SUEÑO QUE VIVO
Nunca viajo, solo salgo a dar una vuelta. Cierto que mis paseos ya no son, como antes, caminatas algunas horas. Ya me atrevo a algo más. Poco más. Mi límite máximo son tres noches en Europa, una semana en América. Hace muchos años que no estoy más tiempo fuera de casa, hace muchos años que los amores que prefiero son los que duran la eternidad de unas pocas noches.
Soy la persona menos aventurera del mundo, siempre con la vista puesta en el pronto regreso. Y lo curioso es que en casa no me espera nadie, salvo yo mismo. Sueno con echarme la mochila al hombro y patear los caminos del mundo, pero no soy capaz más que de breves excursiones. El lunes pasado salí por la mañana y el martes ya estaba de regreso. En medio, mil quinientos quilómetros y seis ciudades, algunas inéditas, otras con mucha historia mía detrás.
A veces pienso que soy, o me gustaría ser, como esas personas que juegan varias partidas de ajedrez al mismo tiempo, desplazándose de una mesa a otra. A mí me gusta vivir varias vidas a la vez. Me basta llegar a Nápoles, sentarme a tomar un café en la terraza del Gambrinus, frente al San Carlo y al Teatro Real, y ya me siento napolitano; me basta poner los pies en la Rua Ferreira Borges para tambalearme borracho de melancolía. Y una mirada me basta para hacerme perder la cabeza. O una sonrisa, que ni siquiera era para mí.
Yo no vivo: sueño que vivo. Lo mejor de mi vida no ha ocurrido nunca.
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Domingo, 22 de febrero
LÁSTIMA GRANDE
¿Se puede ser una historiadora de prestigio, tutora de Infantas y Príncipes, y decir tantas inexactitudes como cualquier contertulio de café a la hora de comentar la actualidad política? Carmen Iglesias demuestra que sí.
Casi siempre nos parecen poco inteligentes quienes piensan de distinta manera que nosotros. Detectamos la más leve parcialidad en el ojo ajeno y no el cerril partidismo en el propio. Pero no me parece ese el caso. Le preguntan, en una entrevista que se publica hoy, “por la famosa cacería en la que participaron el ministro Bermejo y el juez Garzón”. Arremete contra ella. Bien. Nada que objetar (que objeten el rey y Miguel Delibes y tanta buena gente a la que le gusta cazar). Pero añade: “Aquí ha habido un deterioro paulatino de las instituciones. El ejecutivo controla al poder judicial”. Hacer falta valor y hace falta ceguera para decir eso tras la huelga judicial pasada y la que se avecina, tras la actuación del anterior Consejo del Poder Judicial, tras las declaraciones del actual vicepresidente del Consejo... El bueno de Bermejo, mientras se le escapa la cartera ministerial, podría citar a Argensola: “¿El ejecutivo controla al poder judicial? ¡Lástima grande que no sea verdad tanta belleza!”.
Lunes, 23 de febrero
HÉROES DE PAPEL
“Haz como yo, no te metas en política”, le dijo Franco a no sé quién. Sabio consejo. Yo lo sigo a pie juntillas. Prefiero no tocar los temas conflictivos. Los pocos o muchos lectores que uno tiene votan a derecha o a izquierda, son creyentes o descreídos, así que mejor no irritar a nadie. Yo también tengo mis preferencias, claro está, pero para no molestar procuro no entrar en ciertos temas. En eso soy muy inglés. Un caballero no habla de política, ni de religión, ni de sexo. Un caballero solo habla del tiempo.
Yo trato de contentar a todos, no discutir nunca. Me gusta callarme lo que pienso. Por eso, en el coloquio que siguió a la conferencia de Fernando Aramburu sobre Los peces de la amargura, aguanté estoicamente que se le felicitara por el valor que suponía escribir un libro de cuentos en el que se criticaran los crímenes etarras. Incluso hubo una señora que felicitó al rector porque en la Universidad hubiera realizado por fin actos como este, en contra de ETA. Cuando yo era más joven, no podía escuchar una inexactitud (iba a decir una bobería) sin cometer la impertinencia de replicar. Ahora me encojo de hombros. Hace tiempo que he dejado de ser un Quijote de la lógica y el sentido común. ETA es una organización criminal que merece todas las repulsas. De acuerdo. Pero escribir en España contra ETA supone el mismo valor que escribir contra Hamás en Israel: ninguno. Para lo que hace falta valor, mucho valor (aparte de poca conciencia), es para escribir a favor. Quien lo hace se enfrenta a años de cárcel. Y aún iría más allá: hace falta más valor para no escribir ni en contra ni a favor que para escribir en contra. Especialmente, si eres político vasco. Al político vasco que no hace declaraciones en contra de ETA le inhabilitan, le impiden presentarse a las elecciones, se convierte en un apestado de la democracia: contamina todas las candidaturas que toca. Yo no digo que eso esté mal (aunque pueda pensarlo), lo que digo es que hablar en contra de ETA para unos es natural (¿cómo no estar en contra de unos asesinos?), para otros es una obligación legal, pero para pocos, muy pocos, es un acto de valentía. Si lo fuera, en este país habría más héroes por metro cuadrado que en ninguna otra parte.
Estas cosas diría si yo me metiera en política (y otras obviedades, como que el nacionalismo no es pecado), pero como no me meto, me las callo.
Martes, 24 de febrero
NO NOS VEMOS
Mi admirado Antonio Gamoneda nunca defrauda. En el más reciente congreso organizado en León por la Asociación Colegial de Escritores, presentó una ponencia sobre “Poesía y pensamiento”, que ahora se publica. Tras unas curiosas divagaciones teóricas en las que hace intervenir a homínidos y polígonos cerebrales, arremete una vez más contra el realismo como “lenguaje del poder”. Tiene un concepto amplio del realismo: toda la poesía medieval es realista, casi toda la poesía barroca, el XVIII y el XIX íntegros, buena parte de lo que se escribe en las primeras décadas del siglo XX, casi todo lo escrito en la posguerra antes de que él publicara Descripción de la mentira… Si Gil de Biedma –que no era “un poeta de raza”, precisa— dejó una obra tan breve es porque se percató “de que la opción estilística del realismo no daba para más”.
Lo curioso es que luego aparece en no sé cuántas fotografías mirando fervorosamente hacia el ministro de Cultura (un poeta no mejor que él), escuchándole con atento pasmo. Y al final es el presidente del Gobierno quien clausura el congreso elogiando una y otra vez a “Antonio Gamoneda, el poeta del compromiso en el dolor, el poeta de la belleza en la pobreza, el poeta de la revelación al mismo tiempo literaria, estética y social”. Y acaba con palabras “del propio Gamoneda, último Premio Cervantes, hijo de esta tierra”. Hijo adoptivo, habría que precisar para que no se enfaden sus admiradores asturianos.
Antonio Gamoneda, presunto marginado que arremete –entre ministros y presidentes del gobierno, con todos los grandes premios oficiales en el bolsillo— contra los poetas que tienen éxito porque utilizan el lenguaje del poder, resulta sin duda un curioso caso de ceguera, de incapacidad para verse a sí mismo. Inspira cierta ternura.
Miércoles, 25 de febrero
VANIDOSO INCORREGIBLE
Soy la persona más vanidosa del mundo. Por eso mismo nada me resulta más difícil que cantar mis alabanzas (aunque, en el fondo, no haga otra cosa). Elogiarse a uno mismo me parece un acto de humildad para el que no me siento capacitado. Es reconocer que nuestros méritos son tan poco evidentes, tan imperceptibles, que nadie se dará cuenta de ellos si no nos dedicamos a subrayarlos.
De vez en cuando recibo correos electrónicos a favor y en contra. Jamás se me ocurriría reproducir los primeros. Nada me divierte más que hacerlo con los segundos. Y no precisamente por masoquismo. Ni siquiera me tomo la molestia de refutarlos.
De los ataques que he recibido (no tantos como creo merecer) me gusta especialmente uno que aparece en el blog de Fernando Valls. Resulta que yo reseñé un libro suyo sobre el relato breve y al final de la reseña, un poco por broma, escribí unos cuantos microrrelatos. Mi amigo Fernando se irritó porque no dedicara todo el espacio a cantar las alabanzas de su obra, reprodujo mis nimiedades y dijo que eran exactamente lo contrario de lo que debía ser un cuento breve. Todos los lectores del blog le dieron la razón. Y uno de ellos lo hizo con una frase lapidaria: “Ahí se demuestra que se puede ser profesor y no saber escribir”.
Lo mismo que yo le he reprochado a tantos beneméritos colegas, ahora me lo reprochaban a mí. Justicia poética, dirán algunos.
Yo no replico, no digo nada a mi favor. Me limito a reproducir la frase. Y es que soy un vanidoso incorregible.
Jueves, 26 de febrero
CORAZÓN DE ULISES
Cierro el libro que acabo de leer, cierro los ojos y me imagino sentado en el espigón del puerto. Ya se ha ocultado el sol y la cara roja de la luna comienza a asomarse tras la línea del mar. Un esbelto velero se acerca a la bocana del puerto, pone rumbo al Norte, en dirección a tierras remotas e invisibles, y deja tras de sí una estela plateada sobre las aguas oscuras. Nada me gustaría más que estar en ese barco, viajar a bordo de una nave que no sé a dónde se dirige. Viajar a donde fuera, sin pensar en el regreso.
Abro los ojos. No estoy en ese velero que ahora mismo deja el puerto, pero estoy a bordo de una nave que no sé a dónde se dirige –o no quiero saberlo--, pero sí sé que nunca volverá al puerto de partida.
Publicado por J. L. García Martín en La Nueva España (01.03.2009).
En el puerto, desde lo alto de Santa Luzía, distingo con sorpresa a un viejo amigo. ¿No es esa la esbelta silueta del Creoula? Ciertamente no puede ser otro: es el único lugre de cuatro palos que sigue navegando por el mundo. Y este mirador me recuerda entonces otro: la ermita de la Luz, en Avilés, desde la que se divisa entero el casco urbano y a un lado la ría y al fondo el Cantábrico con su blanco festón de olas. Desde esa altura, unos días antes de embarcarme, vi al Creoula recostado en la dársena de San Agustín; lo vuelvo a ver ahora, inesperadamente, haciendo escala en su ruta hacia Lisboa. Y vuelvo a ser el adolescente que sueña con cumbres y abismos, con nubes de espuma, peligrosos arrecifes, imprevistos pecios, tesoros y tormentas… Y con un naufragio como el que llevó a los protagonistas de La isla de coral a un paradisíaco lugar fuera del mundo: “¡Qué alegre es despertarse con la fresca mañana! ¡Qué hermoso es oír cantar a las aves en las ramas y escuchar el murmullo de un riachuelo o el ruido de las olas al morir en la playa! Cuando me desperté, a la mañana siguiente del día del naufragio, me hallaba en el más delicioso estado y mientras que echado en mi cama de hojas contemplaba el cielo claro que se distinguía entre el ramaje de los cocoteros y observaba las nítidas y blancas nubecillas que pasaban lentamente, mi corazón se henchía más y más de una alegría que jamás he vuelto a sentir de modo semejante”.
Desde este otro mirador, el del monasterio de la Serra do Pilar, no se ve el mar, solo la ciudad, enfrente, y el río entre dos grandes puentes, el Luis I, abajo, y el de Arrábida, al fondo, borrándose entre la niebla. Nunca había subido hasta aquí, aunque estaba harto de contemplar la rara silueta del monasterio coronando Vila Nova de Gaia desde la otra orilla. Esta explanada, con sus inmóviles parejas de enamorados, me recuerda la del monasterio de San Martino, sobre el bullicio de Nápoles y las siluetas de Capri y el Vesubio. Allí, en lo alto, estaba vigilándonos el castillo de Sant’Elmo; aquí, tras de nosotros, están los cañones, no sé si de un cuartel o de un museo. Qué lugar mejor que este para dominar Oporto; me imagino, al futuro duque de Wellington, planificando desde espléndida terraza la mejor manera de liberar la ciudad de los franceses.
¿Fui más feliz entonces que lo soy ahora? No, pero siento que estaba más vivo. Me alojaba en una pensión de estudiantes, allá en lo alto de la rua Anthero de Quental, muy cerca de la Praça da Republica. Entonces estaba más vivo porque no había espacio para el pasado, todo era ensoñado futuro, asombro y maravilla.

Casi medio siglo después de leer por primera vez esas palabras, aún me llenan de emoción. Pero no puedo aplicármelas: yo soy de los que piensan que para ir lejos no hace falta ir muy lejos y que el quizá el viaje, el verdadero viaje, termina cuando deja de soñarse y comienza a hacerse realidad.
Lleno de fantasmas ajenos estas calles estrechas, estas plazas de otro tiempo con sus doradas iglesias barrocas, sus minuciosas ferreterías y sus frescas y olorosas tiendas de ultramarinos. En el jardín del castillo, la negra torre del homenaje, único superviviente, pastorea los restos arqueológicos esparcidos entre la verde hierba mientras los herrumbrosos cañones parecen temer todavía la amenaza española.




