sábado, 26 de octubre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Insomnio y confesiones

 

 

Domingo, 20 de octubre
A QUÉ CARTA QUEDARSE

Si cuento mi vida desde un día feliz, como este atardecer de otoño en que el sol se resiste a desaparecer, como si quisiera acompañarme un rato más, encuentro que ha sido como un cómodo viaje en tren, con solo algunas pequeñas averías, sin ningún accidente importante; si me la cuento desde un mal día, un largo viaje en el que ha ido teniendo uno que despedirse de demasiada gente, con muchas noches de insomnio, inútiles propósitos de enmienda y dolor del corazón. No sé a qué carta quedarme.

            ---Las dos están en la baraja de vivir y no se puede descartar ninguna. En cualquier caso, feliz o tedioso, ese tren se acerca cada vez más a la estación Términi.

            ---¿Y te querrás creer que no siempre lo lamento? 

Lunes, 21 de octubre
PUNTERÍA

Si tuviera tan buena vista para detectar los fallos propios como los ajenos, sería perfecto. Leo El joven Borges, de Carlos García, un investigador que vive en Hamburgo y que lo sabe todo sobre la literatura de vanguardia de los años veinte. Lo suyo es la historia menuda, los datos precisos, desmontar vaguedades y generalidades.

Asombran las páginas que dedica a Fervor de Buenos Aires, el primer libro de Borges, del que poco ha sobrevivido en las reediciones: lo sabe todo sobre él, hasta el número de ejemplares que se conservan y a quién están dedicados.

Abro yo, sin embargo, su libro al azar y lo primero que me encuentro es un párrafo de poco más de cuatro líneas que sale casi a error por línea: “Desde Lisboa, Borges, Torre y el poeta portugués Antonio Ferro (1895-1955, editor de la revista Orpheu y, más tarde, Ministro de Cultura y Secretario de Propaganda de la dictadura, autor de Salazar, le Portugal et son chef, París; Grasset, 1934, con prólogo de Valery Larbaud), remiten a Ramón una postal, cuyo paradero ignoro”.

Solo el envío de la postal es cierto. Ferro no era poeta, sino periodista, ensayista y autor de greguerías en la estela de Gómez de la Serna; no fue el editor, en ninguna de las acepciones de la palabra, de Orpheu, aunque figurara como tal en el primer número por una broma de Sá Carneiro (con dieciocho años entonces ni siquiera podía legalmente asumir ese cargo, como le indicó Pessoa); tampoco fue ministro de Cultura en la dictadura de Salazar (ese ministerio no existió hasta los años ochenta), sino director del Secretariado de Propaganda Nacional, que él fundó; el libro de entrevistas con Salazar no lo prologó en su edición francesa Valery Larbaud, sino Paul Valery (la edición española lleva prólogo de Eugenio d’Ors).

Qué puntería. Abro cualquier libro, como sabe muy bien mi amigo Abelardo, y encuentro un gazapo (o dos). Salvo que el libro sea mío.

Martes, 22 de octubre
LO BUENO DE NO SER NADIE

Sonrío al leer un párrafo del investigador de Hamburgo que tanto sabe de la vanguardia española y tan poco de la portuguesa: “En los últimos decenios de su vida, Borges intentó suscitar la impresión de que poco le importaban la fama y el reconocimiento, pero, de joven, hizo todo lo posible por lograrlos”.

            Algo tiene de bueno el no ser, no ya un escritor mítico como Borges o Lorca, sino ni siquiera una gloria local: ningún investigador se va a empeñar en descubrir todos los pequeños o grandes secretos que uno se ha esforzado tanto por esconder.  

            Me he pasado la vida hablando de mí, pero solo para esconder mejor lo que no quiero que se sepa de mí.

Miércoles, 23 de octubre
LA VIDA ES EL AYER

En una ringlera de libros de versos, cubiertos de polvo en un rincón de la librería, casi todos ediciones de autor que no apetece ni siquiera hojear, encuentro Con los brazos cargados de nostalgia, de Darío Caparrós, en cuya portada se indica: prólogo de Víctor Botas.

Sonrío. A la memoria me viene de pronto una vieja historia. Un viernes llegó Botas desesperado a la tertulia. “Tienes que ayudarme, Martín, estoy en un lío. No sé cómo me enredó Darío Caparrós para que prologara su próximo libro. Insistió tanto que tuve que decirle que sí, y ahora resulta que el libro va a la imprenta y tengo que entregarlo ya. Escríbeme tú cuatro chorradas, por favor, que a ti se te da bien eso”, “Hombre, muchas gracias, escríbelas tú”.

Y entonces uno de los jóvenes contertulios, Antón García (que aún se llamaba Antonio), dijo: “Puedo escribirlas yo”. “¿Me harías ese favor, me harías ese favor? Tú sí que eres un amigo”, “¿Para cuándo lo necesitas?”, “Lo más pronto posible, que parece que el libro ya está en imprenta”, “Pues en dos días tienes dos folios y ni siquiera hace falta que me pases los poemas de Caparrós, le escuché una vez recitar y me los imagino”, “Gracias, gracias”. “Y no te preocupes, te haré un precio de amigo”, “¿Un precio de amigo? ¿Pero me vas a cobrar?”, “Un precio de amigo, quinientas pesetas”. “¡Quinientas pesetas!”. A Botas, que era un poco tacaño, se le vio palidecer. Hizo todo lo posible por lograr una rebaja, pero tuvo que abonar el precio íntegro y creo que por anticipado, con harto dolor de su corazón.

            Antón (o Antonio) García hizo un trabajo muy profesional: “Con los cotidianos utensilios de la vida, con la luz amarillenta de un crepúsculo urbano, con el aire que mueve la veleta del vivir, Darío Caparrós dibuja en el papel la historia de nuestros días”. El libro lo presentó un catedrático de la universidad, no recuerdo ahora el nombre, y lo que más elogió fue el prólogo. Dijo que estaba entre lo mejor que había escrito Víctor Botas y con esa frase le tomamos el pelo durante bastante tiempo en la tertulia.

            Releo los poemas y el prólogo en la cafetería Noor, mi primera oficina matinal. El libro, la verdad, no hay por dónde cogerlo. El poema dedicado a García Lorca se titula “Muerte del lirio hecho clavel”, con eso está dicho todo. Pero yo me esfuerzo en encontrar algunos versos citables y acabo quedándome con el comienzo de un poema: “La vida es el ayer. / Así es de corta, / igual que un sueño breve; / como un ocaso que se desplomara / antes de llegar a mediodía”.

            De pronto recuerdo que Víctor Botas murió en octubre y me da por mirar en la Wikipedia la fecha: un 23 de octubre de 1994, hace exactamente treinta años. ¿Cómo no citar (una vez más) a Borges, el autor que más admiraba? “Algo que no se nombra con la palabra azar / rige estas cosas”.

Jueves, 24 de octubre
DON NICETO, GRAMÁTICO

No sabía yo que Niceto Alcalá-Zamora, del que no tenía muy buena opinión por los diarios de Azaña, la Pequeña historia de Lerroux y tanto periodismo republicano, había publicado en su exilio argentino Dudas y temas gramaticales, una especie de libro de texto, para ganarse la vida. Bajo su nombre figura la indicación “de la Academia Española de la Lengua”. No se indica su condición de expresidente, que entonces le serviría de poco. ¿Se imagina alguien a otro exjefe del Estado español, de cuyo nombre prefiero no acordarme, escribiendo un manual sobre regatas tras dejar el cargo para ganarse los euros que necesita para vivir?

            Comienzo a leer y veo que tras el gramático se transparenta el político: “Las partes de la oración viven y se relacionan, formando como una sociedad más o menos regular y correctamente constitucional”. Sigo leyendo y, junto al político, encuentro al lector de Gómez de la Serna: “El artículo ordena la circulación y clasifica la estadística; el adjetivo es servidor, a la vez sumiso y presuntuoso; el pronombre, tras su vanidad de poder personal, se aviene a ejercer función representativa; el participio, sin firmes convicciones y hostil solo a la división del trabajo, cambia de filiación y sirve para todo; la preposición es aya, dueña o rectora oscurecida y caprichosa…”

Viernes, 25 de octubre
SÍSIFO

El Sísifo que yo conozco no sube a la montaña cargado con una roca, sino que desciende hacia el abismo y yo le tiendo la mano a riesgo de caer con él hasta el fondo. Unas veces se aferra a mi mano y otras le sujeto yo por la ropa mientras él hace todo lo posible por desasirse.

            Debería dejarlo a su aire, mirar para otro lado, seguir mi camino. Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Pierdo dinero, que no importa nada, y salud, que importa algo más, en el empeño, pero no soy capaz de abandonar por fin y para siempre esta ingrata labor de buen samaritano.

            De sobra sé que todos los elogios que uno hace de sí mismo son condecoraciones falsas. Pero yo no soy capaz de renunciar a esa mala costumbre y siempre ando por ahí vanagloriándome de mi inteligencia (dime de qué presumes…), cuando mi único mérito es otro bastante menos glamuroso. Si yo tuviera escudo de armas, “Semper fidelis” sería su lema.




viernes, 18 de octubre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Ganar y perder

 

Domingo, 13 de octubre
PERO SIGUE SIENDO EL REY

¿Todavía el anterior jefe del Estado tiene quien le defienda? Parece que sí. Leo la última columna de Manuel Vicent y siento vergüenza ajena. Un ciudadano cualquiera puede ir a casa de su amante y “ponerse la gorra del revés para hacer una paella seguida de una siesta del fauno”. Pero ese derecho elemental, se le niega al rey: si le pillan, no tendrá el pueblo mejor espectáculo.

            O no se ha enterado de nada el bueno de Vicent o no quiere enterarse. No le conviene: fue uno de los que con más ardor puso su galanura estilística al servicio de la peor causa, la de hacer presentable al ciudadano español más impresentable (y en la cuenta entran desde el olvidado Roldán hasta el reciente Ábalos).

En Daguerrotipos, publicado hace ahora exactamente cuarenta años, retrata a los artífices de la transición. La clave del arco la ocupa el héroe de aquella gloriosa etapa de la historia de España, “Juan Carlos o el rey”.

Qué mal han resistido el tiempo esos laudatorios preciosismos estilísticos. La literatura puesta al servicio de las peores causas. Era la época del “yo no soy monárquico, pero soy juancarlista”. El último párrafo resume la patraña mayor: “Juan Carlos se proclamó a sí mismo rey de los españoles a la una de la madrugada del 24 de febrero de 1981. De entonces le viene la auténtica legitimidad. A partir de ese momento fue coronado por intelectuales, artistas, políticos y el pueblo llano, el de la bota de vino. Desde esta fecha, el mármol más sólido que lo sostiene es también el descrédito de algunos antidemócratas”.

            ¿Leerá todavía Vicent los periódicos, estará al tanto de los secretitos que ese hombre del mármol más sólido, al que tanto admira, ha ido largando por ahí?

            ---Palabra de honor, cariño, que me río del bueno de Alfonso Armada. Ha pasado siete años en la cárcel, se ha ido luego a su pazo de Galicia y no ha dicho ni mu. En cambio, ese otro anda por ahí largando, largando…

            Ese otro, Sabino Fernández Campos, le contó a José Bono, que el rey, el 23-F, no esperaba tiros, porque Alfonso Armada le había presentado un escrito de un famoso catedrático constitucional que proponía que se presentara en el Congreso y, después de un discurso sobre la mala situación de España, propusiera un gobierno presidido por un independiente de prestigio: el propio Alfonso Armada.

Con tiros y todo, se intentó que esa solución saliera adelante. Y allá fue Armada con la lista del gobierno que había consensuado con los principales partidos. Pero Tejero dijo que nones. Si alguien salvó entonces la democracia, fue Tejero. El rey no tuvo más remedio que llamar a su fiel servidor, Milans del Bosch, y pedirle que enfundara los tanques. ¡Cómo se nos engañó a partir de entonces convirtiendo al alevoso en héroe! Pero hace tiempo que su papel en ese tejemaneje está claro.

            Como está claro el chantaje al que sometió una de las amantes del rey, no al rey (que no pagaba ni los cafés que tomaba con ella), sino al Estado español. Parece que le abonaron, en cómodos plazos, unos cuatro millones de euros. Esos dineros salieron de los fondos reservados del Ministerio de Defensa o del CNI. Alguien tuvo que autorizar esa entrega, el ministro correspondiente (con el conocimiento del presidente del gobierno de turno) y esa persona, no el rey, según la constitución, es el responsable, como lo fueron Vera y Barrionuevo cuando el saqueo con el pretexto de la guerra sucia.

            El pago de ese chantaje es una malversación de libro. No es necesario, como hacen ahora los jueces anti independistas, retorcer el espíritu y la letra de la ley para considerarla como tal. ¿A nadie se le ocurrió presentar una denuncia cuando se tuvieron las primeras noticias del pago?

            Hay quien dice, catedráticos de derecho constitucional incluidos (¡santa Lucía les conserve la cátedra!), que el jefe del Estado español, como un sátrapa oriental, puede en su vida privada robar, estafar, asesinar impunemente, porque la constitución le protege ante la justicia. Aunque aceptásemos esa barbaridad (que ya es aceptar), resulta que buena parte de sus presuntos delitos –como el pago del chantaje o los negocios de la mano de Corina en viajes oficiales-- se cometieron con la autorización, tácita o expresa, del gobierno correspondiente. Y los políticos que dieron el visto bueno, o miraron para otro lado, sí son responsables ante la ley sin excusa alguna.

Lunes, 14 de octubre
GOTAS DE SANGRE

Ayer en el Fontán me encontré con dos gotas de la sangre de Larra. Cuando el encuentro final con Dolores Armijo (“Adiós”, dijo secamente. “¿Adiós para siempre?”. “Sí”, respondió ella sin volverse), Larra tiene sobre la mesa un ejemplar del Macías, que estaba releyendo. Tras pegarse un tiro –todavía bajaban por la escalera Dolores y su amiga, que oyeron el disparo--, se tambalea antes de caer al suelo y dos gotas de sangre salpican el libro abierto. Alguien intentó borrarlas, pero solo logró extenderlas.

En la anteportada aparece manuscrito el siguiente texto: “Este ejemplar de Macías se hallaba sobre la mesa del desgraciado Fígaro cuando se suicidó. Suyas son las dos gotas de sangre que tiene en la página 28. El ejemplar se hallaba en rama, cosa entonces más frecuente que hoy, y me fue regalado por Luis Mariano de Larra con otros recuerdos de su padre en tiempos de mis amores con su hermana Baldomera”.

No lleva firma este texto, pero sí el que aparece debajo: “Letra de mi padre, Vicente Barrantes, a quien he oído referir esto muchas veces. Madrid, 13 mayo 1904”. Firma y rúbrica: Barrantes. De este Barrantes hijo no sé nada, pero sí del padre, un escritor y bibliófilo extremeño que nació en 1829 y murió en 1898 y que, al parecer, tuvo una ajetreada vida amorosa.

            Ignoro cómo fue a parar este ejemplar de las manos del hijo de Barrantes a las de Javier de Salas Bosch, historiador del arte que dirigió el Museo del Prado entre 1970 y 1978. Tenía poco más de veinte años cuando se lo pasó a Joaquín de Entrambasaguas, un joven erudito que pronto sería catedrático y uno de los más destacados representes del mundo académico durante el franquismo. Habla de él, y de otras sugerentes minucias de la época, en Reliquias románticas, una separata de la Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo del Ayuntamiento de Madrid publicada en 1932. La encontré este domingo en el mercadillo del Fontán, no el libro con la sangre de Larra, que a saber dónde estará. Pero no es un ejemplar cualquiera, ya que lleva la siguiente dedicatoria manuscrita. “Para Javier de Salas, causante de esto, con el mayor afecto y la gratitud de Joaquín”. Incluye además un recorte periodístico en el que se reseña. Y quien firma es Jenaro Artiles, ilustre latinista y paleógrafo que entonces era archivero del Ayuntamiento de Madrid y durante la guerra sería representante de la España republicana en Berna.

            La guerra civil separaría a estos tres jóvenes eruditos. Fervoroso militante franquista, Joaquín de Entrambasaguas fue quien ordenó la destrucción de los miles de ejemplares impresos de El hombre acecha, el último libro de Miguel Hernández, aún no distribuido. Raro trabajo de Torquemada para un estudioso de la literatura. Nunca pudo librarse de ese lastre.

            ¿Por qué manos habrá pasado esta separata hasta llegar a mí en el Fontán? ¿Dónde habrá ido a parar el ejemplar del Macías con la sangre de Larra? La vida se entremezcla con la literatura en un inacabable folletín.

Martes, 15 de octubre
OTRA VEZ, CON SENTIMIENTO

Dos titulares y un comentario: “El PP busca retrasar la ley  que beneficia a presos etarras tras el rechazo del Senado”, “Condenado un agente de la Stasi que mató en 1974 a un hombre que cruzaba el Muro”.

            ¿Y cómo es que dos etarras que mataron a una docena de personas e hirieron a más de ochenta siguen sin ser ni siquiera molestados en los alrededores de Bayona con el pretexto de que eso ocurrió hace mucho tiempo? Pues porque no hay, ni hubo nunca, interés en resolver el asunto. En cuanto no se pudo sacar rédito político del atentado de la calle Correo, la jefa a la calle a seguir con su papel de revolucionaria profesional y los autores materiales a casita, a seguir con su vida. Y las víctimas, calladitas, bien calladitas, no nos vayan a echar abajo los sacrosantos consensos de la transición.   

Viernes, 18 de octubre
TODAVÍA

Los años dan y quitan. A mí, quitar, quitar, solo me ha quitado el pelo. A los 74 hago más o menos lo mismo que hacía a los 24.

            ---¡Es que tú a los 24 ya eras un viejo!

            ---Puede ser. Me han quitado el pelo y me han dado algo de sabiduría. Tampoco mucha, para qué nos vamos a engañar. Todavía sigo metiendo la pata más de la cuenta y haciendo daño sin querer a la gente que quiero.

 


sábado, 12 de octubre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Los regalos del azar

  

Miércoles, 9 de octubre
EL MEJOR GUÍA

¿Cuántas veces habré repetido aquello de que el azar es el mejor guía? Pues tendré que repetirlo una vez más. Llego a una Roma toda en obras --al parecer le están lavando la cara para el jubileo del próximo año--, pero tan llena de gente como siempre, y un error en la gestión de reservas hace que solo pueda quedarme una noche en el hotel que tenía reservado, junto al Foro.

Ignacio Peyró, con quien había quedado para cenar el lunes pasado (y no pude hacerlo por razones ajenas a su voluntad), me recomienda el Fiume, aunque duda de que encontremos habitación. No solo la encontramos, gracias a la gentileza de Carlos, el gerente ítalo-argentino, sino que di con la casa que me estaba esperando en Roma sin yo saberlo.

Nunca había estado en este barrio, pero enseguida me parece mi barrio de siempre. Salgo, y a dos pasos, doy con el Mercado Nomentano. Una placa recuerda que es obra de Elena Luzzato, la primera mujer que en Italia obtuvo el título de arquitecto. Se inauguró en 1926 y el tiempo no le ha añadido ni una arruga. Mussolini, que vivía por aquí cerca, no iba nunca al mercado; en caso contrario, no le habría dicho a Emil Ludwig lo que le dijo: “La mujer tiene que ser pasiva. Su espíritu es analítico, no sintético. ¿Se conoce alguna obra arquitectónica suya a través de los siglos? Dígale que construya una choza, no un templo. No puede”.

En la placa conmemorativa se lee que este “mirabile edificio” es, desde hace cien años, “cuore del quartiere”. Parece especializado en frutas y verduras y cuando lo atravieso cada mañana le añade un toque de rural felicidad.

Un poco más allá está Porta Pía, donde comienza la historia moderna de Italia. Fue aquí donde el veinte de septiembre de 1870 se libró la batalla que acabó con el poder del papa. Aquí se abrió la primera brecha en la muralla aureliana.

La puerta monumental es un diseño de Miguel Ángel, su última obra. Ahora no da paso a la ciudad, sino a un museo dedicado a los bersaglieri. Sonrío al leer el decálogo de su fundador, el capitán Alessandro La Marmora. Aparte de obediencia y respeto, es necesario el conocimiento absoluto de la carabina, “gimnasia hasta el frenesí” y “confianza en sí mismo hasta la presunción”. En este último punto, creo que a mí no me pondría ningún reparo.

            A un lado del hotel, Porta Pía, al otro, Piazza Fiume, nada espectacular en apariencia, pero que a mí me enamora desde el primer momento. En ella está la librería Minerva, inaugurada en 1923, y parte de la cual ocupa un pasaje subterráneo interrumpido por los restos de una antigua muralla, y está también la Porta Salario y el túmulo funerario del más joven y desdichado de los poetas romanos, Quinto Sulpicio Massimo, que murió a los once años, pero que a esa edad ya había ganado un certamen con un poema escrito en griego. Dicen que murió por excesiva afición al estudio.

           También por este lugar, un 24 de agosto del 410 entraron las huestes de Alarico y saquearon la ciudad durante tres días mientras el emperador Onorio se dedicaba en Ravenna a cuidar de sus gallinas.

            De Piazza Fiume parte la Via Salario; de Porta Pía, la Vía Nomentana. Suelo alternar por ellas mis paseos, Ninguna de las dos parece tener fin ni dejar de ofrecerme a cada paso ocasión para el asombro.

            Buscas en Roma a Roma, oh peregrino, y a Roma misma en Roma no la hallas, porque está toda vallada y en obras --hasta los ángeles del Ponte de Sant’Angelo gimen enjaulados--, pero yo la encontré en el barrio de Salario, del que hace unos pocos días ni siquiera había oído hablar. 

Jueves, 10 de octubre
LO QUE MÁS ME ESCANDALIZA

En el cruce de Via Salaria con Via Po, me encuentro con una placa conmemorativa: “En este lugar / cerca de su casa / el profesor Massimo D’Antona / insigne estudioso del Derecho del Trabajo / fue asesinado / por mano terrorista”. El asesinato ocurrió el 20 de mayo de 1999. La placa fue colocada “en el primer aniversario del trágico evento”.

Ese día sale de su casa como cualquier otro día. No sube al coche, prefiere hacer a pie el breve trecho que lo separa del despacho, es un bello día de primavera. Había caminado pocos pasos cuando un hombre y una mujer, los dos jóvenes, se le acercan. Le preguntan algo y al poco, suenan los disparos. El profesor alzó la cartera hasta el pecho en un vano intento de protección.

El autor de los disparos a quemarropa huye hacia Via Basento, donde le espera una motocicleta. La mujer escapa a pie por Via Salaria, donde se cruza con un transeúnte que luego la describirá a la policía. Se llama Nadia Desdemona Lioce; su compañero, Mario Galassi.

El presidente del Consejo era Massimo D’Alema. El acto fue reivindicado por las BR-PCC, esto es, por las Brigadas Rojas y el Partido Comunista Combatiente. El delito de Massimo D’Antona fue buscar un pacto entre gobierno y sindicatos. El gran enemigo de aquellos iluminados de izquierda era la izquierda reformista, no la derecha. Cometerían otro crimen, en 2002, y acabarían siendo abatidos por la policía  en 2003, tras un encuentro casual en un control rutinario.

            No tuvieron la suerte de otros asesinos, como los de aquella masacre de hace cincuenta años, en la que me involucraron con premeditación y alevosía. La justicia española, a los principales responsables, parece que les dio una palmadita en la espalda y les dijo: “No lo volváis a hacer más, ¿eh?, que poner bombas en una cafetería está muy feo. A partir de ahora a vivir tranquilitos en Francia”.

            Y ahí siguen, felices y comiendo perdices, sin que a nadie parezca escandalizarle salvo a mí. Y eso es lo que más me escandaliza.

Viernes, 11 de octubre
PASEOS POR EL BARRIO

En Via Nomentana, mi rincón favorito es Villa Torlonia. Al cruzar por primera vez la majestuosa entrada al parque, no pude por menos de recordar unas palabras de su más célebre inquilino: “Cuando quiero aislarme, me encierro en el jardín de Villa Torlonia, donde vivo; allí tengo un hermoso caballo, y esa es la única ventaja que el poder ha tenido para mi vida privada”.

Pocas huellas quedan de ese okupa de lujo durante veinte años; solo la discreta entrada al búnker, que no llegó a utilizar, le recuerda. Ahora es un tranquilo lugar con altas palmeras y obeliscos, un dieciochesco edificio principal y fantasías arquitectónicas como Serra Moresca, con su torre y su gruta y sus luminosas vidrieras coloreadas.

Es mi lugar favorito para pasear, leer, escribir versos. Aquí está también la biblioteca de Accademia Nazionale delle Scienze, fundada en 1782, donde una mañana escuché una charla sobre astronomía.

            Y qué sorpresa cuando me encontré, al otro lado de la avenida, con Santa Inés Extramuros, construida sobre las catacumbas en las que martirizaron a la joven virgen. Entra uno desde la calle al recinto conventual (se escucha la algarabía de los niños en un colegio próximo) y entra en un laberinto. A la iglesia hay que descender por una amplia escalinata adornada con restos arqueológicos; hay un jardín secreto y un sendero que lleva al panteón de Santa Constanza. El gran portón está cerrado, pero me acerco y en un papelito me indican que está abierto. Parece que lo han puesto para mí. Dentro no hay nadie. Una doble columnata sostiene la cúpula. En la bóveda de la nave que la rodea hay mosaicos azules sobre fondo blanco con símbolos funerarios y símbolos de la vendimia.

            La emoción que no encontré en el Panteón, tan lleno de gente y tan estragado de mármoles y colorines, la encuentro aquí, en este mausoleo de Constanza y Helena, las hijas del emperador Constantino.

            Si en Via Nomentana tengo a Villa Torlonia, en Vía Salaria tengo a Villa Ada, la antigua Villa Saboya, más dilatada y boscosa, donde uno puede perderse y creerse lejos de la civilización, y en las dos la prodigiosa sucesión de mansiones residenciales convertidas en embajadas. No todas son suntuosas (la de Canadá, frente a la de Sri Lanka, en Vía Salaria, parece la casa del guardabosques), pero todas están llenas de encanto. La más misteriosa me pareció la de Afganistán, Villa Amanullah, un palacete blanco de 1914, en Via Nomentana. Una de las veces que pasé ante ella, a una de las ventanas del piso alto se asomó un instante un rostro de mujer y cerca, semi escondido tras un árbol, parecía acechar un joven moreno, elegante, de aire oriental. Me pareció el comienzo de una historia de Kipling o de las nuevas mil y unas noches de Stevenson.

Sábado. 12 de octubre
LAS DOS ROMAS

Hay una Roma –la de la Fontana de Trevi, el Coliseo, el Vaticano, la de la perpetua aglomeración y barullo-- para ver una vez y nunca más volver, y hay otra, como la que yo acabo de descubrir en torno al hotel Fiume, a la que me gustaría volver al menos una vez al año.




 

viernes, 4 de octubre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Qué difícil acertar

 

Sábado, 28 de septiembre
LEÑA AL FUEGO

Han estado estos días en Oviedo dos viejos amigos, Abelardo Linares y Manuel Neila. El motivo era la presentación de la biografía que Benito Fernández le ha dedicado a Juan Benet, un bien intencionado disparate de muchas páginas.

            Después del autor, creo que debí de ser el primero en leerla. Según contó en la presentación, se la habían rechazado varios editores cuando a Neila, tras hojearla, se le ocurrió proponérsela a Abelardo, quien recordando su juvenil admiración por Benet la aceptó de inmediato. Yo la habría rechazado.

            Ahora me alegra que esté publicada. No es un libro para leer de la primera a la última página (yo hice esa hazaña, no se la recomiendo a nadie), pero sí entretenido para picotear, ayudado por el índice onomástico, pescar chismes y entender mejor la historia (no solo literaria) de tiempos recientes.

            El protagonista no sale bien parado: era (entre otras muchas cosas) un señorito que maltrataba a los de abajo (los periodistas, por ejemplo) y adulaba a los poderosos (Felipe González sin ir más lejos). Como personaje público, otro Cela. Con el inconveniente, de además hacer pantanos.

            Algo bueno tiene no ser escritor de éxito ni personaje mediático. A nadie le dará por escribir mi biografía ni habría Abelardo que la publicara. Respiro con alivio. Y recuerdo una cita de Oscar Wilde que figura al frente de uno de esos libros en los que conté cosas que preferiría no haber contado (afortunadamente, pocos lo han leído): “A debida distancia, cualquier hombre no es más que un pobre hombre. Por ello, la primera obligación de un caballero es no dejar que los demás se acerquen a esa distancia y distraerles echando leña al fuego de su mala reputación”.

Martes, 1 de octubre
IMPUNIDAD

---¿Vienes de la presentación del libro de Xuan Cándano? ¿Qué tal estuvo? Siento no haber podido ir.

            ---No te preocupes. Hubo bastante gente. Pero no habría venido mal algún otro amigo mío. Me sentí como si jugara en campo contrario. En algún momento, temí que fueran a silbarme y a tirarme encendedores, como a Thibaut Courtois, el portero del Madrid. No me parece que sea vanidad mía, el pensar que allí el que más tenía que decir era yo. A fin de cuentas, había estado en Madrid el mismo día del atentado de la calle del Correo y acompañando a una de las principales sospechosas. Había estado en la cárcel. Había leído y anotado los tres libros que se acaban de publicar sobre la masacre. También todo lo que se había publicado anteriormente. Y había llegado a una conclusión que una vez formulada parece obvia, pero que a nadie, al parecer, se le había ocurrido antes. A finales de 1974, la policía tenía todos los datos e identificados a los culpables directos y a sus cómplices. No había llegado a ello por medio de torturas, aunque las hubiera en más de un caso, sino por las declaraciones de la principal responsable, Eva Forest. Y a partir de esas declaraciones había encontrado las suficientes pruebas. Acabada la fase de instrucción, debía comenzar el juicio. Pero pasaron los años y ese juicio nunca se celebró. Eva Forest al principio estaba orgullosa de lo que había hecho (también Netanyahu está orgulloso de los miles y miles de víctimas inocentes que ha causado), según el testimonio de Lidia Falcón. Pero luego, cuando ETA no asumió el atentado (tenía mayores escrúpulos morales que ella), cambió su opinión, se declaró inocente, atribuyó el crimen a la extrema derecha o a provocadores del propio régimen, y la creímos. Hubo una ola de solidaridad internacional, encabezada por Jean Paul-Sartre. Todos la creímos porque los únicos que tenían las pruebas de que era una asesina callaron y callaron y callaron y en junio de 1977, antes de que hubiera ninguna amnistía, la pusieron en la calle, donde fue recibida como una heroína. ¿A qué se debió esa complicidad entre la justicia militar y los que pusieron una bomba en una cafetería para matar indiscriminadamente y cuantos más mejor? No lo sabemos. Pero ese hecho no lo puede negar nadie y algún historiador debería investigarlo. Pero no parece que Xuan Cándano esté por la labor. Ninguna curiosidad sintió por lo que yo decía ni por saber lo que había contado en un libro, Leña al fuego, que no había leído cuando escribió el suyo y que llevaba conmigo para prestárselo si le interesaba. Ninguna curiosidad. Me pidió que le dejara hablar a él, “cinco minutos al menos”, y yo le dejé, claro, era el protagonista y el público venía por él, no por mí. Quedó claro en el coloquio final: nadie me preguntó nada. Solo Cruz, la mujer de Xuan, me reprochó que yo parecía minimizar las torturas. Haberlas las había, cierto, y algo podría contar yo de eso, pero ninguna policía de ningún país democrático habría sido, entonces o ahora, menos dura que lo fue la policía franquista. No se investigaba la difusión de propaganda ilegal ni la afiliación a un partido político clandestino, sino una matanza como la de Bataclan –otro viernes 13-- o los trenes de Atocha.

            ---Lo que te molestó es que no fueras el protagonista, que nadie te hiciera caso.

            ---Puede ser. Pero callé y no caí en la tentación de contar anécdotas carcelarias, que entonces sería el cuento de nunca acabar. Nada más que salí al patio, después de los quince días preceptivos de aislamiento (cuatro en una celda minúscula, con un lavabo y la taza del váter bien a la vista, los otros tres delincuentes comunes), se me acercó un recluso y me dijo: “¿Tú eres el de la calle del Correo? Pues camina a mi lado que los de ETA quieren conocerte”. En el piso bajo de la galería, en celdas individuales, estaban los presos vascos que se habían declarado en huelga de hambre. Todos se asomaron a las ventanas para verme. Luego me tocó ir con el carro de comida. Nos acompañaba un médico. Se negaron a comer. Estaban tumbados, pero cuando me reconocían se levantaban de la cama para estrecharme la mano. Pero te dejo, que soy un pesado, que empiezo y no acabo con mis batallitas, que no interesan a nadie, y menos que a nadie a los historiadores como el bueno de Gaizca Fernández Soldevilla, que no me menciona en su libro reivindicativo de las víctimas porque (según se justificó) salí pronto de la cárcel –solo me maltrataron durante cien días—y además era inocente. Qué cosas.

Miércoles, 2 de octubre
NO APRENDO

Comentamos en la tertulia un poema de Lola Tórtola, “Propofol”. No hay por dónde cogerlo. La idea es equivocada y no habría aprobado un examen de redacción. La primera parte dice así: “Yo temía al olvido. / Componer historias, montar álbumes, / llenar escritorios de archivos, construir / palacios para la memoria, / hacer atlas, / increíbles atlas del cuerpo, intentar / retener el tiempo”.

El aplicado profesor de secundaria (o primaria) tacharía los infinitivos y los sustituiría por pretéritos imperfectos: componía, montaba, llenaba… Y qué torpeza en la expresión de las actividades para no olvidar: “llenar escritorios de archivos”.

            La segunda y última parte dice así: “Descuida, / no temas si te notas por dentro arder las venas, / el olvido es un pulso dulce y leve”. Pasa a hablar ahora de la anestesia (de ahí el título) y parece que lo que quiere decir es que no hay que temer al olvido porque, como la anestesia, no nos hace “por dentro arder las venas”, sino que es “un pulso dulce y leve”.

¿Qué tendrá que ver el temor, por ejemplo, al progresivo avance del Alzhéimer con el temor a no despertar de la anestesia?

            ¿Y por qué perdemos el tiempo comentando este borroso ejercicio en la tertulia? Pues porque forma parte del libro Los dioses destruidos con el que su autora acaba de obtener el Premio Nacional de Poesía Joven, dotado con treinta mil euros y otorgado al mejor libro de un poeta menor de 35 años publicado el año anterior. Si este fuera el mejor libro, mal futuro tiene la poesía española.

            Digo cosas obvias y todos están de acuerdo, salvo José Luis Piquero, que arremete contra mí. Y yo le respondo con la vehemencia acostumbrada (dialécticamente soy un poco bruto, lo reconozco). Tardo en caer en la cuenta de que él era miembro de ese jurado –que tiene la costumbre de no acertar: los poetas jóvenes que premian suelen acabar en adultos, no en poetas--  y que, para más inri, el libro de Tórtola fue seleccionado por él entre los cuatro mejores del año. No defiende al poema: ataca porque se siente personalmente atacado. Y yo –que debería tener experiencia en estas cuestiones-- entro al trapo. No aprendo.

Viernes, 4 de octubre
QUÉ DIFÍCIL

Qué difícil acertar. Cuántas veces hacemos el mal queriendo hacer el bien. Pero en otras, por miedo a equivocarnos, para evitar complicaciones, vemos cómo va creciendo y no hacemos nada para evitarlo.