Sábado, 31 de enero
DESDE LA VENTANA
Hay lugares con aura, sitios en los que es más fácil ser feliz, en los que basta estar para estar en el centro del mundo, sentirse uno con el universo. O eso nos parece cuando todo se aleja y nos quedamos solos frente al ladrón del tiempo. En esta tarde oscura pienso en un portal de Roma; en el Café Arcádia y en otros “espaços perdidos” de Coimbra; en la cafetería de Barnes & Noble con grandes ventanales a la Tercera Avenida; en la iglesia redonda de Sant’Angelo, en Perugia, al final de Via Garibaldi… O en la calle Jovellanos, de Avilés, vista desde una de las ventanas góticas del palacio de Valdecarzana. Fue el pasado jueves cuando por primera vez contemplé esa calle desde detrás de una fachada que había admirado incontables veces. Me invitaron a hablar de Palacio Valdés, un escritor que es grande o pequeño según lo sean quienes se ocupan de él. De pronto, al mirar por la ventana antes de comenzar la charla, me vi a mí mismo, hace treinta años, camino de la biblioteca. He entrado antes en Correos, ahí a la derecha, en la calle de la Ferrería, para enviar unos cuantos ejemplares del último número de Jugar con fuego, la revista que yo entonces dirigía, con la que comencé a inventarme. Cuando estoy absorto con un libro, aparece Víctor Botas, que ha llegado de Oviedo a enseñarme sus más recientes poemas. Vamos hasta el Serrana.
Hablo con pasión impertinente de Palacio Valdés, a dos pasos de donde escuché mis primeras conferencias, y no siento nostalgia, sino una sensación de tiempo detenido. Ahí está Juan Manuel Pendás en una de las primeras filas, dispuesto a iniciar el coloquio con la más sorprendente pregunta; más allá, José Manuel Feito, siempre enredado en raras erudiciones… Por un momento pienso que, al fondo, se aburre Botas, que dirá pestes del acto (“Pero ¿a quién se le ocurre leer la lista entera de los miembros de esa asociación? Es como leer la guía telefónica”), y luego me acompañará hasta el Serrana a tomar un café y despotricar del último libro de algún colega.
Hay lugares con aura y yo, afortunadamente, no necesito ir muy lejos para encontrarlos.
Domingo, 1 de febrero
CUANDO ESTOY SOLO
Cuando estoy solo es cuando menos solo estoy.
Casi todo lo que sabemos de la persona que mejor conocemos son suposiciones nuestras.
Enamorarse es abrir una puerta que da a un jardín y a un precipicio.
Cómo me gustaría llegar a ser mi mejor amigo.
Nos defrauda quien se resiste a interpretar el personaje que le hemos adjudicado en el teatro de nuestra imaginación.
Lunes, 2 de febrero
LA SIRENA DEL MUSEL
Hay cosas que uno no puede contar porque parecen inventadas, comienza a contarme Xuan. Luego los críticos me reprochan que copio a Álvaro Cunqueiro, pero es la realidad quien le copia. Yo conocí al nieto de una sirena. Se sentaba a mi lado en la escuela, en Tudela de Veguín. Su abuelo era Antón el de Maruxa, que un día asomándose por un desgarro de la lona, porque no tenía dinero para entrar, vio en un circo a la mujer más hermosa del mundo, o eso le pareció a él, que de medio cuerpo para abajo era como una gigantesca sardina. Le dijeron que era una sirena y que las sirenas vivían en el fondo del mar. Cuando volvió al día siguiente, el circo se había ido. Entonces él juró que algún día bajaría al fondo del mar para admirar de nuevo aquella maravilla y pedirle que se casara con él. La oportunidad le llegó al enterarse de que en el puerto del Musel buscaban gente para eso, para bajar al fondo del mar. Fue a pie hasta Gijón y se presentó al ingeniero. Le dieron el trabajo al instante. Por entonces estaban desguazando un buque que se había hundido. Necesitaban personal. Un mozo de La Coruña ya el primer día, cuando lo sacaron del agua, comenzó a escupir sangre. Como continuara bajando, porque el sueldo era muy tentador, a la semana siguiente tuvieron que llevarle al hospital, en donde murió reventado. Pero Antón no tenía miedo. ¿Cómo iba a tenerlo si allá abajo le esperaba la sirena? Comenzaron a ponerle el traje, que pesaba una tonelada. Primero le colocaron un gorro de punto para que no se le enfriara la cabeza. Después unas medias gruesas de lana y unos pantalones también de lana. Luego le levantaron entre tres y le metieron en el traje de buzo, que era de goma rígida. Las mangas eran muy anchas y tenían al comienzo unas gruesas gomas que servían de muñequera. Luego le colocaron el peto de la escafandra, unido al traje por varios tornillos de rosca que apretaban fuertemente con una llave, como si se tratara de las junturas de una máquina. Después le elevaron con una grúa para poder introducirle los pies en una botas enormes cubiertas de plomo que pesaban cada una por lo menos siete quilos. Con dificultad se acercó hasta la escalerilla de la gabarra y descendió tres o cuatro escalones. Cuando el agua le llegaba al pecho, le colocaron el casco. Entonces le pareció que no llevaba ningún peso. Sobre las espaldas y el pecho, le colocaron unas planchas de plomo que pesaban treinta quilos. “Bonito traje de novio”, pensó Antón. “No sé cómo voy a poder abrazar a la sirena”. Y así se deslizó hasta el fondo del mar, con los ojos muy abiertos. Entre unas rocas vio un pulpo enorme. Temió que le atacara. Más allá se encontró una caracola gigante, que recogió como recuerdo. Y al girarse, sentada en una roca, vio a la sirena. Sonreía como en el circo, pero ahora no a una multitud de desconocidos, sino solo a él. Comenzaron a dolerle los oídos, cada vez con más intensidad. Tenía vértigo. Las encías le dolían como si acabaran de arrancarle todos los dientes. Se despertó en el hospital. A su lado estaba la sirena. Le seguía sonriendo. Fueron muy felices. Le dio siete hijos humanos y otros siete que se criaron en una gran bañera al fondo del patio. Un día mi amigo Antón me llevó a casa de su abuela. Era una viejecita de pelo blanco, que se adivinaba que había sido muy guapa, sentada en una silla de ruedas con las piernas tapadas con una manta. Merendamos chocolate. Al darle el beso de despedida, le dije al oído:” ¿Es verdad que eres una sirena?” Ella entonces me guiñó un ojo y levantó un extremo de la manta. Pude ver entonces que no tenía piernas, que de medio cuerpo para abajo tenía forma de pez.
Martes, 3 de febrero
DILE A TODOS
Dile a todos lo que no quieras que nadie sepa.
Sin un poquito de vanidad no hay quien se aguante a sí mismo.
Buscaba un éxito a su medida, pero no encontró ninguno de su talla.
Si quieres ser invulnerable, no quieras a nadie.
A la felicidad le vienen bien unas gotas de melancolía.
Desconfía del hombre de un solo libro y de una sola mujer.
Se moría el emperador del mundo y las estrellas siguieron tan inmutables como si lo hiciera el último de los mendigos.
Nunca lo que se consigue es lo que se desea, aunque lo sea.
Lo que no tenemos nunca nos defrauda.
Tropezó tantas veces con la misma piedra que acabó cogiéndole cariño.
Miércoles, 4 de febrero
POLÉMICA
Se habla mucho de las polémicas entre poetas. Yo prefiero las que tienen lugar entre serios eruditos. Andrés Sánchez Pascual pone algunos reparos en la Revista de Libros a una edición de Nietzsche. El afectado le replica: “Mi respuesta a su execrable escrito, si alguna vez la obtiene, será por vía judicial. En este momento dos penalistas estudian el texto por si es motivo de una querella criminal”. Poco después se distribuye una carta de siete folios por los buzones universitarios calificando esa recensión como un delito que debe ser perseguido y castigado. Sánchez Pascual no pierde los nervios. Señala, uno a uno, los errores en el texto, las notas y la traducción y concluye: “Seguro que Luis de Santiago, profesor de filosofía en la Universidad de Málaga, es un ciudadano ejemplar, un probo funcionario, un buen padre de familia, un marido no maltratador, etc. Seguro que lo es, y nunca lo he dudado. Pero nada de ellos impide que en esta traducción de Nietzsche haya demostrado ser incompetente en filología, malo en sus notas y pésimo en sus traducciones”.
Yo no tengo por costumbre entrar en polémicas. Siempre dejo a los que no están de acuerdo conmigo la última palabra. Pero si alguna vez me diera por responder me gustaría hacerlo con la elegante contundencia de Andrés Sánchez Pascual.
Jueves, 5 de febrero
NO TODOS
No todos los amaneceres se esmera Dios de la misma manera.
La maledicencia es el mejor antídoto contra el aburrimiento.
Soy buena persona, especialmente conmigo mismo.
Se gustaba demasiado a sí mismo como para que cualquier otra cosa le satisficiera.
Los caminos que no sabemos a dónde nos llevan son los que nos llevan a donde queremos ir.
Fidelidad: mirarse al espejo a los cincuenta años y seguirse gustando.
Viernes, 6 de febrero
UN PEQUEÑO SORBO
Abro las memorias de Victoriano García Martí y me encuentro con Gómez-Carrillo, un viejo conocido: “Viajero constante, frecuentemente se ausentaba de la tertulia para ir al Japón, a Grecia o a Jerusalén. Sus viajes eran cortos, pero sus crónicas en número incalculable. Si había estado ocho días en Jerusalén, luego durante meses se publicaban artículos fechados allí. Una visión rápida, algunas notas y mucha fantasía, ese era el método de trabajo. Sus libros de viaje están hechos en los cafés de los bulevares. Cuando los amigos le gastábamos bromas sobre esto, afirmaba muy serio que no convenía hartarse de realidad para no destruir la magia de las primeras sensaciones”.De la realidad basta con un pequeño sorbo; el resto, mejor imaginárselo.
Muy buena la semana. Esta vez no tengo ningún pero. Bravo!
ResponderEliminarY que quede claro que no soy ningún pelota
Con permiso y si se puede. Vengo a través del blog de Angel Ruiz.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho su blog y esta semana suya, especialmente "La Sirena de Musel".
Muchas gracias por escribir.
De los aforismos, que me encantan, (son aforismos ¿no?) y respecto al de desconfía del hombre de un solo libro... yo "me lo sabía" igual pero en vez de una mujer era una pasión.
"Desconfía del hombre de un solo libro y de una sola pasión".
Saludos y espero volver
Aurora