sábado, 12 de octubre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Los regalos del azar

  

Miércoles, 9 de octubre
EL MEJOR GUÍA

¿Cuántas veces habré repetido aquello de que el azar es el mejor guía? Pues tendré que repetirlo una vez más. Llego a una Roma toda en obras --al parecer le están lavando la cara para el jubileo del próximo año--, pero tan llena de gente como siempre, y un error en la gestión de reservas hace que solo pueda quedarme una noche en el hotel que tenía reservado, junto al Foro.

Ignacio Peyró, con quien había quedado para cenar el lunes pasado (y no pude hacerlo por razones ajenas a su voluntad), me recomienda el Fiume, aunque duda de que encontremos habitación. No solo la encontramos, gracias a la gentileza de Carlos, el gerente ítalo-argentino, sino que di con la casa que me estaba esperando en Roma sin yo saberlo.

Nunca había estado en este barrio, pero enseguida me parece mi barrio de siempre. Salgo, y a dos pasos, doy con el Mercado Nomentano. Una placa recuerda que es obra de Elena Luzzato, la primera mujer que en Italia obtuvo el título de arquitecto. Se inauguró en 1926 y el tiempo no le ha añadido ni una arruga. Mussolini, que vivía por aquí cerca, no iba nunca al mercado; en caso contrario, no le habría dicho a Emil Ludwig lo que le dijo: “La mujer tiene que ser pasiva. Su espíritu es analítico, no sintético. ¿Se conoce alguna obra arquitectónica suya a través de los siglos? Dígale que construya una choza, no un templo. No puede”.

En la placa conmemorativa se lee que este “mirabile edificio” es, desde hace cien años, “cuore del quartiere”. Parece especializado en frutas y verduras y cuando lo atravieso cada mañana le añade un toque de rural felicidad.

Un poco más allá está Porta Pía, donde comienza la historia moderna de Italia. Fue aquí donde el veinte de septiembre de 1870 se libró la batalla que acabó con el poder del papa. Aquí se abrió la primera brecha en la muralla aureliana.

La puerta monumental es un diseño de Miguel Ángel, su última obra. Ahora no da paso a la ciudad, sino a un museo dedicado a los bersaglieri. Sonrío al leer el decálogo de su fundador, el capitán Alessandro La Marmora. Aparte de obediencia y respeto, es necesario el conocimiento absoluto de la carabina, “gimnasia hasta el frenesí” y “confianza en sí mismo hasta la presunción”. En este último punto, creo que a mí no me pondría ningún reparo.

            A un lado del hotel, Porta Pía, al otro, Piazza Fiume, nada espectacular en apariencia, pero que a mí me enamora desde el primer momento. En ella está la librería Minerva, inaugurada en 1923, y parte de la cual ocupa un pasaje subterráneo interrumpido por los restos de una antigua muralla, y está también la Porta Salario y el túmulo funerario del más joven y desdichado de los poetas romanos, Quinto Sulpicio Massimo, que murió a los once años, pero que a esa edad ya había ganado un certamen con un poema escrito en griego. Dicen que murió por excesiva afición al estudio.

           También por este lugar, un 24 de agosto del 410 entraron las huestes de Alarico y saquearon la ciudad durante tres días mientras el emperador Onorio se dedicaba en Ravenna a cuidar de sus gallinas.

            De Piazza Fiume parte la Via Salario; de Porta Pía, la Vía Nomentana. Suelo alternar por ellas mis paseos, Ninguna de las dos parece tener fin ni dejar de ofrecerme a cada paso ocasión para el asombro.

            Buscas en Roma a Roma, oh peregrino, y a Roma misma en Roma no la hallas, porque está toda vallada y en obras --hasta los ángeles del Ponte de Sant’Angelo gimen enjaulados--, pero yo la encontré en el barrio de Salario, del que hace unos pocos días ni siquiera había oído hablar. 

Jueves, 10 de octubre
LO QUE MÁS ME ESCANDALIZA

En el cruce de Via Salaria con Via Po, me encuentro con una placa conmemorativa: “En este lugar / cerca de su casa / el profesor Massimo D’Antona / insigne estudioso del Derecho del Trabajo / fue asesinado / por mano terrorista”. El asesinato ocurrió el 20 de mayo de 1999. La placa fue colocada “en el primer aniversario del trágico evento”.

Ese día sale de su casa como cualquier otro día. No sube al coche, prefiere hacer a pie el breve trecho que lo separa del despacho, es un bello día de primavera. Había caminado pocos pasos cuando un hombre y una mujer, los dos jóvenes, se le acercan. Le preguntan algo y al poco, suenan los disparos. El profesor alzó la cartera hasta el pecho en un vano intento de protección.

El autor de los disparos a quemarropa huye hacia Via Basento, donde le espera una motocicleta. La mujer escapa a pie por Via Salaria, donde se cruza con un transeúnte que luego la describirá a la policía. Se llama Nadia Desdemona Lioce; su compañero, Mario Galassi.

El presidente del Consejo era Massimo D’Alema. El acto fue reivindicado por las BR-PCC, esto es, por las Brigadas Rojas y el Partido Comunista Combatiente. El delito de Massimo D’Antona fue buscar un pacto entre gobierno y sindicatos. El gran enemigo de aquellos iluminados de izquierda era la izquierda reformista, no la derecha. Cometerían otro crimen, en 2002, y acabarían siendo abatidos por la policía  en 2003, tras un encuentro casual en un control rutinario.

            No tuvieron la suerte de otros asesinos, como los de aquella masacre de hace cincuenta años, en la que me involucraron con premeditación y alevosía. La justicia española, a los principales responsables, parece que les dio una palmadita en la espalda y les dijo: “No lo volváis a hacer más, ¿eh?, que poner bombas en una cafetería está muy feo. A partir de ahora a vivir tranquilitos en Francia”.

            Y ahí siguen, felices y comiendo perdices, sin que a nadie parezca escandalizarle salvo a mí. Y eso es lo que más me escandaliza.

Viernes, 11 de octubre
PASEOS POR EL BARRIO

En Via Nomentana, mi rincón favorito es Villa Torlonia. Al cruzar por primera vez la majestuosa entrada al parque, no pude por menos de recordar unas palabras de su más célebre inquilino: “Cuando quiero aislarme, me encierro en el jardín de Villa Torlonia, donde vivo; allí tengo un hermoso caballo, y esa es la única ventaja que el poder ha tenido para mi vida privada”.

Pocas huellas quedan de ese okupa de lujo durante veinte años; solo la discreta entrada al búnker, que no llegó a utilizar, le recuerda. Ahora es un tranquilo lugar con altas palmeras y obeliscos, un dieciochesco edificio principal y fantasías arquitectónicas como Serra Moresca, con su torre y su gruta y sus luminosas vidrieras coloreadas.

Es mi lugar favorito para pasear, leer, escribir versos. Aquí está también la biblioteca de Accademia Nazionale delle Scienze, fundada en 1782, donde una mañana escuché una charla sobre astronomía.

            Y qué sorpresa cuando me encontré, al otro lado de la avenida, con Santa Inés Extramuros, construida sobre las catacumbas en las que martirizaron a la joven virgen. Entra uno desde la calle al recinto conventual (se escucha la algarabía de los niños en un colegio próximo) y entra en un laberinto. A la iglesia hay que descender por una amplia escalinata adornada con restos arqueológicos; hay un jardín secreto y un sendero que lleva al panteón de Santa Constanza. El gran portón está cerrado, pero me acerco y en un papelito me indican que está abierto. Parece que lo han puesto para mí. Dentro no hay nadie. Una doble columnata sostiene la cúpula. En la bóveda de la nave que la rodea hay mosaicos azules sobre fondo blanco con símbolos funerarios y símbolos de la vendimia.

            La emoción que no encontré en el Panteón, tan lleno de gente y tan estragado de mármoles y colorines, la encuentro aquí, en este mausoleo de Constanza y Helena, las hijas del emperador Constantino.

            Si en Via Nomentana tengo a Villa Torlonia, en Vía Salaria tengo a Villa Ada, la antigua Villa Saboya, más dilatada y boscosa, donde uno puede perderse y creerse lejos de la civilización, y en las dos la prodigiosa sucesión de mansiones residenciales convertidas en embajadas. No todas son suntuosas (la de Canadá, frente a la de Sri Lanka, en Vía Salaria, parece la casa del guardabosques), pero todas están llenas de encanto. La más misteriosa me pareció la de Afganistán, Villa Amanullah, un palacete blanco de 1914, en Via Nomentana. Una de las veces que pasé ante ella, a una de las ventanas del piso alto se asomó un instante un rostro de mujer y cerca, semi escondido tras un árbol, parecía acechar un joven moreno, elegante, de aire oriental. Me pareció el comienzo de una historia de Kipling o de las nuevas mil y unas noches de Stevenson.

Sábado. 12 de octubre
LAS DOS ROMAS

Hay una Roma –la de la Fontana de Trevi, el Coliseo, el Vaticano, la de la perpetua aglomeración y barullo-- para ver una vez y nunca más volver, y hay otra, como la que yo acabo de descubrir en torno al hotel Fiume, a la que me gustaría volver al menos una vez al año.




 

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