Sábado, 21 de enero
ENCUENTRO EN LOS PRADOS
“Usted no me conoce”, fueron sus primeras palabras a manera de saludo. No, no le conocía, pero qué importa eso. Tampoco conozco a quien creía conocer tan bien. Quizás cada uno de nosotros no es más que una casa en alquiler y los inquilinos cambian de cuando en cuando, siempre sin avisar. “Yo a usted le conozco bastante, porque le leo”. Sonreí. Al escribir fabrico una máscara para esconderme detrás. Se sentó a mi lado y llamó a la camarera. “Tengo poco tiempo –le dije— estoy en el descanso de la ópera”. “¿Le está gustando?”. “Me parece fascinante. Una idea feliz —convertir a Shakespeare en libretista de Haendel y Rameau—, muy fastuosamente puesta en escena”. “El intermedio dura media hora. Tenemos tiempo para charlar, si no le molesta”.
Me conocía bastante, como no tardó en darme a entender. Pronto comencé a sentir un poco de miedo. No es que me leyera, es que parecía haber leído también algunos de mis correos privados. Y tenía que haberme seguido más de una vez para estar al corriente de todos mis pasos. Se dio cuenta de cómo iba cambiando mi expresión. “No tiene por qué asustarse, yo solo soy un lector atento. Y me pone triste que escriba cosas así”. Me alargó un papel donde estaban garabateados unos versos míos. Ni yo mismo entendí lo que decían. Al lado había una especie de aforismos: “Quien no ama la muerte poco sabe de la vida”. “Todos estamos solos, pero en algunos esa soledad se hace más patente y más patética; eso es todo”.
“Lo último no lo he escrito yo; es de Gil-Albert”, dije. “Pero ¿cómo tiene usted esto?”. “Lo encontré en su basura. Tengo también muchas cartas que le han escrito y notificaciones del banco. A veces tira usted papeles que no le interesan sin siquiera tomarse la molestia de romperlos. Debe tener más cuidado. Hay mucha gente mala en el mundo”.
De la segunda parte de La isla encantada no disfruté tanto como de la primera, aunque estaba igualmente llena de momentos felices. Al volver a casa, atravesando el parque solitario, caminaba de prisa y miraba de vez en cuando hacia atrás. Temía que me siguieran.
Pero en el fondo estaba más divertido que asustado. Un honor que alguien archivara mis papeles.
Si quiere hacerme daño, fácil lo tiene. Nunca podrá hacerme tanto como tú, a quien más quería, de quien menos lo esperaba.
Domingo, 22 de enero
CON TUS OJOS
Soy tan vanidoso que apenas necesito la admiración ajena. No quiere decir que no me gusten los elogios, que desprecie el éxito. Me gustan mucho, como el chocolate, pero puedo vivir perfectamente sin ellos. De lo que me resulta más difícil prescindir es de la admiración propia. Siempre he estado orgulloso de cómo administro tiempo y dinero, el poco o mucho talento que tengo. Aunque procure que no se note demasiado, soy una de esas personas encantadas de haberse conocido.
O era. El amor, o como quiera llamarse a esta confusión de sentimientos en que ando enredado, siempre pone mi mundo patas arriba.
Me gusta jugar a estar enamorado, pero siempre con las debidas precauciones. Hacer un poco el ridículo, pero sabiendo que lo hago, como quien finge estar más borracho de lo que en realidad lo está.
Pero resulta que cada día resisto menos el alcohol. Voy a tener que prescindir por completo de él. Resulta que ahora una dosis mínima me hace perder la cabeza.
Jugaba, como siempre, a decir y no decir, a dejarme seducir, a fingir naturalidad y espontaneidad, como un viejo actor que se ha criado en el escenario.
Y de pronto tú te has cansado de jugar (qué descortesía) y una marea negra lo ha inundado todo. Jugaba, como siempre, a dejarme querer y eras tú quien jugabas conmigo.
Bueno, no es la primera vez que ocurre. ¿Por qué me afecta tanto ahora? Bien que lo sé: de pronto me he visto con tus ojos. Y lo que he visto no me gustaba.
Lunes, 23 de enero
DONDE VIVIR NO DUELA
Cuando el tiempo se arrastra lento, sin querer pasar, cuando cada minuto dura una eternidad y no hay manera de llenar ese vacío, trato de imaginarme otros lugares donde vivir no duela como una postura incómoda.
Otros lugares. Quizá aquel camino, en Ischia, que llevaba hasta el Castello Aragonese, otra isla mágica sujeta a la isla mayor por un hilo de piedra, entre villas soñolientas; en una de ellas unos niños jugaban en el césped del jardín mientras su madre, muy joven, los vigilaba desde la terraza y me saludó al pasar, como si me conociera.
Otros lugares. Una noche templada de verano, Bryant Park y un músico solitario y las tímidas estrellas tratando de competir con las luces de los rascacielos.
Quizá aquella playa, una mañana de invierno, cerca de Llanes, con la mar borrascosa en que parecían estar a punto de llegar los restos de un naufragio y llegaste tú con una sentencia en los ojos que me condenaba a tres años, cuatro meses y cinco días de infierno y paraíso.
O la cubierta vacía del barco que se acerca sigiloso al puerto de Nápoles recién amanecido.
O el velero, en medio del Atlántico, balanceándose en medio de las aguas negras en las que cabrilleaban todas las constelaciones.
Estar en cualquier otro sitio. En la gran plaza de Lerma, sin nada que hacer, salvo recordar los versos de Manuel Machado: “Nadie más cortesano ni pulido / que nuestro rey Felipe que Dios guarde”.
O en Roma, cogidos de la mano por el Campo dei Fiori, como en el poema de Botas: “Solos tú y yo en el mundo / por Via del Babuino, por el Corso, al pie / del viejo arco de Tito, bajo las rotas bóvedas / del Foro de Trajano”.
Cualquier otro lugar. Pero sin mí. O contigo.
Martes, 24 de enero
NO TE PREOCUPES
Todos los libros hablan de mí, incluso los más inverosímiles. En la librería de viejo, abro con distraía curiosidad la Introducción a la vida devota, de San Francisco de Sales, y de pronto es como si se me acercara al oído y me susurrara: “Que no te preocupen demasiado tus imperfecciones porque en combatirlas estriba nuestra perfección. Y no las podremos combatir sin vivirlas, ni vencerlas sin encontrarlas. Nuestra victoria no consiste en no sentirlas, sino en no consentirlas”.
Jueves, 26 de enero
UNAS VACACIONES
En el último episodio de la nueva temporada de Sherlock, el malvado Moriarty comete una serie de delitos a la vista de todos y luego, aunque ni siquiera intenta defenderse, un jurado popular le declara no culpable. Cambio de canal y veo a los políticos que nos gobiernan exultantes porque otro jurado acaba de declarar inocente a Francisco Camps porque no hay suficientes pruebas de que no pagara los trajes que le regalaron.
Decía Woody Allen que la vida no imita al arte, sino a los malos programas de televisión. Qué razón tenía. Pero Sherlock no es ningún mal programa de televisión. A mí me divierte con sus enrevesados argumentos y los inverosímiles ejercicios de inteligencia del protagonista. Me divierte sobre todo cuando Watson llama a su compañero, admirado y detestado, “listillo insoportable”. ¿Cuántas veces me habrán llamado a mí eso? Pero yo no soy Sherlock, ya me gustaría. Ni Camps es Moriarty. No lo necesita para salirse con la suya.
Lo que no acabo de entender es cómo puede haber gente tan estúpida, o tan masoquista, que queriendo saquear las arcas públicas se afilie a un partido de izquierdas. ¿Pero no se darán cuenta de que, a la menor sospecha, caerá sobre ellos todo el peso de la ley y perderán además el apoyo de los votantes? Mejor afiliarse a la derecha, donde no hay riesgo de que las manos largas te hagan perder votos y donde el juez que se atreva a ir más allá de lo que conviene en la investigación corre el riesgo de que lo expulsen de la carrera y donde, en última instancia, si llegas a juicio, siempre encontrarás un puñado de buenos patriotas que se tapen los ojos ante las evidencias y te exculpen con todos los pronunciamientos favorables.
Soy un poco demagogo, lo sé. Pero espero que no demasiado. Lo curioso es que a Camps lo veo como a Moriarty, como un entretenimiento más. Desde que perdimos las últimas elecciones (digo perdimos porque yo voté al partido perdedor), siento como si me hubiera quitado un peso de encima. Antes me sentía un poco responsable de que no encontráramos solución a cada problema. Ahora, a cada nuevo desastre –de Rajoy o de Cascos—, me froto las manos y pienso: “¿No es eso lo que querían los votantes? ¡Pues que se jodan!”.
La verdad es que, aparte de algo demagogo, también soy un poco Aznar, en el peor sentido de la palabra. De vez en cuando conviene tomarse unas vacaciones. Ser siempre ciudadano respetable también cansa.
Viernes, 27 de enero
CAER Y LEVANTARSE
Ayer, cuando terminó la presentación del libro de Víctor Márquez, prior de Silos, se me acercó el coleccionista de Los Prados. “Me ha gustado su intervención, aunque no fuera tan irónico ni tan punzante como esperaba. Disculpe que no me presentara, aquí tiene mi tarjeta”. “Es una broma”, dije “No, no, de verdad me llamo así: José Luis García Martín. Le voy a enseñar mi carnet”. Y así se llamaba. “Vea el año en que he nacido”. 1950. “¿Comprende ahora por qué guardo todo lo que tiene que ver con usted?”.
La realidad, al contrario que la literatura, no tiene por qué ser verosímil. Miré al otro José Luis García Martín y pensé que me gustaría hacer un pacto. Proponerle que durante un mes él viviera mi vida y yo la suya. “¿A qué se dedica?”. “Profesor, jubilado, soltero”, respondió sonriendo. ¡Pues valiente negocio haría en el cambio!
Hoy, en la tertulia del Rosal (no cierran hasta el domingo), pensé que, pese a todo, tampoco está tan mal la vida que llevo. Recuerdo el diálogo de no sé qué película: “¿Para qué caemos? Para aprender a levantarnos”.
Y yo soy tan torpe, sobre todo en asuntos del corazón, que a cada poco tropiezo y caigo. Pero todavía sigo conservando agilidad suficiente para levantarme de un salto. Y las lágrimas que lloro suelen ser lágrimas de papel. De las otras nunca diré nada.
Un listillo insoportable, ya lo sé. Pero que aún se soporta a sí mismo bastante bien.
en algún lugar al que nunca he viajado,
ResponderEliminarfelizmente más allá de toda experiencia,
tus ojos tienen su silencio:
en tu gesto más frágil hay cosas que me rodean
o que no puedo tocar porque están demasiado cerca.
con solo mirarme, me liberas.
aunque yo me haya cerrado como un puño,
siempre abres, pétalo tras pétalo mi ser,
como la primavera abre con un toque diestro
y misterioso su primera rosa.
o si deseas cerrarme, yo y mi vida nos cerraremos muy bella, súbitamente,
como cuando el corazón de esta flor imagina
la nieve cayendo cuidadosa por doquier.
nada que hayamos de percibir en este mundo iguala la fuerza de tu intensa fragilidad, cuya textura me somete con el color de sus campos, retornando a la muerte y la eternidad con cada respiro.
ignoro tu destreza para cerrar y abrir pero, cierto es que algo me dice que la voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas...
nadie, ni siquiera la lluvia tiene manos tan pequeñas
cummings
(woody allen; hannah y sus hermanas)
http://www.youtube.com/watch?v=tm2-5weXhac
a.r.