sábado, 26 de octubre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Insomnio y confesiones

 

 

Domingo, 20 de octubre
A QUÉ CARTA QUEDARSE

Si cuento mi vida desde un día feliz, como este atardecer de otoño en que el sol se resiste a desaparecer, como si quisiera acompañarme un rato más, encuentro que ha sido como un cómodo viaje en tren, con solo algunas pequeñas averías, sin ningún accidente importante; si me la cuento desde un mal día, un largo viaje en el que ha ido teniendo uno que despedirse de demasiada gente, con muchas noches de insomnio, inútiles propósitos de enmienda y dolor del corazón. No sé a qué carta quedarme.

            ---Las dos están en la baraja de vivir y no se puede descartar ninguna. En cualquier caso, feliz o tedioso, ese tren se acerca cada vez más a la estación Términi.

            ---¿Y te querrás creer que no siempre lo lamento? 

Lunes, 21 de octubre
PUNTERÍA

Si tuviera tan buena vista para detectar los fallos propios como los ajenos, sería perfecto. Leo El joven Borges, de Carlos García, un investigador que vive en Hamburgo y que lo sabe todo sobre la literatura de vanguardia de los años veinte. Lo suyo es la historia menuda, los datos precisos, desmontar vaguedades y generalidades.

Asombran las páginas que dedica a Fervor de Buenos Aires, el primer libro de Borges, del que poco ha sobrevivido en las reediciones: lo sabe todo sobre él, hasta el número de ejemplares que se conservan y a quién están dedicados.

Abro yo, sin embargo, su libro al azar y lo primero que me encuentro es un párrafo de poco más de cuatro líneas que sale casi a error por línea: “Desde Lisboa, Borges, Torre y el poeta portugués Antonio Ferro (1895-1955, editor de la revista Orpheu y, más tarde, Ministro de Cultura y Secretario de Propaganda de la dictadura, autor de Salazar, le Portugal et son chef, París; Grasset, 1934, con prólogo de Valery Larbaud), remiten a Ramón una postal, cuyo paradero ignoro”.

Solo el envío de la postal es cierto. Ferro no era poeta, sino periodista, ensayista y autor de greguerías en la estela de Gómez de la Serna; no fue el editor, en ninguna de las acepciones de la palabra, de Orpheu, aunque figurara como tal en el primer número por una broma de Sá Carneiro (con dieciocho años entonces ni siquiera podía legalmente asumir ese cargo, como le indicó Pessoa); tampoco fue ministro de Cultura en la dictadura de Salazar (ese ministerio no existió hasta los años ochenta), sino director del Secretariado de Propaganda Nacional, que él fundó; el libro de entrevistas con Salazar no lo prologó en su edición francesa Valery Larbaud, sino Paul Valery (la edición española lleva prólogo de Eugenio d’Ors).

Qué puntería. Abro cualquier libro, como sabe muy bien mi amigo Abelardo, y encuentro un gazapo (o dos). Salvo que el libro sea mío.

Martes, 22 de octubre
LO BUENO DE NO SER NADIE

Sonrío al leer un párrafo del investigador de Hamburgo que tanto sabe de la vanguardia española y tan poco de la portuguesa: “En los últimos decenios de su vida, Borges intentó suscitar la impresión de que poco le importaban la fama y el reconocimiento, pero, de joven, hizo todo lo posible por lograrlos”.

            Algo tiene de bueno el no ser, no ya un escritor mítico como Borges o Lorca, sino ni siquiera una gloria local: ningún investigador se va a empeñar en descubrir todos los pequeños o grandes secretos que uno se ha esforzado tanto por esconder.  

            Me he pasado la vida hablando de mí, pero solo para esconder mejor lo que no quiero que se sepa de mí.

Miércoles, 23 de octubre
LA VIDA ES EL AYER

En una ringlera de libros de versos, cubiertos de polvo en un rincón de la librería, casi todos ediciones de autor que no apetece ni siquiera hojear, encuentro Con los brazos cargados de nostalgia, de Darío Caparrós, en cuya portada se indica: prólogo de Víctor Botas.

Sonrío. A la memoria me viene de pronto una vieja historia. Un viernes llegó Botas desesperado a la tertulia. “Tienes que ayudarme, Martín, estoy en un lío. No sé cómo me enredó Darío Caparrós para que prologara su próximo libro. Insistió tanto que tuve que decirle que sí, y ahora resulta que el libro va a la imprenta y tengo que entregarlo ya. Escríbeme tú cuatro chorradas, por favor, que a ti se te da bien eso”, “Hombre, muchas gracias, escríbelas tú”.

Y entonces uno de los jóvenes contertulios, Antón García (que aún se llamaba Antonio), dijo: “Puedo escribirlas yo”. “¿Me harías ese favor, me harías ese favor? Tú sí que eres un amigo”, “¿Para cuándo lo necesitas?”, “Lo más pronto posible, que parece que el libro ya está en imprenta”, “Pues en dos días tienes dos folios y ni siquiera hace falta que me pases los poemas de Caparrós, le escuché una vez recitar y me los imagino”, “Gracias, gracias”. “Y no te preocupes, te haré un precio de amigo”, “¿Un precio de amigo? ¿Pero me vas a cobrar?”, “Un precio de amigo, quinientas pesetas”. “¡Quinientas pesetas!”. A Botas, que era un poco tacaño, se le vio palidecer. Hizo todo lo posible por lograr una rebaja, pero tuvo que abonar el precio íntegro y creo que por anticipado, con harto dolor de su corazón.

            Antón (o Antonio) García hizo un trabajo muy profesional: “Con los cotidianos utensilios de la vida, con la luz amarillenta de un crepúsculo urbano, con el aire que mueve la veleta del vivir, Darío Caparrós dibuja en el papel la historia de nuestros días”. El libro lo presentó un catedrático de la universidad, no recuerdo ahora el nombre, y lo que más elogió fue el prólogo. Dijo que estaba entre lo mejor que había escrito Víctor Botas y con esa frase le tomamos el pelo durante bastante tiempo en la tertulia.

            Releo los poemas y el prólogo en la cafetería Noor, mi primera oficina matinal. El libro, la verdad, no hay por dónde cogerlo. El poema dedicado a García Lorca se titula “Muerte del lirio hecho clavel”, con eso está dicho todo. Pero yo me esfuerzo en encontrar algunos versos citables y acabo quedándome con el comienzo de un poema: “La vida es el ayer. / Así es de corta, / igual que un sueño breve; / como un ocaso que se desplomara / antes de llegar a mediodía”.

            De pronto recuerdo que Víctor Botas murió en octubre y me da por mirar en la Wikipedia la fecha: un 23 de octubre de 1994, hace exactamente treinta años. ¿Cómo no citar (una vez más) a Borges, el autor que más admiraba? “Algo que no se nombra con la palabra azar / rige estas cosas”.

Jueves, 24 de octubre
DON NICETO, GRAMÁTICO

No sabía yo que Niceto Alcalá-Zamora, del que no tenía muy buena opinión por los diarios de Azaña, la Pequeña historia de Lerroux y tanto periodismo republicano, había publicado en su exilio argentino Dudas y temas gramaticales, una especie de libro de texto, para ganarse la vida. Bajo su nombre figura la indicación “de la Academia Española de la Lengua”. No se indica su condición de expresidente, que entonces le serviría de poco. ¿Se imagina alguien a otro exjefe del Estado español, de cuyo nombre prefiero no acordarme, escribiendo un manual sobre regatas tras dejar el cargo para ganarse los euros que necesita para vivir?

            Comienzo a leer y veo que tras el gramático se transparenta el político: “Las partes de la oración viven y se relacionan, formando como una sociedad más o menos regular y correctamente constitucional”. Sigo leyendo y, junto al político, encuentro al lector de Gómez de la Serna: “El artículo ordena la circulación y clasifica la estadística; el adjetivo es servidor, a la vez sumiso y presuntuoso; el pronombre, tras su vanidad de poder personal, se aviene a ejercer función representativa; el participio, sin firmes convicciones y hostil solo a la división del trabajo, cambia de filiación y sirve para todo; la preposición es aya, dueña o rectora oscurecida y caprichosa…”

Viernes, 25 de octubre
SÍSIFO

El Sísifo que yo conozco no sube a la montaña cargado con una roca, sino que desciende hacia el abismo y yo le tiendo la mano a riesgo de caer con él hasta el fondo. Unas veces se aferra a mi mano y otras le sujeto yo por la ropa mientras él hace todo lo posible por desasirse.

            Debería dejarlo a su aire, mirar para otro lado, seguir mi camino. Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Pierdo dinero, que no importa nada, y salud, que importa algo más, en el empeño, pero no soy capaz de abandonar por fin y para siempre esta ingrata labor de buen samaritano.

            De sobra sé que todos los elogios que uno hace de sí mismo son condecoraciones falsas. Pero yo no soy capaz de renunciar a esa mala costumbre y siempre ando por ahí vanagloriándome de mi inteligencia (dime de qué presumes…), cuando mi único mérito es otro bastante menos glamuroso. Si yo tuviera escudo de armas, “Semper fidelis” sería su lema.




2 comentarios:

  1. José Luis García Martín recuérdanos nel diariu «El Comercio» qu'hai 30 años morrió Víctor Botas. Trenta. Y refier una anécdota que sucedió hai 41, en 1983, na tertulia Oliver, cuando escribí un prólogu por encargu que firmó Víctor, pal llibru de Darío Caparrós, «Con los brazos cargados de nostalgia». Foi el mio primer trabayu de «negru» (más tarde, a lo llargo de la vida, fueron abondos más) y tamién el primer testu lliterariu que cobré. Alcuérdome que tomé la xera mui en serio y qu'escribí echando mano de lo que munches vegaes sintiera dicir a Víctor sobre la poesía y los poetes. Quería ser una imitación del estilu de Víctor si VB se punxera a escribir aquel prólogu... A lo menos creo que me salió una caricatura curiosa, si la memoria nun me falla.
    De lo que sí m'alcuerdo ye de la reacción de Víctor al lleer el testu, poniéndose coloráu: «¡Esto podía haberlo escrito yo!». D'eso se trataba.
    Lo que cuenta García Martín foi, más o menos, tal cual; pero va permitime que lu corrixa en tres coses. La primera que'l pagu foi de mil pesetes, una fortuna pa min naquella época. Daquella trabayaba n'horariu nocturnu, tamién en negro, nos talleres de «La Voz de Asturias» en Llugones y nun ganaba 1.000 pesetes nuna fin de selmana poniendo grapes. La segunda, que'l pagu foi al entregar el trabayu. Y la tercera, que'l preciu lu punxo VB, seguramente desesperáu por nun saber cómo salir d'aquel encargu que, efectivamente, nun-y apetecía nada y al que nun supo dicir que non. Porque ye verdá que yo m'ofrecí a facer aquel prólogu, pero nin se m'ocurría que lu podía cobrar. «¿De verdad que te ofreces a escribirlo? –dixo Víctor–. Te doy mil pesestas». Por supuestu, tamién lu faigo por mil pesetes, pensé yo.

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  2. Quizá dijo eso de que podía haberlo escrito él, Antón, pero sería por amabilidad. Al primer vistazo se ve que no es suyo. ¿Lo has releído o solo hablas desde el recuerdo? Claro que quizá a un profesor de literatura de la universidad podría confundirle...

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