lunes, 21 de septiembre de 2009

Notas venecianas (y 5): Giardini

Cuando uno subía al observatorio de las Torres Gemelas, antes de salir a la terraza entraba en una sala donde se proyectaba un documental sobre Nueva York. En helicóptero recorríamos toda la ciudad. Era una proyección de gran realismo. Las butacas se inclinaban a la vez que el helicóptero. Finalmente, después de sobrevolar Central Park, el Crysler y el Empire State, la estatua de la Libertad y Battery Park, nos posábamos en una de las Torres y solo entonces, como si bajáramos del vehículo, salíamos al fascinante espectáculo de un lugar tan cerca del cielo y que no tardaría en convertirse en un infierno. A mí me gustaba ese llegar a una realidad que prolongaba la ficción.
Recuerdo aquellos imaginarios viajes en helicóptero mientras en el pabellón británico de la Biennale veo el documental Giardini, de Steve McQueen. Son estos mismos jardines los que se nos muestran en la doble pantalla. Pero no como están ahora, festivamente bulliciosos, sino en los largos meses que pasan abandonados entre una exposición y otra. Conozco bien esa melancolía. Más de una vez paseé por ellos cuando solo los recorrían perros abandonados, cuando uno podía tropezarse con algún sin techo que dormía envuelto en su miseria, cuando en las noches más desapacibles un fumador solitario acechaba con milenaria cautela a otro solitario… En la pantalla vemos sucederse las estaciones, oímos la banda sonora de la ciudad: infinitas campanas, los gritos de una manifestación, el viento que arrastra las hojas secas, la sirena de un inmenso crucero que se entrevé entre los árboles…
Cuando salimos, una nave gigantesca, como la de la pantalla, se desliza entre los árboles. Ese cruce de ficción y realidad me hace pensar de nuevo en la terraza de las Torres Gemelas. Con qué facilidad este monstruo, tres o cuatro veces más alto que el más alto de los edificios, solo con desviarse del centro del canal, podría hacer saltar toda la ciudad por los aires.


La sensación de fragilidad acrecienta para mí la belleza del mundo. Esta ciudad es un milagro sostenido sobre frágiles troncos de árboles que se asientan sobre el fango de la laguna y yo también soy un milagro asentado sobre pilares aún más frágiles. Siempre lo tengo muy presente y por eso disfruto de cada minuto como el niño en el parque de atracciones que sabe que, más pronto que tarde, llegará la hora del cierre.
¿Y qué es esta Biennale, que abarca toda la ciudad, sino un inmenso, colorista, sorprendente parque de atracciones? “Si no os hacéis como niños, no disfrutaréis del arte moderno”, se me ocurre que podría ser un buen lema.
Si no os hacéis como niños: en el césped que rodea el Gran Hotel des Bains pasta un rebaño de ovejas azules, muy cerca alguien ha embalado cuidadosamente un rinoceronte de tamaño natural y en la isla de la Certosa un elefante se acerca al agua, mientras que en una de las salas del Palazzo delle Esposicioni una gigantesca tela de araña atrapa a los visitantes… Todo es juego, asombro, maravilla, como las sombras chinescas que proyectan los objetos encontrados por Hans-Peter Feldmann al dar incansables vueltas en sus pequeñas plataformas.


Si no os hacéis como niños, no disfrutaréis del juego del escondite que practican los innumerables “eventi collaterali” esparcidos por toda la ciudad. Hay que tener muy firme vocación de detective para dar con el Palazzo Zenobio, en la Fundamenta del Soccorso, y con el cortile inglese en la isla de San Servolo, y con la Riva Ca’ di Dio, en Castello, y con la exbirrería de la Giudecca… Pero lo mejor es no buscar nada concreto, dejarse sorprender al azar del paseo por una puerta sigilosamente abierta que lleva a un patio entre altos muros, por un jardín secreto, por las estancias desconchadas de un palacio abandonado, y allí encontrar objetos banales o misteriosos, insólitas trivialidades y una guardia juvenil que, sentada a un lado, junto a varios catálogos, certifica que aquello es arte y que también forma parte del juego.
Qué borrosos los límites entre el arte y la vida, entre la magia y la realidad. El día comienza en los Giardini aguardando para ver una película que se titula precisamente Giardini y termina en una bar de copas de la Salizada San Lio charlando con Peter, el joven escocés que, en lo alto de la escalera, esperaba el momento de hacernos pasar al interior del pabellón.
“¿También tú eres artista?”, me pregunta. “Hay mucho cuento en eso y mucha vanidad. Y yo lo sé bien, que trabajo con ellos”.
No, no soy artista, aunque ocurrencias no me faltan, pero soy, como todo el mundo, el guionista de mi propia vida. No siempre los guiones que escribo puedo llevarlos a la realidad, pero siempre me esfuerzo por escribir un buen guión en el que yo no tenga un mal papel.

1 comentario:

  1. Hola Martin.
    Acabo de descubrir este blog y que no he leído tus dos últimos libros de diarios.
    Me temo que va a ser un octubre muy JLGM para mí.
    Voy a disfrutar eso de leer tu diario un par de veces por semana.
    De momento voy a tener que ponerme al día con todo lo que hay en tu blog de 2009.
    Que sigas bien. Raul González del Río (rgdelrio@swap.es)

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