jueves, 20 de marzo de 2025

Al servicio de quien me quiera: Alta diplomacia

 

Sábado, 15 de marzo
UN TRIUNFADOR

---¿Te molesto?, me dice al acercarse a mi mesa habitual en el Atrio.

            ---Por supuesto que no. Precisamente acabo de terminar el libro que pensaba reseñar esta semana y que no voy a reseñar. Me ha costado terminarlo.

            ---Pues se está promocionando mucho.

            ---Y se venderá bastante por el tema, Julio Iglesias, y por el autor, Ignacio Peyró, una de las estrellas del nuevo periodismo, uno de los pocos que destacan entre los fichajes recientes de El País.

            ---Te gustará lo que escribe hoy Ana Iris Simón, cuando se cumplen cinco años de que nos atrancaran en casa. Dice que muchos de sus textos de entonces le dan vergüenza y risa. Supongo que a ti los tuyos no. Recuerdo una frase que te gustaba repetir: “El gobierno toma medidas que ofenden a la inteligencia y nadie se da por ofendido”. Cinco años después nadie ha pedido perdón porque los niños se pasaran tres meses encerrados, escribe ahora ella.

            ---La frase mejor no fue mía, ni de ningún político a los que yo hubiera votado o de algún intelectual al que admirara, sino de Santiago Abascal, qué le vamos a hacer: “El gobierno trata a los españoles como a niños y a los niños peor que a los perros”. Y Juan Manuel de Prada, al que yo no admiro demasiado, salvo su hercúlea capacidad de trabajo, tampoco se calló.

            ---Pero sí admiras, o admirabas, a Ignacio Peyró. ¿Por qué no vas a reseñar El español que enamoró al mundo?

            ---Porque el libro es un disparate. Dedicar más de trescientas páginas a contarnos la vida de Julio Iglesias es un despilfarro de tiempo y de talento. Por mucho ingenio que le eches, sobran unas cuantas páginas, trescientas más o menos. Con las treinta y tantas restantes se podría escribir un buen perfil para Jot Down o, algo abreviado, para el dominical de El País. Julio Iglesias tiene tanto interés sociológico  como Belén Esteban. Humano, quizá menos. Te leo un fragmento: “Julio, las mujeres. Durante muchos años, el cantante vivió entregado a las pasiones que uno de sus colaboradores resumió en las tres ces de concierto, cena y culo”. Otro de sus méritos: era “tocón y besucón”. Las mujeres, al parecer, hacían cola cada noche a la puerta de su cuarto. “¿Quién es la última?”, preguntaba la recién llegada. Esas cosas entonces hacían gracia. Hoy, un poco menos.

            ---No me creo que Ignacio Peyró no hable de cosas más serias.

            ---Habla, pero no siempre es fácil concordar con su argumentación. Resulta que Julio Iglesias cantó en la cena que Reagan ofreció a Mitterrand. Aunque el cantante no tenía por qué ser de la misma nacionalidad que el invitado (casi nunca lo fue), “eso no obsta para que Mitterrand aquella noche, ante Julio, tuvieran que tragar, y no Château d’Yquem. Porque la decisión de programar a un cantante que iba a cantar en español tiene, visto en retrospectiva, su relieve. Por entonces era un exotismo irrelevante, una nota de color: español, tagalo, qué más daba. Hoy, por ejemplo, dada la pujanza del español y el nerviosismo corrosivo que esto produce en Francia, sería implanteable: Macron, por ejemplo, no lo hubiera aceptado nunca, y Macron no es más chauvinista que Mitterrand”. Qué extraño razonamiento: Mitterrand tuvo que sufrir en aquella cena porque se cantara en español no porque entonces eso fuera un problema, sino porque iba a serlo (según Peyró) para los franceses tiempo después. Profético presidente.

            ---Pues visto lo visto, mejor que no hables de ese libro que, al parecer,  ha enamorado a todos menos a ti.

            ---No te preocupes, que no hablaré. Son los inconvenientes de haberlo leído. Debería haberme limitado a hojearlo, como todo el mundo. Peyró dice de Julio Iglesias que tenía tal don de gentes que, si no lo hubiera hecho como cantante y gestor de su patrimonio inmobiliario, podía haber triunfado como diplomático o como peluquero de señoras. Yo de esto último no tengo nada, pero sí bastante de diplomático.

Domingo, 16 de marzo
REENCUENTRO

Siempre me ha admirado la capacidad de Rosa Navarro Durán para ir predicando sin fatiga el amor a la literatura de un colegio a otro, sin cansarse nunca. Del aeropuerto al instituto para encandilar a los alumnos con su charla y luego otra vez al taxi para volver al aeropuerto. Pero en Asturias ha de hacer noche y gracias a eso tengo una vez más el placer de charlar con ella. Hacemos recuento de los recientes avatares de amigos y enemigos comunes y ella me cuenta sus últimos descubrimientos filológicos: no contenta con sacar del anonimato al autor del Lazarillo y desvelar al hombre que se escondía tras María de Zayas, ahora quiere devolverle a Tirso de Molina El burlador de Sevilla con argumentos irrefutables. Deberíamos reescribir juntos la historia de la literatura: ella la época clásica y yo la contemporánea, claro que a mí más que reescribir los libros de texto me gustaría, en más de un caso, reescribir los propios textos.

Martes, 18 de marzo
CON XUAN EN GRADO

Comenzar la visita por el cementerio no suele ser lo más frecuente, pero ese es el primer rostro que Grado –tan cercano y tan lejano  para mí-- me ofrece. Un ancho paseo arbolado y, a un lado y a otro, en perfecta cuadrícula, los blancos rectángulos de las tumbas; en lo alto, la cúpula y las columnas del panteón de Concha Heres.

Un ángel vigila la entrada al ruinoso interior. ¿Un ángel? Una esbelta mujer, cuya desnudez se deja adivinar. Las alas son claramente un postizo y la mano derecha invita más al baile o al paseo bajo la luna, mientras de lejos llega el rumor de la fiesta, que a la oración. No, no es un ángel, sino una alegoría de la Noche, obra del escultor Juan Cristóbal, del que yo solo recuerdo al cinematográfico Cid que cabalga, alzando imperioso la espada, en el paseo del Espolón. Aquella estatua fue inaugurada por Franco, allá por los cincuenta; esta es de otra época, los frívolos años veinte, cuando Juan Cristóbal formaba parte de los Amigos de la Unión Soviética.

            Concha Heres se casó dos veces, una con un hombre muy rico y mucho mayor que ella; del segundo marido se separó cuando la República trajo el divorcio. No tuvo hijos. ¿Es esta hermosa Noche –me imagino a la modelo desnuda en el taller del escultor-- que había de protegerla para siempre la confesión de un secreto?

            Otra tumba, que parece una réplica del Valle de los Caídos, pero quizá sea anterior, me llama la atención, la de los Fernández Miranda, con su inmensa cruz y su gigantesca corona de espinas que enmarcan la palabra Resurrexit. Se eleva sobre una gruta cuya entrada ha tapiado la vegetación. Contemplo su impactante silueta contra el cielo y pienso que los muertos solo descansan verdaderamente en paz cuando nadie se acuerda de ellos, cuando se desvanecen para siempre y dejan de sentirse responsables del dolor que nos dejan al abandonarnos.

            Vine a Grado con Xuan Bello para hablar de literatura a los alumnos del Instituto Ramón Areces. A Xuan Bello le conozco desde que comenzó a escribir, cuando era un adolescente, y siempre ha contado en mí con un algo chinchante admirador. ¡Cuántas veces le habré tomado el pelo por lo fantasioso que me parecía su nostálgico costumbrismo! “Ese Paniceiros tuyo tiene más que ver con el Camelot de Cunqueiro que con una aldea asturiana”, le he repetido a menudo. Me temo que ya no podré decírselo más. 

            Nos recoge en coche, frente a la biblioteca del Milán, una de las profesoras del instituto, Ana Feito, que no conocía a Xuan más que de oídas, y que es de San Frichosu, la parroquia del concejo de Tineo a la que pertenece Paniceiros. Se ponen a hablar los dos y al momento me veo dentro del libro, al que le van añadiendo páginas y páginas fascinantes. Xuan se ha referido infinidad de veces a Polo, un viejo acordeonista y un Séneca rural. Ana corrobora sus más felices dichos y añade unas cuantas anécdotas nuevas.

Prometo no meterme más con él y sobre todo no recordarle algo que le molesta mucho, que en su casa y en Paniceiros fue siempre Juanjo, como recuerda Ana Feito, que es de verdad, pero parece un personaje más del prodigioso mundo de Xuan Bello.

Miércoles, 19 de marzo
REÍR POR NO LLORAR

Titular a toda página: “Israel rompe el alto el fuego con una matanza en Gaza”. Cuatrocientos muertos, más de ciento cincuenta niños y cerca de cuatrocientos civiles. Estados Unidos aplaude, como era de esperar, y la Unión Europea pide “contención”. Me imagino el telegrama que Ursula von der Leyen, tras consensuarlo con Macron, Sánchez, Zelenski y otros campeones de los derechos humanos, le envía a Netanyahu: “Benjamín, cariño, un poquito de contención. No me mates cuatrocientos de una vez. ¿Qué trabajo te cuesta asesinar unos cuantos un día y otros el siguiente? Sobre todo los niños, pocos de cada vez, que cuelan mejor como daños colaterales. No me soliviantes al personal, que van a acabar diciendo que somos igual que Trump, pero más hipócritas, y pueden acabar votando a esos partidos antidemocráticos que quieren terminar con la guerra de Ucrania y arruinarnos el lucrativo negocio”.




 









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