miércoles, 2 de septiembre de 2009

Lecturas y lugares: Los fantasmas de New York

En Strand, quizá la mayor librería de viejo del mundo, compré yo la primera edición en español de Doble esplendor, aparecida en México en 1944. Recordaba bien la emoción con que había leído la edición española. Fue en 1977 y Constancia de la Mora me pareció el símbolo mejor de la república infaustamente derrotada.
Llevaba todavía ese libro en las manos cuando subí, con unos amigos, al mirador del Rockefeller Center. Me senté un momento a contemplar el airoso perfil del Empire State, el Hudson, la isla de Ellis al fondo...


Lo olvidé sobre el banco y un desconocido, que vestía con elegancia de otro tiempo, se acercó para entregármelo. “Yo conocí a la autora”, dijo. “¿A Constancia de la Mora?”. “No, ella era solo la protagonista. In Place of Splendor, que tal es el título original, lo redactó en inglés, y en muy poco tiempo, Ruth Mckenney, amiga de mi familia, escritora muy popular, luego vetada en la época de la caza de brujas. Constancia de la Mora nunca confesó la verdad sobre ese libro conmovedor y falso, una obra maestra de la propaganda. ¿Se creyó ella misma las mentiras que encarnaba y que sedujeron a tantos? A su alrededor desaparecieron algunas personas, como José Robles, el traductor de John dos Passos, ¿se creyó verdaderamente que eran espías o que habían sido ejecutados por incontrolados anarquistas?


Yo también leí sus falsas memorias cuando tenía veinte años y hubo un tiempo en que la consideré la encarnación misma del idealismo republicano. A fin de cuentas era una aristócrata, nieta de Antonio Maura, que había roto con su propia clase para ponerse al servicio de la causa popular. En Estados Unidos calló que era comunista y no contó nunca su verdad, sino la verdad del partido. ¿En qué momento dejó de creer en lo que predicaba? Mandó su hija a la Unión Soviética, y luego le costó sacarla de allí: los rusos no se fiaban de los niños que ellos mismos habían educado. ¿Ha leído usted Yo, comunista en Rusia, de Ettore Vanni? Es un testimonio estremecedor de cómo trataron en la Unión soviética a los comunistas españoles. Se publicó en 1950, el mismo año en que murió Constancia, quizá asesinada. No se ha escrito su vida verdadera, sin duda más apasionante que el cartón-piedra de Doble, o falso, esplendor. ¿Sabía usted que durante dos años mantuvo una intensa amistad, y quizá algo más, con Eleanor Roosvelt? De Hidalgo de Cisneros, otro héroe republicano del que habría mucho que decir, se separó en 1941. ¿Y para unirse a quién? A un indio tarasco de Morelos, Rodolfo Ayala, un extraño personaje que merecía una novela y del que se rumoreaba que era homosexual.

En 1949, durante una fiesta en Cuernavaca, conoció a Mary O’Brien, una millonaria norteamericana admiradora suya. Ambas emprendieron un viaje a Guatemala, las dos solas, dispuestas a recorrer durante meses remotos lugares arqueológicos. Constancia aprovechó para visitar además a diversas personas. Nunca hablaba con ellas en inglés y Mary no se enteró de lo que trataron, o al menos eso dijo luego cuando la interrogó el FBI”.
De los muchos fantasmas de Nueva York, el de Constancia de la Mora no es de los menos intrigantes. Siempre que vuelvo a contemplar el perfil de la ciudad se me acerca susurrante, como aquel atardecer en el alto mirador del Rockefeller Center.

1 comentario:

  1. Tus enigmas son siempre fascinantes, sobre todo por la forma de contarlos. Saludos,

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