jueves, 21 de agosto de 2025

Café con libros: Enseñanzas de la edad

 

---Ese libro que comentamos aquí hace unas semanas, Martín, La fabricación de un crimen, que narra la desaparición Hugo Alberto Wallace en 2005 y toda la historia de la conversión de esa desaparición voluntaria en un falso caso de secuestro seguido de asesinato y descuartizamiento, lo reseña esta semana Leonardo Padura en El País. Coincide contigo en lo increíble que resulta. Juez tras juez dando por válidas pruebas amañadas y confesiones obtenidas bajo tortura, el presidente de un país dando el Premio Nacional de los Derechos Humanos a la psicópata que lo orquestó todo…

            ---La principal arma de los verdugos es disfrazarse de víctimas. ¿Quién no iba a simpatizar con una madre que buscaba justicia para los asesinos de su hijo (un hijo, por cierto, que seguía telefoneando desde el más allá)? Yo no quise entrar en ciertos detalles, como que el único periodista que quiso escuchar a alguno de los falsos culpables encarcelados, fue un refugiado español que trabajaba como taxista y que no era propiamente un periodista, sino que tenía un blog llamado Cárcel de mujeres. Fue el primer hilo para ir desvelando el misterio, aunque pocos lo leyeron y menos le hicieron caso. Los abogados de Isabel Miranda Wallace, la presunta madre coraje, lograron más tarde incluso hacerlo desaparecer.

            ---¿Y por qué no lo mencionaste?

            ---Porque ese refugiado español estaba relacionado con ETA, y ese es un tema que todavía no se puede tratar en España con objetividad, aún es un arma política que cierta derecha, a la que tan útil le fue, se niega a abandonar.

            ---O Padura o tú, por cierto, estáis en un error. Él dice que el presidente de México que entregó el premio a la madre que hizo negocios y carrera política con la desaparición de su hijo fue Enrique Peña Nieto y tú que Felipe Calderón.

            ---Un lapsus, pero es fácil comprobar que suyo y no mío. Basta mirar en el teléfono las fechas de la presidencia de Peña Nieto, posteriores a la de la entrega del premio.

            ---Hablando de cadáveres, un cadáver intelectual es el que nos traes aquí. ¿Quién lee hoy a Eugenio d’Ors, tan cargado de honores durante el franquismo? ¡Y qué edición tan horrenda traes de La bien plantada, con su portada como de novela rosa!

            ---Es una edición de 1954, aparecida poco antes de que muriera d’Ors. El prólogo es quizá lo último que escribió. La compré por dos euros en mi librería favorita, donde por ese precio estaba también una primera edición de La isla y los demonios, de Carmen Laforet. Pero esa no la compré. No me apetece ahora releerla. Y libro que no has de leer déjalo correr. A Eugenio d’Ors vuelvo con cierta frecuencia. Este volumen incluye también Oceanografía del tedio y Gualda, la de las mil voces. La primera habla de la siesta y me ha devuelto a las de los veranos de mi infancia, que eran obligatorias y para mí una pesadilla. No se podía salir de casa y había que intentar dormir. El reposo de d’Ors es por prescripción médica. El resultado es una azoriniana maravilla. Gualda es otra cosa. Es la novela del incesto, un padre de cuarenta y cinco años y una hija de dieciocho como ejemplo de la pareja perfecta. Un incesto decente, por supuesto, hasta que ocurre lo que ocurre.

            ---Tú deliras, Martín. A nadie le he oído hablar de eso.

            ---Porque de d’Ors no se habla y menos se le lee. En principio, padre e hija son solo los mejores amigos, la compañía perfecta. Todo lo hacen juntos, no pueden vivir ni un minuto separados (solo a la hora de dormir, pero lo hacen en dos alcobas con un tabique medianero tan estrecho que permite a cada uno escuchar la respiración del otro). Y como la pareja ideal para Eugenio d’Ors, el hombre trabaja y la mujer es su eficaz secretaria.

            ---¡Qué retorcido eres! Seguro que no hay nada de erótico en esa relación.

            ---Explícito, no, pero no hace falta ser Freud (a quien se menciona, por cierto, lo que no debía ser muy frecuente en la España de 1915) ni un malpensado vecino de Gualba para alzar las cejas. No conoce a la hija, se nos dice, quien no ha escuchado como el padre, “acercándole el oído al pecho, en los instantes de fatiga dulce o de bienaventuranza perfecta, su respiración, quien no haga como él, que alguna vez, inquieta la mirada, llégase a la niña, le toma delicadamente la pulpa de la oreja y mira a contraluz”. La continuación no puede ser más poética, La sangre de la joven –recordemos que tiene dieciocho años—“se transparenta allí en rosa pálido, y este color y esta claridad de un rinconcillo de ella parecen justificar el nombre que se ha dado. Hacen pensar en una pechina nacarada; encendida, sin embargo, como la pechina de una vela, si miráis aquella concha a través de sus bordes, finamente estirados”.

            ---¡Vaya con d’Ors, al que yo me imaginaba siempre entre arcángeles vestidos de aceituna!

            ---“Falángeles y arcángeles en lucha contra el hombre”, que diría Blas de Otero.

            ---Una obra maestra esta Gualba, la de las mil voces. Sigue la casta relación entre padre e hija, el perfecto amor platónico, sobre el que en vano se ceba la calumnia, hasta que un día ocurre “una cosa abominable”: “La lámpara de petróleo resbaló de la mano de él. De lo alto donde la mano la sostenía, cayó hasta el pecho de la muchacha, que ya cerraba los ojos. La esencia diabólica se vertió, se esparció, fue de pronto un torrente de llama. Y la muchacha fue toda por él vestida, en las ropas, en los cabellos, en las mismas carnes. Y ella estuvo en tierra, que se retorcía en la lira del fuego. Y él se precipitó a estrechar las llamas, con los brazos abiertos, con todo el cuerpo, con la carne, con las manos…”. Esperaríamos la ida al hospital, las quemaduras de primer o segundo grado, incluso la muerte de la muchacha. Pero no: solo el rostro nublado de uno y otro al día siguiente, el fin de la perfecta relación. Esa llama que los abrasó a los dos era, menos la llama de amor viva de San Juan, que el incontenible ardor de la consumación de un deseo largamente reprimido. No dejó llagas en el cuerpo, pero sí en el alma.

            ---Intenso y sibilino d’Ors. Pasemos a La belleza de la lectura de un tal José Antonio Cordón, si te parece.

            ---Es un catedrático de Bibliografía. Se trata de la última entrega de una colección dirigida por Gustavo Martín Garzo. Todos los títulos comienzan con “La belleza de…”, lo que da lugar a sintagmas un tanto chocantes, como La belleza de los muertos o La belleza de llevar un niño en brazos. Quizá habría sido más adecuado titular “Elogio de…”. Hay algunas maravillas y esforzados encargos en las casi treinta entregas aparecidas hasta la fecha. José Antonio Cordón, en la primera parte, no hace más que literatura, en el peor sentido de la palabra: “Todo libro es un reclamo sordo, un aliento mineral que roza las secretas fibras del instinto”. Vaguedades que parecen decir algo y no dicen nada, borrosa caligrafía lírica. Se salva en la segunda mitad, la más extensa, con recreaciones de significativos pasajes de la historia del libro y de su propia relación con la lectura. En La Flecha, el huerto de Fray Luis, lee un libro de Villena. Repite el apellido sin dar nunca el nombre. Pero no se trata de Luis Antonio, sino de Fernando, un poeta granadino, del que yo fui amigo epistolar y del que luego me distancié, como acostumbro. Es un poeta de métrica tradicional. La obra suya que lee se titula Los siete libros del Mediterráneo. Fernando de Villena, allá por los años ochenta, estaba en el bando contrario que Benítez Reyes o García Montero o yo mismo. Me gustaría terminar con un abrazo de Vergara el guerracivilismo poético, pero aún no he encontrado nada suyo que me convenza.

            ---Estarás estos días muy alarmado por los fuegos que cercan tu Aldeanueva del Camino.

            ---Desde luego. Una amiga me envía cada mañana imágenes del rojo cielo humeante sobre las montañas de alrededor. Estuve allí hace poco presentando un libro y lo pasé muy bien yendo a pie hasta la provincia de Salamanca, cuyos montes son los que se ven desde el balcón de la casa de mi infancia. Ahora estoy leyendo Lusitania en el horizonte, de Juan Rebollo, un joven historiador que trabaja como gestor cultural en el ayuntamiento y como guía turístico, aunque está en contra del turismo que convierte los lugares en parques temáticos. Su libro propone un nuevo iberismo. Quiere revitalizar la Raya desde los Arribes del Duero hasta el curso bajo del Guadiana: “Una franja territorial que fue corazón de la Lusitania, pero que lleva más de ocho siglos en las márgenes de países distintos”. De niño tenía yo la impresión de haber nacido en el exilio, lejos de los libros y de todo lo que me interesaba; ahora me doy cuenta de que Aldeanueva está a mitad de camino entre Madrid y Lisboa, entre Avilés y Sevilla, exactamente en el centro del mundo.



 

viernes, 15 de agosto de 2025

Café con libros: Los vivos y los muertos

 

---El Diccionario de las artes de Félix de Azúa, Literatura y fantasma de Javier Marías… ¡Vaya novedades que nos traes hoy, amigo Martín!

            ---Azúa está aquí porque de vez en cuando me gusta hacer limpieza general de prejuicios. Ya sabes que le valoro poco o nada. Sus artículos políticos me parecían, cuando los leía, ahora no lo hago porque publica en lugares que no frecuento, de lo más bajo en que puede caer un intelectual.

            ---Pues sus ideas no son muy distintas de las de tu admirado Trapiello.

            ---A Trapiello no le admiro por sus ideas. ¿Se deberá mi poco aprecio por Azúa a las discrepancias ideológicas? Eso me preocupa, ya sabes que estoy obsesionado con la imparcialidad. Me puse a releer este Diccionario de las artes, tan elogiado en su momento. Y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuera una pretenciosa tontería. Baste un ejemplo. Así comienza “Verdad”, una de las entradas: “¿Por qué deberíamos aceptar la descomunal importancia que han adquirido las artes? ¿Por qué conceder ni un segundo de nuestro tiempo a un escrito que aparece en líneas partidas y con los finales terminados en ‘aba’ o en ‘ona’? ¿Por qué razón ha de tener algún interés la pintura de una vaca, cuando la sola presencia de una vaca en la vida misma ya es difícil de soportar? ¿Qué hacemos sentados en torturante silencio, escuchando a unos individuos que rascan tripas de buey o soplan por tubos de madera? ¿Qué sentido puede tener esa actividad inútil, caprichosa, superflua, carísima e injustificable?”.

¡Menuda empanada mental la del bueno de Azúa! ¿Han adquirido una descomunal importancia las artes? ¿No querrá referirse al descomunal precio que han adquirido ciertas obras de arte? En este caso, la respuesta es fácil: porque alguien está dispuesto a pagarlo. Desde luego, escribir en líneas partidas y con rima no ha adquirido ninguna “descomunal importancia”. Y la pintura de una vaca, así en general, no ha tenido nunca ni tiene interés especial.

            ---Dice esas cosas solo para provocar, es el Dalí de los novísimos. De sobra sabe él que quienes se sientan a escuchar música en silencio lo hacen porque les gusta la música y disfrutan escuchándola.

            ---Es posible. Pero es que Azúa sale a media docena de tonterías por página. Te leo otra: “Nada en este mundo puede justificar que alguien se dedique a pintar acuarelas en lugar de trabajar como todos sus semejantes”. ¿Desde cuándo es incompatible pintar acuarelas con ser notario, tendero o profesor? Claro que, si se venden adecuadamente, puede convertirse en una profesión. ¿Por qué hemos de buscar una justificación metafísica a pintar acuarelas y no a escribir un Diccionario de las artes o ser catedrático de Estética? En lo de no soportar las vacas ni en pintura, ya ni entro. Son rasgos de su peculiar humor. Su filosofía de la historia no es menos disparatada que su filosofía del arte: “El caso es que, una vez limpia la vida social de dioses y divinidades, la tarea de los modernos ha concluido. A partir de la segunda carnicería mundial, se advierte un progresivo y creciente aburrimiento entre los occidentales, acompañado por una acumulación de riquezas y poder técnico totalmente delirantes, dedicados casi por completo a procurar entretenimiento a una muchedumbre sumida en el tedio. En medio siglo, los estados sin dios se han convertido en amos absolutos del planeta, pero no saben muy bien qué hacer consigo mismos. El aburrimiento y las distracciones han servido también para distribuir por el planeta varias toneladas de bombas atómicas, algunas de las cuales están en manos de gente bien curiosa”. Según él, las bombas atómicas “han pasado a ser parte del departamento de electrodomésticos de los almacenes mejor surtidos”. Pretendido humor negro, sin duda. Pero Noel Clarasó lo hacía mejor.

            ---O sea que tu opinión sobre Félix de Azúa no se debe a su fobia a los nacionalismos y a Ada Colau.

            ---No, se debe a que lo he leído. Prometo no reincidir. O sí. A lo mejor en otra ocasión tengo más suerte.

            ---Estos Tres libros de tiempos ultraístas, de Francisco Luis Bernárdez, seguro que le gustan mucho a tu amigo Abelardo.

            ---Son sus tres primeros libros de poesía, publicados en 1922 y en 1923, que él no quiso reeditar ni antologar, pero que tienen una gracia ingenua y un aire del tiempo del que carece su poesía posterior, muy academicista y algo acartonada. Varias veces intenté entrar en su Antología poética, editada en la Austral, y siempre tropecé en alguna lira o me di en la cabeza con algún soneto. De este poeta argentino, pero de origen gallego (y en Galicia pasó parte de su adolescencia), lo que mejor recuerdo es el epitafio que le dedicó Borges en La cifra: “¿Qué habrá sido de aquellos dos muchachos / que hacia mil novecientos veintitantos / buscaban con ingenua fe platónica / por las largas aceras de la noche / del Sur o en la guitarra de Paredes / o en fábulas de esquina y de cuchillo / o en el alba, que no ha tocado nadie, / la secreta ciudad de Buenos Aires?”

            ---¡Siempre Borges!

            ---¡Que le vamos a hacer! Hay escritores señalados por el dedo de la gracia y otros que enseguida se apolillan. “Hermano en los metales de Quevedo / y en el amor del numeroso hexámetro, / descubridor (todos entonces lo éramos) / de ese antiguo instrumento, la metáfora”, le dice Borges. Y yo sonrío ante estos versos primeros que emulan a las greguerías (“Pace margaritas / un camino angosto”) y me aburro con los que emulan los metales de Quevedo.

            ---Cambiando de tema, ¿estás preparando la publicación de los libros inéditos de Xuan Bello? El que dedicó a los árboles, y que fue anticipando en el periódico, creo que es uno de los mejores suyos.

            ---De eso se encarga Martín López-Vega, por decisión de Sonia. Le insinué que tenía mucho trabajo y vive lejos y que yo le podía ayudar, pero él me dijo que no me preocupara, que la obra de Xuan quedaba en buenas manos, que en octubre se pondrían con ella.

            ---Pues hablemos de otra cosa. ¿Qué pinta aquí un libro de tu detestado Javier Marías?

            ---Detestaba sus artículos de El País, que no podía dejar de leer, y sus novelones últimos, tan aclamados, pero hubo una época en que me interesó mucho. Como este es tiempo de fantasmas, encontré de pronto, entre papeles viejos, una postal suya que había olvidado por completo. Lleva la fecha del 14 de enero de 1994 y dice así: “Querido José Luis García Martín: Solo ahora me llega, a través de Siruela, la reseña que escribiste hace ya dos meses sobre mi libro Literatura y fantasma, y no quiero dejar de agradecértela. Sobre todo, por las de cal. No puedo dejar de lamentar que detestes a Benet y que coincidas con Umbral y otros escritores cursis y municipales en calificar mi ‘pasado’ de benetiano (no es así exactamente desde mi punto de vista, aunque, claro está, este poco cuenta). Tampoco me alegra descubrir que, en contra de lo dicho en alguna carta, consideras que no he logrado escapar enteramente al tedio en mis recientes novelas. Comprendo que no se puede tener todo. En cambio, me alegra que apruebes mis piezas más recónditas y otra vez te agradezco la atención a los detalles. Te completo algún dato sobre la posibilidad de invención o no de ‘Fantasmas leídos’: el nombre de Molly Morgan Muir es una mezcla del más conocido Muir y de ‘Polly Morgan’, cuento de Coppard incluido en Cuentos únicos. Así como Halifax, Leslie, O’Donnell y Hopkins escribieron sobre fantasmas reales, el único Lord Rymer que conozco es un personaje de Todas las almas. En cuanto a los libreros de ‘El mal imaginativo’, ya me habría gustado encontrármelos. En cambio, en esta postal tienes la prueba de la existencia de la Machen Society, prefigurada en la Machen Company de Todas las almas antes de que aquella existiese. Me cuentan que has sacado un diario insolente, procuraré buscarlo. Una vez más te agradezco la atención y el aprecio. Saludos. Javier Marías. P. S.-- Acabo de terminar una nueva novela, espero que no desdeñable”.

Lo que más me ha interesado de Javier Marías son sus piezas menores, salvo dos novelas, Todas las almas y Corazón tan blanco. La que anunciaba en su carta era Batalla en la mañana piensa en mí, que reseñé con poco entusiasmo y ahí acabaron nuestras relaciones. Luego vinieron los artículos semanales de El País, cada vez más convertidos en diatribas contra el mundo contemporáneo, en el que no se encontraba muy a gusto. Yo creo que a partir de los cincuenta años se convirtió en un viejo cascarrabias. Los primeros capítulos de Literatura y fantasma son artículos del suplemento dominical en que colaboraba anteriormente, el de los diarios del grupo Vocento. Ahí ensaya esa mezcla de erudición, autobiografía y ficción que le caracteriza. En la postal, señala que “El mal imaginativo” es un cuento. “Fantasmas leídos” comienza como un artículo sobre casas con fantasmas y termina con un relato, que luego se titularía “No más amores” (incluido en Cuando fui mortal) y más tarde, cambiando los personajes ingleses por mexicanos, “Serán nostalgia” (se incluye en la segunda edición de Mientras ellas duermen). En la nota aclaratoria, él, tan preciso, comete un error: dice que es de 1995, cuando el libro en que aparece por primera vez es de 1993.

            ---¡Cuánta minucia! Te estás volviendo tan tedioso como el propio Marías.

            ---Solo es tedioso en esas novelas que no se acaban nunca y en las que, si un personaje tira algo a la basura, nos describe lo que hay en el cubo de basura. Uno de los artículos de Literatura y fantasma nos cuenta la historia de Wilfrid Ewart, un escritor inglés que parece inventado. Luego la amplía en Negra espalda del tiempo, entreverada con el relato de la última vez que vio a algunos seres queridos. Ese libro, tan lleno de precisiones y casualidades y de cruces entre realidad y ficción, es de los suyos el más suyo y el que yo prefiero. Me temo que más de una vez me he referido despectivamente a Marías por sus opiniones sobre esto y lo otro, o sus tontas manías, como detestar el ordenador y seguir utilizando una máquina de escribir “porque le gustaba corregir en papel”, sin haber caído en la cuenta de que existían las impresoras. Me alegra que esta postal, surgida de no sé dónde, nos haya reconciliado.

            ---Creo que tú te llevas mejor con los fantasmas que con las personas reales.

---Comienzo a no distinguir entre unos y otras. Hay quien no muere nunca, quien sigue vivo a nuestro lado para siempre, y quien está muerto, aunque siga entre los vivos haciendo (y haciéndose) daño. Creo en los fantasmas gentiles y en los retorcidos zombis, por experiencia propia.




           

 

           

viernes, 8 de agosto de 2025

Café con libros: Un falso secuestro y un fantasma verdadero

 

---Por razones que no vienen al caso, soy muy sensible a las historias de falso culpable. He tenido pesadillas después de leer La fabricación de un crimen, de Ricardo Raphael. Hasta que comencé a leerlo no había oído hablar del caso Wallace, muy famoso en México, y no solo: la protagonista fue portada en las más importantes revistas europeas y hasta en El País Semanal la consideraron una de las heroínas de nuestro tiempo.

            ---¿Es uno de esos true crime o historias basadas en hechos reales que ahora están tan de moda?

            ---Sí. No es una novela, sino una crónica de hechos delictivos, protagonizados por gente muy respetable (jueces, abogados, políticos) que aún continúan. Los acusados falsamente en 2005, si no han muerto, aún siguen en la cárcel, veinte años después, con su condena pendiente de revisión.

            ---Ya sabes lo que se dice de México: si tienes un problema y llamas a la policía entonces tienes dos problemas.

            ---Este libro demuestra que esa afirmación se queda corta. ¡Qué retrato nos deja del país! Parece inverosímil ficción lo que se nos cuenta, pero un código QR nos lleva a informaciones periodísticas sobre el caso que no dejan lugar a dudas de la verdad de los hechos.

            ---¿Y qué hechos fueron esos? Parece que practicas el suspense con nosotros.

            ---Por cierto, hay una noticia que no aparece en el libro, terminado de redactar sin duda antes: en marzo de este año murió Isabel Miranda de Wallace, la protagonista, una mujer que quiso tomarse la justicia por su mano, o mejor, que puso a su servicio la justicia, y fue tratando de exterminar, uno a uno, a los secuestradores de su hijo.

            ---Hizo bien.

            ---Eso pensó la buena sociedad mexicana. Contó con el apoyo firme de Felipe Calderón, el presidente de entonces, quien en 2010 le concedió el Premio Nacional de Derechos Humanos. Os leo algunos fragmentos de su discurso: “Ante la pérdida de su hijo, por la cobarde acción de un grupo de secuestradores, ella emprendió una verdadera cruzada para identificar, para localizar y para llevar a la justicia a los culpables de este terrible suceso. Doña Isabel convirtió una amarga experiencia personal en una poderosa fuente de inspiración. No solo para evitar que la muerte de su hijo quedara impune, sino también para contribuir a la construcción de un México más seguro”.

            ---Una madre coraje.

            ---Solo que no hubo tal secuestro, que fue una desaparición voluntaria, que la madre participó en ella (el hijo al parecer estaba amenazado por los narcotraficantes con los que había colaborado), que fue señalando uno a uno a los presuntos secuestradores, que logró que los detuvieran a todos, que no hubo más pruebas que las confesiones obtenidas bajo tortura, que se desdeñaron todas las evidencias en contra de esas confesiones, que se amenazó a los familiares de los detenidos para que no se retractaran, que la justiciera se convirtió en un personaje popular en el que incluso se pensó para hacerla candidata a la Presidencia de la República.

            ---Voy a leer el libro. No creo que sea tal como tú lo cuentas.

            ---Es peor. Si yo fuera mexicano, me avergonzaría. No parece que los periodistas que jalearon a esa psicópata, ni los jueces, fiscales, políticos que la apoyaron hayan pedido disculpas.

            ---Es que el ideal de mucha buena gente, en México, en España, en Estados Unidos, es El Salvador Nayib Bukele. Preferible equivocarse encarcelando a cien inocentes que dejar a un culpable libre.

            ---Isabel Miranda de Wallace se dedicaba al negocio de la publicidad. Tienen mucha importancia en el libro los llamados “espectaculares”, unos gigantescos cartelones de anuncio que se colocaban sobre un poste en las calles y plazas más frecuentadas. El libro, por cierto, está lleno de términos mexicanos que no se han cambiado, según suele ser habitual, en la edición española. Al secuestro, por ejemplo, se le llama “plagio”. Creo que está bien que, de vez en cuando, se nos saque, de nuestra zona de confort idiomático y seamos conscientes de que hay más de una manera no solo de hablar, sino también de escribir el español.

            ---Podemos pasar a otra cosa, si te parece. Veo que tienes aquí Los poemas de Juan de Leceta de Gabriel Celaya. ¿No crees que ese heterónimo suyo tiene algo que ver con el Alberto Caeiro pessoano?

            ---No se me había ocurrido. Pero antes deja que lea la cita de Quevedo que encabeza el libro Ricardo Raphael: “Donde hay poca justicia es peligroso tener razón”. A Celaya le vi solo una vez, en 1968. Leía sus poemas en Avilés presentado por Ángela Figuera. Dijo una frase que se me quedó grabada: su mérito, si alguno tenía, era haberle quitado los coturnos a la poesía, haberle puesto los zapatos o las zapatillas que usamos todos. Cuando García Montero habló luego de “la musa con vaqueros” me recordó a esa frase. Uno de los tres libros que reúnen en este volumen de la colección Colliure se titula Tranquilamente hablando. Hubo un tiempo en que los poetas del cincuenta le tuvieron como maestro, por eso se publicó en la colección Colliure. Luego, cuando la poesía social cayó en descrédito, le trataron como a un apestado. Valente se burló cruelmente de él y de su mujer, Amparo Gascón, en un poema. Ángel González fue el único que siguió defendiéndole hasta el final. De él tomó el tono conversacional. “No quisiera hacer versos, / quisiera solamente contar lo que me pasa”.

            ---No sé si a mí me interesa mucho que alguien me cuente lo que le pasa. ¿Han resistido, por cierto, estos poemas el paso del tiempo? ¿Los podemos leer como poesía viva y no como un episodio de la historia de la literatura?

            ---Con algo de buena voluntad, desde luego.

            ---Con mucha buena voluntad, Martín. Ese libro es una de las rarezas bibliográficas que encuentras a muy bajo precio en la librería de viejo que tienes al lado de casa, seguro. Y este otro, Diario del zalapastrán, uno de esos que te envían los autores y que hojeas desganado y no sueles traer a la tertulia. Bueno, ya veo por qué te ha caído en gracia, por la dedicatoria. Te llama “estimado señor García”, con lo que el autor, Christian Sanz Gómez, demuestra conocerte poco, pero lo que añade sin duda te ha gustado: “más allá de triviales discrepancias de opinión, uno no puede dejar de ponderar la fuerza de su mente y su seguridad de razonamiento”.

            ---Las dedicatorias son una de las formas de la cortesía. Recuerda aquel aforismo de Antonio Porchia: “Era tan ingenuo que hasta se creía las dedicatorias”. Y sin embargo…

            ---¿Vale la pena este Diario del zalapastrán

            ---Vale la pena. Es el libro de un Montaigne gallego, lleno de citas, disparates y sabiduría. Y humano dolor. Pero te decía que yo no creo en las citas, pero una me ha salvado en estos malos días. El corazón tiene razones que la razón no comprende, sobre todo si es tan racional como la mía. De día, puedo contar anécdotas divertidas sobre Xuan y alegrarme de que le hayan hecho “santo súbito”, de que en un instante pase a convertirse en el Cervantes o la Rosalía de Castro de la literatura asturiana, pero en las noches de insomnio me atormenta el no haber sido capaz de ayudarle la última vez que vino a verme. Quizá hubiera bastado con darle un abrazo. Pero yo me escondo en la armadura de sal de la ironía para que nadie se me acerque demasiado. Temo al dolor ajeno que no soy capaz de remediar. Tengo que cerrar los ojos a Gaza, no ver ni oír las noticias, para poder seguir viviendo. Anoche soñé que pasaba Xuan por casa. “Tengo que contarte algo. ¿Puedo fumar?, “Por supuesto”. Y le dejé solo en el salón mientras yo iba a la cocina a prepararle un café. Sobre la mesa, tenía un montón de libros suyos que había recopilado estos días. “¡Cuánto he escrito!”. “Me faltan algunos que no encuentro”. No sé qué me contó, no recuerdo –o no quiero recordar-- esa parte del sueño, pero sí que esta mañana, se me ocurrió hojear La vida perdida y me sorprendió la extensa dedicatoria. Está en asturiano, os la leo en castellano: “Amigo, Martín: en 1983 (hace una enormidad de años) fui por primera vez a la tertulia Óliver. No recuerdo quién me llevó ni cómo llegué. Allí estaban Víctor Botas, Carlos Espina, Luis Salas… Sin embargo, de aquella tarde que la nostalgia hace inolvidable, solo recuerdo una voz. Yo llevaba unos poemas que pronto circularon de mano en mano. Tú, con voz muy clara, preguntaste: ¿De quién son estos versos? De entonces hasta ahora, creo que nunca escribí nada sin sentir esa voz, la tuya, y creo que gracias a eso no son tan malos los poemas que escribo. Por eso, y por tantas tardes, esta vida perdida te debe tanto que una dedicatoria normal no podría expresar ni el agradecimiento ni la amistad de Xuan Bello”. De sobra sé, que esa dedicatoria debió escribirse hace años, cuando se publicó la recopilación de su poesía, aunque resulte raro que yo no la recordara. Pero no puedo dejar de pensar que Xuan, compadecido de mis insomnios y mi sentimiento de culpa, se tomó la molestia de dejar por un momento el otro mundo para acercarse a este y regalarme sanadoras palabras. Sé que solo son una generosa hipérbole, Xuan, pero cómo te las agradezco.


sábado, 2 de agosto de 2025

Café con libros: El mejor homenaje

---Estoy hojeando estas Anotaciones a lápiz, de Emilio Gavilanes, y me parece un libro muy en tu estilo, Martín --dijo Xuan Bello (era la última vez que le veíamos, pero entonces no podíamos saberlo).

            ---Demasiado. Ya sabes que solo nos damos cuenta de nuestros defectos al verlos en los demás.

            ---Sí, aquello de la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

            ---Yo me atrevo a llevarle la contraria al experto en cualquier materia (mi especialidad son los que defienden que, si el jefe del Estado español nos sale Montoro o Epstein, la justicia debe mirar para otro lado), pero Gavilanes me gana. “¿Cómo puede ser que la matemática –un producto del hombre, independiente de la naturaleza— se adecúe tan admirablemente a los objetos de la realidad?”, se preguntaba Einstein. Gavilanes opina de otra manera: “Las matemáticas son producto de la naturaleza. Las formas geométricas se encuentran en la naturaleza y que uno más uno son dos no es una obviedad o un invento de la mente, sino una experiencia de la vida diaria. Imaginemos que vivimos en un mundo en el que cada vez que dos objetos se acercan surgiese un tercero, como por fricción o cercanía. La experiencia diría que uno más uno son tres. Y sobre esa regla habría que montar una matemática acorde con ese otro mundo”.

Qué atrevida es la ignorancia, y no lo digo solo por Gavilanes –que discrepa de Einstein sin más conocimientos matemáticos que los que se aprenden en primaria, o ni eso--, sino sobre todo por mí, muy dado a aplicar el sentido común en materias de las que ignoro casi todo. Qué sorpresa se va a llevar Gavilanes cuando descubra que además de los números naturales (que por algo se llaman naturales) existen los números enteros, los racionales, los irracionales, los complejos y los imaginarios. Ya me dirá él a qué se corresponde en la naturaleza la raíz cuadrada de menos uno. No existe, es un número imaginario, pero luego resulta que ayuda a resolver ecuaciones. Hace falta saber algo más que sumar, restar, multiplicar y dividir si se quiere contradecir a Einstein.

            ---Pues yo ya me estoy olvidando hasta de eso --dice Bueres--, que para algo sirve la calculadora del móvil. Veo que has traído un cómic sobre las mujeres emprendedoras. Yo creo que se están pasando un poco con eso del feminismo. No hay más que leer Babelia. Casi no hablan más que de libros escritos por mujeres. Ignacio Echevarría ya nos advirtió que en Estados Unidos el escritor blanco heterosexual comienza a ser una especie en vías de extinción.

            ---Sí, sobre todo en Estados Unidos, con Trump, tan feminista, haciendo de las suyas. Eso es una tontería, Bueres. Y este libro, Cruzando la raya estrecha de la aguja y la almohadilla (título poco afortunado) no es un cómic, ni facilona divulgación, sino un compendio de las recientes investigaciones sobre las mujeres españolas (y también europeas) que en los siglos XVI y XVII se dedicaron al mundo de los negocios, fundamentalmente en el ámbito del teatro, pero no solo. Hubo también mujeres impresoras y libreras. Carmen Sanz Ayán nos aclara cómo fue eso posible y como las leyes que limitaban su labor también podían utilizarse favor suyo. Pero sigamos un poco con Gavilanes. Para él, el infinito no existe. Y la prueba la encuentra en la famosa paradoja de Zenón: “No hay cosa a la que podamos dar el nombre de infinito. El espacio no se puede dividir indefinidamente. A partir de cierto momento, en el medio de la última subdivisión solo caben palabras. No realidad. Por eso Aquiles adelanta a la tortuga en dos zancadas, por mucha ventaja que le dé. Infinito no es más que una palabra”. ¿Existen o no existen los números naturales?, le replicaría yo.Ya en la escuela aprendemos que son infinitos: no hay número tan grande que no pueda añadírsele una unidad. Y no solo los números naturales son infinitos, sino que además cualquier número irracional tiene infinitos decimales. Otra cosa es que esa famosa parábola de Zenón sea un sofisma. La línea, que solo tiene una dimensión y que puede dividirse en infinitos puntos, es un concepto geométrico, una abstracción. Meter ahí a un héroe y una tortuga a competir es imposible. Y luego están las geometrías no euclidianas, que nos hablan de mundos de ciencia ficción que tienen más de tres dimensiones. Para no entrar en la física cuántica, donde al parecer una partícula puede estar en dos sitios al mismo tiempo.

            ---No puedes olvidar que has sido maestro, Martín. Eso marca. Mejor hablar de otra cosa. Veo que has traído Beatriz Miami, la novela de Masoliver Ródenas en la que, según nos dijiste el viernes pasado, se te menciona.

            ---Eso creía yo, pero no he sido capaz de encontrar el pasaje en el que el protagonista le reprocha a su novia que quiera ir al recital de un poeta “al que no conoce ni García Martín”. El libro, que me interesó poco en su momento, ahora me ha parecido bastante desagradable. Es una especie de diario o de memorias. El autor no nos perdona ninguno de sus fetichismos más o menos escatológicos. Se burla cruelmente de ciertos escritores, cambiándoles el nombre, pero de forma que sean fácilmente reconocibles. De Feliciano Glande nos dice que su cabellera es de “un blanco espiritual”, por si teníamos alguna duda de quién se trata.  Entró de botones en una revista oficial y luego fue ascendiendo hasta secretario en la época de “Perales”. Lo que más nos ofende hoy es el clasismo. Se insiste  en que fue pastor y se señala que “una prima suya era la encargada de limpiar los retretes”. También se burla de Paco Pobre o sea Francisco Rico, que nunca fue santo de mi devoción, pero es difícil no sentir simpatía por él ante las patochadas de Masoliver Ródenas. Mejor que mi memoria se equivocara y que no sea él quien me cite.

            ---Hoy un libro así no se podría publicar.

            ---Se podría, Bueres. No empieces con lo políticamente correcto y otros tópicos. Pero es muy años ochenta, en el peor sentido de la palabra. Ofensivo para cualquier sensibilidad mínimamente contemporánea. Mejor hablemos de otra cosa. Como me fascina lo que tenga que ver con los tres días más prodigiosos de la historia de España, el 12, 13 y 14 de abril de 1931, creía haber leído todo lo que habían escrito sus protagonistas, de un lado y del otro, pero sorprendentemente me faltaba un libro fundamental, De la dictadura a la república, de Dámaso Berenguer. ¿Por qué lo dejé de lado? Fui influido sin duda por el descrédito del personaje. “El error Berenguer” titula Ortega el artículo que termina con “Delenda est Monarchía”. Y el conde de Romanones arremete contra él en su breve y contundente Y sucedió así. A Dámaso Berenguer le encargaron desmontar el andamiaje de la dictadura y no pudo hacer su trabajo por la oposición de los partidos monárquicos. Los primeros capítulos y los últimos son apasionantes. No se trata, a estas alturas, de tomar partido por uno o por otro. Berenguer culpa a Romanones del súbito y vergonzante desplome del régimen y Romanones a Berenguer por un telegrama en que daba por perdidas las elecciones antes de tiempo (no era así). Pero la razón la tiene Berenguer y el culpable no es Romanones, o no es culpable más que como mamporrero, sino el rey. En los últimos momentos, por salvar el pellejo, cometió un delito de alta traición. Pactó con el enemigo al margen de su gobierno. Romanones es muy claro al respecto: “El rey no comunicó a nadie el encargo que me confiaba”. Ese encargo –el encuentro en casa de Marañón con Alcalá Zamora-- solo podía hacerlo el presidente del gobierno, almirante Aznar, tras un acuerdo del consejo de ministros. Estaría ya perdida la monarquía, con la gente en la calle, como dice Romanones, pero el cambio de Régimen podía haberse realizado con cierta dignidad, no con el sálvese quien pueda que encabezó el rey, dejando su familia confiada a la buena voluntad de quienes le habían obligado a huir sin tiempo a preparar siquiera el equipaje.

            ---Martín, Martín –dice Xuan--, eres de lo que no hay. Críticas a Gavilanes porque se mete a hablar de matemáticas sin saber mucho del tema y ahora tú quieres reescribir la historia de España porque acabas de leer un libro que muchos han leído antes que tú. Pero te queremos tal cómo eres, qué le vamos a hacer. Una de estas Anotaciones a lápiz habla de los epitafios favoritos del autor. El que yo prefiero es el de Christina Rossetti que he leído en alguno de tus diarios. Dice así: “Más quiero que me olvides y sonrías / que no que me recuerdes y estés triste”. Que sonrían cuando nos recuerden, como sonreímos nosotros cuando recordamos las ocurrencias de Víctor Botas, es el mejor homenaje.










viernes, 25 de julio de 2025

Café con libros: Prisioneros políticos

 

---Leí por primera vez este libro de Irene Claremont hace un año. Entonces tenía el poco atractivo título de Respaldada por el viento. Me lo prestó un amigo que lo había encontrado en el centro Reto de Plasencia. Basta el primer capítulo para quedar fascinado. De inmediato, escribí a Abelardo Linares para que lo reeditara en Renacimiento, pero con el título original, mucho más atractivo y adecuado que el que le puso la traductora. Me hizo el mismo caso que cualquier editor hace a los bien intencionados consejos amicales: ninguno. Ahora, a mi vuelta de Aldeanueva, me lo encuentro nada más entrar en Cervantes y con el título recuperado: Me casé con un extraño. Mi vida con José Castillejo, un español enigmático.

            ---Ni con un título ni con otro parece especialmente atractivo.

            ---José Castillejo, secretario de la Junta para Ampliación de Estudios, no solo fue uno de los hombres fundamentales en la modernización de la cultura española en las primeras décadas del siglo XX, fue también un personaje singular. Su casa, en el Pinar de Chamartín, la había construido con sus propias manos, y estaba abierta a todo el mundo: “Un día –cuenta Irene Claremont, su viuda--, varios años después de casados, al regresar de Madrid, me encontré a un cura gordo y jovial tocando el piano y cantando unas canciones populares preciosas. Lo acompañaban sus dos hermanas, vestidas con faldas y mantos negros, sin duda campesinas. Cuando yo llegué, estaban las dos sentadas en el sofá, serias, muy compuestas, escuchando las canciones. Los niños, de pie, hacían corro alrededor del piano. Le di la mano al cura y supliqué que, por favor, continuara tocando. Así lo hizo, y de pronto, ante mi asombro, las dos serias hermanas, levantándose, se pusieron a bailar. Me habían parecido pesadotas y torpes, pero bailando se transformaron: los pies ligeros y rápidos, la voluminosidad perdida entre el torbellino de las faldas. Se abre la puerta y, asomando la cabeza, dice Justa, la joven criada del pueblo: ‘Esto no se puede resistir. ¡Vamos, Jacinta!’. Yo me fui en busca de la cocinera, el jardinero y su mujer. Acudieron corriendo. Cuando regresó José, la casa parecía una feria de pueblo”. Es como si estuviéramos oyendo a Gerald Durrell contar las aventuras de su familia en Corfú. “Me enteré luego de que aquel cura era el tenor principal de la catedral de Madrid, que había estado recogiendo viejas canciones y bailes en su Aragón natal y que la Junta de José iba a publicar su libro. Fue asesinado durante la guerra civil por el único delito de ser cura”.

            ---Leí ese libro en la primera edición española. No trata muy bien a los republicanos. Dice que el gobierno de Largo Caballero era un gobierno comunista y que Negrín robó el oro del banco de España.

            ---A su marido estuvieron a punto de darle el paseo. Y los que fueron a buscarle no eran precisamente jornaleros analfabetos. “Los cuatro eran profesores, todos conocidos por José, uno hasta del Instituto-Escuela”. Seguramente Castillejo les había hecho algunos favores y eso para muchos resulta imperdonable.

            ---Curioso este viejo número de Reloj de Arena --interrumpe Xuan, que lo ha estado hojeando--. Bruno Mesa habla de la tertulia de hace más de veinte años. Leerle es como viajar en el tiempo.

            ---Lo encontré casualmente en Aldeanueva. Ahí aparece Silvia Ugidos: “Hay personas a quienes la vida les ha otorgado los dones del talento y de la belleza, y Silvia parece haber recibido esos dones sin inmutarse”.

            ---También tú: “Martín pone cara de niño malo, sonriendo entre ironía e ironía. Viene siempre cargado de libros, de folletos, de cartas, de revistas”. Eres el único que no ha cambiado.

            ---Tampoco han cambiado otros: “Almuzara practica un calambur, ejerce su ironía desenfadada, se ilusiona con el próximo concierto que va a escuchar y desaparece, sonriente y aforístico como su prosa”. Reloj de Arena ha ganado con el paso del tiempo. Está llena de sorpresas. Este número, el 32, comienza con una “Balada de las calles de París desde la noria de las Tullerías”, sin nombre de autor, que me recuerda a González Ruano: “Quiero abarcarte entero, ahora que el tiempo claro del verano pone gozo en el corazón, mar de mansardas, retener para siempre en la memoria el laberinto de tus calles y tus plazas, de tus parques y tus gentes, pero te pierdes en la lejanía, mar sin orilla, allá donde la tierra se junta con el cielo”.

            ---Esa noria figura en la portada y la contraportada. De la balada me gusta que mencione tantas calles y rincones, como quien ha paseado mucho por allí. Creo que es de Baroja, está en alguna de sus novelas, quizá en El gran torbellino del mundo.

            ---Últimamente leo pocas novelas, pero esta, Tiempo de lobos, la recogí ayer en la librería Matadero Uno, donde me la había dejado el hijo del autor, de paso por España, y la leí de un tirón mientras tomaba luego un café. Es cortésmente breve. Acaba de reeditarse en Buenos Aires. Se publicó por primera vez en España en 1979. Tomás Saraví, era peronista de izquierda, un exiliado de la dictadura. Quiso escribir una novela policíaca que fuera a la vez una denuncia de los crímenes de la Junta. Fugazmente aparece el poeta Juan Gelman, que practica un poco la demagogia: “Nunca hubo índice de mortalidad infantil tan alto como en estos dos años de junta militar. Hasta en los barrios del Gran Buenos Aires, donde hay una infraestructura, donde hay agua, donde hay luz, el índice de mortalidad infantil ya llega el treinta por mil. Además los hospitales no funcionan, los hospitales se cierran; para tener atención médica hay que pagar”. Pero en esos primeros años la sociedad argentina vivía un noviazgo con los militares. Las protestas de los exiliados tenían poco eco en el país. En el último libro de Alfonso López Alfonso, Huéspedes del olvido, una de esas ediciones no venales que edita todos los años para regalar a sus alumnos que terminan el bachillerato (no me imagino regalo mejor), se recoge el testimonio de una emigrante asturiana que vivió esos años: “Cuando vienes del caos, se agradece ese orden, aunque sea un orden terrible. Entonces salías de noche y no tenías miedo y pensabas: Ah, esto sí que está bien, este es un país que sí que está bien”. No solo Borges, también el español Julián Marías, tan liberal y demócrata, visitaba a Videla en la Casa Rosada para felicitarle por haber impedido que el país se convirtiera en una nueva Cuba. El mundial del 78 fue una fiesta. Muchos entonces preferían cerrar los ojos y decir cuando alguien desaparecía: “Algo habrá hecho”. Me gusta más lo que la novela tiene de retrato de un momento histórico que la novelera persecución y venganza.

            ---Ya casi no hablamos de política. ¡Con la que está cayendo!

            ---Yo prefiero no decir nada al guirigay. Solo una cosa obvia, pero que nadie ha dicho: en España vuelve a haber prisioneros políticos. Ahí está Santos Cerdán.

            ---¡Anda ya!

            ---Se le ha metido en la cárcel no por los indicios de que haya cometido algún delito, hasta el momento más bien escasos, sino porque era secretario de organización del partido en el gobierno. ¿Alguien tiene alguna duda? El pretexto de que podría destruir pruebas no se lo cree ni el juez que le encerró. Fue un cañonazo a la línea de flotación del gobierno, pero parece que han fallado el tiro.

            ---Te leo, Martín, una frase de Me casé con un extraño. Creo que no solo puede aplicarse al protagonista: “La tendencia de José a tener siempre razón, a ser siempre el más eficaz, era nefasta para la convivencia”.

            ---¡No lo dirás por mí! La autora presenta a su marido como un ser extraordinario, pero no deja de mostrar cierto resentimiento. Ella, inglesa, había recibido una educación poco frecuente, no ya en las mujeres españolas, sino incluso en las de su propio país. Pero aprendió a callar y a no disentir nunca de su genial José, que todo lo hacía mejor que nadie. Su vida intelectual solo pudo desarrollarse cuando quedó viuda. Marchó a Zúrich a estudiar Psicología Analítica con Jung. Luego ejerció como psicoterapeuta. El matrimonio solo la permitió ser la esposa de un gran hombre. Y estaba en el núcleo intelectual más progresista de España, el de los discípulos de Giner de los Ríos. Me recuerda un poco el caso de Carmen Baroja, hermana de los Baroja, casada con el editor Caro Raggio, y una de las fundadoras del Lyceum Club Femenino. “Organicé docenas de conferencias, pero no pude asistir a ninguna –cuenta en sus memorias--, porque comenzaban a las ocho y a esa hora cenaba mi marido, al que no le gustaba cenar solo”.   

                                       

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       ,

           

 

jueves, 17 de julio de 2025

Café con libros: Urbi et orbi

---La Semana Negra gijonesa ya no es lo que era. Le ha comido el terreno la ovetense Semana Rosa que organiza la Fundación Princesa de Asturias. Una mengua cada año y la otra crece de manera espectacular.

            ---Un símbolo de lo que está pasando con la derecha y la izquierda, ¿no crees, Martín?

            ---Puede ser. Yo estuve en la primera Semana Negra, allá por 1988, según creo recordar, y en el periódico que entonces se publicaba, A quemarropa, y que se voceaba a la antigua usanza, publiqué un artículo sobre los relatos policiales de Fernando Pessoa, algo enrevesados e inacabados, que testimonian sobre todo su admiración por Sherlock Holmes. Este año me entristeció y me alegró volver. Me entristeció por la segregación, tan clara (solo faltaba el muro de la vergüenza), entre la parte festiva y popular y la sección culta, con su feria del libro y sus simultáneas presentaciones y mesas redondas. Paseando distraído entre mis dos intervenciones, oí hablar de Las Hurdes y de los pueblos del norte de Cáceres. Me acerqué y me quedé a escuchar. Luis Roso promocionaba su última novela, Leyenda de sangre.

            ---¿Ese Luis Roso es el de El crimen de Malladas y Cuarto Milenio?

            ---Es. Compré, por supuesto, la novela. Transcurre en la comarca de Las Hurdes en 1922, unos días antes de la visita de Alfonso XIII. Como conozco la zona y buena parte de lo que se ha escrito sobre ella, la leí con interés. Miguel de Unamuno, que cuenta su visita en uno de los capítulos de Andanzas y visiones españolas, partió a caballo desde mi pueblo, Aldeanueva del Camino. La novela es entretenida, pero muy serie B. Vale, para quien no conozca la zona, como invitación a visitarla y comparar la realidad actual con las negruras de la leyenda. El pretexto policial que ha inventado su autor no se sostiene. Poco antes del viaje del rey, una niña es asesinada salvajemente. Para tratar de no causar un escándalo que pueda hacer que se suspenda la visita, se dice que ha sido víctima de un ataque de lobos. Como algunos lugareños no se lo creen, se manda a un exmilitar para que encuentre al culpable y evite disturbios. Cuesta ya tragar este comienzo. Pero resulta que el juez que decidió ocultar la verdad lo hizo porque había sido sobornado. Tras un segundo asesinato, afirma el investigador enviado desde Madrid: “Yo propuse al juez que consultara primero con los políticos con los que había hablado en su momento, tras el asesinato de Augusta, para ver cuál era su opinión al respecto. Pero entonces él me confesó que en realidad nunca había hablado con ningún político”. ¿Y cómo se le ocurrió entonces al gobernador civil de Madrid enviar al llamado Cristo? Sospecho que esta novela, con sus descosidos argumentales, está pensada para espectadores de Cuarto Milenio.

            ---¿Y siguen estando en la Semana Negra los saldos de Júcar? Ahí compré yo Las voces y los ecos, tu Fernando Pessoa y El amor en poesía, donde leí por primera vez a Felipe Benítez Reyes.

            ---Ahí siguen, tantos años después. Parecen inagotables. No pude dejar de llevarme una colección de artículos de Corpus Barga, que leí en su momento, y que debe de andar perdida por mi biblioteca. Contiene dos series que me parecen obras maestras del periodismo, la que cuenta un viaje en el Graf Zeppelin en 1930 y la que nos habla de un viaje por Europa en 1936. Qué maravilla retro futurista ir de un continente a otro en un dirigible. No nos acabamos de creer que ese inmenso armatoste, tan difícil de manejar, con una tripulación que era más del doble de los pasajeros que podía llevar se considerara un modo de transporte adecuado fuera de las novelas de Julio Verne. La otra serie comienza en el París en que acaba de triunfar el Frente Popular y termina en la Unión Soviética, pasando por Viena, Budapest y Bucarest. Un viaje en el tiempo aún más sorprendente que el llevado a cabo por el Graf Zeppelin.

            ---Bueno, pues dejemos a la Europa de 1936 y volvamos al mundo de hoy. Supongo que tú, que no te pierdes ningún estreno comercial, ya habrás visto el nuevo Supermán, de James Gunn.

            ---Por supuesto. ¡Y cómo lo he disfrutado! Ahí están Netanyahu, Donald Trump, Elon Musk, los palestinos, los fabricantes de bulos, el nuevo negocio de las prisiones de alquiler para migrantes, los agujeros negros de la ley y otras maravillas del mundo contemporáneo.

            ---¿Es una película política entonces?

            ---Puede leerse así. La protagoniza un Superman vulnerable y maltratado. Pocas veces un héroe ha recibido tantos golpes. Parecía…

            ---No me lo digas. ¿Pedro Sánchez?

            ---Solo por escuchar el discurso final de Supermán (“Me he equivocado muchas veces: soy humano”) y ver la cara que se le pone a Feijoo vale la pena ver la película.

            ---Dejemos la política –dice Fran--. Veo que también has traído un libro de mi admirado Guillermo Brown. Yo tengo la colección completa. Es mi lectura favorita. Siempre vuelvo a él.

            ---Yo también. Era el niño que hubiera querido ser y que, de alguna manera, aunque un poco tarde, he conseguido ser. Guillermo el organizador se publicó en Inglaterra hace ahora cien años y en Argentina en 1948. Aquí la censura no permitió que se distribuyera. No era apto para niños ni, por supuesto, para adultos a los que se trataba como a niños. Muchos de los capítulos aparecieron en otros libros, pero cuatro son inéditos y el conjunto se lee como si lo fuera.

            ---¿Lo tendrán en Cervantes? Mañana mismo voy a comprarlo.

            ---Una maravilla para quienes Guillermo nos alegró la infancia y una sorpresa para quien lo descubra ahora.

            ---Perdona, Martín, pero lo que no me interesa nada es esa reliquia que tienes ahí. Indalecio Prieto en Oviedo tenía una calle y se la quitaron con buen criterio.

            ---Como político podrá ser discutible, aunque yo soy uno de sus admiradores, pero como escritor no desmerece junto a los más notables de su tiempo. Y esto se ha dicho pocas veces. Necesita una reedición y una valoración estrictamente literaria. No es Azaña, pero su inteligencia está a la par y los volúmenes De mi vida, en que se recopilan sus artículos autobiográficos, han envejecido bastante menos que El jardín de los frailes, que ya nació viejo. El subtítulo no puede ser más sugerente: “Recuerdos, estampas, siluetas, sombras…”. Y la primera sombra que aparece es la de su madre, una mujer –otra más-- maltratada por la levítica Vetusta. La infancia de Indalecio comenzó siendo una infancia pequeño burguesa. Su padre era contador del Ayuntamiento; el hermano de su padre, inspector de policía. Cuando tenía seis años, falleció el padre. El entierro fue de primera. Él lo contempló desde el balcón de su casa: “Vi aglomerarse en la calle mucha gente enchisterada. Todos los sombreros de copa habidos en Oviedo, recién alisadas las chafaduras de su fieltro, debieron de concentrarse allí. Parecían setas negras y brillantes surgidas del pavimento. De pronto, las sobrepellices de los curas del cercano templo de San Isidoro salpicaron de blanco la densa masa oscura. El clero parroquial en pleno, con cruz alzada y presidido por dignidades que vestían lujosas capas pluviales, asistió al entierro”. No sabe quién encargó aquellas ostentosas exequias, lo que si sabe es que cuando llegó el sacristán con la factura su madre se quedó sin un céntimo. Y que todos en la ciudad les volvieron la espalda. Nadie visitaba a una viuda y tres huérfanos, que hasta entonces había sido agasajados por todos. Pasaron hambre. Indalecio tuvo que acogerse a la caridad de su tía Honorina, maestra de escuela. Uno de sus hijos le exigió que le limpiara los zapatos. No pudo contenerse y le lanzó uno de ellos a la cara. Volvió a casa, a compartir unos pocos mendrugos con el resto de la familia. Ni siquiera le pagaban a la madre la pensión que le correspondía como viuda, se retrasaba o la retrasaban por trámites burocráticos. Cuando por fin la cobró, pagó deudas, vendió lo poco que le quedaba y se fueron a Bilbao, donde aquel niño listo, que comenzó vendiendo periódicos, hizo carrera y entró a formar parte de la mejor historia de España. “Sin saber por qué, aquella soledad me hería –escribe recordando su infancia en Vetusta--. Cuando supe su causa, me ofendió más. La deduje, al cabo de años, examinando amarillentos papeles, entre los cuales hallé dos partidas de matrimonio de mi padre: el primero con una dama leonesa, de quien no tuvo descendencia, y el segundo con Constancia Tuero, que había sido su criada y a la que convirtió en esposa apenas pudo legalmente hacerlo”. El hermano mayor de Indalecio era “ilegítimo”, había nacido antes del matrimonio. Las buenas gentes de Vetusta no perdieron ocasión de vengarse de aquella ofensa a la moralidad en cuanto vieron que la pobre mujer se había quedado sola y con tres hijos a su cargo.

            ---Qué vergüenza. Alguien tendría que reivindicar a la madre de Indalecio Prieto como se ha hecho con la primera mujer de Alarcos, otra victima de la hipocresía de esta ciudad. Por cierto, no sé si sabes, Martín, que tu presentación del libro Desde un jardín en Lausana, en la que acusas al gobierno del Principado, a la Universidad y a un diario local de cómplices en la perpetuación de ciertas reliquias caciquiles que nos avergüenzan a todos anda rodando por YouTube.

            ---No lo sabía, pero no me importa. Yo siempre hablo, aunque nadie me escuche, urbi et orbi, a la ciudad y al mundo.