturianos, que dice no sé qué de la purga
de Benito.
----Tranquilo, Adrianín, tranquilo,
que aquí está como siempre papá Sánchez para echarte una mano. Habla despacito,
para que te entienda, y dime qué te pasa.
----Pues lo que pasa, Presidente, es
que a esta gente no hay manera de meterla en cintura. Como me están fastidiando
las estadísticas, con lo bonitas que me habían quedado este verano, que éramos
la envidia de España, voy a encerrarlos en casita un mes o dos o tres a ver si
aprenden. Y va el ministro y me dice que si he creído que las medidas contra la
Covid son la purga de Benito. ¿Qué es la purga de Benito, Presidente?
----Te lo voy a explicar, Adrianín,
que tú eres muy joven para conocer estas expresiones viejunas. La purga de Benito
era un laxante que se decía que hacía efecto ya antes de tomarse.
----¡Como mis tuiters! ¡Como mis
ruedas de prensa! Que es hablar yo y se agota el papel higiénico en todos los
supermercados. ¡Voy a llamar así a ese programa diario que estoy preparando “La
purga de Benito”! Arrasaré en audiencia.
----No te pases, Adrianín, que la
gente es muy mala y luego pone motes. Probablemente lo que quería decir mi
ministro, es que si acabas de tomar unas medidas, como impedir que la gente
salga de Oviedo, de Gijón, de Avilés y no sé cuántas medidas restrictivas más
(creo que incluso has cerrado la ópera, aunque hasta los cantantes llevaban
mascarilla y se hacían pruebas de PCR hasta a las ratas que alguna vez aparecían
en el sótano), pues entonces debes esperar un tiempo prudencial, al menos
quince días, antes de tomar otras.
----Pero la curva sigue subiendo,
Presidente. ¡Déjame que los encierre desde ya! Presi, por fa, déjame que los
meta en cintura.
----Calma, chiquillo, calma. El
próximo lunes volvemos a evaluar la situación y decidimos.
----¡Y hasta entonces tendré que
soportar ver a la gente caminar tranquilamente por la calle, sentarse en un
banco del parque, subir al Naranco a respirar aire puro! Me pone frenético
cuando me asomo a las ventanas de la Presidencia y veo atravesar tranquilamente
el Campo de San Francisco! ¡Irresponsables!, me dan ganas de gritarles. ¿Pero
es que no leéis los periódicos? ¿Es que no veis los telediarios? La curva sube
y vosotros tan tranquilos. Menos mal que los hospitales me hacen caso y centran
todos sus esfuerzos en que baje la curva. Si la gente enferma, allá ellos, que
son unos irresponsables, y si mueren que se mueran, pero no de la Covid, que me
arruinan las estadísticas.
---Calma, Adrianín, calma. A ver si
el próximo lunes estamos en situación de darte ese caramelito.
---Por fa, Presi, por fa, que me
muero de ganas.
Martes, 3 de noviembre
SIN CANSARSE NUNCA
Detesto la
despedidas, por eso procuro que hoy sea un día como los otros y no pensar en el
mañana. Me levanto, escribo hasta las diez y luego atravesando el parque
desierto me acerco hasta la cafetería Noor. Allí, en la mesa de costumbre, leo La rama verde, de Eloy Sánchez Rosillo. Me envió ya dedicado su primer libro, Maneras de estar solo, de 1978. Desde entonces me ha hecho llegar
todos los suyos y yo los he ido comentando puntualmente. De vez en cuando, le
ponía algún reparo, como hago siempre (si no, no sería yo), y es el único
poeta, de los muchos que he tratado, que jamás se lo ha tomado a mal, que ha
mantenido sin altas y sin bajas su amistad desde entonces. Yo leo cada nuevo
libro suyo con algún recelo. Lleva insistiendo en los mismos temas y en la
misma manera de hacer desde hace más de cuarenta años; pocos poetas menos
amigos de novedades y de buscar nuevos caminos. Comienzo, ya digo, sin
demasiadas expectativas, dispuesto a encontrarme con lo mismo de siempre. Y poco
a poco me va ganando la emoción. En dos o tres momentos, he de dejar la lectura
con los ojos llenos de lágrimas. Pero la impresión final es de serenidad y
aceptación y asombro ante la maravilla del mundo, porque por mucho que nos robe
el tiempo es más lo que de nuevo nos entrega cada día sin cansarse nunca.
Miércoles, 4 de noviembre
CERCANÍAS
Siempre creí yo que
la naturaleza era una cosa un poco bárbara, lejos de la civilización, a la que
había que acercarse en automóvil. Descubro ahora –no hay mal que por bien no
venga-- que la Asturias rural está a dos pasos del centro de Oviedo. La
cafetería Noor, como vende periódicos y pan, cierra solo a medias. Compro un
café para llevar y lo voy bebiendo mientras salgo al campo (el primer sorbo lo
doy, y con qué placer me quito la mascarilla, frente a un acechante vehículo de
la policía nacional). La avenida de Torrelavega termina bruscamente en el
campo. Sigo por un camino en cuesta y llego hasta una ermita que no había visto
nunca dedicada a Santa Ana de Abuli. Hay un cruce de caminos: una flecha indica
Cerdeño, otra Mercadín. En sentido contrario, están Nonín, Monterrey y San
Cipriano de Pando. Salvo Cerdeño, nunca había oído ninguno de estos nombres,
pero muy cerca, sobre los árboles, veo dibujarse el skyline de Oviedo. En un
alto prado, pastan caballos; cerca del camino filosóficas vacas. Muy de tarde
en tarde, me cruzo con un caminante. Se escucha el silencio.
Si no puedo recorrer las callejuelas
de Estambul, esas que todavía guardan un eco de Pierre Loti (qué digo las
callejuelas de Estambul, ni siquiera puedo pisar el parque de Ferrera en
Avilés), pues descubro Mercadín y Nonín y San Cipriano de Pando. El mundo es
más hondo que extenso, como dijo Pessoa o le hice yo decir yo en algún texto apócrifo, que ya no sé
bien.
Jueves, 5 de noviembre
HISTORIA DE TERROR
Abelardo Linares me
encarga la edición de Huellas de
las Constituyentes, el único libro
editado por Luis de Sirval. Quiere añadirle como apéndice el recurso de
casación que Eduardo Ortega y Gasset interpuso contra la sentencia que condenó
a su asesino a unos pocos meses de cárcel.
Luis de Sirval era un periodista
valenciano que vino a Asturias para informar de la Revolución de Octubre y de
la represión posterior. Le dio tiempo a enviar dos crónicas. Iba a mandar la
tercera cuando le detuvieron. Tras su asesinato, se la devolvieron a sus
familiares con algunas páginas arrancadas. Sirval se alojaba en la Fonda de
Flora, donde estaban también algunos huéspedes del Hotel Covadonga, incendiado
por los revolucionarios. En la mesa comunal, intervino alguna vez para negar
que ciertas atrocidades que se contaban de los mineros fueran ciertas: curas
descuartizados y puestos en venta, hijos de guardias civiles con los ojos
arrancados. El dudar de esas patrañas fue bastante para que uno de los
contertulios le denunciara. Había cometido además otra imprudencia: en el café
Peñalba dio a entender que unos legionarios le habían contado cómo habían
muerto Aida La Fuente y otros revolucionarios en San Pedro de Los Arcos y que
él lo referiría en su próxima crónica. Le detuvieron y cuando estaba en la
comisaría de Oviedo, tres legionarios –Dimitri Ivanoff, Ramón Pando Caballero y
Rafael Florit de Tagores-- fueron a buscarle sin orden judicial alguna, le
sacaron al estrecho patio de la comisaria, le golpearon para que les dijera con
qué legionarios había hablado y luego le acribillaron a tiros. A aquel patio
daban varias ventanas de otros edificios, hubo testigos presenciales, pero
ninguno fue aceptado en el juicio. Abelardo me envía también la sentencia
contra la que se efectúa el recurso de casación. La firman los señores don
Cayetano Álvarez Osorio, don Francisco García Ruiz y don José Fernández Ruiz.
Queden aquí sus nombres para oprobio eterno. Su relato de los hechos es que el
preso quiso huir, que los tres legionarios le siguieron, que uno de ellos –el
búlgaro Dimitri Ivanoff-- disparó al aire para que se detuviera con el
resultado imprevisto de que ocho balas impactaran en el cuerpo de Sirval –una
en el corazón, otra en la frente, también es mala suerte-- y le causaran una
muerte instantánea. Se le condenó por imprudencia temeraria (aunque con varios
atenuantes) a seis meses y un día de cárcel. También al pago de quince mil
pesetas a los herederos de la víctima, pago que no se llegaría a hacer por
declararse el condenado insolvente.
Hubo un gran escándalo con esa
sentencia, acentuado cuando el tribunal supremo rechazó el recurso y la
confirmó en todos sus términos. Luego llegó la guerra y aquella barbarie fue
olvidada.
Llamo a Abelardo para decirle que ya
tengo el libro ¡Acusamos!, que se publicó en 1935 con textos de, entre
otros, Manuel Azaña, Antonio Espina, Indalecio Prieto, Ramon J. Sender (me lo
ha pasado, con su generosidad habitual, Antonio Insuela, que sigue trabajando
en su despacho del Milán), y hablamos luego de la situación político-sanitaria
de Asturias, que podrá ser grave, pero no es seria (como diría Karl Kraus), y de
que yo soy casi la única voz que protesta públicamente ante el disparate
generalizado.
---Pues cuidado con lo que dices, no
te vaya a ocurrir lo que a Sirval.
Y esa noche tengo una pesadilla.
Sueño que me caigo, que tienen que llevarme al hospital y que una enfermera me
reconoce y hace correr la voz: “Aquí está el negacionista ese que se burla de
los esfuerzos de nuestro presidente para contener la pandemia impidiendo que
los ovetenses vean el mar o pongan el pie en la calle después de las diez de la
noche”. Un doctor con la cara tapada, al que todos miran con reverencia (se
rumorea que es el más estrecho asesor sanitario del presidente), se acerca
entonces empuñando una larga jeringuilla y dice: “Dejádmelo a mí”.
Viernes, 6 de noviembre
LA LECCIÓN DE GOEBBELS
“El virus no piensa, tú sí”, leo en los carteles que la
propaganda oficial del Principado ha colocado por las calles. Ganas me dan de
denunciarla por publicidad engañosa.
Más
adecuado sería que dijeran: “El virus no piensa, nosotros tampoco”. Y luego la
firma: Gobierno del Principado de Asturias.
También se
podría personalizar el eslogan: “El virus no piensa, haz tú como él y deja que
Adrián Barbón piense por ti”.
sábado, 31 de octubre de 2020
Después y todavía: No me resigno
Sábado, 24 de octubre
TRES DESEOS
Revisando viejos
papeles que había guardado no se sabe bien por qué para qué, me encuentro con
un cuaderno con casi todas las hojas en blanco. “Cosas que me gustaría hacer
antes de morir” se titula una de las escasas anotaciones, sin fecha. Son tres
las cosas que por entonces, finales de los setenta me imagino, no me gustaría
morir sin haber hecho. La primera es dar la vuelta al mundo. Ni la he dado ni
me apetecería nada darla. Los años le vuelven a uno más cómodo y menos
fantasioso a lo Julio Verne. Ahora me conformaría con poder pasar de vez en
cuando un fin de semana en París o Palermo, en Londres o Lisboa, y dos semanas
al año en Nueva York. Lo segundo es dirigir una gran editorial. Escribí eso:
una gran editorial, no una editorial a secas. Supongo que por aquellas fechas
me imaginaba alguna como Seix Barral, no como Planeta (ahora son la misma
cosa). También en este aspecto me he vuelto más comodón: me gusta escribir
libros, comentar libros, editar libros (en el sentido anglosajón), pero no me
interesa nada que tenga que ver con el mercado del libro; esos dolores de
cabeza se los dejo para otros más sacrificados, como Abelardo Linares o mis
amigos de Impronta. La tercera cosa que yo no quisiera morir sin haber hecho era
tener un hijo. Quizá entonces bromeara, pero ahora me lo estoy pensando.
Todavía estoy a tiempo. Un hijo o una hija, claro. Habría cumplido treinta años,
o estaría a punto de cumplirlos, cuando se celebrara mi centenario, podría
hacer en esos fastos un buen papel.
Lo del centenario sí que es una
broma, lo del hijo no. Yo creo que habría sido, y todavía podría ser, un buen
padre soltero.
Domingo, 25 de octubre
OTRO DESEO
Cambiar de ciudad, cambiar de país, pero sin cambiar de casa.
Lunes, 26 de octubre
ELOGIO DE LA WIKIPEDIA
“La capa española,
habitual en él, no le impidió fundar en 1933 la Asociación de Amigos de la
Unión Soviética con, entre otros, don Jacinto Benavente, Lorca, Díaz Fernández,
Arderíus y Ricardo Baroja (no don Pío, como viene en la Wikipedia)”, leo en un
libro sobre Madrid a propósito de Pedro de Répide.
Señalar los errores de Wikipedia se
ha convertido ya casi en un género literario. ¿Cuántos artículos habrán
dedicado ilustres colaboradores periodísticos –de Marías a Millás-- a reírse de
esos errores? Pero son errores, y no más que los de cualquier enciclopedia, que
pueden corregirse al instante: basta pulsar la tecla de editar y seguir las
instrucciones.
No se puede decir lo mismo de los
que aparecen en el elegante volumen –ejemplo de buen hacer tipográfico, y que
merece un comentario detenido al margen de estas minucias-- en que se señala el
error de hablar de Pío cuando se debía hablar de Ricardo Baroja. A don Juan
Prim se le llama “el general bonito”, apelativo que páginas antes se ha
aplicado –en este caso correctamente-- al general Serrano. De Larra se dice que
tuvo una hija (“inventora del primer timo piramidal”) y un hijo “también
escritor”, olvidándose de la otra hija, Adela, que fue amante de Amadeo de
Saboya y aparece en los Episodios Nacionales. A Bécquer se le hace morir unos meses
antes que su hermano Valeriano (fue exactamente al revés). Se da por cierta la
leyenda de que Cadalso desenterró el cadáver de su amante para darle un último
abrazo (leyenda surgida a partir de sus Noches lúgubres) y se da
como lugar del suceso la iglesia de San Sebastián, como si una actriz pudiera
enterrarse en una iglesia. ¿Vale la pena seguir? A la primera república se le
añade un año más de duración, 1873-1874, como indica la Wikipedia, aunque
durante la dictadura de Serrano era tan república España como monarquía durante
la de Franco.
A diferencia de los errores de la
Wikipedia, corregibles en cuando se detectan, los de este libro, como los
muchos más que aparecen en la premiada biografía de Galdós que firma Yolanda Arencibia,
perduran aunque se corrijan en otra edición, porque siempre quedarán ejemplares
de la primera.
Lo curioso es que si uno tiene la
curiosidad de comprobar la lista de firmantes del Texto Fundacional de la
Asociación de amigos de la Unión Soviética encontramos en ella no solo a
Ricardo Baroja, pintor, sino también a Pío Baroja, novelista. O sea que no
había tal error ajeno, sino unos cuantos errores propios.
Miércoles, 28 de octubre
DEBERÍA SER MÁS AMABLE
“No hay por qué
mostrar desabrimiento; no es preciso decir que las cartas que se reciben ,
algunas cartas, son impertinentes”, leo en uno de esos descabalados libros
últimos de Azorín a los que vuelvo de vez en cuando. “Cada cual tiene derecho a
escribir a quien se le antoje; no se puede negar tal prerrogativa a ningún
ciudadano. Y en su derecho está también el que recibe esas cartas a
contestarlas o no contestarlas; pero no cabe esparcir a los cuatro vientos, que
fastidian. Con recibirlas y no contestar, todo en silencio, discretamente, es
como se cumple con humanidad y con delicadeza”.
Ahora las cartas han sido en buena
medida sustituidas por comentarios en Internet. Yo recibo bastantes, muchos de
ellos anónimos, y me temo que no utilizo en la respuesta la “humanidad y
delicadeza” que pedía Azorín. Tengo poca paciencia para las anónimas tonterías.
Hago mal, lo sé. ¿A qué ofender? ¿A qué herir gratuitamente susceptibilidades?
Si yo mismo defendía ayer a capa y espada a un político defenestrado por sus
correligionarios y hoy me parece que juega a ser el ogro filantrópico, del que
hablaba Octavio Paz, ayudado en su labor por los diecisiete enanitos
autonómicos, ¿cómo no respetar a quien piensa hoy de manera distinta? ¿Cómo voy
a negar a los demás el ejercicio de un derecho, el de equivocarse, del que yo
he usado y abusado tanto? Claro que yo soy de los que llaman al pan pan y al
memo memo sin por eso dejar de respetar al pan y al memo.
En 1967 o 1968, Dámaso Alonso, a
quien admiraba mucho, fue a dar una conferencia a Avilés. Al final, me acerqué
a pedirle que me firmara su libro Poesía
española. Ensayo de métodos y límites estilísticos, en el que yo había aprendido a leer de verdad la poesía clásica
española (todavía recuerdo sus ejemplos: “Infame turba de nocturnas aves /
gimiendo tristes y volando graves”). Me puso mala cara, estaría cansado (tenía
por entonces la edad que yo tengo ahora) y me lo firmó, apresuradamente y sin
mirar, con un garabato. Muchos años después publicó su último libro de poemas, Duda y afirmación sobre el ser supremo, una nadería –ya estaba enfermo-- que los
reseñistas habituales de los suplementos de referencia pusieron por las nubes
como si se tratara de un nuevo Hijos
de la ira. Yo me ensañé un poco
con aquellos malos versos. Ya publicado mi comentario, y algo arrepentido, me
acordé de aquel mal gesto de Avilés y pensé que, sin darme cuenta, tantos años
después, me estaba vengando.
¿Cuántos estarán deseando vengarse
de alguna impertinencia mía? Debería hacer más caso a Azorín.
Jueves, 29 de octubre
NO CONVIENE ACOSTUMBRARSE
“El uso de la mascarilla afecta a nuestro rostro, ya que
provoca falta de oxigenación, sudor y roces en las zonas de más presión.
Además, si la prenda en cuestión tiene un acabado rugoso, facilita la aparición
de acné, rojeces, sequedad e incluso dermatitis y descamación”.
¿Por fin
los dermatólogos, y las autoridades sanitarias, nos advierten de los riesgos
del uso excesivo de las mascarillas? En absoluto, siguen con su culposo
desinterés por la salud de los ciudadanos. De ningún medicamento se puede
autorizar la venta, sin la indicación de las contraindicaciones y los riesgos
de aumentar la dosis. Esa norma ha dejado de tener efecto. Lo que importa es
que no aumenten ciertas confusas estadísticas; para evitarlo, vale todo,
incluso encerrar a los ciudadanos en una jaula.
----Algo de
razón tienes, Martín: a mi mujer y a mi hija se les está llenando la cara de
granos. ¿De dónde has sacado esa información? En el centro de salud ni les dan cita
por esa nimiedad. Como no tengas un infarto, te atienden en la calle y por
teléfono. Y aún con infarto, no sé yo.
----De un anuncio de cosméticos
adaptados a la nueva normalidad.
-----Desengáñate,
Martín, has perdido la partida. Estamos jodidos para mucho tiempo. Tendrás que
acostumbrarte a la barbarie institucionalizada. A todo se acostumbra uno.
----Sí,
pero hay cosas a las que no conviene acostumbrarse.
Viernes, 30 de octubre
DEL IMPOSIBLE REGRESO
En el paraíso,
todas las puertas son de salida.