domingo, 20 de septiembre de 2009

Notas venecianas (4): Hotel Europa

Marcel Proust, en materia de hoteles, tenía gustos muy sencillos: prefería siempre el mejor. Y por eso, cuando en abril de 1900 visitó por primera vez Venecia en compañía de su madre, se alojó en el que encabezaba la lista del Baedeker, el Danieli, en la Riva degli Schiavoni, frente a San Giorgio Maggiore. Pero cuando volvió solo, unos meses después, no quiso repetir y se fue al segundo de la lista, no menos suntuoso que el primero: el Hotel Europa, junto al Gran Canal, con entrada por la calle del Ridotto.
Se trataba de un palacio gótico, Ca’Giustinian, uno de los más hermosos palacios venecianos, convertido en hotel en 1820. Si en el Danieli había tenido lugar uno de los más conocidos ménage à trois de la historia, el que vivieron George Sand, Alfred de Musset y un joven médico de gallarda apostura, aquí se habían alojado huéspedes no menos ilustres, como el pintor Turner o el aparatoso Chateaubriand.
El Hotel Europa llevaba cerrado muchos años. Este año el palacio ha abierto de nuevo convertido en una de las sedes de la Biennale. Caminando al azar por los alrededores de San Marcos doy con él. La exposición que alberga, sobre el futurismo, no me interesa demasiado. Pero la antigua Sala degli Specchi, el que fue gran salón del hotel, es ahora una confortable cafetería, L’ombra del Leone, con hermosas vistas sobre el Bacino de San Marco y la iglesia de Santa Maria della Salute. Apenas hay clientes en L’ombra del Leone. Un café cuesta un euro (en el cercano Florian, doce), lo mismo dentro que fuera en la fastuosa terraza con balaustrada de mármol que acarician las aguas del canal.
Cada nueva visita, Venecia me hace un regalo y el de esta vez es nada menos que un hotel lleno de historia donde leer tranquilo el Gazzetino, hojear algún libro, tomar notas después del paseo. Allí paso un rato todas las mañanas, sin más compañía que la de tantos fantasmas ilustres y la de los gondoleros de la cercana parada de San Marcos, que entran a charlar, beber agua frizzante y protegerse un rato del sol. Acabo haciéndome amigo de alguno de ellos y una mañana Mario me cuenta que ha llevado a pasear por los canales a un viajero algo obeso y particularmente locuaz, nada menos que a Hugo Chávez. Sé que el presidente venezolano ha pasado por el Lido, donde se acaba de estrenar la película que le dedica Oliver Stone, pero no me lo imagino en góndola como cualquier turista. “¿Qué opinas tú de Chávez?”, me pregunta Mario. “¿Crees que es un dictador como dicen los periódicos? A mí me pareció muy simpático. Todo el tiempo estuvo preguntándome cosas, pero luego se respondía él mismo. No calló un momento. Salimos muy temprano, apenas amanecido. En la góndola iban él y otras tres personas. Nos seguía una motora de la policía. No le pude llevar por algunos canales poco profundos”.


¿Qué opino yo de Chávez? Hace tiempo que vengo recortando lo que se dice de él en un periódico que aprecio especialmente, El País, un periódico que leo desde el primer número. Ni en La Razón, y ya es decir, se podrá encontrar un ejemplo más claro de manipulación informativa. El referéndum de Chávez para modificar la constitución a fin de que los cargos públicos pudieran ser reeligidos mereció editoriales apocalípticos, docenas de artículos denigratorios (los más selectos intelectuales de izquierda aprovecharon para insultar a quien quería convertirse en dictador perpetuo). Las manipulaciones de Álvaro Uribe para conseguir el mismo fin apenas si merecen una aséptica constatación. El otro día se celebraron en Caracas manifestaciones a favor y en contra de Chávez. Noticias desde el Sur, el informativo de Telesur, la cadena oficialista, informó de ambas; El País, el gran defensor de la libertad de información, solo de la manifestación opositora, con una gran fotografía de media página.
Aburro a Mario con estas y otras precisiones. Él sonríe cortésmente aburrido. “¿Entonces no es el Berlusconi de América, el dueño de todas las televisiones públicas y privadas? A mí me pareció un tío simpático”, me dice antes de salir a seguir esperando a los clientes.

Del primer viaje de Marcel Proust, acompañado de su madre, sabemos muchas cosas. Mientras la madre se quedaba leyendo en el hotel, con otros dos amigos recorría los canales de Venecia deteniéndose en cada una de las iglesias que habían sido descritas por Ruskin. Luego, por la tarde, se sentaban en el Florian a comer helado. En más de una carta recordó Proust aquellos tiempos en que “sus sueños se habían convertido en sus señas”.
De la segunda visita, el otoño siguiente, solo sabemos que se alojó en el Hotel Europa y que el 19 de octubre dejó su firma en el libro de visitantes del monasterio armenio en la isla de San Lázaro (yo no pude hacer lo mismo y tuve que conformarme con pasear por los alrededores). ¿A qué dedicó aquellas jornadas? Los templos y palacios ya habían sido minuciosamente admirados la primera vez, ahora preferiría adentrarse por las estrechas callejuelas y sombrías plazoletas, bordear los canales oscuros, esos canales que le daban la impresión de “penetrar más y más en las profundidades de una secreta realidad”.
¿Qué busco yo cuando salgo de Ca’Giustinian, el antiguo Hotel Europa, y me pongo a callejear por lugares que no aparecen en las guías? Lo mismo que buscaba Marcel Proust, lo mismo que buscamos todos: una promesa de felicidad, algo que no está en ninguna parte, pero que aquí parece más engañosamente cerca que en cualquier otra parte.

3 comentarios:

  1. Conocí en el hotel de Mestre a aquella vieja dama brasileña; rondaba los ochenta años y había venido a Italia a hacer turismo "religioso". Su Meca era El Vaticano.
    Pensé al principio que se trataba de una de tantas mujeres de la burguesía latinoamericana, seguidora de la ultraconservadora línea de la Iglesia Católica actual (¿hubo otra alguna vez?). Pero, al conocerla un poco mejor, noté que sus simpatías eran para los movimientos de base del catolicismo brasileño; alababa a Pedro Casaldaliga y a Leonardo Boff; sentía veneración por Elder Cámara.
    Nos entretuvimos un rato hablando de Antonio Conselheiro y de su peripecia en Canhudos. Creía conocer yo al personaje por tener reciente la lectura de la novela de Vargas Llosa que habla de él. Me aclaró algunas cosas.
    Esta buena mujer iba acompañada de un pequeño grupo de maduras mujeres, al parecer con su mismo itinerario.
    Una tarde me había yo dedicado a husmear por los canales menos concurridos de Venecia. De regreso a San Marco, vi a la señora y a sus amigas sentadas en una de las mesas de la terraza de Florián. Me pareció que algo no iba bien, porque un engominado camarero hacía ostensibles gestos de disconformidad con ellas.
    Me acerqué y me ofrecí a ayudarlas en lo que fuera de mi alcance; me explicó, sofocada, que el ragazzo de la gomina trataba de cobrarles por unos refrescos una cantidad exorbitada (creo recordar que unos doscientos euros). Como la señora protestara del atraco el atildado mequetrefe argumentó que la minuta era "per la música". Efectivamente, un pequeño conjunto de músicos tocaba ante las arcadas del histórico café.
    Le afeé la conducta al camariere y, tras un rifirrafe, la cosa quedó en treinta euros.
    Ecco la Italia de Berlusconi.
    Casanova, creo que hubiese abofeteado al trilero.
    PD.- "El País", de un tiempo a esta parte, viene atacando solapadamente a Zapatero. Para mí que esto tiene que ver con la concesión de licencias para la TDT, en la que este oráculo de la progresía no debió de obtener toda la mamandurria que esperaba, dados los servicios prestados.
    Ejemplo elocuente del corto recorrido de algunas almas progresistas cuando se les toca la lata de los euros.

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  2. Martín:
    Pasado mañana, martes, he de pasar por su pueblo camino del Algarve portugués. Está previsto que hagamos el almuerzo allí, y que después continuemos viaje hasta Zafra, donde habremos de hacer noche.
    Este comentario aparentemente chusco que le hago me sirve para manifestarle mi admiración por Cáceres, sobre todo en su parte norte.
    He estado esta primavera hospedado en Hervás y he gozado -una vez más- subiendo el puerto de Honduras. En su vertiente del valle del Jerte, a media falda, cuando acaban los piornos, escobas y demás vegetación de las alturas y comienzan a aparecer los primeros cerezos, hace años que descubrimos un ameno y humbrío paraje que refresca un manantial de aguas gristalinas. Allí, mi compañera y yo solemos hacer una modesta comida campestre. Luego,solemos bajar hasta Cabezuela del Valle y, si es temprano, tomamos la carretera que subiendo por Valdastillas remata en el pueblo más alto de Extremadura: Piornal. Sigue la bajada hasta Garganta la Olla -la vista desde las alturas del mosaico de sus tejados es de gran belleza- y por Cuacos accedemos a la Vera.
    No es por halagarle, pero creo que es una de las comarcas de España más interesantes y bellas.

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  3. Esta mañana después de mis compras de invierno... he encontrado un libro de poemas tuyo ( no te conocía) y en el prologo decia que ninguna lectura es imprescindible pero no pedias mas que si durante un café tus palabras iluminaban un mundo, te sentias satisfecho.

    He empezado por la primera pagina (Material Perecedero) mientras el bus avanzaba i he tenido que dejar de leer... Pues no puedo mantener el corazón apretado mucho tiempo. Guardo tus versos, en mi estanteria, para leerte... poco a poco... hay que cuidar el corazon ....

    Me han encantado tus versos.

    Gracias

    Montse

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