Miércoles, 9 de octubre
EL MEJOR GUÍA
¿Cuántas
veces habré repetido aquello de que el azar es el mejor guía? Pues tendré que
repetirlo una vez más. Llego a una Roma toda en obras --al parecer le están
lavando la cara para el jubileo del próximo año--, pero tan llena de gente como
siempre, y un error en la gestión de reservas hace que solo pueda quedarme una
noche en el hotel que tenía reservado, junto al Foro.
Ignacio
Peyró, con quien había quedado para cenar el lunes pasado (y no pude hacerlo
por razones ajenas a su voluntad), me recomienda el Fiume, aunque duda de que
encontremos habitación. No solo la encontramos, gracias a la gentileza de
Carlos, el gerente ítalo-argentino, sino que di con la casa que me estaba
esperando en Roma sin yo saberlo.
Nunca
había estado en este barrio, pero enseguida me parece mi barrio de siempre. Salgo,
y a dos pasos, doy con el Mercado Nomentano. Una placa recuerda que es obra de
Elena Luzzato, la primera mujer que en Italia obtuvo el título de arquitecto.
Se inauguró en 1926 y el tiempo no le ha añadido ni una arruga. Mussolini, que
vivía por aquí cerca, no iba nunca al mercado; en caso contrario, no le habría
dicho a Emil Ludwig lo que le dijo: “La mujer tiene que ser pasiva. Su espíritu
es analítico, no sintético. ¿Se conoce alguna obra arquitectónica suya a través
de los siglos? Dígale que construya una choza, no un templo. No puede”.
En
la placa conmemorativa se lee que este “mirabile edificio” es, desde hace cien
años, “cuore del quartiere”. Parece especializado en frutas y verduras y cuando
lo atravieso cada mañana le añade un toque de rural felicidad.
Un
poco más allá está Porta Pía, donde comienza la historia moderna de Italia. Fue
aquí donde el veinte de septiembre de 1870 se libró la batalla que acabó con el
poder del papa. Aquí se abrió la primera brecha en la muralla aureliana.
La
puerta monumental es un diseño de Miguel Ángel, su última obra. Ahora no da
paso a la ciudad, sino a un museo dedicado a los bersaglieri. Sonrío al
leer el decálogo de su fundador, el capitán Alessandro La Marmora. Aparte de
obediencia y respeto, es necesario el conocimiento absoluto de la carabina,
“gimnasia hasta el frenesí” y “confianza en sí mismo hasta la presunción”. En
este último punto, creo que a mí no me pondría ningún reparo.
A un lado del hotel, Porta Pía, al
otro, Piazza Fiume, nada espectacular en apariencia, pero que a mí me enamora
desde el primer momento. En ella está la librería Minerva, inaugurada en 1923,
y parte de la cual ocupa un pasaje subterráneo interrumpido por los restos de
una antigua muralla, y está también la Porta Salario y el túmulo funerario del
más joven y desdichado de los poetas romanos, Quinto Sulpicio Massimo, que
murió a los once años, pero que a esa edad ya había ganado un certamen con un
poema escrito en griego. Dicen que murió por excesiva afición al estudio.
También por este lugar, un 24 de
agosto del 410 entraron las huestes de Alarico y saquearon la ciudad durante
tres días mientras el emperador Onorio se dedicaba en Ravenna a cuidar de sus
gallinas.
De Piazza Fiume parte la Via
Salario; de Porta Pía, la Vía Nomentana. Suelo alternar por ellas mis paseos,
Ninguna de las dos parece tener fin ni dejar de ofrecerme a cada paso ocasión
para el asombro.
Buscas en Roma a Roma, oh peregrino,
y a Roma misma en Roma no la hallas, porque está toda vallada y en obras --hasta
los ángeles del Ponte de Sant’Angelo gimen enjaulados--, pero yo la encontré en
el barrio de Salario, del que hace unos pocos días ni siquiera había oído
hablar.
Jueves, 10 de octubre
LO QUE MÁS ME
ESCANDALIZA
En el
cruce de Via Salaria con Via Po, me encuentro con una placa conmemorativa: “En
este lugar / cerca de su casa / el profesor Massimo D’Antona / insigne
estudioso del Derecho del Trabajo / fue asesinado / por mano terrorista”. El
asesinato ocurrió el 20 de mayo de 1999. La placa fue colocada “en el primer
aniversario del trágico evento”.
Ese
día sale de su casa como cualquier otro día. No sube al coche, prefiere hacer a
pie el breve trecho que lo separa del despacho, es un bello día de primavera.
Había caminado pocos pasos cuando un hombre y una mujer, los dos jóvenes, se le
acercan. Le preguntan algo y al poco, suenan los disparos. El profesor alzó la
cartera hasta el pecho en un vano intento de protección.
El
autor de los disparos a quemarropa huye hacia Via Basento, donde le espera una
motocicleta. La mujer escapa a pie por Via Salaria, donde se cruza con un
transeúnte que luego la describirá a la policía. Se llama Nadia Desdemona
Lioce; su compañero, Mario Galassi.
El
presidente del Consejo era Massimo D’Alema. El acto fue reivindicado por las BR-PCC, esto es, por las Brigadas Rojas y
el Partido Comunista Combatiente. El delito de Massimo D’Antona fue buscar un
pacto entre gobierno y sindicatos. El gran enemigo de aquellos iluminados de
izquierda era la izquierda reformista, no la derecha. Cometerían otro crimen,
en 2002, y acabarían siendo abatidos por la policía en 2003, tras un encuentro casual en un
control rutinario.
No tuvieron la suerte de otros
asesinos, como los de aquella masacre de hace cincuenta años, en la que me
involucraron con premeditación y alevosía. La justicia española, a los
principales responsables, parece que les dio una palmadita en la espalda y les
dijo: “No lo volváis a hacer más, ¿eh?, que poner bombas en una cafetería está
muy feo. A partir de ahora a vivir tranquilitos en Francia”.
Y ahí siguen, felices y comiendo
perdices, sin que a nadie parezca escandalizarle salvo a mí. Y eso es lo que
más me escandaliza.
Viernes, 11 de octubre
PASEOS POR EL
BARRIO
En Via Nomentana,
mi rincón favorito es Villa Torlonia. Al cruzar por primera vez la majestuosa
entrada al parque, no pude por menos de recordar unas palabras de su más
célebre inquilino: “Cuando quiero aislarme, me encierro en el jardín de Villa
Torlonia, donde vivo; allí tengo un hermoso caballo, y esa es la única ventaja
que el poder ha tenido para mi vida privada”.
Pocas
huellas quedan de ese okupa de lujo durante veinte años; solo la discreta
entrada al búnker, que no llegó a utilizar, le recuerda. Ahora es un tranquilo
lugar con altas palmeras y obeliscos, un dieciochesco edificio principal y
fantasías arquitectónicas como Serra Moresca, con su torre y su gruta y sus
luminosas vidrieras coloreadas.
Es
mi lugar favorito para pasear, leer, escribir versos. Aquí está también la biblioteca
de Accademia Nazionale delle Scienze, fundada en 1782, donde una mañana escuché
una charla sobre astronomía.
Y qué sorpresa cuando me encontré,
al otro lado de la avenida, con Santa Inés Extramuros, construida sobre las
catacumbas en las que martirizaron a la joven virgen. Entra uno desde la calle
al recinto conventual (se escucha la algarabía de los niños en un colegio próximo)
y entra en un laberinto. A la iglesia hay que descender por una amplia
escalinata adornada con restos arqueológicos; hay un jardín secreto y un
sendero que lleva al panteón de Santa Constanza. El gran portón está cerrado,
pero me acerco y en un papelito me indican que está abierto. Parece que lo han
puesto para mí. Dentro no hay nadie. Una doble columnata sostiene la cúpula. En
la bóveda de la nave que la rodea hay mosaicos azules sobre fondo blanco con
símbolos funerarios y símbolos de la vendimia.
La emoción que no encontré en el
Panteón, tan lleno de gente y tan estragado de mármoles y colorines, la
encuentro aquí, en este mausoleo de Constanza y Helena, las hijas del emperador
Constantino.
Si en Via Nomentana tengo a Villa Torlonia, en Vía Salaria tengo a Villa Ada, la antigua Villa Saboya, más dilatada y boscosa, donde uno puede perderse y creerse lejos de la civilización, y en las dos la prodigiosa sucesión de mansiones residenciales convertidas en embajadas. No todas son suntuosas (la de Canadá, frente a la de Sri Lanka, en Vía Salaria, parece la casa del guardabosques), pero todas están llenas de encanto. La más misteriosa me pareció la de Afganistán, Villa Amanullah, un palacete blanco de 1914, en Via Nomentana. Una de las veces que pasé ante ella, a una de las ventanas del piso alto se asomó un instante un rostro de mujer y cerca, semi escondido tras un árbol, parecía acechar un joven moreno, elegante, de aire oriental. Me pareció el comienzo de una historia de Kipling o de las nuevas mil y unas noches de Stevenson.
Sábado. 12 de octubre
LAS DOS ROMAS
Hay una
Roma –la de la Fontana de Trevi, el Coliseo, el Vaticano, la de la perpetua
aglomeración y barullo-- para ver una vez y nunca más volver, y hay otra, como
la que yo acabo de descubrir en torno al hotel Fiume, a la que me gustaría
volver al menos una vez al año.
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