Sábado, 28 de septiembre
LEÑA AL FUEGO
Han
estado estos días en Oviedo dos viejos amigos, Abelardo Linares y Manuel Neila.
El motivo era la presentación de la biografía que Benito Fernández le ha
dedicado a Juan Benet, un bien intencionado disparate de muchas páginas.
Después del autor, creo que debí de
ser el primero en leerla. Según contó en la presentación, se la habían
rechazado varios editores cuando a Neila, tras hojearla, se le ocurrió
proponérsela a Abelardo, quien recordando su juvenil admiración por Benet la
aceptó de inmediato. Yo la habría rechazado.
Ahora me alegra que esté publicada.
No es un libro para leer de la primera a la última página (yo hice esa hazaña,
no se la recomiendo a nadie), pero sí entretenido para picotear, ayudado por el
índice onomástico, pescar chismes y entender mejor la historia (no solo
literaria) de tiempos recientes.
El protagonista no sale bien parado:
era (entre otras muchas cosas) un señorito que maltrataba a los de abajo (los
periodistas, por ejemplo) y adulaba a los poderosos (Felipe González sin ir más
lejos). Como personaje público, otro Cela. Con el inconveniente, de además hacer
pantanos.
Algo bueno tiene no ser escritor de éxito ni personaje mediático. A nadie le dará por escribir mi biografía ni habría Abelardo que la publicara. Respiro con alivio. Y recuerdo una cita de Oscar Wilde que figura al frente de uno de esos libros en los que conté cosas que preferiría no haber contado (afortunadamente, pocos lo han leído): “A debida distancia, cualquier hombre no es más que un pobre hombre. Por ello, la primera obligación de un caballero es no dejar que los demás se acerquen a esa distancia y distraerles echando leña al fuego de su mala reputación”.
Martes, 1 de octubre
IMPUNIDAD
---¿Vienes
de la presentación del libro de Xuan Cándano? ¿Qué tal estuvo? Siento no haber
podido ir.
---No te preocupes. Hubo bastante
gente. Pero no habría venido mal algún otro amigo mío. Me sentí como si jugara
en campo contrario. En algún momento, temí que fueran a silbarme y a tirarme
encendedores, como a Thibaut Courtois, el portero del Madrid. No me parece que
sea vanidad mía, el pensar que allí el que más tenía que decir era yo. A fin de
cuentas, había estado en Madrid el mismo día del atentado de la calle del
Correo y acompañando a una de las principales sospechosas. Había estado en la
cárcel. Había leído y anotado los tres libros que se acaban de publicar sobre
la masacre. También todo lo que se había publicado anteriormente. Y había
llegado a una conclusión que una vez formulada parece obvia, pero que a nadie,
al parecer, se le había ocurrido antes. A finales de 1974, la policía tenía
todos los datos e identificados a los culpables directos y a sus cómplices. No
había llegado a ello por medio de torturas, aunque las hubiera en más de un
caso, sino por las declaraciones de la principal responsable, Eva Forest. Y a
partir de esas declaraciones había encontrado las suficientes pruebas. Acabada
la fase de instrucción, debía comenzar el juicio. Pero pasaron los años y ese
juicio nunca se celebró. Eva Forest al principio estaba orgullosa de lo que
había hecho (también Netanyahu está orgulloso de los miles y miles de víctimas
inocentes que ha causado), según el testimonio de Lidia Falcón. Pero luego,
cuando ETA
no asumió el atentado
(tenía mayores escrúpulos morales que ella), cambió su opinión, se declaró
inocente, atribuyó el crimen a la extrema derecha o a provocadores del propio
régimen, y la creímos. Hubo una ola de solidaridad internacional, encabezada
por Jean Paul-Sartre. Todos la creímos porque los únicos que tenían las pruebas
de que era una asesina callaron y callaron y callaron y en junio de 1977, antes
de que hubiera ninguna amnistía, la pusieron en la calle, donde fue recibida
como una heroína. ¿A qué se debió esa complicidad entre la justicia militar y
los que pusieron una bomba en una cafetería para matar indiscriminadamente y
cuantos más mejor? No lo sabemos. Pero ese hecho no lo puede negar nadie y
algún historiador debería investigarlo. Pero no parece que Xuan Cándano esté
por la labor. Ninguna curiosidad sintió por lo que yo decía ni por saber lo que
había contado en un libro, Leña al fuego, que no había leído cuando
escribió el suyo y que llevaba conmigo para prestárselo si le interesaba.
Ninguna curiosidad. Me pidió que le dejara hablar a él, “cinco minutos al
menos”, y yo le dejé, claro, era el protagonista y el público venía por él, no por
mí. Quedó claro en el coloquio final: nadie me preguntó nada. Solo Cruz, la
mujer de Xuan, me reprochó que yo parecía minimizar las torturas. Haberlas las
había, cierto, y algo podría contar yo de eso, pero ninguna policía de ningún
país democrático habría sido, entonces o ahora, menos dura que lo fue la
policía franquista. No se investigaba la difusión de propaganda ilegal ni la
afiliación a un partido político clandestino, sino una matanza como la de
Bataclan –otro viernes 13-- o los trenes de Atocha.
---Lo que te molestó es que no
fueras el protagonista, que nadie te hiciera caso.
---Puede ser. Pero callé y no caí en
la tentación de contar anécdotas carcelarias, que entonces sería el cuento de
nunca acabar. Nada más que salí al patio, después de los quince días
preceptivos de aislamiento (cuatro en una celda minúscula, con un lavabo y la
taza del váter bien a la vista, los otros tres delincuentes comunes), se me
acercó un recluso y me dijo: “¿Tú eres el de la calle del Correo? Pues camina a
mi lado que los de ETA
quieren conocerte”. En
el piso bajo de la galería, en celdas individuales, estaban los presos vascos
que se habían declarado en huelga de hambre. Todos se asomaron a las ventanas
para verme. Luego me tocó ir con el carro de comida. Nos acompañaba un médico.
Se negaron a comer. Estaban tumbados, pero cuando me reconocían se levantaban
de la cama para estrecharme la mano. Pero te dejo, que soy un pesado, que
empiezo y no acabo con mis batallitas, que no interesan a nadie, y menos que a
nadie a los historiadores como el bueno de Gaizca Fernández Soldevilla, que no
me menciona en su libro reivindicativo de las víctimas porque (según se
justificó) salí pronto de la cárcel –solo me maltrataron durante cien días—y
además era inocente. Qué cosas.
Miércoles, 2 de octubre
NO APRENDO
Comentamos
en la tertulia un poema de Lola Tórtola, “Propofol”. No hay por dónde cogerlo.
La idea es equivocada y no habría aprobado un examen de redacción. La primera
parte dice así: “Yo temía al olvido. / Componer historias, montar álbumes, /
llenar escritorios de archivos, construir / palacios para la memoria, / hacer
atlas, / increíbles atlas del cuerpo, intentar / retener el tiempo”.
El
aplicado profesor de secundaria (o primaria) tacharía los infinitivos y los
sustituiría por pretéritos imperfectos: componía, montaba, llenaba… Y qué
torpeza en la expresión de las actividades para no olvidar: “llenar escritorios
de archivos”.
La segunda y última parte dice así:
“Descuida, / no temas si te notas por dentro arder las venas, / el olvido es un
pulso dulce y leve”. Pasa a hablar ahora de la anestesia (de ahí el título) y
parece que lo que quiere decir es que no hay que temer al olvido porque, como
la anestesia, no nos hace “por dentro arder las venas”, sino que es “un pulso dulce y leve”.
¿Qué
tendrá que ver el temor, por ejemplo, al progresivo avance del Alzhéimer con el
temor a no despertar de la anestesia?
¿Y por qué perdemos el tiempo
comentando este borroso ejercicio en la tertulia? Pues porque forma parte del
libro Los dioses destruidos con el que su autora acaba de obtener el
Premio Nacional de Poesía Joven, dotado con treinta mil euros y otorgado al
mejor libro de un poeta menor de 35 años publicado el año anterior. Si este
fuera el mejor libro, mal futuro tiene la poesía española.
Digo cosas obvias y todos están de acuerdo, salvo José Luis Piquero, que arremete contra mí. Y yo le respondo con la vehemencia acostumbrada (dialécticamente soy un poco bruto, lo reconozco). Tardo en caer en la cuenta de que él era miembro de ese jurado –que tiene la costumbre de no acertar: los poetas jóvenes que premian suelen acabar en adultos, no en poetas-- y que, para más inri, el libro de Tórtola fue seleccionado por él entre los cuatro mejores del año. No defiende al poema: ataca porque se siente personalmente atacado. Y yo –que debería tener experiencia en estas cuestiones-- entro al trapo. No aprendo.
Viernes, 4 de octubre
QUÉ DIFÍCIL
Qué
difícil acertar. Cuántas veces hacemos el mal queriendo hacer el bien. Pero en
otras, por miedo a equivocarnos, para evitar complicaciones, vemos cómo va
creciendo y no hacemos nada para evitarlo.
Antes de obtener el Premio Nacional, ya había sido accésit del Opus Adonáis. Así se encuentra el panorama poético actual. Los seleccionadores y jurados deben de estar agotados de leer poemarios año tras año, eligiendo casi al azar cualquier obra.
ResponderEliminar¿Dónde comprará las camisas el bueno de Xuan?...Joder.
ResponderEliminarSi cometes varios errores al transcribir el poema y ni siquiera escribes bien el título, yo diría que lo que no hay por dónde cogerlo es tu comentario.
ResponderEliminarSe ha quedado callado jajajaja vaya crítico literario de pacotilla
EliminarPor cierto, lo de "todos estaban de acuerdo" puedes cambiarlo, para no faltar a la verdad, por "yo estaba de acuerdo conmigo mismo".
ResponderEliminar