Sábado, 15 de marzo
UN TRIUNFADOR
---¿Te molesto?, me dice al
acercarse a mi mesa habitual en el Atrio.
---Por supuesto que no. Precisamente acabo de terminar el
libro que pensaba reseñar esta semana y que no voy a reseñar. Me ha costado
terminarlo.
---Pues se está promocionando mucho.
---Y se venderá bastante por el tema, Julio Iglesias, y
por el autor, Ignacio Peyró, una de las estrellas del nuevo periodismo, uno de
los pocos que destacan entre los fichajes recientes de El País.
---Te gustará lo que escribe hoy Ana Iris Simón, cuando
se cumplen cinco años de que nos atrancaran en casa. Dice que muchos de sus
textos de entonces le dan vergüenza y risa. Supongo que a ti los tuyos no.
Recuerdo una frase que te gustaba repetir: “El gobierno toma medidas que
ofenden a la inteligencia y nadie se da por ofendido”. Cinco años después nadie
ha pedido perdón porque los niños se pasaran tres meses encerrados, escribe
ahora ella.
---La frase mejor no fue mía, ni de ningún político a los
que yo hubiera votado o de algún intelectual al que admirara, sino de Santiago
Abascal, qué le vamos a hacer: “El gobierno trata a los españoles como a niños
y a los niños peor que a los perros”. Y Juan Manuel de Prada, al que yo no
admiro demasiado, salvo su hercúlea capacidad de trabajo, tampoco se calló.
---Pero sí admiras, o admirabas, a Ignacio Peyró. ¿Por
qué no vas a reseñar El español que enamoró al mundo?
---Porque el libro es un disparate. Dedicar más de
trescientas páginas a contarnos la vida de Julio Iglesias es un despilfarro de
tiempo y de talento. Por mucho ingenio que le eches, sobran unas cuantas
páginas, trescientas más o menos. Con las treinta y tantas restantes se podría
escribir un buen perfil para Jot Down o, algo abreviado, para el
dominical de El País. Julio Iglesias tiene tanto interés
sociológico como Belén Esteban. Humano,
quizá menos. Te leo un fragmento: “Julio, las mujeres. Durante muchos años, el
cantante vivió entregado a las pasiones que uno de sus colaboradores resumió en
las tres ces de concierto, cena y culo”. Otro de sus méritos: era “tocón y
besucón”. Las mujeres, al parecer, hacían cola cada noche a la puerta de su
cuarto. “¿Quién es la última?”, preguntaba la recién llegada. Esas cosas
entonces hacían gracia. Hoy, un poco menos.
---No me creo que Ignacio Peyró no hable de cosas más
serias.
---Habla, pero no siempre es fácil concordar con su
argumentación. Resulta que Julio Iglesias cantó en la cena que Reagan ofreció a
Mitterrand. Aunque el cantante no tenía por qué ser de la misma nacionalidad
que el invitado (casi nunca lo fue), “eso no obsta para que Mitterrand aquella
noche, ante Julio, tuvieran que tragar, y no Château d’Yquem. Porque la
decisión de programar a un cantante que iba a cantar en español tiene, visto en
retrospectiva, su relieve. Por entonces era un exotismo irrelevante, una nota
de color: español, tagalo, qué más daba. Hoy, por ejemplo, dada la pujanza del
español y el nerviosismo corrosivo que esto produce en Francia, sería
implanteable: Macron, por ejemplo, no lo hubiera aceptado nunca, y Macron no es
más chauvinista que Mitterrand”. Qué extraño razonamiento: Mitterrand tuvo que
sufrir en aquella cena porque se cantara en español no porque entonces eso
fuera un problema, sino porque iba a serlo (según Peyró) para los franceses
tiempo después. Profético presidente.
---Pues visto lo visto, mejor que no hables de ese libro
que, al parecer, ha enamorado a todos menos a ti.
---No te preocupes, que no hablaré. Son los
inconvenientes de haberlo leído. Debería haberme limitado a hojearlo, como todo
el mundo. Peyró dice de Julio Iglesias que tenía tal don de gentes que, si no
lo hubiera hecho como cantante y gestor de su patrimonio inmobiliario, podía
haber triunfado como diplomático o como peluquero de señoras. Yo de esto último
no tengo nada, pero sí bastante de diplomático.
Domingo, 16 de marzo
REENCUENTRO
Siempre me ha admirado la
capacidad de Rosa Navarro Durán para ir predicando sin fatiga el amor a la
literatura de un colegio a otro, sin cansarse nunca. Del aeropuerto al
instituto para encandilar a los alumnos con su charla y luego otra vez al taxi
para volver al aeropuerto. Pero en Asturias ha de hacer noche y gracias a eso
tengo una vez más el placer de charlar con ella. Hacemos recuento de los
recientes avatares de amigos y enemigos comunes y ella me cuenta sus últimos
descubrimientos filológicos: no contenta con sacar del anonimato al autor del
Lazarillo y desvelar al hombre que se escondía tras María de Zayas, ahora
quiere devolverle a Tirso de Molina El burlador de Sevilla con
argumentos irrefutables. Deberíamos reescribir juntos la historia de la
literatura: ella la época clásica y yo la contemporánea, claro que a mí más que
reescribir los libros de texto me gustaría, en más de un caso, reescribir los
propios textos.
Martes, 18 de marzo
CON XUAN EN GRADO
Comenzar la visita por el
cementerio no suele ser lo más frecuente, pero ese es el primer rostro que
Grado –tan cercano y tan lejano para
mí-- me ofrece. Un ancho paseo arbolado y, a un lado y a otro, en perfecta
cuadrícula, los blancos rectángulos de las tumbas; en lo alto, la cúpula y las
columnas del panteón de Concha Heres.
Un
ángel vigila la entrada al ruinoso interior. ¿Un ángel? Una esbelta mujer, cuya
desnudez se deja adivinar. Las alas son claramente un postizo y la
mano derecha invita más al baile o al paseo bajo la luna, mientras de lejos
llega el rumor de la fiesta, que a la oración. No, no es un ángel, sino una
alegoría de la Noche, obra del escultor Juan Cristóbal, del que yo solo
recuerdo al cinematográfico Cid que cabalga, alzando imperioso la espada, en el
paseo del Espolón. Aquella estatua fue inaugurada por Franco, allá por los
cincuenta; esta es de otra época, los frívolos años veinte, cuando Juan
Cristóbal formaba parte de los Amigos de la Unión Soviética.
Concha Heres se casó dos veces, una con un hombre muy
rico y mucho mayor que ella; del segundo marido se separó cuando la República
trajo el divorcio. No tuvo hijos. ¿Es esta hermosa Noche –me imagino a la
modelo desnuda en el taller del escultor-- que había de protegerla para siempre
la confesión de un secreto?
Otra tumba, que parece una réplica del Valle de los
Caídos, pero quizá sea anterior, me llama la atención, la de los Fernández
Miranda, con su inmensa cruz y su gigantesca corona de espinas que enmarcan la
palabra Resurrexit. Se eleva sobre una gruta cuya entrada ha tapiado la
vegetación. Contemplo su impactante silueta contra el cielo y pienso que los
muertos solo descansan verdaderamente en paz cuando nadie se acuerda de ellos,
cuando se desvanecen para siempre y dejan de sentirse responsables del dolor
que nos dejan al abandonarnos.
Vine a Grado con Xuan Bello para hablar de literatura a los alumnos del Instituto Ramón Areces. A Xuan Bello le conozco desde que comenzó a escribir, cuando era un adolescente, y siempre ha contado en mí con un algo chinchante admirador. ¡Cuántas veces le habré tomado el pelo por lo fantasioso que me parecía su nostálgico costumbrismo! “Ese Paniceiros tuyo tiene más que ver con el Camelot de Cunqueiro que con una aldea asturiana”, le he repetido a menudo. Me temo que ya no podré decírselo más.
Nos recoge en coche,
frente a la biblioteca del Milán, una de las profesoras del instituto, Ana
Feito, que no conocía a Xuan más que de oídas, y que es de San Frichosu, la
parroquia del concejo de Tineo a la que pertenece Paniceiros. Se ponen a hablar
los dos y al momento me veo dentro del libro, al que le van añadiendo páginas y
páginas fascinantes. Xuan se ha referido infinidad de veces a Polo, un viejo acordeonista y un Séneca rural.
Ana corrobora sus más felices dichos y añade unas cuantas anécdotas nuevas.
Prometo no meterme más con él y sobre todo no recordarle algo que le molesta mucho, que en su casa y en Paniceiros fue siempre Juanjo, como recuerda Ana Feito, que es de verdad, pero parece un personaje más del prodigioso mundo de Xuan Bello.
Miércoles, 19 de marzo
REÍR POR NO LLORAR
Titular a toda página:
“Israel rompe el alto el fuego con una matanza en Gaza”. Cuatrocientos muertos,
más de ciento cincuenta niños y cerca de cuatrocientos civiles. Estados Unidos
aplaude, como era de esperar, y la Unión Europea pide “contención”. Me imagino
el telegrama que Ursula von der Leyen, tras consensuarlo con Macron, Sánchez, Zelenski
y otros campeones de los derechos humanos, le envía a Netanyahu: “Benjamín,
cariño, un poquito de contención. No me mates cuatrocientos de una
vez. ¿Qué trabajo te cuesta asesinar unos cuantos un día y otros el siguiente?
Sobre todo los niños, pocos de cada vez, que cuelan mejor como daños
colaterales. No me soliviantes al personal, que van a acabar diciendo que somos
igual que Trump, pero más hipócritas, y pueden acabar votando a esos partidos
antidemocráticos que quieren terminar con la guerra de Ucrania y arruinarnos el
lucrativo negocio”.
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